Por NAZANÍN ARMANIAN

«Es posible que hayamos creado un Frankenstein» dijo un arrogante Richard Nixon en 1994, pidiendo perdón a la historia por permitir la incorporación de China en el mercado libre sin conseguir hacerse con el control de aquella milenaria civilización y someterle como un «socio menor» bajo su liderazgo: la creación traicionó a su creador, insinuó, disimulando su profunda ignorancia sobre el pasado y el presente de aquella potencia asiática. Cierto que entonces consiguió la cooperación china para aislar a la Unión Soviética, pero aquel país se define por ser protagonista de una de las revoluciones populares más determinantes de la historia de la humanidad que no de los errores que han cometido algunos de sus dirigentes.

EEUU se queda sin ideas, ya no para subordinar a la República Popular de China sino para contener su ascenso económico y el aumento de su peso político en el mundo. La Administración Obama ideó el Pivote asiático, que iba a consistir en crear una amplia estrategia militar, diplomática y económica en Asia, con el respaldo de sus aliados, con el fin de establecer su supremacía en el continente. No funcionó, entre otras muchas razones porque EEUU incumplió su promesa de invertir en los países del sudeste asiático y sus infraestructuras, y el gobierno de Trump abandonó la Asociación Transpacífica, demostrándoles que no se puede fiar de los lideres caprichosos de EEUU. ¿Por qué, entonces, el equipo de Biden cree que, a pesar de la desastrosa situación interna de EEUU, y el ascenso de China a ser la primera potencia comercial del mundo, podrá reavivar el «Pivote asiático» y devolver al genio en la botella, donde nunca estuvo?

Un Zar de Asia en el Gabinete

Así se apoda el exoficial naval y veterano funcionario experto en sudeste asiático Kurt Campbell, nombrado por Biden para coordinar las políticas asiáticas de su gobierno. Campbell, desde el Consejo de Seguridad Nacional (NSC) trabajará con Jake Sullivan, el asesor de seguridad nacional, para juntos impedir que China «consiga el dominio global», recoger los pedazos de EEUU que dejó atrás Donald Trump por su paso, y «hacer América grande otra vez» como desea Joe Biden.

Campbell, el «Zar de Asia», por sus relaciones de amistad con los líderes de los países aliados de EEUU en aquella región, es director de la consultora The Asia Group, fue subsecretario de Estado para Asuntos de Asia Oriental y el Pacífico durante la presidencia de Clinton, y el artífice de la política «Reequilibrio» hacia Asia en la administración Obama-Biden.

El «Pivote asiático 2.0» es la promesa de Biden de una política agresivo y más efectiva hacia China, un competidor económico como ningún otro al que se haya enfrentado la superpotencia occidental. Sin embargo, Biden ha empezado mal: llamar «matón» al presidente Xi Jinping y amenazar con «presionar, aislar y castigar a China» suenen más bien a las rabietas y amenazas de un niño prepotente que de un político maduro.

El presidente electo de EEUU cree que la única potencia capaz de desafiar la hegemonía mundial de EEUU es China, aunque el país de Mao cuenta sólo con una influencia económica global: para obtener una hegemonía mundial hace falta una industria cinematográfica como Hollywood, una influencia cultural, un sistema de alianzas globales y cientos de bases militares sembradas por el planeta. Lo que pretende China, hoy por hoy, es acabar con la primacía militar de EEUU en el Este de Asia, por representar una amenaza seria: nadie ha olvidado las agresiones militares de este país a Vietnam y Corea. De hecho, los conflictos entre ambas potencias se han centrado en las proximidades de la geografía china: las islas del Mar de China Meridional, Tíbet, Taiwán o Hong Kong.

Lo halcones del Partido Demócrata, como Michele Flournoy, la subsecretaria de Defensa en la administración Obama, proponen el fortalecimiento del ejército de EEUU para que pudiera «amenazar de manera creíble con hundir todos los buques militares, submarinos y buques mercantes de China en el Mar de China Meridional en 72 horas«. Obviamente, inflamar «el peligro chino» no tiene otro objetivo que más militarismo y más guerras de expolio a nivel global. Estos halcones que, como Mike Pompeu, proponen un «cambio de régimen» en China ¿estarían dispuestos a acoger en Occidente a cientos de millones de chinos que emigrarían en busca del pan? El «socialismo chino» a pesar de todos sus carencias, es el único sistema que ha sido capaz de alimentar a 1.400 millones de personas, uno de cada cinco habitantes del planeta. Miren a la India, el país con el que China debe ser comparada: vende su pobreza e incompetencia como «atracción espiritual» mientras la mitad de sus habitantes (650 millones) ni tienen wáter en casa. En las últimas cuatro décadas La República Popular ha sacado de la pobreza a más de 800 millones de personas. Estas realidades obligan a «las palomas» del partido de Biden defender un «nuevo tipo de relaciones de gran poder» con la potencia asiática «basado en cooperación y beneficio». Afirma el exsecretario de Defensa Jim Mattis que EEUU tiene dos poderes clave: el poder de inspiración y el poder de intimidación. Ante una Estado con una población de 1.400 millones de habitantes, la intimidación no funcionará. Este sector del Partido Demócrata propone que EEUU debe dejar de buscar la supremacía militar en todo el planeta, crear interdependencias económicas entre ambas países con el fin de reducir las amenazas del enemigo, y además adoptar políticas de inmigración que mejoren la desventaja demográfica de EEUU respecto al país asiático.

¿Cómo se obtiene el «Reequilibrio» en Asia?

De los discursos y artículos publicados por los nuevos actores de la política estadounidenses, se deduce que la contención de China podrá tener los siguientes elementos:

  • Representar a China como un desafío existencial con dos principales objetivos: mantener cohesionada a un EEUU fragmentado y justificar los megapresupuestos militares beneficiando a las corporaciones armamentísticas.
  • Forjar el multilateralismo y cooperación con los aliados de EEUU con el fin de reducir riesgos y pérdidas en posibles choques con China.
  • Fortalecer el foro estratégico «Diálogo de Seguridad Cuadrilateral» (Quad, su abreviado en inglés) entre EEUU, Japón, Australia e India y centrado en la disuasión militar de China.
  • Regresar al Acuerdo de la Asociación Transpacífico, que fue impulsada por el gobierno de Obama-Biden y de la que salió Trump. Está por ver cómo va a enfrentarse a la Asociación Económica Integral Regional (RCEP, en inglés) constituida en noviembre pasado por China, Myanmar, Brunéi, Camboya, Filipinas, Indonesia, Laos, Malasia, Singapur, Tailandia y Vietnam, Australia, Corea del Sur, Japón y Nueva Zelanda.
  • Reconfigurar las alianzas asiáticas para formar una coalición anti-China más efectiva en torno del poder militar estadounidense.
  • Aprovechar las oportunidades que ofrece la India para los EE. UU., mediante el incremento del apoyo militar y de inteligencia al principal contrapeso regional de China. Pero, Nueva Delhi, que se siente incómoda ante las presiones de EEUU para enfrentarle con su vecina, ha desoído las advertencias de Washington sobre la compra de sistemas de defensa rusos S-400, cazas Sukhoi-30 MKI y MiG-29, no piensa entrar en este juego: «Quien tiene un tío en Alcalá no tiene tío, ni tiene ná», dice el refrán español. A Corea del Sur tampoco le gusta esta contención rígida de China su mayor socio comercial. El temor de los aliados asiáticos de Washington de perder su autonomía política, y ser sacrificados ante los intereses particulares de EEUU es real. Biden y su equipo, anclados en la mentalidad de la Guerra Fría temen que sus amigos, los del ‘bloque estadounidense’, le abandonen para integrarse al inexistente ‘bloque chino’. Biden no consiguió disuadir a la Unión Europea (y sobre todo a Alemania) de firmar recientemente un ventajoso acuerdo de inversión con China. Incluso Japón, tras la salida del poder del primer ministro Shinzo Abe (quien tuvo un «bromance» con Donald Trump) en agosto de 2020, está mejorando sus relaciones con Beijing.
  • Crear órganos centrados en problemas individuales y concretos de la región con cada uno de los aliados, un enfoque más a la carta de las cuestiones que surgen día a día.
  • Restablecer los lazos entre Corea del Sur y Japón y ayudar a resolver sus problemas bilaterales.
  • Asignar un papel protagonista a Japón en la esfera de la seguridad de la región.
  • Facilitar la inmigración a EEUU para los uigures y los ciudadanos de Taiwán.
  • Utilizar el pretexto de los «defensa de los derechos humanos» y la «libertad religiosa» contra Beijing. No pregunten por qué EEUU ha matado a millones de «musulmanes» de Afganistán, Iraq, Libia, Siria o Yemen o incluso los sigue torturando en sus cárceles secretas, o por qué no rasga su vestidura por los fieles de Mahoma oprimidos por el nacionalhinduismo de Narendra Modi.
  • Apoyar inversiones en los países asiáticos para favorecer a su crecimiento y no necesitar productos chinos. Pero, ¿Tiene EEUU la capacidad de realizar tales inversiones?
  • Lanzar el plan de «Made in USA», fabricando los mismos productos de amplia gama que llegan de China.
  • Presionar a las empresas y estados occidentales para que boicoteen la tecnología 5G china. A España, por ejemplo, EEUU le ha amenazado con dejar de suministrar información a sus servicios de inteligencia si en sus redes 5G entra la tecnología de Huawei.

China no está temblando de miedo

Biden recoge un EEUU más débil que hacer cuatro años. La pandemia ha destrozado la economía en crisis del país.

Beijing es consciente de que tanto la agitación interna de EEUU, en lo político, económico y social-, como la intención de Israel, Arabia Saudí y sus lobbies en Washington de imponer su agenda anti-iraní a Biden le impedirán que aplique una política agresiva contra China. La guerra para desmantelar Siria 2011 tenía entre sus 1+12 principales objetivos evitar la «Doctrina Obama«: retirar las tropas estadounidense de Oriente Próximo para enviarlas a cercar a China.

En la mentalidad china, que mira el presente con las gafas de futuro, EEUU no es más que un «tigre de papel«. Poco o nada podrá hacer para paralizar la Iniciativa de la Franja y la Ruta, el proyecto de construcción de una infraestructura terrestre y marina que una a China con Europa, Asia y África.

En 2020, a pesar del impacto de la pandemia del coronavirus, la economía china creció un 2,3%, y se convirtió en la economía más grande del mundo. Si utilizamos la Paridad de Poder Adquisitivo, el PIB de China alcanzó los 24,2 billones de dólares, frente a los 20,8 billones de EEUU.  Lo cual demuestra que la guerra comercial de Trump fue un simple arañazo a la amplia red de relaciones comerciales de China con el mundo.

Lo mejor que puede hacer Joe Biden es definir el nuevo lugar de EEUU en el nuevo orden multipolar y luego asimilarlo sin rencores: pensar que una guerra exportará la crisis interna es un error.

Publicado en Opiniones Blog del Diario Público España https://blogs.publico.es/puntoyseguido/6968/el-fracaso-anticipado-del-pivote-asiatico-2-0-de-biden-contra-china/

La llegada de Joseph Biden a la Casa Blanca no significa necesariamente que EE UU vaya a reducir la presión sobre China. Beijing es la clave pero no el único punto de interés en un mundo multipolar.

Por Àngel Ferrero – 24 ENE 2021 

A estas alturas son ya varios los artículos que hablan de la covid-19 como catalizador de tendencias políticas que se encontraban ya en desarrollo, siendo la más destacada el incremento del peso en las relaciones internacionales de la importancia de China, gracias, en particular, a su capacidad industrial para fabricar materiales de protección sanitaria y las medidas adoptadas para contener la propagación del virus en su propio país y reactivar su economía. Foreign Affairs Incluso llegó a especular en marzo de 2020 con la posibilidad de que se produjese un “momento Suez”, en relación a la “intervención fracasada” de 1956 que “dejó al desnudo la decadencia del poder británico y marcó el fin del dominio de Reino Unido como potencia mundial”.

Además de por una gestión de la pandemia que contrasta claramente con la occidental por su habilidad a la hora de movilizar recursos con rapidez y efectividad, el año pasado China estuvo presente en los titulares de los medios de comunicación por su industria tecnológica –bien por la instalación de redes 5G o los intentos de la administración Trump por prohibir Tik Tok–, o los avances en varios acuerdos comerciales –ya fuese en el acuerdo de inversiones Unión Europea-China o la creación en Hanoi el pasado 15 de noviembre de la Asociación Económica Integral Regional (RCEP)–.

Esta última tiene como objetivo la creación del mayor bloque comercial del mundo, formado por los diez estados miembro de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN), China, Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda. Significativamente, no pertenecen a este bloque los Estados Unidos y no se prevé que lo hagan bajo la nueva administración de Joe Biden. Como ha escrito Cui Heng para el medio chino Global Times, el cambio de inquilino en la Casa Blanca “no significa necesariamente que EE UU vaya a reducir la presión sobre China”, ya que “la contradicción entre China y EE UU es una de tipo estructural entre una potencia emergente y una fuerza hegemónica”, por lo que “no importa quién se siente en el Despacho Oval: siempre se adoptarán políticas para contener a la potencia emergente.” En este sentido, “un gobierno Demócrata muy posiblemente contendrá a China recurriendo a los derechos humanos y las cuestiones del Tíbet y Taiwán”, de modo que las probabilidades de que las relaciones sino-estadounidenses mejoren en los próximos cuatro años es “poca”.

El año pasado el presidente del país, Xi Jinping, presentó una hoja de ruta hasta 2035 para convertir a China en “una gran nación socialista, moderna, próspera y poderosa”

En Europa reina, sobre todo si nos atenemos a lo reflejado por los medios de comunicación, una mayor discreción sobre esta cuestión, aunque en un reciente informe del influyente think tank alemán Stiftung Wissenschaft und Politik (SWP) se planteaba, entre otros, un escenario en el que Bruselas finalmente da un paso adelante en la consecución de una mayor autonomía respecto a Washington y convierte a la UE en un actor global merecedor de ese nombre: “El 1 de febrero de 2025 los 27 jefes de Estado y de gobierno fundan junto con otros 17 países del Norte y el Sur la Alianza Democrática para el Progreso global, que se compromete a tomarse en serio el ‘Building Back Better’.” El Partido Comunista de China (PCCh), por su parte, no sólo mantiene los ambiciosos objetivos de su último plan quinquenal (2021-2025), sino que el año pasado el presidente del país, Xi Jinping, presentó una hoja de ruta hasta 2035 para convertir a China en “una gran nación socialista, moderna, próspera y poderosa” y conseguir el liderazgo mundial en tecnología avanzada y otros sectores estratégicos.

