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¡¡ ESTÚPIDOS: ES LA REALPOLITIK !!

En su columna del Club de La Pluma -y parafraseando a Bill Clinton- el director de Dossier Geopolítico, Carlos Pereyra Mele, se dirige con honesta crudeza a los desinformados y espantados europeos, señalando el camino del pragmatismo para que entiendan “¿los por qué de la guerra de Ucrania?” y el terrible fracaso militar que están sufriendo. También, para que vean las claves de su grave crisis económica en aumento, de sus déficit energéticos y de recursos, del atraso tecnológico, de su insignificancia internacional y -en definitiva- de la evidente traición de los líderes de la Unión Europea, entregados conciente y corruptamente a EEUU. 

AUDIO:

Es que, la gran conmoción ha estallado tras conocerse las intenciones de Trump de sellar el final de una guerra perdida, aceptando que Rusia legitime los territorios conquistados, cancelando las ayudas militares a Kiev, negando la entrada de Ucrania a la OTAN y obligando a Europa a asumir la defensa del derrotado. Y además, a pagar los astronómicos costes de su reconstrucción. Un escenario desolador para “El Jardín del Mundo” que afronta UNA TOTAL DERROTA y el posible desprecio, tanto a Bruselas como a su endiosado “Zelensky/Simbol” de ser excluidos de las negociaciones principales. En suma, se ha hecho realidad la peor de las pesadillas para los millones de europeos convencidos -por su prensa- de que destruir a Rusia era un hecho predestinado y la guerra… apenas un trámite.

También resalta en el audio que la realidad demuestra los vaticinios y análisis hechos por éste espacio geopolítico, desde que Putín le marcará sus líneas rojas a Occidente en el 2007, cuando los planes de la CIA eran desguazar a Rusia. Y enumera una a una, las denuncias y análisis lanzados desde aquí, cómo las Revoluciones de Colores y el golpe del  Euromaidán del 2014, financiadas con fondos de la ahora desmascarada USAID, organización terrorista genocida norteamericana para someter a las democracias del mundo, con 700 medios y 7.000 periodistas a sueldo y más su variada legión de ONG. Luego aborda la masacre de miles de civiles ucranianos de habla Rusa en  El Donabas. El boicot -reconocido por Europa- a los acuerdos de paz de Disk para dar tiempo al armado de Ucrania por la OTAN, y la farsa del “Guaidó ruso”, Alexander Navalni. Hasta llegar a la insoportable provocación bélica de occidente contra Rusia en el 2022, que desencadenó el inicio de la guerra. Y por supuesto, el fraude mediático y masivo de los tres últimos años alrededor de la burla infantil de que ”Rusia era solo una gasolinera con bombas atómicas” 

También aborda los amargos trances que pasa hoy la oligarquía comunitaria, las urgencias de Trump por apagar los fuegos externos ante la guerra civil interna de sus elites. Y sobretodo, que el mundo es otro con las nuevas potencias asiáticas más el Sur Global. 

Con lo que confirma que ha llegado la hora de la verdad:

LA HORA DE LA REALPOLITIK… ESTÚPIDOS !!

Eduardo Bonugli

Madrid, 16/02/25

Las ultimas reuniones entre superpotencia donde participo un «aliado» de EEUU en una Reunion importante fua antes del FIN DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL Stalin (URSS) Rossevelt (USA) y Churchill (UK) 1943/1945

Sec Gral de la ex URSS Nikita Sergeyevich Khrushchev junto al asesinado Presidente de USA John F. Kennedy, reunidos algun «aliado» europeo en la reunion!!!

Presidente de USA Gerald R. Ford, detras el mayor geopolitico norteamericano Henry Kissinger norteamericano, junto al Sec Gral del PC de la ex URSS Leonid Brezhnev, algun aliado de EEUU Europeo en las reunion, pues bien esto es LA REALPOLITIK… ESTÚPIDOS !!

LA HORA DE LA REALPOLITIK… ESTÚPIDOS !! SIGLO XXIPUTIN-TRUMP-XI

”EPUR SI MUOVE”

Aquella legendaria frase de Galieo Galilei en 1633, tras negar que la tierra girara alrededor del sol para evitar ser condenado a muerte por la Inquisición, es recordada por el director de Dossier Geopolítico, Carlos Pereyra Mele, en su columna del Club de La Pluma, para decirnos que ”SIN EMBARGO EL MUNDO SE MUEVE” a pesar de Donald Trump y sus barbaridades con las que demuestra ser tansoberbio, cegado y absolutista como aquel “santo tribunal”.

AUDIO:

Y con un argumentado análisis, nos rescata de la burbuja mediática que hoy intoxica y atemoriza a la gente, ante las brutales amenazas del sionismo anglosajón que manda desde siempre en Washington, aunque hoy con brutal sinceridad, para centrarnos en el mundo real que sigue su marcha hacia el cambio del poder global y la multipolaridad, con las potencias asiáticas en imparable ascenso y con el Sur Global y los Brics+ ganando protagonismo, a pesar de los golpes de efecto del nuevo “emperador” de EEUU, de sus sobre actuaciones, de los schoks mediáticos y de las amenazas de máximo, que en definitiva demuestran la descomposición del imperio y el peligroso ocaso de su agónica posición dominante.

El audio comienza con la pregunta  ¿Qué es el Occidente actual? Para luego profundizar en su minoritaria geografía, en su declinante alcance estratégico militar, en sus profundas crisis económicas, en su desprecio al resto del continente americano y al África y en la ridícula pretensión de ser “la Comunidad Internacional y el Mundo Basado en Reglas” cuando apenas llegaría a contar con el vasallaje de 50 países, que cada vez dudan más si están en el lado correcto de la historia. Por lo que merecidamente se ha ganado el nuevo nombre de OXIDENTE (con X) por su crónico, creciente e irreversible deterioro tanto interno como externo, en medio de una crisis histórica y existencial que lo convulsiona y lo erosiona.

Además, aborda la contradicción de que a pesar de las amenazas de anexionar Groenlandia, de bombardear con sanciones y aranceles a un mundo que le es cada vez más hostil y de reafirmarse como socio genocida de Palestina, la dura realidad confirma que la situación interna de Norteamérica es de debilidad, que la OTAN sufre una catástrofe terminal en Ucrania, que su tecnología de punta ha entrado en pánico ante la inteligencia artificial China, que el G7 ha perdido el podio global y que todo Occidente está sumido en un impresionante caos interno a punto de implosión.

Y concluye con que el 2025 será un año de mucha conflictividad y desgaste y que  habrá demasiados frentes de lucha, pero que ¡¡ EL MUNDO SE MUEVE  !! Y que lo hace hacia Oriente, señalando irremediablemente que la unipolaridad ha muerto.

Eduardo Bonugli (Madrid, 09/02/25)

Paises que integran la Organizacion del Tratado del Atlantico Norte OTAN

MAS EL AUKUS

Tratado del Aukus

COINCIDE CON EL LLAMADO «MUNDO OCCIDENTAL» U «OCCIDENTE COLECTIVO«

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El mundo que se enfrenta realmente el G7 versus los BRICS+

BRICS Ampliados
G7 «el Occidente»

Consciente del retraso norteamericano frente a China, el líder republicano se concentra en controlar su area de influencia para ganar tiempo, pero para ello necesita un capital que no tiene

Eduardo J. Vior
analista internacional especial para Dossier Geopolitico

Las iniciativas del presidente Donald Trump, anunciadas poco antes del traspaso del mando, para comprar Groenlandia, incorporar Canadá y reocupar el Canal de Panamá causaron estupor internacional y la mayoría de los observadores las tildaron de fanfarronadas típicas del neoyorquino. Sin embargo, como subrayaron varios de sus colaboradores más estrechos, tienen sentido dentro de la estrategia general de repliegue y concentración del poder norteamericano en el subcontinente norteamericano que implementa el caudillo reaccionario. Trump va a tratar de llegar a un acuerdo con Rusia sobre áreas de influencia en Europa y Asia Occidental, va a respaldar a Israel, pero le va a impedir que inicie una nueva guerra y va a competir rudamente con China, pero no piensa ir a la guerra con la potencia asiática.

El jefe de la Casa Blanca es consciente del retraso norteamericano ante China y busca ganar tiempo, para que EE.UU. encuentre una nueva fórmula de desarrollo que le permita recuperar la delantera mundial. Para ello, quiere expandir al resto de América del Norte y el Caribe y acordonar el área de control exclusivo de los capitales norteamericanos. Ahora bien, ya que no puede expandir su poder militarmente, aprendiendo de China, quiere hacerlo desarrollando en ese inmenso área una red de transporte y comunicaciones centrada en EE.UU. Sin embargo, para hacerla necesita desarmar la “espiral de la deuda” que absorbe todos los recursos de la economía occidental

El arancel del 10 por ciento impuesto por Trump a todos los productos chinos entró en vigor el martes 4 como resultado de una orden ejecutiva (decreto) emitida durante el fin de semana con el objetivo de presionar a Beijing, para que tomara decisiones enérgicas contra los envíos de fentanilo a Estados Unidos. El gobierno chino respondió el mismo día con una serie de medidas de represalia, incluidos aranceles adicionales sobre el gas natural licuado, el carbón, la maquinaria agrícola y otros productos procedentes de Estados Unidos, que entrarán en vigor el próximo lunes 10. También aplicó inmediatamente restricciones a la exportación de determinados minerales críticos, muchos de los cuales se utilizan en la fabricación de bienes de alta tecnología. Además, los reguladores del mercado chino dijeron que habían iniciado una investigación antimonopólica contra Google que, si bien está bloqueado en el Internet en China, mantiene relaciones con compañías chinas. El país ha presentado asimismo una demanda contra la subida de aranceles de EE.UU. ante la Organización Mundial del Comercio (OMC). 


El puerto de Yangshan, cerca de Shanghai. El presidente Trump ha acusado a China de no hacer lo suficiente para detener la exportación de fentanilo y los productos químicos que se utilizan para fabricarlo

Las medidas arancelarias de ambas partes aumentan el riesgo de una guerra comercial que perjudicaría a todo el mundo. Sin embargo, algunos en Wall Street ven la respuesta china como una muestra de moderación que abre la puerta a un compromiso. En la misma dirección Trump manifestó su disposición a conversar con el presidente de China, Xi Jinping. La perspectiva de que Trump va a negociar con Trudeau y Sheinbaum trajo también cierta calma a los mercados. 

Mientras el presidente escenificaba su campaña arancelaria contra China, Canadá y México e inducía a Xi Jinping a negociar, su secretario de Estado, Marco Rubio, conseguía en Panamá, El Salvador, Costa Rica, Guatemala y República Dominicana avances sustanciales contra la influencia económica de la República Popular. 

En el primer alto de Rubio en la región se reunió el sábado 1° con el presidente panameño José Raúl Mulino. Si bien el mandatario sigue firme en su posición de que no habrá negociaciones sobre la soberanía del Canal, la visita del secretario de Estado estadounidense ya tuvo sus primeros frutos. Así, Mulino anunció que su gobierno no renovará el memorándum de entendimiento de la “Iniciativa de la Franja y la Ruta”, firmado con China en 2017, y que incluso estudiaría la posibilidad de rescindirlo antes de tiempo.

Además, Panamá inició una auditoría sobre varios puertos que operan en el Canal, propiedad de una empresa china. Desde su ampliación en 2016 el Canal de Panamá ha manejado más del 6% del comercio marítimo mundial, con China y EE. UU. como los principales usuarios. Por la vía pasan más de 14,000 buques al año, facilitando más de $270.000 millones de dólares en comercio anual. Sus principales usuarios son EE.UU. (66% de la carga transportada), China (16%), Japón, Corea del Sur y la UE (resto de la carga). El tráfico de mercancías entre Asia y la costa este de EE. UU. depende críticamente del Canal. 

La salida de China de ciertos proyectos en Panamá puede tener efectos mixtos: 1) proyectos como el tren Panamá-David (inversión prevista de $4.100 millones) quedan en el aire. 2) EE. UU. esbozó la posibilidad de compensar los créditos que pierde Panamá con nuevas líneas y apoyo del Banco Mundial y el BID. Sin embargo, la mayoría de las veces estos créditos no se equiparan con los que ofrece China y el propio Estado norteamericano no tiene medios para financiar a nadie. 3) Panamá evita sanciones o restricciones comerciales que podrían afectar el 13% de su PIB vinculado al canal y la logística. 

La cuestión de la migración, en tanto, se abordó entre los dos países de una manera mucho más fluida. Debido a las políticas restrictivas de Mulino el año pasado cruzaron por el Tapón del Darién (el enclave selvático en la frontera con Colombia) 300.000 migrantes, o sea un 42 % menos que el año anterior.

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Marco Rubio (d) junto al presidente de El Salvador, Nayib Bukele, el lunes 3 en San Salvador

El lunes Rubio anunció en El Salvador que había recibido una oferta extraordinaria del presidente Nayib Bukele, para confinar en una megacárcel a los migrantes “criminales” y a los estadounidenses enviados desde Estados Unidos. Al llegar más tarde a Costa Rica, Rubio señaló que la propuesta de Bukele fue “una oferta muy generosa” que “nunca nadie” les había hecho. 

También tras un encuentro con el presidente de Costa Rica, Rodrigo Chaves, y con el canciller Arnoldo Andre Tinoco, el secretario estadounidense dijo que el mandatario del país centroamericano le indicó que no iba a permitir la entrada de compañías chinas con tecnología 5G. La migración también estuvo sobre la mesa.

Luego, el diplomático estadounidense se trasladó a Guatemala, donde se reunió con el presidente Bernardo Arévalo y el canciller Carlos Ramiro Martínez. Arévalo calificó la presencia de Rubio como la chancc para abrir “nuevas oportunidades”. Además dijo, que “Guatemala es y seguirá siendo un socio para EE.UU.”. El presidente se comprometió a aumentar en 40 % el número de vuelos de deportados desde suelo estadounidense y de preparar políticas para el retorno de los migrantes. Por su parte, Rubio felicitó a Arévalo y le agradeció por su compromiso con el tema migratorio. El secretario también anunció que el Cuerpo de Ingenieros del Ejército de EE.UU. construirá dos puertos y otras obras de infraestructura en Guatemala. 

Por su parte, en República Dominicana, Rubio sostuvo el miércoles 5 una reunión con el mandatario Luis Abinader, con quien habló sobre la suspensión de la colaboración económica que entregaba la Agencia Norteamericana de Ayuda para el Desarrollo (USAID, hoy intervenida por el gobierno y comisariamente a cargo del mismo Rubio) para atender la migración, la seguridad regional y la grave crisis de Haití. En la posterior rueda de prensa conjunta, Abinader anunció la explotación de tierras raras en alianza con Washington, al tiempo que clamó por más recursos para la misión internacional desplegada en Haití.

Sobre lo último, Rubio manifestó su interés en trabajar en conjunto, con el apoyo del Cuerpo Ingenieros del Ejército de su país. 

