El aviso de Putin de que su país está dispuesto a usar armas no convencionales si es atacado no se dirigió contra EE.UU., sino que fue un alerta por el discurso imperialista de la canciller británica. Por Eduardo Vior
El pasado 27 de abril el presidente de Rusia amenazó a Occidente con utilizar armas no convencionales si terceras potencias intervienen en el conflicto en Ucrania. Aunque el presidente Joe Biden le quitó importancia, los medios norteamericanos y europeos presentaron al unísono la advertencia como el aviso de que Rusia se apresta a utilizar armas nucleares tácticas. Sin embargo, si se pone la declaración de Vladimir Putin en el contexto de los cruces discursivos de la semana pasada, puede inferirse que el líder ruso, en realidad, advirtió a los líderes norteamericanos sobre los riesgos que corren obedeciendo al senil imperialismo británico.
“Si alguien tiene la intención de interferir desde el exterior, debe saber que constituye una inaceptable amenaza estratégica para Rusia. Deben saber que nuestra respuesta a los contraataques será muy rápida”, advirtió Putin en un acto con legisladores rusos en San Petersburgo el pasado miércoles 27 de abril. “Nadie puede presumir de estas armas y nosotros no nos jactaremos de ellas, pero las usaremos”, aseguró.
Inmediatamente abundaron en los medios occidentales los comentarios sobre la “intención” rusa de usar su armamento nuclear. Por su parte, el presidente Joe Biden advirtió el jueves 28 que la amenaza de Vladimir Putin es “irresponsables”.
No es seguro que Putin se haya referido exclusivamente a las armas nucleares. También puede haber aludido al 3M22 Zircon, el cohete de crucero hipersónico para distancias de hasta 400 kilómetros. Ya fue probado dos veces en esta guerra y sus resultados fueron excelentes. Asimismo hay que considerar los cohetes hipersónicos estratégicos Avangard y el recientemente probado Sarmat, que en pocos minutos podrían alcanzar objetivos en toda Europa y América del Norte. Ambos pueden llevar cabezas de distinto tipo.
La advertencia del presidente ruso sobre un eventual uso de armas no convencionales fue formulada apenas un día después de que su canciller, Serguéi Lavrov, llamara a no subestimar la posibilidad de una tercera guerra mundial.
El aviso de Putin podría entenderse como una reacción a la reunión de los aliados de la OTAN en la base aérea estadounidense de Ramstein, en Alemania, el 26 de abril. La posible adhesión de Finlandia y Suecia a la alianza y la constitución de un “Grupo Consultivo sobre Ucrania” (en realidad, una coordinación operativa) son motivos de alarma suficientes.
Por su parte, la vocera del Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia, Maria Zajárova, lo explicó en una columna de opinión que publicó en su canal de Telegram el jueves 28: “En Occidente se han activado los mecanismos de filtración de una nueva tesis en la conciencia pública: los rusos amenazan con una guerra nuclear”. Y aclaró: “Huelga decir que es una tesis absolutamente falsa”. Y explicó: “Hace dos días, Sergei Lavrov, respondiendo durante una entrevista dijo resumidamente lo siguiente:
1) Fue Rusia quien persuadió a Estados Unidos en una larga negociación para que reafirmara la fórmula Gorbachov-Reagan de que no puede haber vencedores en una guerra nuclear y que ésta nunca debe desencadenarse.
2) Fue Rusia la que convenció a los Cinco Nucleares para que adoptaran una declaración en el mismo sentido.
3) Hay riesgos, no debemos inflarlos, pero tampoco debemos subestimarlos”.
“Hemos hecho, prosiguió, todo lo posible para evitar una guerra nuclear, porque entendemos los riesgos y peligros reales que conlleva un comportamiento irresponsable en este ámbito. No podemos permitir que se produzca la mera idea de una guerra nuclear”.
“Obsérvese la torpeza con la que se ha enmarcado esto en términos de trabajo con los medios de comunicación”, criticó. Primero, un periodista repitió todas las citas hechas a medida contra nuestro país y luego Ned Price (vocero del Departamento de Estado) volvió a mencionarlas. Nadie se molestó en prestar atención a lo que dijo el Ministro de Asuntos Exteriores sobre los riesgos y los intentos de Rusia por evitar lo impensable.
“Al día siguiente -siguió relatando- la campaña se unió a la concienciación masiva a través de los medios de comunicación. (…) Y ahora Europa también habla de ello: el ministro de Asuntos Exteriores francés, Jean-Yves Le Drian, califica las palabras del ministro de Asuntos Exteriores ruso de ‘retórica de la intimidación’. Me gustaría preguntarle al francés si ha visto lo que ha dicho Serguéi Lavrov”, informó.