Es innegable que sin China no es difícil, sino francamente imposible encarar los grandes retos globales del siglo XXI. Lo ha subrayado en varias ocasiones, entre otros, Michael R. Krätke, quien en el semanario alemán Der Freitag advirtió de cómo “nadie puede permitirse ignorar o tratar mal deliberadamente a un país que es una gran potencia tecnológica, científica, económica y financiera.” Sin la cooperación de Beijing, señalaba, “no puede haber ninguna política contra el cambio climático con posibilidades de éxito” y “sin el apoyo de China no podremos controlar las previsibles olas de contagios de la pandemia que vendrán” ya que “en este aspecto no se puede confiar en EE UU.” En otro artículo para ese mismo medio, Krätke recordaba que China se ha fijado la ambiciosa meta de contar con un 50% de modelos eléctricos en su parque de automóviles para 2035 y la neutralidad climática para 2060 mientras sigue expandiendo sus líneas de ferrocarril.

Ante la publicación de todas estas noticias, y de la previsible cobertura de los medios de comunicación occidentales (en la que con demasiada frecuencia se pierde la distinción entre la voluntad de informar y la de infundir temor sobre el auge de China), resulta interesante volver a consultar al último libro de Zbigniew Brzezinski (1928-2017), Strategic Vision. America and the Crisis of Global Power (Perseus, 2012), en el que el asesor de seguridad nacional de Jimmy Carter presentaba sus propios escenarios para el futuro inmediato.

El mundo en 2025, según Brzezinski

“Si América flaquea, es poco probable que el mundo sea dominado por un solo sucesor preeminente, como China”, escribía Brzezinski en su último libro. “Ninguna potencia estará preparada para ejercer entonces el papel que el mundo, después de la desintegración de la Unión Soviética en 1991, esperaba que los Estados Unidos jugasen”, pronosticaba el autor. “Sería más probable”, lamentaba, “una fase prolongada más bien de alineamientos de potencias tanto globales como regionales, sin grandes ganadores y muchos más perdedores, en un escenario de incertidumbre internacional e incluso riesgos potencialmente fatales al bienestar mundial”.

Irónicamente, el hombre que más había contribuido a la desintegración de la URSS desde la Casa Blanca proponía en su libro que Rusia fuese integrada en la esfera occidental para permitir a EE UU prolongar su hegemonía

En ausencia de una potencia hegemónica, Brzezinski aventuraba que “la incertidumbre resultante incrementará probablemente las tensiones entre competidores e inspirará un comportamiento egoísta”, haciendo que, en consecuencia, “la cooperación posiblemente decline, con algunas potencias buscando promover exclusivamente acuerdos regionales como marcos alternativos de estabilidad para el desarrollo de sus propios intereses”. Además, “contendientes históricos pueden competir más abiertamente, incluso recurriendo al uso de la fuerza, por la preeminencia regional”, mientras que “algunos estados débiles pueden encontrarse en serio peligro, a medida que las nuevas alienaciones de poder emergen en respuesta a grandes desplazamientos geopolíticos en la distribución mundial del poder”.

En este interregno, que se extendería hasta el año 2025, aumentaría “la búsqueda de una mayor seguridad nacional basada en diversas fusiones de autoritarismo, nacionalismo y religión”, como también lo haría la “indiferencia pasiva” hacia los asuntos internacionales. Como ejemplo de esta tendencia, Brzezinski mencionaba la presión de países como China y la India para transformar algunos de los principales organismos internacionales, como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional (FMI) e incluso del Consejo de Seguridad de la ONU, para que reflejasen los cambios globales sucedidos en los últimos años.

Irónicamente, el hombre que más había contribuido a la desintegración de la URSS desde la Casa Blanca proponía en su libro que Rusia fuese integrada en la esfera occidental para permitir a EE UU prolongar su hegemonía. Sin embargo, este plan se antoja hoy irrealizable sin un cambio de poder en el Kremlin que traería, a su vez, inestabilidad tanto en el propio país como en su vecindario. Otra de las propuestas que planteaba Brzezinski era la democratización de Turquía para anclar a este país en la órbita occidental, y que, como en el caso de Rusia, parece haber quedado relegada al cajón de la historia alternativa por el propio desarrollo de los acontecimientos.

Cabe destacar que en Strategic Vision. America and the Crisis of Global Power Brzezinski reconoce a los dirigentes chinos la inteligencia, la prudencia y la paciencia para evitar un “rápido declive” de EEUU que “provocaría una crisis mundial que devastaría el propio bienestar de China y perjudicaría sus objetivos a largo plazo”, y traía a colación la máxima de Deng Xiaoping: “Observemos con tranquilidad, aseguremos nuestra posición, gestiones los asuntos con calma, escondamos nuestras capacidades y esperamos nuestro momento, seamos buenos manteniendo un perfil bajo, y nunca reclamemos el liderazgo.”

Los 10 años restantes

¿Qué pasaría en el tablero global –por utilizar una expresión del propio Brzezinski– en ese espacio de tiempo que va del 2025 de Zbigniew Brzezinski al 2035 de Xi Jinping? ”Incluso si el declive se desarrolla de una manera vaga y contradictoria, es posible que los dirigentes de las potencias mundiales de segundo orden, entre ellas Japón, India, Rusia y algunos miembros de la UE, estén ya valorando el potencial impacto de la despedida de América de sus respectivos intereses nacionales”, afirmaba Brzezinski. “Es más”, seguía este autor, “los escenarios de un reparto post-América pueden estar ya dando discretamente forma a la planificación de la agenda de las cancillerías de las mayores potencias extranjeras, si no están ya dictando sus políticas.”

Brzezinski enumeraba varios casos, como el de los japoneses, quienes “temerosos de una China asertiva dominando el continente asiático, pueden pensar en vínculos más estrechos con Europa”. Así, “los dirigentes en India y Japón podrían muy bien considerar una cooperación política e incluso militar más estrecha como una forma de protección si América flaquea y China emerge”. Rusia, por su parte, “aunque quizá dejándose llevar por un wishful thinking (o incluso schadenfreude) por los inciertos escenarios de América, podría tener el ojo puesto en los estados independientes de la antigua Unión Soviética como objetivos iniciales de su influencia geopolítica ampliada”, mientras Europa, “aún sin cohesionar, acabaría posiblemente dividida en diferentes direcciones: Alemania e Italia hacia Rusia por sus intereses comerciales, Francia y la insegura Europa central en favor de una UE políticamente más unida, y Reino Unido buscando manipular un equilibrio con la UE mientras continúa manteniendo una relación especial con unos Estados Unidos en declive.” Finalmente, “otros pueden moverse más rápido para delimitar sus propias esferas de influencia regionales: Turquía en la zona del viejo Imperio otomano, Brasil en el hemisferio sur, y así sucesivamente”.

Rusia se encuentra en la proverbial encrucijada y el “rol de Moscú en esta futura arquitectura del orden mundial depende del éxito o del fracaso” a la hora de comprender los cambios

Lo que entonces era un escenario de futuro entre otros posibles hoy se lee prácticamente como un análisis del presente. Mucha tinta se ha vertido sobre este asunto en los foros de debate internacionales y luego se ha reproducido diligentemente en los medios de comunicación occidentales, por lo que, como siempre, resulta interesante echar un vistazo a otros países para adquirir otra perspectiva. En un análisis titulado ‘El fin del orden unipolar’, publicado el pasado mes de noviembre en Gazeta.ru y luego resumido por Meduza, Areg Galstyan sostenía que el declive del sistema mundial surgido de la desintegración de la URSS y liderado por EEUU ha periclitado por la arrogancia e hibris de este último y conducido, como temía Brzezinski, a la emergencia de una nueva competición regional. “En ausencia de reglas claras”, particularmente tras la agresión de la OTAN a Yugoslavia en 1999 y lo que ésta supuso para la legislación internacional, “así como la creciente indiferencia e inercia de Washington debido a la fatiga objetiva de unas fuerzas exhaustas, comenzaron a formarse subsistemas separados”, describe Galstyan al precisar que “las potencias regionales fueron capaces de crear e implementar sus propios conceptos, limitando su dependencia de la influencia de la potencia hegemónica.”

Galstyan ve en Turquía uno de los protagonistas de esta transformación. En opinión de este analista, el presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan, aspira a convertir a su país no solamente en una potencia regional clave, “sino en uno de los fundadores del sistema post-unipolar de relaciones internacionales”. Así, “todos los recursos de la política exterior del país están enfocados a conseguir este objetivo: Ankara retiene sus posiciones en el bloque de la OTAN pero, al mismo tiempo, en los últimos tres años ha desarrollado activamente una cooperación técnico-militar con Rusia, con el apoyo de Japón, está modernizando todas sus industrias y profundizando su diálogo económico con China”.

Más importante quizá, Turquía ha “creado una amplia red de interdependencia con todos los centros de poder, que limita la habilidad de las grandes potencias para influir en las decisiones estratégicas de Ankara”. Galstyan concluye que “las dinámicas del desarrollo de las relaciones internacionales muestran que en el futuro próximo todas las potencias de tamaño medio con ambiciones y planes de pasar a la categoría de los pesos pesados utilizarán el estilo condicional turco.” Asimismo, “en estas circunstancias, los pequeños países que luchan por sobrevivir en el nuevo sistema necesitan o bien mejorar los mecanismos para mantener el patronazgo geopolítico por parte de una gran potencia (una integración más profunda u otro modelo de interdependencia bilateral) o seguir la vía de formar un modelo de redes de influencia en la toma de decisiones en uno o más centros de poder”.

En este contexto, Rusia se encuentra en la proverbial encrucijada y el “rol de Moscú en esta futura arquitectura del orden mundial depende del éxito o del fracaso” a la hora de comprender los cambios. Rusia, recuerda Galstyan, fue “un actor clave en dos sistemas de cuatro actores: Viena y Yalta-Potsdam”, pero como la UE, podría encontrarse en una incómoda tierra de nadie más pronto que tarde. “La condición principal para triunfar definitivamente”, a juicio de este autor, “es una estricta separación de los intereses nacionales y empresariales” para que estos últimos no interfieran en la agenda internacional de Moscú, que debería tener unos “límites claros” y mecanismos “consistentes”.

En los medios rusos se ha citado como primer episodio de esta transformación global el reciente conflicto en Nagorno-Karabakh por sus características militares y por el papel desempeñado por Turquía y Moscú, cuya diplomacia plantea como salida al conflicto entre Azerbaiyán y Armenia proyectos de cohesión regional, señaladamente la construcción de nuevas líneas ferroviarias. El Kremlin está interesado en revivir el ferrocarril transcaucasiano que conectaría a todos los países con presencia en el Cáucaso: Rusia, Turquía, Azerbaiyán, Armenia, Georgia e Irán. Según cálculos rusos, la reconstrucción de este ferrocarril podría impulsar el intercambio comercial con Irán más de un 30% y, en el caso de Armenia e Irán, entre un 50% y un 70%, además de facilitar a Azerbaiyán sus conexiones con Turquía y potenciar a Rusia como país de tránsito en el comercio de contenedores desde Asia hacia Europa central y septentrional.

Se hace difícil ver cómo la nueva administración estadounidense puede contener, y aún más revertir, todos estos desarrollos, y cómo reaccionará en consecuencia en los años por venir. Puede que Biden termine viéndose como el Ricardo III de Shakespeare: perorando sobre “historias tristes de reyes muertos”. La Unión Europea aún tiene que decidir si hará de público de esas mismas historias.
Publicado por El Salto Sección Global: https://www.elsaltodiario.com/global/geopolitica-declive-estados-unidos-brzezinski-china-en-2035-y-los-15-anos-restantes

Por Pepe Escobar Asia Times 2021

Hace un año los Furiosos Años Veinte( Raging Twenties)  comenzaron con un asesinato.

El asesinato del mayor general Qassem Soleimani, comandante de la Fuerza Quds del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (IRGC), junto con Abu Mahdi al-Muhandis, el comandante adjunto de la milicia iraquí Hashd al-Sha’abi, mediante el lanzamiento de misiles Hellfire guiados por láser. de dos aviones no tripulados MQ-9 Reaper, fue un acto de guerra.

No solo el ataque con aviones no tripulados en el aeropuerto de Bagdad, ordenado directamente por el presidente Trump, fue unilateral, no provocado e ilegal: fue diseñado como una fuerte provocación, para detonar una reacción iraní que luego sería contrarrestada por la «autodefensa» estadounidense, empaquetada como «disuasión». Llámalo una forma perversa de doble hacia abajo, falsa bandera invertida.  

El Mighty Wurlitzer imperial lo interpretó como un «asesinato selectivo», una operación preventiva que aplastaba la supuesta planificación de Soleimani de «ataques inminentes» contra diplomáticos y tropas estadounidenses.

Falso. Sin evidencia alguna. Y luego, el primer ministro iraquí Adil Abdul-Mahdi, frente a su parlamento, ofreció el contexto definitivo: Soleimani estaba en misión diplomática, en un vuelo regular entre Damasco y Bagdad, involucrado en complejas negociaciones entre Teherán y Riad, con los iraquíes. Primer Ministro como mediador, a petición del presidente Trump.

De modo que la máquina imperial, en completa burla del derecho internacional, asesinó a un enviado diplomático de facto.  

Las tres facciones principales que presionaron por el asesinato de Soleimani fueron los neoconservadores estadounidenses, sumamente ignorantes de la historia, la cultura y la política del suroeste de Asia, y los grupos de presión israelí y saudí, que creen ardientemente que sus intereses avanzan cada vez que Irán es atacado. Trump no podría ver el panorama general y sus terribles ramificaciones: solo lo que dicta su principal donante israelí Sheldon Adelson, y lo que Jared «de Arabia» Kushner le susurró al oído, controlado a distancia por su amigo cercano Muhammad bin Salman (MbS).