Breve reseña sobre Luis Abinader - Elecciones 2020
Luis Abinader, presidente de la República Dominicana

Sin estridencias ni amenazas estentóreas Washington ha marcado mucho más durante este solo viaje los límites que los países del Caribe y América Central no deben traspasar en la relación con China que los militares estadounidenses en muchos viajes de años anteriores. Fiel a su trayectoria empresaria, el presidente norteamericano exige, amenaza e inventa conflictos para distraer la atención. Mientras tanto, avanza sus posiciones en otra dirección. Cuando sus interlocutores se dan cuenta, deben rendirse a las nuevas circunstancias. 

Del mismo modo, mientras que China y EE.UU. elevaban el tono de su litigio comercial, a cambio de sustanciales concesiones de sus vecinos el gobierno estadounidense pactó el lunes en sucesivos acuerdos con sus pares de México y Canadá posponer por 30 días la imposición de aranceles del 25% a las importaciones de esos países. 

“La pausa arancelaria de un mes da tiempo a México para dialogar y convencer a la administración de Donald Trump que la relación comercial fortalece a América del Norte frente a otras regiones del mundo”, aseveró la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo. En un encuentro con empresarios en el Palacio Nacional la mandataria pidió el martes 4 a la iniciativa privada que acelere el Plan México para aumentar la proporción de componentes mexicanos en los productos que se exportan. También aprovechó el evento para agradecer a los jerarcas empresarios el apoyo que le brindaron el fin de semana, pues la comunicación de respaldo del Consejo Coordinador Empresarial (CCE) y de otros sectores le dieron fortaleza para la llamada que sostuvo el lunes 3 con su homólogo estadunidense. Señaló que en el diálogo con Trump también obtuvo el analizar qué es lo que se planteará exactamente y el seguir fortaleciendo la economía nacional. Celebró, además, que, pese a la decisión que había anunciado el presidente estadunidense, el peso apenas se devaluó en relación al dólar. 

En otra declaración, el mismo martes, la presidenta reveló que, durante la conversación que sostuvo con su colega estadounidense no abordaron la polémica sobre la definición de los cárteles como “terroristas”, con la que ella está en desacuerdo. Y advirtió que EE.UU. no ha dicho qué va a pasar con los fabricantes de armamento cuyo arsenal termina de manera ilegal en manos de las organizaciones delictivas. 

Entre tanto, México inició el despliegue de 10.000 elementos de las fuerzas federales en la frontera con EE.UU., que reforzarán los operativos de seguridad y que, en particular, tendrán la misión de frenar el tráfico de fentanilo. Otros objetivos prioritarios son el control de la migración irregular así como del tráfico de armas de EE.UU. a México. 

El aplazamiento por 30 días en la imposición de aranceles comerciales se alcanzó en una llamada en la que se acordó que México reforzará la frontera norte con 10 mil elementos de la Guardia Nacional, para evitar el tráfico de drogas, en particular fentanilo, a Estados Unidos. Éste trabajará para evitar el trasiego de armas de alto poder que acaban en manos del crimen organizado y ambas partes dialogarán en mesas de trabajo en torno a temas de interés común con el objetivo de eliminar la amenaza arancelaria.


La presidenta Claudia Sheinbaum, al dirigirse a empresarios en un encuentro realizado en Palacio Nacional, el 4 de febrero de 2025

El gobierno mexicano teme la intervención de militares estadounidenses en territorio mexicano. No es casual que a las pocas horas del anuncio arancelario tuviera lugar una llamada entre el secretario de la Defensa de EE.UU., Pete Hegseth, y los secretarios de la Defensa y de la Marina de México. En esa comunicación Hegseth trasmitió la lógica de Trump: si el gobierno mexicano no acepta una mayor intervención de EE.UU., es porque esconde algún tipo de colusión con el crimen organizado. 

Desde hace algunas semanas las nociones de cooperación se ven reemplazadas por una vocación intervencionista cada vez más evidente. Para el gobierno de Claudia Sheinbaum esta pulsión implica un enorme desafío a su defensa de la soberanía nacional y, sobre todo, suscita el temor de que, ante una embestida frontal el narco pueda atacar a la población civil. Sin embargo, el sendero de la guerra comercial también es muy complicado para Sheinbaum. La semana pasada el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) confirmó que el año pasado la economía mexicana solo creció 1,4%, muy lejos del 3% que había pronosticado la secretaría de Hacienda, mientras que en 2023 el crecimiento había sido del 3,2%. Los proyectos desplegados por la presidenta, como el Plan México, pierden fuerza por los aranceles que, según estimó el BBVA, podrían llevar el tipo de cambio hasta los 24 pesos.

A caballo del acuerdo entre EE.UU. y México, el saliente primer ministro canadiense Justin Trudeau negoció con Donald Trump una postergación análoga, aunque a cambio de aceptar catalogar a los grupos del crimen organizado como “organizaciones terroristas”, una clasificación que socava el papel de la Justicia en la lucha contra la delincuencia y busca vulnerar la soberanía mexicana. Con esta actitud del canadiense Trump consiguió dividir a sus socios en el T-MEC y se prepara a negociar con ellos por separado.


Donald Trump, presidente de Estados Unidos de América

El presidente norteamericano ha mantenido el decreto que sugiere la complicidad de autoridades mexicanas con el narcotráfico y ha aprovechado la debilidad actual de Canadá, para imponer su tesis de que los cárteles del narcotráfico son “organizaciones terroristas”. Esta calificación justificaría la intromisión de militares norteamericanos en los asuntos internos de sus vecinos y la detención de personas sin intervención judicial.

Para iniciar su maniobra de ocupación de todo el subcontinente norteamericano, el presidente Donald Trump había anunciado ya el 23 de enero la creación de un sistema de defensa antiaérea “Cúpula de Hierro”. Las fuerzas armadas de Estados Unidos han tomado conciencia recientemente de que el sistema actual protege sólo ciertas partes del territorio estadounidense y no es capaz de destruir drones ni cohetes hipersónicos. 

Sin embargo, el problema principal de Trump no reside ni en los aranceles impuestos a sus vecinos y a China ni en el escudo de seguridad que el Pentágono quiere montar. Su verdadero problema está en la deuda pública norteamericana. Washington ha acumulado una deuda de 36 billones de dólares, pero sólo tiene ingresos anuales por impuestos de algo así como 5,5 billones. Desde 2021 el endeudamiento ha aumentado en 80%. Esta deuda es un gigantesco negocio para los grandes bancos, porque el Tesoro norteamericano nunca declarará la bancarrota y, por lo tanto, el pago de los intereses por los bonos de la deuda que coloca en la Bolsa está asegurado. Desde 1971, cuando se decretó la flotación libre del dólar, EE.UU. transfirió a todo el mundo el pago de su deuda imprimiendo dólares. Con la baja de la cotización de su divisa frente al oro, la Reserva Federal licuó la deuda pública del país y al mismo tiempo inundó el planeta con papeles verdes sin valor, pero que sirven para especular. 

Sin embargo, el problema amenaza con desbordar todo control. La economía occidental ha entrado en lo que los especialistas llaman “la espiral de la deuda”: para atraer interesados en comprar bonos de la deuda norteamericana, las tasas de interés internas deben mantenerse altas. Esta suba en el costo de la divisa internacional de cambio más usada encarece tanto los insumos transados en el mercado internacional como el crédito del que muchos países dependen, precisamente, para pagar las deudas que se han generado en etapas anteriores. La exacción del trabajo colonial del Sur Global (y ahora también de Europa) permite “rascar el fondo de la olla”, para proveer a Wall Street de dólares frescos, sin que se produzca (todavía) una explosión inflacionaria. No obstante, este juego tiene su límite en la paciencia de los pueblos, ya pronta a agotarse.

Con escaramuzas como la de este fin de semana Donald Trump puede alcanzar rápidamente el control político-militar del subcontinente y relativizar la influencia china, pero, si no puede utilizar la renta pública para el desarrollo de la infraestructura de comunicaciones y transportes a lo largo y a lo ancho de todo su área de dominio, no se creará el mercado continental que su industria necesita, para recuperar la vanguardia mundial. El presidente necesita imponer a los banqueros la baja de la deuda pública y la reconducción del crédito hacia la producción.

No va a ser tan fácil. En la primera reunión de política monetaria de la era Trump, después de tres recortes sucesivos en los tres últimos cónclaves, el miércoles 29 la FED mantuvo la tasa sin cambios en 4,50%. 

Sin plata el dominio norteamericano sobre su subcontinente será una cáscara vacía que pronto será rellenada por los chinos. Si Donald Trump quiere disputar a China el liderazgo mundial, tiene que doblegar a los banqueros y financistas. De lo contrario, “la espiral de la deuda” va a estallar en el futuro próximo en algún lado y va a desmoronar el edificio de papel del capitalismo norteamericano y ningún “cordón sanitario” en torno a América del Norte podrá evitarlo.

POR Aleksandr Dugin

La revolución de Trump

En estos momentos todos en Rusia y en el mundo se encuentran perplejos: se preguntan, ¿qué está pasando en los Estados Unidos? Sólo unos pocos expertos de nuestro país – en particular Alexander Yakovenko – comprenden realmente la importancia de los cambios que ocurren en los Estados Unidos. Yakovenko dijo con razón que “es una revolución”. Y realmente lo es.

El presidente electo Trump y su grupo de colaboradores más cercanos, entre los que destaca el apasionado Elon Musk, están realizando una actividad casi revolucionaria. Trump aún no ha tomado posesión de su cargo, algo que ocurrirá el 20 de enero, pero América y Europa ya han empezado a temblar. Se trata de un tsunami ideológico y geopolítico que, francamente, nadie esperaba. Muchos esperaban que, una vez elegido, Trump – como ocurrió en parte en el primer mandato de su presidencia – volviera a una política más o menos convencional, aunque con rasgos carismáticos y espontáneos. Sin embargo, ya se puede decir que no será así. Trump es una revolución. Precisamente en este periodo antes del traspaso del poder de Biden a Trump es cuando tiene sentido analizar de la manera más seria posible lo que está pasando en los Estados Unidos, porque, sin duda, algo está pasando allí, y es algo muy importante.

El Estado Profundo y la historia del ascenso estadounidense

En primer lugar, habría que aclarar cómo en primer lugar – dado el poder del Estado Profundo – pudo Trump haber sido elegido en primer lugar. Esto requiere una explicación bastante extensa.

El Estado Profundo en EEUU es el núcleo del aparato estatal donde se encuentra su élite ideológica y económica. El Estado, las empresas y la educación en EEUU son un único sistema de vasos comunicantes que no se encuentra para nada separados. A esto se añaden las tradicionales sociedades secretas y clubes estadounidenses que solían desempeñar el papel de centros de comunicación entre las élites. Todo este complejo suele denominarse Estado Profundo. En este caso, los dos partidos principales – los demócratas y los republicanos – son dos caras de la misma moneda que expresan variaciones de un único modelo ideológico-político y económico encarnado por el Estado Profundo. El equilibrio entre ellos está diseñado sólo para corregir algunos puntos menores, manteniendo una conexión con la sociedad en su conjunto.

Tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos pasó por dos etapas: la época de la Guerra Fría con la URSS y el campo socialista (1947-1991) y el periodo del mundo unipolar o “fin de la historia” (1991-2024). En la primera etapa, EEUU era un socio igualitario con la URSS, y en la segunda, derrotó completamente a su oponente y se convirtió en la única superpotencia (o hiperpotencia) mundial político-ideológica. El Estado Profundo – no los partidos ni ninguna otra institución – se convirtió en el sujeto-portador de esta idea de la dominación mundial.

Desde la década de 1990 esta dominación empezó a adquirir el carácter de una ideología liberal de izquierdas. Su fórmula era una combinación de los intereses del gran capital internacional y la cultura individualista progresista. Esta estrategia fue adoptada en su mayor parte por el Partido Demócrata estadounidense y entre los republicanos contó con el apoyo de los “neoconservadores”. La idea principal era la convicción de que sólo quedaba por delante un crecimiento lineal y constante: tanto de la economía estadounidense como de la economía mundial, así como la expansión planetaria del liberalismo y de los valores liberales. Todos los Estados y sociedades del mundo parecían haber adoptado el modelo estadounidense: democracia política representativa, economía de mercado capitalista, ideología individualista y cosmopolita de los derechos humanos, tecnología digital, cultura posmoderna centrada en Occidente. El Estado profundo estadounidense compartía esta agenda y actuaba como garante de su imposición en la realidad.

Samuel Huntington y la invitación a corregir el rumbo

Sin embargo, ya desde principios de la década de 1990 se alzaron voces entre los intelectuales estadounidenses que advertían de la falacia a largo plazo de este planteamiento. Samuel Huntington fue quien mejor expresó esta postura al pronosticar un “choque de civilizaciones”, la multipolaridad y una crisis de la globalización centrada en Occidente. En su lugar, sugirió que la identidad estadounidense debía reforzarse en lugar de diluirse y que las demás sociedades occidentales debían unirse en el marco de una única civilización occidental, ya no global, sino regional. Pero en aquel momento parecía que esto no era más que el exceso de cautela por parte escépticos particulares. Y el Estado Profundo se puso totalmente del lado de los optimistas del “fin de la historia”, es decir, de Francis Fukuyama, el principal oponente de Huntington. Esto es lo que explica el curso continuo de los sucesivos presidentes de EE.UU.: Clinton, Bush, Obama (aunque la primera presidencia de Trump no encaja en esta lógica) y Biden. Tanto demócratas como republicanos (Bush hijo) expresaron una única estrategia político-ideológica del Estado Profundo: globalismo, liberalismo, unipolaridad y hegemonía.

Un rumbo tan optimista para los globalistas comenzó a enfrentarse a problemas ya a principios de la década de 2000. Rusia dejó de seguir ciegamente a Estados Unidos y empezó a reforzar su soberanía. Esto se hizo especialmente notable después del discurso de Putin en Munich en 2007, los acontecimientos en Georgia 2008 y culminó con la reunificación con Crimea en 2014 y el inicio de la Operación Militar Especial en el 2022. Todo esto iba completamente en contra de los planes de los globalistas. China, especialmente bajo el mandato de Xi Jinping, comenzó a aplicar una política independiente, beneficiándose de la globalización, pero levantando una dura barrera contra ella en cuanto su lógica entraba en conflicto con los intereses nacionales y amenazaba con debilitar la soberanía. En el mundo islámico crecían las protestas esporádicas contra Occidente, tanto a nivel de deseo de mayor independencia como de rechazo a los valores liberales que se imponían. En la India el Primer Ministro N. Modi llegó al poder con ayuda de los nacionalistas de derechas y los tradicionalistas. El sentimiento anticolonial comenzó a crecer África y los países de América Latina empezaron a sentirse cada vez más independientes de Estados Unidos y de Occidente en general. Esto llevó a la creación de los BRICS como prototipo de un sistema internacional multipolar en gran medida independiente de Occidente.

