Hace décadas China puso en marcha una estrategia conocida como “tecnonacionalismo”: el Estado planifica la inversión en investigación y desarrollo junto con sus grandes empresas tecnológicas para depender menos del extranjero. Ese vínculo entre los sectores público y privado, unido a un plan para influir en los mercados internacionales, ha permitido un gran crecimiento tecnológico en el país. Ahora el liderazgo del gigante asiático en tecnologías como el 5G sorprende e inquieta a sus competidores.

Los dirigentes chinos llevan considerando la tecnología como una prioridad nacional al menos desde los años setenta. Han buscado aunar esfuerzos entre el Estado y el sector empresarial para convertirse en una potencia tecnocientífica e impulsar así su rendimiento económico. La tecnología es esencial para aumentar la productividad y las exportaciones de un país. Pero para China, además, se ha vuelto un medidor de su poder e influencia en el extranjero y un frente clave en el pulso de los últimos años con Estados Unidos.

Washington ha respondido con ataques, sanciones y barreras comerciales contra China y sus grandes empresas tecnológicas. La balanza comercial entre las dos potencias se inclinaba hacia China, y el presidente Donald Trump intentó revertirla durante todo su mandato, centrándose en reducir las importaciones de sus productos, en especial de este sector. Ahora, el presidente chino, Xi Jinping, pretende que el gigante asiático hable frente a frente con sus competidores en los futuros sectores tecnológicos estratégicos con el proyecto Made in China 2025.

Componentes de una estrategia tecnonacionalista

China es uno de los principales exportadores de tecnología en el mundo. Desde finales de los años setenta ha seguido una estrategia tecnonacionalista: inversión en investigación y desarrollo, planificada desde el Estado en conjunto con sus campeones tecnológicos, para reducir su dependencia de tecnologías extranjeras. Este proceso ha combinado un proteccionismo tecnológico y económico cada vez mayor junto con un intervencionismo fuerte que han logrado, entre otras, que la empresa china Huawei lidere el desarrollo de la red 5G.

Potencias como China o Estados Unidos han crecido de la mano de sus campeones en los sectores digital y de las telecomunicaciones. La innovación en este ámbito es crucial, pues también brinda la oportunidad a los países pioneros de establecer los estándares tecnológicos que tendrán que seguir el resto. Una vez se fijan estos estándares, los países receptores de nuevas tecnologías ven frenado su desarrollo porque son relegados a un rol de compradores y se alejan de la producción, lo que genera influencias y dependencias que son fuente de rivalidades políticas. 

Un ejemplo son los protocolos de la comunicación inalámbrica local o Wi-Fi, concebidos en Estados Unidos. Con la formación de la Wi-Fi Alliance en 1999, estos protocolos se convirtieron en los estándares mundiales de la conectividad local (WLAN). Después de que el Instituto de Ingeniería Eléctrica y Electrónica de Estados Unidos estableciera el estándar WLAN en 2001, China alegó motivos de seguridad para diseñar uno propio, WAPI. Pero la seguridad no era la principal preocupación de Pekín. La motivación era más bien económica: el Gobierno chino pretendía obligar a empresas estadounidenses que quisieran vender sus productos en China, como Intel, a equiparlos con este protocolo, pagando por ello a las empresas chinas. WAPI, sin embargo, no se aceptó como estándar internacional y China perdió la batalla contra Intel, que amenazó con parar la venta de los chips necesarios para fabricar la mayoría de ordenadores portátiles chinos.

Con todo, China no es el único país con una estrategia tecnonacionalita. Estados Unidos, Japón y los tigres asiáticos —Corea del Sur, Hong Kong, Singapur y Taiwán— han implementado programas similares desde mediados del siglo XX con inversión en tecnología propia para depender menos de las importaciones. En estos países, el Estado puede financiar el desarrollo tecnológico y mitigar el coste de cualquier fracaso a las empresas que operan en su territorio. Muchas de las corporaciones punteras en el sector tecnológico han tenido fuertes lazos con el aparato estatal y su industria militar. Es el caso de Silicon Valley, en California, la sede de empresas tecnológicas como Apple, Google o Facebook, producto de la unión de capital público y privado estadounidense, o de algunas empresas de la ciudad china de Shenzen, como Huawei, que tiene vínculos con el Ejército chino.

Japón y Corea del Sur también se han beneficiado de una planificación tecnonacionalista de la economía apoyando a sus empresas estratégicas desde la segunda mitad del siglo XX. Los nipones tenían limitado el gasto militar desde el final de la Segunda Guerra Mundial, lo que liberó una importante cantidad de capital que se pudo destinar a financiar tecnologías estratégicas. Durante una guerra comercial que enfrentó a Japón y Estados Unidos entre 1970 y casi entrados los 2000 —pese a ser aliados—, el Gobierno japonés impuso aranceles a las importaciones de productos clave de Estados Unidos para proteger su propio mercado. Entre ellos destacan los semiconductores, componentes básicos de los aparatos electrónicos. Por su parte, Corea del Sur experimentó un crecimiento económico sin igual entre 1970 y 1990 en gran parte gracias a que el Estado financió proyectos de innovación empresarial. Sin embargo, el país más adelantado de la región gracias a la doctrina tecnonacionalista es China.

Del escepticismo de Mao a la apertura de Deng

No fue fácil encarrilar el desarrollo tecnológico en la República Popular China. Después de su fundación en 1949, una élite de científicos y técnicos cercana al Partido Comunista Chino (PCCh) tomó consciencia de la importancia de tener una industria tecnológica propia y apostó por la planificación estatal del desarrollo científico. De esta iniciativa nació el “Plan a largo plazo para el desarrollo de la ciencia y la tecnología” entre 1956 y 1967, que, entre otras, puso los cimientos para el programa nuclear chino y la construcción de una fábrica de semiconductores en la ciudad de Wuxi, cerca de Shanghái. Sin embargo, la relación entre esta élite con el entonces líder del PCCh, Mao Zedong, y el funcionariado del partido no era del todo buena. Mao no apoyó el desarrollo tecnológico con fines comerciales: lo tachó de antirrevolucionario y criticó a la tecnocracia china y soviética, de las que se desvinculó.

El PCCh de los primeros años desconfiaba de los científicos chinos, que habían estudiado en Estados Unidos y Europa gracias a la Academia Sínica, una institución fundada en 1927 durante la etapa de la China nacionalista y trasladada a Taiwán tras la guerra civil china (1945-1949). Mao, además, priorizaba la ciencia de cara a las masas, como la industria ligera y la agricultura, y no para el crecimiento económico. Su postura se agudizó entre 1966 y 1976 con la Revolución Cultural, que ralentizó el progreso tecnológico, provocando el retraso actual en sectores como los semiconductores, en el que China va por detrás de Estados Unidos o Japón.

Pero China cambió de rumbo después de la muerte de Mao en 1976 y con la llegada al poder de Deng Xiaoping en 1978, que se centró en modernizar la economía y abrir el mercado chino. Consciente del poder de la tecnología y sus beneficios económicos, Deng creó zonas económicas especiales en 1980 con un régimen fiscal liviano para atraer inversión y técnicos extranjeros. La mayoría de ellas están en la provincia de Cantón, en la costa sureste, incluida la ciudad de Shenzhen, sede de Huawei y otras grandes empresas tecnológicas como Tencent o ZTE.

Deng también liberalizó la esfera social, permitiendo que las costumbres populares y religiosas del pueblo chino pudieran volver a expresarse con mayor libertad. Así, el vacío de valores que dejó el fin de la autarquía marxista de Mao, unido a la creciente influencia de Occidente en el ámbito tecnológico, se compensaron con la vuelta de la tradición confuciana, reprimida por reaccionaria durante la Revolución Cultural. Otros países confucianos, como Japón o Corea del Sur, se han valido de una estrategia similar para preservar su identidad colectiva por encima de la ética individualista occidental pero sin dejar de fijarse en su desarrollo tecnológico.

Los tres presidentes ingenieros y la consolidación del tecnonacionalismo

El interés por la investigación científica y tecnológica ha sido constante durante el mandato de los líderes que sucedieron a Deng: Jiang Zemin, Hu Jintao y Xi Jinping, los tres con formación de ingenieros. El primero, Jiang, que había recibido ataques del PCCh durante la Revolución Cultural por su trabajo como científico, mostró gran interés por establecer vínculos internacionales de cooperación científica para propulsar el comercio y globalizar la economía. Su Gobierno (1989-2002) también invitó a investigadores extranjeros a trabajar en China. Durante su mandato descendió la ocupación en el sector primario y aumentó mucho en el sector servicios, una tendencia que se consolidó con la llegada de Hu. Este mismo trasvase se refleja en el éxodo rural entre 1989 y 2008, en el que la migración interna ascendió de 30 millones a más de 140 millones de trabajadores.

Jiang Zemin no fue tecnonacionalista del todo, pero impulsó algunas políticas en ese sentido. En los años noventa China dependía en exceso de empresas estadounidenses como Microsoft, IBM o Intel para importar tecnologías de la información, y el PCCh sabía que eso era insostenible. Además, el partido sospechaba que otros países podían acceder a la información de estos productos de forma remota, por lo que empezó a interesarse en los sistemas de encriptación para cifrar sus contenidos y que ningún tercero tuviera acceso a ellos. El Gobierno de Jiang intentó aprobar en 1999 una ley que obligaba a instalar un sistema de encriptación en los dispositivos destinados a su mercado. Las empresas estadounidenses vieron en esta reforma una maniobra china para acceder al código de sus equipos y robar su propiedad intelectual, y obligaron a Washington a intervenir en su defensa. La ley finalmente no se aprobó, pero después otra similar sí.

El mandato de Hu Jintao, que sucedió en el cargo a Jiang en 2002, anunció definitivamente el giro tecnonacionalista. Hu quería continuar el proyecto chino de desarrollo tecnológico, pero mientras sus predecesores habían apostado por producir manufacturas de bajo valor añadido, el nuevo líder comenzó a proveer a China de una industria tecnológica soberana y cada vez más independiente de Occidente. Esta estrategia, bautizada Sociedad Armoniosa y lanzada  alrededor de 2007, pretendía fomentar el consumo interno, redistribuir la riqueza que había generado el crecimiento exorbitado de los años anteriores y convertir a China en una potencia tecnológica mundial. El sucesor de Hu, Xi Jinping, ha consolidado este rumbo tecnonacionalista.

Xi, el proteccionismo tecnonacionalista

La China que Deng Xiaoping había liderado en los años ochenta no poseía una industria autónoma propia y dependía del extranjero. Treinta años después China se había convertido en la segunda economía mundial y recelaba de sus competidores, lo que llevó a Xi Jinping a cerrar al país en sí mismo cuando llegó al poder en 2012. Xi ha buscado aumentar el crecimiento e independencia tecnológica de China a través de proyectos como el Made in China 2025 o el XIV Plan Quinquenal (2021-2025). La apuesta de ambos planes es convertir al país en el líder autónomo de las tecnologías estratégicas del futuro: inteligencia artificial (IA), almacenamiento en la nube, big data, 5G y uno de sus derivados, el internet de las cosas.

El poderío tecnológico de la China de Xi se asienta en varias empresas tecnológicas punteras: Baidu, Alibaba, Tencent, Xiaomi y Huawei, conocidas por el acrónimo BATX(H). La primera es un motor de búsqueda, Alibaba es una plataforma de comercio en línea, Tencent incluye comercio en línea y posee Qzone, una red social parecida a Facebook, y las dos últimas se dedican sobre todo a fabricar terminales y a las telecomunicaciones. Estas empresas son la alternativa china a las estadounidenses GAFAM: Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft. Su auge ha contribuido a que el sector servicios haya representado en 2019 el 53,9% del PIB chino, mientras que al inicio del mandato de Xi era del 45,5%. Las BATX(H) crecen alrededor de un 50% cada año y han sido clave para transformar la economía china, que ha pasado de estar basada en la exportación de materias primas y productos de bajo valor añadido a exportar productos finales de alto valor añadido.  

Baidu, Alibaba y Tencent han aumentado el consumo a nivel interno en China y han reactivado la economía de muchas zonas rurales en los últimos años, uno de los objetivos que se marcó Hu Jintao. Aparte, acumulan capital virtual en forma de big data extraído de la digitalización de numerosos ámbitos de la vida cotidiana de los ciudadanos chinos. A través del WeChat de Tencent, que mezcla red social y mensajería instantánea, o de Alipay, el sistema de pago de Alibaba, estas firmas acumulan datos que luego les permiten desarrollar potentes algoritmos de inteligencia artificial. La IA de Alibaba, por ejemplo, se usa para regular el tráfico en ciudades chinas con altos niveles de contaminación o en la lucha contra la covid-19, en colaboración con el Estado. Por su parte, Baidu cuenta con financiación del Ejército chino para diseñar el China Brain (‘Cerebro Chino’), un proyecto de investigación también centrado en el big data y la interacción humano-máquina.  

El tecnonacionalismo de Xi mezcla intervencionismo y proteccionismo. China limita las inversiones extranjeras en sus empresas para tener el mayor control posible y así conservar la toma de decisiones en el país. En ese sentido, una ley de junio de 2017 permite al Estado acceder a los datos de las empresas chinas en el extranjero. Esta política, sin embargo, frena la segunda fase de la estrategia tecnonacionalista del gigante asiático: su proyección global. Aunque refuerza los vínculos con sus campeones tecnológicos e impide a los competidores acceder a su mercado interno, genera hostilidad en otros países. Distintos Gobiernos desconfían cada vez más de las empresas chinas que operan en su territorio debido al posible acceso del Gobierno chino a datos sensibles con los que trabajan. La actitud de China, por tanto, muestra las tensiones entre una política soberanista en el plano tecnológico y los principios de libre mercado.