La armadura del «prestigio» estadounidense

La mesurada respuesta iraní al asesinato de Soleimani fue cuidadosamente calibrada para no detonar la “disuasión” imperial vengativa: ataques con misiles de precisión contra la base aérea de Ain al-Assad en Irak, controlada por Estados Unidos. El Pentágono recibió una advertencia anticipada.

Como era de esperar, el período previo al primer aniversario del asesinato de Soleimani tuvo que degenerar en indicios de que Estados Unidos e Irán una vez más al borde de la guerra.  

Por lo tanto, es esclarecedor examinar lo que el comandante de la División Aeroespacial del IRGC, el general Brigadier Amir-Ali Hajizadeh , dijo a la red Al Manar de Líbano: “Estados Unidos y el régimen sionista [Israel] no han traído seguridad a ningún lugar y si algo sucede aquí (en la región) y estalla una guerra, no haremos distinción entre las bases estadounidenses y los países que las albergan «. 

Hajizadeh, ampliando los ataques con misiles de precisión hace un año, agregó: “Estábamos preparados para la respuesta de los estadounidenses y todo nuestro poder de misiles estaba completamente en alerta. Si hubieran dado una respuesta, habríamos atacado todas sus bases desde Jordania hasta Irak y el Golfo Pérsico e incluso sus buques de guerra en el Océano Índico «.

Los ataques con misiles de precisión en Ain al-Assad, hace un año, representaron una potencia de rango medio, debilitada por las sanciones y enfrentando una enorme crisis económica / financiera, respondiendo a un ataque apuntando a activos imperiales que forman parte del Imperio de Bases. . Fue una primicia mundial, algo inaudito desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Fue claramente interpretado en vastas franjas del Sur Global como una perforación fatal de la armadura hegemónica de décadas del «prestigio» estadounidense.     

De modo que a Teherán no le impresionaron exactamente dos B-52 con capacidad nuclear que volaban recientemente sobre el Golfo Pérsico; o la Marina de los Estados Unidos anunciando la llegada del USS Georgia, de propulsión nuclear y con misiles cargados, al Golfo Pérsico la semana pasada.

Estos despliegues se realizaron como respuesta a una afirmación sin pruebas de que Teherán estaba detrás de un ataque de 21 cohetes contra la embajada estadounidense en expansión en la Zona Verde de Bagdad.

Los cohetes de calibre 107mm (sin detonar), por cierto, marcados en inglés, no en farsi, pueden ser comprados fácilmente en algún zoco subterráneo de Bagdad por prácticamente cualquier persona, como he visto por mí mismo en Irak desde mediados de la década de 2000. 

Eso ciertamente no califica como un casus belli, o «autodefensa» fusionada con «disuasión». La justificación de Centcom en realidad suena como un boceto de Monty Python: un ataque «… casi con certeza realizado por un grupo de milicias rebeldes respaldado por Irán». Tenga en cuenta que «casi con certeza» es un código para «no tenemos idea de quién lo hizo». 

Cómo luchar contra la verdadera guerra contra el terrorismo

 El ministro de Relaciones Exteriores iraní, Javad Zarif, se tomó la molestia para advertir a Trump que lo estaban engañando para un falso casus belli, y el retroceso sería inevitable. Ese es un caso en el que la diplomacia iraní está perfectamente alineada con el IRGC: después de todo, toda la estrategia posterior a Soleimani proviene directamente del ayatolá Khamenei. 

Y eso lleva a Hajizadeh del IRGC a establecer una vez más la línea roja iraní en términos de la defensa de la República Islámica: «No negociaremos sobre el poder de los misiles con nadie», adelantándose a cualquier movimiento para incorporar la reducción de misiles en un posible regreso de Washington a el JCPOA. Hajizadeh también ha enfatizado que Teherán ha restringido el alcance de sus misiles a 2.000 km.

Mi amigo Elijah Magnier, posiblemente el principal corresponsal de guerra en el suroeste de Asia en las últimas cuatro décadas, ha detallado claramente la importancia de Soleimani.

Todos, no solo a lo largo del Eje de la Resistencia (Teherán, Bagdad, Damasco, Hezbolá), sino también en vastas franjas del Sur Global, están firmemente conscientes de cómo Soleimani lideró la lucha contra ISIS / Daesh en Irak de 2014 a 2015, y cómo jugó un papel decisivo. en retomar Tikrit en 2015.  

Zeinab Soleimani, la impresionante hija del General, ha perfilado al hombre y los sentimientos que inspiró. Y el secretario general de Hezbollah, Sayed Nasrallah, en una entrevista extraordinaria , destacó la «gran humildad» de Soleimani, incluso «con la gente común, la gente sencilla».

Nasrallah cuenta una historia que es esencial para ubicar el modus operandi de Soleimani en la guerra real, no ficticia, contra el terrorismo, y merece ser citada en su totalidad: 

“En ese momento, Hajj Qassem viajó desde el aeropuerto de Bagdad al aeropuerto de Damasco, de donde vino (directamente) a Beirut, en los suburbios del sur. Llegó a mí a medianoche. Recuerdo muy bien lo que me dijo: «Al amanecer debiste haberme proporcionado 120 comandantes de operaciones (de Hezbollah)». Le respondí «Pero el Hayy, es medianoche, ¿cómo puedo proporcionarles 120 comandantes?» Me dijo que no había otra solución si queríamos luchar (eficazmente) contra ISIS, defender al pueblo iraquí, nuestros lugares sagrados [5 de los 12 imanes del Shiísmo Doce tienen sus mausoleos en Irak], nuestros Hawzas [ Seminarios islámicos], y todo lo que existía en Irak. No había elección. “No necesito luchadores. Necesito comandantes operativos [para supervisar las Unidades de Movilización Popular Iraquí, PMU]. «Es por eso que en mi discurso el asesinato de Soleimani, dije que durante los 22 años aproximadamente de nuestra relación con Hajj Qassem Soleimani, nunca nos pidió nada. Nunca nos pidió nada, ni siquiera Irán. Sí, solo nos preguntó una vez, y fue para Irak, cuando nos pidió estos (120) comandantes de operaciones. Así que se quedó conmigo y comenzamos a contactar a nuestros hermanos (Hezbollah) uno por uno. Pudimos traer a casi 60 comandantes operativos, incluidos algunos hermanos que estaban en las líneas del frente en Siria, y a quienes enviamos al aeropuerto de Damasco [para esperar a Soleimani], y otros que estaban en el Líbano, y de los que nos despertamos. durmieron y los trajeron [inmediatamente] de su casa, ya que el Hayy dijo que quería llevarlos con él en el avión que lo llevaría de regreso a Damasco después de la oración del amanecer. Y de hecho, después de rezar juntos la oración del amanecer,volaron a Damasco con él, y Hajj Qassem viajó de Damasco a Bagdad con 50 a 60 comandantes libaneses de Hezbollah, con quienes fue al frente en Irak. Dijo que no necesitaba combatientes, porque gracias a Dios había muchos voluntarios en Irak. Pero necesitaba comandantes [curtidos en la batalla] para dirigir a estos combatientes, entrenarlos, transmitirles experiencia y pericia, etc. Y no se fue hasta que tomó mi promesa de que en dos o tres días le habría enviado a los restantes 60 comandantes «.entrenarlos, transmitirles experiencia y conocimientos, etc. 

Orientalismo, de nuevo

Un ex comandante de Soleimani que conocí en Irán en 2018 nos había prometido a mí y a mi colega Sebastiano Caputo que intentaría concertar una entrevista con el General de División, que nunca habló con medios extranjeros. No teníamos motivos para dudar de nuestro interlocutor, así que hasta el último minuto de Bagdad estuvimos en esta lista de espera selectiva.

En cuanto a Abu Mahdi al-Muhandis, asesinado al lado de Soleimani en el ataque con drones de Bagdad, formé parte de un pequeño grupo que pasó una tarde con él en una casa segura dentro, no fuera, de la Zona Verde de Bagdad en noviembre de 2017. Mi informe completo está aquí .  

El profesor Mohammad Marandi de la Universidad de Teherán, reflexionando sobre el asesinato, me dijo, “lo más importante es que la visión occidental de la situación es muy orientalista. Asumen que Irán no tiene estructuras reales y que todo depende de los individuos. En Occidente, un asesinato no destruye una administración, empresa u organización. El ayatolá Jomeini falleció y dijeron que la revolución había terminado. Pero el proceso constitucional produjo un nuevo líder en cuestión de horas. El resto es historia.»

Esto puede ayudar mucho a explicar la geopolítica de Soleimani. Puede que haya sido una superestrella revolucionaria (muchos en todo el Sur Global lo ven como el Che Guevara del suroeste de Asia), pero sobre todo fue un engranaje bastante articulado de una máquina muy articulada. 

El presidente adjunto del Parlamento iraní, Hossein Amirabdollahian, dijo a la cadena iraní Shabake Khabar que Soleimani, dos años antes del asesinato, ya había previsto una inevitable «normalización» entre Israel y las monarquías del Golfo Pérsico.

Al mismo tiempo, también era muy consciente de la posición de la Liga Árabe en 2002, compartida, entre otros, por Irak, Siria y Líbano: una «normalización» ni siquiera puede comenzar a discutirse sin un estado palestino independiente y viable en las fronteras e 1967, y con Jerusalén Este como capital.

Ahora todos saben que este sueño está muerto, si no completamente enterrado. Lo que queda es el trabajo habitual y triste: el asesinato estadounidense de Soleimani, el asesinato israelí del destacado científico iraní Mohsen Fakhrizadeh, la guerra israelí implacable y de relativamente baja intensidad contra Irán totalmente apoyada por el Beltway, la ocupación ilegal de Washington de partes del noreste de Siria para hacerse con un poco de petróleo, el impulso perpetuo por un cambio de régimen en Damasco, la demonización incesante de Hezbollah.

Más allá del fuego del infierno

Teherán ha dejado muy claro que un retorno a al menos una medida de respeto mutuo entre Estados Unidos e Irán implica que Washington se reincorpore al JCPOA sin condiciones previas, y el fin de las sanciones ilegales y unilaterales de la administración Trump. Estos parámetros no son negociables. 

Nasrallah, por su parte, en un discurso en Beirut el domingo, destacó,

«Uno de los principales resultados del asesinato del general Soleimani y al-Muhandis son los llamamientos a la expulsión de las fuerzas estadounidenses de la región. Tales llamamientos no se habían hecho antes del asesinato. El martirio de los líderes de la resistencia colocó tropas estadounidenses en camino de salir de Irak «.

Esto puede ser una ilusión, porque el complejo militar-industrial-seguridad nunca abandonará voluntariamente un centro clave del Imperio de las Bases. 

Más importante es el hecho de que el entorno posterior a Soleimani trasciende a Soleimani. 

El Eje de la Resistencia, Teherán-Bagdad-Damasco-Hezbolá, en lugar de colapsar, seguirá reforzándose.

Internamente, y aún bajo sanciones de “máxima presión”, Irán y Rusia cooperarán para producir vacunas Covid-19, y el Instituto Pasteur de Irán coproducirá una vacuna con una empresa cubana.

Irán se solidifica cada vez más como el nodo clave de las Nuevas Rutas de la Seda en el suroeste de Asia: la asociación estratégica Irán-China es constantemente revitalizada por los Primeros Ministros Zarif y Wang Yi, y eso incluye a Beijing sobrealimentando su inversión geoeconómica en South Pars, el más grande campo de gas en el planeta.

Irán, Rusia y China participarán en la reconstrucción de Siria, que también incluirá, eventualmente, una rama de la Nueva Ruta de la Seda: el ferrocarril Irán-Irak-Siria-Mediterráneo Oriental.

Todo eso es un proceso continuo e interconectado que ningún Hellfire puede quemar.

Los territorios en disputa siguen siendo hoy un gran legado de la etapa anterior del proceso internacional, pasando a veces de un coqueteo diplomático mutuo de rutina a un hipotético enfrentamiento armado. Por lo tanto, aquellos que no están de acuerdo con el statu quo tratan de cambiarlo. El éxito o el fracaso de tales intentos depende de la correspondencia de las ambiciones con el peso geopolítico actual de tal o cual actor, así como también del posible impacto de los cambios hipotéticos en el equilibrio geopolítico general y, por lo tanto, del grado de intervención de los “terceros” – líderes geopolíticos globales en el problema.

Los territorios en disputa fuera de los sujetos continentales – islas y archipiélagos – se destacan en esta serie. Estos problemas ocurren, por regla general, como consecuencia del registro territorial de procesos de descolonización o guerras interestatales, que fijan la esfera de intereses materializados de los vencedores. Quizás la principal diferencia entre los problemas sobre las islas en disputa y los territorios continentales es que la propiedad de ellas por un lado y los reclamos del otro lado no son, por regla general, de importancia crítica para la existencia misma de los estados. Aunque, en la mayoría de los casos, tales disputas territoriales tienen un componente emocional bastante importante y en ocasiones sacrificado y son un atributo notable del discurso político interno durante muchos años con los tabúes y plantillas correspondientes.

Las características señaladas anteriormente se aplican particularmente a la disputa sobre las islas Kuriles del sur entre Japón y Rusia. Durante más de 70 años, este problema ensombrece las relaciones entre los países vecinos y les ha impedido dar rienda suelta a su potencial. Al mismo tiempo, este problema territorial fue el resultado de los cambios geopolíticos más importantes del siglo XX y la «constitución» de las fronteras internacionales, sobre cuya base funciona el orden mundial moderno. Todo tiene una causa y un efecto. No soy partidario de la «arqueología política», por lo tanto, me permitiré analizar brevemente el problema en la última retrospectiva histórica, y también limitarme a los hechos más importantes que configuran la realidad geopolítica moderna.

La disputa misma se da entre tres islas más cercanas a Japón: Shikotan, Iturup, Kunashir y el archipiélago de las pequeñas islas de Habomai. Su área total es de 5 mil km² más una zona económica de 200 millas, para un total de aproximadamente 200 mil km².