El Estado Profundo estadounidense se enfrenta a un grave problema: seguir insistiendo en su proyecto e ignorar el crecimiento antagonismo mundial, tratando de suprimirlo a través de los flujos de información, las narrativas dominantes y, finalmente, mediante la censura directa en los medios de comunicación y las redes sociales, o tener en cuenta estas tendencias y buscar una nueva respuesta a las mismas, cambiando su estrategia básica ante una realidad que ya no se corresponde con la valoración subjetiva de una serie de analistas estadounidenses.

Trump y el Estado Profundo

La primera presidencia de Trump todavía parecía un accidente, un fallo técnico. Sí, Trump llegó al poder en medio de una ola de populismo, apoyándose en aquellos círculos estadounidenses que cada vez más se daban cuenta de la inaceptabilidad de la agenda globalista y rechazaban lo woke (término usado por el liberalismo de izquierda para hablar del hiperindividualismo, políticas de género, feminismo, LGBT*, cultura de la cancelación, promoción de la migración, incluida la migración ilegal, teoría racial crítica, etc.). Fue entonces cuando se empezó a hablar del Estado Profundo en Estados Unidos. Había una contradicción creciente entre éste y el sentir de las amplias masas populares.

Pero entre 2016 y 2020 el Estado Profundo no tomó en serio a Trump y este último no logró aplicar reformas estructurales como presidente. Tras el final del primer mandato de Trump, el Estado Profundo respaldó a Biden y al Partido Demócrata, impulsando las elecciones y ejerciendo una presión sin precedentes sobre Trump, viéndolo como una amenaza para la unipolaridad globalista que Estados Unidos había estado siguiendo durante décadas con cierto éxito. De ahí el lema de campaña de Biden: Build Back Better, es decir, “Volvamos a construir, pero mejor”. Esto significaba: tras el “fracaso” de la primera administración Trump deberíamos volver a implementar la agenda liberal globalista.

Pero todo cambió entre 2020 y 2024. Aunque Biden, apoyándose en el Estado Profundo, restauró el curso anterior esta vez tuvo que demostrar que todos los indicios de la crisis del globalismo no eran más que “propaganda del enemigo”, “obra de agentes de Putin o China” y “maquinaciones de grupos marginales internos”.

Biden, apoyándose en la cúpula del Partido Demócrata estadounidense y en los “neoconservadores”, trató de presentar sus argumentos de tal manera que defendía que no se trataba de una crisis real, ni de problemas, ni del hecho de que la realidad contradecía cada vez más las ideas y los proyectos de los liberal-globalistas, sino de la necesidad de aumentar la presión sobre sus oponentes ideológicos: infligir una derrota estratégica a Rusia, frenar la expansión regional de China (el proyecto del Cinturón y la Franja), sabotear a los BRICS y otras tendencias de la multipolaridad, suprimir las tendencias populistas en EEUU y Europa e incluso eliminar a Trump (legal, política y físicamente). De ahí el fomento de métodos terroristas y el endurecimiento de la censura liberal de izquierdas. De hecho, fue bajo Biden cuando el liberalismo se convirtió finalmente en un sistema totalitario.

El Estado Profundo siguió apoyando a Biden y a los globalistas (entre sus representantes más significativos en Europa estaban Boris Johnson y Keir Starmer, Emmanuel Macron y Ursula von der Leyen). Las estructuras del ultra-globalista Soros también se han vuelto extremadamente activas, no sólo penetrando en todas las instituciones europeas, sino también desarrollando una actividad frenética para derrocar a Modi en la India, para preparar nuevas revoluciones de colores en el espacio post-soviético (Moldavia, Georgia, Armenia) y derrocar regímenes neutrales o incluso hostiles a los globalistas en el mundo islámico, como era el caso de Bangladesh y Siria.

Pero esta vez el apoyo del Estado Profundo estadounidense a los globalistas no fue incondicional, sino condicional. Biden y sus seguidores tenían que ganar, demostrando que no había nada malo con el globalismo y que se trataba de un problema técnico que podía resolverse con violencia ideológica, mediática, económica, política y terrorista. Fue el Estado Profundo el que actuó como juez en este caso.

Biden perdió la confianza del Estado Profundo

Pero Biden no tuvo éxito por múltiples razones. La Rusia de Putin no se rindió y soportó una presión sin precedentes: sanciones, un enfrentamiento con el régimen terrorista ucraniano, que contaba con el apoyo de todos los países occidentales, desafíos a la economía y un fuerte descenso en la venta de recursos naturales y la incapacidad de acceder a la alta tecnología. Rusia superó todo esto y Biden no consiguió ganarle a Rusia. China tampoco dio marcha atrás y prosiguió su guerra comercial con EE.UU. sin sufrir pérdidas críticas. Modi no fue derrotado en la campaña electoral. Los BRICS celebraron una excelente cumbre en Kazán, en el territorio de Rusia, la cual está en guerra con Occidente. Se produjo el ascenso de la multipolaridad. Israel, violando todas las reglas y normas internacionales, cometió un genocidio contra Gaza y Líbano, anulando cualquier retórica globalista, y Biden no tuvo más remedio que apoyarlo.

Lo más importante es que Trump no se rindió, consolidando el Partido Republicano a su alrededor a una escala sin precedentes y continúo radicalizando la agenda populista. De hecho, en torno a Trump surgió gradualmente una ideología independiente. Su tesis principal era que el globalismo había sido derrotado y que su crisis no era obra de sus enemigos o de la propaganda, sino del estado actual del mundo. En consecuencia, era necesario seguir el camino de S. Huntington, no el de Fukuyama, volver a la política del realismo y a las raíces de la identidad americana (más amplia – occidental), dejar los experimentos woke y las perversiones. En una palabra, ajustar la ideología americana a los canones del liberalismo clásico temprano, basado en el proteccionismo y el nacionalismo. Ese es el proyecto de MAGA: Make America Great Again.

El Estado Profundo cambió sus prioridades

Precisamente porque Trump logró defender su posición en el horizonte del espacio ideológico estadounidense, el Estado Profundo no dejó que los demócratas lo eliminaran. Biden (también debido al atrofiamiento de sus facultades) fracasó en su proyecto del Build Back Better, no convenció a nadie y eso llevó a que el Estado Profundo reconociera la crisis del globalismo y sus viejos métodos de difusión.

Por eso esta vez le dio a Trump la oportunidad de ser elegido e incluso de reunir a su alrededor a un grupo radical de trumpistas ideológicos, representados por figuras tan pintorescas como Elon Musk, J.D. Vance, Peter Thiel, Robert Kennedy Jr., Tulsi Gabbard, Kash Patel, Pete Hegseth, Tucker Carlson e incluso Alex Jones.

El problema es el siguiente: el Estado Profundo estadounidense, habiendo reconocido a Trump, se ha dado cuenta de la necesidad objetiva de revisar la estrategia global ideológica, geopolítica, diplomática, etcétera, de los Estados Unidos. Todo será sujeto a una minuciosa revisión a partir de ahora. Trump y el trumpismo, o más ampliamente el populismo, resultaron ser no un fallo técnico, no un cortocircuito accidental, sino una manifestación de una crisis real y fundamental del globalismo e incluso su fin.

El actual mandato de Trump no es sólo un episodio en la alternancia de demócratas y republicanos que perseguían los mismos objetivos custodiados y apoyados por el Estado Profundo independientemente de los resultados electorales de los partidos, sino que se trata del comienzo de un nuevo giro en la historia de la hegemonía estadounidense. Es una profunda revisión de su estrategia, su ideología, su diseño y sus estructuras.

El trumpismo como posliberalismo

Analicemos ahora de cerca los contornos ideológicos del trumpismo. El vicepresidente Vance se autodenomina explícitamente “posliberal”. Esto significa una ruptura completa y total con el liberalismo de izquierdas que se ha establecido en Estados Unidos en las últimas décadas. El Estado Profundo, que no tiene ideología alguna, está ahora aparentemente dispuesto a aceptar esta revisión del liberalismo e incluso promocionar un desmantelamiento del mismo. Así, ante nuestros ojos, el trumpismo está adquiriendo los rasgos de una ideología independiente, en muchos aspectos directamente opuesta al liberalismo de izquierdas que dominaba hasta hace muy poco.

El trumpismo como ideología es heterogéneo y tiene varias corrientes, pero su estructura general ya está más o menos clara. En primer lugar, el trumpismo niega el globalismo, el liberalismo de izquierdas (progresismo) y lo woke.

El trumpismo como negación del globalismo

El trumpismo rechaza abiertamente el globalismo, es decir, creer que toda la humanidad es un mercado único y un espacio cultural donde las fronteras entre los Estados-nación son cada vez más difusas debido a que los mismos Estados las suprimen progresivamente, transfiriendo sus competencias a autoridades supranacionales (como la UE). Los globalistas creen que esto conducirá al establecimiento de un Gobierno Mundial, como han declarado explícitamente Klaus Schwab, Bill Gates y George Soros. Todos los habitantes de la Tierra se convierten en ciudadanos del mundo (cosmopolitas) y reciben los mismos derechos en el contexto de un entorno económico, tecnológico, cultural y social común. La agenda de la pandemia y medioambiental son una herramienta de ese proceso conocido como el Great Reset.

Eso es completamente inaceptable para el trumpismo. En su lugar, el trumpismo insiste en la preservación de los Estados-nación o en su integración en civilizaciones, al menos en el contexto de la civilización occidental, donde el papel de Estados Unidos es unir a Occidente en torno a sí mismo. Pero unirse no bajo la égida de la ideología liberal globalista, sino bajo el estandarte del trumpismo. Esto recuerda mucho a S. Huntington, que abogaba por la consolidación de Occidente como un medio para confrontar a otras civilizaciones. En general, a esto se le denomina “realismo” en las relaciones internacionales, que reconoce la soberanía nacional y no exige su abolición. Un corolario del rechazo al globalismo es la crítica a la vacunación y a la agenda verde. En este caso, figuras como Bill Gates y George Soros son consideradas la encarnación del mal.

El trumpismo como anti-wokismo

Los trumpistas igualmente se oponen a la ideología woke (literalmente despierto) que consistente en:

⦁ En la política de género y la legalización de la perversión;

⦁ En la teoría racial crítica que llama a los pueblos anteriormente oprimidos a vengarse de los blancos;

⦁ En el fomento de la migración, incluida la ilegal;

⦁ En la cultura de la cancelación y la censura liberal;

⦁ Y el postmodernismo.

En lugar de estos valores “progresistas” y antitradicionales de los liberales, el trumpismo llama a volver a los valores tradicionales (como los entiende EEUU y la civilización occidental), siendo esta una ideología anti-wokista.

En lugar de la teoría de la infinidad de géneros posibles se proclama que solo existen dos géneros naturales. Los transexuales y la comunidad LGBT* son considerados como perversiones marginales y no como una norma social. Se rechaza el feminismo y su virulenta crítica de la masculinidad y el patriarcado, lo que significa que la masculinidad y el papel de los hombres en la sociedad recuperan su posición central. Ya nadie tiene que pedir perdón por ser hombre. Por eso al trumpismo se le llama a veces bro-revolution, “la revolución de los hombres”.

En lugar de la teoría racial crítica se proclama la rehabilitación de la civilización blanca, pero el racismo blanco sólo es característico de las corrientes más extremistas del trumpismo. Por lo general, se limita a un simple rechazo de la crítica a los blancos por parte de los no blancos, siempre y cuando estos últimos no exijan el arrepentimiento obligatorio de los blancos.

Trumpismo vs. migración

El trumpismo exige restricciones a la inmigración y la prohibición total de los inmigrantes ilegales con su deportación. Los trumpistas exigen una identidad nacional común: se supone que todos los que llegan a las sociedades occidentales procedentes de otras civilizaciones y culturas deben aceptar los valores tradicionales occidentales, en lugar de dejarlos hacer lo que quieran como insiste el multiculturalismo liberal. El trumpismo es especialmente duro contra los inmigrantes ilegales y el flujo de inmigrantes procedentes de América Latina, que está cambiando el equilibrio étnico en Estados enteros, donde los latinos se están convirtiendo en mayoría. Además, les preocupan las comunidades islámicas, que también están en constante crecimiento y no aceptan categóricamente las actitudes y exigencias occidentales (sobre todo teniendo en cuenta que los liberales no les exigieron que lo hicieran, sino que, por el contrario, consintieron a las minorías de todas las maneras posibles). Desde otro punto de vista, principalmente económico, los trumpistas tienen una actitud extremadamente negativa hacia China y sus negocios en EEUU. Muchos de ellos exigen la confiscación directa de los territorios e industrias que posee China en Estados Unidos.

Los afroamericanos no son considerados un gran problema, pero cuando empiezan a unirse en comunidades políticas agresivas como BLM (Black Lives Matter) y convierten a criminales y drogadictos en héroes (como en el caso de George Floyd), los trumpistas reaccionan con dureza y decisión. Está claro que la historia de Floyd y su “canonización” pronto será revisada.

El trumpismo frente a la censura liberal de izquierdas

Los trumpistas se oponen totalmente a la censura liberal de izquierdas bajo el pretexto de la corrección política y la lucha contra el extremismo, los liberales han construido un elaborado sistema de manipulación de la opinión pública, aboliendo de hecho la libertad de expresión, tanto en los principales medios de comunicación como en las redes sociales que controlan. Cualquiera que se opusiera mínimamente o se desviara de la agenda liberal de izquierdas era inmediatamente tachado de “extrema derecha”, “racista”, “fascista” y “nazi”, siendo sometido a la exclusión, ataques constantes, persecución legal e incluso la cárcel. La censura se hizo gradualmente total y el trumpismo, junto con otros movimientos antiglobalistas (principalmente en Rusia), así como las corrientes populistas europeas o los partidarios de la multipolaridad, se convirtieron en su objetivo principal.

Las élites liberales consideraron abiertamente a los ciudadanos de a pie como elementos débiles e inconscientes de la sociedad y redefinieron la democracia, ya no como el “gobierno de la mayoría” sino como el “gobierno de la minoría”. Todo lo que no coincidía con la agenda liberal de izquierdas era etiquetado como “noticias falsas”, “propaganda de Putin”, teorías conspirativas y opiniones extremistas peligrosas que requerían medidas punitivas. Así, la zona de lo aceptable se redujo drásticamente y todo lo que difería de los dogmas del liberalismo woke y ultraizquierdista fue reconocido como inadmisible, perseguido y atacado. Esto se aplicó a todos los principios del liberal-mundialismo: género, migración, teoría racial crítica, vacunación, etcétera. De hecho, el liberalismo se volvió totalitario y totalmente intolerante, entendiendo por “inclusividad” únicamente a quienes apoyaban el liberalismo.

El trumpismo rechaza radicalmente esto y exige el retorno de la libertad de expresión, abolida gradualmente en las últimas décadas. No se debe dar preferencia a ninguna ideología y se debe defender la libertad de opinión de todo el espectro ideológico, desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda, siendo ese uno de los elementos centrales del trumpismo.

