En su columna del Club de La Pluma -y parafraseando a Bill Clinton- el director de Dossier Geopolítico, Carlos Pereyra Mele, se dirige con honesta crudeza a los desinformados y espantados europeos, señalando el camino del pragmatismo para que entiendan “¿los por qué de la guerra de Ucrania?” y el terrible fracaso militar que están sufriendo. También, para que vean las claves de su grave crisis económica en aumento, de sus déficit energéticos y de recursos, del atraso tecnológico, de su insignificancia internacional y -en definitiva- de la evidente traición de los líderes de la Unión Europea, entregados conciente y corruptamente a EEUU.
AUDIO:
Es que, la gran conmoción ha estallado tras conocerse las intenciones de Trump de sellar el final de una guerra perdida, aceptando que Rusia legitime los territorios conquistados, cancelando las ayudas militares a Kiev, negando la entrada de Ucrania a la OTAN y obligando a Europa a asumir la defensa del derrotado. Y además, a pagar los astronómicos costes de su reconstrucción. Un escenario desolador para “El Jardín del Mundo” que afronta UNA TOTAL DERROTA y el posible desprecio, tanto a Bruselas como a su endiosado “Zelensky/Simbol” de ser excluidos de las negociaciones principales. En suma, se ha hecho realidad la peor de las pesadillas para los millones de europeos convencidos -por su prensa- de que destruir a Rusia era un hecho predestinado y la guerra… apenas un trámite.
También resalta en el audio que la realidad demuestra los vaticinios y análisis hechos por éste espacio geopolítico, desde que Putín le marcará sus líneas rojas a Occidente en el 2007, cuando los planes de la CIA eran desguazar a Rusia. Y enumera una a una, las denuncias y análisis lanzados desde aquí, cómo las Revoluciones de Colores y el golpe del Euromaidán del 2014, financiadas con fondos de la ahora desmascarada USAID, organización terrorista genocida norteamericana para someter a las democracias del mundo, con 700 medios y 7.000 periodistas a sueldo y más su variada legión de ONG. Luego aborda la masacre de miles de civiles ucranianos de habla Rusa en El Donabas. El boicot -reconocido por Europa- a los acuerdos de paz de Disk para dar tiempo al armado de Ucrania por la OTAN, y la farsa del “Guaidó ruso”, Alexander Navalni. Hasta llegar a la insoportable provocación bélica de occidente contra Rusia en el 2022, que desencadenó el inicio de la guerra. Y por supuesto, el fraude mediático y masivo de los tres últimos años alrededor de la burla infantil de que ”Rusia era solo una gasolinera con bombas atómicas”
También aborda los amargos trances que pasa hoy la oligarquía comunitaria, las urgencias de Trump por apagar los fuegos externos ante la guerra civil interna de sus elites. Y sobretodo, que el mundo es otro con las nuevas potencias asiáticas más el Sur Global.
Con lo que confirma que ha llegado la hora de la verdad:
LA HORA DE LA REALPOLITIK… ESTÚPIDOS !!
Eduardo Bonugli
Madrid, 16/02/25
Las ultimas reuniones entre superpotencia donde participo un «aliado» de EEUU en una Reunion importante fua antes del FIN DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL Stalin (URSS) Rossevelt (USA) y Churchill (UK) 1943/1945
Sec Gral de la ex URSS Nikita Sergeyevich Khrushchev junto al asesinado Presidente de USA John F. Kennedy, reunidos algun «aliado» europeo en la reunion!!!
Presidente de USA Gerald R. Ford, detras el mayor geopolitico norteamericano Henry Kissinger norteamericano, junto al Sec Gral del PC de la ex URSS Leonid Brezhnev, algun aliado de EEUU Europeo en las reunion, pues bien esto es LA REALPOLITIK… ESTÚPIDOS !!
LA HORA DE LA REALPOLITIK… ESTÚPIDOS !! SIGLO XXI –PUTIN-TRUMP-XI
https://dossiergeopolitico.com/wp-content/uploads/2025/02/Mamuscha.jpg426640Dossierhttps://dossiergeopolitico.com/wp-content/uploads/2018/05/Dossier_Logo-2.pngDossier2025-02-16 22:37:452025-02-16 22:47:41GEOPOLÍTICA POR RADIO CON PEREYRA MELE:¡¡EUROPEOS: ES LA REALPOLITIK, ESTÚPIDOS !! 16/02/2025
Aquella legendaria frase de Galieo Galilei en 1633, tras negar que la tierra girara alrededor del sol para evitar ser condenado a muerte por la Inquisición, es recordada por el director de Dossier Geopolítico, Carlos Pereyra Mele, en su columna del Club de La Pluma, para decirnos que ”SIN EMBARGO EL MUNDO SE MUEVE” a pesar de Donald Trump y sus barbaridades con las que demuestra ser tansoberbio, cegado y absolutista como aquel “santo tribunal”.
AUDIO:
Y con un argumentado análisis, nos rescata de la burbuja mediática que hoy intoxica y atemoriza a la gente, ante las brutales amenazas del sionismo anglosajón que manda desde siempre en Washington, aunque hoy con brutal sinceridad, para centrarnos en el mundo real que sigue su marcha hacia el cambio del poder global y la multipolaridad, con las potencias asiáticas en imparable ascenso y con el Sur Global y los Brics+ ganando protagonismo, a pesar de los golpes de efecto del nuevo “emperador” de EEUU, de sus sobre actuaciones, de los schoks mediáticos y de las amenazas de máximo, que en definitiva demuestran la descomposición del imperio y el peligroso ocaso de su agónica posición dominante.
El audio comienza con la pregunta ¿Qué es el Occidente actual? Para luego profundizar en su minoritaria geografía, en su declinante alcance estratégico militar, en sus profundas crisis económicas, en su desprecio al resto del continente americano y al África y en la ridícula pretensión de ser “la Comunidad Internacional y el Mundo Basado en Reglas” cuando apenas llegaría a contar con el vasallaje de 50 países, que cada vez dudan más si están en el lado correcto de la historia. Por lo que merecidamente se ha ganado el nuevo nombre de OXIDENTE (con X) por su crónico, creciente e irreversible deterioro tanto interno como externo, en medio de una crisis histórica y existencial que lo convulsiona y lo erosiona.