El principal hostigador del tecnonacionalismo chino ha sido la Administración Trump, que en especial a finales de su mandato impuso sanciones y restricciones comerciales a las empresas chinas con más proyección, como la plataforma de vídeo Tiktok o Huawei. Esta última ya lidera la investigación del 5G; si su dominio sigue creciendo, las aplicaciones del internet de alta velocidad tendrán que adaptarse a su su estándar. Para evitar este duro golpe para Estados Unidos, Donald Trump hizo lo posible para que Huawei quebrara, inaugurando una política tecnológica proteccionista. El nuevo presidente, Joe Biden, quiere continuarla, lo que reducirá la proyección global de China y retrasará el despliegue del 5G.

La contrapartida del tecnonacionalismo

El objetivo de un estándar es fijar un canon que la comunidad científica, empresas, Gobiernos y consumidores a nivel global puedan utilizar. Pero las potencias en innovación, como Estados Unidos o China, no fijan los estándares de forma desinteresada, sino que buscan beneficio económico y garantías de  ciberseguridad. China tomó consciencia de ello y ahora comprueba cómo su política de subvenciones a los sectores estratégicos da frutos, adelantando al tímido intervencionismo occidental en tecnologías como el 5G. 

Si la rivalidad en el campo de la innovación crece aún más, se corre el riesgo de que aparezcan tecnologías incompatibles entre sí, para perjuicio de toda la sociedad internacional. No obstante, si la interdependencia tecnológica y económica se reduce, puede hacerlo también la tensión entre países, que controlarían más sus propios recursos tecnológicos. El tecnonacionalismo ha hecho de China un polo alternativo al estadounidense y cada vez más independiente de las cadenas de valor internacionales, y Pekín parece estar dispuesta a llegar hasta el final con esta política.

Publicado por El Orden Mundial https://elordenmundial.com/tecnonacionalismo-estrategia-china-potencia-tecnologica-gepolitica/?utm_medium=email&_hsmi=113270504&_hsenc=p2ANqtz–OOmD5SBdpmtaGnIRDHBiEj3bbm3FtdXSV4E1JGOuHAxxRwsqEiSY4OR-Zk3s9o93VbgPVhUMLXmW7_B4h8qa_1kiCrw&utm_content=113270504&utm_source=hs_email

En un comunicado, la empresa de telecomunicaciones del Estado Nacional se asume como un actor clave en los proyectos que el presidente Alberto Fernández firmó con el mandatario chileno, Sebastián Piñera. Se trata del primer cable submarino de Internet que conecta Sudamérica con el Asia-Pacífico y que se implementará con participación argentina a través de ARSAT.
El cable submarino Transpacífico tendrá su amarre en Valparaíso, lo que implica una conexión accesible con los más de 34.500 kilómetros de nuestra Red Federal de Fibra Óptica (REFEFO). Así se acelera la integración digital de Argentina y Chile, mediante el transporte del tráfico de Internet a través de ARSAT.


Este transporte, desde y hacia Brasil, y también a Uruguay, Paraguay y Bolivia hacia Oceanía/Asia, que evita tener que conectarse a través de EEUU y Europa, posicionará regionalmente a ARSAT, tanto en el mercado de fibra óptica como en servicios satelitales.
Asimismo, la mayor conectividad que se lograría por tener una salida directa al Océano Pacífico, sumada a las salidas naturales por el Atlántico a través de la localidad de Las Toninas, podría transformar a nuestro país en un actor digital del hemisferio sur.
Argentina mejoraría además la conectividad de los pasos fronterizos. En ese sentido se avanza en una mesa de trabajo interdisciplinaria entre ambas naciones, para determinar qué pasos priorizar en el tendido de fibra óptica, para ser conectados a nuestra REFEFO, logrando de esa manera optimizar recursos y reducir los tiempos de atención.


La República Argentina se compromete a participar en el proyecto, a través de un aporte de capital cuyo monto y modalidad será determinado de común acuerdo entre Desarrollo País, la entidad pública chilena a cargo de la estructuración del mismo, y la Empresa Argentina de Soluciones Satelitales (ARSAT).


El presidente Piñera manifestó el interés de Chile en los servicios de internet satelital de alta velocidad que brindará nuestro tercer satélite argentino de telecomunicaciones ARSAT SG-1 que está en pleno proceso de construcción en Argentina.
Sobre esto, se ha dicho bastante que esta traza elude los servers estadounidenses y europeos, al que hasta hoy nos obliga nuestra salida informática hacia el Atlántico por Las Toninas, vía cable brasileño. Con la traza Atlántica, queda garantizado el espionaje de cualquier negociación delicada entre Argentina y China.


Pero en opinión de AgendAR la realidad es más compleja. Las trazas posibles de la fibra óptica transpacífica pasan por Nueva Zelanda y/o Australia, aliados estratégicos de EEUU y duchos en «pinchar» tráfico de bits hacia y desde China, y ni mencionar a Chile, alineado siempre con la OTAN y consorcista en este cable. La información reservada, cuando la hay, circula por canales mucho reservados (aunque nada impermeables, eso no existe). La otra obviedad que no queda dicha es que este emprendimiento lo financia básicamente China.
Lo que sí es innegable es que con una conexión bioceánica, la REFEFO, con sus 35.000 km. de fibra óptica de gran ancho de banda, todo laboriosamente construido casi desde la nada por ARSAT entre 2010 y 2015, dejará de ser un lugar de llegada o de origen del tránsito de bits. En cambio, se volverá además un gran nodo de paso dentro de la matriz de intercambio global. Logísticamente, es un avance considerable.

Especial para Dossier Geopolitico Por Denis Korkodinov Rusia(*)

El conflicto entre Estados Unidos e Irán ciertamente se ha calmado temporalmente con la llegada de Joe Biden, pero esto no significa que Donald Trump no creará obstáculos para la reactivación del acuerdo nuclear. Al menos en cooperación con Israel y Arabia Saudita, el exjefe de la Casa Blanca está preparando una serie de provocaciones anti-iraníes.

En la actualidad, el establecimiento político estadounidense está preocupado no tanto por la intención de Joe Biden de restaurar el acuerdo nuclear con el régimen del ayatolá, sino por los sacrificios que aceptará el presidente de Estados Unidos para el éxito del evento planeado. Sin embargo, ya es bastante obvio que el nuevo titular de la Casa Blanca pretende utilizar el acuerdo nuclear como cebo al que debería tentarse la dirigencia iraní, lo que, a su vez, se convertirá en un motivo de debilitamiento de las posiciones regionales del país. Entonces, el siguiente paso, según el plan de Estados Unidos, debería ser un programa para limitar el número de misiles balísticos iraníes.

Teherán ha respondido fácilmente a la propuesta de reactivar el acuerdo nuclear después de que se levanten las sanciones de Estados Unidos. Sin embargo, Washington no está listo para levantar las sanciones durante al menos los próximos 6 meses. Por tanto, la perspectiva de la renovación del acuerdo nuclear estaba en duda.

El Ayatolá Supremo Ali Khamenei se vio obligado a admitir que la cuestión del levantamiento de las sanciones estadounidenses es la piedra angular de la supervivencia de la República Islámica. En particular, en su programa de acción, el sumo sacerdote iraní señaló que Irán en un futuro cercano debe desarrollar un conjunto de medidas adicionales de desarrollo económico para asegurar la existencia continua del estado. En otras palabras, Rahbar enfatizó que las sanciones estadounidenses causaron daños significativos, que comenzaron a amenazar las bases estatales de Irán. Y para preservar el estado, el régimen ayatolá debe implementar políticas de austeridad o aceptar la restauración del acuerdo nuclear en los términos propuestos por Estados Unidos.

Mientras tanto, Joe Biden seguramente enfrentará una dura oposición del Partido Republicano y algunos congresistas demócratas respaldados por Donald Trump. En particular, el intento del nuevo jefe de la Casa Blanca de levantar las sanciones contra Irán, pasando por alto la opinión del Congreso, seguramente provocará una ola de críticas entre los miembros de la cámara baja del parlamento estadounidense y, muy probablemente, conducirá a el surgimiento de una crisis política interna, que será activamente alimentada por Israel y Arabia Saudita … En particular, Tel Aviv y Riyadh comenzaron a realizar actividades a gran escala para sobornar a congresistas, senadores y diplomáticos estadounidenses para que boicoteen las iniciativas de Joe Biden dirigidas al acercamiento con Irán.

Vale la pena señalar que Estados Unidos no tiene mucho tiempo para reactivar el acuerdo nuclear. Entonces, en junio de 2021, se llevarán a cabo elecciones presidenciales en Irán, como resultado de lo cual un político ultraconservador puede llegar al poder en el país, adoptando una posición más intransigente hacia Washington que Hassan Rouhani. Por esta razón, el proceso de negociación entre Estados Unidos e Irán corre el riesgo de un completo fiasco a partir de julio de 2021, como resultado de lo cual la restauración del acuerdo nuclear no será realista. En cualquier caso, la coalición formada por el séquito de Donald Trump, Israel y Arabia Saudita utilizará medios radicales para influir en Joe Biden durante los próximos 6 meses, lo que lo obligará a abandonar el acercamiento con el régimen del ayatolá.

(*) Editor del Servicio de Investigación de la revista de radio y televisión sociopolítica interestatal World Community, Tecnólogo político, Experto político

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE DOSSIER GEOPOLITICO

Por NAZANÍN ARMANIAN

«Es posible que hayamos creado un Frankenstein» dijo un arrogante Richard Nixon en 1994, pidiendo perdón a la historia por permitir la incorporación de China en el mercado libre sin conseguir hacerse con el control de aquella milenaria civilización y someterle como un «socio menor» bajo su liderazgo: la creación traicionó a su creador, insinuó, disimulando su profunda ignorancia sobre el pasado y el presente de aquella potencia asiática. Cierto que entonces consiguió la cooperación china para aislar a la Unión Soviética, pero aquel país se define por ser protagonista de una de las revoluciones populares más determinantes de la historia de la humanidad que no de los errores que han cometido algunos de sus dirigentes.

EEUU se queda sin ideas, ya no para subordinar a la República Popular de China sino para contener su ascenso económico y el aumento de su peso político en el mundo. La Administración Obama ideó el Pivote asiático, que iba a consistir en crear una amplia estrategia militar, diplomática y económica en Asia, con el respaldo de sus aliados, con el fin de establecer su supremacía en el continente. No funcionó, entre otras muchas razones porque EEUU incumplió su promesa de invertir en los países del sudeste asiático y sus infraestructuras, y el gobierno de Trump abandonó la Asociación Transpacífica, demostrándoles que no se puede fiar de los lideres caprichosos de EEUU. ¿Por qué, entonces, el equipo de Biden cree que, a pesar de la desastrosa situación interna de EEUU, y el ascenso de China a ser la primera potencia comercial del mundo, podrá reavivar el «Pivote asiático» y devolver al genio en la botella, donde nunca estuvo?

Un Zar de Asia en el Gabinete

Así se apoda el exoficial naval y veterano funcionario experto en sudeste asiático Kurt Campbell, nombrado por Biden para coordinar las políticas asiáticas de su gobierno. Campbell, desde el Consejo de Seguridad Nacional (NSC) trabajará con Jake Sullivan, el asesor de seguridad nacional, para juntos impedir que China «consiga el dominio global», recoger los pedazos de EEUU que dejó atrás Donald Trump por su paso, y «hacer América grande otra vez» como desea Joe Biden.

Campbell, el «Zar de Asia», por sus relaciones de amistad con los líderes de los países aliados de EEUU en aquella región, es director de la consultora The Asia Group, fue subsecretario de Estado para Asuntos de Asia Oriental y el Pacífico durante la presidencia de Clinton, y el artífice de la política «Reequilibrio» hacia Asia en la administración Obama-Biden.

El «Pivote asiático 2.0» es la promesa de Biden de una política agresivo y más efectiva hacia China, un competidor económico como ningún otro al que se haya enfrentado la superpotencia occidental. Sin embargo, Biden ha empezado mal: llamar «matón» al presidente Xi Jinping y amenazar con «presionar, aislar y castigar a China» suenen más bien a las rabietas y amenazas de un niño prepotente que de un político maduro.

El presidente electo de EEUU cree que la única potencia capaz de desafiar la hegemonía mundial de EEUU es China, aunque el país de Mao cuenta sólo con una influencia económica global: para obtener una hegemonía mundial hace falta una industria cinematográfica como Hollywood, una influencia cultural, un sistema de alianzas globales y cientos de bases militares sembradas por el planeta. Lo que pretende China, hoy por hoy, es acabar con la primacía militar de EEUU en el Este de Asia, por representar una amenaza seria: nadie ha olvidado las agresiones militares de este país a Vietnam y Corea. De hecho, los conflictos entre ambas potencias se han centrado en las proximidades de la geografía china: las islas del Mar de China Meridional, Tíbet, Taiwán o Hong Kong.