Trumpismo vs. postmodernismo

Los trumpistas también rechazan el posmodernismo, que suele asociarse a las tendencias liberales de izquierda “progresistas” en la cultura y el arte. Al mismo tiempo, el trumpismo aún no ha desarrollado su propio estilo y se limita a desplazar a la cultura posmodernista de su pedestal y a reclamar una diversificación de las actividades culturales. En general, el posmodernismo y su inherente nihilismo activo son opuestos a la defensa del trumpismo de los valores tradicionales: religión, deporte, familia, moralidad, etc. En su mayoría, los partidarios del trumpismo no son intelectuales sofisticados y exigen más bien una relativización de la dictadura posmoderna y una reconsideración de convertir al arte en algo degenerado.

Pero algunos ideólogos del trumpismo, por el contrario, proponen asumir la posmodernidad como tal de manos de los liberales de izquierda y construir un posmodernismo alternativo, un “posmodernismo de derecha”, por así decirlo. Llaman a adoptar el principio de la ironía y la deconstrucción, volviéndolo contra las fórmulas y cánones liberal izquierdistas, aunque anteriormente se hayan utilizado contra los tradicionalistas y conservadores.

Ya en la primera campaña electoral de Trump, sus partidarios se unieron en la plataforma 4chan, iniciando una producción en serie de memes irónicos y discursos absurdistas burlándose y provocando deliberadamente a los liberales. Algunos de ellos (como Curtis Yarvin o Nick Land) fueron incluso más allá y plantearon la tesis de una “Ilustración Oscura”, ofreciendo una lectura contraliberal de la misma e incluso pidiendo la instauración de una monarquía en EE.UU. El segundo al mando de Trump y que sin duda aseguró su victoria, Elon Musk, combina los valores tradicionales y la política de derechas con una carrera futurista hacia el futuro y un énfasis en el desarrollo tecnológico, algo posmoderno. Peter Thiel, uno de los mayores empresarios de Silicon Valley, sigue la misma línea.

De Hayek a Soros y viceversa.

La historia política de la humanidad en el último siglo, desde el punto de vista de los liberales de izquierda, ha pasado del liberalismo clásico a su versión izquierdista e incluso de extrema izquierda. Mientras que los liberales clásicos permitían las perversiones, pero sólo a nivel individual, nunca las convirtieron en norma, y mucho menos en ley. Los liberales progresistas han hecho exactamente lo contrario a lo que hacían los viejos liberales: han empezado a erradicar cualquier forma de identidad colectiva, llegando el individualismo hasta el absurdo.

Podemos rastrear este proceso a través del ejemplo de tres figuras icónicas de la ideología liberal del siglo XX: Friedrich von Hayek, el fundador del neoliberalismo, creía que debíamos rechazar cualquier ideología que prescribiera lo que un individuo debía pensar y hacer. Esto no dejaba de ser el viejo liberalismo clásico, que celebraba la libertad individual total y un mercado sin restricciones. Su discípulo Karl Popper desarrolló su crítica a las ideologías totalitarias del fascismo y el comunismo, lo que incluía a Platón y Hegel. Aunque los tintes totalitarios de Popper son ya claramente perceptibles. Popper llamaba a los liberales y partidarios del liberalismo como defensores de la “sociedad abierta”, y a todos los que piensan de otro modo los llamaba “enemigos de la sociedad abierta” e incluso prescribe que deben ser eliminados deliberadamente antes de que puedan perjudicar a la “sociedad abierta” o interferir en su formación. El discípulo de Popper, George Soros, da un paso más en esta dirección, llamando al derrocamiento de cualquier régimen antiliberal, apoyando a los movimientos más radicales – a menudo terroristas – que se oponen a regímenes tribalistas y castigando, criminalizando y eliminando sin piedad a los oponentes de la “sociedad abierta” en Occidente. Soros declaró que Trump, Putin, Modi, Xi Jinping y Orban eran sus enemigos personales y comenzó a luchar activamente contra ellos (utilizando el enorme capital obtenido a través de la especulación). Fue él quien ideó las revoluciones de colores en Europa del Este contra la antigua Unión Soviética al igual que en el mundo islámico,e incluso en el sudeste asiático y África. Apoyó plenamente medidas atroces para restringir las libertades personales durante la pandemia, promoviendo la vacunación universal forzosa y persiguiendo con dureza a cualquier disidente cobarde. El nuevo liberalismo se volvió descaradamente totalitario, extremista y terrorista.

El trumpismo propone invertir esta secuencia Hayek-Popper-Soros y volver al principio, es decir, al liberalismo permisivo antitotalitario y clásico de von Hayek. Algunos trumpistas van incluso más lejos y piden volver al tradicionalismo americano que precedió a la Guerra Civil estadounidense.

Contradicciones dentro del trumpismo

Nuestro anterior repaso da una idea de los contornos más generales de la ideología del trumpismo. Sin embargo, se puede observar que dentro del trumpismo existen varias corrientes, en parte antagónicas, dentro de un movimiento general. Todos los trumpistas comparten en mayor o menor medida los puntos antes mencionados, pero ponen sus acentos en uno u otro punto, incluso entrando en contradicción con otras corrientes del movimiento.

Una de las líneas divisorias es lo que recientemente se ha denominado “el conflicto entre los tecnócratas de derechas y los tradicionalistas de derechas”: la derecha tecnológica y la derecha tradicional. El líder indiscutible y símbolo de los tecnócratas de derechas es Elon Musk que combina el futurismo tecnológico (tech right), las promesas de un vuelo humano a Marte, el desarrollo de nuevas tecnologías con la promoción de valores conservadores y el apoyo activo al populismo de derechas. Su posición es bien conocida y ahora está siendo evaluada por Occidente.

Incluso antes de la toma de posesión de Trump, Musk comenzó a promover activamente una nueva agenda conservadora de derechas en su red social x.com, contraponiéndose a la agenda de Soros. Este último estaba tejiendo activamente una red liberal de izquierdas a nivel mundial, sobornando a políticos y cambiando regímenes en países hostiles a él, así como en países neutrales e incluso amigos. Ahora Elon Musk ha retomado esta tarea, y probablemente contará con el apoyo de Zuckerberg, el creador de Meta**, que recientemente se alineó con el trumpismo y prometió abolir la censura woke en sus redes Instagram** y Facebook**. Musk y el creador de PayPal Peter Thiel, junto con Zuckerberg, representan a los “tecnócratas de derechas”.

Pero dentro de Estados Unidos existe otra línea trumpista representado principalmente por Steve Bannon, exasesor de seguridad nacional de Trump (durante su primer mandato). Bannon y sus partidarios han sido apodados “tradicionalistas de derecha” (trad right).

El conflicto surgió en torno a la concesión de permisos de residencia a inmigrantes legales, que Musk apoyó y Bannon rechazó tajantemente. Esto último articuló las posiciones del nacionalismo estadounidense, cuyos partidarios son también el apoyo electoral más importante de Trump, exigiendo procedimientos más complicados para obtener la ciudadanía estadounidense y esgrimiendo la tesis “América para los americanos”. Muchos apoyaron a Bannon, quien señaló a Musk que hacía poco que se había unido a los conservadores, mientras que los nacionalistas estadounidenses llevaban décadas luchando. Así es como en el trumpismo vemos las contradicciones entre el globalismo de derechas, el futurismo y la tecnocracia, por un lado, y el nacionalismo de derechas, por otro. Esta polémica ha sido abordada recientemente con ingenio por el cómico estadounidense antiwoke Sam Hyde.

Ha surgido otra línea de confrontación entre los trumpistas proisraelíes y antisraelíes. Es sabido que Trump, el vicepresidente Vance y Pet Hegseth, nominado como secretario de Defensa estadounidense en la nueva administración, se encuentran entre los partidarios incondicionales de Israel. La elección de Trump fue probablemente en parte consecuencia de su postura proisraelí y de su pleno apoyo personal a Netanyahu. El lobby judío es extremadamente fuerte en Estados Unidos.

Pero al mismo tiempo, realists como John Mearsheimer, Jeffrey Sachs o el famoso periodista inconformista y reportero de investigación Alex Jones no aceptan categóricamente esta vertiente del trumpismo, insistiendo en que Estados Unidos debería adoptar una visión más sobria del equilibrio de poder en Oriente Próximo y seguir una política de sus intereses directos, que la mayoría de las veces no coinciden en absoluto con los intereses de Israel. Al mismo tiempo, los partidarios de Trump pueden ocupar posiciones diferentes en estos dos asuntos. Por ejemplo, Alex Jones, que critica a Israel, apoya a Musk, mientras que el oponente de Musk, Steve Bannon, apoya a Israel.

Trumpismo y teoría generacional

Merece la pena decir unas palabras sobre la teoría generacional desarrollada hace algún tiempo por un par de autores, William Strauss y Neil Howe que servirá para explicar en cierta medida el lugar que ocupa el trumpismo en la historia política y social estadounidense.

Según su teoría en Estados Unidos existe un sistema de ciclos grandes (de unos 85 años, la duración convencional de la vida humana) y ciclos pequeños. Cada gran ciclo (saeculum, siglo) consta de cuatro partes o vueltas. Estas cuatro partes pueden considerarse como cuatro estaciones. La primera se llama “Alta” y se corresponde a la primavera. El segundo se llama “Despertar” y corresponde al verano. El tercero se llama “Desenvolvimiento” corresponde al otoño. Y la cuarta se llama “Crisis”, que se corresponde al invierno. Cada ciclo dura aproximadamente 21 años y va acompañado de una determinada generación. Por eso la teoría se denomina “teoría de las generaciones”. Se suele hacer referencia a ella cuando se utilizan expresiones como “la gran generación” (1900-1923), “la generación silenciosa” (1923-1943), “la generación del baby boom” (1943-1963), “la generación X” (1963-1984), “la generación Y” (1984-2004) o “la generación Z o millennials” (2004-2024).

La teoría Strauss-Howe describe los años 40-50 del siglo XX como la primera generación del gran ciclo. Se trata de la primera vuelta del “gran ciclo” que los autores denominan “Alto”. Este periodo se caracteriza por una poderosa movilización de la población, el auge social y el fortalecimiento de las instituciones sociales. Es una época de entusiasmo, optimismo, solidaridad y valores fuertes. Sigue el segundo ciclo: los años 60-70 del siglo XX, el “Despertar”. Es la época donde todo se centra en el mundo interior: la época de los hippies, los psicodélicos y las búsquedas espirituales. Paralelamente, se produce un giro hacia el individualismo (espiritual) y comienza la corrosión de la solidaridad social. Es la época de la música rock y la liberación de las costumbres. Luego llega el ciclo de la descomposición gradual: los años 80-90 del siglo XX, es decir, el “Desenvolvimiento”. Se pasa del individualismo espiritual al individualismo cotidiano y materialista. La sociabilidad se corroe y descompone. Los hippies y el rock clásico son sustituidos por el punk (sin futuro), el techno y la música industrial. De la década de 2000 a la de 2020 se produce el ciclo de la “Crisis”, el actual, marcado por el atentado terrorista de los fundamentalistas islámicos contra el Centro de Comercio Libre de Nueva York: el 11 de septiembre. Le sigue la intensa intervención de EEUU en diferentes partes del mundo, luego la pandemia y la guerra en Ucrania. El tejido social se desintegra por completo. El optimismo se desvanece. La sociedad degenera rápidamente. Es la agonía final del último ciclo donde republicanos incompetentes o demócratas imbéciles llegan al poder: Bush Jr., el narcisista de Obama, el viejo demente de Joe Biden. El individualismo promueve la legalización de la perversión, el wokismo, las políticas de género, el posthumanismo y la ecología profunda.

La elección del 2024 se dio en el contexto de la teoría generacional del cambio de ciclo (saeculum). El trumpismo representa el Nuevo Siglo y el momento del comienzo de un nuevo ciclo, uno “Alto”. Todas las tendencias del siglo anterior, y especialmente de la “Crisis”, se dejan de lado. El liberalismo en forma de wokismo es descartado. El próximo ciclo comienza con nuevas actitudes, principios y reglas. Trump pone fin a la “Crisis” y marca la transición hacia lo “Alto”.

Esta teoría generacional tuvo una recepción bastante favorable por parte de los académicos, pero cuando los liberales se dieron cuenta de que esta teoría estaba socavando su credibilidad ideológica, la atacaron mordazmente, tratando de demostrar que no era científica. Irónicamente, la disputa sobre si es científica o acientífica determinó el resultado de las elecciones de 2024 y la victoria de Trump sobre una parte del Estado Profundo. Es probable que algunas partes del Estado Profundo estén familiarizadas con la “teoría Strauss-Howe” y la consideren seriamente. En caso de ser real esta teoría, entonces no debe sorprendernos el rápido desmantelamiento que esta sufriendo el liberalismo de izquierdas y sus estructuras, no tiene sentido considerar el trumpismo como algo pasajero y temporal, tras lo cual habrá un retorno a todo lo anterior. Lo más probable es que ese retorno no vuelva a producirse, ya que el gran ciclo ha cambiado. Al menos si esta teoría es correcta. Hasta ahora parece bastante convincente.

La geopolítica del trumpismo

Pasemos ahora a otro aspecto del trumpismo: la política exterior, lo cual requiere que estudiemos en detalle el americanocentrismo y al expansionismo estadounidense.

Los ejemplos más claros son los anuncios de Trump sobre la anexión de Canadá como Estado 51, la compra de Groenlandia, el control del Canal de Panamá y el cambio de nombre del Golfo de México por el de Golfo de América. Todos estos son signos claros de un realismo ofensivo en las relaciones internacionales y, además, un retorno a la Doctrina Monroe después de un siglo de dominio de la Doctrina Wilson. La Doctrina Monroe del siglo XIX proclamaba que la prioridad de la política exterior estadounidense era establecer el control sobre el continente norteamericano y, en parte, sobre el sudamericano, con el fin de debilitar o eliminar la influencia de las potencias europeas del Viejo Mundo sobre el Nuevo Mundo. La Doctrina Wilson, esbozada tras la Primera Guerra Mundial, se convirtió en la hoja de ruta de los globalistas estadounidenses al desplazar el centro de atención de EEUU como Estado-nación a una misión planetaria de extender las normas de la democracia liberal a toda la humanidad y mantener sus estructuras a escala mundial. Los mismos Estados Unidos pasaron a un segundo plano frente a esta misión internacional.

Durante la Gran Depresión Estados Unidos se desinteresó por la Doctrina Wilson, pero tras la Segunda Guerra Mundial volvieron a ella. De hecho, ha dominado las últimas décadas. En este caso, por supuesto, no importaba quién fuera el dueño de Canadá, Groenlandia o el Canal de Panamá: todos ellos eran regímenes liberal-democráticos controlados por la élite globalista.