Además, aborda la contradicción de que a pesar de las amenazas de anexionar Groenlandia, de bombardear con sanciones y aranceles a un mundo que le es cada vez más hostil y de reafirmarse como socio genocida de Palestina, la dura realidad confirma que la situación interna de Norteamérica es de debilidad, que la OTAN sufre una catástrofe terminal en Ucrania, que su tecnología de punta ha entrado en pánico ante la inteligencia artificial China, que el G7 ha perdido el podio global y que todo Occidente está sumido en un impresionante caos interno a punto de implosión.
Y concluye con que el 2025 será un año de mucha conflictividad y desgaste y que habrá demasiados frentes de lucha, pero que ¡¡ EL MUNDO SE MUEVE !! Y que lo hace hacia Oriente, señalando irremediablemente que la unipolaridad ha muerto.
Eduardo Bonugli (Madrid, 09/02/25)
Paises que integran la Organizacion del Tratado del Atlantico Norte OTAN
MAS EL AUKUS
Tratado del Aukus
COINCIDE CON EL LLAMADO «MUNDO OCCIDENTAL» U «OCCIDENTE COLECTIVO«
ooo0ooo
El mundo que se enfrenta realmente el G7 versus los BRICS+
https://dossiergeopolitico.com/wp-content/uploads/2025/02/eppur-si-muove-min-1280x640-1.jpg6401280Dossierhttps://dossiergeopolitico.com/wp-content/uploads/2018/05/Dossier_Logo-2.pngDossier2025-02-09 19:58:592025-02-09 20:05:16GEOPOLÍTICA POR RADIO CON PEREYRA MELE: ¡¡”SIN EMBARGO EL MUNDO SE MUEVE” A PESAR DE DONALD TRUMP!! 09/02/2025
Consciente del retraso norteamericano frente a China, el líder republicano se concentra en controlar su area de influencia para ganar tiempo, pero para ello necesita un capital que no tiene
Eduardo J. Vior analista internacional especial para Dossier Geopolitico
Las iniciativas del presidente Donald Trump, anunciadas poco antes del traspaso del mando, para comprar Groenlandia, incorporar Canadá y reocupar el Canal de Panamá causaron estupor internacional y la mayoría de los observadores las tildaron de fanfarronadas típicas del neoyorquino. Sin embargo, como subrayaron varios de sus colaboradores más estrechos, tienen sentido dentro de la estrategia general de repliegue y concentración del poder norteamericano en el subcontinente norteamericano que implementa el caudillo reaccionario. Trump va a tratar de llegar a un acuerdo con Rusia sobre áreas de influencia en Europa y Asia Occidental, va a respaldar a Israel, pero le va a impedir que inicie una nueva guerra y va a competir rudamente con China, pero no piensa ir a la guerra con la potencia asiática.
El jefe de la Casa Blanca es consciente del retraso norteamericano ante China y busca ganar tiempo, para que EE.UU. encuentre una nueva fórmula de desarrollo que le permita recuperar la delantera mundial. Para ello, quiere expandir al resto de América del Norte y el Caribe y acordonar el área de control exclusivo de los capitales norteamericanos. Ahora bien, ya que no puede expandir su poder militarmente, aprendiendo de China, quiere hacerlo desarrollando en ese inmenso área una red de transporte y comunicaciones centrada en EE.UU. Sin embargo, para hacerla necesita desarmar la “espiral de la deuda” que absorbe todos los recursos de la economía occidental
El arancel del 10 por ciento impuesto por Trump a todos los productos chinos entró en vigor el martes 4 como resultado de una orden ejecutiva (decreto) emitida durante el fin de semana con el objetivo de presionar a Beijing, para que tomara decisiones enérgicas contra los envíos de fentanilo a Estados Unidos. El gobierno chino respondió el mismo día con una serie de medidas de represalia, incluidos aranceles adicionales sobre el gas natural licuado, el carbón, la maquinaria agrícola y otros productos procedentes de Estados Unidos, que entrarán en vigor el próximo lunes 10. También aplicó inmediatamente restricciones a la exportación de determinados minerales críticos, muchos de los cuales se utilizan en la fabricación de bienes de alta tecnología. Además, los reguladores del mercado chino dijeron que habían iniciado una investigación antimonopólica contra Google que, si bien está bloqueado en el Internet en China, mantiene relaciones con compañías chinas. El país ha presentado asimismo una demanda contra la subida de aranceles de EE.UU. ante la Organización Mundial del Comercio (OMC).
El puerto de Yangshan, cerca de Shanghai. El presidente Trump ha acusado a China de no hacer lo suficiente para detener la exportación de fentanilo y los productos químicos que se utilizan para fabricarlo
Las medidas arancelarias de ambas partes aumentan el riesgo de una guerra comercial que perjudicaría a todo el mundo. Sin embargo, algunos en Wall Street ven la respuesta china como una muestra de moderación que abre la puerta a un compromiso. En la misma dirección Trump manifestó su disposición a conversar con el presidente de China, Xi Jinping. La perspectiva de que Trump va a negociar con Trudeau y Sheinbaum trajo también cierta calma a los mercados.
Mientras el presidente escenificaba su campaña arancelaria contra China, Canadá y México e inducía a Xi Jinping a negociar, su secretario de Estado, Marco Rubio, conseguía en Panamá, El Salvador, Costa Rica, Guatemala y República Dominicana avances sustanciales contra la influencia económica de la República Popular.
En el primer alto de Rubio en la región se reunió el sábado 1° con el presidente panameño José Raúl Mulino. Si bien el mandatario sigue firme en su posición de que no habrá negociaciones sobre la soberanía del Canal, la visita del secretario de Estado estadounidense ya tuvo sus primeros frutos. Así, Mulino anunció que su gobierno no renovará el memorándum de entendimiento de la “Iniciativa de la Franja y la Ruta”, firmado con China en 2017, y que incluso estudiaría la posibilidad de rescindirlo antes de tiempo.
Además, Panamá inició una auditoría sobre varios puertos que operan en el Canal, propiedad de una empresa china. Desde su ampliación en 2016 el Canal de Panamá ha manejado más del 6% del comercio marítimo mundial, con China y EE. UU. como los principales usuarios. Por la vía pasan más de 14,000 buques al año, facilitando más de $270.000 millones de dólares en comercio anual. Sus principales usuarios son EE.UU. (66% de la carga transportada), China (16%), Japón, Corea del Sur y la UE (resto de la carga). El tráfico de mercancías entre Asia y la costa este de EE. UU. depende críticamente del Canal.