Lo halcones del Partido Demócrata, como Michele Flournoy, la subsecretaria de Defensa en la administración Obama, proponen el fortalecimiento del ejército de EEUU para que pudiera «amenazar de manera creíble con hundir todos los buques militares, submarinos y buques mercantes de China en el Mar de China Meridional en 72 horas«. Obviamente, inflamar «el peligro chino» no tiene otro objetivo que más militarismo y más guerras de expolio a nivel global. Estos halcones que, como Mike Pompeu, proponen un «cambio de régimen» en China ¿estarían dispuestos a acoger en Occidente a cientos de millones de chinos que emigrarían en busca del pan? El «socialismo chino» a pesar de todos sus carencias, es el único sistema que ha sido capaz de alimentar a 1.400 millones de personas, uno de cada cinco habitantes del planeta. Miren a la India, el país con el que China debe ser comparada: vende su pobreza e incompetencia como «atracción espiritual» mientras la mitad de sus habitantes (650 millones) ni tienen wáter en casa. En las últimas cuatro décadas La República Popular ha sacado de la pobreza a más de 800 millones de personas. Estas realidades obligan a «las palomas» del partido de Biden defender un «nuevo tipo de relaciones de gran poder» con la potencia asiática «basado en cooperación y beneficio». Afirma el exsecretario de Defensa Jim Mattis que EEUU tiene dos poderes clave: el poder de inspiración y el poder de intimidación. Ante una Estado con una población de 1.400 millones de habitantes, la intimidación no funcionará. Este sector del Partido Demócrata propone que EEUU debe dejar de buscar la supremacía militar en todo el planeta, crear interdependencias económicas entre ambas países con el fin de reducir las amenazas del enemigo, y además adoptar políticas de inmigración que mejoren la desventaja demográfica de EEUU respecto al país asiático.

¿Cómo se obtiene el «Reequilibrio» en Asia?

De los discursos y artículos publicados por los nuevos actores de la política estadounidenses, se deduce que la contención de China podrá tener los siguientes elementos:

  • Representar a China como un desafío existencial con dos principales objetivos: mantener cohesionada a un EEUU fragmentado y justificar los megapresupuestos militares beneficiando a las corporaciones armamentísticas.
  • Forjar el multilateralismo y cooperación con los aliados de EEUU con el fin de reducir riesgos y pérdidas en posibles choques con China.
  • Fortalecer el foro estratégico «Diálogo de Seguridad Cuadrilateral» (Quad, su abreviado en inglés) entre EEUU, Japón, Australia e India y centrado en la disuasión militar de China.
  • Regresar al Acuerdo de la Asociación Transpacífico, que fue impulsada por el gobierno de Obama-Biden y de la que salió Trump. Está por ver cómo va a enfrentarse a la Asociación Económica Integral Regional (RCEP, en inglés) constituida en noviembre pasado por China, Myanmar, Brunéi, Camboya, Filipinas, Indonesia, Laos, Malasia, Singapur, Tailandia y Vietnam, Australia, Corea del Sur, Japón y Nueva Zelanda.
  • Reconfigurar las alianzas asiáticas para formar una coalición anti-China más efectiva en torno del poder militar estadounidense.
  • Aprovechar las oportunidades que ofrece la India para los EE. UU., mediante el incremento del apoyo militar y de inteligencia al principal contrapeso regional de China. Pero, Nueva Delhi, que se siente incómoda ante las presiones de EEUU para enfrentarle con su vecina, ha desoído las advertencias de Washington sobre la compra de sistemas de defensa rusos S-400, cazas Sukhoi-30 MKI y MiG-29, no piensa entrar en este juego: «Quien tiene un tío en Alcalá no tiene tío, ni tiene ná», dice el refrán español. A Corea del Sur tampoco le gusta esta contención rígida de China su mayor socio comercial. El temor de los aliados asiáticos de Washington de perder su autonomía política, y ser sacrificados ante los intereses particulares de EEUU es real. Biden y su equipo, anclados en la mentalidad de la Guerra Fría temen que sus amigos, los del ‘bloque estadounidense’, le abandonen para integrarse al inexistente ‘bloque chino’. Biden no consiguió disuadir a la Unión Europea (y sobre todo a Alemania) de firmar recientemente un ventajoso acuerdo de inversión con China. Incluso Japón, tras la salida del poder del primer ministro Shinzo Abe (quien tuvo un «bromance» con Donald Trump) en agosto de 2020, está mejorando sus relaciones con Beijing.
  • Crear órganos centrados en problemas individuales y concretos de la región con cada uno de los aliados, un enfoque más a la carta de las cuestiones que surgen día a día.
  • Restablecer los lazos entre Corea del Sur y Japón y ayudar a resolver sus problemas bilaterales.
  • Asignar un papel protagonista a Japón en la esfera de la seguridad de la región.
  • Facilitar la inmigración a EEUU para los uigures y los ciudadanos de Taiwán.
  • Utilizar el pretexto de los «defensa de los derechos humanos» y la «libertad religiosa» contra Beijing. No pregunten por qué EEUU ha matado a millones de «musulmanes» de Afganistán, Iraq, Libia, Siria o Yemen o incluso los sigue torturando en sus cárceles secretas, o por qué no rasga su vestidura por los fieles de Mahoma oprimidos por el nacionalhinduismo de Narendra Modi.
  • Apoyar inversiones en los países asiáticos para favorecer a su crecimiento y no necesitar productos chinos. Pero, ¿Tiene EEUU la capacidad de realizar tales inversiones?
  • Lanzar el plan de «Made in USA», fabricando los mismos productos de amplia gama que llegan de China.
  • Presionar a las empresas y estados occidentales para que boicoteen la tecnología 5G china. A España, por ejemplo, EEUU le ha amenazado con dejar de suministrar información a sus servicios de inteligencia si en sus redes 5G entra la tecnología de Huawei.

China no está temblando de miedo

Biden recoge un EEUU más débil que hacer cuatro años. La pandemia ha destrozado la economía en crisis del país.

Beijing es consciente de que tanto la agitación interna de EEUU, en lo político, económico y social-, como la intención de Israel, Arabia Saudí y sus lobbies en Washington de imponer su agenda anti-iraní a Biden le impedirán que aplique una política agresiva contra China. La guerra para desmantelar Siria 2011 tenía entre sus 1+12 principales objetivos evitar la «Doctrina Obama«: retirar las tropas estadounidense de Oriente Próximo para enviarlas a cercar a China.

En la mentalidad china, que mira el presente con las gafas de futuro, EEUU no es más que un «tigre de papel«. Poco o nada podrá hacer para paralizar la Iniciativa de la Franja y la Ruta, el proyecto de construcción de una infraestructura terrestre y marina que una a China con Europa, Asia y África.

En 2020, a pesar del impacto de la pandemia del coronavirus, la economía china creció un 2,3%, y se convirtió en la economía más grande del mundo. Si utilizamos la Paridad de Poder Adquisitivo, el PIB de China alcanzó los 24,2 billones de dólares, frente a los 20,8 billones de EEUU.  Lo cual demuestra que la guerra comercial de Trump fue un simple arañazo a la amplia red de relaciones comerciales de China con el mundo.

Lo mejor que puede hacer Joe Biden es definir el nuevo lugar de EEUU en el nuevo orden multipolar y luego asimilarlo sin rencores: pensar que una guerra exportará la crisis interna es un error.

Publicado en Opiniones Blog del Diario Público España https://blogs.publico.es/puntoyseguido/6968/el-fracaso-anticipado-del-pivote-asiatico-2-0-de-biden-contra-china/

La llegada de Joseph Biden a la Casa Blanca no significa necesariamente que EE UU vaya a reducir la presión sobre China. Beijing es la clave pero no el único punto de interés en un mundo multipolar.

Por Àngel Ferrero – 24 ENE 2021 

A estas alturas son ya varios los artículos que hablan de la covid-19 como catalizador de tendencias políticas que se encontraban ya en desarrollo, siendo la más destacada el incremento del peso en las relaciones internacionales de la importancia de China, gracias, en particular, a su capacidad industrial para fabricar materiales de protección sanitaria y las medidas adoptadas para contener la propagación del virus en su propio país y reactivar su economía. Foreign Affairs Incluso llegó a especular en marzo de 2020 con la posibilidad de que se produjese un “momento Suez”, en relación a la “intervención fracasada” de 1956 que “dejó al desnudo la decadencia del poder británico y marcó el fin del dominio de Reino Unido como potencia mundial”.

Además de por una gestión de la pandemia que contrasta claramente con la occidental por su habilidad a la hora de movilizar recursos con rapidez y efectividad, el año pasado China estuvo presente en los titulares de los medios de comunicación por su industria tecnológica –bien por la instalación de redes 5G o los intentos de la administración Trump por prohibir Tik Tok–, o los avances en varios acuerdos comerciales –ya fuese en el acuerdo de inversiones Unión Europea-China o la creación en Hanoi el pasado 15 de noviembre de la Asociación Económica Integral Regional (RCEP)–.

Esta última tiene como objetivo la creación del mayor bloque comercial del mundo, formado por los diez estados miembro de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN), China, Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda. Significativamente, no pertenecen a este bloque los Estados Unidos y no se prevé que lo hagan bajo la nueva administración de Joe Biden. Como ha escrito Cui Heng para el medio chino Global Times, el cambio de inquilino en la Casa Blanca “no significa necesariamente que EE UU vaya a reducir la presión sobre China”, ya que “la contradicción entre China y EE UU es una de tipo estructural entre una potencia emergente y una fuerza hegemónica”, por lo que “no importa quién se siente en el Despacho Oval: siempre se adoptarán políticas para contener a la potencia emergente.” En este sentido, “un gobierno Demócrata muy posiblemente contendrá a China recurriendo a los derechos humanos y las cuestiones del Tíbet y Taiwán”, de modo que las probabilidades de que las relaciones sino-estadounidenses mejoren en los próximos cuatro años es “poca”.

El año pasado el presidente del país, Xi Jinping, presentó una hoja de ruta hasta 2035 para convertir a China en “una gran nación socialista, moderna, próspera y poderosa”

En Europa reina, sobre todo si nos atenemos a lo reflejado por los medios de comunicación, una mayor discreción sobre esta cuestión, aunque en un reciente informe del influyente think tank alemán Stiftung Wissenschaft und Politik (SWP) se planteaba, entre otros, un escenario en el que Bruselas finalmente da un paso adelante en la consecución de una mayor autonomía respecto a Washington y convierte a la UE en un actor global merecedor de ese nombre: “El 1 de febrero de 2025 los 27 jefes de Estado y de gobierno fundan junto con otros 17 países del Norte y el Sur la Alianza Democrática para el Progreso global, que se compromete a tomarse en serio el ‘Building Back Better’.” El Partido Comunista de China (PCCh), por su parte, no sólo mantiene los ambiciosos objetivos de su último plan quinquenal (2021-2025), sino que el año pasado el presidente del país, Xi Jinping, presentó una hoja de ruta hasta 2035 para convertir a China en “una gran nación socialista, moderna, próspera y poderosa” y conseguir el liderazgo mundial en tecnología avanzada y otros sectores estratégicos.

Es innegable que sin China no es difícil, sino francamente imposible encarar los grandes retos globales del siglo XXI. Lo ha subrayado en varias ocasiones, entre otros, Michael R. Krätke, quien en el semanario alemán Der Freitag advirtió de cómo “nadie puede permitirse ignorar o tratar mal deliberadamente a un país que es una gran potencia tecnológica, científica, económica y financiera.” Sin la cooperación de Beijing, señalaba, “no puede haber ninguna política contra el cambio climático con posibilidades de éxito” y “sin el apoyo de China no podremos controlar las previsibles olas de contagios de la pandemia que vendrán” ya que “en este aspecto no se puede confiar en EE UU.” En otro artículo para ese mismo medio, Krätke recordaba que China se ha fijado la ambiciosa meta de contar con un 50% de modelos eléctricos en su parque de automóviles para 2035 y la neutralidad climática para 2060 mientras sigue expandiendo sus líneas de ferrocarril.

Ante la publicación de todas estas noticias, y de la previsible cobertura de los medios de comunicación occidentales (en la que con demasiada frecuencia se pierde la distinción entre la voluntad de informar y la de infundir temor sobre el auge de China), resulta interesante volver a consultar al último libro de Zbigniew Brzezinski (1928-2017), Strategic Vision. America and the Crisis of Global Power (Perseus, 2012), en el que el asesor de seguridad nacional de Jimmy Carter presentaba sus propios escenarios para el futuro inmediato.

El mundo en 2025, según Brzezinski

“Si América flaquea, es poco probable que el mundo sea dominado por un solo sucesor preeminente, como China”, escribía Brzezinski en su último libro. “Ninguna potencia estará preparada para ejercer entonces el papel que el mundo, después de la desintegración de la Unión Soviética en 1991, esperaba que los Estados Unidos jugasen”, pronosticaba el autor. “Sería más probable”, lamentaba, “una fase prolongada más bien de alineamientos de potencias tanto globales como regionales, sin grandes ganadores y muchos más perdedores, en un escenario de incertidumbre internacional e incluso riesgos potencialmente fatales al bienestar mundial”.