Hoy Trump cambia drásticamente este enfoque: los EE.UU. como Estado vuelve a “importar” y exige que Canadá, Dinamarca y Panamá se sometan ya no al Gobierno Mundial (que Trump está disolviendo), sino a Washington, los EE.UU. y el mismo Trump, como  líder carismático del ciclo de lo “Alto”. El mapa de Estados Unidos con cincuenta y un Estados (si se cuenta Puerto Rico), Groenlandia y el Canal de Panamá ilustra vívidamente este giro de la Doctrina Wilson a la Doctrina Monroe.

Desmantelamiento de los regímenes globalistas en Europa

Lo que más ha desconcertado a Occidente es la rapidez con la que los trumpistas, incluso antes de asumir el poder, han comenzado a aplicar su programa a nivel internacional. Por ejemplo, Elon Musk en la red social X comenzó una campaña activa en diciembre del 2024 para eliminar a los líderes indeseables (para los trumpistas) en los Estados Unidos de América. Anteriormente esto lo hacían las estructuras de Soros para favorecer a los globalistas. Musk, sin perder tiempo, comenzó a realizar campañas similares, pero sólo a favor de los antiglobalistas y populistas europeos como “Alternativa para Alemania” y su líder Alice Weidel, Nigel Farage en Gran Bretaña y Marine Le Pen en Francia. También contra el gobierno danés, que no quería renunciar voluntariamente a Groenlandia, y Trudeau en Canadá, que se oponía a que su país se convirtiera en el verdadero 51º Estado de EEUU.

Los globalistas europeos, que son eslabones de la red que estaba antes en el poder, estaban completamente desconcertados y objetaron la interferencia directa de EE.UU. en la política europea, a lo que Musk y los trumpistas señalaron razonablemente que en su momento ninguno de ellos se quejó de Soros y su interferencia. ¡Ahora ha llegado una nueva versión! Si EE.UU. es el señor del mundo, entonces obedezcan, al igual que obedecieron a Obama, Biden y Soros, es decir, al Estado Profundo.

Musk, y muy probablemente Thiel, Zuckerberg y otros magnates de las redes globales, han comenzado a desmantelar el sistema globalista – principalmente en Europa – y a llevar al poder a líderes populistas que comparten las ideas y estrategias de los trumpistas. Quienes encajan en su modelo serían la Hungría de Orbán, la Eslovaquia de Fico y la Italia de Meloni, es decir, aquellos regímenes que ya habían apostado por los valores tradicionales y se oponían a los globalistas con mayor o menor resistencia.

Pero los trumpistas pretenden cambiar el poder por cualquier medio necesario en el resto de los países, haciendo lo mismo que sus predecesores globalistas. Ahora bien, una campaña sin precedentes ha sido lanzada por Musk contra Keir Starmer en Gran Bretaña, donde ha sido expuesto como un apologista e incluso brindado apoyo a “bandas de inmigrantes y violadores paquistaníes en el Reino Unido”. Si un ataque tan duro viene de Washington, entonces los británicos lo toman en serio. Musk está haciendo algo similar contra Macron y los liberales alemanes que intentan frenar el ascenso del populismo de derechas de Alternativa para Alemania.

Europa ya era proamericana, pero ahora Washington cambió de ideología al menos en 90 grados, si es que no lo hizo en 180 grados. Y tal giro resulta insoportable para los gobernantes europeos, que acaban de aprender a seguir los deseos de su amo como obedientes animales amaestrados en un circo. Se les exige que denuncien de inmediato aquello a lo que han servido fielmente (o más bien, cínica y falsamente) y que juren lealtad a la nueva ideología trumpista. Algunos jurarán, otros se resistirán. Pero el proceso se ha puesto en marcha: los trumpistas están demoliendo a los liberales y globalistas en Europa siguiendo las ideas de Huntington. Los trumpistas necesitan un Occidente consolidado como civilización integrada geopolítica e ideológicamente. De hecho, hablan de crear un Imperio estadounidense abiertamente.

El consenso antichino del trumpismo

Otra línea fundamental de los trumpistas en política internacional es la oposición a China. Para ellos, representa una combinación de lo que odian del liberalismo de izquierdas y del globalismo: la ideología de izquierdas y el internacionalismo. La RPC encarna ambas cosas a sus ojos y la asocian con las políticas de los globalistas estadounidenses.

Por supuesto, la China moderna es un fenómeno mucho más complejo, pero el consenso trumpista es que China, como bastión de la civilización no blanca y no occidental, ha utilizado la globalización en su beneficio y no sólo se ha elevado a la categoría de polo independiente, sino que también ha comprado gran parte de la industria, los negocios y las tierras estadounidenses. La deslocalización de la industria al sudeste asiático en busca de mano de obra más barata ha despojado a EEUU de su potencial industrial, de su soberanía y ha hecho al país dependiente del exterior. Además, la ideología particular de China la hace ingobernable a los ojos de Washington. Los trumpistas culpan del milagro chino a los globalistas y China es su principal enemigo. En comparación con China, Rusia parece un problema secundario y, de momento, no interesa. En cambio, China se está convirtiendo en el enemigo número uno. Una vez más, toda la culpa del desorden mundial se atribuye a los globalistas estadounidenses.

La tendencia proisraelí del trumpismo

El segundo tema importante del trumpismo en política exterior es el apoyo a Israel y a la extrema derecha israelí. Ya hemos dicho que no existe consenso entre los propios trumpistas sobre el tema, pues existe una facción anti-israelí, pero en general la mayoría son proisraelíes debido a la teoría protestante del judeocristianismo, que asume la llegada del Masiaj judío como el momento de la conversión de los judíos al cristianismo y su rechazo del islam. La islamofobia de los trumpistas alimenta su solidaridad con Israel (y viceversa), lo que en general influye en su política hace el Oriente Medio.

En este sentido, el polo chií del islam, el más activo en su política antiisraelí, es visto por los trumpistas como el principal mal de todos. De ahí su violento rechazo a Irán, a los chiíes iraquíes y a los houthis yemeníes, así como a los alauíes de Siria. El trumpismo tiene un duro sesgo antichií y, en general, es leal al sionismo de derechas y de extrema derecha.

Trumpismo vs. Latinos

El factor latino es crucial desde el punto de vista de la política interior estadounidense. Aquí también es importante S. Huntington, que hace varias décadas llamó la atención sobre el hecho de que la principal amenaza para la identidad norteamericana y los WASP (White Anglo-Saxon Protestant, protestante anglosajón blanco) eran los flujos de inmigración latinoamericana, que tiene una identidad católica-latina completamente diferente. Hasta cierto punto, sostiene Huntington, los anglosajones fueron capaces de asimilar a otros pueblos por medio del melting pot, pero con los flujos masivos de latinos hacen eso imposible.

De ahí que la fobia hacia la migración en los Estados Unidos sea tan importante, especialmente su aversión a la migración masiva procedente de países latinoamericanos. Fue contra esta ola que Trump comenzó a construir el Gran Muro durante su primer mandato en la presidencia.

Esto también influye en la actitud del trumpismo hacia los países latinoamericanos: los ven como izquierdistas y una fuente de criminalidad. El regreso de la Doctrina Monroe significa que EE.UU. debe controlar a los países latinoamericanos, lo cual conduce directamente al deterioro de las relaciones con México y, en particular, el control total del Canal de Panamá.

El olvido de Rusia y Ucrania

Rusia parece ser un factor sin importancia en la política internacional de los trumpistas. No tienen una ideología rusofoba a priori como los globalistas, pero tampoco sienten mucha simpatía por Rusia. Hay algunos rusófilos entre los trumpistas que creen que Rusia es una parte de la civilización cristiana blanca y que resulta terrible e imprudente empujarla hacia los chinos. Pero son una minoría. Para la mayoría de los trumpistas, Rusia es simplemente irrelevante. Económicamente, no representa una competencia seria (a diferencia de China), no tiene una gran diáspora en los Estados Unidos y el conflicto con Ucrania es algo regional, sin importancia, que los globalistas (enemigos de los trumpistas) son responsables de provocar.

Por supuesto, sería bueno poner fin al conflicto en Ucrania, pero si esto no es posible, los trumpistas dejarán la solución a los regímenes globalistas europeos, que se agotarán y debilitarán en tal confrontación. Y esto solo beneficia a los trumpistas. Ucrania, por otra parte, no es algo importante y significativo y sólo llama la atención de los tumpistas por las para denunciar el aventurismo corrupto de un Obama y Biden. Por supuesto, en el conflicto ruso-ucraniano los trumpistas no son pro-rusos, pero no apoyan a Ucrania, especialmente como sucedió bajo la administración de Biden.

La multipolaridad pasiva del trumpismo

Merece la pena considerar la actitud del trumpismo ante la multipolaridad. La teoría de un mundo multipolar es difícilmente aceptable para ellos. El trumpismo es una nueva versión de la hegemonía estadounidense, pero la unipolaridad tiene aquí un contenido y una naturaleza completamente distintos al globalismo. En el centro del sistema mundial está Estados Unidos y sus valores tradicionales, es decir, el Occidente cristiano blanco, bastante patriarcal, pero que también reconoce la libertad, el individuo y el mercado. A todos los demás se les invita a seguir a Occidente o a quedar fuera de su zona de prosperidad y desarrollo.  No existe inclusividad, sino exclusividad. Occidente es un club al que hay que esforzarse para entrar.

Por lo tanto, a los trumpistas no les importan en absoluto las demás civilizaciones. Si insisten en su propio camino, que lo hagan. Es peor para ellos. Pero si quieren unirse a Occidente, tendrán que pasar una serie de exámenes. Y seguirán siendo sociedades de segunda clase. Es decir, no se trata de una multipolaridad activa y afirmativa, sino pasiva y permisiva: dicen que no podéis ser Occidente, sed vosotros mismos. Los trumpistas no van a construir un mundo multipolar, pero no tienen nada en contra. Surgirá de todos modos por un principio residual. No todo el mundo puede ser Occidente y el resto puede esforzarse por alcanzar este objetivo o aceptar seguir siendo ellos mismos.

Multipolaridad intraamericana

El elemento más importante de la ideología del trumpismo es que se concentra en los problemas internos de Estados Unidos. Las tesis de MAGA y America First lo enfatizan. Por eso los trumpistas se enfrentan al fenómeno de la multipolaridad no tanto en política exterior como en política interior. Sí, buscan establecer la hegemonía estadounidense sobre nuevas bases ideológicas, pero la política interior sigue siendo su prioridad. El trumpismo se enfrente principalmente con el mismo Estados Unidos y no le interesa la multipolaridad o las civilizaciones independientes.

La teoría del mundo multipolar considera que existen siete grandes civilizaciones: occidental, ruso-euroasiática, china, india, islámica, africana y latinoamericana. Todas ellas forman una estructura heptarquial, en la que algunos polos ya están consolidados en Estados-Civilizaciones, mientras que otros se encuentran en un estado virtual. Este (con el añadido de la civilización japonesa-budista) es exactamente el escenario que describió Huntington. En política exterior, el trumpismo no se preocupa demasiado por la heptarquía. A diferencia de los globalistas, los trumpistas no tienen interés en sabotear la multipolaridad y atacar a los BRICS, pero tampoco están claramente interesados en promover la multipolaridad. Por lo tanto, la heptarquía se deja de lado frente a la política interna, siendo esta última una prioridad. Estamos hablando de diásporas masivas y a veces muy significativas en Estados Unidos. Desde que se han abolido las normas del wokismo y la inclusividad, vuelve a ser posible hablar libremente de razas, etnias e identidades religiosas en EEUU.

El gran problema, como hemos visto, es la diáspora latina que amenaza la propia identidad WASP de Estados Unidos, la cual está erosionando rápidamente. De ahí la demonización de todo lo que se asocia con los latinos: la mafia étnica, el flujo de inmigrantes a través del muro, la distribución de drogas por parte de los cárteles latinoamericanos, el comercio de bienes vivos, etcétera. La imagen que los estadounidenses tienen de América Latina es negativa y destructiva. Por lo tanto, el polo latinoamericano es visto de forma oscura, lo que ya empieza a reflejarse en el deterioro de las relaciones con México. La Doctrina Monroe, que Trump ha hecho resurgir, presupone el dominio incondicional de EEUU en el Nuevo Mundo, lo que contradice claramente la formación de un polo independiente en América Latina. Aquí los trumpistas se radicalizarán más o menos.

El segundo factor interno es la creciente sinofobia. China es el principal competidor económico y financiero de EEUU, y la presencia de un poderoso factor chino en la economía norteamericana no hace sino exacerbar el tema. Este polo de la heptarquía tanto dentro como fuera de EEUU es considerado como hostil.

El mundo islámico ha sido tradicionalmente un adversario para los conservadores estadounidenses de derechas. El apoyo incondicional a Israel, por extremas que sean sus acciones, también está determinado en parte por la islamofobia. Las comunidades musulmanas están ampliamente representadas en los EEUU y en Occidente en su conjunto y los trumpistas son su enemigo.

El factor indio es completamente distinto. En la actualidad hay una enorme diáspora hindú en los Estados Unidos y en algunos sectores, sobre todo en Silicon Valley, predominan los hindúes. Los colaboradores más cercanos de Trump, como Vivek Ramaswamy y Kash Patel, son hindúes. El Vicepresidente Vance tiene una esposa hindú. Y Tulsi Gabbard, de etnia maorí de Hawai, ha adoptado el hinduismo como religión. Y aunque un segmento nacionalista de los trumpistas – en particular Steve Bannon y Ann Coulter – ha empezado recientemente a pronunciarse en contra de la creciente influencia de los hindúes en Estados Unidos y en el círculo íntimo de Trump, la actitud general de los trumpistas hacia la India como polo dentro y fuera de Estados Unidos es positiva. Además, no ocultan su aspiración de convertir a la India en el principal proveedor de mano de obra industrial barata en lugar de China. En otras palabras, la actitud hacia la civilización hindú es más bien positiva.

El problema de África como tal no preocupa mucho a los trumpistas, pero este polo se conceptualiza principalmente a través del problema de los afroamericanos dentro de Estados Unidos. Su consolidación racial en oposición a los blancos, promovida por los globalistas, es vista como una amenaza. Por lo tanto, es probable que aquí prevalezca el factor de una mayor asimilación del segmento afroamericano y la oposición a su aislamiento. Esto también afectará a la regularización de la emigración de los africanos en Estados Unidos.

Otro miembro de la heptarquía es Rusia. Pero, a diferencia de las demás civilizaciones, la presencia de rusos en EEUU es extremadamente limitada. No representan ninguna masa étnica y la mayoría de las veces están plenamente integrados en los sistemas socioculturales de EEUU, fusionándose con la población blanca junto con representantes de otras naciones europeas. Por eso Rusia como polo no es tomada en cuenta por los trumpistas. La URSS fue en su momento el principal oponente geopolítico de EEUU y de Occidente en su conjunto. A veces esta imagen se proyecta sobre la Rusia moderna, pero esta imagen hostil fue tan activamente explotada por los globalistas en la etapa anterior que ha agotado completamente su contenido negativo. Para los trumpistas Rusia es más bien indiferente y no hostil. Aunque hay corrientes tanto rusófobos como rusófilos (menos numerosas) dentro del trumpismo.

