Por Alberto Cruz CEPRID
La cumbre de los BRICS de agosto supuso el punto de inflexión del fin de la era del mundo unipolar hegemonizado por Occidente (1). Pero por si hubiese alguna duda sobre esto, la actual situación en Palestina no solo lo pone de relieve, sino que lo refuerza. A partir de ahora ya nada será igual.
Occidente está en las últimas y ya no tiene ninguna baza para retener su hegemonía: ni política, ni cultural, ni militar, ni económica. Nada. La paliza que está recibiendo en el país 404, antes conocido como Ucrania, es de las que hacen época y ahora acaba de saltar Palestina. Quienes piensen que el régimen sionista de Israel va a ganar harían bien en replanteárselo. No está nada claro. Esta es la razón por la que a mediados de octubre el presidente de EEUU hizo algo muy inusual, dar un discurso a la nación en el que dijo las verdades del porquero: “estamos en un punto de inflexión porque el actual orden mundial se ha quedado sin fuerza”. Es la primera vez que se dice de forma abierta porque ya no se pueden poner más puertas al campo. Y lo dijo justificando la postura de EEUU de apoyo a Ucrania y a Israel porque ambos son “existenciales para la seguridad e intereses de EEUU”.
No es que el “actual orden mundial se haya quedado sin fuerza”, como dice Biden, sino que ya no existe. Hay otro mundo en marcha, un nuevo orden multipolar donde la hegemonía occidental desaparece y más con la constatación a nivel planetario de la hipocresía, cinismo y doble moral que Occidente está mostrando con el genocidio y limpieza étnica que el régimen sionista israelí está implementando en Gaza. Y este nuevo orden multipolar tiene ya sus propias estructuras e instituciones que son claramente la alternativa a las occidentales y en las que ha asegurado, hasta ahora, su hegemonía. Son la Organización para la Cooperación de Shanghai, los BRICS, el Banco Asiático de Inversiones e infraestructuras, el Nuevo Banco de Desarrollo, la Nueva Ruta de la Seda…
De forma especial están los BRICS, que ya superan en Producto Interior Bruto, en términos de paridad del poder adquisitivo, al fantasmagórico G-7 de “los países más ricos e industrializados del mundo”, como le gusta repetir a un decrépito Occidente, sabiendo que es irreal. Con la ampliación de los BRICS a partir de enero del año que viene, la distancia entre ellos y el fantasmagórico G-7 hará que este último se convierta casi en irrelevante.
Pero a esto hay que añadir la otra gran apuesta de los BRICS: el comercio en moneda propia. Esto no solo es un impulso más a la desdolarización de la economía mundial (el 32’5% del comercio entre los países BRICS es ya en sus propias monedas) sino que está suponiendo que el euro empiece a caer en la irrelevancia: en dos años, es decir, con la crisis de Ucrania, el euro ha perdido la friolera de 14 puntos porcentuales en el comercio internacional, pasando del 38’43% al 24’42%. En términos técnicos eso significa que el euro está comenzando a ser excluido de los pagos internacionales (2).
La razón principal es el irracional vasallaje a EEUU, especialmente por las sanciones -ilegales, según el derecho internacional-, la otra razón que hay que tener en cuenta es que cada vez más países utilizan el pago en sus monedas nacionales en su comercio internacional. Si antes el euro era una alternativa al dólar que utilizaban muchos países, ahora ya no lo es. El euro pierde valor porque lo pierde Europa. El jardín, como dijo Borrell, se marchita.
La debilidad de la economía europea es evidente como consecuencia de la crisis energética que se vive por el, también irracional, rechazo al gas ruso y la dependencia del gas estadounidense, cuatro veces más caro que el ruso (y que Europa está pagando en dólares). Ahora que se cumple un año desde la voladura del gasoducto «Corriente del Norte 2» sin que Europa haya dicho ni mú ante una agresión tan flagrante, la cosa adquiere mayor relieve.
La inflación sigue haciendo de las suyas, Alemania está oficialmente en recesión desde hace medio año y la elevación de las tasas de interés está empobreciendo a la población. Eso repercute en las deudas nacionales y eso arrastra al euro al abismo.
