En el día en que se cumplen una década del lanzamiento de la Iniciativa de la Franja y la ruta, el sinólogo argentino Sebastián Schultz analiza que con el proyecto, China construye una “globalización incluyente” y asegura que en él América Latina “es una zona estratégica” que debe aprovecharlo impulsando la unidad continental.
Por Sebastián Schulz. autoriza su publicacion en Dossier Geopolitico
Septiembre de 2023 marca el aniversario de un hecho de gran trascendencia histórica y geopolítica. Uno de esos hechos que, vistos en perspectiva, marcarán un antes y un después en la historia de la humanidad. Hace diez años, un 7 de septiembre de 2013, durante una visita oficial a la República de Kazajstán, el presidente chino Xi Jinping anunció la propuesta de crear una serie de corredores económicos que emularan la milenaria “Ruta de la Seda”. Un mes después, en Indonesia, el presidente de la República Popular China extendió la iniciativa más allá de lo terrestre, y propuso crear una “Ruta de la Seda Marítima” que conectara los puertos (y, a través de ellos, a los pueblos) alrededor del mundo.
La denominación de “Nueva Ruta de la Seda” pretendía hacer un paralelismo con la histórica Ruta de la Seda de la época de Zheng He y Marco Polo. Durante más de mil años, China fue el centro del dinamismo económico del mundo, y a través de la “Ruta de la Seda” se transportaban productos exóticos, pero también se conectaban pueblos, civilizaciones, culturas, se compartieron conocimientos, principalmente entre Asia y Europa, pero también entre China y sus naciones vecinas. La nominación de “Ruta de la Seda” se la debemos a Ferdinand von Richthofen, alemán, ya que la seda era un producto sumamente preciado por los europeos. Pero la novedosa iniciativa de Xi Jinping no pretendía reconstruir “una ruta” ni tampoco comerciar específicamente seda.
A través de la idea de “Nueva Ruta de la Seda”, el gobierno chino pretendió presentar una nueva herramienta para el desarrollo a un mundo plagado de crisis y tensiones. La convocatoria estuvo orientada principalmente a los países emergentes y en desarrollo (el llamado “Sur global”), y recuperaba la idea de que el comercio era un componente central del vínculo entre los pueblos, de que el desarrollo de una nación estaba estrechamente vinculada al desarrollo de las otras, y que la paz y la estabilidad eran condiciones necesarias para garantizar la calidad de vida de los pueblos. Cuando hubo paz y floreció el comercio, pueblos y naciones coexistieron armónicamente, retroalimentándose a través de un diálogo sincrético entre civilizaciones. Cuando hubo guerra, crisis y falta de estabilidad, la histórica Ruta de la Seda mermó su importancia y los pueblos sufrieron las consecuencias.
La rebautizada “Iniciativa de la Franja y la Ruta” (IFR) nació al calor de un orden internacional en cuestión, caracterizado entre otras cosas por la pérdida de hegemonía de los Estados Unidos, el fin del unipolarismo y la crisis de legitimidad de las instituciones internacionales creadas por los acuerdos de Bretton Woods después de la segunda guerra mundial. A su vez, la IFR se propuso como una herramienta para ayudar a los países en desarrollo a paliar los impactos de la crisis económica y financiera global, la brecha de infraestructura, las crisis sanitarias, políticas, ecológicas, etc.
En medio de la proliferación de las tensiones globales, la República Popular China propuso al mundo la “Iniciativa de la Franja y la Ruta”, como una propuesta para reconstruir lazos comerciales, pero también sociales, políticos y culturales, entre pueblos y naciones distantes, pero las cuales son todas ellas pertenecientes a una comunidad de destino compartido para la humanidad.
Si bien originalmente la propuesta contemplaba 6 corredores que conectaban Asia, África y Europa, la Iniciativa de la Franja y la Ruta se ha expandido hasta incluir nuevas regiones geográficas, así como también ha diversificado sus dimensiones de cooperación. De este modo, desde hace algunos años se ha comenzado a hablar de una Ruta de la Seda digital, la Ruta de la Seda espacial e incluso la Ruta de la Seda Polar. Por otro lado, también se han mencionado otras variables de la iniciativa, como por ejemplo la “Ruta de la Seda de la Salud” (que ha ganado protagonismo en el marco de la pandemia de Covid-19), la “Ruta de la Seda verde”, entre otras. América Latina y el Caribe (ALC), en tanto, fue considerada por el gobierno chino en 2017 como una extensión natural de la Ruta de la Seda Marítima.
En líneas generales, la Iniciativa de la Franja y la Ruta es esencialmente un proyecto productivo sustentado en la economía real, que contempla el financiamiento para la construcción de vías ferroviarias, carreteras terrestres, aeropuertos, proyectos energéticos, parques industriales y puertos para agilizar el comercio entre los países involucrados. Lo cual no es menor, teniendo en cuenta el contraste entre la iniciativa de China y la creciente financiarización económica que atraviesa el Norte global, el aumento de la especulación financiera y las burbujas, y la proliferación de corridas cambiarias que afectan principalmente a las economías en desarrollo.
