Resulta inquietante que se aliente un conflicto global de horror inefable como si fuera una especie de desastre natural sobre el que las personas no tienen ningún control
Por Caitlin Johnstone 13/11/2022
La corriente principal de opinión de la segunda mitad de 2022 está plagada de editoriales que argumentan que Estados Unidos necesita aumentar considerablemente el gasto militar porque está a punto de estallar una guerra mundial, y lo plantean como algo que le sucede a Estados Unidos como si sus acciones no tuvieran nada que ver con ello.
Como si no fuera el resultado directo de las maniobras del imperio estadounidense, que se precipita incesantemente hacia ese horrible acontecimiento mientras rechaza toda posible vía de salida diplomática debido a su incapacidad para renunciar a su objetivo de alcanzar un absoluto y supremo dominio planetario.
El último ejemplo de esta tendencia es un artículo titulado “Could America Win a New World War? – What It Would Take to Defeat Both China and Russia” (¿Podría Estados Unidos ganar una nueva guerra mundial? Lo que haría falta para derrotar tanto a China como a Rusia), publicado por Foreign Affairs, revista propiedad del sumamente influyente comité de expertos Council on Foreign Relations.
“Estados Unidos y sus aliados deben planificar cómo ganar simultáneamente guerras en Asia y Europa, por muy desagradable que pueda parecer dicha posibilidad”, escribe Thomas G. Mahnken, y añade que en cierto modo “Estados Unidos y sus aliados tendrán ventaja en una guerra simultánea” en los dos continentes.
Mahnken no sostiene que una guerra mundial contra Rusia y China vaya a ser un camino de rosas; también argumenta que para ganar una guerra de este tipo, Estados Unidos necesitará –lo han adivinado– aumentar drásticamente su gasto militar.
“Sin duda Estados Unidos necesita aumentar su capacidad y velocidad de fabricación en material de defensa”, escribe Mahnken. “A corto plazo, eso implica añadir turnos en las fábricas existentes. Con el tiempo, implica ampliar las fábricas y abrir nuevas líneas de producción. Para hacer ambas cosas, el Congreso tendrá que actuar ahora asignando más dinero para aumentar la fabricación”.
Pero el gasto en armamento de Estados Unidos sigue siendo insuficiente, sostiene Mahnken, al afirmar que “Estados Unidos debería trabajar con sus aliados para que aumenten su producción militar, así como el tamaño de sus reservas de armas y municiones”.
Mahnken sostiene que esta guerra mundial podría desencadenarse “si China iniciara una operación militar para tomar Taiwán, lo que obligaría a Estados Unidos y a sus aliados a responder”, como si no hubiera otras opciones sobre la mesa en la era nuclear, aparte de lanzarse a la Tercera Guerra Mundial, para defender una isla junto al continente chino que se autodenomina República de China.
Mahnken escribe que “Moscú, mientras tanto, podría decidir que, con Estados Unidos empantanado en el Pacífico occidental, podría salirse con la suya invadiendo más Europa”, demostrando la extraña paradoja del gato de Schrödinger en la propaganda occidental, que sostiene que Putin siempre está simultáneamente (A) siendo destruido y humillado en Ucrania y (B) a punto de librar una guerra abierta con la OTAN.
De nuevo, esto es solo lo último de un género cada vez más frecuente en la corriente principal de la opinión pública occidental.
En “The skeptics are wrong: The U.S. can confront both China and Russia” (Los escépticos se equivocan: Estados Unidos puede enfrentarse tanto a China como a Rusia), Josh Rogin, de The Washington Post, señala con el dedo a los demócratas que piensan que hay que dar prioridad a las agresiones contra Rusia y a los republicanos que piensan que hay que prestar la atención militar y financiera a China, y argumenta ¿por qué no los dos?
En “¿Podría el ejército estadounidense luchar contra Rusia y China al mismo tiempo?”, Robert Farley, de 19FortyFive, responde afirmativamente al escribir que “el inmenso poder de combate de las fuerzas armadas estadounidenses no se vería desmesuradamente afectado por la necesidad de hacer la guerra en ambos teatros”, y concluye que “Estados Unidos puede luchar contra Rusia y China a la vez… durante un tiempo y con la ayuda de algunos amigos”.