Así pues, las actitudes de los trumpistas hacia la multipolaridad vendrán determinadas en gran medida por los procesos intraestadounidenses.

Así pues, el trumpismo es una ideología. Tiene dimensiones tanto político-filosóficas como geopolíticas. Poco a poco, se expresará de forma más nítida y clara, pero ya es fácil identificar sus principales características.

Notas:

* El movimiento está reconocido como extremista y prohibido en el territorio de Rusia.

** La actividad de Meta (redes sociales Facebook e Instagram) está prohibida en Rusia por extremista.

Traducción de Juan Gabriel Caro River

FUENTE: https://www.geopolitika.ru/es/article/el-trumpismo-como-ideologia

Las nuevas derechas buscan deshumanizar en favor de minorías violentas y ultrapoderosas.

Por Gianni Tognoni (*)

Puede parecer un poco extraño dedicar un momento de atención a la situación de un país como Argentina, mientras el despliegue diario de “inhumanidad” por parte de Israel en Gaza, disfrazado de crónica y más allá de la “tregua” de estos días, hace intolerables incluso los ejercicios de calificación de gravedad criminal, en tanto de fondo tenemos los “normales” tiempos largos de la diplomacia ante el horror-masacre de las guerras: desde los escenarios de Oriente Medio, a Ucrania, Sudán, Myanmar…

De hecho, los informes oficiales afirman que la situación en Argentina y, más aún, su importancia para las relaciones con Italia-Europa-Mundo, no plantean ningún problema, y mucho menos preocupación. La presidenta del Consejo del Gobierno italiano donó, en una demostración de afecto ciertamente nada ceremonial, la ciudadanía italiana al presidente argentino cuando este visitó recientemente Roma, y Milei le había obsequiado unos días antes un modelo de motosierra como resumen de su propia concepción de las relaciones con la sociedad: todos ellos signos inequívocos, más allá de los acuerdos poco perfectos en las negociaciones del Mercosur sobre productos agrícolas, de una sólida coincidencia de objetivos y estilos de trabajo. Las últimas declaraciones políticas y económicas de los gobiernos de ambos países confirman que hay buenas razones para mirar al futuro con menos pesimismo.

Con sus problemas, y a pesar de los muchos misterios (por ejemplo el “descubrimiento” de los fondos para un ya más que mítico puente sobre el estrecho de Messina, al que corresponden increíbles recortes presupuestarios en escuelas e investigación), el presupuesto italiano ha sido aprobado, bien que exento de los pasajes parlamentarios propios de un sistema democrático.

Del otro lado del océano, algunos indicadores macroeconómicos dicen que el “riesgo país” ha disminuido, y que Argentina va por buen camino, si persiste en su obediencia rigurosa, sin peros, a los actores–controladores financieros nacionales e internacionales. Pero Dos Observatorios complementarios —Observatorio de la Deuda Social y Observatorio de Trabajo, Economía y Sociedad— plantean algunas dudas con datos que cuentan lo que ocurre cuando la vida de las personas atraviesa la economía de la motosierra.

La suma de pobreza e indigencia afecta hasta a 73% de la población; la gente puede morir, incluso suicidarse, porque varios medicamentos ya no son reembolsables, y han aumentado hasta 300% su precio; en un país exportador mundial de alimentos, la urgencia es una campaña nacional contra el hambre lanzada contra las políticas gubernamentales con un llamamiento del Premio Nobel Adolfo Pérez Esquivel; los sueldos de los empleados del Estado sufren un recorte constante de 22%; otra campaña pide, como parte de la resistencia a los recortes en un sistema universitario que siempre ha sido un modelo de accesibilidad y con altos niveles de investigación, que los sueldos de ningún profesor universitario, en caída libre, se sitúen por debajo del nivel de pobreza; se suspenden todos los fondos destinados a apoyar a los pueblos originarios, etc.

No es éste el lugar para elaborar extensas estadísticas, estratificadas aún más por las desigualdades de los territorios, de las poblaciones más o menos frágiles. Tampoco se trata de olvidar la línea más fundamental que pretende devolver los derechos a la verdad, justicia y memoria, y no sólo a los protagonistas de una de las dictaduras más trágicas de la historia (la dictadura de Assad en Siria lo recuerda ante los ojos de todos…), así como hacer inviables los instrumentos de investigación promovidos por Madres y Abuelas de desaparecidos (que se han convertido en un verdadero tesoro metodológico y operativo a nivel internacional) destinados a reconocer los grupos humanos que han tomado su nombre de aquellos miles, tantos, de “desaparecidos” de las represiones y masacres de los casi diez años de dictadura entre los años setenta y ochenta del siglo pasado.

Ciertamente, no sería difícil proponer datos que hagan decididamente coherentes las realidades argentina e italiana, más allá de las muchas diferencias, que reflejan historias infinitamente distintas: los crecientes y bien documentados niveles de pobreza, las crisis de la escuela a todos los niveles y de un sistema sanitario ejemplar, las privatizaciones… Añadimos otro dato no trivial, que es el capítulo de los migrantes, que en Argentina proceden de muchos países latinoamericanos, y son, como en Italia, poblaciones sin ninguna garantía jurídica.

La coherencia más fundamental, sin embargo, no está en los datos concretos, sino en los objetivos y en la lógica, de acuerdo con lo que también se ha destacado explícitamente de diversas maneras en las últimas semanas (como el Atreju, el festival de la juventud conservadora de Italia que asistió a Milei en Roma). La democracia es el enemigo lógico y estructural que hay que neutralizar en sus aspectos más fundamentales, como paso urgente, para dar paso a toda la violencia y rapidez necesarias para impedir cualquier oposición significativa, en el camino hacia una concentración de poderes políticos, perfectamente alineados y funcionales a los poderes económicos, sustancialmente privados, que imponen sus reglas. Nada nuevo, de hecho, en la lógica de estos mecanismos. Se trata de una sustitución progresiva, implícita, que se hace explícita, sin dar espacio a una dialéctica real con oposiciones que, por su propia falta de perspectivas, y por una cultura-memoria de dialécticas “democráticas”, se encuentran en una posición de inferioridad (¿temporal?), y de credibilidad por no poder jugar a “mentir” sistemáticamente con promesas de cambios imaginarios, que podrían atraer consensos.

La supresión de lo público en su acepción de “bien común” es esencial: la motosierra como símbolo de choque exhibida por Milei, y entregada a Meloni como signo recíproco de reconocimiento de papel y estilo, indica el diseño de una derecha en la que no hay lugar para las personas que son sujetos de derecho, y por tanto de palabra-autonomía-proyecto.

Ciertamente las “apuestas” de la democracia que existen en Italia, en su memoria y en las instituciones, imponen a los distintos diseños de Meloni tiempos de espera y alianzas. Milei es uno de los “mimos”, que puede y por lo tanto debe ser incluido-exhibido en una rosa de estados que aspira a convertirse en una plataforma capaz de crear, sin esfuerzo de pensamiento, por inercia-imitación, un área “afirmativa”, de todos los matices del negro: me refiero a un poder que vacíe la política de sus residuos de democracia sustantiva, para ser el interlocutor de las oligarquías privadas globales. Pensadas como aliadas, pero practicando, cada vez más abiertamente, ser las colonizadoras de un orden global libre de pueblos que “todavía” aspiran a tener un destino distinto al de “materias primas”.

La expresión más clara, más violenta, dada como evidente, del mimetismo de las democracias cero propuesto por Milei, y de hecho dominante, y evidente, en todos los modelos de desarrollo, es la desigualdad. Dice que el “paréntesis” de tiempo que siguió a la Segunda Guerra Mundial se ha cerrado. Los seres humanos ya no son todos iguales. Desde luego, no es Milei quien enseña esto. El Estado de Milei dice al Estado italiano, que desde hace años ha subido rápidamente en el ranking de los países más estructuralmente (es decir: programáticamente, inevitablemente) desiguales, y al partido político italiano en el poder, que la única verdadera reforma constitucional es posible, y por lo tanto necesaria, y que no se hace suprimiendo artículos, sino haciéndolos obsoletos: por olvido, o, mejor aún, porque son “ofensivos e impensables” para los poderes fácticos, nacionales y mundiales. El artículo 3 puede seguir vigente. Basta con no aplicarlo, ni siquiera citarlo, porque es confuso y ajeno, complejo. Sobre todo en sectores tan terrenales, cercanos a la gente, como la escolarización, la sanidad, los salarios, la vivienda: la Economía con mayúsculas no puede correr el riesgo de considerarlo una llave para deslegitimar todas las legalidades que le son independientes.

Al colonialismo de los oligarcas no le interesan las ideas ni los valores: el “pueblo” puede creer en ellos, puede perseguirlos, siempre que no fije plazos precisos. La desigualdad es perfecta como descriptor del desarrollo selectivo: transversal a todos los campos, siempre que su sostenibilidad sólo pueda ser evaluada por los que mandan; quienes, por tanto, deben garantizar, con normas precisas, la legalidad de la seguridad, que es un manto que puede extenderse más allá de lo imaginable.

Vuelvo al principio de esta reflexión. El silencio de la política de Estado, la impotencia del derecho internacional, la connivencia muy activa de las economías de guerra —al declarar punibles por razones de seguridad los pensamientos y prácticas de paz—, la evidencia de un genocidio negado por la prensa, hasta el asesinato de periodistas, personal de sanidad, con preferencia por los niños, por las bombas, el hambre, el frío, la mutilación, son el tejido de la manta extendida porque el 7 de octubre de 2023 se violó la seguridad de la marioneta de la democracia occidental.

Gaza es el pro memoriam de hasta dónde puede llegar la desigualdad: cuando la vida de las personas se asume como variable irrelevante, hasta la inexistencia, dependiente de definiciones como las de enemigo (declinada en todas sus definiciones “legalmente” reconocidas, como terrorista, o extranjero, etc), es la más omnicomprensiva, invade muy fácilmente la de lo no humano: desechable, descartado, producto inevitable de una u otra guerra.

(*) El autor es epidemiólogo, doctor en Filosofía y en Medicina y uno de los mayores especialistas mundiales en políticas sanitarias. Preside el Instituto de Investigaciones Farmacológicas Mario Negri en Milán, es desde hace muchos años el secretario general del Tribunal Permanente de los Pueblos, ex Tribunal Russell, y ha sido de consultor de numerosos organismos, entre ellos la Organización Mundial de la Salud.

FUENTE https://tektonikos.website/la-linea-milei-meloni-pasando-en-su-punto-mas-cruel-por-gaza/

JAVIER BENITEZ (Sputnik Internacional) entrevista a CARLOS PEREYRA MELE

El presidente de EEUU, Donald Trump, declaró que los países BRICS se enfrentarán a aranceles de 100% si no apoyan al dólar y buscan imponer una nueva moneda. Por otra parte, un medio estadounidense advierte que los planes de la Comisión Europea de imponer aranceles a los fertilizantes rusos serán «un triple fracaso».

Disparos con balas de fogueo

Trump afirmó en sus redes sociales que «no hay ninguna posibilidad de que los BRICS sustituyan al dólar estadounidense en el comercio internacional, ni en ninguna otra parte. Y cualquier país que lo intente debería decir: ¡hola a los aranceles y adiós a EEUU!».

AUDIO:

«Vamos a exigir a estos países, aparentemente hostiles, que se comprometan a no crear una nueva moneda de los BRICS ni apoyar ninguna otra moneda que sustituya al poderoso dólar estadounidense, o se enfrentarán a aranceles de 100% y tendrán que decir adiós a la posibilidad de vender [mercancías] a la maravillosa economía estadounidense», agregó.

«Comentaría esto con una vieja frase que se le atribuye a Galileo Galilei cuando salió del tribunal de la Santa Inquisición en el año 1633, que dicen que dijo ‘E pur si muove’: ‘y, sin embargo, se mueve’. Recordemos que se decía que todos los planetas giraban alrededor de la tierra, y no alrededor del sol, y Galileo sostenía la teoría real. Pero tuvo que abjurar de lo que había dicho», explica el Dr. Carlos Peryra Mele, director de Dossier Gepolítico.

En este sentido, añade que «esto viene en referencia» a la situación que plantea Trump. «Pareciese ser que el mundo no existe para esta nueva Administración de Donald Trump. Parece ser que el mundo, el planeta tierra, todos los países, todos los habitantes, todos sus recursos, todo, giran alrededor de un centro ‘único, estupendo, maravilloso’ que es EEUU de Norteamérica», ironiza el experto. Agrega que «la realidad es que el mundo es mucho más diverso y distinto de lo que plantea esta teoría, estos momentos que quiere implementar el Trump 2.0 en su segunda Administración».

Por otra parte, un medio estadounidense advierte que los planes de la Comisión Europea de imponer aranceles a los fertilizantes rusos debían suponer una «triple victoria» para la UE –medidas contra la generación de ingresos de Rusia, ayuda a la producción nacional de fertilizantes y prevención de subidas de precios–, pero «es más bien un triple fracaso».

Los fabricantes europeos de fertilizantes llevan meses advirtiendo de que, ante el recorte de las exportaciones de gas natural a Europa, Moscú está convirtiendo su gas barato en fertilizante barato y enviándolo a la UE. Algo que, según el medio, ha permitido a Rusia mantener un valioso flujo de efectivo.

Según el periódico, el plan «se arriesga a no mermar significativamente los ingresos de Rusia y a dejar en la estacada a los productores europeos de fertilizantes; mientras que los agricultores, que dependen del producto ruso barato para mantener sus costos bajos, dicen que no pueden permitirse los costos adicionales».

«La Unión Europea era un gigante económico, pero un enano en política exterior y cero [0] en geopolítica. Al transformarse hoy en día prácticamente en un brazo económico de la OTAN, que todos sabemos que es administrada y manejada por los EEUU, está sufriendo las consecuencias de esa falta de política estratégica propia, de doctrina económica propia, y se ha sumado al proyecto anglosajón, y quiso de alguna forma impedir el crecimiento de los que hoy en día también sigue amenazando, que son los BRICS», concluye Pereyra Mele.

FUENTE RADIO SPUTNIK INTERNACIONAL https://noticiaslatam.lat/20250204/aranceles-y-sanciones-estan-los-necios-y-luego-estan-eeuu-y-europa-1160978526.html

Muy profundo todo lo que dice JUAN ANTONIO AGUILAR
Y es pragmáticamente duro con la Unión Europea, y en su opinión de que la única solución para Europa es el derrumbe absoluto y de repente de su estructura oligárquica, tipo URSS, sin espacio ni tiempo para una liquidación programada.

¡¡UN ESTALLIDO!!

Y recuperar la vieja cultura que va desde las soberanías nacionales hasta la recuperación de la familia cómo embrión de un humanismo en comunidad.

