El once de noviembre de 1953, hace 65 años, el general Perón, en un discurso pronunciado en la Escuela Superior de Guerra, expuso los fundamentos geopolíticos de un proyecto de unión entre Argentina, Brasil y Chile, que dio en denominarse el segundo A.B.C.
Tras referirse brevemente a los fracasados intentos de unidad del subcontinente en el S. XIX, el que intentaron los libertadores San Martín, desde el Perú, y Bolívar, a partir de la Gran Colombia, en el frustrado Congreso Anfictiónico de Panamá; fracasos atribuidos por Perón al centralismo porteño, analiza las tendencias que impregnan aquel presente de la inmediata posguerra de 1939-1945. “Habíamos pensado que la lucha del futuro sería económica; la historia nos demuestra que ningún país se ha impuesto en ese campo, ni en ninguna lucha, si no tiene en sí una completa unidad económica” (1).
“Los grandes imperios, las grandes naciones, han llegado desde los comienzos de la historia hasta nuestros días, a las grandes conquistas, a base de una unidad económica” (2).
Advierte, asimismo, sobre el posible destino de las naciones más débiles y refuerza el argumento de la unidad. “Si subsisten los pequeños y débiles países, en un futuro no lejano podríamos ser territorio de conquista, como han sido miles y miles de territorios desde los Fenicios hasta nuestros días”. “No sería una historia nueva la que se escribiría en estas latitudes; sería la historia que ha campeado en todos los tiempos, sobre todos los lugares de la tierra, de manera que ni siquiera llamaría mucho la atención”.
“Es esa circunstancia la que ha inducido a nuestro gobierno a encarar de frente la posibilidad de una unión real y efectiva de nuestros países, para encarar una vida en común y para planear, también, una defensa en común” (3).
Finalmente, reitera el argumento de la unidad económica y cierra la propuesta señalando su impacto sobre los otros países del subcontinente: “La República Argentina sola, no tiene unidad económica; Brasil solo, no tiene tampoco unidad económica; Chile solo tampoco tiene unidad económica; pero estos tres países unidos conforman, quizá, en el momento actual la unidad económica más extraordinaria del mundo entero, sobre todo para el futuro, porque toda esa inmensa disponibilidad constituye su reserva. Estos son países reserva del mundo. Esto es lo que ordena, imprescriptiblemente, la necesidad de la unión de Chile, Brasil y Argentina. Es indudable que, realizada esta unión, caerán a su órbita los demás países sudamericanos, que no serán favorecidos ni por la formación de un nuevo agrupamiento y probablemente no lo podrán realizar en manera alguna, separados o juntos, si no en pequeñas unidades” (4).
Dos años antes, señala Methol Ferré, el veintidós de septiembre de 1951, Perón había adelantado estas ideas, en realidad trabajadas desde 1946, en el banquete ofrecido a su amigo el embajador Lusardo, del Brasil, realizado en conmemoración del Grito de Ipiranga, en un nuevo aniversario de la independencia del Brasil. En esos conceptos estaba reflejada la mutua influencia que se había establecido entre Getulio Vargas y Perón (5). En los años “30” el nacionalismo industrializador de Vargas desarrolló con cierta profundidad un modelo de sustitución de importaciones y encaró una política obrerística entre cuyos logros institucionales se encuentra la creación del Ministerio de Trabajo, en el marco del Estado Novo. En los años “50”, a su vez, Vargas asimila del peronismo en el poder su política de planificación, de objetivos y metas.
Hacía 1951, Perón advierte claramente los límites de la industrialización por sustitución de importaciones, fundada esencialmente en el factor demográfico; en efecto, la Argentina en ese entonces poseía alrededor de 16.000.000 de habitantes, reducido mercado para una producción cuyos avances técnicos ameritaban una mayor expansión. Ampliación del mercado interno y unión aduanera eran los requisitos para lograr economías de escala que ganaran en competitividad.
En el centro de la necesidad de ampliación del mercado interno estaba el acuerdo propuesto que abarcaba a Sudamérica. En este último aspecto influye sobre Perón el pensamiento de Mario Tavassos, geopolítico brasileño, cuyo libro “Proyección Continental del Brasil” es conocido por militares argentinos hacía el año 1940. En dicho libro sostiene Tavassos que el área geoestratégica que nos debe interesar es el subcontinente de América del Sur. Más allá, señala, es ámbito de la influencia norteamericana y no se estaba en condiciones de disputar dicho espacio.
El suicidio de Vargas en Brasil en 1954, la caída de Perón en Argentina en 1955 y el término del mandato de Ibañez del Campo en Chile abortó finalmente este segundo A.B.C.. En Brasil la oposición al acuerdo tuvo sus principales y feroces opositores en el Canciller Neves y en el Senador Carlos Lacerda; en Argentina el foco principal de oposición estuvo en los emigrados argentinos en Montevideo, entre los que sobresalía el radical Silvano Santander.