“Nuestro país está en contra de la guerra nuclear, eso es lo que afirma el ministro ruso”, declaró. Quizás el problema es que los capitales occidentales han leído las entrevistas tal y como las narran los medios de comunicación occidentales. Simplemente, no deberían haber desconectado sus fuentes alternativas de información; entonces habrían escuchado las declaraciones de Rusia cerca del original. Y no en la interpretación de sus propios medios, que lo hacen según la propia metodología de la OTAN”, concluyó la vocera.
Si Lavrov sólo manifestó la preocupación de Rusia ante los crecientes riesgos para la paz mundial y Putin se limitó a advertir contra la eventual injerencia de terceras potencias en el conflicto de Ucrania, ¿por qué ambos líderes del Estado ruso tocaron el tema en la misma semana?
No basta la mencionada reunión en Ramstein para despertar tamaña alarma de los gobernantes rusos, pero sí debería inducir a todo el mundo a la máxima preocupación la última expresión del delirante curso del Reino Unido: Global Britain representa una amenaza superlativa para la paz mundial (y a los argentinos nos atañe directamente).
Al dirigirse al cuerpo diplomático reunido en la alcaldía de Londres en la tradicional cena de Pascua, Elizabeth “Liz” Truss, secretaria del Foreign Office, fijó los lineamientos de la estrategia global de su país, “Global Britain”. El discurso tuvo como título “El retorno de la Geopolítica” (Geopolitics is back), pero habría que subtitularlo “El fin de la diplomacia y el retorno de las cañoneras”.
Buscará en vano quien quiera saber qué entiende la ministra por seguridad global (global security), objetivo omnipresente en el texto. Tampoco vale la pena preguntar cuáles reglas (rules) es preciso acatar para pertenecer al club de las naciones “libres”. Sería importante, porque la secretaria amenaza con duros ataques económicos y militares a quien ponga en peligro la “seguridad global” y viole las “reglas”.
“Mi visión es la de un mundo en el que las naciones libres son firmes y dominantes. Donde la libertad y la democracia se fortalezcan a través de una red de acuerdos económicos y de seguridad”, postuló al principio. Esta red de acuerdos y pactos se extendería a lo largo y ancho del mundo, pero sería muy diferente al sistema internacional vigente. La secretaria lo explica a su modo: “Las estructuras económicas y de seguridad que se desarrollaron tras la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría han permitido la agresión en lugar de contenerla”.
Y continúa: “Rusia es capaz de bloquear cualquier acción efectiva en el Consejo de Seguridad de la ONU. Putin ve su veto como una luz verde a la barbarie. Ha abandonado el Acta Fundacional de la OTAN-Rusia y el Tratado sobre Fuerzas Armadas Convencionales en Europa. Ha violado múltiples medidas de control de armas. El G20 no puede funcionar como un organismo económico eficaz mientras Rusia siga en la mesa”. En realidad, fue la OTAN la que, mediante su continua expansión hacia el este y sus acciones unilaterales (Irak, Libia, Siria, Yemen, etc.) incumplió dichos pactos. Fueron europeos y norteamericanos quienes en el G20 bloquearon el diálogo con los países en vías de desarrollo. La inversión de la realidad es una constante del discurso de Truss.
Y propone “necesitamos un nuevo enfoque, que combine la seguridad dura y la seguridad económica, que construya alianzas globales más fuertes y en las que las naciones libres sean más asertivas y tengan más confianza en sí mismas, que reconozca que la geopolítica ha vuelto”. No hacen más falta organismos internacionales en los que las naciones compatibilizan intereses y fines encontrados, sino alianzas “duras” (militares) entre estados que coincidan en la defensa de la libertad y la democracia tal como la entiende Londres.
Para alcanzar su objetivo, la canciller propuso utilizar tres instrumentos: a) la fuerza militar, b) la “seguridad económica” y c) “alianzas globales más profundas”.
“En primer lugar, comenzó Truss su enumeración, debemos reforzar nuestra defensa colectiva.” En realidad, como reconoce la propia secretaria, este objetivo ya se viene implementando: “El Reino Unido envió armas y entrenó a las tropas ucranianas mucho antes de que comenzara la guerra. Pero el mundo debería haber hecho más para disuadir la invasión. No volveremos a cometer el mismo error”. Recordemos que en 2015 se firmó el segundo acuerdo de Minsk que la parte ucraniana nunca cumplió. Entre 2015 y 2019 hubo múltiples contactos sobre Ucrania entre Rusia y las potencias occidentales sin que se llegara a negociaciones efectivas. Ya en 2020 comenzó a escalar la tensión que ahora desembocó en guerra. Según la canciller británica, ni siquiera deberían haber hablado. Primero los cañones, es su consigna.