La salida de China de ciertos proyectos en Panamá puede tener efectos mixtos: 1) proyectos como el tren Panamá-David (inversión prevista de $4.100 millones) quedan en el aire. 2) EE. UU. esbozó la posibilidad de compensar los créditos que pierde Panamá con nuevas líneas y apoyo del Banco Mundial y el BID. Sin embargo, la mayoría de las veces estos créditos no se equiparan con los que ofrece China y el propio Estado norteamericano no tiene medios para financiar a nadie. 3) Panamá evita sanciones o restricciones comerciales que podrían afectar el 13% de su PIB vinculado al canal y la logística.
La cuestión de la migración, en tanto, se abordó entre los dos países de una manera mucho más fluida. Debido a las políticas restrictivas de Mulino el año pasado cruzaron por el Tapón del Darién (el enclave selvático en la frontera con Colombia) 300.000 migrantes, o sea un 42 % menos que el año anterior.
Marco Rubio (d) junto al presidente de El Salvador, Nayib Bukele, el lunes 3 en San Salvador
El lunes Rubio anunció en El Salvador que había recibido una oferta extraordinaria del presidente Nayib Bukele, para confinar en una megacárcel a los migrantes “criminales” y a los estadounidenses enviados desde Estados Unidos. Al llegar más tarde a Costa Rica, Rubio señaló que la propuesta de Bukele fue “una oferta muy generosa” que “nunca nadie” les había hecho.
También tras un encuentro con el presidente de Costa Rica, Rodrigo Chaves, y con el canciller Arnoldo Andre Tinoco, el secretario estadounidense dijo que el mandatario del país centroamericano le indicó que no iba a permitir la entrada de compañías chinas con tecnología 5G. La migración también estuvo sobre la mesa.
Luego, el diplomático estadounidense se trasladó a Guatemala, donde se reunió con el presidente Bernardo Arévalo y el canciller Carlos Ramiro Martínez. Arévalo calificó la presencia de Rubio como la chancc para abrir “nuevas oportunidades”. Además dijo, que “Guatemala es y seguirá siendo un socio para EE.UU.”. El presidente se comprometió a aumentar en 40 % el número de vuelos de deportados desde suelo estadounidense y de preparar políticas para el retorno de los migrantes. Por su parte, Rubio felicitó a Arévalo y le agradeció por su compromiso con el tema migratorio. El secretario también anunció que el Cuerpo de Ingenieros del Ejército de EE.UU. construirá dos puertos y otras obras de infraestructura en Guatemala.
Por su parte, en República Dominicana, Rubio sostuvo el miércoles 5 una reunión con el mandatario Luis Abinader, con quien habló sobre la suspensión de la colaboración económica que entregaba la Agencia Norteamericana de Ayuda para el Desarrollo (USAID, hoy intervenida por el gobierno y comisariamente a cargo del mismo Rubio) para atender la migración, la seguridad regional y la grave crisis de Haití. En la posterior rueda de prensa conjunta, Abinader anunció la explotación de tierras raras en alianza con Washington, al tiempo que clamó por más recursos para la misión internacional desplegada en Haití.
Sobre lo último, Rubio manifestó su interés en trabajar en conjunto, con el apoyo del Cuerpo Ingenieros del Ejército de su país.
Luis Abinader, presidente de la República Dominicana
Sin estridencias ni amenazas estentóreas Washington ha marcado mucho más durante este solo viaje los límites que los países del Caribe y América Central no deben traspasar en la relación con China que los militares estadounidenses en muchos viajes de años anteriores. Fiel a su trayectoria empresaria, el presidente norteamericano exige, amenaza e inventa conflictos para distraer la atención. Mientras tanto, avanza sus posiciones en otra dirección. Cuando sus interlocutores se dan cuenta, deben rendirse a las nuevas circunstancias.
Del mismo modo, mientras que China y EE.UU. elevaban el tono de su litigio comercial, a cambio de sustanciales concesiones de sus vecinos el gobierno estadounidense pactó el lunes en sucesivos acuerdos con sus pares de México y Canadá posponer por 30 días la imposición de aranceles del 25% a las importaciones de esos países.
“La pausa arancelaria de un mes da tiempo a México para dialogar y convencer a la administración de Donald Trump que la relación comercial fortalece a América del Norte frente a otras regiones del mundo”, aseveró la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo. En un encuentro con empresarios en el Palacio Nacional la mandataria pidió el martes 4 a la iniciativa privada que acelere el Plan México para aumentar la proporción de componentes mexicanos en los productos que se exportan. También aprovechó el evento para agradecer a los jerarcas empresarios el apoyo que le brindaron el fin de semana, pues la comunicación de respaldo del Consejo Coordinador Empresarial (CCE) y de otros sectores le dieron fortaleza para la llamada que sostuvo el lunes 3 con su homólogo estadunidense. Señaló que en el diálogo con Trump también obtuvo el analizar qué es lo que se planteará exactamente y el seguir fortaleciendo la economía nacional. Celebró, además, que, pese a la decisión que había anunciado el presidente estadunidense, el peso apenas se devaluó en relación al dólar.
En otra declaración, el mismo martes, la presidenta reveló que, durante la conversación que sostuvo con su colega estadounidense no abordaron la polémica sobre la definición de los cárteles como “terroristas”, con la que ella está en desacuerdo. Y advirtió que EE.UU. no ha dicho qué va a pasar con los fabricantes de armamento cuyo arsenal termina de manera ilegal en manos de las organizaciones delictivas.
Entre tanto, México inició el despliegue de 10.000 elementos de las fuerzas federales en la frontera con EE.UU., que reforzarán los operativos de seguridad y que, en particular, tendrán la misión de frenar el tráfico de fentanilo. Otros objetivos prioritarios son el control de la migración irregular así como del tráfico de armas de EE.UU. a México.
El aplazamiento por 30 días en la imposición de aranceles comerciales se alcanzó en una llamada en la que se acordó que México reforzará la frontera norte con 10 mil elementos de la Guardia Nacional, para evitar el tráfico de drogas, en particular fentanilo, a Estados Unidos. Éste trabajará para evitar el trasiego de armas de alto poder que acaban en manos del crimen organizado y ambas partes dialogarán en mesas de trabajo en torno a temas de interés común con el objetivo de eliminar la amenaza arancelaria.