En los albores de las relaciones bilaterales, de acuerdo con el Tratado de Shimoda de 1855, estas islas de la cordillera común de islas Kuriles fueron transferidas a Japón, y el Tratado de San Petersburgo de 1875 transfirió las 18 islas Kuriles a Japón a cambio de la mitad japonesa de la isla Sakhalin. El repentino estallido de la Guerra Ruso-Japonesa en 1905 y la derrota de Rusia llevaron a la pérdida por Rusia de la mitad de la isla Sakhalin, que estaba asegurada por el Tratado de Portsmouth. Esto coincidió lógicamente con el comienzo de la expansión de Japón en toda la región de Asia oriental. La renovada nación militarista del imperio naciente del «sol naciente» se estaba formando rápidamente, y también se le ocupó rápidamente un nuevo «espacio vital». El apetito del imperio creció y en 1938 la URSS (Rusia) volvió a ser el objetivo de la agresión. Para entonces, Manchuria, una parte significativa de China y Corea ya habían sido ocupadas. Fue desde su territorio que el ejército japonés invadió la URSS en el área del lago Khasan y, inesperadamente para sí mismo, fue derrotado. Además, habiendo obtenido una confirmación formal de Gran Bretaña sobre la no interferencia y la connivencia de los Estados Unidos, el ejército japonés en 1939 invadió Mongolia, aliado a la URSS, en la región del río Khalkhin-Gol y fue derrotado nuevamente. Quedó claro que los reclamos de Japón sobre Rusia son de naturaleza estratégica y las contradicciones en la región deberían terminar tarde o temprano en la formación de una nueva realidad geopolítica.

El hecho más importante desde el punto de vista de la lógica de los eventos posteriores y la formación de la arquitectura internacional de la posguerra fue la Conferencia de Yalta de los líderes de la URSS, Gran Bretaña y los Estados Unidos en febrero de 1945, cuando la derrota de la Alemania nazi era cuestión de varios pocos meses. Fue acordado que la URSS entra en la guerra contra Japón luego de la victoria sobre Alemania, sujeto al regreso de todas las islas Kuriles y la parte sur de la isla Sakhalin. En julio del mismo año, en el marco de la Declaración de Potsdam, los aliados determinaron que la soberanía de Japón se extendería sólo a las islas de Kyushu, Shikoku, Honshu, Hokkaido y varias islas más pequeñas, entre las que no figuraban las Islas Kuriles del Sur. Tras la derrota de Japón y su ocupación por las fuerzas aliadas, el comandante en jefe, general Douglas MacArthur, mediante memorando No. 677 del 27 de enero de 1946, confirmó la exclusión de las Islas Kuriles de Japón, separadamente el archipiélago Habomai y la isla Shikotan. Además, en el marco del Tratado de Paz de San Francisco con los aliados de 1951, Japón abandonó sus reclamos sobre las Islas Kuriles y la parte sur de Sakhalin. Cabe señalar que la Unión Soviética cumplió correctamente con sus obligaciones aliadas y se estableció dentro de las fronteras generalmente reconocidas.

¿Entonces, cuál es el problema? – El diablo está en los detalles. Japón insiste en que las cuatro islas más cercanas no formaban parte de las islas Kuriles y están ocupadas ilegalmente. El agresor de ayer, el ejército del que se distinguió por atrocidades sin precedentes en los países ocupados de Asia Oriental, declaró una «ocupación ilegal», negándose a reconocer el valor obvio de sus ambiciones imperiales no realizadas.

Sin embargo, en el marco de la Declaración de Moscú sobre el restablecimiento de las relaciones diplomáticas y el fin del estado de guerra, firmada en octubre de 1956, el liderazgo de la Unión soviética propuso a Japón celebrar un tratado de paz y expresó su disposición a transferir las islas de Habomai y Shikotan. Pero luego Japón se negó a concluir un tratado de paz. ¿Por qué? Después de todo, tal paso permitiría resolver las diferencias existentes y comenzar a realizar todo el potencial de las relaciones bilaterales en el contexto de la era emergente de nuevos procesos económicos y de integración global en el mundo. Aparentemente, el entonces liderazgo de Japón previó otros riesgos inconmensurablemente más significativos causados por factores externos. Después de todo, fue Estados Unidos quien obligó al gobierno japonés a abandonar la propuesta soviética bajo la amenaza de no devolver el Archipiélago Ryukyu, que, según el Tratado de Paz de San Francisco de 1951, estaba bajo control estadounidense y sobre el que se desplegó el contingente militar estadounidense. La conclusión del Tratado de Interacción y Seguridad entre Estados Unidos y Japón en 1960 convirtió finalmente a Japón en rehén del enfrentamiento geoestratégico entre la URSS (Rusia) y Estados Unidos.

Una elección difícil, ¿no? Este es un drama de cada país perdedor. La derrota en la guerra tuvo consecuencias dramáticas para Japón. La hegemonía de ayer ha perdido toda reinvención del liderazgo geopolítico. Juzguen por ustedes mismos. – La nación tenía muchos factores importantes para realizar sus ambiciones geopolíticas. Extremo celo personal y extrema racionalidad, capacidad de sacrificio y al mismo tiempo fría crueldad hacia los enemigos, unidad política en relación con el resto del mundo y un alto grado de jerarquía y controlabilidad de la sociedad, dedicación intransigente y claridad de estrategia para expandir el espacio vital de la nación. La modernización económica y la militarización de la economía también le agregaron confianza.

Sin embargo, el potencial de crecimiento geopolítico de Japón se agotó inevitablemente debido a la ausencia del segundo elemento más importante necesario para el concepto de «gran potencia» según Rudolf Kjellen: un territorio extendido propio, aunque el país era monolítico y muy móvil. En las tierras ocupadas del Lejano Oriente y el sudeste de Asia, Japón no pudo extender su unidad política, ya que se basaba en la monoétnica de la nación. Y aunque al final, como sabemos, Japón pudo realizarse como uno de los líderes de la economía mundial, la condición de país perdedor sigue siendo un factor disuasorio y una fuente de insatisfacción interna de la nación. Con el paso de los años, en la sociedad japonesa, el tema de las concesiones en los «territorios del norte» se ha osificado y se ha convertido en un factor político interno difícil de superar. Los tabúes o «líneas rojas» amenazan a cualquier partido gobernante con una crisis política interna si las iniciativas van más allá de las opiniones arraigadas sobre el tema. Una ilustración es el ejemplo cuando en 2006 el jefe del Ministerio de Relaciones Exteriores de Japón, Taro Aso, en una reunión del comité de política exterior de la cámara baja de representantes del parlamento, se pronunció a favor de dividir la parte sur de las disputadas islas Kuriles con Rusia por la mitad y cerrar así el tema. Sin embargo, habiendo recibido la reacción esperada de los políticos, el Ministerio de Relaciones Exteriores japonés desautorizó de inmediato sus palabras.

No solo los riesgos políticos internos, sino también los externos, obstaculizan el avance en esta dirección. La participación económica y político-militar de Estados Unidos también debilita las posibilidades de compromiso y reduce la capacidad de una acción geopolítica independiente. Ahora, por ejemplo, una amplia respuesta pública ha recibido información de que las reglas de la lotería para recibir tarjetas verdes indican que los rusos nacidos en las Islas Kuriles deben indicar Japón como su lugar de nacimiento. Por supuesto, muchos japoneses están impresionados por tal «apoyo» de Estados Unidos, pero parece que tal iniciativa está diseñada principalmente para irritar a la parte rusa y es capaz de hacer retroceder a ambos participantes de la disputa en la solución del conflicto. El Ministerio de Relaciones Exteriores ruso ya ha calificado este paso de Estados Unidos como un intento de revisar los resultados de la Segunda Guerra Mundial, que fueron firmados por el propio Estados Unidos en el marco de las coaliciones anti-Hitler y antijaponesas.

Reflexionando objetivamente sobre los problemas de un posible compromiso en esta disputa, es necesario designar como factor disuasorio y evidentes riesgos geopolíticos para la propia Rusia. Solo miren el mapa para entender que la pérdida de control sobre las islas crea riesgos de movilidad para la Flota del Pacífico rusa, ya que solo dos estrechos sur entre las islas Iturup y Kunashir, así como Kunashir y Hokkaido japonés no se congelan y dan una salida directa del Mar de Ojotsk al Océano Pacífico todo el año. Por otro lado, no hay garantía de que dicho movimiento no se vea limitado por la posible aparición del contingente estadounidense en estas islas, con las que Japón está obligado por obligaciones aliadas. 

Rusia no puede permitirse que la engañen de nuevo, como fue el caso de las promesas de Estados Unidos de no ampliar la OTAN hace treinta años, que finalmente fueron violadas sin escrúpulos.

Es lógico que Rusia, representada por el presidente Vladimir Putin, proponga la celebración de un tratado de paz sin precondiciones y «luego, como amigos» para discutir y solucionar los problemas existentes. Evidentemente, en un acuerdo de este tipo Rusia quiere fijar las garantías más importantes para evitar los riesgos geopolíticos.

A pesar de todas las dificultades del proceso de negociación y los riesgos previamente identificados, Japón y Rusia hoy no solo son vecinos, sino también importantes socios económicos. El potencial de las relaciones económicas bilaterales es significativamente superior a los US $20,313,340,792.- en comercio que los países lograron en 2019. También es obvio que las perspectivas de solución de la disputa territorial no se han agotado por completo. Los contactos continúan y la parte japonesa con obvia persistencia apoya la disputa territorial en la agenda bilateral. En 2019, en el pico de contactos frecuentes entre V. Putin y S. Abe, incluso hubo sugerencias en los medios de que Rusia ya estaba lista para otorgar las islas en disputa al Japón. Sin embargo, ese optimismo y esas suposiciones resultaron prematuras y, con la salida de Abe de la arena política, sus sucesores tendrán que reconstruir un diálogo confidencial con el liderazgo ruso. Cualquier intento de los socios de hablar con Rusia en el lenguaje de los ultimatums de sanciones será deliberadamente improductivo, ya que su estatus geopolítico se basa en los merecidos resultados de la Segunda Guerra Mundial y el mantenimiento constante del equilibrio estratégico-militar global y regional.

Entonces, los nudos geopolíticos como de las Kuriles no pueden desatarse de repente. El proceso de arreglo político es un laberinto lleno de callejones sin salida, al que los tabúes políticos y los factores de riesgo externos conducen a compañeros del proceso político. La solución de tales problemas debería tener en cuenta toda la gama de posibles consecuencias para el equilibrio geopolítico. La única forma posible del proceso de negociación es el diálogo directo, ya que es imposible definir el destino de los territorios en disputa solo apelando a árbitros internacionales y tomando medidas unilaterales. Especialmente si el otro lado es un jugador internacional importante. Al mismo tiempo, como indiqué anteriormente, es importante que el interesado comprenda que las islas para una gran potencia son un elemento importante de su soberanía, pero que no es crítico para su existencia. Por tanto, queda la posibilidad teórica de resolver la disputa.

Y la conclusión final, quizás la más importante. El rol de la personalidad en la historia. Un gobierno débil y un líder débil son incapaces de generar iniciativas audaces y fuera de límites, ya que siempre están en las garras de los problemas políticos internos actuales, solo especulando sobre el tema de los territorios en disputa. Además, no pueden evocar un trato serio del lado opuesto. El más alentador es el diálogo de líderes fuertes con amplio apoyo político interno y confianza pública. Tales políticos, por regla general, son menos susceptibles al complejo de «sentimientos electorales» cotidianos y crean el fundamento para la cooperación a largo plazo en el futuro, piensan a gran escala y estratégicamente en el contexto de los últimos desafíos y amenazas globales.

Es de esperar que el desarrollo sobre esta base de las relaciones ruso-japonesas, respaldado por los éxitos en la interacción económica actual, pueda llevar a ambas partes a una trayectoria de progreso sostenible, o al menos permitirles ver la luz en la salida de este laberinto geopolítico.

Alexander Góvorov

Politólogo

En lugar de una democracia regional, lo que ha florecido son los acuerdos de armas, los conflictos y los regímenes autoritarios.

Por VIJAY PRASHAD

Hace diez años, un vendedor ambulante en Túnez se prendió fuego , lo que provocó que la gente a lo largo de las orillas del mar Mediterráneo, desde Marruecos hasta España, se rebelara. Salieron a sus plazas públicas indignados por las terribles condiciones en las que tenían que vivir.

Poco se ha avanzado en su agenda en la última década. Los gobiernos de los estados del sur de Europa han traicionado uno a uno las aspiraciones de la gente; El fracaso más dramático fue el del gobierno de Syriza en Grecia, que ganó un mandato contra la austeridad y luego se  rindió  ante la troika (el Banco Central Europeo, la Comisión Europea y el Fondo Monetario Internacional) en 2015.

Los levantamientos en el norte de África terminaron con el regreso de los generales ( como en Egipto ), la destrucción de estados ( como en Libia ) y la afirmación de las monarquías árabes ( desde Marruecos hasta Arabia Saudita ).

Finalmente, el presidente Donald Trump talló el obituario en la lápida de esa rebelión de la “Primavera Árabe” cuando usó la inmensidad del poder estadounidense para  fortalecer a  los aliados de Estados Unidos, como las monarquías árabes e Israel, en detrimento de la gente de la región.

Lo que queda de la Primavera Árabe es un recuerdo lejano de las multitudes en la plaza Tahrir de El Cairo; una imagen más típica del presente es la de los monarcas de Marruecos y los Emiratos Árabes Unidos besando a Israel para complacer a Estados Unidos.

Peligro en el Mediterráneo Oriental

En los países de habla árabe, surgieron dos conjuntos de conflictos cuando la gente en las plazas públicas sacudió la política en sus países. El primero fue entre Irán y las monarquías del Golfo Pérsico (lideradas por Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos). Esto tuvo un impacto catastrófico en el Líbano y Siria.

El segundo fue el conflicto entre los países afines a los Hermanos Musulmanes (Qatar y Turquía) y las monarquías del Golfo Pérsico.

Ambos conflictos, enardecidos por Israel, continúan amenazando guerras regionales.

Fue bajo la presión de Arabia Saudita e Israel que Estados Unidos inventó una «amenaza nuclear» de Irán e impulsó una agenda que resultó en el  acuerdo con Irán de 2015 . Mientras tanto, varios de los científicos nucleares iraníes fueron asesinados desde 2010 hasta el presente; Irán  culpa a  Israel y Estados Unidos por estos asesinatos. Las sanciones y amenazas de intervención militar casi se han vuelto ahora normales.

La gravedad de este conflicto no ha disminuido y no disminuirá incluso si el presidente electo de Estados Unidos, Joe Biden, devuelve a su país al marco del acuerdo nuclear.

Más siniestros han sido los conflictos cada vez más profundos contra Qatar y Turquía.