Además de tejer alianzas justas entre los países europeos y apostar a alianzas racionales y pragmáticas con TODAS las potencias del globo.

Claramente, suena a utopía, tan «imposible» como «posible» fue la caída repentina de la potencia soviética.

29 enero, 2025 Eduardo Luque

Donald Trump se ha convertido en el máximo exponente de una nueva etapa en las relaciones internacionales. Podríamos calificarla como de «neoliberalismo soberanista». Este modelo combina el proteccionismo económico y las aspiraciones de un Estado fuerte que pretende expandirse. En ese proceso, el choque con otras potencias constituye una necesidad casi vital.

El modelo que inaugura Trump es la reacción directa al globalismo predominante en las últimas décadas. En este contexto, América Latina se transformará, como ya lo es, al igual que África, en un campo de disputa entre Estados Unidos y potencias como China o Rusia, países que buscan moldear la región según sus intereses estratégicos, aunque con métodos diametralmente opuestos a los norteamericanos.

En sus discursos, Trump enarbola la doctrina del «destino manifiesto», un concepto que se consolidó en el imaginario colectivo estadounidense en el siglo XIX y que justifica las aspiraciones expansionistas de este país. La idea nació y se expandió en los círculos protestantes blancos del denominado Segundo Gran Despertar entre 1795 y 1835. Fue el presidente William McKinley, muy admirado por Trump, quien defendió en aquel momento la política de aranceles y el expansionismo imperial. Siguiendo la estela del presidente decimonónico, Trump promete convertir a Estados Unidos en «la envidia de todos los países» mediante políticas que combinen el aislamiento estratégico y el intervencionismo selectivo. Desde el control del Canal de Panamá hasta la exploración de Marte, el “presidente” ha declarado su intención de proyectar la hegemonía estadounidense hacia horizontes «nuevos y bellos».

El ascenso del nuevo inquilino de la Casa Blanca marca no solo el declive del globalismo, sino que también arrastra a las instituciones que lo sostenían, como el FMI, el Banco Mundial, la OCDE o la propia ONU. Estos pilares del orden global de la posguerra se verán relegados o reformados bajo la presión de esta nueva doctrina. Figuras políticas como Giorgia Meloni en Italia, Viktor Orbán en Hungría y Jair Bolsonaro en Brasil encarnan o han encarnado variaciones locales de este modelo, lo que evidencia su alcance global.

El expresidente Biden, en su momento, mantuvo una política que reflejaba el globalismo tradicional representado por los demócratas. Aunque nominalmente la administración Trump represente otra cosa, no se producirá una ruptura absoluta entre un período y otro, sino que habrá una continuidad entre este viejo globalismo y el nuevo «neoliberalismo nacionalista». Trump propone un modelo económico que insiste en los procesos de acumulación por desposesión de forma acelerada. América Latina jugará un papel crucial debido a su proximidad geográfica y la riqueza de recursos naturales que alberga. Sin embargo, este cambio no está exento de contradicciones. Las élites dominantes, nacidas al calor de la globalización, han pugnado entre ellas y amenazan con fracturas internas ante la presión de este nuevo paradigma. Los «centros ideológicos y políticos» tradicionales se desdibujan, siendo sustituidos en la gobernanza mundial por reuniones y encuentros en los que los nuevos actores (la nueva oligarquía tecno-comunicacional nucleada alrededor de Trump) colisionan. No veremos, como se teoriza, la aparición de un “gobierno mundial” que gire en torno a la denominada clase capitalista transnacional (aunque el proceso de concentración de capitales, tal y como advertía Lenin, se acelere). Las contradicciones entre los diferentes grupos de poder lo impiden. Por otro lado, aún son necesarios los Estados y las normativas que construyen y que permiten a las grandes compañías maximizar sus beneficios.

Trump no escogerá el poder “blando” del que habla Emmanuel Todd, sino que optará por un enfoque más agresivo que combine políticas proteccionistas y acciones de fuerza para consolidar su hegemonía. Entramos en un espacio donde la violencia y la coacción serán, nuevamente, el pan nuestro de cada día.

Estados Unidos buscará sustituir las importaciones necesarias para su industria por materias primas provenientes del subcontinente latinoamericano, consolidando cadenas de valor regionales que respalden la economía de la metópoli. Sin embargo, esta estrategia afronta limitaciones. China se ha posicionado fuertemente, invirtiendo cientos de miles de millones para acceder a materias primas mediante la creación de infraestructuras portuarias y de telecomunicaciones de todo tipo, utilizando ampliamente créditos blandos. Vemos cómo personajes como Bolsonaro en su momento o Milei ahora, a pesar de su feroz anticomunismo, negocian con el gigante chino. Estados Unidos intentará contrarrestarlo recurriendo al intervencionismo militarizado y autoritario para mejorar su posición global. Esta nueva “ruta de la seda norteamericana” tendrá un enfoque coercitivo, en contraste con la aproximación económica de China. En un contexto de desglobalización y regionalización de las cadenas de valor, América Latina será el epicentro de esta disputa estratégica. Las presiones de Estados Unidos se incrementarán, utilizando pretextos como la «guerra contra las drogas» y otras narrativas que justificarán la presencia militar y el control territorial en la región.

Vamos a presenciar un desarrollo importante de las cadenas regionales de valor. Estas son redes de producción y comercio que se desarrollan dentro de una región específica. Por ejemplo, en América Latina, un país podría extraer materias primas, otro procesarlas y un tercero ensamblar los productos terminados. Estados Unidos pretende reinterpretar esta doctrina, centrándose en el proceso extractivo en el país vasallo, pero trasladando la producción, que incrementa el valor agregado, a los propios Estados Unidos. El nuevo comandante militar del Comando Sur, en su discurso de toma de posesión, lo señalaba: «Siempre estaremos allí para las naciones con ideas afines, que compartan nuestros valores, nuestra democracia, nuestro Estado de derecho y los derechos humanos».

Trump llama a la reindustrialización del país, mientras China opta por desarrollar las cadenas internacionales de valor que se extienden más allá de las fronteras regionales. Aunque todo esto puede ser solo un sueño, Norteamérica enfrenta retos inmensos, y no es menor la baja calidad educativa de su población, provocada por los sucesivos procesos de privatización que ha sufrido el sistema educativo. Accidentes como el del puerto de Baltimore enfrentan enormes dificultades para ser subsanados, mientras los incendios en Los Ángeles señalan las enormes flaquezas de las infraestructuras del país. Mientras tanto, el desarrollo tecnológico en China asombra por su tamaño y eficacia. China seguirá siendo la “fábrica del mundo”. En 2024, los grandes almacenes Walmart importaban de China por valor de 49.000 millones de dólares, el 11,2% de las importaciones norteamericanas desde ese país, que sumaron en ese período la friolera de 448.000 millones de dólares. Desde el más humilde clavo hasta la maquinaria más sofisticada comienzan a tener el marchamo de “made in China”. Trump pretende paliar la situación a golpe de aranceles, pero: ¿cómo suplir esas importaciones cuando se ha perdido, a lo largo de varias décadas, un tejido industrial que ha emigrado hacia China o India? Cuando se imponen tasas, los productos se encarecen. Al final, el perjudicado por efecto de la inflación es el propio consumidor norteamericano, puesto que hoy por hoy Norteamérica no tiene alternativa a las importaciones chinas.

Aunque Trump reniegue de la realidad, estamos inmersos en un proceso de transición energética global que demanda enormes cantidades de recursos estratégicos como litio, cobalto y níquel, muchos de los cuales se encuentran en América Latina. Entre 2025 y 2050, se cree que la demanda de estos materiales se multiplicará por diez. En este escenario, países como Bolivia, Argentina y Chile serán clave, no solo por su abundancia en recursos naturales, sino también por su capacidad para negociar con ambas potencias. Mientras China desarrollará infraestructuras viales y portuarias para facilitar el acceso a estos recursos, Estados Unidos intensificará su presencia militar en la región, justificando estas acciones con el pretexto de combatir amenazas como el narcotráfico o el terrorismo. La creación de bases militares en puntos clave, como las Islas Galápagos en Ecuador, es uno de los ejemplos más visibles de este enfoque. Esto exacerbará las desigualdades en la región y generará tensiones sociales y políticas.

El senador Marco Rubio es una figura clave en la administración de Trump y será un arquitecto importante de la política exterior hacia América Latina. De origen cubano y con una postura marcadamente hostil hacia la izquierda latinoamericana, Rubio ha promovido sanciones económicas y respaldará intervenciones políticas contra gobiernos progresistas en la región. Aún se recuerda cómo participó supervisando la operación en el golpe de Estado en Bolivia en 2019. Rubio también actúa como un enlace directo entre los intereses empresariales estadounidenses y las élites locales en América Latina, favoreciendo políticas que beneficien a Washington. Este enfoque garantiza, como hemos señalado, una continuidad entre el viejo globalismo de los demócratas y el «neoliberalismo nacionalista» promovido ahora por Trump.

La falsa nube de debate que quiere generar Trump es el narcotráfico. Existen dos modelos principales para abordar el problema. Por un lado, está el enfoque que busca atacar las causas estructurales, adoptado por países como México y Colombia. Este modelo se centra en combatir la pobreza, reducir la desigualdad y crear oportunidades económicas para las comunidades más vulnerables. Al tratar las raíces del problema, se busca limitar el atractivo que tienen para los más pobres las actividades ilícitas. Ejemplos de esto incluyen programas de desarrollo comunitario, estrategias de reducción de cultivos mediante incentivos legales y un enfoque más humanitario hacia las comunidades afectadas por el narcotráfico. El segundo modelo es el liderado por Estados Unidos, que históricamente ha implementado un enfoque represivo, basado en la militarización y en el desarrollo de un entramado carcelario que es el mayor del mundo en relación con la población. Este modelo represivo persigue, en paralelo, la militarización de territorios estratégicos para Estados Unidos, estableciendo bases militares en regiones y países clave bajo el pretexto de combatir el narcotráfico.

Estos dos enfoques reflejan visiones contradictorias sobre cómo abordar un problema complejo. Mientras que México y Colombia apuestan por soluciones integrales y de largo plazo, el modelo estadounidense prioriza la respuesta inmediata y la demostración de fuerza, ignorando intencionadamente las causas profundas del problema. La «guerra contra las drogas» será reutilizada como una herramienta política para justificar la intervención en países clave. Evidentemente, estas bases militares que se proyectan no solo servirán, en realidad no se utilizarán para eso, en operaciones antidrogas, sino como puntos de influencia estratégica que refuercen la presencia militar estadounidense frente a la creciente expansión china en la región. El debate iniciado por el general Alvin Holsey a cargo de la IV Flota sobre el puerto de Chancay en Perú, financiado y construido por China, es un ejemplo. Evidentemente, según el nuevo general a cargo del Comando Sur de Estados Unidos, ese puerto ha sido construido para que la marina de guerra china tenga un punto de desembarco cerca de las costas norteamericanas. Refiriéndose a eso, dijo: «Nuestros adversarios han establecido una fuerte presencia, poniendo en peligro la seguridad y la estabilidad en todo el continente americano».

Ante estas presiones externas, la izquierda latinoamericana enfrenta múltiples retos. América Latina necesita construir un modelo de integración regional que priorice la sostenibilidad y la justicia social, acompañado de reformas tributarias progresivas. Uno de los grandes problemas de las fuerzas progresistas es que no se puede mantener una política social sostenida en el tiempo confiando únicamente en el incremento del precio de las materias primas, sin abordar el problema de la redistribución y el desarrollo de un sistema impositivo. Por otro lado, sigue sin resolverse el traspaso de los poderes entre un “líder carismático” y un líder “corriente”. También aquí, la integración latinoamericana en los BRICS puede servir de contrapeso a las imposiciones norteamericanas. Será un proceso complejo. Pudimos ver en la reunión de los BRICS en Kazán cómo Brasil (Lula), por imposición de Estados Unidos, vetaba la integración de Venezuela. Brasil se ha comportado como un país subimperialista y dependiente de Washington; lo vimos ahora y también en la época de Chávez, cuando el propio Lula se opuso a la creación del Banco de Desarrollo Latinoamericano.

FUENTE: EL VIEJO TOPO https://www.elviejotopo.com/topoexpress/trump-america-latina-y-el-declive-del-globalismo/

Por Sergio Rodríguez Gelfenstein

Hasta hace algún tiempo, poco y nada se sabía, y mucho menos se hablaba del Océano Glaciar Ártico. Se relacionaba con una masa compacta e inexpugnable de hielo cercana al Polo Norte en la que pueblos pacíficos desarrollaban su vida en comunión con la naturaleza y científicos de todo el mundo desarrollaban investigaciones. Todo ello se ha visto alterado y lo que es peor, algunas potencias planetarias han fijado sus ojos en la región con fines militares.

Se considera como territorio ártico a aquel que medido desde el Polo Norte hasta el Círculo Polar Ártico (latitud 67° al norte del Ecuador), se extiende a lo largo de unos 20 millones de kilómetros cuadrados de superficie marítima y terrestre, de los cuales 15,5 millones corresponden al Océano Ártico.

Los hielos “eternos” del pasado han comenzado a desaparecer tras el avance aparentemente indetenible del cambio climático que ha abierto el acceso a recursos minerales desconocidos hasta ahora, al tiempo que se comienza a vislumbrar la posibilidad de establecer el tránsito marítimo por una vía que se anunciaba – solo unos años atrás- como de complejidad extrema para la navegación.  

En cuanto a recursos, vale establecer que actualmente el 90% de la producción de gas y el 60% de la de petróleo de Rusia se producen en el Ártico. La región tiene un extraordinario 60% de las reservas de gas y petróleo de Rusia. Así mismo, es rica en carbón, diamantes, oro, níquel, cobalto, cobre, paladio, platino, zinc y tierras raras.

En otro ámbito, la navegación por el Ártico acorta en gran medida la ruta comercial de China y de Asia  con Europa y ofrece una alternativa al canal de Suez y el Estrecho de la Malaca, que podrían ser bloqueados por una fuerza naval estadounidense en caso de desatarse un conflicto global. 

Rusia considera que el Ártico es una vía navegable interna, lo cual plantea un problema no tanto por su utilización como vía comercial, sino que, ante una eventual apertura, Estados Unidos y la OTAN podrían asumir que sus barcos de guerra pueden transitar libremente por un territorio que es de soberanía absoluta de Rusia, lo cual ha generado controversias en el marco del derecho marítimo, toda vez que, amparados en la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar,  incluso países como Alemania, Japón y Corea del Sur, que realizan un intenso tráfico marítimo comercial, reclaman el derecho de paso internacional. 

Moscú ha hecho transitable la vía gracias a su flota de 40 rompehielos, incluidos cuatro de propulsión nuclear y una nueva serie prevista. Además, se ha propuesto desarrollar la región como zona turística y ha planeado construir  en ella nuevas ciudades, puertos, aeropuertos y desarrollar polos científicos e informáticos.