La presidenta Claudia Sheinbaum, al dirigirse a empresarios en un encuentro realizado en Palacio Nacional, el 4 de febrero de 2025
El gobierno mexicano teme la intervención de militares estadounidenses en territorio mexicano. No es casual que a las pocas horas del anuncio arancelario tuviera lugar una llamada entre el secretario de la Defensa de EE.UU., Pete Hegseth, y los secretarios de la Defensa y de la Marina de México. En esa comunicación Hegseth trasmitió la lógica de Trump: si el gobierno mexicano no acepta una mayor intervención de EE.UU., es porque esconde algún tipo de colusión con el crimen organizado.
Desde hace algunas semanas las nociones de cooperación se ven reemplazadas por una vocación intervencionista cada vez más evidente. Para el gobierno de Claudia Sheinbaum esta pulsión implica un enorme desafío a su defensa de la soberanía nacional y, sobre todo, suscita el temor de que, ante una embestida frontal el narco pueda atacar a la población civil. Sin embargo, el sendero de la guerra comercial también es muy complicado para Sheinbaum. La semana pasada el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) confirmó que el año pasado la economía mexicana solo creció 1,4%, muy lejos del 3% que había pronosticado la secretaría de Hacienda, mientras que en 2023 el crecimiento había sido del 3,2%. Los proyectos desplegados por la presidenta, como el Plan México, pierden fuerza por los aranceles que, según estimó el BBVA, podrían llevar el tipo de cambio hasta los 24 pesos.
A caballo del acuerdo entre EE.UU. y México, el saliente primer ministro canadiense Justin Trudeau negoció con Donald Trump una postergación análoga, aunque a cambio de aceptar catalogar a los grupos del crimen organizado como “organizaciones terroristas”, una clasificación que socava el papel de la Justicia en la lucha contra la delincuencia y busca vulnerar la soberanía mexicana. Con esta actitud del canadiense Trump consiguió dividir a sus socios en el T-MEC y se prepara a negociar con ellos por separado.
Donald Trump, presidente de Estados Unidos de América
El presidente norteamericano ha mantenido el decreto que sugiere la complicidad de autoridades mexicanas con el narcotráfico y ha aprovechado la debilidad actual de Canadá, para imponer su tesis de que los cárteles del narcotráfico son “organizaciones terroristas”. Esta calificación justificaría la intromisión de militares norteamericanos en los asuntos internos de sus vecinos y la detención de personas sin intervención judicial.
Para iniciar su maniobra de ocupación de todo el subcontinente norteamericano, el presidente Donald Trump había anunciado ya el 23 de enero la creación de un sistema de defensa antiaérea “Cúpula de Hierro”. Las fuerzas armadas de Estados Unidos han tomado conciencia recientemente de que el sistema actual protege sólo ciertas partes del territorio estadounidense y no es capaz de destruir drones ni cohetes hipersónicos.
Sin embargo, el problema principal de Trump no reside ni en los aranceles impuestos a sus vecinos y a China ni en el escudo de seguridad que el Pentágono quiere montar. Su verdadero problema está en la deuda pública norteamericana. Washington ha acumulado una deuda de 36 billones de dólares, pero sólo tiene ingresos anuales por impuestos de algo así como 5,5 billones. Desde 2021 el endeudamiento ha aumentado en 80%. Esta deuda es un gigantesco negocio para los grandes bancos, porque el Tesoro norteamericano nunca declarará la bancarrota y, por lo tanto, el pago de los intereses por los bonos de la deuda que coloca en la Bolsa está asegurado. Desde 1971, cuando se decretó la flotación libre del dólar, EE.UU. transfirió a todo el mundo el pago de su deuda imprimiendo dólares. Con la baja de la cotización de su divisa frente al oro, la Reserva Federal licuó la deuda pública del país y al mismo tiempo inundó el planeta con papeles verdes sin valor, pero que sirven para especular.
Sin embargo, el problema amenaza con desbordar todo control. La economía occidental ha entrado en lo que los especialistas llaman “la espiral de la deuda”: para atraer interesados en comprar bonos de la deuda norteamericana, las tasas de interés internas deben mantenerse altas. Esta suba en el costo de la divisa internacional de cambio más usada encarece tanto los insumos transados en el mercado internacional como el crédito del que muchos países dependen, precisamente, para pagar las deudas que se han generado en etapas anteriores. La exacción del trabajo colonial del Sur Global (y ahora también de Europa) permite “rascar el fondo de la olla”, para proveer a Wall Street de dólares frescos, sin que se produzca (todavía) una explosión inflacionaria. No obstante, este juego tiene su límite en la paciencia de los pueblos, ya pronta a agotarse.
Con escaramuzas como la de este fin de semana Donald Trump puede alcanzar rápidamente el control político-militar del subcontinente y relativizar la influencia china, pero, si no puede utilizar la renta pública para el desarrollo de la infraestructura de comunicaciones y transportes a lo largo y a lo ancho de todo su área de dominio, no se creará el mercado continental que su industria necesita, para recuperar la vanguardia mundial. El presidente necesita imponer a los banqueros la baja de la deuda pública y la reconducción del crédito hacia la producción.
No va a ser tan fácil. En la primera reunión de política monetaria de la eraTrump, después de tres recortes sucesivos en los tres últimos cónclaves, el miércoles 29 la FED mantuvo la tasa sin cambios en 4,50%.
Sin plata el dominio norteamericano sobre su subcontinente será una cáscara vacía que pronto será rellenada por los chinos. Si Donald Trump quiere disputar a China el liderazgo mundial, tiene que doblegar a los banqueros y financistas. De lo contrario, “la espiral de la deuda” va a estallar en el futuro próximo en algún lado y va a desmoronar el edificio de papel del capitalismo norteamericano y ningún “cordón sanitario” en torno a América del Norte podrá evitarlo.
https://dossiergeopolitico.com/wp-content/uploads/2025/02/Conquistador.jpg6641180Dossierhttps://dossiergeopolitico.com/wp-content/uploads/2018/05/Dossier_Logo-2.pngDossier2025-02-07 23:09:472025-02-07 23:10:48Trump quiere conquistar América del Norte y el Caribe
En estos momentos todos en Rusia y en el mundo se encuentran perplejos: se preguntan, ¿qué está pasando en los Estados Unidos? Sólo unos pocos expertos de nuestro país – en particular Alexander Yakovenko – comprenden realmente la importancia de los cambios que ocurren en los Estados Unidos. Yakovenko dijo con razón que “es una revolución”. Y realmente lo es.