A su vez, podemos señalar dos características distintivas de la Nueva Ruta de la Seda. En primer lugar, la IFR no es un paquete cerrado, sino que es un proceso abierto que se define sobre la marcha y en el cual se pueden integrar todos los interesados para darle forma. La incapacidad de definir con precisión a la IFR y sus proyectos genera incomodidad en occidente, que busca siempre establecer blancos y negros a la hora de caracterizar las iniciativas extranjeras. Sin embargo, la IFR retoma el legado denguista de “cruzar el río tanteando las piedras”, es decir, se va redefiniendo a partir de las experiencias prácticas y se va enriqueciendo con la incorporación de nuevos proyectos.
Por otra parte, China explicita el espíritu de la Nueva Ruta de la Seda en términos sumamente abiertos, siendo los acuerdos comerciales no un fin en sí mismo, sino un medio para facilitar un desarrollo “centrado en las personas”. En este sentido, la IFR es mas bien una serie de principios que guían la cooperación que una enumeración de posibles proyectos. Firmando el Memorándum de Adhesión a la IFR, las partes se comprometen a circunscribir la cooperación a determinados principios básicos, como la búsqueda del beneficio mutuo, la no injerencia en asuntos internos, el respeto por los modelos de desarrollo nacionales, la amplia consulta, el respeto por la legislación local, la paz entre las naciones, entre otras. Mediante la IFR, China busca construir un nuevo tipo de relaciones internacionales, recuperando y actualizando los Principios de Coexistencia Pacífica emanados de Bandung, respetando la Carta de las Naciones Unidas y poniendo las necesidades de los pueblos en el centro de las políticas.
Así, mediante la IFR, China construye una “globalización incluyente”, también llamada “globalización con características chinas”, que consiste en crear corredores económicos, políticos y sociales que impulsen la cooperación entre pueblos y naciones en todo el mundo. Si la globalización neoliberal se caracteriza por priorizar la acumulación de capital en cada vez menos manos, la globalización incluyente busca potenciar las capacidades nacionales a través de la cooperación internacional. Si la globalización neoliberal busca homogeneizar las culturas y cosmovisiones a los parámetros de consumo occidentales, la globalización incluyente se realiza respetando la diversidad y la heterogeneidad de civilizaciones que coexisten en el mundo. Si la globalización neoliberal prioriza lo financiero y especulativo por sobre lo productivo, la globalización incluyente va de la mano de la economía real como vector del desarrollo.
Por ello, decimos que la IFR es una herramienta que aporta a la construcción de un mundo multipolar. Contrario a lo que se sostiene desde un sector de occidente, la IFR no busca crear un mundo “centrado en China”, sino un orden donde haya múltiples polos de poder conviviendo y cooperando en forma armónica y pacífica.
El fuerte respaldo internacional a la Iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda se expresó en la rápida aceptación que generó, principalmente, entre los países emergentes. Según datos del gobierno chino, en tan solo diez años, más de 150 países han firmado el Memorándum de Entendimiento para adherir a la iniciativa, se han impulsado más de 3.000 proyectos de cooperación y se ha destinado casi 1 billón de dólares en inversiones. A su vez, desde su creación, los proyectos de la IFR han ayudado a crear 420.000 puestos de trabajo y como consecuencia de sus políticas se ha sacado a casi 40 millones de personas de la pobreza fuera de China.
Entre los países que ya son parte de la IFR, 22 de ellos pertenecen a América Latina y el Caribe (ALC). Nuestra región es una zona estratégica para la IFR, en tanto representa el 13,6% de la superficie global, tiene una población de 640 millones de habitantes (más del 8% de la población mundial) y representa en su conjunto un PBI (PPA) de 12.5 mil millones de dólares, superior al de la India (el tercer PBI mundial). A su vez, ALC posee una de las principales reservas hidrocarburíferas del mundo (22% de las reservas de petróleo), es una de las principales regiones de producción de alimentos del mundo (es la tercera superficie mundial con mayor tierra cultivable, además de que es una de las más productivas), es una de las principales reservas de biodiversidad del mundo, una de las principales reservas de agua dulce del mundo y es una de las principales reservas de litio del mundo, mineral fundamental en la carrera tecnológica.
En este marco, la participación de ALC en la Iniciativa de la Franja y la Ruta representa una oportunidad para romper los lazos de dependencia que históricamente han ligado a nuestra región con los Estados Unidos, pensando en el desarrollo de un proyecto productivo industrial soberano y socialmente inclusivo. Por ello, no es casual la reacción norteamericana frente a la creciente presencia china en la región, y en este marco se encuentran los intentos de funcionarios y medios estadounidenses de sabotear los proyectos de infraestructura enmarcados en la Ruta de la Seda.
La reconfiguración del mapa de poder mundial es un hecho innegable en el orden internacional actual. El acercamiento entre China y América Latina y el Caribe es trascendental, y en este marco la Iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda tiene una importancia estratégica. Para aprovechar esta oportunidad, los países de la región deben impulsar la unidad continental, para construir los umbrales de poder necesarios para ser parte del nuevo orden internacional en formación.
Publicado en la revista web Dangdai