En el caso de China, aunque  no es un Estado ártico, ha manifestado algunas reivindicaciones en el marco de las leyes internacionales respecto de sus pretensiones en la región. En ese marco reclama derechos relacionados con la investigación científica, la navegación, el sobrevuelo, la pesca, el tendido de cables submarinos y tuberías en altamar y otras áreas marítimas relevantes en el Océano Ártico, y derechos a la exploración y explotación de recursos en la zona. En la búsqueda de consolidar la vía como ruta alternativa, en 2012, un rompehielos chino realizó un tránsito completo a través del Ártico hasta Islandia.

En el entorno del Ártico existen territorios soberanos de Rusia, Estados Unidos (Alaska), Canadá, Dinamarca (Groenlandia), Noruega e Islandia. Algunos de estos países reclaman una parte del territorio de esta región: Estados Unidos (10%), Canadá (25%), Dinamarca (20%), Rusia (50%) y Noruega (5%).

Más recientemente, el presidente de Estados Unidos Donald Trump ha fijado su mirada en la zona y ha manifestado su deseo de apropiarse de Groenlandia (la isla más grande del mundo) hoy bajo dominio colonial de Dinamarca. Sumado a ello, Trump  ha revelado su deseo de hacerse de otro importante territorio ártico cuando ha dicho que Canadá debería incorporarse a Estados Unidos.  De esta manera, ha puesto presión sobre dos  de sus aliados  más cercanos, ambos socios en la OTAN.

La relevancia del Ártico como asunto de seguridad global no es nueva, toda vez que los países que tienen territorio sobre sus costas han tratado de preservar su presencia en él, pero ha sido en fechas más cercanas cuando ha cobrado una inusual notabilidad estableciéndose una rivalidad estratégica nunca antes vista. Por un lado, Rusia y China y por el otro, Estados Unidos y la OTAN.

Estados Unidos ha instalado radares de largo alcance en Alaska a partir de la hipótesis de que un conflicto en la región podría tener incidencia en otros escenarios. Según Christopher Rierson, capitán del Comando de Operaciones Especiales Norte de Estados Unidos, una deliberada ausencia en el Ártico podría afectar a su país “por la interrupción de la infraestructura de proyección de poder, lo que podría comprometer el despliegue de capacidades avanzadas en el Indo-Pacífico y otros escenarios». Por ello,  Washington planea ampliar su base aérea de Thule en Groenlandia, que alberga a la Fuerza Espacial de Estados Unidos y una red global de sensores de advertencia de misiles.

En esa medida, la presencia militar de Estados Unidos ha ido creciendo aceleradamente. En febrero de 2023 realizó durante un mes los ejercicios militares Arctic Forge 23, Defense Exercise North y Joint Viking  en el Ártico. Estas prácticas bélicas poco publicitadas fueron en conjunto con Finlandia y Noruega con el objetivo de “demostrar preparación mediante el despliegue de una fuerza creíble en combate para aumentar el poder en el flanco norte de la OTAN” según la información entregada por el Comando Europeo del Departamento de Defensa de Estados Unidos. Participaron miembros de las fuerzas armadas de Estados Unidos, Reino Unido, Alemania, Países Bajos, Dinamarca, Finlandia y Noruega.

En este contexto Robert O´Brien quien fuera Consejero de Seguridad nacional durante el primer gobierno de Donald Trump afirmó que Groenlandia es «una autopista desde el Ártico hasta América del Norte», y agregó que  el Ártico «va a ser el campo de batalla crítico del futuro porque a medida que el clima se calienta, el Ártico va a ser una vía que tal vez incluso reduzca el uso del canal de Panamá». Tal vez, sea este el hilo conductor entre dos temas a los que Trump le ha dado gran relevancia al afinar sus prioridades de política exterior.  

Por su parte, la presencia de Rusia en el Ártico es trascendente toda vez que su frontera norte yace sobre su territorio. Eso la ha llevado a modernizar sus bases militares, mejorar su flota de submarinos y ampliar como ningún otro país su flota de rompehielos. Las inversiones rusas y chinas en la región también han crecido.

En otro ámbito, este territorio no ha estado exento de disputas territoriales, no solo entre los países que poseen espacios terrestres o marítimos sobre el Ártico y que han reivindicado soberanía sobre partes del mismo. Otros, como Suecia, Finlandia y China que no la tienen, han entrado en una controversia que apunta a la difícil tarea de definir límites de la plataforma continental y delimitar  los espacios marítimos. 

Un tratado firmado en París en 1920 estableció soberanía de cinco países sobre la región: Rusia, Estados Unidos, Dinamarca, Noruega y Canadá pero la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar de 1987 cambió los parámetros sobre los que se  sustenta el Tratado de París, que no dice nada sobre la división sectorial del territorio. Rusia ratificó la Convención en 1997, pero Estados Unidos aún no lo ha hecho.

En 1996 se creó el Consejo Ártico como espacio intergubernamental en el que se deben discutir los  asuntos a los que se enfrentan los gobiernos de los países árticos y los representantes de pueblos indígenas de la región. En 2022, tras el inicio de la operación militar especial de Rusia en Ucrania los siete miembros occidentales (Noruega, Canadá, Dinamarca, Finlandia, Islandia, Suecia y Estados Unidos) decidieron comenzar a funcionar sin Rusia. Esta disposición eliminó cualquier posibilidad de cooperación  en el área.

Estados Unidos ha decidido incrementar su presencia militar y también diplomática en la zona creando el puesto de “Embajador en misión especial para la región del Ártico”, además comenzó a desarrollar Fuerzas de Operaciones Especiales de su Ejército para el Ártico.

En particular se debe considerar la situación de los pueblos originarios de la región: los inuit (llamados comúnmente esquimales) que viven en Alaska , Groenlandia y Canadá (una población total de 180.000 personas) y los sami que tienen su hábitat  en los otros países (20.000 en Suecia, 50.000 en Noruega, 8.000 en Finlandia y 2.000 en Rusia).  Al parecer todo debate sobre la región, obvia consultarlos a ellos que son los verdaderos dueños del territorio.

Ambos pueblos tienen una organización que rebasa los Estados nacionales coordinando acciones en función de su identidad y de intereses comunes. Los sami poseen un concejo compuesto por tres parlamentos que representan a los pueblos indígenas de Suecia, Noruega y Finlandia. Los samis rusos están representados por ONG pero se han dividido en cuanto a su apoyo a la operación militar rusa en Ucrania, una vez que, los que apoyaban a Moscú  fueron excluidos de la instancia. 

En términos geopolíticos, la reciente cercanía de Rusia y China plantea preocupaciones a Estados Unidos y a Occidente en general. Sin poder dejar de considerar que la frontera norte de Rusia ocupa más de la mitad de la costa del océano, la alianza con Beijing le ofrece al gigante asiático  una ruta marítima para su comercio con Europa. En una dimensión menor, se han visto – más allá de otras consecuencias- las repercusiones para la economía europea del cierre del espacio aéreo ruso para naves de países del Viejo Continente en represalia a igual medida tomada por Europa. Una decisión similar  en las vías marítimas, acarrearía grandes daños económicos a Europa.

En resumen, la situación en el Ártico se ha tornado altamente explosiva, sobre todo por la intención del nuevo presidente de Estados Unidos de incursionar en la región por la fuerza. Tras la incorporación de Finlandia y Suecia a la OTAN, Rusia debe enfrentar la expansión de esta organización guerrerista también en esta región trascendente para sus intereses geopolíticos estratégicos. 

El pretérito de tranquilidad y armonía de la región tan hermosamente relatado en las dos novelas de Hans Ruesch “El país de las sombras largas” y “Regreso al país de las sombras largas”, parece no tener cabida en el futuro. La creciente presencia militar y la ambición expansionista de Estados Unidos y la OTAN amenazan con romper el equilibrio cuidadosamente mantenido incluso durante la guerra fría. Es de esperar que prime la sensatez (tan escasa y alejada de los escenarios diplomáticos de los últimos tiempos) y el Ártico pueda seguir siendo un espacio de armonía para los pueblos de la región y para todo el mundo.

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La noticia del momento es la presentación por parte de China de su IA, DeepSeek. Se habla de pánico en Silicon Valley y en los mercados tecnológicos. Porque el producto es gratuito y de fuentes abiertas. A la par de que requiere menos recursos computacionales. Otra batalla que, probablemente, pierdan los EEUU. Y ya tienen muchas en su haber.

Coronel (RE) Carlos Pissolito

Presidente de la Asociación Cascos Azules.

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Hay un nuevo modelo de IA que no genera imágenes o videos, pero en todo lo demás es de lo mejor que existe. Sobre todo si el usuario necesita un servicio gratuito. Se llama DeepSeek y todos deberían tenerlo como su primera opción. El modelo navega en tiempo real y supera a Perplexity que creció con la misión de destronar a los navegadores.

Si los controles estadounidenses a las exportaciones de semiconductores avanzados tenían como objetivo frenar el progreso de la inteligencia artificial en China, terminaron estimulado la innovación. «Hacer más con menos» ese leitmotiv de marketing que se instaló en las tecnológicas al fin de la pandemia, fue el gran driver que siguió una empresa China para hacer lo que parecía imposible. 

Al no poder depender únicamente del hardware más reciente, empresas como DeepSeek, con sede en Hangzhou , se vio obligada a encontrar soluciones creativas y lo que no es un detalle menor además es Open Source (y usa la reconocida licencia del MIT). 

DeepSeek lanzó su modelo R1, utilizando técnicas avanzadas como aprendizaje de refuerzo puro para crear un modelo que no solo está entre los más formidables del mundo, sino que es completamente de código abierto, lo que lo hace disponible para que cualquier persona en el mundo (esta disponible en Hugging Face) lo examine, lo modifique y desarrolle.

DeepSeek-R1 demuestra que China no está fuera de la carrera de la IA y, de hecho, puede dominar el desarrollo mundial de la IA con su sorprendente estrategia de código abierto. Al abrir el código fuente de modelos competitivos, las empresas chinas pueden aumentar su influencia global para dar forma a los estándares y prácticas internacionales de IA. 

Los proyectos de código abierto también atraen talento y recursos globales para contribuir al desarrollo chino de la IA. La estrategia permite además a China extender su alcance tecnológico a los países en desarrollo, potencialmente incorporando sus sistemas de IA (y, por extensión, sus valores y normas) a la infraestructura digital global.

«No veo que sea en sí China la que esta superando a Estados Unidos. Esa lectura es errónea. Lo que estamos viendo es que los modelos Open Source superan a los cerrados. DeepSeek aprovechó las investigaciones basadas en código abierto como PyTorch y Llama, y sobre eso agregaron nuevas ideas. Y como además ellos también publicaron todo otras personas se beneficiarán. Ese es el poder del Open Source», dice Yann LeCum, VP&Chief Scientist de Meta

El rendimiento de DeepSeek-R1 es comparable al de los mejores modelos de razonamiento de OpenAI en una variedad de tareas, incluidas las matemáticas, la codificación y el razonamiento complejo. Por ejemplo, en el punto de referencia de matemáticas AIME 2024, DeepSeek-R1 obtuvo un 79,8 % en comparación con el 79,2 % de OpenAI-o1. En el punto de referencia MATH-500, DeepSeek-R1 logró un 97,3 % frente al 96,4 % de o1. 

En las tareas de codificación, DeepSeek-R1 alcanzó el percentil 96,3 en Codeforces, mientras que o1 alcanzó el percentil 96,6, aunque es importante tener en cuenta que los resultados del punto de referencia pueden ser imperfectos y no deben sobreinterpretarse.

Pero lo más destacable es que DeepSeek logró esto en gran medida gracias a la innovación, en lugar de depender de los últimos chips informáticos.

Introdujeron nuevas ideas como MLA (atención latente multicabezal), que reduce el uso de memoria a solo un 5-13% de la arquitectura MHA (atención multicabezal) comúnmente utilizada. MHA es una técnica ampliamente utilizada en IA para procesar múltiples flujos de información simultáneamente, pero requiere mucha memoria.

Para que su modelo sea aún más eficiente, DeepSeek creó la estructura DeepSeekMoESparse. «MoE» significa Mixture-of-Experts (mezcla de expertos), lo que significa que el modelo utiliza solo un pequeño subconjunto de sus componentes (o «expertos») para cada tarea, en lugar de ejecutar todo el sistema. La parte «dispersa» se refiere a cómo se activan solo los expertos necesarios, lo que ahorra potencia de procesamiento y reduce costos.

La arquitectura de DeepSeek-R1 tiene 671 mil millones de parámetros, pero solo 37 mil millones se activan durante el funcionamiento, lo que demuestra una notable eficiencia computacional. La empresa publicó un informe técnico completo en GitHub, que ofrece transparencia sobre la arquitectura del modelo y el proceso de entrenamiento. El código fuente abierto que lo acompaña incluye la arquitectura del modelo, el proceso de entrenamiento y los componentes relacionados, lo que permite a los investigadores comprender y replicar completamente su diseño.

Estas innovaciones permiten que el modelo de DeepSeek sea potente y significativamente más asequible que el de sus competidores. Esto ya ha desencadenado una guerra de precios de inferencia (el costo que se paga por la devolución que hace el sistema de IA al pedido del usuario) en China, que probablemente se extenderá al resto del mundo.

DeepSeek cobra una pequeña fracción de lo que cuesta OpenAI-o1 por el uso de la API. Esta drástica reducción de los costos podría democratizar el acceso a capacidades avanzadas de IA, lo que permitiría a organizaciones más pequeñas e investigadores individuales aprovechar herramientas de IA potentes que antes estaban fuera de su alcance.

DeepSeek también es el pionero en la destilación de las capacidades de su gran modelo en modelos más pequeños y eficientes. Estos modelos destilados, que van desde 1.500 millones a 70.000 millones de parámetros, también son de código abierto, lo que proporciona a la comunidad de investigación herramientas potentes y eficientes para una mayor innovación.

Al poner sus modelos a disposición de forma gratuita para uso comercial, destilación y modificación, DeepSeek logró una verdadera revolución dentro de la comunidad global de IA y establece uevos estándares de transparencia en el desarrollo de IA.

DeepSeek fue fundada por Liang Wenfeng, de 40 años, uno de los principales inversores en metodologías Quants de China. Su fondo de cobertura, High-Flyer, financia la investigación de inteligencia artificial de la empresa.

En una entrevista poco frecuente en China, el fundador de DeepSeek, Liang, lanzó una advertencia a OpenAI: «Ante las tecnologías disruptivas, las ventajas que crea el código cerrado son temporales. Ni siquiera el enfoque de código cerrado de OpenAI puede impedir que otros se pongan al día».  La fuerza del código abierto resurgió como lo fuera en los inicicios de la empresa OpenAI, a la que de Open ya solo le queda el nombre. 

FUENTE AGENDAR: https://agendarweb.com.ar/2025/01/28/deepseek-la-inteligencia-artificial-china-con-codigo-abierto-que-aspira-a-destronar-a-las-demas/