El presidente electo Trump y su grupo de colaboradores más cercanos, entre los que destaca el apasionado Elon Musk, están realizando una actividad casi revolucionaria. Trump aún no ha tomado posesión de su cargo, algo que ocurrirá el 20 de enero, pero América y Europa ya han empezado a temblar. Se trata de un tsunami ideológico y geopolítico que, francamente, nadie esperaba. Muchos esperaban que, una vez elegido, Trump – como ocurrió en parte en el primer mandato de su presidencia – volviera a una política más o menos convencional, aunque con rasgos carismáticos y espontáneos. Sin embargo, ya se puede decir que no será así. Trump es una revolución. Precisamente en este periodo antes del traspaso del poder de Biden a Trump es cuando tiene sentido analizar de la manera más seria posible lo que está pasando en los Estados Unidos, porque, sin duda, algo está pasando allí, y es algo muy importante.
El Estado Profundo y la historia del ascenso estadounidense
En primer lugar, habría que aclarar cómo en primer lugar – dado el poder del Estado Profundo – pudo Trump haber sido elegido en primer lugar. Esto requiere una explicación bastante extensa.
El Estado Profundo en EEUU es el núcleo del aparato estatal donde se encuentra su élite ideológica y económica. El Estado, las empresas y la educación en EEUU son un único sistema de vasos comunicantes que no se encuentra para nada separados. A esto se añaden las tradicionales sociedades secretas y clubes estadounidenses que solían desempeñar el papel de centros de comunicación entre las élites. Todo este complejo suele denominarse Estado Profundo. En este caso, los dos partidos principales – los demócratas y los republicanos – son dos caras de la misma moneda que expresan variaciones de un único modelo ideológico-político y económico encarnado por el Estado Profundo. El equilibrio entre ellos está diseñado sólo para corregir algunos puntos menores, manteniendo una conexión con la sociedad en su conjunto.
Tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos pasó por dos etapas: la época de la Guerra Fría con la URSS y el campo socialista (1947-1991) y el periodo del mundo unipolar o “fin de la historia” (1991-2024). En la primera etapa, EEUU era un socio igualitario con la URSS, y en la segunda, derrotó completamente a su oponente y se convirtió en la única superpotencia (o hiperpotencia) mundial político-ideológica. El Estado Profundo – no los partidos ni ninguna otra institución – se convirtió en el sujeto-portador de esta idea de la dominación mundial.
Desde la década de 1990 esta dominación empezó a adquirir el carácter de una ideología liberal de izquierdas. Su fórmula era una combinación de los intereses del gran capital internacional y la cultura individualista progresista. Esta estrategia fue adoptada en su mayor parte por el Partido Demócrata estadounidense y entre los republicanos contó con el apoyo de los “neoconservadores”. La idea principal era la convicción de que sólo quedaba por delante un crecimiento lineal y constante: tanto de la economía estadounidense como de la economía mundial, así como la expansión planetaria del liberalismo y de los valores liberales. Todos los Estados y sociedades del mundo parecían haber adoptado el modelo estadounidense: democracia política representativa, economía de mercado capitalista, ideología individualista y cosmopolita de los derechos humanos, tecnología digital, cultura posmoderna centrada en Occidente. El Estado profundo estadounidense compartía esta agenda y actuaba como garante de su imposición en la realidad.
Samuel Huntington y la invitación a corregir el rumbo
Sin embargo, ya desde principios de la década de 1990 se alzaron voces entre los intelectuales estadounidenses que advertían de la falacia a largo plazo de este planteamiento. Samuel Huntington fue quien mejor expresó esta postura al pronosticar un “choque de civilizaciones”, la multipolaridad y una crisis de la globalización centrada en Occidente. En su lugar, sugirió que la identidad estadounidense debía reforzarse en lugar de diluirse y que las demás sociedades occidentales debían unirse en el marco de una única civilización occidental, ya no global, sino regional. Pero en aquel momento parecía que esto no era más que el exceso de cautela por parte escépticos particulares. Y el Estado Profundo se puso totalmente del lado de los optimistas del “fin de la historia”, es decir, de Francis Fukuyama, el principal oponente de Huntington. Esto es lo que explica el curso continuo de los sucesivos presidentes de EE.UU.: Clinton, Bush, Obama (aunque la primera presidencia de Trump no encaja en esta lógica) y Biden. Tanto demócratas como republicanos (Bush hijo) expresaron una única estrategia político-ideológica del Estado Profundo: globalismo, liberalismo, unipolaridad y hegemonía.
Un rumbo tan optimista para los globalistas comenzó a enfrentarse a problemas ya a principios de la década de 2000. Rusia dejó de seguir ciegamente a Estados Unidos y empezó a reforzar su soberanía. Esto se hizo especialmente notable después del discurso de Putin en Munich en 2007, los acontecimientos en Georgia 2008 y culminó con la reunificación con Crimea en 2014 y el inicio de la Operación Militar Especial en el 2022. Todo esto iba completamente en contra de los planes de los globalistas. China, especialmente bajo el mandato de Xi Jinping, comenzó a aplicar una política independiente, beneficiándose de la globalización, pero levantando una dura barrera contra ella en cuanto su lógica entraba en conflicto con los intereses nacionales y amenazaba con debilitar la soberanía. En el mundo islámico crecían las protestas esporádicas contra Occidente, tanto a nivel de deseo de mayor independencia como de rechazo a los valores liberales que se imponían. En la India el Primer Ministro N. Modi llegó al poder con ayuda de los nacionalistas de derechas y los tradicionalistas. El sentimiento anticolonial comenzó a crecer África y los países de América Latina empezaron a sentirse cada vez más independientes de Estados Unidos y de Occidente en general. Esto llevó a la creación de los BRICS como prototipo de un sistema internacional multipolar en gran medida independiente de Occidente.
El Estado Profundo estadounidense se enfrenta a un grave problema: seguir insistiendo en su proyecto e ignorar el crecimiento antagonismo mundial, tratando de suprimirlo a través de los flujos de información, las narrativas dominantes y, finalmente, mediante la censura directa en los medios de comunicación y las redes sociales, o tener en cuenta estas tendencias y buscar una nueva respuesta a las mismas, cambiando su estrategia básica ante una realidad que ya no se corresponde con la valoración subjetiva de una serie de analistas estadounidenses.
