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Por Dr. Jorge Alejandro Suárez para No te Olvides del Sahara Occidental

ECS. Madrid. | De tanto en tanto observamos que algunos proponen ya como solución al conflicto del Sáhara Occidental, aceptar el plan de autonomía propuesto por Marruecos en 2007. Esto fue apoyado por los llamados Plan Baker I y II, que naufragaron, tanto por razones políticas y jurídicas. Ahora, la administración Biden, según subsecretario adjuntoJoshua Harris, dice que apoya esta solución. Lo ha anunciado la semana pasada desde Argel.

Bajo una lectura simplista de la última resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que insta a las partes a buscar una salida realista al conflicto. Ello no significa aceptar la solución de una de las partes, sin más argumento que su peso demográfico o político. Una solución realista implica tener en cuenta varios factores en el complejo geopolítico, que es el Magreb.

Desde hace largos años, el régimen de Marruecos propone como única alternativa para salir del conflicto un régimen de autonomía regional. Se mantiene inamovible y sobre una posición de fuerza, con apoyo político de Francia en Naciones Unidas, rechaza cualquier idea o propuesta distinta a la de un “Sahara marroquí”.

Esto lo señala claramente uno de lo puntos sobre la llamada Iniciativa marroquí de autonomía del Sahara: «En respuesta a esta llamada de la comunidad internacional, el Reino de Marruecos se ha inscrito en una dinámica positiva y constructiva, comprometiéndose a someter una iniciativa para la negociación de un estatuto de autonomía de la región del Sahara, en el marco de la soberanía del Reino y de su unidad nacional.»

Las resoluciones de Naciones Unidas donde claramente hablan del derecho de autodeterminación del pueblo saharaui, como del dictamen de la Corte Internacional de Justicia de 1975, no tienen valor para Rabat, que se empecina en la integración del Sahara – a pesar de que la ocupación ha sido declarada ilegal – como única salida, dejando también de lado los compromisos que surgen del Plan de Arreglo.

Para Marruecos, el derecho de autodeterminación tiene una interpretación errónea. El estatuto de autonomía, resultante de las negociaciones, será sometido a una consulta mediante referéndum de las poblaciones concernidas, conforme al principio de la autodeterminación y de las disposiciones de la Carta de las Naciones Unidas.

Es sabido que el principio de autodeterminación es bien distinto, hablando el lenguaje coloquial, es el derecho que tiene un pueblo a elegir su propio destino, entre ellos conformar un estado independiente. O como dice el Dr. Carlos Ruiz Miguel la soberanía del territorio pertenece a la población originaria. Por ende, los saharauis son los únicos depositarios de la soberanía del Sáhara occidental.

En su momento el ex secretario general Koffi Annan, consideró que el referéndum sobre el Sahara, habría un ganador y un perdedor, razonamiento que tomó muy en cuenta Marruecos. La pérdida de las “provincias del sur” es políticamente inaceptable, por muchos motivos. En primer lugar, el delicado equilibrio del régimen marroquí está estrechamente con el conflicto.

Esto en el pasado justificó ideológicamente al régimen, como también sus abusos y represión política. Económicamente también tendría su impacto, por la cuestión de la minería del fosfato y la pesca. Por ende, asumiendo el costo político, correspondiente, Marruecos ha optado por una política de negar a los saharauis como actor en el conflicto e imponer su voluntad unilateralmente, buscando consensos en la comunidad internacional.

Hasta ahora ningún Estado, ha reconocido la anexión marroquí salvo el ex presidente Trump y los intentos de hacerla valer, ha sufrido duros reveses, como en fallo del Tribunal Superior de Justicia de la Unión Europea.

Las promesas marroquíes, incluyen un estatuto de autonomía, la creación de una región autónoma del Sahara con su ejecutivo, parlamento, poder judicial, fuerzas policiales, capacidad tributaria propia en determinadas materias, competencias en materia de vivienda, cultura, deportes, promoción económica, infraestructura. El Estado marroquí queda como responsable de la defensa nacional, legislación de fondo, relaciones exteriores, atributos propios de la soberanía del Estado (himno nacional, bandera, moneda, etc.).

La Iniciativa marroquí propone una consulta vía referéndum en el marco de una serie de negociaciones con las “poblaciones” del territorio. En este marco habla de la creación de consejo de transición responsable de la repatriación (no menciona para nada el término saharaui o refugiado), desmovilización y desarme de “elementos armados”.

El plan de autonomía marroquí contrario a la geopolítica

La doctrina internacional, como la jurisprudencia son claras respecto al concepto de “autodeterminación”. El Plan de arreglo de 1991, los fallos de la Corte Internacional de Justicia, del Tribunal Superior de Justicia de la UE, el dictamen del Asesor Jurídico de Naciones Unidas de 2002, resoluciones de Naciones Unidas son contundentes en relación al conflicto.

Por ende la idea que quiere imponer Marruecos es incompatible con el derecho internacional. Pero hay otras circunstancias que resultan inaceptables para los actores que forman parte del conflicto. En primer lugar, para la República Saharaui, reconocida por más de medio centenar de naciones y la Unión Africana. Y por otro lado, por Argelia y Mauritania, y también en menor medida por España.

Es sabido que Marruecos tiene una relación conflictiva con sus vecinos. Históricamente sostiene la idea del llamado “Gran Marruecos” un objetivo de extender las fronteras nacionales sobre una serie de espacios sobre una lectura tergiversada de la historia.

Detrás de esta visión, está el control de ricos recursos estratégicos y transformar al país en una potencia de primer orden en la región, siendo funcional a los intereses franceses.

Francia ha sido el principal sostén político estratégico de Rabat. La guerra del Sahara, no hubiera sido posible sin el apoyo militar francés. Estados Unidos apoyó con medios y asesores recién en los 80. La invasión del Sahara fue factible gracias al equipamiento francés, incluso hasta el día de hoy, el desarrollo naval marroquí, va de la mano del apoyo francés.

El expansionismo marroquí, beneficia a Occidente.

En su momento, el apoyar la invasión marroquí del antiguo Sahara Español, impidió que Argelia extendiera su influencia política, no solo en el Sahara, sino también se consolidara en Mauritania. El fortalecimiento marroquí, es observado con preocupación por sus dos vecinos. Argelia y Mauritania. La política de contención del ascenso de Marruecos como potencia regional es mantener vivo el conflicto saharaui.

Argelia con su apoyo a la República Saharaui, permite que 100.000 soldados marroquíes sigan aferrados a los llamados “muros defensivos”, manteniéndolos lejos de la frontera argelino marroquí. Las zonas liberadas vendrían ser una suerte de “zona de amortiguación”.

Argelia ha percibido el rearme de Marruecos, lo que se ha traducido en los últimos diez años de apuesta al desarrollo de capacidades industriales, potenciar el poder naval y aéreo. La ventaja argelina en lo naval, es evidente, con capacidad anfibia, submarina y de combate de superficie. La flotilla de submarinos argelina de origen ruso, puede bloquear la salida de los medios navales marroquíes.

El potencial energético de Argelia, convierte al país en un actor de fuste. La experiencia en guerra antiterrorista, lo transforma en un factor a considerar. Los argelinos mantienen una estrecha vinculación con Rusia y han sabido explotar en el marco del 11 – S, una buena relación con Estados Unidos, en el marco de la guerra global contra el terrorismo.

La caída del régimen libio, el caos reinante, el avance del islamismo político y el fortalecimiento de ciertos grupos que operan en la franja del Sahel, gracias al narcotráfico, la trata de personas y el hundimiento de Libia, que dejó un valioso arsenal a merced para terroristas de diversos pelajes, puso en aprietos al gobierno en Argel.

Mauritania percibe la amenaza marroquí, recordemos que la República Saharaui controla una estrecha franja que separa los muros defensivos del extremo sur de la frontera saharaui mauritana. Esto permite mantener lejos a las tropas marroquíes del vital ferrocarril que conecta el puerto de Nuadibú y las minas de hierro. Dicha vía férrea es de valor estratégico, dado que la economía mauritana descansa en gran parte en dicho mineral.

El control de la localidad de La Güera, también permite crear una zona de seguridad para la ciudad y puerto de Nuadibú, centro económico de primer nivel del país. La crisis de Gueguerat, afectó a la seguridad mauritana, que para los intereses de Nuakchot, es inadmisible que La Güera sea ocupada por Marruecos. En el marco de esta debilidad política y militar de Mauritania frente a Marruecos, observamos el acercamiento con China (interesada en la minería del hierro) que ya se traduce en el plano militar, que pocos analistas han notado, que el apoyo chino en el plano militar es significativo, especialmente en materia naval. Algo que debe llamar la atención es la venta de un buque anfibio, lo que permitiría ejecutar operaciones a pequeña escala y desembarcar un equipo de combate blindado en cualquier punto del litoral mauritano. El fortalecimiento naval marroquí, alarma a sus vecinos. Por otro lado, Mauritania tolera la presencia de sectores críticos del Polisario, en la estrategia para la recuperación del territorio ocupado.

Los líderes políticos mauritanos, la República Saharaui es un factor clave para su propia seguridad. Un estado saharaui que ejerza el control del antiguo territorio del Sahara Español, mantendría lejos a Marruecos de sus fronteras. Mauritania compensa su debilidad, por un lado con una neutralidad positiva hacia la República Saharaui, y por otro, buenos vínculos con la antigua potencia colonial, Francia, que apoya en su lucha contra el terrorismo (que llegó a poner en riesgo la viabilidad del Estado mauritano) y con España, a través de cooperación en materia de pesca, migración ilegal, terrorismo, desarrollo económico.

Esta relación con miembros de la UE, tiene su contrapeso, China. Este país ha realizado inversiones en infraestructura, incrementar las relaciones políticas y económicas, además de la faceta militar.

España ha tenido una política de apaciguamiento, a veces lesivos para los propios intereses españoles. Especialmente en materia de migración, lucha contra el terrorismo, narcotráfico, explotaciones pesqueras. Los gobiernos españoles cometieron el grave error de no hacer cumplir los llamados Acuerdos de Madrid en todos sus extremos, especialmente para mantener cierto control de la empresa minera Fosbucraa, una de las principales productoras mundiales de fosfato.

La capacidad negociadora de España fue disminuyendo y ha sido permeable a las presiones de Marruecos. Es por ello que como mecanismo de prevención hacia el expansionismo hacia Ceuta y Melilla que Marruecos reclama como propias, en el marco de la ya citada ideología del “Gran Marruecos”, España se mantiene al margen.

Existen importantes lazos económicos, lo que sirve en cierto modo de garantía para evitar conflictos mayores. Un ejemplo es el incidente del islote del Perejil. Marruecos se beneficia de las inversiones españolas y de los barcos que explotan sus ricos bancos de pesca.

El status quo del conflicto, el cual hace que lo mejor del ejército marroquí, esté estacionado en el Sahara Occidental, como mecanismo de disuasión y también en el marco del programa de marroquinización de dicho territorio.

El conflicto hace que dichas fuerzas estén lejos y no en las puertas de Ceuta y Melilla. Existen otros intereses, que para nada verían con buenos ojos que una de las riberas de las llamadas “aguas” del Estrecho de Gibraltar, esté en manos de un solo estado.

Esta política de “divide et impera” permite que no exista un actor hegemónico en dichas aguas y que pueda ser un factor que atente contra la libertad de movimiento de ciertos países centrales con intereses en el Mediterráneo (Estados Unidos en primer lugar y en menor medida el Reino Unido). Creemos que España cometió un grueso error, de salir de la “alianza” atlántica que forjó el presidente Aznar con Estados Unidos.

Asimismo observamos que no se percibe correctamente la apuesta marroquí por hacer crecer sus fuerzas navales, especialmente con la idea de adquirir capacidad de operar submarinos. España debe revisar su estrategia en el “flanco sur” especialmente sus lazos con Mauritania, Argelia y el incrementar la presencia propia en Canarias.