Irónicamente, el hombre que más había contribuido a la desintegración de la URSS desde la Casa Blanca proponía en su libro que Rusia fuese integrada en la esfera occidental para permitir a EE UU prolongar su hegemonía

En ausencia de una potencia hegemónica, Brzezinski aventuraba que “la incertidumbre resultante incrementará probablemente las tensiones entre competidores e inspirará un comportamiento egoísta”, haciendo que, en consecuencia, “la cooperación posiblemente decline, con algunas potencias buscando promover exclusivamente acuerdos regionales como marcos alternativos de estabilidad para el desarrollo de sus propios intereses”. Además, “contendientes históricos pueden competir más abiertamente, incluso recurriendo al uso de la fuerza, por la preeminencia regional”, mientras que “algunos estados débiles pueden encontrarse en serio peligro, a medida que las nuevas alienaciones de poder emergen en respuesta a grandes desplazamientos geopolíticos en la distribución mundial del poder”.

En este interregno, que se extendería hasta el año 2025, aumentaría “la búsqueda de una mayor seguridad nacional basada en diversas fusiones de autoritarismo, nacionalismo y religión”, como también lo haría la “indiferencia pasiva” hacia los asuntos internacionales. Como ejemplo de esta tendencia, Brzezinski mencionaba la presión de países como China y la India para transformar algunos de los principales organismos internacionales, como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional (FMI) e incluso del Consejo de Seguridad de la ONU, para que reflejasen los cambios globales sucedidos en los últimos años.

Irónicamente, el hombre que más había contribuido a la desintegración de la URSS desde la Casa Blanca proponía en su libro que Rusia fuese integrada en la esfera occidental para permitir a EE UU prolongar su hegemonía. Sin embargo, este plan se antoja hoy irrealizable sin un cambio de poder en el Kremlin que traería, a su vez, inestabilidad tanto en el propio país como en su vecindario. Otra de las propuestas que planteaba Brzezinski era la democratización de Turquía para anclar a este país en la órbita occidental, y que, como en el caso de Rusia, parece haber quedado relegada al cajón de la historia alternativa por el propio desarrollo de los acontecimientos.

Cabe destacar que en Strategic Vision. America and the Crisis of Global Power Brzezinski reconoce a los dirigentes chinos la inteligencia, la prudencia y la paciencia para evitar un “rápido declive” de EEUU que “provocaría una crisis mundial que devastaría el propio bienestar de China y perjudicaría sus objetivos a largo plazo”, y traía a colación la máxima de Deng Xiaoping: “Observemos con tranquilidad, aseguremos nuestra posición, gestiones los asuntos con calma, escondamos nuestras capacidades y esperamos nuestro momento, seamos buenos manteniendo un perfil bajo, y nunca reclamemos el liderazgo.”

Los 10 años restantes

¿Qué pasaría en el tablero global –por utilizar una expresión del propio Brzezinski– en ese espacio de tiempo que va del 2025 de Zbigniew Brzezinski al 2035 de Xi Jinping? ”Incluso si el declive se desarrolla de una manera vaga y contradictoria, es posible que los dirigentes de las potencias mundiales de segundo orden, entre ellas Japón, India, Rusia y algunos miembros de la UE, estén ya valorando el potencial impacto de la despedida de América de sus respectivos intereses nacionales”, afirmaba Brzezinski. “Es más”, seguía este autor, “los escenarios de un reparto post-América pueden estar ya dando discretamente forma a la planificación de la agenda de las cancillerías de las mayores potencias extranjeras, si no están ya dictando sus políticas.”

Brzezinski enumeraba varios casos, como el de los japoneses, quienes “temerosos de una China asertiva dominando el continente asiático, pueden pensar en vínculos más estrechos con Europa”. Así, “los dirigentes en India y Japón podrían muy bien considerar una cooperación política e incluso militar más estrecha como una forma de protección si América flaquea y China emerge”. Rusia, por su parte, “aunque quizá dejándose llevar por un wishful thinking (o incluso schadenfreude) por los inciertos escenarios de América, podría tener el ojo puesto en los estados independientes de la antigua Unión Soviética como objetivos iniciales de su influencia geopolítica ampliada”, mientras Europa, “aún sin cohesionar, acabaría posiblemente dividida en diferentes direcciones: Alemania e Italia hacia Rusia por sus intereses comerciales, Francia y la insegura Europa central en favor de una UE políticamente más unida, y Reino Unido buscando manipular un equilibrio con la UE mientras continúa manteniendo una relación especial con unos Estados Unidos en declive.” Finalmente, “otros pueden moverse más rápido para delimitar sus propias esferas de influencia regionales: Turquía en la zona del viejo Imperio otomano, Brasil en el hemisferio sur, y así sucesivamente”.

Rusia se encuentra en la proverbial encrucijada y el “rol de Moscú en esta futura arquitectura del orden mundial depende del éxito o del fracaso” a la hora de comprender los cambios

Lo que entonces era un escenario de futuro entre otros posibles hoy se lee prácticamente como un análisis del presente. Mucha tinta se ha vertido sobre este asunto en los foros de debate internacionales y luego se ha reproducido diligentemente en los medios de comunicación occidentales, por lo que, como siempre, resulta interesante echar un vistazo a otros países para adquirir otra perspectiva. En un análisis titulado ‘El fin del orden unipolar’, publicado el pasado mes de noviembre en Gazeta.ru y luego resumido por Meduza, Areg Galstyan sostenía que el declive del sistema mundial surgido de la desintegración de la URSS y liderado por EEUU ha periclitado por la arrogancia e hibris de este último y conducido, como temía Brzezinski, a la emergencia de una nueva competición regional. “En ausencia de reglas claras”, particularmente tras la agresión de la OTAN a Yugoslavia en 1999 y lo que ésta supuso para la legislación internacional, “así como la creciente indiferencia e inercia de Washington debido a la fatiga objetiva de unas fuerzas exhaustas, comenzaron a formarse subsistemas separados”, describe Galstyan al precisar que “las potencias regionales fueron capaces de crear e implementar sus propios conceptos, limitando su dependencia de la influencia de la potencia hegemónica.”

Galstyan ve en Turquía uno de los protagonistas de esta transformación. En opinión de este analista, el presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan, aspira a convertir a su país no solamente en una potencia regional clave, “sino en uno de los fundadores del sistema post-unipolar de relaciones internacionales”. Así, “todos los recursos de la política exterior del país están enfocados a conseguir este objetivo: Ankara retiene sus posiciones en el bloque de la OTAN pero, al mismo tiempo, en los últimos tres años ha desarrollado activamente una cooperación técnico-militar con Rusia, con el apoyo de Japón, está modernizando todas sus industrias y profundizando su diálogo económico con China”.

Más importante quizá, Turquía ha “creado una amplia red de interdependencia con todos los centros de poder, que limita la habilidad de las grandes potencias para influir en las decisiones estratégicas de Ankara”. Galstyan concluye que “las dinámicas del desarrollo de las relaciones internacionales muestran que en el futuro próximo todas las potencias de tamaño medio con ambiciones y planes de pasar a la categoría de los pesos pesados utilizarán el estilo condicional turco.” Asimismo, “en estas circunstancias, los pequeños países que luchan por sobrevivir en el nuevo sistema necesitan o bien mejorar los mecanismos para mantener el patronazgo geopolítico por parte de una gran potencia (una integración más profunda u otro modelo de interdependencia bilateral) o seguir la vía de formar un modelo de redes de influencia en la toma de decisiones en uno o más centros de poder”.

En este contexto, Rusia se encuentra en la proverbial encrucijada y el “rol de Moscú en esta futura arquitectura del orden mundial depende del éxito o del fracaso” a la hora de comprender los cambios. Rusia, recuerda Galstyan, fue “un actor clave en dos sistemas de cuatro actores: Viena y Yalta-Potsdam”, pero como la UE, podría encontrarse en una incómoda tierra de nadie más pronto que tarde. “La condición principal para triunfar definitivamente”, a juicio de este autor, “es una estricta separación de los intereses nacionales y empresariales” para que estos últimos no interfieran en la agenda internacional de Moscú, que debería tener unos “límites claros” y mecanismos “consistentes”.

En los medios rusos se ha citado como primer episodio de esta transformación global el reciente conflicto en Nagorno-Karabakh por sus características militares y por el papel desempeñado por Turquía y Moscú, cuya diplomacia plantea como salida al conflicto entre Azerbaiyán y Armenia proyectos de cohesión regional, señaladamente la construcción de nuevas líneas ferroviarias. El Kremlin está interesado en revivir el ferrocarril transcaucasiano que conectaría a todos los países con presencia en el Cáucaso: Rusia, Turquía, Azerbaiyán, Armenia, Georgia e Irán. Según cálculos rusos, la reconstrucción de este ferrocarril podría impulsar el intercambio comercial con Irán más de un 30% y, en el caso de Armenia e Irán, entre un 50% y un 70%, además de facilitar a Azerbaiyán sus conexiones con Turquía y potenciar a Rusia como país de tránsito en el comercio de contenedores desde Asia hacia Europa central y septentrional.

Se hace difícil ver cómo la nueva administración estadounidense puede contener, y aún más revertir, todos estos desarrollos, y cómo reaccionará en consecuencia en los años por venir. Puede que Biden termine viéndose como el Ricardo III de Shakespeare: perorando sobre “historias tristes de reyes muertos”. La Unión Europea aún tiene que decidir si hará de público de esas mismas historias.
Publicado por El Salto Sección Global: https://www.elsaltodiario.com/global/geopolitica-declive-estados-unidos-brzezinski-china-en-2035-y-los-15-anos-restantes

Por Pepe Escobar Asia Times 2021

Hace un año los Furiosos Años Veinte( Raging Twenties)  comenzaron con un asesinato.

El asesinato del mayor general Qassem Soleimani, comandante de la Fuerza Quds del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (IRGC), junto con Abu Mahdi al-Muhandis, el comandante adjunto de la milicia iraquí Hashd al-Sha’abi, mediante el lanzamiento de misiles Hellfire guiados por láser. de dos aviones no tripulados MQ-9 Reaper, fue un acto de guerra.

No solo el ataque con aviones no tripulados en el aeropuerto de Bagdad, ordenado directamente por el presidente Trump, fue unilateral, no provocado e ilegal: fue diseñado como una fuerte provocación, para detonar una reacción iraní que luego sería contrarrestada por la «autodefensa» estadounidense, empaquetada como «disuasión». Llámalo una forma perversa de doble hacia abajo, falsa bandera invertida.  

El Mighty Wurlitzer imperial lo interpretó como un «asesinato selectivo», una operación preventiva que aplastaba la supuesta planificación de Soleimani de «ataques inminentes» contra diplomáticos y tropas estadounidenses.

Falso. Sin evidencia alguna. Y luego, el primer ministro iraquí Adil Abdul-Mahdi, frente a su parlamento, ofreció el contexto definitivo: Soleimani estaba en misión diplomática, en un vuelo regular entre Damasco y Bagdad, involucrado en complejas negociaciones entre Teherán y Riad, con los iraquíes. Primer Ministro como mediador, a petición del presidente Trump.

De modo que la máquina imperial, en completa burla del derecho internacional, asesinó a un enviado diplomático de facto.  

Las tres facciones principales que presionaron por el asesinato de Soleimani fueron los neoconservadores estadounidenses, sumamente ignorantes de la historia, la cultura y la política del suroeste de Asia, y los grupos de presión israelí y saudí, que creen ardientemente que sus intereses avanzan cada vez que Irán es atacado. Trump no podría ver el panorama general y sus terribles ramificaciones: solo lo que dicta su principal donante israelí Sheldon Adelson, y lo que Jared «de Arabia» Kushner le susurró al oído, controlado a distancia por su amigo cercano Muhammad bin Salman (MbS).

La armadura del «prestigio» estadounidense

La mesurada respuesta iraní al asesinato de Soleimani fue cuidadosamente calibrada para no detonar la “disuasión” imperial vengativa: ataques con misiles de precisión contra la base aérea de Ain al-Assad en Irak, controlada por Estados Unidos. El Pentágono recibió una advertencia anticipada.

Como era de esperar, el período previo al primer aniversario del asesinato de Soleimani tuvo que degenerar en indicios de que Estados Unidos e Irán una vez más al borde de la guerra.  

Por lo tanto, es esclarecedor examinar lo que el comandante de la División Aeroespacial del IRGC, el general Brigadier Amir-Ali Hajizadeh , dijo a la red Al Manar de Líbano: “Estados Unidos y el régimen sionista [Israel] no han traído seguridad a ningún lugar y si algo sucede aquí (en la región) y estalla una guerra, no haremos distinción entre las bases estadounidenses y los países que las albergan «. 

Hajizadeh, ampliando los ataques con misiles de precisión hace un año, agregó: “Estábamos preparados para la respuesta de los estadounidenses y todo nuestro poder de misiles estaba completamente en alerta. Si hubieran dado una respuesta, habríamos atacado todas sus bases desde Jordania hasta Irak y el Golfo Pérsico e incluso sus buques de guerra en el Océano Índico «.

Los ataques con misiles de precisión en Ain al-Assad, hace un año, representaron una potencia de rango medio, debilitada por las sanciones y enfrentando una enorme crisis económica / financiera, respondiendo a un ataque apuntando a activos imperiales que forman parte del Imperio de Bases. . Fue una primicia mundial, algo inaudito desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Fue claramente interpretado en vastas franjas del Sur Global como una perforación fatal de la armadura hegemónica de décadas del «prestigio» estadounidense.     

De modo que a Teherán no le impresionaron exactamente dos B-52 con capacidad nuclear que volaban recientemente sobre el Golfo Pérsico; o la Marina de los Estados Unidos anunciando la llegada del USS Georgia, de propulsión nuclear y con misiles cargados, al Golfo Pérsico la semana pasada.