Trump y el Estado Profundo
La primera presidencia de Trump todavía parecía un accidente, un fallo técnico. Sí, Trump llegó al poder en medio de una ola de populismo, apoyándose en aquellos círculos estadounidenses que cada vez más se daban cuenta de la inaceptabilidad de la agenda globalista y rechazaban lo woke (término usado por el liberalismo de izquierda para hablar del hiperindividualismo, políticas de género, feminismo, LGBT*, cultura de la cancelación, promoción de la migración, incluida la migración ilegal, teoría racial crítica, etc.). Fue entonces cuando se empezó a hablar del Estado Profundo en Estados Unidos. Había una contradicción creciente entre éste y el sentir de las amplias masas populares.
Pero entre 2016 y 2020 el Estado Profundo no tomó en serio a Trump y este último no logró aplicar reformas estructurales como presidente. Tras el final del primer mandato de Trump, el Estado Profundo respaldó a Biden y al Partido Demócrata, impulsando las elecciones y ejerciendo una presión sin precedentes sobre Trump, viéndolo como una amenaza para la unipolaridad globalista que Estados Unidos había estado siguiendo durante décadas con cierto éxito. De ahí el lema de campaña de Biden: Build Back Better, es decir, “Volvamos a construir, pero mejor”. Esto significaba: tras el “fracaso” de la primera administración Trump deberíamos volver a implementar la agenda liberal globalista.
Pero todo cambió entre 2020 y 2024. Aunque Biden, apoyándose en el Estado Profundo, restauró el curso anterior esta vez tuvo que demostrar que todos los indicios de la crisis del globalismo no eran más que “propaganda del enemigo”, “obra de agentes de Putin o China” y “maquinaciones de grupos marginales internos”.
Biden, apoyándose en la cúpula del Partido Demócrata estadounidense y en los “neoconservadores”, trató de presentar sus argumentos de tal manera que defendía que no se trataba de una crisis real, ni de problemas, ni del hecho de que la realidad contradecía cada vez más las ideas y los proyectos de los liberal-globalistas, sino de la necesidad de aumentar la presión sobre sus oponentes ideológicos: infligir una derrota estratégica a Rusia, frenar la expansión regional de China (el proyecto del Cinturón y la Franja), sabotear a los BRICS y otras tendencias de la multipolaridad, suprimir las tendencias populistas en EEUU y Europa e incluso eliminar a Trump (legal, política y físicamente). De ahí el fomento de métodos terroristas y el endurecimiento de la censura liberal de izquierdas. De hecho, fue bajo Biden cuando el liberalismo se convirtió finalmente en un sistema totalitario.
El Estado Profundo siguió apoyando a Biden y a los globalistas (entre sus representantes más significativos en Europa estaban Boris Johnson y Keir Starmer, Emmanuel Macron y Ursula von der Leyen). Las estructuras del ultra-globalista Soros también se han vuelto extremadamente activas, no sólo penetrando en todas las instituciones europeas, sino también desarrollando una actividad frenética para derrocar a Modi en la India, para preparar nuevas revoluciones de colores en el espacio post-soviético (Moldavia, Georgia, Armenia) y derrocar regímenes neutrales o incluso hostiles a los globalistas en el mundo islámico, como era el caso de Bangladesh y Siria.
Pero esta vez el apoyo del Estado Profundo estadounidense a los globalistas no fue incondicional, sino condicional. Biden y sus seguidores tenían que ganar, demostrando que no había nada malo con el globalismo y que se trataba de un problema técnico que podía resolverse con violencia ideológica, mediática, económica, política y terrorista. Fue el Estado Profundo el que actuó como juez en este caso.
Biden perdió la confianza del Estado Profundo
Pero Biden no tuvo éxito por múltiples razones. La Rusia de Putin no se rindió y soportó una presión sin precedentes: sanciones, un enfrentamiento con el régimen terrorista ucraniano, que contaba con el apoyo de todos los países occidentales, desafíos a la economía y un fuerte descenso en la venta de recursos naturales y la incapacidad de acceder a la alta tecnología. Rusia superó todo esto y Biden no consiguió ganarle a Rusia. China tampoco dio marcha atrás y prosiguió su guerra comercial con EE.UU. sin sufrir pérdidas críticas. Modi no fue derrotado en la campaña electoral. Los BRICS celebraron una excelente cumbre en Kazán, en el territorio de Rusia, la cual está en guerra con Occidente. Se produjo el ascenso de la multipolaridad. Israel, violando todas las reglas y normas internacionales, cometió un genocidio contra Gaza y Líbano, anulando cualquier retórica globalista, y Biden no tuvo más remedio que apoyarlo.
Lo más importante es que Trump no se rindió, consolidando el Partido Republicano a su alrededor a una escala sin precedentes y continúo radicalizando la agenda populista. De hecho, en torno a Trump surgió gradualmente una ideología independiente. Su tesis principal era que el globalismo había sido derrotado y que su crisis no era obra de sus enemigos o de la propaganda, sino del estado actual del mundo. En consecuencia, era necesario seguir el camino de S. Huntington, no el de Fukuyama, volver a la política del realismo y a las raíces de la identidad americana (más amplia – occidental), dejar los experimentos woke y las perversiones. En una palabra, ajustar la ideología americana a los canones del liberalismo clásico temprano, basado en el proteccionismo y el nacionalismo. Ese es el proyecto de MAGA: Make America Great Again.
El Estado Profundo cambió sus prioridades
Precisamente porque Trump logró defender su posición en el horizonte del espacio ideológico estadounidense, el Estado Profundo no dejó que los demócratas lo eliminaran. Biden (también debido al atrofiamiento de sus facultades) fracasó en su proyecto del Build Back Better, no convenció a nadie y eso llevó a que el Estado Profundo reconociera la crisis del globalismo y sus viejos métodos de difusión.
Por eso esta vez le dio a Trump la oportunidad de ser elegido e incluso de reunir a su alrededor a un grupo radical de trumpistas ideológicos, representados por figuras tan pintorescas como Elon Musk, J.D. Vance, Peter Thiel, Robert Kennedy Jr., Tulsi Gabbard, Kash Patel, Pete Hegseth, Tucker Carlson e incluso Alex Jones.
El problema es el siguiente: el Estado Profundo estadounidense, habiendo reconocido a Trump, se ha dado cuenta de la necesidad objetiva de revisar la estrategia global ideológica, geopolítica, diplomática, etcétera, de los Estados Unidos. Todo será sujeto a una minuciosa revisión a partir de ahora. Trump y el trumpismo, o más ampliamente el populismo, resultaron ser no un fallo técnico, no un cortocircuito accidental, sino una manifestación de una crisis real y fundamental del globalismo e incluso su fin.