Consideramos también importante mantener lazos con los saharauis a través de la ayuda humanitaria, crear un instituto Cervantes en los campos de refugiados y apoyar por medios indirectos que la República Saharaui sobreviva. España debe mantener opciones para situaciones de tensión con Rabat.

En el hipotético caso que Marruecos legitimara su presencia en el Sahara, saldría fortalecido políticamente y ello animaría a consolidar su poder en el espacio que ellos consideran propio. La presión sobre Ceuta y Melilla sería insoportable, buscando a través de hechos consumados, la anexión de dichos territorios.

Esto sería una tragedia geopolítica para Madrid. Asimismo, se abre el capítulo en relación a Canarias y sus espacios marítimos, donde existe un conflicto en ciernes. Mauritania tendría como país vecino un Marruecos fortalecido y caer su órbita o influencia sería una consecuencia.

Esto exacerbaría ciertos ánimos nacionalistas, ante el temor de ser satelizados. El choque con Argelia sería una consecuencia lógica, dado que se abriría el viejo capítulo de las fronteras no definidas, como consecuencia de la Guerra de los Oasis de 1963.

La competencia entre ambos estados se incrementaría y un conflicto de mayores proporciones sería una realidad. ¿Y los saharauis? Años de exilio, como de represión política en la zona ocupada, han exacerbado ánimos nacionalistas. Después de cuatro décadas de resistir, de guerra y miseria, que todo ello sea arrojado por la borda, puede llevar a sectores del Polisario como de la población a no aceptar la idea de un Sahara marroquí y los lleve a la lucha armada a gran escala, situación que puede ser explotada por los grupos terroristas que operan en la zona.

Esto no es una fantasía, un ejemplo fue el caso del movimiento separatista tuareg Azawad, cuya rebelión, fue “copada” por grupos salafistas, armados y fortalecidos por las armas que quedaron disponibles tras el hundimiento del régimen libio.

Las hordas yihadistas pusieron a Malí contra las cuerdas. Solo la ayuda internacional, impidió que este país se convirtiera un nuevo “califato”. Parece que muchos olvidan que de los suburbios de las grandes ciudades marroquíes, azotadas por la pobreza y el desempleo, partieron millares de jóvenes a lucahr bajo la agenda extremista de grupos ligados al Qaeda o el siniestro Estado Islámico.

El derrumbe de este último y la derrota de los grupos yihadistas frente al régimen de al Assad, abre la posibilidad que millares de combatientes experimentados, regresen de nuevo al Magreb. Europa ha sentido el impacto del retorno de muchos ex combatientes. Recordemos que Argelia padeció dicho fenómeno, cuando antiguos combatientes provenientes de Afganistán, engrosaron las filas del Grupo Islámico Armado, desatando una guerra que le costó al país 200.000 muertos.

El mantenimiento del status quo en el conflicto del Sáhara Occidental, no es algo inocente, responde a los intereses de los actores en pugna. Incluso para la República Saharaui, le permite controlar una facción del territorio disputado, lo que le permite tener anclaje territorial, algo que jurídicamente le permite justificar su “estatalidad”.

El problema es el manejo de la escalada de tensión que obedece a agendas políticas domésticas. Para el caso marroquí los conflictos externos fueron una excelente válvula de escape para tensiones internas. El conflicto del Sahara se potenció en los 70, dado las tensiones internas que tuvo el Palacio con sus Fuerzas Armadas y una situación social deteriorada por la pobreza y el subdesarrollo.

La guerra permitió aglutinar la opinión pública, en el marco de exacerbación nacionalista y también disciplinar a los partidos políticos. Mantener a las fuerzas militares lejos del Palacio, tiene que ver con esos delicados equilibrios internos.

Vale la pena destacar que Marruecos no tiene Estado mayor conjunto o ministerio de defensa, esto refuerza el control del monarca sobre sus fuerzas armadas, incluso los principales arsenales están en manos de la Gendarmería. En el caso de Argelia, a través de un tercer actor, la República Saharaui, mantiene lejos a su rival marroquí de sus fronteras, lo que permite mantener congeladas viejas disputas fronterizas y erosionar o contener las ambiciones hegemónicas de Rabat en el Magreb.

Mauritania reconoció la República Saharaui en 1984, su situación es vulnerable al conflicto, dado los lazos culturales con los saharauis. Un conflicto regional, tendría consecuencias para la estabilidad interna del país. En su momento, la guerra del Sahara llevó al país al borde del colapso y tensiones muy fuertes entre la población negra del sur y las poblaciones arabizadas del norte.

El esfuerzo de los saharauis de mantener seguro las zonas liberadas – reconocido por el Departamento de Estado de los Estados Unidos en tiempos de Obama – impacta en la seguridad de la vulnerable frontera norte de Mauritania. También, a pesar de los marroquíes, la presencia de la RASD en las zonas liberadas mantiene lejos a los grupos terroristas de la zona ocupada por Marruecos. Es sabido que las células de al Qaeda han infiltrado los muros defensivos.

España gracias a la relativa estabilidad mantiene lejos la amenaza terrorista lejos de su vulnerable flanco sur. Asimismo puede controlar de alguna manera el drama de los refugiados que intentan cruzar el Mediterráneo o el Atlántico rumbo a Canarias.

La seguridad de España, es la seguridad del flanco sur de Europa. Por ende, la escalada de una crisis, es algo sumamente delicado. Otros actores también están interesados en la estabilidad, una escalada generaría problemas para las lucrativas explotaciones pesqueras, petroleras y del fosfato de la zona. El apoyo militar chino a Mauritania está estrechamente ligado a garantizar la minería del hierro. La creciente presencia de la OTAN en África, también está vinculado a cuestiones económicas y al control de las migraciones no controladas y el terrorismo.

¿Mantener el status quo es la solución?

Definitivamente no, solo mantiene las crisis congeladas, pero no por mucho más tiempo. Esto también desgasta a los actores en pugna y alimenta posturas radicalizadas. Tarde o temprano puede estallar una crisis con consecuencias difíciles de ponderar. Los choques armados a lo largo de los Muros defensivos, tras la crisis de Guerguerat de 2020, puede derivar en un conflicto armado con impacto regional.

Es por ello que es imperioso, una solución realista, bajo con concepto donde no haya perdedores, o mejor dicho que las partes tengan un impacto político, pero que puedan ser de una magnitud que puedan soportar. Entonces, una salida puede ser la partición del territorio entre Marruecos y la República Saharaui.

En su momento fue propuesto, y el liderazgo Polisario lo aceptó, mientras que Rabat apuesta a una política de todo o nada, buscando desgastar a su enemigo., pero que no hace más que alimentar tensiones en la región.

El gobierno de Rabat está empecinado en ver la realidad, la existencia de la República Saharaui. Ingresó en la Unión Africana con la idea de sacarla de dicha entidad, lo que ha generado fracturas, pero no ha logrado avances significativos.

Es más está en contradicción con el derecho. Como hemos venido diciendo, el ingreso de la Unión implica aceptar las fronteras heredadas de tiempos de la dominación colonial, romper con este mandato, es abrir las puertas a conflictos. Muchos consideran que un Estado saharaui, sería un estado fallido.

Vale la pena recordar que la RASD es una realidad desde 1976 y desde 1991, ejerce efectivamente el control sobre una fracción del territorio, donde los intentos de infiltración terrorista han fracasado. La RASD es una entidad viable y con escasos recursos ha logrado mantener una estabilidad interna e institucional por décadas, mientras muchos países africanos han atravesado en estos cuarenta años, decenas de golpes y conflictos políticos internos.

Creemos que existe un escenario para llegar a buen puerto. La idea de partición del territorio, donde Marruecos mantenga su presencia en el llamado “Triángulo Útil”, quedando la región del Río de Oro en manos efectivas de la RASD, asimismo en este acuerdo deben estar incluidas Argelia, facilitando el acceso al mar de la región de Tinduf y Mauritania, también puede beneficiarse en programas de cooperación.

Sea como fuere, las soluciones que se busquen deben tener en cuenta que la República Saharaui es una realidad y cuya existencia es vital para la seguridad y estabilidad de la región. Considerar su supresión, no solo es contrario al derecho internacional y un crimen, es no entender el complejo entramado geopolítico del Magreb.

Origen: La idea de un régimen de autonomía en el Sáhara Occidental “a la marroquí”

Publicado por No te Olvides del Sahara Occidental

Las opiniones expresadas en este artículo no reflejan necesariamente las de Dossier Geopolitico.

Por Jesús A. Núñez Villaverde

No puede decirse que el comunicado conjunto emitido el pasado día 6 por Mauritania y Chad sobre el fin de la iniciativa G5 Sahel constituya una sorpresa para quienes siguen la evolución del clima político que afecta a sus cinco miembros: Burkina Faso, Chad, Malí, Mauritania y Níger. De hecho, éste ha sido el último paso de una secuencia que se aceleró aún más con la exigencia de la junta militar que dio un golpe de Estado en Malí, en mayo de 2021, para que Francia retirara su presencia militar del país. Una decisión a la que se han sumado más recientemente los militares golpistas de Burkina Faso y Níger y que ha desembocado el pasado 3 de diciembre en el anuncio de las autoridades de Niamey y Uagadugú de su retirada del G5 Sahel por considerar que su permanencia en esa organización regional es incompatible con su “independencia y dignidad”.

De ese modo se remata de hecho el fin de una instancia que nació en 2014 como resultado del convencimiento de los gobiernos de los cinco países citados (y de la presión europea) sobre la necesidad de sumar sus fuerzas en la implementación de un enfoque integral para garantizar las condiciones de paz, desarrollo, seguridad y gobernanza; con el añadido de una fuerza conjunta creada en 2017 para coordinar la lucha contraterrorista en un intento por frenar la expansión de los grupos armados que amenazan gravemente la seguridad regional. Una iniciativa demasiado sesgada por su enfoque predominantemente securitario y que, en todo caso, no ha logrado cumplir ninguno de dichos objetivos.

Y por si eso no bastase para señalar la intención de las nuevas autoridades de desmarcarse de la órbita francesa y europea, tan sólo un día más tarde Níger completaba su apuesta antioccidental con la revocación de dos acuerdos establecidos con la Unión Europea (UE) en materia de seguridad y defensa. Eso supone, en el primer caso, poner fin a la Misión de Capacitación de la Unión Europea en Níger (EUCAP Sahel Níger), nacida en 2012 para promover la mejora de las fuerzas de seguridad interior (Policía Nacional, Gendarmería y Guardia Nacional) en la lucha contra el terrorismo y la delincuencia organizada. En el segundo implica que las nuevas autoridades nigerinas no se sienten comprometidas a mantener lo que ellas mismas califican de “privilegios e impunidad” de los componentes de la Misión de Asociación Militar de la UE en Níger (EUMPM Níger), establecida el pasado mes de febrero a petición del gobierno liderado por Mohamed Bazoum (depuesto en julio por el golpista Abdourahamane Tiani) para mejorar la aptitud de las Fuerzas Armadas para contener la amenaza terrorista, proteger a la población y garantizar un entorno seguro de conformidad con los derechos humanos y el derecho internacional humanitario.

En paralelo a ese visible alejamiento de la órbita occidental se detecta un notorio acercamiento a Moscú y Pekín.

Sirva de ejemplo que el mismo día del anuncio nigerino se conocía la noticia de que el hombre fuerte de Níger se había reunido en Niamey con el viceministro de defensa ruso para firmar un acuerdo en materia de cooperación militar, que parece incluir el despliegue de efectivos del grupo mercenario Wagner. Una decisión que no solamente deja claro el giro de las alianzas que pretenden establecer las nuevas juntas militares de la región, sino que apunta a escenarios aún más inquietantes para una UE crecientemente desairada y preocupada. Una preocupación que deriva, por un lado, del auge de la amenaza terrorista en la zona (si en 2016 se registraron 800 muertes en atentados, en 2021 ya fueron 6.000) que representan tanto los grupos ligados a al-Qaeda (con JNIM, el Grupo de Apoyo al Islam y a los Musulmanes, como referencia principal) y al Estado Islámico (con Estado Islámico en el Gran Sahara en cabeza), como otros que apenas son más que bandas criminales recubiertas con una ligera patina ideológica. Por otro, no es menos alarmante el impacto de la creciente presión migratoria, precisamente cuando se acaba de saber que el gobierno nigerino decidió el pasado 27 de noviembre anular la ley de 2015 contra el tráfico de personas, lo que hace prever que disminuya la vigilancia contra las mafias dedicadas a ese execrable negocio.