Pero la propuesta intensificación en el uso del instrumento militar excede a Ucrania y a las fuerzas convencionales: “(…) rechazamos la falsa opción entre una defensa tradicional más fuerte y las capacidades modernas. Tenemos que defendernos de los ataques en el espacio y el ciberespacio, así como por tierra, aire y mar. También rechazamos, continuó, la falsa elección entre la seguridad euroatlántica y la seguridad indopacífica. En el mundo moderno necesitamos ambas”.
Lo dejó claro: “Necesitamos una OTAN global. Con esto no me refiero a la ampliación de los miembros a los de otras regiones. Quiero decir que la OTAN debe tener una perspectiva global. Tenemos que adelantarnos a las amenazas en el Indo-Pacífico, trabajando con nuestros aliados como Japón y Australia para garantizar la protección del Pacífico. Y debemos garantizar que democracias como la de Taiwán sean capaces de defenderse”. Rusia es un enemigo secundario; el enemigo principal de Occidente es China. La guerra en Ucrania es sólo el comienzo de una guerra global y de amplio espectro contra China. Por ello la furiosa advertencia de la República Popular al día siguiente del discurso: quien reconozca una eventual independencia de derecho de Taiwán afrontará la guerra.
También la economía es un campo de guerra: “En segundo lugar, debemos reconocer el creciente papel que desempeña la economía en la seguridad”. Para operar esta instrumentación, la canciller redefine la idea de libre comercio. “El libre comercio y los mercados libres son el motor más poderoso del progreso humano. Siempre defenderemos la libertad económica. Pero el libre comercio debe ser justo y eso significa respetar las reglas”. Los diplomáticos norteamericanos y británicos hablan permanentemente de “un orden basado en reglas”, que no son las del sistema internacional vigente y que nadie define.
Esas “reglas” fijan los límites del libre mercado. Para acceder a él, hay que respetarlas: “Estamos demostrando que el acceso económico ya no es un hecho. Hay que ganárselo. Los países deben cumplir las reglas. Y eso incluye a China. (…) No seguirán ascendiendo si no cumplen las reglas”. Se acabó el libre comercio. En un mundo en guerra sólo los más fuertes pueden comerciar. Y a quien no se someta a las “reglas” (que, por indefinidas, pueden cambiar todos los días), se lo amenaza con destruir su economía.
“Esto nos lleva al último punto, cierra la secretaria, que es que nuestra prosperidad y seguridad deben construirse sobre una red de fuertes acuerdos. (…) Debemos seguir reforzando nuestra alianza de la OTAN con vínculos en todo el mundo (…)”. La conclusión es obvia: “El G7 debería actuar como una OTAN económica, defendiendo colectivamente nuestra prosperidad”.
Tal arenga requiere tal final: “Los agresores están dispuestos a ser audaces, nosotros debemos serlo más. Así es como nos aseguraremos de que se restablezca la soberanía de Ucrania. Así es como nos aseguraremos de que la agresión y la coerción fracasen. Así es como, en todo el mundo ganaremos esta nueva era de paz, seguridad y prosperidad”.
El discurso de Liz Truss no es para tomar a la ligera. Es el anuncio de que el mundo está en una guerra interminable y global. La reina Elizabeth II está en el tramo final de su vida. Su hijo Charles es incapaz de asumir el trono y su nieto William aún no se puede hacer cargo. La monarquía británica se basa en las fuerzas armadas y la simbiosis entre ambas mantiene unida a la aristocracia y asegura la lealtad de la burguesía (sobre todo la financiera). En un momento de vacancia el poder recae en los militares y la política del gobierno se conduce con lógica bélica. No hay lugar para la diplomacia. Sólo los cañones piensan.
Si EE.UU. tuviera un liderazgo político fuerte, la acefalía del poder británico se paliaría. Pero también en Washington faltan cabezas y sus sustitutos carecen del sentido de realidad, la templanza y la prudencia que impone la situación interna y mundial. En esas condiciones el pesado yugo de la Madre Patria ata los destinos de ambas naciones. A esto temen los líderes rusos y chinos. Por ello es que advierten, casi imploran, a Washington que no siga detrás de los delirios seniles de un imperialismo británico caduco, pero por eso mismo tan peligroso.