Pero donde hay que poner la atención es el aumento de los pagos en monedas nacionales que se está produciendo en el mundo como consecuencia de las sanciones impuestas a Rusia y que han sido vistas por el resto del planeta como una agresión y una amenaza a ellos mismos. Cada vez más países lo hacen, y tras la ampliación de los BRICS la tendencia aumentará para evitar riesgos y reducir la dependencia occidental. Y entre EEUU y su dólar y Europa y su euro, el más débil es quien se resiente. Aunque ambos se resentirán más a partir del 1 de enero de 2024, cuando la ampliación de los BRICS sea efectiva. Se ha dicho que todos los nuevos integrantes se van a adherir al sistema BRICS PAY, que es en el que comercian desde 2018 los integrantes históricos y que, como ya he apuntado más arriba, supone el 32’5% del comercio intra-BRICS, aunque el primer país que lo ha anunciado formalmente es Irán.
Como es lógico, hay un ganador y un perdedor de todo esto. El ganador es EEUU, que ha visto cómo el dólar se ha reforzado debido a la caída del euro. Ese aumento se debe en gran medida a la sustitución de los pagos internacionales que antes se realizaban en euros. ¿Quiere decir eso que se frena la desdolarización de la economía mundial? Pues no. Su proporción en las reservas de divisas de los estados está disminuyendo constantemente. El claro perdedor es Europa, que está entrando en la irrelevancia geopolítica.
El impulso final del proyecto sionista y la resistencia palestina
Con todo esto en marcha, y dado el papel relevante que va a tener Arabia Saudita al ser aceptado como nuevo miembro de los BRICS, Occidente – bajo la dirección de EEUU – puso en marcha dos iniciativas complementarias: la primera, intentar competir con la Nueva Ruta de la Seda china anunciando la constitución de un corredor económico UE-India-Arabia Saudita-Israel; la segunda, complementaria de la primera, impulsar la normalización política entre Arabia Saudita e Israel. Sin esta última, la primera no será posible.
Sin embargo hubo algo que no se tuvo en cuenta, ni por unos ni por otros: Palestina. O para ser más exacto, la resistencia palestina. Porque la normalización entre Arabia Saudita e Israel aceleraba la culminación del proyecto sionista de anulación del pueblo palestino y la creación del Gran Israel, algo en lo que sin pudor había insistido el primer ministro israelí en su discurso ante la Asamblea General de la ONU de mediados de septiembre.
Y es que enlazando las dos cosas está el gas que se ha descubierto en las aguas de Gaza y que hacen que todo lo anterior sea si no irrelevante sí al menos no tan pomposo como se ha vendido. Porque el gas es la única riqueza que tendría el hipotético Estado palestino, dado que lo que hay en la actualizad son 43 minizonas aisladas entre sí y, por lo tanto, sin viabilidad económica alguna. No puede haber un Estado palestino viable sin unidad geográfica ni recursos.
Junto a esto, el estado sionista llevaba varios meses impulsando medidas políticas para culminar el proyecto sionista: la reconstrucción de la Tierra de Israel (que tuvo su punto culminante cuando Netanyahu presentó en la ONU un mapa en el que desaparecía cualquier atisbo de Palestina); la institución de la Ley Judía (Halajá), que despoja a los no judíos de su estatus legal, es decir, deja a los ya ciudadanos de segunda clase, los árabes israelíes, sin ser ni siquiera ciudadanos; y la construcción del Templo Judío en el Monte del Templo, es decir, lisa y llanamente, la destrucción de la Mezquita de Al-Aqsa.
La penúltima provocación dos semanas antes del 7 de octubre fue determinante para la respuesta de la resistencia palestina. Hay que recordar que ya en el año 2000 hubo otra provocación en el mismo sentido y generó la Segunda Intifada, cuyo gran logro fue que se obligó a Israel a abandonar Gaza. Esta es la razón por la que la resistencia palestina ha denominado a su operación militar “Inundación de Al-Aqsa”.