En “¿Puede Estados Unidos enfrentarse a China, Irán y Rusia a la vez?”, Hal Brands, de Bloomberg, responde que sería muy difícil y recomienda dar prioridad a Ucrania y Taiwán y vender a Israel armamento más avanzado para ir un paso por delante de Rusia, China e Irán respectivamente.
En “International Relations Theory Suggests Great-Power War Is Coming” (La teoría de las relaciones internacionales sugiere que se avecina una guerra entre las grandes potencias), Matthew Kroenig, del Atlantic Council, escribe para Foreign Policy que se avecina un enfrentamiento global de democracias contra autocracias “con Estados Unidos y sus aliados democráticos de la OTAN tendentes al statu quo, Japón, Corea del Sur y Australia, por un lado, y las autocracias revisionistas de China, Rusia e Irán, por otro”, y que los aspirantes a expertos en política exterior deberían adaptar sus expectativas en consecuencia.
Cuando no están argumentando que se avecina la Tercera Guerra Mundial y que todos debemos prepararnos para luchar contra ella y ganarla, están argumentando que ya tenemos encima el conflicto global y que debemos empezar a actuar en consecuencia,
como en el artículo del New Yorker de septiembre “What if We’re Already Fighting the Third World War with Russia?” (¿Y si ya estamos luchando en la Tercera Guerra Mundial con Rusia?)
«o hay ninguna deidad decretando que debemos vivir en un mundo en el que los gobiernos blandan armas del Armagedón y la humanidad haya de someterse a Washington o resignarse a la violencia»
Deberían tomarse todas las medidas posibles para evitar una guerra mundial en la era nuclear. Si parece que nos dirigimos a eso, la respuesta no es aumentar la producción de armas y crear industrias enteras dedicadas a ello, la respuesta es la diplomacia, la desescalada y la distensión.
Estos expertos presentan el auge de un mundo multipolar como algo que debe ir inevitablemente acompañado de una explosión de violencia y sufrimiento humano, cuando en realidad solo acabaríamos allí como consecuencia de decisiones tomadas por seres humanos pensantes de ambos lados.
No tiene por qué ser así. No hay ninguna deidad omnipotente que decrete desde las alturas que debemos vivir en un mundo en el que los gobiernos blandan armas del Armagedón y la humanidad deba someterse a Washington o resignarse a una violencia cataclísmica de consecuencias planetarias. Podríamos vivir en un mundo en el que los pueblos de todas las naciones se llevasen bien y trabajasen juntos por el bien común en lugar de trabajar para dominar y subyugar a los demás.
Como dijo recientemente Jeffrey Sachs: “El mayor error del presidente Biden fue decir que ‘la mayor batalla del mundo se libra entre democracias y autocracias’. La verdadera batalla del mundo es convivir y superar nuestras crisis comunes en relación al medio ambiente y la desigualdad”.
Podríamos vivir en un mundo en el que nuestra energía y recursos se destinaran a aumentar la prosperidad humana y a aprender a colaborar con esta frágil biosfera en la que evolucionamos. Un mundo en el que toda nuestra innovación científica se dirija a hacer de este planeta un lugar mejor para vivir en lugar de canalizarla para buscar el enriquecimiento y encontrar nuevas formas de explotar los cuerpos humanos.
Un mundo en el que nuestros viejos modelos de competitividad y explotación den paso a sistemas de colaboración y cuidados. Un mundo en el que la pobreza, el trabajo y la miseria pasen gradualmente de ser normas aceptadas de la existencia humana a una crónica histórica vagamente recordada.
En cambio, tenemos un mundo en el que se nos machaca cada vez más con propaganda que nos anima a aceptar el conflicto global como una realidad inevitable, en el que los políticos que expresan el más leve apoyo a la diplomacia son rechazados a gritos y demonizados hasta que se inclinan ante los dioses de la guerra, en el que las maniobras nucleares se enmarcan en la seguridad y la desescalada se tacha de riesgo temerario.
No tenemos que someternos a esto. No tenemos que seguir caminando sonámbulos hacia la distopía y el Armagedón al ritmo de sociópatas manipuladores. Somos muchos más que ellos y nos jugamos mucho más que ellos.
Podemos vivir en un mundo sano. Solo tenemos que desearlo. Se esfuerzan enormemente en obtener de forma artificial nuestro consentimiento porque, en última instancia, es absolutamente indispensable para ellos.
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Este artículo se publicó originalmente en inglés en Consortium News.
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