Preguntarnos hoy, a 65 años de aquel intento, si es posible pensar en un tercer A.B.C., actualizado y con cierta posibilidad de éxito, quizá resulte problemático; la respuesta es sin duda, además de muy problemática, muy compleja.
En primer lugar, se despliega en el presente, y no existía prácticamente en aquel entonces, una planetarización científico-técnica, fundamentalmente en el área de las comunicaciones, con una fuerte monopolización de medios dirigidos a las grandes masas, que incide notablemente en una manifiesta manipulación de la información; junto a ello se da una imposición de modelos políticos, económicos y culturales de occidente, aun cuando en estos primeros años del S. XXI la afirmación de Rusia y China como potencias mundiales cuestiona y relativiza la influencia de Estados Unidos y Europa.
En el plano estrictamente regional se produjo a su vez un claro desajuste entre las economías y la plataforma científica y tecnológica de Brasil, Argentina y Chile. La dictadura militar brasileña implantada en 1964, al ser derrocado el presidente constitucional Joao Goulart, en consonancia con el pensamiento geopolítico de Golbery do Couto e Silva, desarrolla un alineamiento continental con Estados Unidos, pero lleva adelante un intenso proceso de revolución industrial.
En Argentina, por el contrario, el golpe militar de 1976 que concluyo con el gobierno de María Estela Martínez de Perón, significó, bajo la dirección económica de José Alfredo Martínez de Hoz, un profundísimo desmantelamiento de la estructura industrial, un enfeudamiento muy pronunciado al capital financiero internacional a través del mecanismo de la deuda externa y una reafirmación práctica y doctrinaria de ser un país de producción primaria.
Chile, por su parte, que tradicionalmente había contado con una oligarquía que pivoteaba entre sus viejas simpatías inglesas y el influjo de Estados Unidos, desde el golpe pinochetista de 1973 que derrocó a Salvador Allende, definió claramente una pertenencia al bloque estadounidense y agudizó con un éxito relativo su rol de productor de commodities.
Ahora bien, en 2018, con Macri en Argentina, Piñera en Chile y, a partir del primero de enero de 2019, Bolsonaro en Brasil, ¿Existe alguna perspectiva de coincidencia, de acuerdo, de privilegiar intereses comunes con una perspectiva de bloque subcontinental?
Ideológicamente, en economía, en política, en sus visiones sobre la problemática social, sobre América del Sur, parecen abrevar los tres en una concepción neoliberal y en una mirada empresarial desde lo económico, conservadora en lo político y con un sesgo despectivo hacia todo lo que pueda aparecer como “nacionalista” o “populista”.
No obstante, hay que reconocer también que existen realidades ya estructurales, como el propio comercio exterior, relativamente complementario, sobre todo entre Brasil y Argentina; o la unión aduanera del MERCOSUR; o la complementariedad en proyectos espaciales, nucleares y de protección de fronteras, nuevamente entre Brasil y Argentina. Al respecto sería interesante citar algunos conceptos que recientemente formulara Sergio Etchegoyen, actual Ministro de Seguridad Institucional de Brasil en una entrevista que se le formulara, precisamente en Buenos Aires, con motivo de una disertación en la Universidad de la Defensa Nacional. Destacó que los gobiernos de Argentina y Brasil deben avanzar hacía una integración real, porque ya se perdió demasiado tiempo con discusiones ideológicas y antagónicas. Más adelante señala las posibilidades de que Argentina colabore con el programa nuclear brasileño sobre la base de la tecnología argentina para construir reactores, complementada con la capacidad brasileña de poseer uranio y de tener la infraestructura para enriquecerlo. Refiriéndose a Bolsonaro, indica que es muy difícil que se puedan modificar las áreas en las cuales las fuerzas armadas brasileñas están involucradas: nuclear, espacial y cibernética. Agrega que Brasil, por imposición de la geografía, de los valores y de la historia, está asentado en América Latina y que a ese Brasil no le interesan unas fuerzas armadas débiles en el lado argentino: la integración entre Argentina y Brasil en materia de defensa, concluye, debería ser más osada y proactiva.
Son sin duda estos vínculos estructurales, estas vivencias asentadas en “la geografía, los valores y la historia”, como dice Etchegoyen; estas corrientes de un pensamiento nacional sudamericano, los que alientan, bajo nuevas condiciones, la reformulación de aquel magno proyecto del A.B.C. de 1951/1953.
Por el Profesor e Historiador Luis Moyano; para el equipo e Pensamiento Nacional, que organiza el Dr. Antonio Mitre Miembro Infórmante de Dossier Geopolitico Córdoba
(1), (2), (3) y (4). Perón, Juan Domingo. Selección de Escritos y Discursos. Ediciones Sintesis, Buenos Aires, 1973.
(5). Methol Ferré, Alberto. La Integración de América Latina en el Pensamiento de Perón, en Aportes Para Una Argentina Plural. Archivo General de la Nación, 1999.