Las nuevas derechas buscan deshumanizar en favor de minorías violentas y ultrapoderosas.
Por Gianni Tognoni (*)
Puede parecer un poco extraño dedicar un momento de atención a la situación de un país como Argentina, mientras el despliegue diario de “inhumanidad” por parte de Israel en Gaza, disfrazado de crónica y más allá de la “tregua” de estos días, hace intolerables incluso los ejercicios de calificación de gravedad criminal, en tanto de fondo tenemos los “normales” tiempos largos de la diplomacia ante el horror-masacre de las guerras: desde los escenarios de Oriente Medio, a Ucrania, Sudán, Myanmar…
De hecho, los informes oficiales afirman que la situación en Argentina y, más aún, su importancia para las relaciones con Italia-Europa-Mundo, no plantean ningún problema, y mucho menos preocupación. La presidenta del Consejo del Gobierno italiano donó, en una demostración de afecto ciertamente nada ceremonial, la ciudadanía italiana al presidente argentino cuando este visitó recientemente Roma, y Milei le había obsequiado unos días antes un modelo de motosierra como resumen de su propia concepción de las relaciones con la sociedad: todos ellos signos inequívocos, más allá de los acuerdos poco perfectos en las negociaciones del Mercosur sobre productos agrícolas, de una sólida coincidencia de objetivos y estilos de trabajo. Las últimas declaraciones políticas y económicas de los gobiernos de ambos países confirman que hay buenas razones para mirar al futuro con menos pesimismo.
Con sus problemas, y a pesar de los muchos misterios (por ejemplo el “descubrimiento” de los fondos para un ya más que mítico puente sobre el estrecho de Messina, al que corresponden increíbles recortes presupuestarios en escuelas e investigación), el presupuesto italiano ha sido aprobado, bien que exento de los pasajes parlamentarios propios de un sistema democrático.
Del otro lado del océano, algunos indicadores macroeconómicos dicen que el “riesgo país” ha disminuido, y que Argentina va por buen camino, si persiste en su obediencia rigurosa, sin peros, a los actores–controladores financieros nacionales e internacionales. Pero Dos Observatorios complementarios —Observatorio de la Deuda Social y Observatorio de Trabajo, Economía y Sociedad— plantean algunas dudas con datos que cuentan lo que ocurre cuando la vida de las personas atraviesa la economía de la motosierra.
La suma de pobreza e indigencia afecta hasta a 73% de la población; la gente puede morir, incluso suicidarse, porque varios medicamentos ya no son reembolsables, y han aumentado hasta 300% su precio; en un país exportador mundial de alimentos, la urgencia es una campaña nacional contra el hambre lanzada contra las políticas gubernamentales con un llamamiento del Premio Nobel Adolfo Pérez Esquivel; los sueldos de los empleados del Estado sufren un recorte constante de 22%; otra campaña pide, como parte de la resistencia a los recortes en un sistema universitario que siempre ha sido un modelo de accesibilidad y con altos niveles de investigación, que los sueldos de ningún profesor universitario, en caída libre, se sitúen por debajo del nivel de pobreza; se suspenden todos los fondos destinados a apoyar a los pueblos originarios, etc.
No es éste el lugar para elaborar extensas estadísticas, estratificadas aún más por las desigualdades de los territorios, de las poblaciones más o menos frágiles. Tampoco se trata de olvidar la línea más fundamental que pretende devolver los derechos a la verdad, justicia y memoria, y no sólo a los protagonistas de una de las dictaduras más trágicas de la historia (la dictadura de Assad en Siria lo recuerda ante los ojos de todos…), así como hacer inviables los instrumentos de investigación promovidos por Madres y Abuelas de desaparecidos (que se han convertido en un verdadero tesoro metodológico y operativo a nivel internacional) destinados a reconocer los grupos humanos que han tomado su nombre de aquellos miles, tantos, de “desaparecidos” de las represiones y masacres de los casi diez años de dictadura entre los años setenta y ochenta del siglo pasado.
Ciertamente, no sería difícil proponer datos que hagan decididamente coherentes las realidades argentina e italiana, más allá de las muchas diferencias, que reflejan historias infinitamente distintas: los crecientes y bien documentados niveles de pobreza, las crisis de la escuela a todos los niveles y de un sistema sanitario ejemplar, las privatizaciones… Añadimos otro dato no trivial, que es el capítulo de los migrantes, que en Argentina proceden de muchos países latinoamericanos, y son, como en Italia, poblaciones sin ninguna garantía jurídica.