Como consecuencia de todo ello, la UE, que todavía no parece haber asumido la necesidad de reformular profundamente su enfoque tradicional, demasiado lastrado por su sesgo jerárquico y su énfasis en la seguridad a toda costa –con fracasos tan sonoros como la operación Barkhane– su apoyo a gobernantes crecientemente ilegítimos y su defensa a ultranza de los privilegios heredados de la descolonización, se encuentra ahora sin apenas margen de maniobra a corto plazo, al tiempo que Rusia y China medran sin freno, aprovechando los reiterados errores occidentales a lo largo de décadas para ganarse la confianza de unos dirigentes de los que difícilmente cabe esperar que vayan a centrar sus esfuerzos en mejorar el nivel de bienestar y seguridad de sus poblaciones o que se vayan a comprometer en hacer frente conjuntamente a la crisis climática, al terrorismo yihadista y a tantos otros problemas que afectan a los países del Sahel, cuando su prioridad es fortalecer sus posiciones de poder frente a potenciales rivales internos.

Entretanto, y en un intento para evitar el descalabro completo, se percibe un cierto relajamiento en el marco de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO) tras su reciente cumbre en Abuja, apuntando por boca del presidente nigeriano, Bola Ahmed Tinubu, la conveniencia de relajar las sanciones a las juntas militares golpistas a cambio de que se comprometan a llevar a cabo planes de transición breves y realistas, que puedan llevar a la democracia y la buena gobernanza.

Fuente Real Instituto Elcano

Link de la publicacion:

https://www.realinstitutoelcano.org/blog/el-sahel-se-desmarca-abiertamente-de-occidente/?utm_source=newsletter273&utm_medium=email&utm_campaign=dic2023&_cldee=9MZHeyprsLnQnaMbRF6sjN9EDUQ0UP_oRGbaDxoTsuVL4QRSw_ZkWvpGxdbyhOs4&recipientid=contact-e33d168fc89de911aa05000d3a2065c5-bc8249603e824c978cb6e14bc0184709&esid=90e4235e-e4a0-ee11-be37-6045bd8c5364

Las opiniones expresadas en este artículo no reflejan necesariamente las de Dossier Geopolitico.

Por Jesús A. Núñez Villaverde

Se le reclama a la Unión Europea (UE) desde hace tiempo un mayor perfil geopolítico en el escenario internacional. Incluso Ursula von der Leyen insistió en hacer de ello la seña de identidad de la Comisión que comenzó a presidir a finales de 2019 y Josep Borrell viene demandando machaconamente que debemos dejar de ser el campo de juego para convervtirnos en jugadores, aprendiendo de paso el lenguaje del poder.

En el intento por convertir en hechos esas palabras es obvio que nadie va a esperar a que los Veintisiete terminen por superar sus divergencias en materia de política exterior, de seguridad y de defensa para dotarse de una voz audible en tantos asuntos que tocan a nuestros intereses compartidos. También lo es que las desavenencias internas, tan lastradas por trasnochadas visiones nacionalistas como por alineamientos más o menos firmes con Washington, restan capacidad funcional a lo que diga Bruselas, acrecentando el riesgo de acabar en una irrelevancia tan dañina para salvaguardar nuestros intereses como para defender un orden internacional basado en normas.

Pero aun sin caer en el error de pensar que el vaso está totalmente vacío, es imposible evitar la sensación de que se va llenando muy lentamente y de que, incluso, en ocasiones se retrocede. Dos son los ejemplos más recientes de ello; uno mirando hacia el interior de la propia casa comunitaria (con Ucrania como piedra de toque) y el otro hacia nuestra vecindad más inmediata (con Palestina en el punto de mira).

Lo que se extrae del reciente Consejo Europeo deja un innegable sabor agridulce porque si, por un lado, transmite la ambición de ampliar la familia para compartir un espacio de bienestar y seguridad envidiado en el resto del planeta; por otro, deja un poso de amargura ante las artes de ventajista exhibidas por uno de sus más incómodos miembros: la Hungría de Viktor Orbán. La sustancia de lo ocurrido en torno a la manera en la que la UE ha encarado el sueño político de Ucrania de formar parte del club comunitario –mientras aumenta su inquietud por el temor al olvido internacional ante un invasor que sigue en condiciones de imponerse– se resume de inmediato. Por un lado, Orbán ha dejado que salga adelante la invitación a Ucrania para iniciar las negociaciones de adhesión. Con ese gesto (que incluyó su salida de la sala de reuniones donde se debatía el asunto) mostraba una aparente flexibilidad, que en ningún caso podía ocultar que en realidad respondía al hecho de que un día antes había obtenido el desbloqueo de 10.200 millones de euros de los fondos de cohesión, retenidos desde hace tiempo ante la deriva antidemocrática de Budapest. De ese modo, sin ceder nada sustancial a cambio y abusando del derecho de veto que le ofrece la regla de la unanimidad, buscaba desmentir su imagen como demasiado sensible a lo que diga Moscú, permitiendo que se inicie un proceso que, como bien sabe Turquía, puede alargarse indefinidamente. Un proceso que le permite seguir chantajeando a Bruselas para lograr nuevos desembolsos o para evitar nuevas sanciones con ocasión de futuros momentos en los que su voto será nuevamente necesario.

De hecho, una señal bien clara de esa voluntad obstruccionista se concretó un día más tarde, cuando el mismo Orbán bloqueó la aprobación del paquete de hasta 50.000 millones de euros que la Unión quiere destinar para la reconstrucción de Ucrania y la preparación para que llegue a ser algún día miembro de pleno derecho. En resumen, sí al mero arranque de un proceso que se desconoce de momento hasta dónde puede llevar, y no a las ayudas contantes y sonantes a quien Orbán no quiere ver a su lado. Un comportamiento que puede sentar un precedente muy peligroso a considerar por otros miembros que se sientan tentados de emular al canciller húngaro y que, de paso, muestra crudamente la disfuncionalidad de una Unión que muy difícilmente va a poder absorber a nuevos miembros con las actuales reglas de juego.

Algo similar ocurre en relación con la imagen de la Unión cuando se trata de adoptar posturas comunes en asuntos tan peliagudos como lo que está ocurriendo en Palestina. Es difícil de explicar, más allá de los caducos esquemas nacionalistas, que ni siquiera en el nuevo intento de sacar adelante una resolución en la Asamblea General de las Naciones Unidas para establecer el alto el fuego en Gaza, aun sabiendo que su aprobación no tiene (desgraciadamente) ninguna fuerza vinculante, haya sido imposible lograr que los Veintisiete se colocaran en el lado correcto de la historia. De poco sirve argumentar que en esta ocasión sólo haya habido un país que ha votado en contra (Austria), cuando en octubre también lo hicieron la República Checa, Croacia y Hungría, y que también haya disminuido el número de los que se abstuvieron (sólo Alemania, Italia y los Países Bajos), mientras que en la primera oportunidad también lo hicieron Bulgaria, Chipre, Dinamarca, Eslovaquia, Estonia, Finlandia, Grecia, Letonia, Lituania, Polonia, Rumanía y Suecia.

Por estas sendas no sólo se debilita internamente una UE que tanto necesitamos, cuando se acercan unas elecciones que pueden traducirse en un mayor peso para los euroescépticos y los antieuropeístas, sino que aumenta su vulnerabilidad ante unos desafíos y unas amenazas para las que hoy no contamos con instrumentos y políticas mínimamente sólidas.

Fuente Real Instituto Elcano

Linf de la fuente:

https://www.realinstitutoelcano.org/blog/el-debil-musculo-geopolitico-de-la-union-europea/?utm_source=newsletter273&utm_medium=email&utm_campaign=dic2023&_cldee=9MZHeyprsLnQnaMbRF6sjN9EDUQ0UP_oRGbaDxoTsuVL4QRSw_ZkWvpGxdbyhOs4&recipientid=contact-e33d168fc89de911aa05000d3a2065c5-bc8249603e824c978cb6e14bc0184709&esid=90e4235e-e4a0-ee11-be37-6045bd8c5364

Las opiniones expresadas en este artículo no reflejan necesariamente las de Dossier Geopolitico.

Se rifa una recesión y la UE compró todos los boletos. Tanto en el caso de la zona euro, como en los de Alemania y Francia, los Índices de Gestores de Compras (PMI, por sus siglas en inglés) del mes de diciembre se han contraído respecto a las lecturas anteriores, denotando así un debilitamiento en servicios y la industria.

Javier Benitez de Sputnik entrevista al Director de Dossier Geopolitico Carlos Pereyra Mele

AUDIO DE LA ENTREVISTA DESDE MOSCU:

Al pan, pan, y al vino, vino: las cosas por su nombre

En los PMI, elaborados por S&P Global, los 50 puntos representan la barrera que separa la contracción de la actividad, de la expansión. Cualquier número por debajo de esos 50 puntos, indicaría que la actividad se está debilitando, mientras que, en caso contrario, cuando supera los 50, estaría creciendo.

Ni los servicios ni la industria están en expansión en ninguno de los casos, pero lo preocupante ha sido ese empeoramiento generalizado en todos los baremos, salvo en el caso de una industria alemana que ha mejorado levemente, pero que todavía permanece a una gran distancia del crecimiento.

Así, los datos han supuesto un escaso alivio a finales de 2023, apuntando a riesgos a la baja para el crecimiento del PIB en los próximos meses ante una debilidad evidente en los sectores manufacturero y de servicios a lo largo del continente, evidenciada con un PMI compuesto en la eurozona arrojando un sombrío 47,0 en diciembre, por debajo de los 47,6 registrados en noviembre. La caída de la producción se aceleró tanto en el sector manufacturero como en el de servicios, con una débil lectura de 44,1 en el primero y 48,1 en el segundo.

Al comentar esta situación, el Dr. Carlos Pereyra Mele comienza por hacer una serie de puntualizaciones. «Esto se describe con numerosos datos y números, que por ahí pueden llamar un poco a la confusión, porque tantos números generalmente es la fórmula que usa el sistema de análisis económico para ocultar una catástrofe. En los últimos años, especialmente del neoliberalismo, se han empezado a usar subterfugios, especialmente de términos: en vez de hablar de pobreza, te hablan de ‘índices bajos de subsistencia’. Claro, entonces ‘ya no es pobre’, tú ya no sabes de quién estás hablando, ni cómo vas a medir a ese tipo que en ese momento es tan pobre, pero no se sabe cómo está el tema de su subsistencia».

El también director de Dossier Geopolítico señala que «todo esto [los PMI, por ejemplo] va disfrazando realmente todo un panorama de crisis profunda. Y esta crisis profunda [en la UE], no es que sale de un repollo, ni que sale de hace un mes, o dos meses. En primer lugar, en la gran crisis europea, que fue de las finanzas entre los años 2008-2009, todos sabemos que [esa crisis] nunca se logró superar, y que lo que han hecho durante todos estos años eran paliativos».

«En la UE los tres principales aportantes, que aportan el 70% del PIB de toda la unión, son Francia, Alemania e Italia. Es decir, que el otro 30% hay que distribuirlo entre 24 países que integran el bloque. Y, por lo tanto, si entran en crisis Alemania y Francia, entonces la crisis es mayúscula. Porque no es lo mismo que la crisis sea Grecia, en España o en Portugal», indica Pereyra Mele al explicar los datos de los PMI en Francia y Alemania.