El actual mandato de Trump no es sólo un episodio en la alternancia de demócratas y republicanos que perseguían los mismos objetivos custodiados y apoyados por el Estado Profundo independientemente de los resultados electorales de los partidos, sino que se trata del comienzo de un nuevo giro en la historia de la hegemonía estadounidense. Es una profunda revisión de su estrategia, su ideología, su diseño y sus estructuras.
El trumpismo como posliberalismo
Analicemos ahora de cerca los contornos ideológicos del trumpismo. El vicepresidente Vance se autodenomina explícitamente “posliberal”. Esto significa una ruptura completa y total con el liberalismo de izquierdas que se ha establecido en Estados Unidos en las últimas décadas. El Estado Profundo, que no tiene ideología alguna, está ahora aparentemente dispuesto a aceptar esta revisión del liberalismo e incluso promocionar un desmantelamiento del mismo. Así, ante nuestros ojos, el trumpismo está adquiriendo los rasgos de una ideología independiente, en muchos aspectos directamente opuesta al liberalismo de izquierdas que dominaba hasta hace muy poco.
El trumpismo como ideología es heterogéneo y tiene varias corrientes, pero su estructura general ya está más o menos clara. En primer lugar, el trumpismo niega el globalismo, el liberalismo de izquierdas (progresismo) y lo woke.
El trumpismo como negación del globalismo
El trumpismo rechaza abiertamente el globalismo, es decir, creer que toda la humanidad es un mercado único y un espacio cultural donde las fronteras entre los Estados-nación son cada vez más difusas debido a que los mismos Estados las suprimen progresivamente, transfiriendo sus competencias a autoridades supranacionales (como la UE). Los globalistas creen que esto conducirá al establecimiento de un Gobierno Mundial, como han declarado explícitamente Klaus Schwab, Bill Gates y George Soros. Todos los habitantes de la Tierra se convierten en ciudadanos del mundo (cosmopolitas) y reciben los mismos derechos en el contexto de un entorno económico, tecnológico, cultural y social común. La agenda de la pandemia y medioambiental son una herramienta de ese proceso conocido como el Great Reset.
Eso es completamente inaceptable para el trumpismo. En su lugar, el trumpismo insiste en la preservación de los Estados-nación o en su integración en civilizaciones, al menos en el contexto de la civilización occidental, donde el papel de Estados Unidos es unir a Occidente en torno a sí mismo. Pero unirse no bajo la égida de la ideología liberal globalista, sino bajo el estandarte del trumpismo. Esto recuerda mucho a S. Huntington, que abogaba por la consolidación de Occidente como un medio para confrontar a otras civilizaciones. En general, a esto se le denomina “realismo” en las relaciones internacionales, que reconoce la soberanía nacional y no exige su abolición. Un corolario del rechazo al globalismo es la crítica a la vacunación y a la agenda verde. En este caso, figuras como Bill Gates y George Soros son consideradas la encarnación del mal.
El trumpismo como anti-wokismo
Los trumpistas igualmente se oponen a la ideología woke (literalmente despierto) que consistente en:
⦁ En la política de género y la legalización de la perversión;
⦁ En la teoría racial crítica que llama a los pueblos anteriormente oprimidos a vengarse de los blancos;
⦁ En el fomento de la migración, incluida la ilegal;
⦁ En la cultura de la cancelación y la censura liberal;
⦁ Y el postmodernismo.
En lugar de estos valores “progresistas” y antitradicionales de los liberales, el trumpismo llama a volver a los valores tradicionales (como los entiende EEUU y la civilización occidental), siendo esta una ideología anti-wokista.
En lugar de la teoría de la infinidad de géneros posibles se proclama que solo existen dos géneros naturales. Los transexuales y la comunidad LGBT* son considerados como perversiones marginales y no como una norma social. Se rechaza el feminismo y su virulenta crítica de la masculinidad y el patriarcado, lo que significa que la masculinidad y el papel de los hombres en la sociedad recuperan su posición central. Ya nadie tiene que pedir perdón por ser hombre. Por eso al trumpismo se le llama a veces bro-revolution, “la revolución de los hombres”.
En lugar de la teoría racial crítica se proclama la rehabilitación de la civilización blanca, pero el racismo blanco sólo es característico de las corrientes más extremistas del trumpismo. Por lo general, se limita a un simple rechazo de la crítica a los blancos por parte de los no blancos, siempre y cuando estos últimos no exijan el arrepentimiento obligatorio de los blancos.
Trumpismo vs. migración
El trumpismo exige restricciones a la inmigración y la prohibición total de los inmigrantes ilegales con su deportación. Los trumpistas exigen una identidad nacional común: se supone que todos los que llegan a las sociedades occidentales procedentes de otras civilizaciones y culturas deben aceptar los valores tradicionales occidentales, en lugar de dejarlos hacer lo que quieran como insiste el multiculturalismo liberal. El trumpismo es especialmente duro contra los inmigrantes ilegales y el flujo de inmigrantes procedentes de América Latina, que está cambiando el equilibrio étnico en Estados enteros, donde los latinos se están convirtiendo en mayoría. Además, les preocupan las comunidades islámicas, que también están en constante crecimiento y no aceptan categóricamente las actitudes y exigencias occidentales (sobre todo teniendo en cuenta que los liberales no les exigieron que lo hicieran, sino que, por el contrario, consintieron a las minorías de todas las maneras posibles). Desde otro punto de vista, principalmente económico, los trumpistas tienen una actitud extremadamente negativa hacia China y sus negocios en EEUU. Muchos de ellos exigen la confiscación directa de los territorios e industrias que posee China en Estados Unidos.
Los afroamericanos no son considerados un gran problema, pero cuando empiezan a unirse en comunidades políticas agresivas como BLM (Black Lives Matter) y convierten a criminales y drogadictos en héroes (como en el caso de George Floyd), los trumpistas reaccionan con dureza y decisión. Está claro que la historia de Floyd y su “canonización” pronto será revisada.
El trumpismo frente a la censura liberal de izquierdas
Los trumpistas se oponen totalmente a la censura liberal de izquierdas bajo el pretexto de la corrección política y la lucha contra el extremismo, los liberales han construido un elaborado sistema de manipulación de la opinión pública, aboliendo de hecho la libertad de expresión, tanto en los principales medios de comunicación como en las redes sociales que controlan. Cualquiera que se opusiera mínimamente o se desviara de la agenda liberal de izquierdas era inmediatamente tachado de “extrema derecha”, “racista”, “fascista” y “nazi”, siendo sometido a la exclusión, ataques constantes, persecución legal e incluso la cárcel. La censura se hizo gradualmente total y el trumpismo, junto con otros movimientos antiglobalistas (principalmente en Rusia), así como las corrientes populistas europeas o los partidarios de la multipolaridad, se convirtieron en su objetivo principal.