La coherencia más fundamental, sin embargo, no está en los datos concretos, sino en los objetivos y en la lógica, de acuerdo con lo que también se ha destacado explícitamente de diversas maneras en las últimas semanas (como el Atreju, el festival de la juventud conservadora de Italia que asistió a Milei en Roma). La democracia es el enemigo lógico y estructural que hay que neutralizar en sus aspectos más fundamentales, como paso urgente, para dar paso a toda la violencia y rapidez necesarias para impedir cualquier oposición significativa, en el camino hacia una concentración de poderes políticos, perfectamente alineados y funcionales a los poderes económicos, sustancialmente privados, que imponen sus reglas. Nada nuevo, de hecho, en la lógica de estos mecanismos. Se trata de una sustitución progresiva, implícita, que se hace explícita, sin dar espacio a una dialéctica real con oposiciones que, por su propia falta de perspectivas, y por una cultura-memoria de dialécticas “democráticas”, se encuentran en una posición de inferioridad (¿temporal?), y de credibilidad por no poder jugar a “mentir” sistemáticamente con promesas de cambios imaginarios, que podrían atraer consensos.
La supresión de lo público en su acepción de “bien común” es esencial: la motosierra como símbolo de choque exhibida por Milei, y entregada a Meloni como signo recíproco de reconocimiento de papel y estilo, indica el diseño de una derecha en la que no hay lugar para las personas que son sujetos de derecho, y por tanto de palabra-autonomía-proyecto.
Ciertamente las “apuestas” de la democracia que existen en Italia, en su memoria y en las instituciones, imponen a los distintos diseños de Meloni tiempos de espera y alianzas. Milei es uno de los “mimos”, que puede y por lo tanto debe ser incluido-exhibido en una rosa de estados que aspira a convertirse en una plataforma capaz de crear, sin esfuerzo de pensamiento, por inercia-imitación, un área “afirmativa”, de todos los matices del negro: me refiero a un poder que vacíe la política de sus residuos de democracia sustantiva, para ser el interlocutor de las oligarquías privadas globales. Pensadas como aliadas, pero practicando, cada vez más abiertamente, ser las colonizadoras de un orden global libre de pueblos que “todavía” aspiran a tener un destino distinto al de “materias primas”.
La expresión más clara, más violenta, dada como evidente, del mimetismo de las democracias cero propuesto por Milei, y de hecho dominante, y evidente, en todos los modelos de desarrollo, es la desigualdad. Dice que el “paréntesis” de tiempo que siguió a la Segunda Guerra Mundial se ha cerrado. Los seres humanos ya no son todos iguales. Desde luego, no es Milei quien enseña esto. El Estado de Milei dice al Estado italiano, que desde hace años ha subido rápidamente en el ranking de los países más estructuralmente (es decir: programáticamente, inevitablemente) desiguales, y al partido político italiano en el poder, que la única verdadera reforma constitucional es posible, y por lo tanto necesaria, y que no se hace suprimiendo artículos, sino haciéndolos obsoletos: por olvido, o, mejor aún, porque son “ofensivos e impensables” para los poderes fácticos, nacionales y mundiales. El artículo 3 puede seguir vigente. Basta con no aplicarlo, ni siquiera citarlo, porque es confuso y ajeno, complejo. Sobre todo en sectores tan terrenales, cercanos a la gente, como la escolarización, la sanidad, los salarios, la vivienda: la Economía con mayúsculas no puede correr el riesgo de considerarlo una llave para deslegitimar todas las legalidades que le son independientes.
Al colonialismo de los oligarcas no le interesan las ideas ni los valores: el “pueblo” puede creer en ellos, puede perseguirlos, siempre que no fije plazos precisos. La desigualdad es perfecta como descriptor del desarrollo selectivo: transversal a todos los campos, siempre que su sostenibilidad sólo pueda ser evaluada por los que mandan; quienes, por tanto, deben garantizar, con normas precisas, la legalidad de la seguridad, que es un manto que puede extenderse más allá de lo imaginable.
Vuelvo al principio de esta reflexión. El silencio de la política de Estado, la impotencia del derecho internacional, la connivencia muy activa de las economías de guerra —al declarar punibles por razones de seguridad los pensamientos y prácticas de paz—, la evidencia de un genocidio negado por la prensa, hasta el asesinato de periodistas, personal de sanidad, con preferencia por los niños, por las bombas, el hambre, el frío, la mutilación, son el tejido de la manta extendida porque el 7 de octubre de 2023 se violó la seguridad de la marioneta de la democracia occidental.
Gaza es el pro memoriam de hasta dónde puede llegar la desigualdad: cuando la vida de las personas se asume como variable irrelevante, hasta la inexistencia, dependiente de definiciones como las de enemigo (declinada en todas sus definiciones “legalmente” reconocidas, como terrorista, o extranjero, etc), es la más omnicomprensiva, invade muy fácilmente la de lo no humano: desechable, descartado, producto inevitable de una u otra guerra.

(*) El autor es epidemiólogo, doctor en Filosofía y en Medicina y uno de los mayores especialistas mundiales en políticas sanitarias. Preside el Instituto de Investigaciones Farmacológicas Mario Negri en Milán, es desde hace muchos años el secretario general del Tribunal Permanente de los Pueblos, ex Tribunal Russell, y ha sido de consultor de numerosos organismos, entre ellos la Organización Mundial de la Salud.
FUENTE https://tektonikos.website/la-linea-milei-meloni-pasando-en-su-punto-mas-cruel-por-gaza/