Estos despliegues se realizaron como respuesta a una afirmación sin pruebas de que Teherán estaba detrás de un ataque de 21 cohetes contra la embajada estadounidense en expansión en la Zona Verde de Bagdad.

Los cohetes de calibre 107mm (sin detonar), por cierto, marcados en inglés, no en farsi, pueden ser comprados fácilmente en algún zoco subterráneo de Bagdad por prácticamente cualquier persona, como he visto por mí mismo en Irak desde mediados de la década de 2000. 

Eso ciertamente no califica como un casus belli, o «autodefensa» fusionada con «disuasión». La justificación de Centcom en realidad suena como un boceto de Monty Python: un ataque «… casi con certeza realizado por un grupo de milicias rebeldes respaldado por Irán». Tenga en cuenta que «casi con certeza» es un código para «no tenemos idea de quién lo hizo». 

Cómo luchar contra la verdadera guerra contra el terrorismo

 El ministro de Relaciones Exteriores iraní, Javad Zarif, se tomó la molestia para advertir a Trump que lo estaban engañando para un falso casus belli, y el retroceso sería inevitable. Ese es un caso en el que la diplomacia iraní está perfectamente alineada con el IRGC: después de todo, toda la estrategia posterior a Soleimani proviene directamente del ayatolá Khamenei. 

Y eso lleva a Hajizadeh del IRGC a establecer una vez más la línea roja iraní en términos de la defensa de la República Islámica: «No negociaremos sobre el poder de los misiles con nadie», adelantándose a cualquier movimiento para incorporar la reducción de misiles en un posible regreso de Washington a el JCPOA. Hajizadeh también ha enfatizado que Teherán ha restringido el alcance de sus misiles a 2.000 km.

Mi amigo Elijah Magnier, posiblemente el principal corresponsal de guerra en el suroeste de Asia en las últimas cuatro décadas, ha detallado claramente la importancia de Soleimani.

Todos, no solo a lo largo del Eje de la Resistencia (Teherán, Bagdad, Damasco, Hezbolá), sino también en vastas franjas del Sur Global, están firmemente conscientes de cómo Soleimani lideró la lucha contra ISIS / Daesh en Irak de 2014 a 2015, y cómo jugó un papel decisivo. en retomar Tikrit en 2015.  

Zeinab Soleimani, la impresionante hija del General, ha perfilado al hombre y los sentimientos que inspiró. Y el secretario general de Hezbollah, Sayed Nasrallah, en una entrevista extraordinaria , destacó la «gran humildad» de Soleimani, incluso «con la gente común, la gente sencilla».

Nasrallah cuenta una historia que es esencial para ubicar el modus operandi de Soleimani en la guerra real, no ficticia, contra el terrorismo, y merece ser citada en su totalidad: 

“En ese momento, Hajj Qassem viajó desde el aeropuerto de Bagdad al aeropuerto de Damasco, de donde vino (directamente) a Beirut, en los suburbios del sur. Llegó a mí a medianoche. Recuerdo muy bien lo que me dijo: «Al amanecer debiste haberme proporcionado 120 comandantes de operaciones (de Hezbollah)». Le respondí «Pero el Hayy, es medianoche, ¿cómo puedo proporcionarles 120 comandantes?» Me dijo que no había otra solución si queríamos luchar (eficazmente) contra ISIS, defender al pueblo iraquí, nuestros lugares sagrados [5 de los 12 imanes del Shiísmo Doce tienen sus mausoleos en Irak], nuestros Hawzas [ Seminarios islámicos], y todo lo que existía en Irak. No había elección. “No necesito luchadores. Necesito comandantes operativos [para supervisar las Unidades de Movilización Popular Iraquí, PMU]. «Es por eso que en mi discurso el asesinato de Soleimani, dije que durante los 22 años aproximadamente de nuestra relación con Hajj Qassem Soleimani, nunca nos pidió nada. Nunca nos pidió nada, ni siquiera Irán. Sí, solo nos preguntó una vez, y fue para Irak, cuando nos pidió estos (120) comandantes de operaciones. Así que se quedó conmigo y comenzamos a contactar a nuestros hermanos (Hezbollah) uno por uno. Pudimos traer a casi 60 comandantes operativos, incluidos algunos hermanos que estaban en las líneas del frente en Siria, y a quienes enviamos al aeropuerto de Damasco [para esperar a Soleimani], y otros que estaban en el Líbano, y de los que nos despertamos. durmieron y los trajeron [inmediatamente] de su casa, ya que el Hayy dijo que quería llevarlos con él en el avión que lo llevaría de regreso a Damasco después de la oración del amanecer. Y de hecho, después de rezar juntos la oración del amanecer,volaron a Damasco con él, y Hajj Qassem viajó de Damasco a Bagdad con 50 a 60 comandantes libaneses de Hezbollah, con quienes fue al frente en Irak. Dijo que no necesitaba combatientes, porque gracias a Dios había muchos voluntarios en Irak. Pero necesitaba comandantes [curtidos en la batalla] para dirigir a estos combatientes, entrenarlos, transmitirles experiencia y pericia, etc. Y no se fue hasta que tomó mi promesa de que en dos o tres días le habría enviado a los restantes 60 comandantes «.entrenarlos, transmitirles experiencia y conocimientos, etc. 

Orientalismo, de nuevo

Un ex comandante de Soleimani que conocí en Irán en 2018 nos había prometido a mí y a mi colega Sebastiano Caputo que intentaría concertar una entrevista con el General de División, que nunca habló con medios extranjeros. No teníamos motivos para dudar de nuestro interlocutor, así que hasta el último minuto de Bagdad estuvimos en esta lista de espera selectiva.

En cuanto a Abu Mahdi al-Muhandis, asesinado al lado de Soleimani en el ataque con drones de Bagdad, formé parte de un pequeño grupo que pasó una tarde con él en una casa segura dentro, no fuera, de la Zona Verde de Bagdad en noviembre de 2017. Mi informe completo está aquí .  

El profesor Mohammad Marandi de la Universidad de Teherán, reflexionando sobre el asesinato, me dijo, “lo más importante es que la visión occidental de la situación es muy orientalista. Asumen que Irán no tiene estructuras reales y que todo depende de los individuos. En Occidente, un asesinato no destruye una administración, empresa u organización. El ayatolá Jomeini falleció y dijeron que la revolución había terminado. Pero el proceso constitucional produjo un nuevo líder en cuestión de horas. El resto es historia.»

Esto puede ayudar mucho a explicar la geopolítica de Soleimani. Puede que haya sido una superestrella revolucionaria (muchos en todo el Sur Global lo ven como el Che Guevara del suroeste de Asia), pero sobre todo fue un engranaje bastante articulado de una máquina muy articulada. 

El presidente adjunto del Parlamento iraní, Hossein Amirabdollahian, dijo a la cadena iraní Shabake Khabar que Soleimani, dos años antes del asesinato, ya había previsto una inevitable «normalización» entre Israel y las monarquías del Golfo Pérsico.

Al mismo tiempo, también era muy consciente de la posición de la Liga Árabe en 2002, compartida, entre otros, por Irak, Siria y Líbano: una «normalización» ni siquiera puede comenzar a discutirse sin un estado palestino independiente y viable en las fronteras e 1967, y con Jerusalén Este como capital.

Ahora todos saben que este sueño está muerto, si no completamente enterrado. Lo que queda es el trabajo habitual y triste: el asesinato estadounidense de Soleimani, el asesinato israelí del destacado científico iraní Mohsen Fakhrizadeh, la guerra israelí implacable y de relativamente baja intensidad contra Irán totalmente apoyada por el Beltway, la ocupación ilegal de Washington de partes del noreste de Siria para hacerse con un poco de petróleo, el impulso perpetuo por un cambio de régimen en Damasco, la demonización incesante de Hezbollah.

Más allá del fuego del infierno

Teherán ha dejado muy claro que un retorno a al menos una medida de respeto mutuo entre Estados Unidos e Irán implica que Washington se reincorpore al JCPOA sin condiciones previas, y el fin de las sanciones ilegales y unilaterales de la administración Trump. Estos parámetros no son negociables. 

Nasrallah, por su parte, en un discurso en Beirut el domingo, destacó,

«Uno de los principales resultados del asesinato del general Soleimani y al-Muhandis son los llamamientos a la expulsión de las fuerzas estadounidenses de la región. Tales llamamientos no se habían hecho antes del asesinato. El martirio de los líderes de la resistencia colocó tropas estadounidenses en camino de salir de Irak «.

Esto puede ser una ilusión, porque el complejo militar-industrial-seguridad nunca abandonará voluntariamente un centro clave del Imperio de las Bases. 

Más importante es el hecho de que el entorno posterior a Soleimani trasciende a Soleimani. 

El Eje de la Resistencia, Teherán-Bagdad-Damasco-Hezbolá, en lugar de colapsar, seguirá reforzándose.

Internamente, y aún bajo sanciones de “máxima presión”, Irán y Rusia cooperarán para producir vacunas Covid-19, y el Instituto Pasteur de Irán coproducirá una vacuna con una empresa cubana.

Irán se solidifica cada vez más como el nodo clave de las Nuevas Rutas de la Seda en el suroeste de Asia: la asociación estratégica Irán-China es constantemente revitalizada por los Primeros Ministros Zarif y Wang Yi, y eso incluye a Beijing sobrealimentando su inversión geoeconómica en South Pars, el más grande campo de gas en el planeta.

Irán, Rusia y China participarán en la reconstrucción de Siria, que también incluirá, eventualmente, una rama de la Nueva Ruta de la Seda: el ferrocarril Irán-Irak-Siria-Mediterráneo Oriental.

Todo eso es un proceso continuo e interconectado que ningún Hellfire puede quemar.

Los territorios en disputa siguen siendo hoy un gran legado de la etapa anterior del proceso internacional, pasando a veces de un coqueteo diplomático mutuo de rutina a un hipotético enfrentamiento armado. Por lo tanto, aquellos que no están de acuerdo con el statu quo tratan de cambiarlo. El éxito o el fracaso de tales intentos depende de la correspondencia de las ambiciones con el peso geopolítico actual de tal o cual actor, así como también del posible impacto de los cambios hipotéticos en el equilibrio geopolítico general y, por lo tanto, del grado de intervención de los “terceros” – líderes geopolíticos globales en el problema.

Los territorios en disputa fuera de los sujetos continentales – islas y archipiélagos – se destacan en esta serie. Estos problemas ocurren, por regla general, como consecuencia del registro territorial de procesos de descolonización o guerras interestatales, que fijan la esfera de intereses materializados de los vencedores. Quizás la principal diferencia entre los problemas sobre las islas en disputa y los territorios continentales es que la propiedad de ellas por un lado y los reclamos del otro lado no son, por regla general, de importancia crítica para la existencia misma de los estados. Aunque, en la mayoría de los casos, tales disputas territoriales tienen un componente emocional bastante importante y en ocasiones sacrificado y son un atributo notable del discurso político interno durante muchos años con los tabúes y plantillas correspondientes.

Las características señaladas anteriormente se aplican particularmente a la disputa sobre las islas Kuriles del sur entre Japón y Rusia. Durante más de 70 años, este problema ensombrece las relaciones entre los países vecinos y les ha impedido dar rienda suelta a su potencial. Al mismo tiempo, este problema territorial fue el resultado de los cambios geopolíticos más importantes del siglo XX y la «constitución» de las fronteras internacionales, sobre cuya base funciona el orden mundial moderno. Todo tiene una causa y un efecto. No soy partidario de la «arqueología política», por lo tanto, me permitiré analizar brevemente el problema en la última retrospectiva histórica, y también limitarme a los hechos más importantes que configuran la realidad geopolítica moderna.

La disputa misma se da entre tres islas más cercanas a Japón: Shikotan, Iturup, Kunashir y el archipiélago de las pequeñas islas de Habomai. Su área total es de 5 mil km² más una zona económica de 200 millas, para un total de aproximadamente 200 mil km².

En los albores de las relaciones bilaterales, de acuerdo con el Tratado de Shimoda de 1855, estas islas de la cordillera común de islas Kuriles fueron transferidas a Japón, y el Tratado de San Petersburgo de 1875 transfirió las 18 islas Kuriles a Japón a cambio de la mitad japonesa de la isla Sakhalin. El repentino estallido de la Guerra Ruso-Japonesa en 1905 y la derrota de Rusia llevaron a la pérdida por Rusia de la mitad de la isla Sakhalin, que estaba asegurada por el Tratado de Portsmouth. Esto coincidió lógicamente con el comienzo de la expansión de Japón en toda la región de Asia oriental. La renovada nación militarista del imperio naciente del «sol naciente» se estaba formando rápidamente, y también se le ocupó rápidamente un nuevo «espacio vital». El apetito del imperio creció y en 1938 la URSS (Rusia) volvió a ser el objetivo de la agresión. Para entonces, Manchuria, una parte significativa de China y Corea ya habían sido ocupadas. Fue desde su territorio que el ejército japonés invadió la URSS en el área del lago Khasan y, inesperadamente para sí mismo, fue derrotado. Además, habiendo obtenido una confirmación formal de Gran Bretaña sobre la no interferencia y la connivencia de los Estados Unidos, el ejército japonés en 1939 invadió Mongolia, aliado a la URSS, en la región del río Khalkhin-Gol y fue derrotado nuevamente. Quedó claro que los reclamos de Japón sobre Rusia son de naturaleza estratégica y las contradicciones en la región deberían terminar tarde o temprano en la formación de una nueva realidad geopolítica.

