por Thierry Meyssan
Todo el mundo lo sabe pero los grandes medios no quieren decirlo. El gobierno de Kiev está perdiendo la guerra frente a Rusia. Las fuerzas rusas avanzan sin apuro y van instalando a la vez las defensas de las regiones que, por vía de referéndum, decidieron ser parte de Rusia. Pero esa realidad inexorable esconde otras. Por ejemplo, el hecho que Turquía, país que sigue siendo miembro de la OTAN, apoya a Rusia y le aporta piezas de repuesto para su industria militar. La OTAN no sólo está perdiendo la guerra, también está resquebrajándose.
a va precisándose el futuro de Ucrania. En el campo de batalla se enfrentan, de un lado, el gobierno de Kiev, que se niega a aplicar los Acuerdos de Minsk después de haberlos firmado, y Rusia, que busca concretar la aplicación de la resolucion 2202 del Consejo de Seguridad de la ONU, que dio su aval a dichos Acuerdos. De un lado tenemos a un Estado que rechaza el Derecho Internacional, pero que tiene el apoyo de las potencias occidentales. Del otro lado, vemos a un Estado que rechaza las “reglas” de Occidente y que cuenta con el respaldo de China y de Turquía.
¿Cómo pudo el presidente Volodimir Zelenski, electo porque prometía aplicar los Acuerdos de Minsk, llegar a convertirse en un nacionalista integrista [1]? ¿Cómo pudo ponerse del lado de los fanáticos herederos de los peores criminales del siglo XX?
La hipótesis más probable es que lo hizo por razones de orden financiero –la publicación de los Paradise Papers reveló que Zelenski dispone de cuentas ocultas en paraísos fiscales y que además tiene propiedades en Inglaterra e Italia. Pero el hecho es que Volodimir Zelenski ni siquiera suele codearse con sus nacionalistas integristas, entre otras cosas porque es un cobarde. Al principio de la guerra se encerró durante semanas en un búnker, probablemente fuera de Kiev. Y sólo salió de su refugio de alta seguridad luego de que el primer ministro israelí, Nafatali Bennett, le asegurara que el presidente ruso Vladimir Putin le había prometido que no tenía intenciones de matarlo [2]. Desde que le dieron esa garantía, Zelenski se dedica a hacerse el valiente, por videoconferencia, en todas las reuniones políticas e incluso en los festivales artísticos que se organizan en Occidente.
¿Cómo llegó Turquía, aliada de las potencias occidentales en el seno de la OTAN, a implicarse del lado de Rusia?
Eso es más fácil de entender para quienes han seguido de cerca los intentos de asesinato organizados por la CIA estadounidense contra el presidente turco Recep Tayyip Erdogan. Erdogan fue inicialmente un delincuente callejero. Luego se enroló una milicia islámica que lo llevó a codearse tanto con insurgentes afganos como con yihadistas rusos de Ichkeria y sólo después de ese recorrido llegó a la política, entendida en el sentido clásico del término. Durante su época de partidario de los grupos musulmanes antirrusos, Erdogan era un agente de la CIA. Pero, como tantos otros, después de llegar al poder, Recep Tayyip Erdogan comenzó a ver las cosas de otra manera. Poco a poco fue distanciándose de Langley y quiso servir a su pueblo.
Sin embargo, la evolución personal de Recep Tayyip Erdogan tuvo lugar mientras su país cambiaba varias veces de estrategia. Turquía sigue sin aceptar del todo la caída del imperio otomano, lo cual la ha llevado a intentar estrategias diferentes, una tras otra. Turquía es candidata a convertirse en miembro de la Unión Europea… desde 1987. En 2009, con Ahmet Davutoglu, Turquía creyó poder restaurar su influencia de la época otomana. Una cosa llevando a la otra, Turquía creyó en la posibilidad de conjugar ese objetivo y la historia personal de Erdogan para convertirse en la patria de la Hermandad Musulmana y reinstaurar el Califato, que Mustafá Kemal Ataturk había disuelto en 1924. Pero la caída del Emirato Islámico (Daesh) la obligó a abandonar ese proyecto.