En 2017, Arabia Saudita y sus aliados iniciaron un bloqueo contra Qatar; la animosidad fue tan grande que Arabia Saudita  planeó  cortar la masa de tierra alrededor de Qatar y convertirla en una isla.

Tanto los árabes del Golfo como los europeos estaban  preocupados  por la influencia de Turquía sobre los nuevos gobiernos en el norte de África. Conspiraron para derrocar al gobierno de la Hermandad Musulmana en Egipto en 2013 y para llevar a cabo una guerra en Libia contra la influencia turca sobre el gobierno reconocido por la ONU en Trípoli.

El descubrimiento de campos masivos de gas natural en el Mediterráneo Oriental en 2009  cambió la ecuación de antiguas rivalidades en la zona, particularmente entre Israel y sus vecinos, y entre Turquía y Grecia por Chipre.

En la última década, las alianzas en todo el Mediterráneo se han consolidado en torno al control de estos campos de gas. Se han publicado mapas con afirmaciones contradictorias y ha sido difícil evitar los conflictos casi militares.

El armamento turco de las tropas en Libia dio a los  barcos franceses  (junio de 2020) y alemanes (noviembre de 2020) la oportunidad de intentar abordar los barcos turcos. La Unión Europea amenazó con imponer duras sanciones contra Turquía en su cumbre del 10 al 11 de diciembre, pero luego  decidió  posponer cualquier decisión sobre sanciones hasta la próxima reunión en marzo de 2021.

Francia, que se ha  esforzado  al sur del desierto del Sahara en la región del Sahel, ahora ha fortalecido sus vínculos con los países que se oponen a Turquía. Los acuerdos de armas   con Grecia han ido de la mano de los ejercicios militares con Egipto y los Emiratos Árabes Unidos (los ejercicios de Medusa que incluyen a Chipre y Grecia). El francés Emmanuel Macron honró al presidente egipcio Abdel Fattah el-Sisi (un ex general) con el premio más alto de Francia.

Cuando el secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo, visitó Francia en noviembre, se quejó a Le Figaro sobre las acciones de Turquía en el Mediterráneo oriental. Durante su visita a Turquía después de Francia, Pompeo  evitó a  altos funcionarios turcos. El desaire fue claro. Israel, respaldado por Estados Unidos, ha anunciado ahora   que aumentará la cooperación militar con Chipre y Grecia.

Turquía, mientras tanto, ha aumentado su cooperación con Rusia y, curiosamente, con el Reino Unido, cada vez más alienado de los europeos por sus balbuceantes negociaciones del Brexit.

Aplastamiento de Palestina, Sáhara Occidental, Yemen

Trump ha propuesto un alucinatorio » acuerdo  del siglo» que prometía solucionar la ocupación de larga data de los palestinos por Israel. No se ha logrado nada por el estilo. Lo que Trump y Pompeo han hecho en cambio es descartar una serie de resoluciones de la ONU para entregar a Israel muchas de sus demandas máximas en bandeja.

Un primer gesto fue el anuncio de que la Embajada de Estados Unidos se  trasladaría  de Tel Aviv a Jerusalén; luego vino el visto bueno para la posible anexión a gran escala   de Jerusalén Este y Cisjordania por parte de Israel y el reconocimiento estadounidense   de la ocupación israelí de los Altos del Golán en Siria.

Estados Unidos hizo favores como la  venta  de armas por valor de 23.000 millones de dólares a los Emiratos Árabes Unidos y la  eliminación de Sudán de la lista de patrocinadores estatales del terrorismo para ganar el reconocimiento público de Israel. Estas armas, particularmente los F-35, vendidos a los Emiratos Árabes Unidos permitirán a los árabes del Golfo continuar su cruel guerra contra Yemen.

Luego, casi de la nada, Estados Unidos reconoció este mes   la ocupación marroquí del Sahara Occidental a cambio del reconocimiento de Marruecos de Israel y de que el rey marroquí comprara armas por valor de mil millones de dólares a Estados Unidos. Este acuerdo fue negociado por los EAU.

Las esperanzas de los pueblos palestino, saharaui y yemení se han visto seriamente comprometidas por estos cínicos acuerdos.

Diez años después de la Primavera Árabe, hay poco que celebrar. Se han dejado de lado grandes esperanzas. Han vuelto los viejos cinismos, el cinismo de las transacciones de armas y de energía, el cinismo de la brutalidad.

Este artículo fue producido por  Globetrotter , que lo proporcionó a Asia Times.

https://asiatimes.com/2020/12/ten-years-on-hopes-of-arab-spring-snuffed-out/?mc_cid=61d8c3edaa&mc_eid=3ab8a50a07 
Vijay Prashad es un historiador, editor y periodista indio. Es compañero de redacción y corresponsal en jefe de Globetrotter. Es el editor en jefe de  Left Word Books  y el director de  Tricontinental: Institute for Social Research . Es miembro senior no residente del  Instituto de Estudios Financieros de Chongyang , Universidad Renmin de China. Ha escrito más de 20 libros, incluidos  The Darker Nations  y  The Poorer Nations . Su último libro es  Washington Bullets , con una introducción de Evo Morales Aym

Los principales asesores de Biden ya piden más operaciones de libertad de navegación y apoyo estratégico para Taiwán

Por RICHARD JAVAD HEYDARIAN

Con la inminente transición de Estados Unidos de Donald Trump a Joe Biden, hay pocas señales de que Estados Unidos o China tengan la intención de retroceder en el Mar de China Meridional, incluido el futuro de Taiwán.

La administración entrante de Biden ya ha señalado que apretará los tornillos a China, acercándose más a las duras políticas de la administración Trump sobre China que su predecesor demócrata bajo Barack Obama, quien ahora es ampliamente acusado de moderar los primeros signos de los diseños expansionistas de China para la región. 

Mientras tanto, el Ejército-Armada Popular de Liberación de China (PLAN) realizó recientemente ejercicios con fuego real en las disputadas aguas del Mar del Sur de China, flexionando sus helicópteros Harbin Z-9 y misiles antibuque avanzados durante juegos de guerra simulados.

Los ejercicios tuvieron lugar en Sanya, el extremo sur de la isla de Hainan, desde donde China lanzó su primer portaaviones Shandong construido en el país en diciembre pasado.

Los provocativos simulacros siguen a los juegos de guerra aéreos y navales de «cuatro mares» sin precedentes realizados por el EPL en sus aguas adyacentes en los últimos meses, así como al anuncio de dos nuevas «regiones administrativas» que atraviesan el Mar del Sur de China.

El último ejercicio de flexión muscular de China también reveló, basado en imágenes de satélite , el progreso de China en la construcción de un nuevo dique seco en Hainan, uno que será lo suficientemente grande para el supercarrier Type-003 de próxima generación del país.

La Iniciativa de Transparencia Marítima de Asia en el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales en Washington DC dijo en una nueva investigación que las actividades militares de China en el área, incluidos ejercicios, entrenamientos, visitas a puertos y operaciones, aumentaron en aproximadamente un 50% a 65 en 2020 de 44 en 2019, según análisis de informes de medios estatales.

Sin embargo, no está claro que la administración de Biden tome los desarrollos de forma inactiva. Jake Sullivan , elegido por Biden como asesor de seguridad nacional, ha pedido recientemente la intensificación de las operaciones de libertad de navegación (FONOP) contra China en el Mar del Sur de China, lo que marca una posible escalada de la política de Trump.

“Deberíamos dedicar más activos y recursos para asegurar y reforzar, y mantener junto a nuestros socios, la libertad de navegación en el Mar de China Meridional”, dijo Sullivan  durante un podcast presentado por un miembro del Centro para un Nuevo Estadounidense de Seguridad. “Eso pone el zapato en el otro pie. Entonces China tiene que detenernos, lo que no harán «.

Los FONOP se han convertido en el desafío más potente de los EE. UU. A los reclamos de gran alcance de China en aguas adyacentes, con buques de guerra estadounidenses que atraviesan el radio de 12 millas náuticas de las islas ocupadas por Beijing y las características terrestres del Mar de China Meridional.

Los otros socios regionales importantes de Estados Unidos, incluidos Japón, Gran Bretaña, Francia e India, también han llevado a cabo operaciones de «acceso» similares , aunque de una manera menos conflictiva.

A diferencia de la Armada de los EE. UU., Los buques de guerra europeos no han penetrado profundamente en las 12 millas náuticas de las islas reclamadas por China, pero no obstante han realizado maniobras navales lo suficientemente cerca como para señalar su oposición a los reclamos marítimos de Beijing y las posibles amenazas a la libertad de navegación y sobrevuelo en la zona.

Australia ha realizado sistemáticamente patrullas aéreas en el Mar de China Meridional, otra forma más sutil de reafirmar los derechos de los estados no reclamantes al acceso libre y sin obstáculos a las líneas marítimas internacionales de comunicación.

A principios de este año, la armada australiana se unió a los FONOP de EE. UU. En el área, en lo que los expertos vieron como la primera empresa multilateral de una maniobra naval de alto riesgo.

Durante los últimos cuatro años, la administración Trump adoptó una posición dramáticamente más dura en el Mar de China Meridional, con FONOP anuales que aumentaron de dos a tres por año en los últimos años de la administración Obama a hasta diez el año pasado.

A pesar de las importantes interrupciones operativas causadas por la pandemia Covid-19, incluida la puesta a tierra forzada del USS Roosevelt debido a un brote a bordo, el Comando Indo-Pacífico de la Armada de los EE. UU. (INDOPACOM) logró realizar hasta ocho FONOP este año.

La administración Trump no solo ha aumentado la frecuencia de FONOPS, sino que también ha agudizado su ventaja, a menudo desplegando simultáneamente dos buques de guerra de última generación en las profundidades de las aguas reclamadas por China, incluidas las áreas alrededor del Scarborough Shoal ocupado por Beijing, que cae bien dentro de la zona económica exclusiva de Filipinas.

A veces, varias operaciones de FONOP se han producido en rápida sucesión, incluidas dos operaciones de este tipo en dos días este año. La administración Trump también ha respaldado las operaciones navales con patrullas aéreas, con más de 2000 misiones de vigilancia de aviones militares estadounidenses en el área solo en los primeros seis meses de este año.

Además de esto, el Pentágono, por primera vez desde el final de la Guerra Fría, también se ha asociado con la Guardia Costera de los Estados Unidos para realizar simulacros conjuntos en el área mientras impulsa el desarrollo de capacidades entre los aliados regionales.

Esto ha coincidido con la expansión del Financiamiento Militar Extranjero (FMF) y las exportaciones militares a los estados de primera línea, incluidas bombas inteligentes, misiles de crucero , fragatas reacondicionadas y probablemente aviones de combate avanzados a Filipinas, un importante estado reclamante en el Mar de China Meridional.

La administración Trump también tomó la decisión sin precedentes de respaldar efectivamente los reclamos marítimos de los rivales de China en el Mar de China Meridional, al tiempo que señaló su compromiso de acudir al rescate de aliados como Filipinas si hubiera un conflicto absoluto con China en el área.

Para consternación de Beijing, Washington también ha aumentado su asistencia a Taiwán, otro estado reclamante del Mar de China Meridional que China considera una provincia renegada que eventualmente debe incorporarse al continente.

La administración Trump autorizó hasta $ 5 mil millones en ventas de armas a Taiwán este año, mientras que altos funcionarios estadounidenses, incluido el contralmirante de la Armada Michael Studeman y el secretario de Salud de Estados Unidos, Alex Azar, han realizado visitas sin precedentes a la isla autónoma.

Hasta ahora, la administración Trump ha proporcionado 11 paquetes de venta de armas a Taiwán, incluido recientemente un Sistema de Comunicaciones de Información de Campo (FICS) de $ 280 millones.  

Según la Agencia de Cooperación para la Seguridad de la Defensa de Estados Unidos, la nueva adquisición taiwanesa está «diseñada para proporcionar comunicaciones móviles y seguras» y ayudar al país a «modernizar su capacidad de comunicación militar» en medio de las crecientes amenazas de guerra electrónica y convencional de Beijing.

Estados Unidos avanzó recientemente con varios paquetes de venta de armas para Taiwán, incluida la aprobación de la venta de  aeronaves pilotadas a distancia (RPA) MQ-9B listas para armas y  misiles de respuesta ampliada de misiles de ataque terrestre AGM-84H (SLAM-ER).

Durante una importante conferencia en Taipei a principios de este mes, la presidenta taiwanesa Tsai Ing-wen, una acérrima crítica de Beijing, criticó las actividades de China en el Mar de China Meridional, que según ella se ha vuelto «cada vez más militarizado».

“Las fuerzas autoritarias intentan sistemáticamente violar el orden basado en normas existente”, dijo el líder taiwanés, al tiempo que pidió una mayor asistencia de otras naciones democráticas.

“Taiwán ha estado en el extremo receptor de tales amenazas militares a diario, [pero] [estamos] más decididos que nunca a continuar desarrollando nuestras industrias de autodefensa y salvaguardar nuestra soberanía y democracia”, agregó.

Durante un discurso en el mismo evento en Taiwán, Kurt Campbell, un exdiplomático estadounidense para el este de Asia y probablemente uno de los principales asesores de políticas en la administración entrante de Biden, dejó en claro que existe un consenso bipartidista para apoyar a Taiwán.

Junto con Ely Ratner, otro importante asesor de política exterior de Biden, Campbell se ha convertido en uno de los ex funcionarios de la administración Obama más destacados en abogar por una postura dura sobre China, desde el Mar de China Meridional hasta Taiwán. Campbell fue visto como un arquitecto principal de la política de «pivote» de Obama hacia Asia desde el Medio Oriente.  

«Hay un amplio grupo de personas en el pasillo político que comprenden la profunda importancia estratégica y nuestros intereses estratégicos en mantener una relación sólida con Taiwán», dijo el ex principal responsable de políticas de Obama en Asia, lo que probablemente indica el compromiso de la administración entrante de Biden de continuar apoyando a Taiwán. .

Publicado en Asia Times:https://asiatimes.com/2020/12/biden-to-follow-trumps-lead-in-south-china-sea/?mc_cid=61d8c3edaa&mc_eid=3ab8a50a07

La RCEP significa el primer gran acuerdo entre tres de las cuatro economías más importantes de Asia, que forman parte de los nodos principales de la economía mundial en términos de comercio, finanzas y tecnología. Estos territorios se encuentran separados en las últimas décadas por profundas razones históricas y geopolíticas. Y tanto Japón como Corea del Sur constituyeron pilares fundamentales en Asia Pacífico en la construcción de la hegemonía estadounidense.