El hecho más importante desde el punto de vista de la lógica de los eventos posteriores y la formación de la arquitectura internacional de la posguerra fue la Conferencia de Yalta de los líderes de la URSS, Gran Bretaña y los Estados Unidos en febrero de 1945, cuando la derrota de la Alemania nazi era cuestión de varios pocos meses. Fue acordado que la URSS entra en la guerra contra Japón luego de la victoria sobre Alemania, sujeto al regreso de todas las islas Kuriles y la parte sur de la isla Sakhalin. En julio del mismo año, en el marco de la Declaración de Potsdam, los aliados determinaron que la soberanía de Japón se extendería sólo a las islas de Kyushu, Shikoku, Honshu, Hokkaido y varias islas más pequeñas, entre las que no figuraban las Islas Kuriles del Sur. Tras la derrota de Japón y su ocupación por las fuerzas aliadas, el comandante en jefe, general Douglas MacArthur, mediante memorando No. 677 del 27 de enero de 1946, confirmó la exclusión de las Islas Kuriles de Japón, separadamente el archipiélago Habomai y la isla Shikotan. Además, en el marco del Tratado de Paz de San Francisco con los aliados de 1951, Japón abandonó sus reclamos sobre las Islas Kuriles y la parte sur de Sakhalin. Cabe señalar que la Unión Soviética cumplió correctamente con sus obligaciones aliadas y se estableció dentro de las fronteras generalmente reconocidas.

¿Entonces, cuál es el problema? – El diablo está en los detalles. Japón insiste en que las cuatro islas más cercanas no formaban parte de las islas Kuriles y están ocupadas ilegalmente. El agresor de ayer, el ejército del que se distinguió por atrocidades sin precedentes en los países ocupados de Asia Oriental, declaró una «ocupación ilegal», negándose a reconocer el valor obvio de sus ambiciones imperiales no realizadas.

Sin embargo, en el marco de la Declaración de Moscú sobre el restablecimiento de las relaciones diplomáticas y el fin del estado de guerra, firmada en octubre de 1956, el liderazgo de la Unión soviética propuso a Japón celebrar un tratado de paz y expresó su disposición a transferir las islas de Habomai y Shikotan. Pero luego Japón se negó a concluir un tratado de paz. ¿Por qué? Después de todo, tal paso permitiría resolver las diferencias existentes y comenzar a realizar todo el potencial de las relaciones bilaterales en el contexto de la era emergente de nuevos procesos económicos y de integración global en el mundo. Aparentemente, el entonces liderazgo de Japón previó otros riesgos inconmensurablemente más significativos causados por factores externos. Después de todo, fue Estados Unidos quien obligó al gobierno japonés a abandonar la propuesta soviética bajo la amenaza de no devolver el Archipiélago Ryukyu, que, según el Tratado de Paz de San Francisco de 1951, estaba bajo control estadounidense y sobre el que se desplegó el contingente militar estadounidense. La conclusión del Tratado de Interacción y Seguridad entre Estados Unidos y Japón en 1960 convirtió finalmente a Japón en rehén del enfrentamiento geoestratégico entre la URSS (Rusia) y Estados Unidos.

Una elección difícil, ¿no? Este es un drama de cada país perdedor. La derrota en la guerra tuvo consecuencias dramáticas para Japón. La hegemonía de ayer ha perdido toda reinvención del liderazgo geopolítico. Juzguen por ustedes mismos. – La nación tenía muchos factores importantes para realizar sus ambiciones geopolíticas. Extremo celo personal y extrema racionalidad, capacidad de sacrificio y al mismo tiempo fría crueldad hacia los enemigos, unidad política en relación con el resto del mundo y un alto grado de jerarquía y controlabilidad de la sociedad, dedicación intransigente y claridad de estrategia para expandir el espacio vital de la nación. La modernización económica y la militarización de la economía también le agregaron confianza.

Sin embargo, el potencial de crecimiento geopolítico de Japón se agotó inevitablemente debido a la ausencia del segundo elemento más importante necesario para el concepto de «gran potencia» según Rudolf Kjellen: un territorio extendido propio, aunque el país era monolítico y muy móvil. En las tierras ocupadas del Lejano Oriente y el sudeste de Asia, Japón no pudo extender su unidad política, ya que se basaba en la monoétnica de la nación. Y aunque al final, como sabemos, Japón pudo realizarse como uno de los líderes de la economía mundial, la condición de país perdedor sigue siendo un factor disuasorio y una fuente de insatisfacción interna de la nación. Con el paso de los años, en la sociedad japonesa, el tema de las concesiones en los «territorios del norte» se ha osificado y se ha convertido en un factor político interno difícil de superar. Los tabúes o «líneas rojas» amenazan a cualquier partido gobernante con una crisis política interna si las iniciativas van más allá de las opiniones arraigadas sobre el tema. Una ilustración es el ejemplo cuando en 2006 el jefe del Ministerio de Relaciones Exteriores de Japón, Taro Aso, en una reunión del comité de política exterior de la cámara baja de representantes del parlamento, se pronunció a favor de dividir la parte sur de las disputadas islas Kuriles con Rusia por la mitad y cerrar así el tema. Sin embargo, habiendo recibido la reacción esperada de los políticos, el Ministerio de Relaciones Exteriores japonés desautorizó de inmediato sus palabras.

No solo los riesgos políticos internos, sino también los externos, obstaculizan el avance en esta dirección. La participación económica y político-militar de Estados Unidos también debilita las posibilidades de compromiso y reduce la capacidad de una acción geopolítica independiente. Ahora, por ejemplo, una amplia respuesta pública ha recibido información de que las reglas de la lotería para recibir tarjetas verdes indican que los rusos nacidos en las Islas Kuriles deben indicar Japón como su lugar de nacimiento. Por supuesto, muchos japoneses están impresionados por tal «apoyo» de Estados Unidos, pero parece que tal iniciativa está diseñada principalmente para irritar a la parte rusa y es capaz de hacer retroceder a ambos participantes de la disputa en la solución del conflicto. El Ministerio de Relaciones Exteriores ruso ya ha calificado este paso de Estados Unidos como un intento de revisar los resultados de la Segunda Guerra Mundial, que fueron firmados por el propio Estados Unidos en el marco de las coaliciones anti-Hitler y antijaponesas.

Reflexionando objetivamente sobre los problemas de un posible compromiso en esta disputa, es necesario designar como factor disuasorio y evidentes riesgos geopolíticos para la propia Rusia. Solo miren el mapa para entender que la pérdida de control sobre las islas crea riesgos de movilidad para la Flota del Pacífico rusa, ya que solo dos estrechos sur entre las islas Iturup y Kunashir, así como Kunashir y Hokkaido japonés no se congelan y dan una salida directa del Mar de Ojotsk al Océano Pacífico todo el año. Por otro lado, no hay garantía de que dicho movimiento no se vea limitado por la posible aparición del contingente estadounidense en estas islas, con las que Japón está obligado por obligaciones aliadas. 

Rusia no puede permitirse que la engañen de nuevo, como fue el caso de las promesas de Estados Unidos de no ampliar la OTAN hace treinta años, que finalmente fueron violadas sin escrúpulos.

Es lógico que Rusia, representada por el presidente Vladimir Putin, proponga la celebración de un tratado de paz sin precondiciones y «luego, como amigos» para discutir y solucionar los problemas existentes. Evidentemente, en un acuerdo de este tipo Rusia quiere fijar las garantías más importantes para evitar los riesgos geopolíticos.

A pesar de todas las dificultades del proceso de negociación y los riesgos previamente identificados, Japón y Rusia hoy no solo son vecinos, sino también importantes socios económicos. El potencial de las relaciones económicas bilaterales es significativamente superior a los US $20,313,340,792.- en comercio que los países lograron en 2019. También es obvio que las perspectivas de solución de la disputa territorial no se han agotado por completo. Los contactos continúan y la parte japonesa con obvia persistencia apoya la disputa territorial en la agenda bilateral. En 2019, en el pico de contactos frecuentes entre V. Putin y S. Abe, incluso hubo sugerencias en los medios de que Rusia ya estaba lista para otorgar las islas en disputa al Japón. Sin embargo, ese optimismo y esas suposiciones resultaron prematuras y, con la salida de Abe de la arena política, sus sucesores tendrán que reconstruir un diálogo confidencial con el liderazgo ruso. Cualquier intento de los socios de hablar con Rusia en el lenguaje de los ultimatums de sanciones será deliberadamente improductivo, ya que su estatus geopolítico se basa en los merecidos resultados de la Segunda Guerra Mundial y el mantenimiento constante del equilibrio estratégico-militar global y regional.

Entonces, los nudos geopolíticos como de las Kuriles no pueden desatarse de repente. El proceso de arreglo político es un laberinto lleno de callejones sin salida, al que los tabúes políticos y los factores de riesgo externos conducen a compañeros del proceso político. La solución de tales problemas debería tener en cuenta toda la gama de posibles consecuencias para el equilibrio geopolítico. La única forma posible del proceso de negociación es el diálogo directo, ya que es imposible definir el destino de los territorios en disputa solo apelando a árbitros internacionales y tomando medidas unilaterales. Especialmente si el otro lado es un jugador internacional importante. Al mismo tiempo, como indiqué anteriormente, es importante que el interesado comprenda que las islas para una gran potencia son un elemento importante de su soberanía, pero que no es crítico para su existencia. Por tanto, queda la posibilidad teórica de resolver la disputa.

Y la conclusión final, quizás la más importante. El rol de la personalidad en la historia. Un gobierno débil y un líder débil son incapaces de generar iniciativas audaces y fuera de límites, ya que siempre están en las garras de los problemas políticos internos actuales, solo especulando sobre el tema de los territorios en disputa. Además, no pueden evocar un trato serio del lado opuesto. El más alentador es el diálogo de líderes fuertes con amplio apoyo político interno y confianza pública. Tales políticos, por regla general, son menos susceptibles al complejo de «sentimientos electorales» cotidianos y crean el fundamento para la cooperación a largo plazo en el futuro, piensan a gran escala y estratégicamente en el contexto de los últimos desafíos y amenazas globales.

Es de esperar que el desarrollo sobre esta base de las relaciones ruso-japonesas, respaldado por los éxitos en la interacción económica actual, pueda llevar a ambas partes a una trayectoria de progreso sostenible, o al menos permitirles ver la luz en la salida de este laberinto geopolítico.

Alexander Góvorov

Politólogo

En lugar de una democracia regional, lo que ha florecido son los acuerdos de armas, los conflictos y los regímenes autoritarios.

Por VIJAY PRASHAD

Hace diez años, un vendedor ambulante en Túnez se prendió fuego , lo que provocó que la gente a lo largo de las orillas del mar Mediterráneo, desde Marruecos hasta España, se rebelara. Salieron a sus plazas públicas indignados por las terribles condiciones en las que tenían que vivir.

Poco se ha avanzado en su agenda en la última década. Los gobiernos de los estados del sur de Europa han traicionado uno a uno las aspiraciones de la gente; El fracaso más dramático fue el del gobierno de Syriza en Grecia, que ganó un mandato contra la austeridad y luego se  rindió  ante la troika (el Banco Central Europeo, la Comisión Europea y el Fondo Monetario Internacional) en 2015.

Los levantamientos en el norte de África terminaron con el regreso de los generales ( como en Egipto ), la destrucción de estados ( como en Libia ) y la afirmación de las monarquías árabes ( desde Marruecos hasta Arabia Saudita ).

Finalmente, el presidente Donald Trump talló el obituario en la lápida de esa rebelión de la “Primavera Árabe” cuando usó la inmensidad del poder estadounidense para  fortalecer a  los aliados de Estados Unidos, como las monarquías árabes e Israel, en detrimento de la gente de la región.

Lo que queda de la Primavera Árabe es un recuerdo lejano de las multitudes en la plaza Tahrir de El Cairo; una imagen más típica del presente es la de los monarcas de Marruecos y los Emiratos Árabes Unidos besando a Israel para complacer a Estados Unidos.

Peligro en el Mediterráneo Oriental

En los países de habla árabe, surgieron dos conjuntos de conflictos cuando la gente en las plazas públicas sacudió la política en sus países. El primero fue entre Irán y las monarquías del Golfo Pérsico (lideradas por Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos). Esto tuvo un impacto catastrófico en el Líbano y Siria.

El segundo fue el conflicto entre los países afines a los Hermanos Musulmanes (Qatar y Turquía) y las monarquías del Golfo Pérsico.

Ambos conflictos, enardecidos por Israel, continúan amenazando guerras regionales.

Fue bajo la presión de Arabia Saudita e Israel que Estados Unidos inventó una «amenaza nuclear» de Irán e impulsó una agenda que resultó en el  acuerdo con Irán de 2015 . Mientras tanto, varios de los científicos nucleares iraníes fueron asesinados desde 2010 hasta el presente; Irán  culpa a  Israel y Estados Unidos por estos asesinatos. Las sanciones y amenazas de intervención militar casi se han vuelto ahora normales.

La gravedad de este conflicto no ha disminuido y no disminuirá incluso si el presidente electo de Estados Unidos, Joe Biden, devuelve a su país al marco del acuerdo nuclear.

Más siniestros han sido los conflictos cada vez más profundos contra Qatar y Turquía.

En 2017, Arabia Saudita y sus aliados iniciaron un bloqueo contra Qatar; la animosidad fue tan grande que Arabia Saudita  planeó  cortar la masa de tierra alrededor de Qatar y convertirla en una isla.

