Este 2020 la política internacional nos habrá dejado cambios en el liderazgo de la primera potencia mundial, Estados Unidos, y su principal aliado en Asia, Japón. Abe Shinzō dimitió el pasado verano como primer ministro japonés después de convertirse en la persona que más tiempo ha ocupado el cargo en la historia del país. ¿Cómo lo ha conseguido y qué cambios ha propiciado en la sociedad japonesa?

El pasado 28 de agosto Abe Shinzō presentó su dimisión como primer ministro de Japón aduciendo problemas de salud, después de convertirse en la persona que ha ocupado el cargo durante más tiempo en la historia del país, superando el récord anterior de su tío abuelo Satō Eisaku entre 1964 y 1972. ¿Cuáles son los factores que lo han llevado a alcanzar este hito y cuáles las transformaciones que ha experimentado la sociedad japonesa como consecuencia de su liderazgo?

Para entender de dónde surge el fenómeno Abe, hace falta antes trazar la trayectoria histórica del Japón de posguerra hasta la llegada al poder de este político en 2012. Lo que hace de Japón una gran potencia mundial es la fortaleza de su economía, pero ésta es en buena medida producto del puzzle geoestratégico de la Guerra Fría, que convirtió al país en la pieza clave para la protección de los intereses del bloque capitalista en Extremo Oriente.

Los primeros grandes beneficios económicos ganados por Japón gracias al contexto de la Guerra Fría los generó la Guerra de Corea (1950-1953): el país dobló su producción industrial al proporcionar todo tipo de material al ejército estadounidense, teniendo así el conflicto bélico un efecto de estímulo similar al que tuvo el Plan Marshall en Europa occidental. La segunda gran ola de beneficios para la economía japonesa se produjo cuando a principios de la década de 1960 Kennedy abrió como nunca antes el mercado estadounidense a los productos japoneses a cambio de alejar a Japón del restablecimiento de las relaciones diplomáticas con la China maoísta. Y por lo que respecta a la tercera gran ola de beneficios generados por la Guerra Fría, se produjo a partir de 1965 con la Guerra de Vietnam, durante la cual casi el 20% del comercio japonés estuvo relacionado con la contienda bélica.

En la década de 1970 Japón, a diferencia de otros países industrializados, adoptó medidas keynesianas para salir de la crisis de Bretton Woods (Nixon había abandonado en 1971 la convertibilidad del dólar en oro perjudicando las exportaciones de economías como la japonesa), y acabó sustituyendo a Estados Unidos como fábrica del mundo. Pero a mediados de la década de 1980, con la balanza comercial estadounidense ya muy perjudicada y desvanecido el peligro que implicaba un acercamiento de Japón a China después de las reformas procapitalistas de Deng Xiaoping, Estados Unidos obligó a los japoneses a hacer un esfuerzo coordinado para abaratar el dólar. Japón compensó entonces las consecuencias negativas para sus exportaciones relajando mucho el crédito, cosa que generó la burbuja de activos más grande de la historia.

Los precios de los activos empezaron a caer en 1991, y los daños colaterales fueron comparables a los de la crisis financiera de Estados Unidos del 2008 (si bien se produjeron de forma más gradual). Muchas empresas japonesas pasaron a invertir en el extranjero, en busca de economías en crecimiento como la china, y en poco más de veinte años el número de japoneses empleados en el sector industrial se redujo un tercio. En un primer momento se intentó compensar el paro generado por la crisis financiera con inversión en obra pública, pero esta vía se abandonó relativamente rápido debido al aumento desmesurado del déficit presupuestario (actualmente Japón es el país desarrollado más endeudado del mundo, si bien la mayoría de su deuda es interna).

La inestabilidad económica se tradujo rápidamente en inestabilidad política. La fuerza política que gobernaba Japón ininterrumpidamente desde 1955, el Partido Liberal Democrático (PLD), basaba su poder en redes clientelares en el “Japón del interior” nutridas por gasto en obras públicas y subsidios, que era posible mientras el país mantenía un imparable crecimiento económico. La antigua cantera de líderes del PLD surgida de esas redes tenía fuertes conexiones con la política regional y la burocracia, pero desde 1993 los primeros ministros son hijos o nietos de antiguos políticos, y su influencia no proviene tanto de las bases o de su capacidad para harmonizar intereses con la burocracia y las comunidades como de las conexiones familiares. En parte por este motivo, desde 1993 hasta la llegada al poder de Abe en 2012 se llegaron a suceder trece primeros ministros; especialmente inestable fue el período de 2006 a 2012, con una media de un primer ministro por año.