FUENTE SPUTNIK

https://sputniknews.lat/20231220/economia-europea-a-punto-de-ser-noqueada-por-la-recesion-1146743637.html

Carlos Pereyra Mele Especialista en Geopolítica – Director de Dossier Geopolítico entrevistado por Luis Moro para el programa Punto de Partida

Henry Kissinger y la política internacional de Estados Unidos

kissinger : pragmatismo con la URSS, doctrina Monroe y balcanización, como ejes

Estudiar a Kissinger a partir de particularidades es un error, fue un ejecutor de la geopolítica norteamericana.

La política internacional de USA con Henry Kissinger, fue constante y consecuente, más allá de los métodos o formalismos.

Kissinger defendió como pocos los principios imperialistas de política exterior, con amplios recursos, cinismo e inteligencia.

Los imperialistas no luchan por principios políticos sino por mercados, colonias, materias primas, la hegemonía sobre el mundo.

A la OTAN no le interesa dialogar con una nación fuerte. Mientras más débil, mejor a sus intereses. Podrá sacar mejor tajada.

La política exterior estadounidense se basa en primer lugar en la imposición del libre comercio.

USA promueve el libre comercio para consolidar su burguesía nacional, e impedir el desarrollo de la industria en otras naciones.

Al impedir el desarrollo industrial de otros países, USA limita las posibilidades de aumentar otros poderes soberanos.

Industrialización es poder en términos geopolíticos.

La política internacional de Kissinger promovió la fragmentación cultural, política, económica, y territorial de las naciones subdesarrolladas.

No se puede entender la política interna, sin comprender el paraguas de la geopolítica que la cubre. Es un ejercicio irreal.

Dossier Geopolítico está conformado por profesionales de las relaciones internacionales, la Defensa, la Seguridad.

El objetivo de Dossier Geopolítico es enriquecer un nuevo espacio de conocimiento Geopolítico

Argentina tiene un desafío importante para aprovechar sus capacidades en este contexto geopolítico mundial

Aplicar ciegamente la “transición verde” y las sanciones contra Rusia llevaron a Berlín al estancamiento, una alta inflación y falta de inversiones productivas.

Por Eduardo J Vior para Agencia TELAM, el autor autoriza la publicacion en Dossier Geopolitico

La zoncera ideológica de uno es el pícaro negocio del otro. Hasta hace dos años Alemania era la “locomotora de Europa”. Parafraseando lo que en el siglo XIX tardío se decía del Imperio Otomano, hoy es “el enfermo de Europa”: su economía está estancada, la desigualdad aumenta y la pobreza crece. Sin embargo, la coalición gobernante insiste en priorizar la reducción del déficit fiscal sobre los demás objetivos. Consecuentemente, el descontento de la población aumenta y la extrema derecha suma votos. Un discurso fuertemente ideologizado remplaza entre los líderes germanos la apreciación de la realidad.

Después de semanas de discusión y de haber tenido un fuerte traspié judicial, la alianza socialdemócrata-verde-liberal (llamada “coalición semáforo” por los colores de los tres partidos) que gobierna Alemania desde hace dos años presentó el miércoles pasado un compromiso presupuestario que elevará al Parlamento para su aprobación. Sin embargo, el debate interno no ha terminado.

Los recortes previstos en el presupuesto federal desencadenaron fuertes protestas. Mientras que el Partido Liberal Democrático (FDP, por su nombre en alemán) anunció el domingo que vetaría los planes de los líderes de la coalición para cancelar las exenciones fiscales a los agricultores, el bloque parlamentario del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD, por su nombre en alemán)  manifestó su descontento por la eliminación del subsidio a la compra de coches eléctricos. El compromiso presupuestario se hizo necesario tras una sentencia del Tribunal Constitucional Federal (BVG, por su nombre en alemán) que prohibió utilizar el dinero no gastado del Fondo de Lucha contra el Ccoronavirus para el Fondo de Adaptación al Cambio Climático.

En su compromiso los coalicionarios se ajustaron al “freno a la deuda” que establece la ley. El “freno a la deuda” es una norma fiscal promulgada en 2009 e incorporada a la Ley Fundamental (Constitución). Tiene por objeto restringir los déficits presupuestarios federales a 0,5% del PBI y limitar la emisión de deuda pública. Su efecto persistente es el estancamiento económico. De hecho, la Oficina Federal de Estadísticas (Destatis) informa que el PBI se estancó en los dos primeros trimestres del año (1er trimestre: 0,0%, 2º trimestre: +0,1%).

Evidenciando una vez más que la baja de la inflación no tiene una relación directa con el crecimiento económico, la tasa de inflación anual en Alemania fue del +3,2% en noviembre pasado contra el +3,8% de octubre. Desde la pandemia, primero, y la aplicación de las sanciones económicas contra Rusia tras el comienzo de la guerra en Ucrania, después, se han producido importantes aumentos en los precios de los alimentos y de la energía que han repercutido en el aumento de la pobreza. La tasa de pobreza ya estaba aumentando notablemente en la década de 2010, pero ahora la tendencia se ha agravado. Según un informe sobre la distribución del ingreso, en 2022 el 16,7% de los habitantes vivía en la pobreza, el 10,1% incluso en la pobreza severa. En 2010, ambas tasas eran aún del 14,5% y el 7,7%, respectivamente.

Foto AFP
Foto: AFP.

El aumento de la pobreza se corresponde con un crecimiento de la desigualdad. En mayo pasado un informe de la Fundación Hans Böckler (HBS, por su nombre en alemán), cercana a la central sindical DGB, constataba que “la desigualdad de ingresos ha vuelto a aumentar desde 2020 y se ha mantenido casi en este pico en 2022. Incluso antes de la crisis del coronavirus casi ningún otro país de Europa tenía una distribución de la riqueza tan desigual como Alemania. Según los relevamientos habituales, el 1% más rico de los hogares alemanes posee alrededor de dos billones de euros, pero se estima que podría ser tres veces y media más, aunque hay dificultades para registrar la riqueza”, comenta el estudio.

“La proporción de personas que viven en la pobreza, a pesar de trabajar regularmente, sigue la HBS, ha aumentado en el nuevo milenio. En 2019 alrededor del 8% de las personas con empleo eran pobres a pesar de trabajar. Y entre todas las personas pobres, tres de cada diez trabajaban regularmente. Esto se debe en parte a la creciente importancia del sector de bajos salarios. Los políticos tardaron en tomar contramedidas, por ejemplo con el salario mínimo”, que recién fue establecido en 2022.

Desde la década de 1950 la economía alemana combinaba un fuerte sector exportador de manufacturas industriales y tecnología con el crecimiento del mercado interno mediante un extendido Estado de Bienestar. Éste último comenzó a ser desmontado bajo el gobierno de Helmut Kohl (1982-98) y decididamente después de la reunificación del país. Al mismo tiempo, con el pretexto de que la “reconstrucción” del Este había producido grandes deudas, creció el endeudamiento público y privado, mientras que –fieles al reinante neoliberalismo- las grandes empresas sustituían la innovación tecnológica por la obtención de réditos a corto plazo. Esta política de financiarización de la economía repercutió en el aumento de la desigualdad y el retraso productivo.

Como explica un reciente informe de The Economist, “entre 2006 y 2017, Alemania todavía superó a otras economías importantes y estuvo a la par de Estados Unidos, pero hoy está estancada y en 2023 puede convertirse en la única economía importante cuyo PIB se contraiga. Para peor, según el FMI, el crecimiento de Alemania durante los próximos cinco años será más lento que en Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y España.”

Lo peor es que Alemania está literalmente perdiendo su industria: acosadas por el aumento en los costos de producción resultante del crecimiento desmedido de los precios de la energía y la falta de crédito, muchas de las más grandes empresas industriales están trasladando sus inversiones a Estados Unidos y a China. Particularmente la industria química, la tercera rama más grande del país, ha sido la más afectada por el aumento de los precios de la energía. Los fabricantes de productos químicos necesitan grandes cantidades de electricidad para producir materiales utilizados en prácticamente todos los sectores de la economía. En los últimos meses varias importantes empresas químicas alemanas, incluido el líder del mercado BASF, han advertido sobre la caída de sus ganancias y el incumplimiento de los objetivos fijados para este año.

En 2023 el volumen de producción de la industria química disminuyó un 16,5%. En 2022, también hubo una caída del 20%. A finales de diciembre, esta triste cifra bien podría ser igual a la del año pasado. Con una recesión así los despidos masivos son inevitables. La industria química produce fertilizantes para la agricultura y, sin suficientes fertilizantes minerales a un precio accesible, los agricultores alemanes obtendrán rendimientos significativamente menores.

En la industria alemana se mantienen a flote aquellas empresas que siguen cooperando con Rusia. En total, 393 empresas alemanas siguen cooperando con Rusia y en los últimos doce meses han ganado casi 400 millones de euros cuyos impuestos fueron como aire para el erario público.

Reflejando la crisis, este viernes 15 el Banco Central de Alemania (Bundesbank) recortó drásticamente sus previsiones de crecimiento para el próximo año, afirmando que el país tardará en salir del estancamiento. De acuerdo con el Bundesbank, el PBI se contraerá un 0,1% este año, y en 2024 su crecimiento será del 0,4%.

En este contexto la prioridad que la coalición semáforo otorga a la reducción del déficit presupuestario sólo puede profundizar el ciclo recesivo. Según un reciente artículo de la agencia Bloomberg, el compromiso del gobierno no resuelve “la sequía de inversiones” que generarán los recortes propuestos. “Alemania cayó siete puestos este año hasta el puesto 22 en el Anuario de Competitividad Mundial y se ubicó aún más abajo en las categorías de eficiencia gubernamental y empresarial”, dice el texto. Bloomberg concluye sosteniendo que los recortes presupuestarios tendrán efectos negativos en la economía alemana y su industria.

No es de extrañar, entonces, que el apoyo popular a la coalición gobernante haya caído al mínimo registrado desde que está en los cargos, según una encuesta realizada por el Instituto de Investigación de Opinión (INSA, por sus siglas en alemán) para Bild am Sonntag. De las 1.202 personas que participaron en el sondeo entre el 11 y el 15 de diciembre, 15% apoya al SPD, mientras que 12% y el 5% de los electores siguen respectivamente a Los Verdes y al FDP. De esta manera, la coalición gobernante cuenta con el apoyo del 32% de los encuestados. Otro tanto opta por el bloque de la Unión Demócrata Cristiana (CDU, por su nombre en alemán) y la Unión Social Cristiana de Baviera (CSU, por su nombre en alemán), mientras que la extremista Alternativa para Alemania (AfD, por su nombre en alemán) tiene el 23%. Además, el 53% de los entrevistados opinó que el Canciller Scholz debe pedir al Parlamento alemán un voto de confianza como primer paso hacia nuevas elecciones generales.

La financiarización de la economía, el cierre de las centrales nucleares (la última fue clausurada el año pasado), el encorsetamiento de la política por la estabilización presupuestaria, el ciego alineamiento internacional con Estados Unidos y la OTAN, la consecuente aplicación de las sanciones contra Rusia, el impune atentado terrorista contra los gasoductos Nord Stream 1 y 2 y las inmensas erogaciones para apoyar al régimen ucraniano de Volodymir Zelenski están hundiendo a Alemania.

Cuando se fundó la OTAN en 1949, el político francés Robert Schuman la caracterizaba diciendo que “la OTAN sirve para tener a los rusos afuera, a EE.UU. adentro y a Alemania abajo”. Tenía razón: gracias a su alineamiento ciego con Occidente, Alemania hoy está muy abajo.


Por Sebastian Schulz Analista internacional

El nuevo presidente argentino, Javier Milei, y su gobierno, deberán posicionar la política exterior ante la emergente nueva configuración histórica a escala global, de la cual se espera un alineamiento restaurador hacia el orden que ahora defiende Washington y sus aliados, y la cual navegará entre certezas, limitaciones y contradicciones

El ballotage realizado el pasado sábado 19 de noviembre dio como ganador al candidato de La Libertad Avanza, Javier Milei, con poco más del 55% de los votos válidos, frente a poco menos del 45% de su contrincante, Sergio Massa. La decisiva elección encontró enfrentados no sólo dos modelos de desarrollo (o antidesarrollo) nacional, sino también dos miradas sumamente disímiles sobre la inserción de Argentina en el mundo.