Tanto los árabes del Golfo como los europeos estaban  preocupados  por la influencia de Turquía sobre los nuevos gobiernos en el norte de África. Conspiraron para derrocar al gobierno de la Hermandad Musulmana en Egipto en 2013 y para llevar a cabo una guerra en Libia contra la influencia turca sobre el gobierno reconocido por la ONU en Trípoli.

El descubrimiento de campos masivos de gas natural en el Mediterráneo Oriental en 2009  cambió la ecuación de antiguas rivalidades en la zona, particularmente entre Israel y sus vecinos, y entre Turquía y Grecia por Chipre.

En la última década, las alianzas en todo el Mediterráneo se han consolidado en torno al control de estos campos de gas. Se han publicado mapas con afirmaciones contradictorias y ha sido difícil evitar los conflictos casi militares.

El armamento turco de las tropas en Libia dio a los  barcos franceses  (junio de 2020) y alemanes (noviembre de 2020) la oportunidad de intentar abordar los barcos turcos. La Unión Europea amenazó con imponer duras sanciones contra Turquía en su cumbre del 10 al 11 de diciembre, pero luego  decidió  posponer cualquier decisión sobre sanciones hasta la próxima reunión en marzo de 2021.

Francia, que se ha  esforzado  al sur del desierto del Sahara en la región del Sahel, ahora ha fortalecido sus vínculos con los países que se oponen a Turquía. Los acuerdos de armas   con Grecia han ido de la mano de los ejercicios militares con Egipto y los Emiratos Árabes Unidos (los ejercicios de Medusa que incluyen a Chipre y Grecia). El francés Emmanuel Macron honró al presidente egipcio Abdel Fattah el-Sisi (un ex general) con el premio más alto de Francia.

Cuando el secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo, visitó Francia en noviembre, se quejó a Le Figaro sobre las acciones de Turquía en el Mediterráneo oriental. Durante su visita a Turquía después de Francia, Pompeo  evitó a  altos funcionarios turcos. El desaire fue claro. Israel, respaldado por Estados Unidos, ha anunciado ahora   que aumentará la cooperación militar con Chipre y Grecia.

Turquía, mientras tanto, ha aumentado su cooperación con Rusia y, curiosamente, con el Reino Unido, cada vez más alienado de los europeos por sus balbuceantes negociaciones del Brexit.

Aplastamiento de Palestina, Sáhara Occidental, Yemen

Trump ha propuesto un alucinatorio » acuerdo  del siglo» que prometía solucionar la ocupación de larga data de los palestinos por Israel. No se ha logrado nada por el estilo. Lo que Trump y Pompeo han hecho en cambio es descartar una serie de resoluciones de la ONU para entregar a Israel muchas de sus demandas máximas en bandeja.

Un primer gesto fue el anuncio de que la Embajada de Estados Unidos se  trasladaría  de Tel Aviv a Jerusalén; luego vino el visto bueno para la posible anexión a gran escala   de Jerusalén Este y Cisjordania por parte de Israel y el reconocimiento estadounidense   de la ocupación israelí de los Altos del Golán en Siria.

Estados Unidos hizo favores como la  venta  de armas por valor de 23.000 millones de dólares a los Emiratos Árabes Unidos y la  eliminación de Sudán de la lista de patrocinadores estatales del terrorismo para ganar el reconocimiento público de Israel. Estas armas, particularmente los F-35, vendidos a los Emiratos Árabes Unidos permitirán a los árabes del Golfo continuar su cruel guerra contra Yemen.

Luego, casi de la nada, Estados Unidos reconoció este mes   la ocupación marroquí del Sahara Occidental a cambio del reconocimiento de Marruecos de Israel y de que el rey marroquí comprara armas por valor de mil millones de dólares a Estados Unidos. Este acuerdo fue negociado por los EAU.

Las esperanzas de los pueblos palestino, saharaui y yemení se han visto seriamente comprometidas por estos cínicos acuerdos.

Diez años después de la Primavera Árabe, hay poco que celebrar. Se han dejado de lado grandes esperanzas. Han vuelto los viejos cinismos, el cinismo de las transacciones de armas y de energía, el cinismo de la brutalidad.

Este artículo fue producido por  Globetrotter , que lo proporcionó a Asia Times.

https://asiatimes.com/2020/12/ten-years-on-hopes-of-arab-spring-snuffed-out/?mc_cid=61d8c3edaa&mc_eid=3ab8a50a07 
Vijay Prashad es un historiador, editor y periodista indio. Es compañero de redacción y corresponsal en jefe de Globetrotter. Es el editor en jefe de  Left Word Books  y el director de  Tricontinental: Institute for Social Research . Es miembro senior no residente del  Instituto de Estudios Financieros de Chongyang , Universidad Renmin de China. Ha escrito más de 20 libros, incluidos  The Darker Nations  y  The Poorer Nations . Su último libro es  Washington Bullets , con una introducción de Evo Morales Aym

Los principales asesores de Biden ya piden más operaciones de libertad de navegación y apoyo estratégico para Taiwán

Por RICHARD JAVAD HEYDARIAN

Con la inminente transición de Estados Unidos de Donald Trump a Joe Biden, hay pocas señales de que Estados Unidos o China tengan la intención de retroceder en el Mar de China Meridional, incluido el futuro de Taiwán.

La administración entrante de Biden ya ha señalado que apretará los tornillos a China, acercándose más a las duras políticas de la administración Trump sobre China que su predecesor demócrata bajo Barack Obama, quien ahora es ampliamente acusado de moderar los primeros signos de los diseños expansionistas de China para la región. 

Mientras tanto, el Ejército-Armada Popular de Liberación de China (PLAN) realizó recientemente ejercicios con fuego real en las disputadas aguas del Mar del Sur de China, flexionando sus helicópteros Harbin Z-9 y misiles antibuque avanzados durante juegos de guerra simulados.

Los ejercicios tuvieron lugar en Sanya, el extremo sur de la isla de Hainan, desde donde China lanzó su primer portaaviones Shandong construido en el país en diciembre pasado.

Los provocativos simulacros siguen a los juegos de guerra aéreos y navales de «cuatro mares» sin precedentes realizados por el EPL en sus aguas adyacentes en los últimos meses, así como al anuncio de dos nuevas «regiones administrativas» que atraviesan el Mar del Sur de China.

El último ejercicio de flexión muscular de China también reveló, basado en imágenes de satélite , el progreso de China en la construcción de un nuevo dique seco en Hainan, uno que será lo suficientemente grande para el supercarrier Type-003 de próxima generación del país.

La Iniciativa de Transparencia Marítima de Asia en el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales en Washington DC dijo en una nueva investigación que las actividades militares de China en el área, incluidos ejercicios, entrenamientos, visitas a puertos y operaciones, aumentaron en aproximadamente un 50% a 65 en 2020 de 44 en 2019, según análisis de informes de medios estatales.

Sin embargo, no está claro que la administración de Biden tome los desarrollos de forma inactiva. Jake Sullivan , elegido por Biden como asesor de seguridad nacional, ha pedido recientemente la intensificación de las operaciones de libertad de navegación (FONOP) contra China en el Mar del Sur de China, lo que marca una posible escalada de la política de Trump.

“Deberíamos dedicar más activos y recursos para asegurar y reforzar, y mantener junto a nuestros socios, la libertad de navegación en el Mar de China Meridional”, dijo Sullivan  durante un podcast presentado por un miembro del Centro para un Nuevo Estadounidense de Seguridad. “Eso pone el zapato en el otro pie. Entonces China tiene que detenernos, lo que no harán «.

Los FONOP se han convertido en el desafío más potente de los EE. UU. A los reclamos de gran alcance de China en aguas adyacentes, con buques de guerra estadounidenses que atraviesan el radio de 12 millas náuticas de las islas ocupadas por Beijing y las características terrestres del Mar de China Meridional.

Los otros socios regionales importantes de Estados Unidos, incluidos Japón, Gran Bretaña, Francia e India, también han llevado a cabo operaciones de «acceso» similares , aunque de una manera menos conflictiva.

A diferencia de la Armada de los EE. UU., Los buques de guerra europeos no han penetrado profundamente en las 12 millas náuticas de las islas reclamadas por China, pero no obstante han realizado maniobras navales lo suficientemente cerca como para señalar su oposición a los reclamos marítimos de Beijing y las posibles amenazas a la libertad de navegación y sobrevuelo en la zona.

Australia ha realizado sistemáticamente patrullas aéreas en el Mar de China Meridional, otra forma más sutil de reafirmar los derechos de los estados no reclamantes al acceso libre y sin obstáculos a las líneas marítimas internacionales de comunicación.

A principios de este año, la armada australiana se unió a los FONOP de EE. UU. En el área, en lo que los expertos vieron como la primera empresa multilateral de una maniobra naval de alto riesgo.

Durante los últimos cuatro años, la administración Trump adoptó una posición dramáticamente más dura en el Mar de China Meridional, con FONOP anuales que aumentaron de dos a tres por año en los últimos años de la administración Obama a hasta diez el año pasado.

A pesar de las importantes interrupciones operativas causadas por la pandemia Covid-19, incluida la puesta a tierra forzada del USS Roosevelt debido a un brote a bordo, el Comando Indo-Pacífico de la Armada de los EE. UU. (INDOPACOM) logró realizar hasta ocho FONOP este año.

La administración Trump no solo ha aumentado la frecuencia de FONOPS, sino que también ha agudizado su ventaja, a menudo desplegando simultáneamente dos buques de guerra de última generación en las profundidades de las aguas reclamadas por China, incluidas las áreas alrededor del Scarborough Shoal ocupado por Beijing, que cae bien dentro de la zona económica exclusiva de Filipinas.

A veces, varias operaciones de FONOP se han producido en rápida sucesión, incluidas dos operaciones de este tipo en dos días este año. La administración Trump también ha respaldado las operaciones navales con patrullas aéreas, con más de 2000 misiones de vigilancia de aviones militares estadounidenses en el área solo en los primeros seis meses de este año.

Además de esto, el Pentágono, por primera vez desde el final de la Guerra Fría, también se ha asociado con la Guardia Costera de los Estados Unidos para realizar simulacros conjuntos en el área mientras impulsa el desarrollo de capacidades entre los aliados regionales.

Esto ha coincidido con la expansión del Financiamiento Militar Extranjero (FMF) y las exportaciones militares a los estados de primera línea, incluidas bombas inteligentes, misiles de crucero , fragatas reacondicionadas y probablemente aviones de combate avanzados a Filipinas, un importante estado reclamante en el Mar de China Meridional.

La administración Trump también tomó la decisión sin precedentes de respaldar efectivamente los reclamos marítimos de los rivales de China en el Mar de China Meridional, al tiempo que señaló su compromiso de acudir al rescate de aliados como Filipinas si hubiera un conflicto absoluto con China en el área.

Para consternación de Beijing, Washington también ha aumentado su asistencia a Taiwán, otro estado reclamante del Mar de China Meridional que China considera una provincia renegada que eventualmente debe incorporarse al continente.

La administración Trump autorizó hasta $ 5 mil millones en ventas de armas a Taiwán este año, mientras que altos funcionarios estadounidenses, incluido el contralmirante de la Armada Michael Studeman y el secretario de Salud de Estados Unidos, Alex Azar, han realizado visitas sin precedentes a la isla autónoma.

Hasta ahora, la administración Trump ha proporcionado 11 paquetes de venta de armas a Taiwán, incluido recientemente un Sistema de Comunicaciones de Información de Campo (FICS) de $ 280 millones.  

Según la Agencia de Cooperación para la Seguridad de la Defensa de Estados Unidos, la nueva adquisición taiwanesa está «diseñada para proporcionar comunicaciones móviles y seguras» y ayudar al país a «modernizar su capacidad de comunicación militar» en medio de las crecientes amenazas de guerra electrónica y convencional de Beijing.

Estados Unidos avanzó recientemente con varios paquetes de venta de armas para Taiwán, incluida la aprobación de la venta de  aeronaves pilotadas a distancia (RPA) MQ-9B listas para armas y  misiles de respuesta ampliada de misiles de ataque terrestre AGM-84H (SLAM-ER).

Durante una importante conferencia en Taipei a principios de este mes, la presidenta taiwanesa Tsai Ing-wen, una acérrima crítica de Beijing, criticó las actividades de China en el Mar de China Meridional, que según ella se ha vuelto «cada vez más militarizado».

“Las fuerzas autoritarias intentan sistemáticamente violar el orden basado en normas existente”, dijo el líder taiwanés, al tiempo que pidió una mayor asistencia de otras naciones democráticas.

“Taiwán ha estado en el extremo receptor de tales amenazas militares a diario, [pero] [estamos] más decididos que nunca a continuar desarrollando nuestras industrias de autodefensa y salvaguardar nuestra soberanía y democracia”, agregó.

Durante un discurso en el mismo evento en Taiwán, Kurt Campbell, un exdiplomático estadounidense para el este de Asia y probablemente uno de los principales asesores de políticas en la administración entrante de Biden, dejó en claro que existe un consenso bipartidista para apoyar a Taiwán.

Junto con Ely Ratner, otro importante asesor de política exterior de Biden, Campbell se ha convertido en uno de los ex funcionarios de la administración Obama más destacados en abogar por una postura dura sobre China, desde el Mar de China Meridional hasta Taiwán. Campbell fue visto como un arquitecto principal de la política de «pivote» de Obama hacia Asia desde el Medio Oriente.  