Turquía se vuelve entonces hacia los pueblos turcoparlantes, vacila en incluir a los uigures y finalmente opta por los pueblos étnicamente turcos. Siguiendo ese camino, Turquía ya no necesita a los europeos ni a Estados Unidos sino a Rusia y China. Después de su victoria frente contra Armenia, Turquía creó la “Organización de Estados Turcos”, cuyos miembros son Kazajastán, Kirguistán, la propia Turquía y Uzbekistán, con Hungría y Turkmenistán como observadores.
Actualmente, según el Wall Street Journal, 15 firmas turcas revenden 18,5 millones de dólares en material adquirido en Estados Unidos a una decena de empresas rusas incluidas en las medidas coercitivas unilaterales estadounidenses –las disposiciones ilegales que la propaganda atlantista presenta como “sanciones” [3]. El subsecretario encargado del terrorismo y de la inteligencia financiera en el Departamento del Tesoro de Estados Unidos, Brian Nelson, viajó inútilmente a Ankara con la esperanza de lograr que Turquía se plegara a las “reglas” de Occidente. Pero Ankara sigue apoyando en secreto la industria militar rusa.
Cuando el emisario estadounidense afirmó en Ankara que Turquía iba “por mal camino” porque se ponía del lado de la “vencida” Rusia, sus interlocutores turcos le pusieron delante las cifras de la guerra en Ucrania, dadas a conocer por el Mosad israelí y publicadas por Hurseda Haber [4]. En el terreno, la correlación de fuerzas es de 1 contra 8, favorable a Rusia. El Mosad estima que los militares rusos cuentan 18 480 muertos… frente 157 000 muertos de los ucranianos. Como en el cuento de Andersen, “el rey está desnudo”.
En este momento, Turquía tiene paralizada la admisión de Suecia como miembro de la OTAN. De esa manera también bloquea la admisión de Finlandia, incluida en el mismo expediente. Si aceptamos como ciertas las informaciones del Wall Street Journal, eso no sucede por casualidad. Ankara había logrado que esos dos países se comprometieran a aceptar sus pedidos de extradición contra los jefes del PKK y del movimiento del predicador Fethullah Gulen, compromiso que no ha sido cumplido. De hecho, no podía ser de otra manera ya que el PKK –antiguamente aliado de los soviéticos– se ha convertido en una herramienta de la CIA y ahora lucha bajo las órdenes de la OTAN [5]. En cuanto a Fethullah Gulen, ese personaje vive en Estados Unidos, bajo la protección de la CIA.
Hoy Turquía respalda a Rusia y también a China. A Rusia le proporciona piezas de repuesto para su industria militar, enviándole incluso material de fabricación estadounidense. Pero, mientras que Croacia y Hungría, otros dos miembros de la OTAN, no vacilan en señalar públicamente que el respaldo de la alianza atlántica a Ucrania es una gran estupidez, Turquía finge ser plenamente atlantista.
Por cierto, el terremoto que acaba enlutar Turquía y Siria no tiene las características que se han observado siempre en el mundo entero. El hecho que una decena de embajadores de países occidentales abandonaron Ankara en los 5 días anteriores al sismo, mientras que sus gobiernos aconsejaban a sus ciudadanos no viajar a Turquía, parece indicar que en sus capitales se sabía lo que iba a suceder. Estados Unidos, que dispone de medios técnicos capaces de provocar temblores de tierra, se había comprometido en 1976 a no utilizarlos nunca. Pero, en Bucarest, la senadora rumana Diana Ivanovici Sosoaca acaba de afirmar que Estados Unidos provocó el terremoto en Turquía y Siria en violación de la «Convención sobre la Prohibición de utilizar técnicas de modificación del medioambiente con fines militares o con cualquier otros fines hostiles» [6]. El presidente Erdogan ya solicitó a sus servicios de inteligencia (MIT) estudiar esa posibilidad, que actualmente parece sólo una hipótesis. En caso de respuesta positiva, habría que reconocer que Washington, consciente de que ya no es la primera potencia económica mundial ni la primera potencia militar, ha optado por destruir a sus “aliados” antes de que concluya su propia agonía.