El candidato de la coalición “Unión por la Patria”, Sergio Massa, proponía una profundización de los alineamientos geopolíticos que el gobierno nacional había llevado adelante entre 2019 y 2023. La pandemia de Covid-19, que tuvo consecuencias profundamente adversas en la economía nacional, encontró a la Argentina frente a la necesidad de estrechar lazos con países emergentes y en desarrollo, quienes fueron los primeros en brindar los insumos necesarios para reconstruir un sistema de salud golpeado por las políticas de desfinanciamiento del ex presidente Mauricio Macri. China, Rusia e India fueron los países que aportaron la mayor parte de las vacunas que permitieron inmunizar primeramente a los habitantes del país de forma gratuita.

Entre 2019 y 2023, además, Argentina formalizó su incorporación al Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura, firmó el Memorándum de Entendimiento para la incorporación del país a la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China y solicitó, gestionó y consiguió la inclusión del país en el bloque BRICS, el principal espacio de coordinación de los países emergentes más importantes del orden internacional.

La ilegítima e irresponsable deuda de 57 mil millones de dólares que Macri había tomado con el Fondo Monetario Internacional en 2018 dejó al gobierno de Alberto Fernández escasos márgenes de maniobra en política monetaria. Entre 2019 y 2023, Argentina debió afrontar millonarios vencimientos de deuda y renegociar gran parte de la misma. Sumado a ello, la histórica sequía que afectó al sector agrícola nacional agravó la escasez de divisas que el gobierno nacional proyectaba que ingresen al país vía exportaciones. La guerra en Ucrania, en tanto, afectó las cadenas de suministros de los mercados energéticos y alimentarios, dos de los principales recursos con los que cuenta el país. Estas situaciones limitaron la capacidad de la coalición gobernante para acomodar los descalabros económicos heredados del gobierno macrista, y fueron parcialmente resarcidos por los intercambios de divisas (swaps) realizados con China, que llegó a representar el 56% de las reservas internacionales brutas que posee el Banco Central argentino y fue utilizado, entre otras cosas, para cancelar vencimientos con el FMI.

Reuters

Javier Milei, en tanto, dejó en claro desde un principio cuáles serán sus principales alineamientos internacionales. Según él mismo afirmó, el gobierno que asumió el 10 de diciembre de 2023 se alineará con el “mundo libre” occidental, principalmente con los Estados Unidos y con Israel. De este modo, dará por concluida la articulación con los países emergentes y en desarrollo, no formalizará su ingreso al BRICS y se distanciará de los gobiernos progresistas que hoy son mayoría en la región.

Por otra parte, y utilizando una retórica supuestamente “ultraliberal”, Milei afirmó que va a “cerrar” el Banco Central para avanzar en la dolarización de la economía nacional. Pero la propuesta de Milei no implica eliminar las regulaciones estatales a la política monetaria nacional, sino que supone trasladar la soberanía monetaria a la Reserva Federal de los Estados Unidos, que es la que en la práctica toma las decisiones sobre el curso del dólar estadounidense. Por otra parte, Milei intenta de esta manera ayudar a sostener la tambaleante hegemonía del dólar estadounidense, una primacía que Estados Unidos consiguió a sangre y fuego, pero que en los últimos años ha venido perdiendo ante el crecimiento del dinamismo económico de nuevos Estados emergentes.

La política internacional, la verdadera política

El ex presidente argentino Juan Domingo Perón dijo alguna vez que “la verdadera política es la política internacional”. Con una profunda mirada geopolítica, Perón era consciente de que la estrategia de desarrollo nacional de un país no podía desconocer las correlaciones de fuerza entre las principales potencias internacionales y los cambios tectónicos que atraviese un orden mundial específico.

En este marco, es necesario preguntarnos cuál es el estado de situación del orden internacional en el que asume la presidencia argentina Javier Milei, cuales son sus condicionantes y cuales son las posibilidades de éxito de sus alineamientos geopolíticos.

El orden internacional experimenta actualmente un proceso de triple transición sistémica: una transición del poder desde el Norte Global (expresado en los países del G7) al Sur global (expresado en los BRICS), una transición del centro del dinamismo económico global desde el Atlántico hacia el Pacífico y una transición civilizatoria desde el Occidente hacia el Oriente

Reuters

En primer lugar, Estados Unidos ha dejado de ser el centro del dinamismo económico global. Ya en 2016 China superó al país norteamericano en tamaño de su PBI medido según paridad del poder adquisitivo del salario, y se encamina para 2027 a superarlo también en el PBI nominal. Pero, además de la comparación cuantitativa, debemos mirar también la composición de ese PBI, ya que China se ha transformado en el motor manufacturero global, al expresar más del 28% de la manufactura producida en el mundo (más que Estados Unidos, Alemania y Japón juntos), mientras que Estados Unidos posee una economía fuertemente financiarizada, que estuvo al borde de la recesión a principios de 2023.

Pero este no es solo un fenómeno que incluye a China y Estados Unidos. Los países BRICS superaron en 2023 en tamaño de sus economías a los países del G7, y lo mismo podemos decir del Asia Pacífico en su conjunto, que pasó a ser ya en 2013 la región más dinámica de la economía global.

Estados Unidos, en este marco, ha venido perdiendo paulatinamente la capacidad de “ordenar” (ejercer su hegemonía) al resto del orden internacional. Si en la década del ’90 se decía que la potencia norteamericana ofrecía “palos y zanahorias” (en términos gramscianos, coerción y consenso), para 2023 solo tiene para ofrecer “palos”. La crisis económica estructural que atraviesa Estados Unidos (y que tuvo su manifestación más cruda durante el estallido de la burbuja especulativa en 2008) derivó en que el país no tenga prácticamente nada interesante para ofrecer al mundo. Los grandes tratados globalistas de asociación transpacífica y transatlántica impulsados por Barack Obama fueron tumbados por Donald Trump, y la suntuosa iniciativa Build Back Better World anunciada por Joe Biden en 2021 y que prometía destinar 40 billones de dólares en infraestructura para 2035 quedó prácticamente en la nada.

En contraposición, la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China se ha posicionado como la principal herramienta del Sur Global para hacer frente a sus déficits de infraestructura. A través de la “Nueva Ruta de la Seda”, China no solo ha aportado miles de millones de dólares en la construcción de puertos, aeropuertos, redes ferroviarias, carreteras, represas hidroeléctricas, parques eólicos y solares, etc., sino que también ha promovido un nuevo modelo de relaciones internacionales basada en el beneficio mutuo, el diálogo de civilizaciones y la prosperidad común. Tanto éxito ha tenido la iniciativa, que más de 150 países del mundo ya se han incorporado a la misma.

Pero la articulación y coordinación de los países emergentes y en desarrollo, por supuesto, no se limita a su participación en la Iniciativa de la Franja y la Ruta, sino que asimismo han creado foros y organizaciones internacionales para aumentar sus capacidades de poder y autonomía frente a la avanzada de occidente. Entre ellas, se destacan la Organización para la Cooperación de Shanghái, la Unión Económica Euroasiática, la Unión Africana y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños.

Además de estos espacios, es ineludible mencionar aquí al bloque BRICS, que se ha posicionado en estos últimos años como el principal foro de coordinación de los países emergentes. Desde su primera cumbre en Ekaterimburgo en 2009, los BRICS han manifestado explícitamente la necesidad de que los países emergentes y en desarrollo tengan más voz y participación en los asuntos globales, y han demandado construir un nuevo tipo de relaciones internacionales recuperando los cinco principios de coexistencia pacífica, entre los que se encuentran el respeto por los modelos de desarrollo adoptados por cada país, el respeto por la soberanía y la integridad territorial, la no injerencia en asuntos internos de los Estados y la paz como único método legítimo de solución de los conflictos.

Por ello, no debería sorprendernos (pero tampoco pasarse por alto) que más de 40 países emergentes y en desarrollo hayan solicitado formal o informalmente su inclusión al BRICS entre 2022 y 2023. Incluso, aliados históricos de Estados Unidos, como Arabia Saudita, han solicitado su membresía. Hasta el presidente francés Emmanuel Macron pidió silla para participar de la última cumbre de Sudáfrica, donde se definió la ampliación del bloque.

Por el contrario, el supuesto “adalid” del “mundo libre”, los Estados Unidos, tanto bajo la anterior administración de Donald Trump como en la actual de Joe Biden, ha impulsado un arsenal de sanciones a empresas e individuos considerados “peligrosos” para los intereses nacionales de los Estados Unidos. Además, el Estado norteamericano ha restringido o directamente prohibido a sus empresas comerciar bienes considerados “estratégicos” con determinados países, y ha establecido aranceles (impuestos) a productos específicos para proteger su industria nacional. Estados Unidos, en este marco, ha utilizado la primacía del dólar como moneda hegemónica para imponer sanciones y bloqueos a cualquier Estado que se proponga un mínimo proceso de insubordinación.

Pero, hay que decir, la utilización de sanciones, intervenciones bélicas y diversos tipos de reprimendas a países en desarrollo es expresión de la debilidad de Estados Unidos para disciplinar al mundo emergente, una capacidad que ostentó durante gran parte de la década del ’90 pero que hoy definitivamente ha perdido. Ni siquiera sus anunciadas “Cumbres por la Democracia”, que tenían el objetivo de alinear occidente contra los BRICS y el resto del Sur global, han surtido efecto.

En este contexto, el mundo emergente está actualmente “escapando” del dólar. Si para 1999 más del 70% de las reservas mundiales de divisas estaban en dólares, ese número hoy ha bajado a menos del 60%. Ese porcentaje, lógicamente, ha sido ocupado por otras divisas, entre ellas el Euro y el Yuan chino. La estrategia de los BRICS no es implosionar de un día para el otro la primacía del dólar, sino ir desarmándola lentamente, para que no produzca un cimbronazo en el orden económico internacional.

Para ello, han comenzado paulatinamente a impulsar el comercio en monedas nacionales, tanto en el marco del BRICS ampliado como de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, de la Asociación Económica Integral Regional (RCEP), la Unión Económica Euroasiática, entre otros. Incluso grandes países reservorios de energía, como Irán y Arabia Saudita, han decidido comerciar en Yuanes con China y, en el marco de las sanciones estadounidenses a Rusia, la India decidió comerciar con ese país en monedas locales. Es por ello que Javier Milei busca salvaguardar la primacía del dólar, que ha sido el principal sostén de la hegemonía norteamericana y actualmente está en proceso de declive.

¿Alineamientos contradictorios?

A su vez, y a la par de su férreo alineamiento a Washington, Milei parece querer intentar conciliar frentes geopolíticos que, a primera vista, resultan incompatibles o, al menos, problemáticos entre sí. Esto se debe a que su alineación internacional con el eje en Estados Unidos, implica asumir posturas en cierta (o total) medida contradictorias dentro del mismo país norteamericano y de su órbita de Estados subyacentes, como la Unión Europea o Australia. Este desafío se manifiesta en la marcada división en temas específicos de suma importancia, como el debate entre el globalismo y el nacionalismo, la política exterior hacia Ucrania y Rusia, el proteccionismo y la industrialización, así como la actitud hacia la democracia liberal, cuestiones que generan notables discrepancias entre las élites occidentales, que en lo único que parecen estar de acuerdo es en su anticomunismo, su rechazo al multipolarismo y su actitud en contra de China como superpotencia ascendente.