Por: Gabriel E. Merino (UNLP-CONICET) 

A mediados de noviembre se firmó el mayor acuerdo comercial del mundo, la Asociación Económica Integral Regional, denominado RCEP por sus siglas en inglés. La región en donde se formalizó el mayor acuerdo comercial y económico del mundo es Asia Pacífico y el centro de gravedad es China, país que hace 24 años tenía el mismo PBI que Brasil y hoy es 8 veces más grande.

La iniciativa RCEP representa el 30% del PBI global en la región más dinámica del planeta e involucra a 2.200 millones de personas, es decir, el 30% de la población mundial. Además de China, ésta incluye a los países de la ASEAN –Indonesia, Tailandia, Singapur, Malasia, Filipinas, Vietnam, Birmania, Camboya, Lagos y Brunei— más Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda. Si bien fue parte de las negociaciones, la India no firmó el acuerdo por razones de protección de su industria y, posiblemente, también por razones geopolíticas, aunque quedó abierta su posible incorporación más adelante

Un dato central es que el RECEP es el primer acuerdo económico comercial entre China, Japón y Corea del Sur.

Japón es el tercer país con mayor PBI mundial en dólares corrientes (luego de Estados Unidos y China) y parte del núcleo central de la economía mundial, también denominado Norte Global. Es un jugador de punta en materia tecnológica y posee 52 compañías transnacionales en el listado de las 500 principales según ingresos elaborado por Fortune, y liderado por China que ya superó con 124 a Estados Unidos (121). Sus debilidades estructurales se manifiestan en el declive poblacional, su enrome endeudamiento (235% de su PBI) y su estancamiento económico secular, articulado a su subordinación geopolítica a Washington. La iniciativa del RCEP podría otorgar a Tokio otro horizonte frente a dicha situación, que necesariamente también significa un reacomodamiento y recalibramiento político estratégico de importancia.     

Por su parte, Corea del Sur es la tercera gran economía de esa región y la cuarta del continente asiático luego de la India, ocupando el puesto 12 a nivel mundial. Además, es el país del mundo con mayor inversión relativa en investigación y desarrollo como porcentaje del PBI (4,35%), lo que en parte explica su condición de potencia tecnológica global.  

La RCEP significa el primer gran acuerdo entre tres de las cuatro economías más importantes de Asia –el gran continente en pleno ascenso en donde se concentra el 52% del PBI industrial mundial, el 69% de la población y el 80% del crecimiento económico mundial de los últimos años— que forman parte de los nodos principales o “núcleo orgánico” de la economía mundial en términos de comercio, finanzas y tecnología. Estos territorios se encuentran separados en las últimas décadas por profundas razones históricas y geopolíticas. Y tanto Japón como Corea del Sur constituyeron pilares fundamentales en Asia Pacífico en la construcción de la hegemonía estadounidense. Un giro en este sentido, por más que parezca leve y casi natural, significa un profundo movimiento de placas en el mapa del poder mundial.

[La disputa por Asia Pacífico]

La cuenca del pacífico fue central para la construcción del poder estadounidense, desde sus inicios como potencia emergente a mediados del siglo XIX. Primero abriendo a la fuerza el comercio con Japón, al mejor estilo de las civilizadas y “democráticas” tradiciones occidentales. Luego constituyendo un régimen vasallo en Hawái. Más tarde, arrebatándole a España el control de Guam y Filipinas (además de Cuba y Puerto Rico). Y, con la victoria sobre Japón en la Segunda Guerra Mundial (que incluyó el primer y único ataque nuclear en la historia de la humanidad), la reconstrucción de Japón como pilar fundamental del poder estadounidense sobre Asia Pacífico, junto con Corea del Sur. La guerra de Corea entre 1950-1953 dirimió hasta dónde podía llegar el control territorial de Washington en dicha región, frente a China y a la entonces URSS.  Actualmente, Estados Unidos tiene casi 70.000 efectivos militares entre Japón y Corea del Sur, a lo que hay que sumar las tropas en otras bases del Pacífico.     

Como señala gran parte de la tradición geopolítica estadounidense, los fundamentos de su primacía mundial consiste en controlar el hemisferio Occidental (América), sus dos frentes oceánicos, el Atlántico y el Pacífico, y en mantener la preponderancia en el continente euroasiático controlando sus periferias geográficas. Cualquier acercamiento entre China y Japón, cualquier intento de reunificación de las dos Coreas o la expulsión de las tropas estadounidenses en la región, golpea sobre estos pilares de la construcción hegemónica post Segunda Guerra mundial, hoy en crisis.

De hecho, como se señaló en un reciente artículo, una cuestión central a analizar es que el diseño geopolítico de la hegemonía estadounidense desde el fin de la Segunda Guerra Mundial ha existido una línea roja en Asia Pacífico que marca el límite estratégico que una coalición liderada por Estados Unidos y Japón debe mantener en la zona para evitar que China pase de ser una potencia global rival, lo que implicaría la pérdida de la primacía mundial de Washington. El cerco de contención contra China incluye a Corea del Sur, Taiwán, Filipinas, Vietnam, Laos, Tailandia, Malasia, Camboya, Indonesia, Brunei y Singapur, y es justamente el Mar del sur de China el punto clave de este mapa. En la actualidad, ese límite ya ha sido traspasado en términos geoestratégicos, con lo cual el solapamiento ya está en curso. Y la RCEP no hace más que confirmar dicho proceso de solapamiento de la influencia en términos económicos, en una región en la que el comercio siempre ha sido central en la definición del orden y el poder.

En 2011, Hillary Clinton afirmaba, como Secretaria de Estado de Barack Obama, que el futuro de la política mundial se decidiría en Asia y en el Pacífico, no en Afganistán o Irak, y que Estados Unidos debería estar justo en el centro de la acción. Para ello, Clinton propuso que el pivote estratégico de la política exterior norteamericana pasara de Oriente Cercano al Asia Oriental, lo que incluía la construcción de una alianza similar a la de la OTAN para el Pacífico, que pueda incluir al océano Índico, esto es, fundamentalmente a la India.

Esta iniciativa político estratégica de la administración Obama también incluía la propuesta de avanzar en un gran acuerdo de libre comercio e inversiones denominado Tratado Trans-Pacífico (conocido como TPP por sus siglas en inglés). El TPP incluía a muchos de los países que hoy son parte de la RCEP: Australia, Brunei, Japón, Malaysia, Nueva Zelanda, Singapur y Vietnam además de Canadá, Chile, México Perú y Estados Unidos. Y era parte de la estrategia de contención contra el avance de China, para posicionar a Estados Unidos y a las fuerzas globalistas del Norte Global como conductoras de Asia-Pacífico. De hecho, el RCEP se lanzó en 2012, un año después del “giro” hacia el Pacífico encabezado por Hillary Clinton. Y en 2013, después de que en el mes de marzo Japón firmó su ingreso a las negociaciones por el TPP, China lanzó la “Nueva Ruta de la Seda” o la Iniciativa del Cinturón y la Ruta.

La geoestrategia del TPP se observa con total claridad en algunas frases dichas por el propio Obama: “Sin este acuerdo, los competidores que no comparten nuestros valores, como China, decretarán las reglas de la economía mundial (…) Cuando más del 95% de nuestros clientes potenciales viven más allá de nuestras fronteras, no podemos dejar que países como China decreten las reglas de la economía mundial.” Por su parte, el entonces Secretario de Defensa de Estados Unidos, Ash Carter, declaró que para los intereses de seguridad de los Estados Unidos en Asia se podía considerar el TPP tan importante como la adición de otro portaaviones en la región y lo consideraba fundamental para el re-equilibrio de poder en Asia a favor de los Estados Unidos.

El TPP era mucho más que un simple tratado de libre comercio, como también lo es el RCEP. Junto al TTIP (que traducido sería Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión y era una acuerdo entre Estados Unidos y la Unión Europea) el TPP proponía las  nuevas reglas de la economía global del Siglo XXI, acordes con las redes financieras globales con origen en el Norte Global y sus empresas transnacionales. Es decir, implicaba toda una institucionalidad transnacional y, en la práctica, una agudización del proceso de desnacionalización de los Estados, bajo la conducción de las fuerzas globalistas. El TPP y el TTIP, eran proyectos político-económicos estratégicos que pretendían tener una influencia decisiva en las normas que regirían el comercio, los servicios, la propiedad intelectual y la inversión mundial en el siglo XXI, como lo tuvo el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN, conocido también como NAFTA por sus siglas en inglés) en 1992, que fue el modelo utilizado para finalizar las negociaciones de la Ronda Uruguay en 1995 que creó la Organización Mundial de Comercio (OMC) y consolidó el proceso de globalización al incorporar nuevos temas ausentes del GATT.

Además, el TPP consolidaba una alianza clave en el Pacífico, la de los Estados Unidos y Japón, para desde ahí intentar una reconstrucción hegemónica de la “comunidad global,” y ponía a Vietnam (especialmente) y a otros países firmantes más cerca de los Estados Unidos, buscando reducir la preponderancia de la China continental la región. Pero en el fondo, la clave del TPP y otras de esas iniciativas globalistas actuales es incrementar las presiones dentro de China para realizar reformas económicas de “apertura” o neoliberales que demandan Occidente y el capital financiero transnacional del Norte Global, y que en gran medida permitirían resolver su crisis de sobreacumulación mediante la subsunción de China.  

Por eso Mike Froman, representante comercial de Estados Unidos, decía en relación a la resistencia del Congreso norteamericano para aprobar el TPP: “Estamos a un voto de cimentar nuestro liderazgo en la región o de entregar las llaves del castillo a China.”

En febrero de 2016 se firmó finalmente el TPP. Sin embargo, la “alegría” duró poco. El triunfo de las fuerzas americanistas-nacionalista de Estados Unidos en las elecciones presidenciales de ese mismo año, que colocó en enero de 2017 a Donald Trump en la Casa Blanca, fue la muerte del TPP. El anti-globalismo  se volvió parte de la agenda en Washington. Para estas fuerzas la pérdida de centralidad del Estado norteamericano y el avance de una institucionalidad transnacional constituye una amenaza a la seguridad nacional.

Este escenario favoreció el avance del RCEP. China, aunque presionada por la guerra comercial y amenazada por los intentos estadounidenses de reforzar alianzas político-estratégicas para recrear una especie de “nueva guerra fría”, pudo anotarse un punto fundamental en el avance de su condición de centro económico de Asia Pacífico, con enormes implicancias geopolíticas.   

A pesar del impulso del actual Secretario de Estado estadounidense Mike Pompeo, de alinear a Japón, Australia e India en una política anti-china, el profundo entrelazamiento económico de Beijing en la región imposibilita el establecimiento de bloques y desarticula el poderío estratégico estadounidense.

Australia, por ejemplo, que forma parte del espacio angloamericano y tiene como soberana constitucional a la reina Isabel II del Reino Unido, se está convirtiendo en una especie de gran portaaviones estadounidense en el Pacífico e intentó conformar a la administración Trump en su posicionamiento contra Beijing en plena pandemia, lo que le valió una fuerte reprimenda comercial desde China, causando un duro golpe a su economía. Pero también ahora es parte del RCEP, cuyo centro geoeconómico es China e intenta una suerte de equilibrio que, en la práctica, contrarresta el dispositivo de nueva guerra fría. El debate interno se agudiza, al calor de las contradicciones entre las definiciones geopolíticas y las realidades geoeconómicas.

John Mearsheimer, intelectual realista de la Universidad de Chicago, expresa con claridad esta estrategia seguida por Washington y la profunda preocupación que existe en su establishment, que cada vez más apela a la amenaza abierta.  En una exposición en agosto del año pasado en Australia, afirmó que ese país no tendrá más remedio que alinearse en última instancia con los Estados Unidos sobre China. Para Mearsheimer la seguridad se impondrá sobre la prosperidad, y Australia deberá sacrificar su economía, que depende de las exportaciones a China (35%) y de sus inversiones.

Mearsheimer le señaló al público australiano que “la seguridad es más importante que la prosperidad, porque si no sobreviven, no prosperarán.” Y, por si había alguna duda, dijo que “si van con China, ustedes deben entender: es nuestro enemigo. Entonces están decidiendo convertirte en enemigo de los Estados Unidos.” Para rematar observó que, «cuando no estamos contentos [por Estados Unidos], no querrán subestimar lo desagradable que podemos ser. Pregúntenle a Fidel Castro”.

Publicado en Política y Medios:https://politicaymedios.com.ar/nota/15933/las-claves-geopoliticas-del-recep-el-mayor-acuerdo-comercial-del-mundo-establecido-en-asia-pacifico/

Todavía no está claro si el comercio masivo y las inversiones de Beijing han mejorado su imagen en África y el mundo en general.

Por FRANCESCO SISCI

16 DE DICIEMBRE DE 2020

El comercio y la inversión chinos en África son los factores más importantes que permitieron a oleadas de millones de africanos pagar miles de dólares a los traficantes de personas por la posibilidad de una vida mejor en el mar Mediterráneo.

Esta migración, a su vez, al modificar los hábitos sociales y la antropología, es un elemento crucial que altera la política europea, polariza las pasiones y alimenta los nuevos sentimientos de derecha populista en el viejo continente.

Sin embargo, mirando las cosas desde la perspectiva de Beijing, todas estas son consecuencias no deseadas de un simple impulso: comprar materias primas de África para impulsar el crecimiento chino y pagarlo en infraestructura, reubicación industrial y productos manufacturados con mejores relaciones de precio y calidad que las que provienen de países desarrollados. países.

Este proceso, que tardó unos 20 años en desarrollarse, está modificando África para siempre con el crecimiento de una nueva clase media sin precedentes. De estas personas, los más aventureros de rango medio-bajo se están mudando al norte, los más ricos se quedan en casa para comenzar una nueva vida y nuevas empresas y los de la clase más baja que se sienten descartados pueden llenar las decenas de milicias religiosas y no religiosas errantes. el continente como aves rapaces en busca de un saqueo fácil, una venganza social o ambos.