En todo caso, a pesar de las noticias triunfalistas que inundan el mundo occidental, lo que sucede en el terreno es que Ucrania está perdiendo la guerra, mientras que al menos 3 países miembros de la OTAN cuestionan –desde adentro– el rumbo de ese bloque militar.
¿Cómo explicar entonces el hecho que Estados Unidos sigue enviando al terreno armamento y exigiendo a sus aliados que también lo hagan? En primer lugar, gran cantidad de ese armamento está lejos de ser moderno –se trata en general de material fabricado o concebido en tiempos de la guerra fría o de fabricación soviética. ¿Para qué desperdiciar en Ucrania armamento más reciente sabiendo que será destruido? Eso último es seguro porque Rusia dispone de armas más modernas que las del bando occidental. Por otra parte, para ciertos ejércitos occidentales puede ser interesante poner a prueba ciertas armas recientes en un conflicto de alta intensidad. En ese caso, lo que hacen los ejércitos occidentales es enviar a Ucrania sólo algunos prototipos de esas armas.
Por otra parte, los conscriptos ucranianos no reciben el armamento occidental, que es entregado principalmente a las unidades de los nacionalistas integristas. Además, probablemente dos terceras partes de esas armas se conservan en Albania y Kosovo o son enviadas a la región africana del Sahel. El presidente de Nigeria, Muhammadu Buhari, denunció en la reunión cumbre de la Comisión de la Cuenca del Lago Chad que grandes cantidades de armas supuestamente enviadas a Ucrania están llegando a manos de los yihadistas del Emirato Islámico (Daesh) [7]. En respuesta a las reacciones de sorpresa e indignación de miembros del Congreso estadounidense, el Pentágono ha creado una comisión que supuestamente debe dar seguimiento a los envíos de armas destinados a Ucrania, comisión que sin embargo no ha informado absolutamente nada sobre eventuales resultados de sus averiguaciones.
Hace sólo dos semanas, el Inspector General del Pentágono viajó a Ucrania, oficialmente para aclarar todo lo concerniente a los desvíos de armas. En un artículo anterior, yo mostré que el verdadero objetivo de su viaje fue borrar indicios sobre los negocios de Hunter Biden, el hijo del presidente Biden [8]. El ministro de Defensa ucraniano, Oleksiy Reznikov, anunció entonces que estaba a punto de dimitir… cosa que aún no ha sucedido.
Todavía queda una interrogante.
¿Por qué Alemania, Francia y Países Bajos, copropietarios de los gasoductos Nord Stream y Nord Stream 2, no protestan contra el sabotaje perpetrado el 26 de septiembre de 2022 contra esa importantísima infraestructura? ¿Por qué no reaccionan ante las revelaciones de Seymour Hersch sobre la responsabilidad de Estados Unidos y de Noruega [9]? Sólo el vocero del partido Alternativa para Alemania (AfD) ha exigido que el parlamento alemán cree una comisión investigadora para aclarar el sabotaje.
Pero la gran mayoría de los responsables de Alemania, Francia y Países Bajos, guardan el más profundo silencio, sin atreverse a reconocer que su “aliado” está resultando ser su mayor enemigo.
Esos dirigentes, por el contrario, no han vacilado en recibir con la mayor pleitesía al presidente Volodimir Zelenski en Bruselas, capital de la Unión Europea.
Pero se les escapa un detalle revelador. Zelenski viajó primero a Washington y a Londres, las dos capitales que dan las órdenes, y sólo después fue a la sede de la Unión Europea, para hablar con los “dirigentes” de los países que siguen esas órdenes… y que pagan las cuentas.
Fuente red Voltaire: https://www.voltairenet.org/article218841.html
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