«Hay un amplio grupo de personas en el pasillo político que comprenden la profunda importancia estratégica y nuestros intereses estratégicos en mantener una relación sólida con Taiwán», dijo el ex principal responsable de políticas de Obama en Asia, lo que probablemente indica el compromiso de la administración entrante de Biden de continuar apoyando a Taiwán. .

Publicado en Asia Times:https://asiatimes.com/2020/12/biden-to-follow-trumps-lead-in-south-china-sea/?mc_cid=61d8c3edaa&mc_eid=3ab8a50a07

La RCEP significa el primer gran acuerdo entre tres de las cuatro economías más importantes de Asia, que forman parte de los nodos principales de la economía mundial en términos de comercio, finanzas y tecnología. Estos territorios se encuentran separados en las últimas décadas por profundas razones históricas y geopolíticas. Y tanto Japón como Corea del Sur constituyeron pilares fundamentales en Asia Pacífico en la construcción de la hegemonía estadounidense.

Por: Gabriel E. Merino (UNLP-CONICET) 

A mediados de noviembre se firmó el mayor acuerdo comercial del mundo, la Asociación Económica Integral Regional, denominado RCEP por sus siglas en inglés. La región en donde se formalizó el mayor acuerdo comercial y económico del mundo es Asia Pacífico y el centro de gravedad es China, país que hace 24 años tenía el mismo PBI que Brasil y hoy es 8 veces más grande.

La iniciativa RCEP representa el 30% del PBI global en la región más dinámica del planeta e involucra a 2.200 millones de personas, es decir, el 30% de la población mundial. Además de China, ésta incluye a los países de la ASEAN –Indonesia, Tailandia, Singapur, Malasia, Filipinas, Vietnam, Birmania, Camboya, Lagos y Brunei— más Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda. Si bien fue parte de las negociaciones, la India no firmó el acuerdo por razones de protección de su industria y, posiblemente, también por razones geopolíticas, aunque quedó abierta su posible incorporación más adelante

Un dato central es que el RECEP es el primer acuerdo económico comercial entre China, Japón y Corea del Sur.

Japón es el tercer país con mayor PBI mundial en dólares corrientes (luego de Estados Unidos y China) y parte del núcleo central de la economía mundial, también denominado Norte Global. Es un jugador de punta en materia tecnológica y posee 52 compañías transnacionales en el listado de las 500 principales según ingresos elaborado por Fortune, y liderado por China que ya superó con 124 a Estados Unidos (121). Sus debilidades estructurales se manifiestan en el declive poblacional, su enrome endeudamiento (235% de su PBI) y su estancamiento económico secular, articulado a su subordinación geopolítica a Washington. La iniciativa del RCEP podría otorgar a Tokio otro horizonte frente a dicha situación, que necesariamente también significa un reacomodamiento y recalibramiento político estratégico de importancia.     

Por su parte, Corea del Sur es la tercera gran economía de esa región y la cuarta del continente asiático luego de la India, ocupando el puesto 12 a nivel mundial. Además, es el país del mundo con mayor inversión relativa en investigación y desarrollo como porcentaje del PBI (4,35%), lo que en parte explica su condición de potencia tecnológica global.  

La RCEP significa el primer gran acuerdo entre tres de las cuatro economías más importantes de Asia –el gran continente en pleno ascenso en donde se concentra el 52% del PBI industrial mundial, el 69% de la población y el 80% del crecimiento económico mundial de los últimos años— que forman parte de los nodos principales o “núcleo orgánico” de la economía mundial en términos de comercio, finanzas y tecnología. Estos territorios se encuentran separados en las últimas décadas por profundas razones históricas y geopolíticas. Y tanto Japón como Corea del Sur constituyeron pilares fundamentales en Asia Pacífico en la construcción de la hegemonía estadounidense. Un giro en este sentido, por más que parezca leve y casi natural, significa un profundo movimiento de placas en el mapa del poder mundial.

[La disputa por Asia Pacífico]

La cuenca del pacífico fue central para la construcción del poder estadounidense, desde sus inicios como potencia emergente a mediados del siglo XIX. Primero abriendo a la fuerza el comercio con Japón, al mejor estilo de las civilizadas y “democráticas” tradiciones occidentales. Luego constituyendo un régimen vasallo en Hawái. Más tarde, arrebatándole a España el control de Guam y Filipinas (además de Cuba y Puerto Rico). Y, con la victoria sobre Japón en la Segunda Guerra Mundial (que incluyó el primer y único ataque nuclear en la historia de la humanidad), la reconstrucción de Japón como pilar fundamental del poder estadounidense sobre Asia Pacífico, junto con Corea del Sur. La guerra de Corea entre 1950-1953 dirimió hasta dónde podía llegar el control territorial de Washington en dicha región, frente a China y a la entonces URSS.  Actualmente, Estados Unidos tiene casi 70.000 efectivos militares entre Japón y Corea del Sur, a lo que hay que sumar las tropas en otras bases del Pacífico.     

Como señala gran parte de la tradición geopolítica estadounidense, los fundamentos de su primacía mundial consiste en controlar el hemisferio Occidental (América), sus dos frentes oceánicos, el Atlántico y el Pacífico, y en mantener la preponderancia en el continente euroasiático controlando sus periferias geográficas. Cualquier acercamiento entre China y Japón, cualquier intento de reunificación de las dos Coreas o la expulsión de las tropas estadounidenses en la región, golpea sobre estos pilares de la construcción hegemónica post Segunda Guerra mundial, hoy en crisis.

De hecho, como se señaló en un reciente artículo, una cuestión central a analizar es que el diseño geopolítico de la hegemonía estadounidense desde el fin de la Segunda Guerra Mundial ha existido una línea roja en Asia Pacífico que marca el límite estratégico que una coalición liderada por Estados Unidos y Japón debe mantener en la zona para evitar que China pase de ser una potencia global rival, lo que implicaría la pérdida de la primacía mundial de Washington. El cerco de contención contra China incluye a Corea del Sur, Taiwán, Filipinas, Vietnam, Laos, Tailandia, Malasia, Camboya, Indonesia, Brunei y Singapur, y es justamente el Mar del sur de China el punto clave de este mapa. En la actualidad, ese límite ya ha sido traspasado en términos geoestratégicos, con lo cual el solapamiento ya está en curso. Y la RCEP no hace más que confirmar dicho proceso de solapamiento de la influencia en términos económicos, en una región en la que el comercio siempre ha sido central en la definición del orden y el poder.

En 2011, Hillary Clinton afirmaba, como Secretaria de Estado de Barack Obama, que el futuro de la política mundial se decidiría en Asia y en el Pacífico, no en Afganistán o Irak, y que Estados Unidos debería estar justo en el centro de la acción. Para ello, Clinton propuso que el pivote estratégico de la política exterior norteamericana pasara de Oriente Cercano al Asia Oriental, lo que incluía la construcción de una alianza similar a la de la OTAN para el Pacífico, que pueda incluir al océano Índico, esto es, fundamentalmente a la India.

Esta iniciativa político estratégica de la administración Obama también incluía la propuesta de avanzar en un gran acuerdo de libre comercio e inversiones denominado Tratado Trans-Pacífico (conocido como TPP por sus siglas en inglés). El TPP incluía a muchos de los países que hoy son parte de la RCEP: Australia, Brunei, Japón, Malaysia, Nueva Zelanda, Singapur y Vietnam además de Canadá, Chile, México Perú y Estados Unidos. Y era parte de la estrategia de contención contra el avance de China, para posicionar a Estados Unidos y a las fuerzas globalistas del Norte Global como conductoras de Asia-Pacífico. De hecho, el RCEP se lanzó en 2012, un año después del “giro” hacia el Pacífico encabezado por Hillary Clinton. Y en 2013, después de que en el mes de marzo Japón firmó su ingreso a las negociaciones por el TPP, China lanzó la “Nueva Ruta de la Seda” o la Iniciativa del Cinturón y la Ruta.

La geoestrategia del TPP se observa con total claridad en algunas frases dichas por el propio Obama: “Sin este acuerdo, los competidores que no comparten nuestros valores, como China, decretarán las reglas de la economía mundial (…) Cuando más del 95% de nuestros clientes potenciales viven más allá de nuestras fronteras, no podemos dejar que países como China decreten las reglas de la economía mundial.” Por su parte, el entonces Secretario de Defensa de Estados Unidos, Ash Carter, declaró que para los intereses de seguridad de los Estados Unidos en Asia se podía considerar el TPP tan importante como la adición de otro portaaviones en la región y lo consideraba fundamental para el re-equilibrio de poder en Asia a favor de los Estados Unidos.

El TPP era mucho más que un simple tratado de libre comercio, como también lo es el RCEP. Junto al TTIP (que traducido sería Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión y era una acuerdo entre Estados Unidos y la Unión Europea) el TPP proponía las  nuevas reglas de la economía global del Siglo XXI, acordes con las redes financieras globales con origen en el Norte Global y sus empresas transnacionales. Es decir, implicaba toda una institucionalidad transnacional y, en la práctica, una agudización del proceso de desnacionalización de los Estados, bajo la conducción de las fuerzas globalistas. El TPP y el TTIP, eran proyectos político-económicos estratégicos que pretendían tener una influencia decisiva en las normas que regirían el comercio, los servicios, la propiedad intelectual y la inversión mundial en el siglo XXI, como lo tuvo el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN, conocido también como NAFTA por sus siglas en inglés) en 1992, que fue el modelo utilizado para finalizar las negociaciones de la Ronda Uruguay en 1995 que creó la Organización Mundial de Comercio (OMC) y consolidó el proceso de globalización al incorporar nuevos temas ausentes del GATT.

Además, el TPP consolidaba una alianza clave en el Pacífico, la de los Estados Unidos y Japón, para desde ahí intentar una reconstrucción hegemónica de la “comunidad global,” y ponía a Vietnam (especialmente) y a otros países firmantes más cerca de los Estados Unidos, buscando reducir la preponderancia de la China continental la región. Pero en el fondo, la clave del TPP y otras de esas iniciativas globalistas actuales es incrementar las presiones dentro de China para realizar reformas económicas de “apertura” o neoliberales que demandan Occidente y el capital financiero transnacional del Norte Global, y que en gran medida permitirían resolver su crisis de sobreacumulación mediante la subsunción de China.  

Por eso Mike Froman, representante comercial de Estados Unidos, decía en relación a la resistencia del Congreso norteamericano para aprobar el TPP: “Estamos a un voto de cimentar nuestro liderazgo en la región o de entregar las llaves del castillo a China.”

En febrero de 2016 se firmó finalmente el TPP. Sin embargo, la “alegría” duró poco. El triunfo de las fuerzas americanistas-nacionalista de Estados Unidos en las elecciones presidenciales de ese mismo año, que colocó en enero de 2017 a Donald Trump en la Casa Blanca, fue la muerte del TPP. El anti-globalismo  se volvió parte de la agenda en Washington. Para estas fuerzas la pérdida de centralidad del Estado norteamericano y el avance de una institucionalidad transnacional constituye una amenaza a la seguridad nacional.

Este escenario favoreció el avance del RCEP. China, aunque presionada por la guerra comercial y amenazada por los intentos estadounidenses de reforzar alianzas político-estratégicas para recrear una especie de “nueva guerra fría”, pudo anotarse un punto fundamental en el avance de su condición de centro económico de Asia Pacífico, con enormes implicancias geopolíticas.   

A pesar del impulso del actual Secretario de Estado estadounidense Mike Pompeo, de alinear a Japón, Australia e India en una política anti-china, el profundo entrelazamiento económico de Beijing en la región imposibilita el establecimiento de bloques y desarticula el poderío estratégico estadounidense.

Australia, por ejemplo, que forma parte del espacio angloamericano y tiene como soberana constitucional a la reina Isabel II del Reino Unido, se está convirtiendo en una especie de gran portaaviones estadounidense en el Pacífico e intentó conformar a la administración Trump en su posicionamiento contra Beijing en plena pandemia, lo que le valió una fuerte reprimenda comercial desde China, causando un duro golpe a su economía. Pero también ahora es parte del RCEP, cuyo centro geoeconómico es China e intenta una suerte de equilibrio que, en la práctica, contrarresta el dispositivo de nueva guerra fría. El debate interno se agudiza, al calor de las contradicciones entre las definiciones geopolíticas y las realidades geoeconómicas.

John Mearsheimer, intelectual realista de la Universidad de Chicago, expresa con claridad esta estrategia seguida por Washington y la profunda preocupación que existe en su establishment, que cada vez más apela a la amenaza abierta.  En una exposición en agosto del año pasado en Australia, afirmó que ese país no tendrá más remedio que alinearse en última instancia con los Estados Unidos sobre China. Para Mearsheimer la seguridad se impondrá sobre la prosperidad, y Australia deberá sacrificar su economía, que depende de las exportaciones a China (35%) y de sus inversiones.

Mearsheimer le señaló al público australiano que “la seguridad es más importante que la prosperidad, porque si no sobreviven, no prosperarán.” Y, por si había alguna duda, dijo que “si van con China, ustedes deben entender: es nuestro enemigo. Entonces están decidiendo convertirte en enemigo de los Estados Unidos.” Para rematar observó que, «cuando no estamos contentos [por Estados Unidos], no querrán subestimar lo desagradable que podemos ser. Pregúntenle a Fidel Castro”.

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