Para tener alguna referencia, la inversión china en África aumentó de 75 millones de dólares en 2003 a 5.400 millones en 2018. El valor del comercio China-África en 2018 fue de 185.000 millones de dólares, frente a 155.000 millones de dólares en 2017. En 2018, el mayor exportador a China de África fue Angola, seguida de Sudáfrica y la República del Congo. En 2018, Sudáfrica fue el mayor comprador de productos chinos, seguida de Nigeria y Egipto.

Unos dos millones de chinos viven y trabajan en África, mientras que solo unos pocos miles estaban allí hace dos décadas.

China proporcionó una ayuda masiva en la atención médica. El servicio de Internet chino, la plataforma de mercado Alibaba y los sistemas de transferencia de dinero y finanzas de Tencent están transformando los hábitos de compra y las formas de hacer negocios. La vida en África está evolucionando gracias a China.

Esto, debido a la importancia directa e indirecta de África para el mundo entero y para Europa en particular, es una tendencia positiva para todos. O al menos debería serlo.

China ennegrecida en África

Sin embargo, no está claro cómo este enorme esfuerzo ha mejorado, si es que ha mejorado, la imagen de China en África y en el mundo. Es muy posible que la narrativa dominante y la percepción de China hayan empeorado.

La impresión que China dio al mundo fue que tenía la intención de una nueva oleada de colonización paternalista en el viejo continente.

Los reporteros extranjeros dicen que China no estaba interesada en mejorar la vida de los africanos comunes, que los chinos no se mezclan con los africanos y que no estaban interesados ​​en lo que estaba sucediendo en el continente. Están ahí por negocios, no para mejorar vidas, para difundir ideas o valores. A muchos les suena frío e insensible.

Seguramente, esta falta de interés, verdadera o falsa, no es en modo alguno comparable a la magnitud del daño que los europeos infligieron al continente. Los colonizadores europeos masacraron y esclavizaron a muchos millones de africanos y destruyeron el tejido y la civilización del continente.

Incluso borraron la memoria de imperios poderosos como el reino de Mali o el imperio de Etiopía que gobernaron esa parte del mundo durante siglos, y trajeron riqueza y contribuyeron a la civilización del Mediterráneo. Ningún chino hizo a los africanos lo que los europeos hicieron hace solo unas décadas.

Sin embargo, el mundo ha cambiado por completo en unas pocas décadas y una mentalidad colonial mucho menos opresiva, que todavía puede percibirse como “colonial”, ahora se vuelve menos tolerable en la percepción global.

Esto hace que la presencia europea y los crímenes pasados ​​de alguna manera sean más fácilmente «olvidables» y «perdonables» porque pueden atribuirse al pasado. Sin embargo, el comportamiento mucho más humano de los chinos es menos perdonable ahora que se ha elevado el listón de la buena conducta.

Y, de todos modos, los dos no se pueden comparar: un gran error cometido en el pasado por X no justifica un error menor cometido ahora por Y. África y el mundo no estaban preparados para que un nuevo colonizador reemplazará al antiguo colonizador.

Además, los europeos exportaban valores y afirmaban que estaban llevando la civilización a la gente incivilizada. La afirmación era falsa, por supuesto, pero al menos prestó algún propósito humanitario a la vieja explotación blanca del continente.

China no pretendió traer valores controvertidos, pero tampoco trajo nada más que dinero. Además, los chinos no son buenos para trabajar con trabajadores africanos y traen al continente a sus propios trabajadores del campo chino.

Al principio, esto provocó algunos choques de culturas y costumbres, por lo que las autoridades chinas recluyeron a sus propios trabajadores en África en campos separados con poco o ningún intercambio con los lugareños.

Esto facilitó las relaciones con los líderes locales y sin las trampas de valores externos y, a veces, hipócritas. Sin embargo, el patrón de pago a lo largo de África también creó una nueva forma de hacer negocios.

No era suficiente pagarle al presidente o al primer ministro del país, incluso los pequeños jefes tribales querían su parte de los negocios. Una ola de secuestros y fusilamientos de trabajadores chinos en África obligó a los chinos a pagar por sus vidas de arriba abajo.

Algunas empresas chinas se sintieron obligadas a abrirse paso mediante sobornos en las filas de liderazgo. Algunos chinos se quejaron de que al final del día estaban perdiendo dinero en África y no ganaban nada.

Además, todo se hizo de una manera turbia donde la gente común disfrutaba de pocos beneficios de todos los negocios y los sobres rojos que intercambiaban manos y, por lo tanto, no tenían buenos sentimientos sobre los chinos. En comparación con la colonización blanca pasada, que se abrió paso a través de África por la fuerza bruta, esto es ciertamente mejor. Pero, nuevamente, los tiempos son diferentes.

Mientras tanto, ahora Europa y América están haciendo un esfuerzo para integrar y promover a las personas de ascendencia africana en la política y los negocios convencionales. Es tarde y seguro que no es suficiente, pero al menos hay un esfuerzo y está enviando una señal importante al continente.

No ocurre lo mismo en China. Hay millones de hombres y mujeres africanos que viven principalmente en la zona de Guangzhou. Viven con inquietud en los márgenes de la sociedad china, a menudo sin papeles y apenas tolerados por las autoridades chinas. Esto se conoce tanto en África, Europa y América.

Con todo, esto refuerza la impresión de que la presencia china en África es de neocolonización, sin buena voluntad hacia los africanos. Verdadero o falso, aparentemente China no está abordando esta impresión, que por supuesto es peligrosa para la propia China.

Los intelectuales africanos también pueden despreciar a los chinos. Después de todo, en las últimas décadas Nigeria solo ha producido algunos de los escritores más influyentes del mundo, incluidos Chinua Achebe y Wole Soyinka. Posiblemente se lean mejor que los escritores chinos modernos.

Nueva competencia positiva

Al mismo tiempo, la presencia china en África está atrayendo la atención sobre nuevos actores. Japón e India se están uniendo para trasladarse a África. Japón tiene un músculo económico y tecnológico que puede resultar útil para los países africanos.

India tiene un mercado potencial enorme y tiene una experiencia histórica compartida porque la burocracia india se utilizó para gobernar el imperio británico en el continente.

Turquía está haciendo incursiones nuevamente en el continente, aprovechando la antigua herencia musulmana. Los europeos y estadounidenses también están prestando más atención después de décadas de ausencia. Esta nueva atención, de jugadores que quieren competir con China, está ayudando a África.

Esta competencia también crea nuevas dificultades para China. Además, estratégicamente, África está peligrosamente lejos de China. Si el comercio y la inversión aumentan en África, también aumentan los pasivos de China.

Los barcos chinos no están protegidos por la armada china, que tiene poca o ninguna capacidad de proyección, y podría dañarse o cortarse fácilmente por cualquier número de jugadores en el continente o fuera.

En otras palabras, la estrategia africana de China en retrospectiva era demasiado simple. China pensaba en sus empresas extranjeras sólo en términos de dinero, sin considerar la cultura, la antropología, el elemento de seguridad general. Es decir: China dio por sentada la buena voluntad que Estados Unidos estaba proporcionando globalmente a China en todo el mundo.

Mientras la buena voluntad estadounidense esté desapareciendo y China no la sustituya creando una buena voluntad alternativa global, todo el ejercicio se desmorona. Las ventajas económicas a corto plazo son contraproducentes y eventualmente pueden costar mucho más que las ganancias pasadas. Esto puede ocultar eventualmente todos los elementos positivos que los chinos trajeron a África, que está siendo puesto en marcha por el propio impulso de desarrollo de Beijing.

O quizás sea una percepción errónea. La popular película china Wolf Warrior está ambientada en África y muestra a un soldado chino luchando y golpeando a una multitud de mercenarios blancos involucrados en todo tipo de actividades ilegales e inmorales en el continente. La imagen que los chinos querían mostrar era que son los salvadores de África de los antiguos saqueadores occidentales.

No está claro si los africanos se sienten más como en casa en Beijing o en Londres, Nueva York o París, o si los chinos son más bienvenidos en Lagos o Addis que un estadounidense o un europeo. Pero si las dos percepciones sobre la presencia china en África no se reconcilian, esto también podría contribuir al enfrentamiento en curso con Estados Unidos.

Entonces África, con sus recursos, nuevas actividades en auge y motores de crecimiento potencialmente grandes como Etiopía y Nigeria, también podría convertirse en un nuevo campo de batalla de este choque y una vez más derribar a África.

Esta historia apareció por primera vez en Settimana News.http://www.settimananews.it/informazione-internazionale/global-impact-for-china-africa/

Este 2020 la política internacional nos habrá dejado cambios en el liderazgo de la primera potencia mundial, Estados Unidos, y su principal aliado en Asia, Japón. Abe Shinzō dimitió el pasado verano como primer ministro japonés después de convertirse en la persona que más tiempo ha ocupado el cargo en la historia del país. ¿Cómo lo ha conseguido y qué cambios ha propiciado en la sociedad japonesa?

El pasado 28 de agosto Abe Shinzō presentó su dimisión como primer ministro de Japón aduciendo problemas de salud, después de convertirse en la persona que ha ocupado el cargo durante más tiempo en la historia del país, superando el récord anterior de su tío abuelo Satō Eisaku entre 1964 y 1972. ¿Cuáles son los factores que lo han llevado a alcanzar este hito y cuáles las transformaciones que ha experimentado la sociedad japonesa como consecuencia de su liderazgo?

Para entender de dónde surge el fenómeno Abe, hace falta antes trazar la trayectoria histórica del Japón de posguerra hasta la llegada al poder de este político en 2012. Lo que hace de Japón una gran potencia mundial es la fortaleza de su economía, pero ésta es en buena medida producto del puzzle geoestratégico de la Guerra Fría, que convirtió al país en la pieza clave para la protección de los intereses del bloque capitalista en Extremo Oriente.

Los primeros grandes beneficios económicos ganados por Japón gracias al contexto de la Guerra Fría los generó la Guerra de Corea (1950-1953): el país dobló su producción industrial al proporcionar todo tipo de material al ejército estadounidense, teniendo así el conflicto bélico un efecto de estímulo similar al que tuvo el Plan Marshall en Europa occidental. La segunda gran ola de beneficios para la economía japonesa se produjo cuando a principios de la década de 1960 Kennedy abrió como nunca antes el mercado estadounidense a los productos japoneses a cambio de alejar a Japón del restablecimiento de las relaciones diplomáticas con la China maoísta. Y por lo que respecta a la tercera gran ola de beneficios generados por la Guerra Fría, se produjo a partir de 1965 con la Guerra de Vietnam, durante la cual casi el 20% del comercio japonés estuvo relacionado con la contienda bélica.

En la década de 1970 Japón, a diferencia de otros países industrializados, adoptó medidas keynesianas para salir de la crisis de Bretton Woods (Nixon había abandonado en 1971 la convertibilidad del dólar en oro perjudicando las exportaciones de economías como la japonesa), y acabó sustituyendo a Estados Unidos como fábrica del mundo. Pero a mediados de la década de 1980, con la balanza comercial estadounidense ya muy perjudicada y desvanecido el peligro que implicaba un acercamiento de Japón a China después de las reformas procapitalistas de Deng Xiaoping, Estados Unidos obligó a los japoneses a hacer un esfuerzo coordinado para abaratar el dólar. Japón compensó entonces las consecuencias negativas para sus exportaciones relajando mucho el crédito, cosa que generó la burbuja de activos más grande de la historia.

Los precios de los activos empezaron a caer en 1991, y los daños colaterales fueron comparables a los de la crisis financiera de Estados Unidos del 2008 (si bien se produjeron de forma más gradual). Muchas empresas japonesas pasaron a invertir en el extranjero, en busca de economías en crecimiento como la china, y en poco más de veinte años el número de japoneses empleados en el sector industrial se redujo un tercio. En un primer momento se intentó compensar el paro generado por la crisis financiera con inversión en obra pública, pero esta vía se abandonó relativamente rápido debido al aumento desmesurado del déficit presupuestario (actualmente Japón es el país desarrollado más endeudado del mundo, si bien la mayoría de su deuda es interna).

La inestabilidad económica se tradujo rápidamente en inestabilidad política. La fuerza política que gobernaba Japón ininterrumpidamente desde 1955, el Partido Liberal Democrático (PLD), basaba su poder en redes clientelares en el “Japón del interior” nutridas por gasto en obras públicas y subsidios, que era posible mientras el país mantenía un imparable crecimiento económico. La antigua cantera de líderes del PLD surgida de esas redes tenía fuertes conexiones con la política regional y la burocracia, pero desde 1993 los primeros ministros son hijos o nietos de antiguos políticos, y su influencia no proviene tanto de las bases o de su capacidad para harmonizar intereses con la burocracia y las comunidades como de las conexiones familiares. En parte por este motivo, desde 1993 hasta la llegada al poder de Abe en 2012 se llegaron a suceder trece primeros ministros; especialmente inestable fue el período de 2006 a 2012, con una media de un primer ministro por año.

¿Qué sucede, pues, para que Abe rompa esta dinámica de inestabilidad a partir de 2012? Hay tres factores fundamentales que lo explican: el primero tiene que ver con una sensación general de falta de alternativa política, el segundo con una buena campaña propagandística centrada en la reforma económica del país, y el tercero con la mejora efectiva de la macroeconomía.

Por lo que respecta al primer factor, cabe decir que la sensación de falta de alternativa política es fruto de una realidad objetiva y al mismo tiempo es fomentada por el establishment. En 2008 el contagio financiero del colapso de Lehman Brothers fue limitado en Japón (los bancos japoneses estaban bastante saneados después del crac de 1991), pero la producción industrial quedó tocada por la recesión en Estados Unidos y Europa, destino de muchas exportaciones japonesas. Muchos trabajadores perdieron su trabajo, y se hizo habitual la presencia de campamentos de parados en los parques de las grandes ciudades de Japón. Fue en ese contexto que en 2009 un partido de centroizquierda como el Partido Democrático de Japón (PDJ) desbancó en las elecciones generales al PLD, que había gobernado casi ininterrumpidamente desde 1955.

