Con la pandemia del coronavirus, el cambio climático y la crisis económica global como temas de cabecera para todos los participantes, ha iniciado la 76ª Asamblea General de la ONU. Estos temas afligen a todos en general. Hay otros, que afligen de forma más particular, y que tienen que ver con la guerra intestina de Occidente desatada por EEUU.
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La ONU huele a traición
EEUU y sus socios occidentales tienen que zanjar sus propias cuentas pendientes a causa de recientes cuchilladas traperas que Biden repartió a sus principales socios occidentales por igual: a gran parte de Europa por la estampida que provocó en Afganistán; y justo al borde del inicio de esta cumbre, con la formación de la alianza militar AUKUS, junto a Reino Unido y Australia. Los márgenes de esta Asamblea General de la ONU, tal vez sean un aperitivo de lo que esté por venir.La presente edición de esta cumbre «viene a demostrar que todas estas creaciones post Segunda Guerra Mundial están pasando por un momento de crisis profundísima de identidad y de posibilidad de continuar siendo la estructura para la que supuestamente fue creada, que eran mantener un orden internacional, garantizar que no hubiera conflictos armados, y frenar los despliegues de algunas potencias que podrían ser agresoras para el resto del mundo», advierte el director de Dossier Geopolítico, Carlos Pereira Mele.En opinión del experto, «en la práctica hemos visto que todo este objetivo que se plantearon los ganadores de la Segunda Guerra Mundial se ha ido diluyendo en el tiempo, y que prácticamente hoy en día es un club social».
El show de Bolsonaro y del ‘sheriff’ de Nueva York
Antes de comenzar el circo, el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, hizo su stand-up particular: negacionista declarado, y no inoculado contra el coronavirus, llegó a una ciudad donde no puede entrar a ningún lado ni a pedir un vaso de agua, sin que le pidan el pasaporte Covid.Así las cosas, el mandatario terminó, como cualquier neoyorquino, comiendo pizza de pie en la calle –algo celebrado en Twitter– ya que los restaurantes de la Gran Manzana le prohibieron el ingreso. Pero la anécdota no quedó en la intimidad doméstica que comparte con su círculo. La cosa llegó a las más altas esferas de Nueva York.Así, el alcalde de la ciudad, Bill de Blasio, disparó metralla contra Bolsonaro: «Si no quiere vacunarse, no se moleste en venir aquí. Tenemos que mandar un mensaje a todos los líderes mundiales, incluido más notablemente a Bolsonaro, de Brasil, de que, si quieres venir aquí, tienes que estar vacunado».Entonces, el Ayuntamiento neoyorquino se metió de cabeza en la trifulca: arrogándose patente de corso –por otra parte algo común en cualquier mandatario del país norteamericano–, como un sheriff del mundo en miniatura, comunicó a la ONU que, según las normas municipales, cualquier persona que quiera ingresar al hemiciclo de la Asamblea debería presentar su prueba de vacunación.Y aunque comulga con ese salmo, el organismo lo mandó a tomar viento fresco. Ha dejado claro que el alcalde de Nueva York no tiene autoridad ninguna para exigir algo así a los jefes de Estado y de Gobierno: no puede imponer sus normas en la sede de la ONU, dado su estatus especial, es decir: el terreno donde se encuentra la sede de la ONU, no es territorio de EEUU, sino que es de todos los países que la integran. Un símil a lo que pasa con las Embajadas de cada país.Pereira Mele cree que esta primera reunión presencial tras el inicio de la pandemia es una clara demostración de que la ONU se ha convertido en un club. «Ver la actitud patética de un Bolsonaro teniendo que comer en la calle porque no lo dejan entrar en un restaurante porque no está vacunado, por ejemplo. Esto nos demuestra evidentemente esas contradicciones en las que se está viviendo en este período en que la pandemia parece mostrar una baja en los niveles de agresividad de la enfermedad».
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