por Shahzada Rahim
Desde la era de la exploración, la dinámica de la guerra y el conflicto han cambiado. Europa, hasta los albores de la revolución industrial a fines del siglo XVIII, puede calificarse en “la era de la guerra y la conquista”. Esta fue una época de conflictos brutales en nombre de la religión, la secta, el origen étnico y la raza, más la palabra “genocidio” no se contextualizó durante toda la era moderna clásica. La palabra “genocidio” solo llegó a los libros de texto literarios y legales después del Holocausto Judío bajo la Alemania de Hitler. Fue Raphael Lemkin, un judío polaco, quien redactó la Convención para la prevención y la sanción del delito de genocidio, documento que fue adoptado por unanimidad por los miembros de Naciones Unidas el 9 de diciembre de 1948. Probablemente, dicho borrador fue adoptado y ratificado como reacción a las atrocidades nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
Raphael Lemkin fue la persona que encontró una palabra adecuada para lo que el Primer Ministro británico Winston Churchill denominó “un crimen sin nombre”. Según la Convención de 1948 sobre la Prevención y el Castigo del Delito de Genocidio, este tipo de crimen refiere a los «actos destinados a destruir, en su totalidad y en parte, a un grupo nacional, étnico, racial y religioso». Sin embargo, han pasado casi 60 años desde que se adoptó la Convención, y su efectividad permaneció en el olvido. Poco después de la resolución redactada, Estados Unidos y Gran Bretaña, se abstuvieron de ratificar la Convención, ya que Estados Unidos temía por su amargo pasado, cuando los indios rojos indígenas fueron aniquilados por los colonizadores, mientras que en el caso de Gran Bretaña, ésta temía por la responsabilidad de sus atrocidades cometidas en las colonias. Con esta abstinencia política, el rol de las Naciones Unidas terminó en la encrucijada de fallar incesantemente en relación a la prevención de los crímenes atroces alrededor del mundo.
Ahora, sin profundizar tanto en la historia, podemos encontrar un ejemplo más reciente de genocidio atroz en Myanmar, República Democrática del Congo, Sudán, e Irak y Siria bajo ISIS. En Myanmar, la violenta extirpación de los grupos étnicos rohingyas por parte de los vigilantes budistas en el estado de Rakhine, es la peor de su tipo desde la Segunda Guerra Mundial. Cabe recordar que los grupos étnicos rohingyas son musulmanes y descendientes de bengalíes, que a su vez conforman la mayoría en el estado de Rakhine de Myanmar, que limita con Bangladesh. Según las Naciones Unidas, más de 90,000 rohingyas han huido del estado de Rakhine hacia Bangladesh por temor a ser juzgados. “Las condiciones de vida dentro de los campos de refugiados son desesperadas” exclamó el informe de la ONU.
Del mismo modo, Sudán, que sufre una brutal guerra civil entre cristianos en el sur y musulmanes en el norte, finalmente lideró la división del país en 2011. En 2003, se produjo un brutal genocidio en Darfur, en el que más de 300,000 inocentes fueron asesinados por las milicias respaldadas por el gobierno de Sudán. El gobierno negó el genocidio al decir que la cifra de muertos había sido extremadamente exagerada, y que la comunidad internacional permaneció en silencio, totalmente desestimada.
Por otro lado, en el Estado Islámico de Irak después de controlar Mosul, se intentó borrar a los yazidíes, una minoría étnica y religiosa que vivió en Irak durante siglos. Bajo la severa regla Shariah, el Estado Islámico ordenó matar a todos los hombres yazidíes y esclavizar a sus hijos y mujeres. Se informó de un asesinato en masa a gran escala de la comunidad Yazidí, y la violación en masa de mujeres del grupo bajo la cruel regla mencionada. Según las estimaciones, el Estado Islámico de Irak asesinó alrededor de 10,000 personas yazidíes, y más de 300,000 huyeron a la región vecina del Kurdistán en calidad de refugiados.
Sin embargo, estos son tan solo algunos ejemplos más recientes, pero la historia humana ha sido testigo de las peores atrocidades cometidas en nombre de la religión, la secta, la raza y el origen étnico. Por ejemplo, el genocidio armenio de 1915, en el que un millón de armenios cristianos, fueron asesinados por los musulmanes otomanos. Del mismo modo, cabe recordar el genocidio de Srebrenica durante la guerra yugoslava, en la que las milicias armadas serbias masacraron a más de 8000 personas de etnia musulmana bosnia. En el mismo patrón, el peor genocidio tuvo lugar en Vietnam luego de la invasión estadounidense, en la que más de 1,5 millones de vietnamitas fueron asesinados mediante un “bombardeo en alfombra” por la Fuerza Aérea estadounidense.
En contraste, uno de los hechos más interesantes sobre estos crímenes tan atroces, es que ni siquiera una sola persona fue condenada por estos crímenes en el Tribunal y la Corte Penal Internacional. Aunque, cabe señalar, que ha habido un desarrollo estructural para la ejecución de la Convención sobre Genocidio. Por ejemplo, el Tribunal Internacional, con el fin de condenar crímenes de guerra, se estableció en 1992, y la Corte Penal Internacional se estableció en 2002. De todas maneras, ninguno de ellos ha sido resistente para prevenir estos crímenes atroces. Tal vez, esto plantea la pregunta sobre el desempeño de las Naciones Unidas en cuanto a la prevención de la guerra y los conflictos, lo que ha envalentonado aún más el dilema de la implementación de la Convención sobre el Genocidio: los crímenes no parecen ser tan atroces.
Shahzada Rahim estudiante de posgrado con gran interés en escribir en relación a la historia, geopolítica, asuntos de la actualidad y economía política internacional.
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