Frente a lo que machaconamente está repitiendo Occidente y sus medios de propaganda, antes llamados de comunicación, la operación de la resistencia palestina no fue únicamente ejecutada por Hamás, sino por otras tres organizaciones: la Yijad Islámica, el Frente Popular de Liberación de Palestina y el Frente Popular de Liberación de Palestina-Comando General. Es evidente que el predominio y hegemonía es de Hamás, pero las cuatro organizaciones actúan de forma coordinada.
Para la resistencia palestina era una cuestión de “ahora o nunca” debido a la inacción de los colaboracionistas de la mal llamada Autoridad Palestina y no solo tenían que romper la estrategia sionista sino obligar al mundo a posicionarse ante lo que era, de hecho, el fin de Palestina porque Israel insistía en sus cuatro noes: no al Estado palestino soberano, no al reconocimiento de los derechos históricos y políticos de Jerusalén Este, no al desmantelamiento de las colonias y no al derecho al retorno.
Además, la resistencia palestina actuó teniendo el abrumador respaldo de la población no solo de Gaza, sino de Cisjordania. En junio, el Centro Palestino de Investigación, financiado por la Fundación Konrad Adenauer (democristiana alemana), tuvo que reconocer en una encuesta que el 71% de los palestinos apoyarían a los grupos armados para una escalada armada o una tercera intifada y que el 82% se oponía a la política colaboracionista de la mal llamada Autoridad Palestina deteniendo o reprimiendo a estos grupos (3).
Miedo y vulnerabilidad de Occidente
Como es sabido, a Occidente le importa una higa la opinión de los pueblos. Imbuido de su profundo colonialismo, no ha tardado en asumir el doble discurso israelí sobre “otro 11 de septiembre”, dirigido a EEUU, y “es otro holocausto”, dirigido a Europa. Discursos que para el resto de mortales, o sea, nosotros, ha sido resumido en el simple “terrorismo”. Y todo ello arropado con el mantra de “derecho a la legítima defensa”.
Esto no oculta otra cosa que el miedo y la vulnerabilidad de un Occidente que ve cómo su hegemonía desaparece a gran velocidad y que, como tuvo que reconocer Biden en su discurso, tanto esto como Ucrania se convierten en existenciales. Por lo tanto, la condena a los palestinos estaba asegurada porque un sector muy mayoritario – excluyendo a los colaboracionistas de Fatah – ha demostrado su firme voluntad de luchar contra el colonialismo. Así, se les ha criminalizado permanentemente y han sido habituales las expresiones de “bestias”, “animales”, “bárbaros”, “terroristas”…, expresiones que, por supuesto, no se han repetido con los genocidas israelíes ni siquiera con el bombardeo a hospitales o a campamentos de refugiados. Occidente ha deshumanizado a los palestinos y ha sacado a la luz algo que dijo Frantz Fanon cuando habló del comportamiento genocida de Francia en Argelia: “las víctimas del colonialismo nunca lograrán persuadir a sus colonizadores europeos de su sufrimiento y profundo deseo de libertad”.
El hecho es que Palestina se niega a morir en silencio y quiere narrar su propia historia, como también ha tenido que reconocer, muy tarde, el propio Secretario General de la ONU cuando dijo eso de que “es producto de 56 años de ocupación”.
26 resoluciones de la ONU contra Israel y el derecho internacional
No hay que remontarse a 1948, cuando se divide Palestina y se otorga a los judíos, minoría muy minoritaria entonces, la mayor parte de la tierra. Basta con ir a 1967 cuando en la ONU se aprueban dos resoluciones emblemáticas: la 242 y la 338. La primera hace referencia al reconocimiento a la soberanía e integridad de Israel que iba acompañado de la retirada de los Territorios Ocupados y de la solución a los refugiados expulsados en 1948. La segunda hacía referencia a paz por territorios.
