Especial para Dossier Geopolitico DG, Por: Anthony Medina Rivas Plata
Director de la Escuela Profesional de Ciencia Política y Gobierno UCSM Arequipa Perú
Hasta la fecha actual, los únicos países nórdicos miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) fueron aquellos que la acompañaron desde su fundación en 1949: Islandia, Noruega y Dinamarca. Esto podría cambiar en los próximos meses si los dos países restantes de la región, Suecia y Finlandia, logran concretar su ingreso, para el cual ya han iniciado conversaciones.
Este hecho tiene sumamente preocupado al alto mando del Kremlin, debido a que, con el ingreso de dichos países a la OTAN, tendrían bajo mando enemigo a toda el área colindante al Mar Báltico, con una superficie de 377,000 km2, así como de toda la región nórdica de Europa, con una superficie de 6,126 millones de km2 y una población de 28 millones de personas. En este hipotético espacio ‘OTAN-ampliado’, la frontera ruso-finlandesa se convertiría en un nuevo borde de seguridad con 1,340 km, que se sumarían a los que ya tiene con Estonia (294 km) y Letonia (214 km). Este hecho obligaría a Rusia a multiplicar su gasto militar, el cual tiene un mucho menor margen de expansión debido a las sanciones económicas impuestas por Occidente, y en particular por Estados Unidos.
El interés de ambos países por ingresar a la OTAN es algo que naturalmente se explica a partir de las recientes tensiones que han tenido con Rusia a raíz de la crisis en Ucrania. Desde hace varias semanas, se vienen realizando simulacros de bombardeos rusos en ambos países, a la vez que han sido reportados avistamientos de aviones de combate y submarinos rusos en sus respectivos espacios aéreo y marítimo.
De entre los 27 países miembros de la Unión Europea, Suecia y Finlandia están dentro de un pequeño grupo que no forma parte de la OTAN, el cual incluye a Austria, Chipre, Malta y la República de Irlanda. No obstante, el nivel de enfrentamiento diplomático generado con Rusia durante las últimas semanas ha llevado a Suecia y Finlandia a tomar una decisión que ni siquiera se llevó a cabo durante los años más conflictivos de la Guerra Fría. Esto es aún más notorio en el caso de Finlandia, que además de compartir con Rusia una de las fronteras más extensas de Europa, ya tiene la experiencia de haber luchado en dos ocasiones contra la Unión Soviética: La primera fue la llamada ‘Guerra de Invierno’, que duró entre noviembre de 1939 y marzo de 1940; y la segunda, en la cual participaron como aliados de la Alemania Nazi, entre 1941 y 1944. Del lado de Suecia, ya es bastante conocida su ‘neutralidad’ política frente a Rusia durante el siglo XX luego de repetidos conflictos con el Imperio Zarista durante los siglos XVIII y XIX. Fue precisamente debido a esta experiencia previa que Suecia logró generar una política de concesiones a los dos bloques enemigos de la Segunda Guerra Mundial con el objetivo de ubicarse al margen; manteniendo después esa misma equidistancia con las dos superpotencias vencedoras.
El acercamiento de estos dos países nórdicos a la Alianza Atlántica tiene una historia de al menos veinticinco años, y se basa en inevitables realidades geopolíticas. Tanto Suecia como Finlandia se unieron a la Alianza por la Paz (‘Partnership for Peace’) que el entonces presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton, propuso en 1994 como un mecanismo para que los Estados europeos puedan definir por separado sus relaciones con la OTAN; y posteriormente, durante la primera década de este siglo, han salido continuos informes de los Ministerios de Defensa de ambos países que señalan que la región que rodea el Mar Báltico es un teatro de operaciones clave en caso de guerra. Desde el punto de vista geográfico, hay ciertos puntos de la región que son vitales en caso de un conflicto que involucre a Rusia. La isla de Gotland, ubicada en medio del Mar Báltico sueco, tiene una ubicación adecuada para el despliegue de baterías de escudo que bloqueen un eventual lanzamiento de misiles desde Kaliningrado, territorio ruso ubicado como un enclave entre los territorios de Polonia y Lituania. De igual manera, Finlandia domina el Golfo que lleva su nombre, el cual constituye la ruta de acceso marítimo y aéreo de Rusia hacia el Mar Báltico y el territorio de Kaliningrado.
Si bien durante los últimos años Suecia y Finlandia habían venido sosteniendo conversaciones sobre opciones de colaboración con la OTAN, aún continuaban manteniendo su neutralidad, al menos hasta hace muy poco. Sin embargo, como una evidente reacción a la invasión rusa de Ucrania, el presidente finlandés, Sauli Niinistö, visitó los Estados Unidos para discutir dicha posibilidad. En ese sentido, la opinión pública en ambos países es cada vez más favorable a una membresía en la OTAN; a la vez que existe consenso al interior sobre la medida, con lo que se hace probable que esto se haga efectivo en la próxima cumbre de la alianza en junio. De hecho, estos dos países tienen más argumentos que Ucrania para ser miembros de la OTAN: Son dos de las economías más dinámicas y abiertas del mundo, además de estar dentro de las democracias más sólidas de la Unión Europea.
La discusión actual entre la comunidad de defensa europea y estadounidense consiste en saber cuáles serían los impactos de dicho acceso en el balance de poder europeo. Si las fuerzas armadas de Suecia y Finlandia no están lo suficientemente preparadas, un conflicto con Rusia podría generar más problemas que beneficios para el bloque atlantista. Es cierto que ambos países tienen ejércitos tecnológicamente avanzados, pero también son bastante pequeños en comparación a los que pueden tener los mayores países del bloque, como Alemania, Francia o Reino Unido; a la vez que su gasto militar está bastante por debajo del promedio europeo. Ambos países están tratando de revertir la tendencia como consecuencia de la guerra en Ucrania, con lo que han aumentado considerablemente su gasto militar, especialmente en su defensa fronteriza, así como la generación de un perímetro de seguridad sólido en el Mar Báltico. Esto, por supuesto, no es algo que se logrará en el corto plazo. Ambos países son conscientes que sería poco realista pensar que Estados Unidos está necesariamente dispuesto a asumir una parte importante de este nuevo compromiso, dada su gran variedad de intereses de seguridad global (especialmente frente a China), así como por la política antes tácita y ahora expresa (al menos desde el gobierno de Donald Trump) de exigir que los aliados europeos en la OTAN sean capaces de asegurar financieramente sus propias capacidades defensivas.
Sin duda, algunos analistas instarán a apresurar la incorporación de ambos países a la OTAN en caso de un ataque preventivo por parte de Rusia; pero lo cierto es que mientras que Putin esté ocupado en Ucrania, es poco probable que algo así suceda. De igual manera, la medida también fortalecería la posición del presidente ruso al interior de su país, ya que la opinión pública vería confirmados los temores ya expresados por su gobierno desde hace años con respecto a la expansión al este de dicho organismo. Si bien es cierto que Finlandia y Suecia no son Ucrania, una incorporación podría generar más problemas que beneficios a la alianza en caso de que no haya un compromiso real por parte de estos países para hacerse cargo de su propia seguridad, independientemente del incierto ‘paraguas’ que pueda ofrecerles Washington.
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