 Matias Baglietto / Reuters

De este modo, la simpatía de Milei hacia figuras como Jair Bolsonaro, Viktor Orbán de Hungría, Vox de España o el propio Donald Trump, podría entrar en contradicción con su aparente postura pro-Zelenski o anti-Rusia respecto a Ucrania. De hecho, el propio Donald Trump aseguró hace un tiempo que la cuestión de Ucrania no estaría entre sus prioridades en el caso de retornar al gobierno y el Partido Republicano ha bloqueado en repetidas ocasiones la ayuda militar norteamericana al país europeo.

Todo esto plantea un eje problemático de posibles incoherencias, desencuentros o desafíos en la política exterior de este nuevo gobierno encabezado por Milei y sus aliados políticos respectivamente.

Los escenarios para el nuevo gobierno

Más allá de sus pretensiones y de sus declaraciones de campaña, Milei asume el gobierno nacional condicionado por un contexto internacional que va a contramano de sus alineamientos internacionales. Milei puede aspirar a ubicarse dentro del occidente geopolítico y aceptar la subordinación al plan del Norte global, pero encuentra un mundo donde ese Norte global se encuentra atravesando una crisis de hegemonía estructural.

En ese sentido, el gobierno de Milei probablemente navegue entre varios escenarios posibles para su rumbo en materia internacional. En primer lugar, su idea original es plegarse linealmente a las órdenes de sus jefes norteamericanos, que demandarán la desarticulación del ya golpeado aparato industrial argentino, avanzar hacia la dolarización (de facto o de hecho) de la economía nacional, el remate a costo cero de las empresas estratégicas del Estado y la ruptura de relaciones geopolíticas con las potencias emergentes y en desarrollo. En este escenario, el gobierno de Milei depende en gran medida de una vuelta de Donald Trump (o de alguno de los halcones del Tea Party del Partido Republicano) al gobierno de los Estados Unidos en las elecciones de 2024. Una nueva victoria de los Demócratas, más proclives a apoyar candidatos de la derecha “progresista”, probablemente implique una merma del apoyo internacional a Milei.

Por otro lado, en segundo lugar, Milei enfrenta un problema importante, y es que si pretende deshacerse del mercado chino, deberá recibir un apoyo financiero de Estados Unidos que el país del norte es incapaz de hacer en este momento. Al igual que ya pasó en la década del ‘90, el gobierno de Milei probablemente espere contar con fondos recibidos por el remate de las empresas estratégicas del Estado, como la petrolera YPF, la fábrica de satélites ARSAT, el sistema ferroviario, entre otras. Pero si la movilización popular le impide (por lo menos parcialmente) llevar adelante esta política, Milei se verá obligado (como ya lo hizo el ex presidente brasilero Jair Bolsonaro) a pedir disculpas por todo lo que dijo del país asiático, implorar “volver a fojas cero” y continuar con los negocios heredados del gobierno anterior. Principalmente, aquellos ligados a la exportación de alimentos, energías renovables y algunas obras de infraestructura civil, las cuales benefician a las empresas ligadas a Mauricio Macri y a otras que fueron parte de los apoyos recibidos por Milei. Por supuesto, de ninguna manera se espera que continúen los acuerdos en sectores estratégicos, como el nuclear, tecnológico, entre otros. Esto mismo aplica al BRICS, bloque al cual la canciller Diana Mondino ya informó que Argentina, por ahora, no ingresará. Pero, en el caso de que el Partido Republicano no gane las elecciones de 2024, o que no haya una nueva oleada de golpes de Estados que pongan a aliados neoconservadores en algunos de los países de la región, la nueva cancillería libertaria podría reevaluar su pertenencia al bloque, aprovechando que el mismo no impone condiciones a la política doméstica, y que incluso Bolsonaro fue parte del mismo.

Más allá de los pretendidos alineamientos internacionales explícitos de Javier Milei, el nuevo presidente libertario deberá hacer uso de la realpolitik para administrar su estrategia internacional. Es que el mundo en el que asumirá Javier Milei ya no es el mismo que el de la década del noventa.

Sebastian Schulz

Licenciado en Sociología. Becario Doctoral del CONICET. Docente UNLP y UNLa. Investigador del Centro de Estudios Chinos (IRI-UNLP) y del Centro de Investigaciones en Política y Economía (CIEPE). Integrante del Grupo de Trabajo de CLACSO «China y el mapa del poder mundial» y «Geopolítica, integración regional y sistema mundial»

Publicado en Presente Global: https://presente.global/javier-milei-argentina-y-el-nuevo-orden-global.html

Yemen ha sacudido la trayectoria de la guerra de Israel en Gaza al atacar barcos en ruta hacia el Estado ocupante. Estados Unidos y sus aliados ahora amenazan con establecer un grupo de trabajo naval en respuesta, una medida que probablemente resulte contraproducente y avivará aún más conflictos.

Por Khalil Harb

En lugar de presionar a Israel para que detenga su brutal ataque a la Franja de Gaza, la administración Biden ahora está movilizando flotas árabes y occidentales -y tal vez también una israelí- para salvar los intereses económicos, políticos y de Tel Aviv.

En medio de intensas operaciones navales llevadas a cabo contra embarcaciones con destino a Israel por parte de las fuerzas armadas de Yemen alineadas con Ansarallah, esta movilización estadounidense se está llevando a cabo con el pretexto de defender la libertad de navegación en el Mar Rojo y Bab. al-Mandab. 
Oficialmente, Washington afirma que está haciendo todo lo posible para evitar que la guerra de Israel se expanda hasta convertirse en una confrontación regional, y ha instalado públicamente a Tel Aviv a que baje el tono de sus ataques indiscriminados contra civiles en la franja sitiada. 

En realidad, sin embargo, la Casa Blanca está empleando una retórica vacía para darle a Israel más tiempo para lograr una victoria en Gaza y eliminar la resistencia palestina.

La propuesta estadounidense de reunir una fuerza naval internacional para proteger la navegación en el Mar Rojo sólo puede entenderse en el contexto del apoyo incondicional de Estados Unidos a Israel. Cuando el Asesor de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, anunció conversaciones el 4 de diciembre sobre la formación de un grupo de trabajo naval, Tel Aviv rápidamente intensificó sus amenazas de represalias militares contra Yemen por obstruir los barcos israelíes y aquellos asociados con intereses israelíes en Bab. al-Mandab.

Estados Unidos busca un papel mayor en el Mar Rojo 

En lugar de prestar atención a las repetidas advertencias del líder de Ansarallah, Abdulmalik al-Houthi, a Washington de que deje de apoyar la guerra de Israel contra Gaza tras la operación Inundación de Al-Aqsa de la resistencia palestina el 7 de octubre, la La administración Biden parece haber hecho la vista gorda. 

En lugar de presionar a Tel Aviv para que impida una escalada regional, Washington ha abierto un puente aéreo de armas hacia Israel que supera con creces sus suministros de armas a Ucrania durante un período similar. Estados Unidos incluso ha ampliado su despliegue militar en la región y se ha enfrentado directamente a los misiles y drones yemeníes que apuntan a la ciudad de Umm al-Rashrash (Eilat), en el sur de Israel.

A pesar de dos meses de una matanza sin precedentes contra los civiles de Gaza que ha invertido la opinión mundial contra Tel Aviv, Estados Unidos parece no estar dispuesto a confrontar la decisión de Israel de librar una guerra prolongada . En cambio, el enfoque de la Casa Blanca se ha centrado en proteger los intereses comerciales de Israel en el Mar Rojo y ha enredado a Estados Unidos en la formación de un grupo de trabajo naval profundamente controvertido en Asia Occidental.

La semana pasada, después de que la campaña militar de Yemen para detener el transporte marítimo vinculado a Israel cobrara impulso, el jefe del Consejo de Seguridad Nacional de Israel, Tzachi Hanegbi, declaró que “si el mundo no se ocupa de ello, tomaremos medidas ”. Esto siguió a la discusión del secretario de Defensa estadounidense, Lloyd Austin, con su homólogo saudí, Khalid bin Salman, sobre las “amenazas hutíes a la libertad de navegación en el Mar Rojo”, a principios de mes.  

Sullivan dejó las cosas más claras cuando anunció conversaciones en curso para formar un grupo de trabajo marítimo de “algún tipo” para garantizar el paso seguro de los barcos en la vía fluvial.
La expresión “algún tipo” de fuerza indica que Washington no pretende limitarse a la llamada “Fuerza de Tarea Conjunta 153”, que se formó hace dos años para “combatir las actividades terroristas y de contrabando” en el Mar Rojo y el Golfo. de Adén. Esta fuerza incluye 15 países, incluidos Estados Unidos, Arabia Saudita, Egipto y Jordania, pero no incluye a Israel.
De hecho, el nuevo ‘grupo de trabajo’ parece cada vez más una medida estadounidense para enfrentar a Yemen de manera más directa, después de una guerra de ocho años que sus aliados sauditas y emiratíes no lograron ganar. También es una oportunidad para imponer la integración regional de Israel a los estados de Asia occidental, involucrando a Tel Aviv en una misión militar con poderes más amplios, mayores armamentos y de naturaleza multinacional.

Desafío de Ansarallah para el CTF 153

Las intenciones de Washington han sido claras desde al menos febrero de 2022, cuando Estados Unidos supervisó ejercicios militares navales en los que participaron 60 países, incluido Israel, la primera vez que el Estado ocupante participó en ejercicios junto a países árabes con los que carecen de relaciones diplomáticas formales.

CTF 153 es la cuarta fuerza de su tipo en el marco de la «Fuerza Marítima Combinada» (CMF), una alianza de fuerzas multinacionales de 39 países establecida en 2002 bajo el mando de la Quinta Flota en Bahréin, aparentemente para combatir las actividades de Actores ilegales y terrorismo internacional en los mares. 

El CMF incluye otros tres grupos de trabajo (150, 151 y 152). Entre los países participantes se encuentran Australia, Bélgica, Brasil, Francia, Alemania, Grecia, India, Irak, Italia, Japón, Corea del Sur, Noruega, Kuwait, Portugal, Qatar, Singapur, España, Tailandia, Turquía y Gran Bretaña.
Pero según Defense News , Estados Unidos “no necesita crear un nuevo grupo de trabajo; existe un grupo de trabajo dentro de las Fuerzas Marítimas Combinadas, a saber, CTF 153, que puede proporcionar un buen comienzo”.

Esto se debe a que la misión actual del CTF 153 es “centrarse en la seguridad marítima internacional y los esfuerzos de creación de capacidad en el Mar Rojo, Bab al-Mandeb y el Golfo de Adén”.

De hecho, las fuerzas estadounidenses y francesas se enfrentaron a drones y misiles lanzados por los yemeníes en los últimos días.

Sin embargo, una posible intensificación de los ataques de Ansarallah contra buques asociados a Israel podría plantear un desafío importante para el CTF 153. Debido al volumen sustancial de buques que atraviesan las aguas cercanas a Yemen, desde el Golfo de Adén hasta Bab al-Mandab y el Mar Rojo, la fuerza naval tendría que enfrentarse a aproximadamente 21.000 buques. 

Objetivos geopolíticos y seguridad energética

Bab al-Mandab, en particular, se identifica como un punto vulnerable por el que pasa anualmente el 12 por ciento del total del comercio marítimo mundial. Esto plantea algunas consideraciones importantes para las partes que intentan obstaculizar las capacidades de Ansarallah: 

Estados Unidos, por ejemplo, se verá obligado a proporcionar una gran cantidad de buques militares multimisión a través de grandes masas de agua. El informe de Defense News destacó la necesidad de la presencia de Israel junto a Egipto, Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos y Bahrein en la fuerza naval propuesta, además de los países del G7 que incluyen a Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón. y Gran Bretaña.

Washington necesitará incluir a un gran número de países regionales -e incluso lejanos- en esta fuerza, lo que conducirá efectivamente a la militarización de áreas marítimas enteras desde el Mar Mediterráneo hasta el Canal de Suez, el Golfo de Aqaba, el Mar Rojo, el Golfo de Adén, el Mar Arábigo, hasta el Golfo Pérsico.
Mientras Estados Unidos compite con China y Rusia, su objetivo general es afirmar su dominio sobre los corredores internacionales , fortalecer la seguridad energética y gestionar los conflictos geopolíticos en Asia occidental. Sin embargo, la escalada estadounidense para salvar los intereses de Israel plantea el espectro de iniciar una guerra regional, contradiciendo las afirmaciones de Washington de tratar de evitar tal escenario.