¿Qué sucede, pues, para que Abe rompa esta dinámica de inestabilidad a partir de 2012? Hay tres factores fundamentales que lo explican: el primero tiene que ver con una sensación general de falta de alternativa política, el segundo con una buena campaña propagandística centrada en la reforma económica del país, y el tercero con la mejora efectiva de la macroeconomía.

Por lo que respecta al primer factor, cabe decir que la sensación de falta de alternativa política es fruto de una realidad objetiva y al mismo tiempo es fomentada por el establishment. En 2008 el contagio financiero del colapso de Lehman Brothers fue limitado en Japón (los bancos japoneses estaban bastante saneados después del crac de 1991), pero la producción industrial quedó tocada por la recesión en Estados Unidos y Europa, destino de muchas exportaciones japonesas. Muchos trabajadores perdieron su trabajo, y se hizo habitual la presencia de campamentos de parados en los parques de las grandes ciudades de Japón. Fue en ese contexto que en 2009 un partido de centroizquierda como el Partido Democrático de Japón (PDJ) desbancó en las elecciones generales al PLD, que había gobernado casi ininterrumpidamente desde 1955.

Aunque el contenido de izquierdas de las políticas económicas del PDJ tendría que ir entre comillas, este partido sí que pretendía llevar a cabo un proceso de democratización del sistema político japonés proponiéndose reducir el poder desmesurado que ostenta la oligarquía burocrática desde principios del siglo pasado, así como revisar moderadamente la política de bases militares estadounidenses en territorio japonés y mejorar las relaciones con China. Esto fue suficiente para asustar al establishment, que desplegó una batería de trabas burocráticas en la ejecución de reformas y consiguió el apoyo de los Estados Unidos de Obama para orquestar una campaña mediática de desprestigio del PDJ.

El PDJ, sin suficiente músculo político para aguantar las presiones, acabó dando marcha atrás en sus promesas en política exterior y de seguridad nacional, y también implementó un impuesto al consumo que la burocracia hacía años que exigía para reducir el déficit público y que era enormemente impopular entre la población. A partir de entonces el partido perdió toda la credibilidad entre los votantes de izquierdas, y el establishment se conjuró para que un susto electoral como el de 2009 no volviese a producirse.

Bajo estas circunstancias, en 2012 Abe sube al poder ganando unas de las elecciones con más abstención de la historia (de hecho, las gana con menos votos para el PLD que los obtenidos en 2009 cuando el partido perdió el poder, y los altos niveles de abstención se han mantenido constantes hasta día de hoy) y se encuentra una burocracia dispuesta a ofrecer todas las facilidades para que el sistema político se mantenga estable.

Cuando Abe sube al poder aprovecha estas circunstancias y las potencia colocando sin demasiadas resistencias a sus hombres de confianza al frente de instituciones estatales, así como a través de medidas de cariz autoritario para evitar el resurgimiento de la oposición. En 2013 consigue la aprobación de una ley que otorga al gobierno poder para etiquetar cualquier información como “clasificada” y perseguir judicialmente a cualquier persona que indague en los hechos. Al mismo tiempo, coloca a numerosos cargos de extrema derecha en la televisión pública y purga a periodistas críticos con el gobierno. Otras tácticas contra la libertad de información incluyen amenazas de cierre a medios de comunicación o presiones a empresas para retirar la publicidad de la prensa crítica.

Por otro lado, a Estados Unidos (tanto con Obama como con Trump) le ha interesado dar apoyo a Abe porque no cuestiona la política de bases militares estadounidenses en territorio japonés y porque ha sido el político más decidido a cambiar la Constitución para permitir la plena remilitarización de su país, cosa que sintoniza con el deseo del Pentágono de convertir a Japón en una máquina de guerra para contrarrestar el poder de China en la región. No obstante, aunque el mejor aliado internacional de Trump ha sido Abe y éste ha conseguido aprobar una legislación que reinterpreta las cláusulas constitucionales antimilitaristas, la fuerte oposición (también de sectores dentro del PLD) ha acabado impidiendo por ahora la reforma de la Constitución.