Ni que decir tiene que Occidente se quedó con la primera parte de la resolución 242, prescindiendo de la segunda, y que de la resolución 338 nunca dijo nada. Pero es que desde entonces la ONU ha aprobado otras resoluciones contra Israel. En total, son 26 resoluciones de la ONU las que condenan a Israel por la anexión de territorios, la construcción de asentamientos, la expulsión y desplazamiento de palestinos, la denegación del derecho al retorno, la confiscación y expropiación de tierras, la destrucción y demolición de casas…
Occidente lleva un año y medio levantando la bandera de la única resolución que aprobó la ONU contra Rusia cuando lanzó su “operación militar especial” en Ucrania. No ha levantado ni un dedo para recordar, no ya denunciar a Israel, estas resoluciones. Por eso Occidente no habla del derecho internacional y sí insiste en eso de “orden basado en reglas”. Su orden y sus reglas porque el derecho internacional le estorba y molesta.
Entre otras cosas, porque el derecho internacional es muy claro: “Israel, como potencia ocupante, debe cumplir escrupulosamente con sus obligaciones legales según lo dispuesto en la IV Convención de Ginebra”.
¿Y qué dice la IV Convención de Ginebra? Establece derechos para el ocupado y obligaciones para el ocupante. Uno de los derechos es “el reconocimiento del derecho del pueblo ocupado a utilizar todo tipo de lucha, incluyendo la lucha armada, para liberarse del colonialismo”. Unas de las obligaciones son, por ejemplo, que “el poder ocupante no puede utilizar castigos colectivos contra la población civil” (art. 33); que “la potencia ocupante no podrá proceder a la evacuación o transferencia de una parte de su población civil al territorio ocupado” (art. 49); que “el poder ocupado no tiene el deber de obedecer al ocupante, que es responsable del bienestar del territorio ocupado, de ofrecer condiciones dignas de vida, garantizar la sanidad, la higiene pública, la asistencia y educación de los niños” (art. 50); que “el ocupante tiene que respetar la propiedad privada del ocupado” (art. 55)…
El fin del “orden internacional basado en reglas”
Si Occidente se acaba de suicidar con su apoyo al genocidio y limpieza étnica en Palestina, desapareciendo vertiginosamente lo poco que quedaba de su hegemonía, lo mismo se puede decir de su “orden internacional basado en reglas”. Es un mantra que viene repitiéndose desde 2008, pero que se ha acentuado desde el apoyo al golpe nazi en Ucrania el 2014 y que cogió su cenit en junio de 2022 cuando Biden dijo que “la acción de Rusia en Ucrania podría marcar el fin del orden internacional basado en reglas y abrir la puerta a la agresión en otros lugares, con consecuencias catastróficas en todo el mundo”. Nadie de entre sus vasallos, especialmente Europa, dijo nada de la omisión al derecho internacional.
Posteriormente, la Cumbre de la OTAN de junio de 2022 en Madrid advirtió tanto a Rusia como a China que las democracias del mundo “defenderían el orden basado en reglas”. A partir de aquí, no hay ni un solo dirigente de Occidente que no haya hecho lo mismo. Solo ahora, cuando se constata el genocidio que lleva a la práctica Israel y cómo está pasando factura a sus valedores occidentales, aparece de forma tímida e inconsistente la referencia al derecho internacional. Ya es tarde para ello. Occidente ha bombardeado cualquier atisbo de acuerdo con el resto del mundo, que no va a tardar en pasar factura a tanto cinismo, hipocresía y colapso moral.
Occidente está agonizando y va a morir matando, como se pone de manifiesto en Gaza. Nada de su estructura de dominio puede salvarse a medio plazo. La base económica y geopolítica sobre la que se construyó la superestructura institucional de la gobernanza global liberal-occidental simplemente ha desaparecido. El viejo orden está más allá de la salvación; ya ha surgido otro nuevo aunque, parafraseando a Gramsci, estamos viviendo una época de monstruos e Israel es uno de sus principales.
Notas
(1) “La era del mundo unipolar hegemonizado por Occidente ha llegado a su fin” https://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article2848
(3) https://pcpsr.org/en/node/944
Alberto Cruz es periodista, politólogo y escritor. Su nuevo libro es “Las brujas de la noche. El 46 Regimiento “Taman” de aviadoras soviéticas en la II Guerra Mundial”, editado por La Caída con la colaboración del CEPRID y que va por la tercera edición. Los pedidos se pueden hacer a libros.lacaida@gmail.com o bien a ceprid@nodo50.org También se puede encontrar en librerías.