Esta mayor tensión genera preocupación sobre posibles ataques estadounidenses contra Yemen, poniendo en peligro la frágil tregua que detuvo la guerra de siete años liderada por Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos. También corre el riesgo de socavar los esfuerzos de la ONU para consolidar el alto el fuego. 

Según informes de prensa , Estados Unidos ya está presionando a Riad para que retrase la firma de un acuerdo de paz con Yemen. En cambio, Washington está instalando a los sauditas a renovar su confrontación con Yemen uniéndose al grupo de trabajo ampliado de protección marítima.

Tal participación implica acciones militares estadounidenses, occidentales, árabes o israelíes en la agresión contra Yemen, amplificando el resentimiento regional contra la percepción de que Estados Unidos se inclina a favor de Israel.

‘Coalición de contención’ 

En respuesta al desafío que plantea Yemen a la alianza estadounidense, árabe e israelí, están surgiendo varias ideas y propuestas, entre ellas: 

Atacar sitios de lanzamiento de misiles y drones e instalaciones de radar en Yemen; Reclasificar a Ansarallah como organización terrorista e imponer sanciones, incluido un embargo de armas;  

Fortalecer el armamento de la “Guardia Costera” afiliada al Consejo de Transición del Sur ( STC ), respaldado por los Emiratos Árabes Unidos; Monitorear los movimientos de las fuerzas navales iraníes y establecer una red de defensa aérea y antimisiles en la región; Explorar la utilización de las capacidades de Israel y Arabia Saudita para formar una » coalición de contención «, como sugiere el Instituto Washington.

Las de la administración Biden, presentadas como esfuerzos para salvar los intereses internacionales, hacen que uno se pregunte cuáles son los verdaderos motivos para crear una nueva fuerza de trabajo naval y el posible impacto en la paz y la estabilidad en Asia occidental. 

Mientras Estados Unidos persigue sus objetivos estratégicos, existe una preocupación genuina de que pueda desestabilizar una situación geopolítica ya inestable, incorporando a otras grandes potencias a la ecuación. 

Es importante recordar la máxima de que ninguna acción queda sin reacción. Cualesquiera que sean los aviones estadounidenses e israelíes para enfrentar a Ansarallah, enfrentarán una respuesta. Si la historia sirve de juez, las aventuras exteriores de Washington están plagadas de consecuencias no deseadas que refuerzan a sus enemigos. 

Si el plan es destruir las capacidades militares de Yemen, Saná responderá con dureza y bien podría “cerrar el Mar Rojo durante años”, dicen fuentes oficiales yemeníes a The Cradle . Las fuentes dicen que Ansarallah envió sus “amenazas defensivas” a Washington en respuesta a las amenazas estadounidenses que recibieron a través de intermediarios. En consecuencia, las opciones de Washington y Tel Aviv parecen muy limitadas para enfrentar a Yemen.Las opiniones expresadas en este artículo no reflejan necesariamente las de The Cradle y de Dossier Geopolitico.

POR M. K. BHADRAKUMAR

En la conferencia de prensa de fin de año que tuvo lugar el jueves, que duró cuatro horas, el presidente ruso Vladimir Putin hizo algunos comentarios clave sobre el conflicto en Ucrania que arrojan luz sobre la probable trayectoria de la guerra hasta 2024. Sin duda, Rusia no aceptará una situación “congelada”. conflicto” que no alcanza a alcanzar los objetivos que Putin había establecido al comienzo de las operaciones militares especiales en febrero del año pasado. 

Putin declaró: “Habrá paz cuando alcancemos nuestros objetivos… Ahora volvamos a estos objetivos que no han cambiado. Me gustaría recordarles cómo las formulamos: desnazificación, desmilitarización y un estatus neutral para Ucrania”. 

Describió la desnazificación y la desmilitarización como un trabajo en progreso, al tiempo que dejó de lado la cuestión crucial de un estatus neutral para Ucrania, una noción que el Occidente colectivo rechaza rotundamente mientras sigue adelante con su intervención en nuevas formas a pesar del fracaso de la contraofensiva de Kiev que lleva meses. Irónicamente, el acento en la narrativa occidental revisada es crear una industria de defensa fuerte y resiliente en Ucrania, eventualmente con tecnología y capital occidentales para protegerse de cualquier amenaza militar rusa en el futuro. 

Respecto específicamente a la desnazificación, Putin dijo que durante las negociaciones en Estambul el año pasado en marzo, Kiev mostró receptividad hacia la idea de legislar contra la propagación de la ideología extremista, pero eso está enterrado en el pasado. En cuanto a la desmilitarización, esa idea tampoco tuvo éxito cuando Ucrania comenzó a recibir armamento “incluso más de lo prometido por Occidente”. 

Por lo tanto, a Rusia no le queda otra opción que seguir destruyendo la capacidad militar ucraniana como núcleo del proceso de desmilitarización. Pero Putin creía que aún se pueden negociar ciertos parámetros y, de hecho, “de hecho, los acordamos [con los negociadores ucranianos] durante las conversaciones de Estambul; aunque más tarde se descartaron, logramos llegar a un acuerdo”. La alternativa a alcanzar un acuerdo sobre desmilitarización es “resolver el conflicto por la fuerza”. Esto es por lo que nos esforzaremos”. Sin embargo, con este fin, Putin descartó otra movilización ya que “habrá alrededor de medio millón de personas [en la zona de guerra] para finales de este año”. 

Estos comentarios llevan el sello de un estadista que habla desde una posición de fuerza y ​​que también es consciente de ello. Putin afirmó que las fuerzas rusas están “mejorando su posición casi a lo largo de toda la línea de contacto. Casi todos ellos están envueltos en combate activo. Y la posición de nuestras tropas está mejorando a lo largo de [toda la línea de contacto]”. Putin no expresó ninguna voluntad de llegar a un acuerdo con Estados Unidos y la UE. 

Significativamente, Putin dijo que la parte sur de Ucrania “siempre ha sido territorio ruso… Ni Crimea ni el Mar Negro tienen ninguna conexión con Ucrania. Odessa es una ciudad rusa”. Se trata de una declaración siniestra que implica que, después de todo, la operación rusa podría extenderse a Odessa, que está en el lado occidental del Dnieper, e incluso más hacia el oeste, a lo largo de la costa del Mar Negro, hasta Moldavia, lo que convierte a Ucrania en un país sin litoral. Un conflicto prolongado está en juego. 

Por el contrario, las informaciones de los medios de comunicación estadounidenses que citan a funcionarios estadounidenses dan la impresión de que en estos momentos no hay voluntad de tirar la toalla. Por supuesto, esto se basa en la creencia de que Rusia tendrá dificultades para alcanzar sus objetivos y que, para fines de 2024, la marea de la guerra puede cambiar y Rusia puede verse obligada a llegar a un acuerdo. Por lo tanto, se está elaborando una nueva estrategia entre los militares estadounidenses y ucranianos que puede ejecutarse a principios de 2024 con el acento estadounidense en mantener el territorio que Ucrania controla a partir de ahora y atrincherarse. 

El New York Times informó que el ejército ucraniano sigue una “política de avance”. El Pentágono ha destinado a un general de tres estrellas en Kiev con miras a “intensificar el asesoramiento militar cara a cara que proporciona a Ucrania”. Este podría ser el comienzo del despliegue de asesores militares estadounidenses en Ucrania para supervisar la guerra, lo que colocará al Pentágono en un papel directo en la gestión de las operaciones tanto desde el punto de vista táctico como estratégico. 

Mientras tanto, el Senado de los Estados Unidos aún no ha pronunciado la última palabra sobre la exigencia de la Administración de 61.000 millones de dólares como fondos adicionales para Ucrania. Lo más probable es que el Senado finalmente apruebe el proyecto de ley, ya que existe un gran apoyo entre los legisladores republicanos al esfuerzo bélico. La Administración está insistiendo en que Rusia tiene una agenda “imperial” hacia los países de la OTAN y que están en juego intereses vitales de Estados Unidos para impedir que Rusia gane la guerra. 

Curiosamente, en un acontecimiento relacionado hace dos días, El Congreso aprobó una legislación que impediría que cualquier presidente retire a Estados Unidos de la OTAN sin la aprobación de el Senado o una ley del Congreso. Del mismo modo, Europa también está dando vueltas y adoptando una visión a largo plazo de que el aumento de la producción de armas por parte de Rusia para sostener sus operaciones en Ucrania representa una amenaza real para Europa, especialmente para los Estados bálticos, Georgia y Moldavia. El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, advirtió la semana pasada que “si Putin gana en Ucrania, existe un riesgo real de que su agresión no termine allí”. 

El Ministro de Defensa alemán, Boris Pistorius, se hizo eco de ese sentimiento cuando dijo el sábado que Europa debe aumentar sus capacidades de seguridad y defensa para responder a la amenaza que representa Rusia, ya que Estados Unidos probablemente reducirá su participación en el continente en los próximos años y dirigirá cada vez más su atención a la región del Pacífico en la próxima década. Como él mismo lo expresó: “Esto no es sólo un ruido de sables. Los peligros podrían acechar al final de esta década”. 

El mensaje de la reunión del Consejo Europeo celebrada en Bruselas el viernes pasado también es que, sorteando la oposición de Hungría, los líderes de la UE están buscando un camino para garantizar que Ucrania seguirá recibiendo su paquete de ayuda de 50.000 millones de euros para ayudar a apuntalar su vaciada economía, si es necesario, dando el paso radical de sacrificar la unidad de la UE y proporcionando el dinero de forma bilateral. Se espera que los líderes de la UE vuelvan a reunirse a finales de enero o principios de febrero para resolver el problema. 

El viernes, el Ministerio de Asuntos Exteriores de Ucrania emitió un comunicado en el que elogiaba la apertura de las negociaciones para la adhesión a la UE y expresaba optimismo sobre el paquete de ayuda de 50.000 millones de euros de Bruselas. A pesar de las duras palabras, Rusia también debe sentir que la UE finalmente encontrará una manera de resolver de alguna manera la cuestión financiera. Por el momento, sin embargo, el estancamiento en Bruselas y Washington sobre la ayuda ha generado un aire de incertidumbre, lo que es una mala óptica para Kiev y juega con la narrativa rusa. 

Con todo, los duros comentarios de Putin el jueves tienen en cuenta que Estados Unidos no irá a ninguna parte, sino que se quedará en Ucrania y que el plan de juego de la administración Biden es renovar la estrategia de guerra para ponerla sobre una base más sólida y hacerla sostenible durante el período. por delante hasta las elecciones de noviembre de 2024. 

La esperanza del Kremlin de que el apoyo de Estados Unidos a Ucrania esté disminuyendo parece fuera de lugar. Curiosamente, el portavoz Dmitry Peskov añadió en buena medida en una entrevista el viernes con la cadena NBC News que Putin preferiría un presidente estadounidense que sea «más constructivo» hacia Rusia y comprenda la «importancia del diálogo» entre los dos países. Peskov añadió que Putin estaría dispuesto a trabajar con “cualquiera que entienda que a partir de ahora hay que tener más cuidado con Rusia y tener en cuenta sus preocupaciones”. 

De aquí a las elecciones presidenciales de marzo en Rusia, la política interna se irá calentando. Después de la reelección de Putin para un nuevo mandato de seis años como presidente, algo que se espera ampliamente, cuando se forme el nuevo gobierno, la campaña para las elecciones estadounidenses se habrá acelerado y es seguro apostar que la guerra en Ucrania comenzará. piloto automático, con la prioridad casi por completo en evitar cualquier vergüenza grave para la candidatura a la reelección de Biden. 