Por lo que respecta al segundo factor que permite a Abe romper la dinámica de inestabilidad institucional, consiste en la exitosa campaña de propaganda del famoso paquete de reformas económicas conocido como Abenomics. En este punto resulta interesante destacar cierto paralelismo con el denominado “plan de duplicación de ingresos” que protagonizó la legislatura de Ikeda Hayato entre 1960 y 1964. En el año 1960 se había producido la movilización de masas más grande de la historia del país contra el tratado de seguridad entre Japón y Estados Unidos, que había obligado a dimitir al primer ministro de entonces, Kishi Nobusuke (abuelo de Abe y fundador del PLD en 1955 con la ayuda de la CIA, y que había formado parte del gobierno fascista durante la guerra). Después de las amplias movilizaciones de 1960 el establishment quedó muy preocupado por la plausible posibilidad de que la izquierda acabase gobernando Japón, y para evitarlo lanzó una campaña que dirigía toda la atención pública hacia el crecimiento del PIB y dejaba en segundo plano debates de carácter más ideológico. La legislatura de Ikeda, como ahora la de Abe, terminó con unos Juegos Olímpicos en Tokio que escenificaban el orgullo de un Japón triunfante.

Abe no abandona en 2012 las cuestiones ideológicas, pero aprende del error que le hizo fracasar durante su primer y breve mandato entre 2006 y 2007: no priorizar las cuestiones económicas. Así pues, lanza las tres “flechas” del Abenomics: reforma estructural de la economía (fundamentalmente humo propagandístico), estímulo fiscal (pese a aumentar el gasto público, este estímulo se ha visto anulado por el posterior aumento del impuesto al consumo ideado para reducir un déficit público cada vez mayor en la sociedad más envejecida del mundo) y, la más importante y efectiva, política monetaria laxa para imprimir billetes y devaluar la moneda.

La política monetaria laxa ha sido uno de los motivos clave que explican el tercer factor de estabilidad conseguido por Abe: la mejora macroeconómica. La devaluación del yen ha facilitado el aumento de las exportaciones japonesas, aunque se ha de tener en cuenta que, más allá de la intencionalidad de la medida, estas exportaciones han aumentado también gracias a que la legislatura de Abe ha coincidido con un largo tramo de crecimiento económico global. Este crecimiento global, además, ha hecho aumentar considerablemente la visita de turistas, provenientes sobre todo de las nuevas clases medias asiáticas.

El aumento de las exportaciones y del turismo han hecho crecer exponencialmente los beneficios empresariales, y el paro ha bajado considerablemente (si bien el empleo generado ha sido a menudo precario). Pero a falta de una oposición de izquierdas capaz de forzar un estímulo fiscal, los ingresos de la población se han mantenido estancados y por tanto también la demanda interna. El crecimiento del PIB ha sido constante (el segundo tramo de crecimiento más largo desde 1945) pero moderado (supera ligeramente el 1%), y en los últimos meses de mandato de Abe la economía empezó a mostrar signos de debilitamiento (ya desde antes de la pandemia). Sin embargo, estos resultados combinados con la desafección política imperante y las distracciones a la opinión pública brindadas por los Juegos Olímpicos y por las constantes muestras de hostilidad de los vecinos asiáticos, han sido suficientes para garantizar la estabilidad del gobierno de Abe pese a no tratarse de un personaje especialmente popular entre los japoneses.

Ferran de Vargas

Politólogo y doctor en Traducción y Estudios Interculturales. Investigador asociado del grupo de investigación GREGAL (Circulación Cultural Japón-Corea-Cataluña/España). Autor del libro «Izquierda y revolución. Una historia política del Japón de posguerra (1945-1972)» (Edicions Bellaterra).

fuente SIN PERMISO

https://www.sinpermiso.info/textos/el-japon-de-abe-shinzo

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