Aunque el contenido de izquierdas de las políticas económicas del PDJ tendría que ir entre comillas, este partido sí que pretendía llevar a cabo un proceso de democratización del sistema político japonés proponiéndose reducir el poder desmesurado que ostenta la oligarquía burocrática desde principios del siglo pasado, así como revisar moderadamente la política de bases militares estadounidenses en territorio japonés y mejorar las relaciones con China. Esto fue suficiente para asustar al establishment, que desplegó una batería de trabas burocráticas en la ejecución de reformas y consiguió el apoyo de los Estados Unidos de Obama para orquestar una campaña mediática de desprestigio del PDJ.

El PDJ, sin suficiente músculo político para aguantar las presiones, acabó dando marcha atrás en sus promesas en política exterior y de seguridad nacional, y también implementó un impuesto al consumo que la burocracia hacía años que exigía para reducir el déficit público y que era enormemente impopular entre la población. A partir de entonces el partido perdió toda la credibilidad entre los votantes de izquierdas, y el establishment se conjuró para que un susto electoral como el de 2009 no volviese a producirse.

Bajo estas circunstancias, en 2012 Abe sube al poder ganando unas de las elecciones con más abstención de la historia (de hecho, las gana con menos votos para el PLD que los obtenidos en 2009 cuando el partido perdió el poder, y los altos niveles de abstención se han mantenido constantes hasta día de hoy) y se encuentra una burocracia dispuesta a ofrecer todas las facilidades para que el sistema político se mantenga estable.

Cuando Abe sube al poder aprovecha estas circunstancias y las potencia colocando sin demasiadas resistencias a sus hombres de confianza al frente de instituciones estatales, así como a través de medidas de cariz autoritario para evitar el resurgimiento de la oposición. En 2013 consigue la aprobación de una ley que otorga al gobierno poder para etiquetar cualquier información como “clasificada” y perseguir judicialmente a cualquier persona que indague en los hechos. Al mismo tiempo, coloca a numerosos cargos de extrema derecha en la televisión pública y purga a periodistas críticos con el gobierno. Otras tácticas contra la libertad de información incluyen amenazas de cierre a medios de comunicación o presiones a empresas para retirar la publicidad de la prensa crítica.

Por otro lado, a Estados Unidos (tanto con Obama como con Trump) le ha interesado dar apoyo a Abe porque no cuestiona la política de bases militares estadounidenses en territorio japonés y porque ha sido el político más decidido a cambiar la Constitución para permitir la plena remilitarización de su país, cosa que sintoniza con el deseo del Pentágono de convertir a Japón en una máquina de guerra para contrarrestar el poder de China en la región. No obstante, aunque el mejor aliado internacional de Trump ha sido Abe y éste ha conseguido aprobar una legislación que reinterpreta las cláusulas constitucionales antimilitaristas, la fuerte oposición (también de sectores dentro del PLD) ha acabado impidiendo por ahora la reforma de la Constitución.

Por lo que respecta al segundo factor que permite a Abe romper la dinámica de inestabilidad institucional, consiste en la exitosa campaña de propaganda del famoso paquete de reformas económicas conocido como Abenomics. En este punto resulta interesante destacar cierto paralelismo con el denominado “plan de duplicación de ingresos” que protagonizó la legislatura de Ikeda Hayato entre 1960 y 1964. En el año 1960 se había producido la movilización de masas más grande de la historia del país contra el tratado de seguridad entre Japón y Estados Unidos, que había obligado a dimitir al primer ministro de entonces, Kishi Nobusuke (abuelo de Abe y fundador del PLD en 1955 con la ayuda de la CIA, y que había formado parte del gobierno fascista durante la guerra). Después de las amplias movilizaciones de 1960 el establishment quedó muy preocupado por la plausible posibilidad de que la izquierda acabase gobernando Japón, y para evitarlo lanzó una campaña que dirigía toda la atención pública hacia el crecimiento del PIB y dejaba en segundo plano debates de carácter más ideológico. La legislatura de Ikeda, como ahora la de Abe, terminó con unos Juegos Olímpicos en Tokio que escenificaban el orgullo de un Japón triunfante.

Abe no abandona en 2012 las cuestiones ideológicas, pero aprende del error que le hizo fracasar durante su primer y breve mandato entre 2006 y 2007: no priorizar las cuestiones económicas. Así pues, lanza las tres “flechas” del Abenomics: reforma estructural de la economía (fundamentalmente humo propagandístico), estímulo fiscal (pese a aumentar el gasto público, este estímulo se ha visto anulado por el posterior aumento del impuesto al consumo ideado para reducir un déficit público cada vez mayor en la sociedad más envejecida del mundo) y, la más importante y efectiva, política monetaria laxa para imprimir billetes y devaluar la moneda.

La política monetaria laxa ha sido uno de los motivos clave que explican el tercer factor de estabilidad conseguido por Abe: la mejora macroeconómica. La devaluación del yen ha facilitado el aumento de las exportaciones japonesas, aunque se ha de tener en cuenta que, más allá de la intencionalidad de la medida, estas exportaciones han aumentado también gracias a que la legislatura de Abe ha coincidido con un largo tramo de crecimiento económico global. Este crecimiento global, además, ha hecho aumentar considerablemente la visita de turistas, provenientes sobre todo de las nuevas clases medias asiáticas.

El aumento de las exportaciones y del turismo han hecho crecer exponencialmente los beneficios empresariales, y el paro ha bajado considerablemente (si bien el empleo generado ha sido a menudo precario). Pero a falta de una oposición de izquierdas capaz de forzar un estímulo fiscal, los ingresos de la población se han mantenido estancados y por tanto también la demanda interna. El crecimiento del PIB ha sido constante (el segundo tramo de crecimiento más largo desde 1945) pero moderado (supera ligeramente el 1%), y en los últimos meses de mandato de Abe la economía empezó a mostrar signos de debilitamiento (ya desde antes de la pandemia). Sin embargo, estos resultados combinados con la desafección política imperante y las distracciones a la opinión pública brindadas por los Juegos Olímpicos y por las constantes muestras de hostilidad de los vecinos asiáticos, han sido suficientes para garantizar la estabilidad del gobierno de Abe pese a no tratarse de un personaje especialmente popular entre los japoneses.

Ferran de Vargas

Politólogo y doctor en Traducción y Estudios Interculturales. Investigador asociado del grupo de investigación GREGAL (Circulación Cultural Japón-Corea-Cataluña/España). Autor del libro «Izquierda y revolución. Una historia política del Japón de posguerra (1945-1972)» (Edicions Bellaterra).

fuente SIN PERMISO

https://www.sinpermiso.info/textos/el-japon-de-abe-shinzo

[Dossier Geopolitico DG publica este análisis que nos remite el Dr. Alexander Gòvorov, geopolitico ruso, y agradecemos la colaboración del Mter. Omar Ruiz, para establecer vínculos con este prestigioso experto Ruso. Carlos Pereyra Mele director de DG]

Para comenzar, el conflicto bèlico en Nagorno-Karabaj en todas sus dinámicas es poco conocido en América del Sur y particularmente en Argentina. Aunque su historia con diferentes formas e intensidades de violencia se remonta a casi 30 años. Las montañas del Cáucaso están realmente muy lejos y es difícil para uno que no sea especialista comprender los orígenes históricos del enfrentamiento entre los grupos étnicos azerbaiyano y armenio.

Las contradicciones religiosas y culturales tienen una historia de siglos. Los armenios son cristianos, los azerbaiyanos son musulmanes de la familia de pueblos turcos, mentalmente gravitando hacia Turquía, con la que Armenia a su vez siempre tenía los problemas coexistencia. En consecuencia, la valoración de los procesos históricos, el patrimonio cultural y la visión del futuro fueron radicalmente opuestas. En la etapa de la existencia de la URSS, las contradicciones se nivelaron y se controlaron. Sin embargo, con el colapso de la Unión Soviética a principios de los noventa, el descontento de muchos países con los límites de las fronteras estatales establecidas bajo la URSS reapareció junto a otros viejos problemas.

Así, en el territorio de Nagorno-Karabaj, que formalmente formaba parte de Azerbaiyán como entidad autónoma (provincia), vivía predominantemente el grupo étnico armenio, que no quería seguir siendo parte de la nación azerbaiyana que es confesional y culturalmente ajena para los armenios. El estallido de la violencia armada hace 30 años culminó con la victoria de Armenia, que retuvo el control no solo sobre esta región autónoma, sino también sobre 7 departamentos del territorio pleno de Azerbaiyán, utilizándolas como zona de seguridad. Luego se convirtió en un éxodo masivo de la etnia azerbaiyana de estos lugares.

En septiembre de 2020, con el reinicio de las hostilidades activas, el ejército azerbaiyano logró tomar rápidamente el control de la mayor parte del territorio previamente perdido y acercarse a la capital regional Stepanakert. Ha surgido una crisis humanitaria debido al flujo de refugiados armenios. A su vez, Armenia ya no puede resistir al enemigo para mantener su influencia en Nagorno-Karabaj.

El 10 de noviembre, en el apogeo del derramamiento de sangre, el presidente ruso Vladimir Putin logró convencer a los líderes de ambos países para que pusieran fin a la guerra y así arreglar una nueva realidad geopolítica. La misma será así, Azerbaiyán no solo conserva las áreas conquistadas, también recupera sin hostilidades las 7 áreas no controladas hasta este momento dentro de las fronteras internacionalmente reconocidas de Azerbaiyán. Lo más importante es que recibe un corredor de transporte a través del territorio de Armenia hasta su propia provincia autónoma de Nakhichevan, con la que Azerbaiyán no tiene contacto directo. Pero Nagorno-Karabaj permanecerá fuera del control de Azerbaiyán, y Armenia recibe un corredor de seguridad que la une con Nagorno-Karabaj. El garante del cumplimiento de los acuerdos es el contingente militar de mantenimiento de la paz de Rusia formado por alrededor de 2 mil militares con vehículos de combate.

A pesar que Argentina no tiene intereses prácticos en esta región, es importante para la nación suramericana hoy comprender no sólo los resultados geopolíticos del conflicto armado, que se concretó con la firma de una declaración trilateral de los presidentes de Rusia, Azerbaiyán y el primer ministro de Armenia, como también las relaciones causales de los mismos.

Azerbaiyán, que anteriormente perdió la guerra en Nagorno-Karabaj (1991-1994), se enfocó en el desarrollo económico, al mismo tiempo que fortalece y moderniza sus fuerzas armadas. Después de varios años de crisis, el país logró convertirse en un actor económico importante en la región del Caspio, llevando a cabo procesos de integración con Turquía y al mismo tiempo manteniendo y desarrollando una alianza estratégica con Rusia. Este es un mérito importante del presidente de Azerbaiyán, I. Aliyev, que está en el poder desde 2003. Un político experimentado aparentemente, consciente de que los logros registrados son los óptimos y que el desarrollo ulterior de la ofensiva sobre Nagorno Karabaj estarìa asociado con riesgos políticos inevitables. Hoy I. Aliyev aparece como un jugador y socio internacional responsable, para su propia nación es un héroe y liberador.

Armenia quizás sea más favorecida por la atención internacional, su presencia cultural en el mundo es más significativa. Sin embargo, durante todos los últimos años del conflicto, este país no logró progreso económico, la población migró masivamente alrededor del mundo, la situación se complicó por la ausencia de un líder nacional como en Azerbaiyán, y crisis políticas internas. El actual Primer Ministro de Armenia N. Pashinyan es un representante típico del grupo de influencia “Soros” y llegó al poder en 2017 como resultado de un “suave” golpe de estado. El tema de Nagorno-Karabaj fue utilizado por él como un instrumento de populismo, sin apoyar las ambiciones geopolíticas con los recursos económicos y político-militares adecuados. Detrás de la fachada de un actor geopolítico ambicioso había una casa de cartón. Además, la retórica del nuevo gobierno, aunque no era abiertamente antirusa, expresa sin ambigüedades su compromiso con occidente poniendo distancia geopolítica con Rusia. Sin embargo, cuando estallaron las llamas de la guerra, los líderes occidentales no pudieron brindar ningún apoyo significativo al gobierno. Y los argumentos legales internacionales claramente no estaban a favor de Armenia. El llamado desesperado de N. Pashinyan a Rusia sobre apoyo militar en el marco de la alianza militar Organización de Tratados de Seguridad Colectiva, a su vez, fue ignorada, ya que no hubo invasión al territorio soberano de Armenia. Como resultado, el gobierno armenio enfrentó una aguda crisis política interna causada por la derrota militar en Nagorno-Karabaj.

Rusia se comportó en esta situación como un árbitro objetivo, sin ponerse del lado de una de las partes en el conflicto de manera inequívoca, ya que está interesada en mantener el equilibrio político-militar en la región y mantener una estrecha asociación con ambos países. Muchos analistas perciben la conclusión de la paz como una victoria diplomática incondicional de V. Putin.

Como resultado, se formó una nueva arquitectura regional geopolítica, basada en el equilibrio real de los recursos económicos y político-militares de sus participantes, así como tambièn en los intereses geopolíticos y geoeconómicos actuales de líderes que predominan en esta region, como Rusia y Turquía, que nuevamente muestran la capacidad de moldear la realidad sin mirar a Occidente. La Federación Rusa ha aumentado muchas veces, tanto cuantitativa como cualitativamente, su presencia militar en la región, minimizando la posibilidad de provocar un foco de tensión cerca de sus fronteras meridionales.

Turquía ha demostrado un potencial significativo como líder geopolítico regional independiente en el contexto de claras reivindicaciones de los Estados Unidos y Francia, consolidando su influencia en Azerbaiyán, ya que el éxito de este país se ha convertido esencialmente en un proyecto conjunto.

De hecho, todos obtuvieron lo que se esperaba conforme a la realidad geopolítica. Y esta es la principal lección que Argentina debe aprender de este conflicto. Ningún acuerdo legal internacional puede garantizar el mantenimiento de los antiguos estados geopolíticos. La declaración ritual cotidiana de ambiciones geopolíticas no las acercará más a su realización. El poder militar moderno y eficaz vuelve a convertirse en un factor importante para mantener la acumulación de influencia geopolítica. Y esto es imposible sin una economía eficiente, modernizada e internacionalizada como también sin instituciones estatales fuertes. Argentina está ubicada cerca del almacén de los recursos naturales más importante del mundo, por el cual se desarrollará una verdadera competencia internacional en un futuro previsible. ¿quién más sino Argentina debería pensarlo?

Alexander Gòvorov

Politólogo, especialista en geopolítica rusa

Universidad Nacional de Donetsk