Baste decir que evitar una derrota militar en Ucrania y mantener el estancamiento será el objetivo singular de la administración Biden hasta 2024. La gran pregunta es si Putin “cooperaría” o tendría algunas sorpresas guardadas. Peskov ha comenzado a mirar más allá de la presidencia de Biden.

Por Sergio Rodríguez Gelfenstein

El pasado 14 de diciembre, un día después de escribir la primera parte de este trabajo, se dio a conocer que el Senado de Estados Unidos aprobó el proyecto de Ley de Autorización de Defensa Nacional (NDAA, por sus siglas en inglés), instrumento que establece los gastos y políticas del Departamento de Defensa del país, facultando al Pentágono un gasto récord de 886 mil millones de dólares para el año fiscal 2024.

Ahora, la iniciativa será considerada por la Cámara de Representantes. El documento, contempla erogaciones como la compra de buques, municiones y aviones, así como ayuda militar a Ucrania y medidas encaminadas a contrarrestar la influencia de China en el Pacífico. No obstante, esta cifra es falsa pues en realidad, es mucho mayor.

Durante décadas, investigadores independientes han afirmado que el gasto militar real de Estados Unidos es aproximadamente el doble del oficialmente reconocido .  En 2022, el gasto militar real de Estados Unidos alcanzó los 1,537 billones de dólares, duplicando el que se informó públicamente de 877 mil millones de dólares. Estos datos son informadas a partir de cifras de la Oficina de Administración y Presupuesto de Estados Unidos (OMB).

Pero ellas encaran una trampa porque adolecen de dos deficiencias importantes. En primer lugar, las cifras proporcionadas por la OMB con respecto al “gasto de defensa” son sustancialmente más bajas que las proporcionadas en las Cuentas Nacionales de Ingreso y Producto (NIPA) de Estados Unidos, la fuente más completa y definitiva sobre el ingreso y el gasto nacional del país al punto que es la base total de análisis de la economía estadounidense. 

En segundo lugar, como es bien sabido,  áreas clave del gasto militar estadounidense están incluidas en otras partes del gasto federal y no entran en la categoría de “gasto de defensa” de la OMB. A ese monto habría que agregar los gastos espaciales federales, y el total real de las subvenciones a países extranjeros. También se debe considerar el seguro médico militar (que consiste en pagos por servicios médicos para dependientes del personal militar en servicio activo en instalaciones no militares). 

Según un estudio para la revista Monthly Review de Gisela Cernadas, economista de la Universidad Nacional de La Plata en Argentina y John Bellamy Foster, profesor emérito de sociología en la Universidad de Oregon en Estados Unidos, estas cifras deberían incluir además, beneficios, seguro de vida y otros costos para veteranos, seguro médico militar, partes militares del espacio, gastos, subvenciones en ayuda a otros gobiernos y la proporción de intereses netos atribuidos a los gastos militares federales reales. 

En cualquier caso, el gasto militar informado de Estados Unidos es tres veces superior al de China (292 mil millones de dólares) y 10 veces el de Rusia (86.4 mil millones de dólares). De hecho, el gasto militar de Estados Unidos es casi igual al de los 10 países que lo siguen en la tabla, incluyendo Rusia, China e India, sus aliados en la OTAN, Reino Unido, Francia, Alemania e Italia además de Japón, Corea del Sur y Ucrania. 

Habida cuenta los datos que mencioné en la primera parte de este trabajo, no es el gasto lo que mide la eficiencia de las fuerzas armadas en el planeta. En el caso de Estados Unidos, tal situación tiene además otra mirada, si se considera que la fabricación de armamento es el principal componente de su alicaída economía. De esta forma, la elevación de su gasto militar y las presiones para que sus aliados lo imiten, está directamente relacionado con la necesidad de salvaguardar el potencial económico y la estabilidad del país.

De manera tal que hacer la guerra o generar conflictos responden a una necesidad vital de la nación norteamericana. La paz es considerada una enemiga de su economía. Así se desprende de las declaraciones de James O’Brien subsecretario de Estado para Asuntos Europeos y Euroasiáticos durante una audiencia del Comité de Relaciones Exteriores del Senado sobre la financiación a Ucrania, quien admitió que el conflicto armado en ese país, apunta en tal sentido. O´Brien manifestó que: «La batalla por Ucrania también nos permite revitalizar nuestra propia base industrial. Estamos creando nuevas tecnologías energéticas y poniéndolas en práctica en todo el mundo. Estamos construyendo nuevas tecnologías de defensa».

Esta declaración coincide con las informaciones que dan cuenta que los pedidos militares para Ucrania han incrementado los ingresos de los principales contratistas de defensa estadounidenses, como Lockheed Martin, General Dynamics, Raytheon Technologies Corporation (RTX), Boeing, y Northrop Grumman entre otros. 

Fue el propio presidente Joe Biden quien vino a corroborar la apreciación de O´Brien. Al instar al Congreso a aprobar un presupuesto de ayuda bélica para Ucrania e Israel, el presidente utilizó el mismo argumento de su funcionario develando lo que hasta el momento era un “secreto” en el país: la dependencia significativa de su economía a partir de las guerras. Al respecto, Biden incluso fue más explícito que O´Brien: “Enviamos equipo a Ucrania que está en nuestros arsenales. Y cuando usamos el dinero aprobado por el Congreso, lo usamos para reabastecer nuestras propias reservas, nuestros arsenales, con nuevo equipo. Equipo que defiende a Estados Unidos y está hecho en Estados Unidos”. Y detalló: “…misiles Patriot para baterías antiaéreas hechos en Arizona; municiones de artillería fabricadas en 12 estados a través del país [incluyendo] Pensilvania, Ohio, Texas”.

Por su parte, el Wall Street Journal recoge las declaraciones de Jason Aiken, ejecutivo financiero en jefe de General Dynamics, quien comentó que la guerra de Ucrania ya había elevado la demanda por los productos de la empresa. Aiken apuntó que creía “que la situación israelí solo impondrá aún más presión hacia arriba sobre esa demanda”. De la misma manera, William D. Hartung, investigador senior y especialista en el complejo industrial militar en el Instituto Quincy en Washington, explicó que las mayores contratistas militares del país “no existirían sin un flujo constante de financiamiento desde el Pentágono”. Y para que no haya dudas, puso el ejemplo de Lockheed Martin que recibe un 73% de sus ingresos de ventas a través de contratos con el gobierno de Estados Unidos. Remató su idea afirmando que estas, no eran empresas capitalistas en el sentido tradicional.

De esta manera quedó expuesto con expresa autenticidad el vínculo macabro entre guerra y economía que sustenta la existencia de Estados Unidos en su devenir cotidiano. Aunque, también necesita demostrar liderazgo para mantener su hegemonía. En este sentido, el secretario de Defensa, Lloyd Austin, aseguró que los problemas de la actualidad no harán sino «agravarse» sin un liderazgo estadounidense «fuerte y firme».

Austin, quien tras retirarse del servicio activo en las fuerzas armadas en 2016 pasó a formar parte de la junta directiva de Raytheon Technologies, Nucor y Tenet Healthcare, con regularidad emite opiniones orientadas a elevar las ventas del Complejo Militar Industrial. Es así, que el pasado 2 de diciembre durante su intervención  en el Foro de Defensa Nacional Reagan en California,  afirmó que «solo un país en la Tierra puede ofrecer el tipo de liderazgo que exige este momento». Ese país, según él, es Estados Unidos.

Este fue el contexto en el que Austin lanzó lo que denominó «el esfuerzo de modernización [de las fuerzas armadas] más ambicioso en casi 40 años», consistente en una inversión de unos 50 mil millones de dólares en la base industrial de defensa. Esto, según él, le dará al país norteamericano una «última ventaja estratégica que ningún competidor puede igualar». Pero, como ya va siendo habitual entre los líderes políticos de Washington, este anuncio no se podía hacer sin la retórica que caracteriza a la nación imperial desde su propio nacimiento: «El Ejército estadounidense es la fuerza de combate más letal de la historia de la humanidad. Y vamos a seguir así. No debemos dar a nuestros amigos, rivales o enemigos ninguna razón para dudar de la determinación de Estados Unidos.

Por supuesto, Austin habla ahora como funcionario público y empleado de las grandes contratistas militares. El dinero le hizo olvidar sus “cualidades militares” y ahora manifiesta deseos que la realidad se encarga de desmentir. Un solo misil hipersónico ruso puede echar abajo sus sueños de grandeza. 

Son las propias fuentes estadounidenses las que se encargan de refutar las quimeras del Secretario Austin. De la lectura de un borrador de la primera “Estrategia Nacional de la industria de defensa”, citado por el servicio de noticias estadounidense “Político” el pasado 2 de diciembre, se desprende que el complejo militar industrial (CMI) de Estados Unidos tiene problemas para alcanzar el ritmo y la receptividad que le permitan mantenerse por delante de China.

El documento señala la imposibilidad de la base industrial estadounidense para satisfacer las demandas a la velocidad y escala necesarias. Agrega que tampoco podrían responder “ante un conflicto moderno a la velocidad, escala y flexibilidad requeridas para cumplir con las exigencias dinámicas de un conflicto de mayor envergadura». Ucrania está a la vista.

El informe expone la imposibilidad [del CMI] de fabricar el armamento que se le solicita con la rapidez deseada lo cual estaría provocando un desajuste representativo de “un riesgo estratégico” para Estados Unidos en la medida que el país se involucra en un cada vez mayor número de conflictos, en particular en el “Indo-Pacífico”.

Según el estudio, la operación militar rusa en Ucrania y el conflicto entre Israel y el movimiento palestino Hamás «pusieron al descubierto un conjunto diferente de demandas industriales con los riesgos correspondientes», lo que ha dejado claro que las insuficientes capacidades de producción y provisión son ahora problemas profundamente arraigados en todos los niveles de las cadenas de suministro de la producción.

En lo que va de siglo, las fuerzas armadas de Estados Unidos se han involucrado en varias guerras,  las han perdido todas a pesar que hasta el conflicto en Ucrania no se había puesto a prueba su potencial militar. Avasalladoras intervenciones en Irak, Afganistán, Siria, Somalia y Libia se han sellado con derrotas, destrucción de países e interminables presencias militares injerencistas que desgastaron a Washington sin que haya podido obtener tangibles resultados que le aporten éxitos estratégicos.

En todos los casos, Estados Unidos arrastró a sus aliados a enfrentarse con países del sur, con un bajo nivel de desarrollo y economías limitadas. No obstante a eso, una leve mirada de conjunto da cuenta que ni en Asia Central, ni en Asia Occidental, tampoco en África han obtenido victorias palpables que hayan podido cambiar a su favor, la correlación de fuerzas mundial.

Pero cuando Washington lanzó a la OTAN contra Rusia utilizando a Ucrania para ello, se hizo ostensible su incapacidad de obtener victorias estratégicas. Al contrario, su economía se ha debilitado aún más, su capacidad de maniobra diplomática se ha limitado, el potencial de generar seguridad y confianza en sus aliados ha menguado y sus instrumentos habituales de presión: el chantaje, la amenaza, la prepotencia y la intimidación han perdido eficacia ante la decisión cada vez mayor de los pueblos de seguir un camino distinto. 

Todo el potencial militar de Estados Unidos -que como se ha demostrado en este trabajo- sigue siendo enorme, no basta para emprender una guerra de grandes proporciones y triunfar en ella. Esta ecuación que avanza bajo la sombra que dan los misiles hipersónicos y que cierne sobre Estados Unidos el fantasma de su destrucción total en caso de desatar una guerra atómica, podría ser un instrumento poderoso que conduzca a los decisores en Washington a desistir de la suposición de que es posible obtener una victoria estratégica que certifique aquello de que la “historia había terminado” con el dominio absoluto del capitalismo y de Estados Unidos en este planeta.

Eso ya no será posible.

X: @sergioro0701

Las opiniones expresadas en este artículo no reflejan necesariamente las de Dossier Geopolitico.