La recuperación de la segunda potencia latinoamericana le ha dado un peso continental y mundial  que el futuro gobierno deberá ampliar y consolidar, si pretende continuar con las reformas

Por Eduardo J. Vior
analista internacional especial para Dossier Geopolitico

Claudia Sheinbaum ganó el 2 de junio nuevamente la presidencia de México para la alianza Sigamos Haciendo Historia, encabezada por su Movimiento de Reconstrucción Nacional (Morena), con más del 58% de los votos y superó por cinco puntos el resultado obtenido por Andrés Manuel López Obrador (popularmente AMLO) en 2018. Además, su alianza conservó el gobierno de la Ciudad de México y ganó las gobernaciones de seis de los ocho estados en los que se elegía la máxima autoridad. Durante el último sexenio México se ha convertido en el primer inversor extranjero en EE.UU., su moneda se ha revalorizado sustancialmente contra el dólar y cinco millones de personas han salido de la pobreza. No obstante, todavía quedan 47 millones de pobres, los cárteles de la droga mantienen el control de importantes zonas del territorio nacional y los migrantes siguen atravesando el país desde la frontera sur hasta la del norte. 

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A partir del 1º de octubre la primera presidenta mujer en 200 años de historia deberá afirmar un nuevo liderazgo superando la pobreza y pacificando el país en medio de una aguda polarización entre los bloques de poder mundial que requerirá un cuidadoso equilibrio, para que la reconstrucción no se diluya por una abstinencia o una indeseada toma de partido que aislaría a México de alguno de sus múltiples -todos necesarios- interlocutores internacionales.

En su programa electoral Claudia Sheinbaum afirmó que su “política exterior seguirá los principios constitucionales de autodeterminación de los pueblos, no intervención y fraternidad con todos los pueblos del mundo”. Como demostró recibiendo el mismo día del triunfo al boliviano Evo Morales y al argentino Alberto Fernández, la futura presidenta mantendrá el alineamiento progresista del gobierno de la 4T. Para ello deberá definir la relación con El Salvador del reelecto Nayib Bukele, el modo de acompañar cómo estabilizar Haití sin plegarse al intervencionismo norteamericano, cómo garantizar la elección presidencial venezolana sin caer en partidismos, la presión sobre los gobiernos autoritarios de Ecuador y Perú y la distancia justa del gobierno de Javier Milei haciendo caso omiso de las provocaciones de éste para no dañar aún más la relación con Buenos Aires.

En realidad, el mayor desafío que la nueva presidenta deberá encarar inmediatamente está en la frontera norte. El avance de las causas judiciales contra Donald Trump y la evidente senilidad de Joe Biden plantean un insólito panorama en el que ninguno de los dos candidatos llegaría a noviembre y, si lo hacen, encararía la elección debilitado y en un clima de crispación que desautorizará a cualquiera que pretenda representar a la superpotencia. Durante el sexenio de AMLO México ha impuesto respeto a los dirigentes norteamericanos, pero todavía tiene demasiados frentes abiertos. A medida que se debilita el poder de Washington, se diluye el perfil de la política migratoria. Cada uno de los cuatro estados fronterizos (California, Nuevo México, Arizona y Texas) aplica criterios diferentes al recibir a los migrantes que llegan a la frontera. La presidenta electa ha manifestado su voluntad de que sus vecinos del norte legalicen la inmigración del sur, ya que necesitan mano de obra, pero en un Estados Unidos profundamente ideologizado y polarizado nadie quiere aparecer negociando con los latinos.

Sheinbaum insiste asimismo en que EE.UU. y Canadá inviertan en los países de origen de la migración, pero la experiencia de varias décadas demuestra la falta de interés de los dirigentes de ambos países por políticas de win-win en las que todos ganen. Las inversiones han sido escasas, mayormente especulativas y dirigidas puntualmente a las áreas en las que las empresas canadienses y norteamericanas pueden obtener pingües ganancias sin generar empleos.

El futuro gobierno mexicano buscará aumentar la densidad tecnológica y la integración de las empresas norteamericanas relocalizadas en su territorio, especialmente en el fronterizo Nuevo León, pero también incentivar su instalación en el sureste del país donde ha hehco enormes inversiones en infraestructura. Durante la campaña electoral la candidata de Morena ha afirmado la necesidad de superar la maquila, para organizar cadenas de producción transfronterizas. Sin embargo, no sólo a los norteamericanos, sino también a los empresarios chinos deberá imponerles el mejoramiento de las condiciones de trabajo, para ajustarlas a los derechos sociales de la Constitución mexicana.

EE.UU. es incapaz o carece de la voluntad necesaria para afrontar su terrible epidemia de drogadicción. El mercado estadounidense de narcóticos mantiene una fuerte demanda que alienta a los cárteles mexicanos y atrae la importación desde otras regiones del mundo a través de México. Al mismo tiempo las autoridades norteamericanas permanecen pasivas ante el tráfico de armas hacia el sur.

En la medida en que crece la confrontación entre Estados Unidos y China, aumenta la presión de Washington contra la radicación de empresas asiáticas que usan el territorio de su vecino para exportar al norte aprovechando el tratado de libre comercio de América del Norte cuya próxima renegociación está agendada. México se ha convertido en el principal inversor extranjero directo en EE.UU. y no puede arriesgar una crisis comercial, pero tampoco quiere abrir sus fronteras sin reparos, como sucedía en presidencias anteriores a 2018.

Al mismo tiempo Sheinbaum tendrá que combinar una postura enérgica ante su vecino del norte con el cuidado de permanecer neutral en el enfrentamiento entre Biden y Trump. Probablemente la decisión sobre el perfil que se dará a la relación con EE.UU. defina la selección del futuro titular de Relaciones Exteriores.

Estas distintas áreas de la política exterior del futuro gobierno mexicano se reúnen bajo la consigna del fortalecimiento del liderazgo internacional de México. Para ello Sheinbaum se ha comprometido a mantener una mayor presencia en espacios multilaterales como la Asamblea General de Naciones Unidas, las Conferencias de las Partes, el G20 y la CELAC. Finalmente, México deberá hacerse más presente fuera del continente también, para evitar que la creciente confrontación entre las potencias del Norte y del Sur Global estrangule su espacio de maniobra.

Mucho para hacer, si la primera presidenta de México quiere profundizar la Cuarta Transformación. No basta con las reformas internas. Debe consolidar la posición de su país en un contexto internacional incierto y polarizado. En el sexenio pasado la reconstrucción del Estado y de la economía y el liderazgo moral de López Obrador aumentaron sustancialmente el peso internacional de México. Ahora, para seguir por el camino de su predecesor, Claudia Sheinbaum debe ampliar su radio de acción y su protagonismo.

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