Las élites liberales consideraron abiertamente a los ciudadanos de a pie como elementos débiles e inconscientes de la sociedad y redefinieron la democracia, ya no como el “gobierno de la mayoría” sino como el “gobierno de la minoría”. Todo lo que no coincidía con la agenda liberal de izquierdas era etiquetado como “noticias falsas”, “propaganda de Putin”, teorías conspirativas y opiniones extremistas peligrosas que requerían medidas punitivas. Así, la zona de lo aceptable se redujo drásticamente y todo lo que difería de los dogmas del liberalismo woke y ultraizquierdista fue reconocido como inadmisible, perseguido y atacado. Esto se aplicó a todos los principios del liberal-mundialismo: género, migración, teoría racial crítica, vacunación, etcétera. De hecho, el liberalismo se volvió totalitario y totalmente intolerante, entendiendo por “inclusividad” únicamente a quienes apoyaban el liberalismo.
El trumpismo rechaza radicalmente esto y exige el retorno de la libertad de expresión, abolida gradualmente en las últimas décadas. No se debe dar preferencia a ninguna ideología y se debe defender la libertad de opinión de todo el espectro ideológico, desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda, siendo ese uno de los elementos centrales del trumpismo.
Trumpismo vs. postmodernismo
Los trumpistas también rechazan el posmodernismo, que suele asociarse a las tendencias liberales de izquierda “progresistas” en la cultura y el arte. Al mismo tiempo, el trumpismo aún no ha desarrollado su propio estilo y se limita a desplazar a la cultura posmodernista de su pedestal y a reclamar una diversificación de las actividades culturales. En general, el posmodernismo y su inherente nihilismo activo son opuestos a la defensa del trumpismo de los valores tradicionales: religión, deporte, familia, moralidad, etc. En su mayoría, los partidarios del trumpismo no son intelectuales sofisticados y exigen más bien una relativización de la dictadura posmoderna y una reconsideración de convertir al arte en algo degenerado.
Pero algunos ideólogos del trumpismo, por el contrario, proponen asumir la posmodernidad como tal de manos de los liberales de izquierda y construir un posmodernismo alternativo, un “posmodernismo de derecha”, por así decirlo. Llaman a adoptar el principio de la ironía y la deconstrucción, volviéndolo contra las fórmulas y cánones liberal izquierdistas, aunque anteriormente se hayan utilizado contra los tradicionalistas y conservadores.
Ya en la primera campaña electoral de Trump, sus partidarios se unieron en la plataforma 4chan, iniciando una producción en serie de memes irónicos y discursos absurdistas burlándose y provocando deliberadamente a los liberales. Algunos de ellos (como Curtis Yarvin o Nick Land) fueron incluso más allá y plantearon la tesis de una “Ilustración Oscura”, ofreciendo una lectura contraliberal de la misma e incluso pidiendo la instauración de una monarquía en EE.UU. El segundo al mando de Trump y que sin duda aseguró su victoria, Elon Musk, combina los valores tradicionales y la política de derechas con una carrera futurista hacia el futuro y un énfasis en el desarrollo tecnológico, algo posmoderno. Peter Thiel, uno de los mayores empresarios de Silicon Valley, sigue la misma línea.
De Hayek a Soros y viceversa.
La historia política de la humanidad en el último siglo, desde el punto de vista de los liberales de izquierda, ha pasado del liberalismo clásico a su versión izquierdista e incluso de extrema izquierda. Mientras que los liberales clásicos permitían las perversiones, pero sólo a nivel individual, nunca las convirtieron en norma, y mucho menos en ley. Los liberales progresistas han hecho exactamente lo contrario a lo que hacían los viejos liberales: han empezado a erradicar cualquier forma de identidad colectiva, llegando el individualismo hasta el absurdo.
Podemos rastrear este proceso a través del ejemplo de tres figuras icónicas de la ideología liberal del siglo XX: Friedrich von Hayek, el fundador del neoliberalismo, creía que debíamos rechazar cualquier ideología que prescribiera lo que un individuo debía pensar y hacer. Esto no dejaba de ser el viejo liberalismo clásico, que celebraba la libertad individual total y un mercado sin restricciones. Su discípulo Karl Popper desarrolló su crítica a las ideologías totalitarias del fascismo y el comunismo, lo que incluía a Platón y Hegel. Aunque los tintes totalitarios de Popper son ya claramente perceptibles. Popper llamaba a los liberales y partidarios del liberalismo como defensores de la “sociedad abierta”, y a todos los que piensan de otro modo los llamaba “enemigos de la sociedad abierta” e incluso prescribe que deben ser eliminados deliberadamente antes de que puedan perjudicar a la “sociedad abierta” o interferir en su formación. El discípulo de Popper, George Soros, da un paso más en esta dirección, llamando al derrocamiento de cualquier régimen antiliberal, apoyando a los movimientos más radicales – a menudo terroristas – que se oponen a regímenes tribalistas y castigando, criminalizando y eliminando sin piedad a los oponentes de la “sociedad abierta” en Occidente. Soros declaró que Trump, Putin, Modi, Xi Jinping y Orban eran sus enemigos personales y comenzó a luchar activamente contra ellos (utilizando el enorme capital obtenido a través de la especulación). Fue él quien ideó las revoluciones de colores en Europa del Este contra la antigua Unión Soviética al igual que en el mundo islámico,e incluso en el sudeste asiático y África. Apoyó plenamente medidas atroces para restringir las libertades personales durante la pandemia, promoviendo la vacunación universal forzosa y persiguiendo con dureza a cualquier disidente cobarde. El nuevo liberalismo se volvió descaradamente totalitario, extremista y terrorista.
El trumpismo propone invertir esta secuencia Hayek-Popper-Soros y volver al principio, es decir, al liberalismo permisivo antitotalitario y clásico de von Hayek. Algunos trumpistas van incluso más lejos y piden volver al tradicionalismo americano que precedió a la Guerra Civil estadounidense.
Contradicciones dentro del trumpismo
Nuestro anterior repaso da una idea de los contornos más generales de la ideología del trumpismo. Sin embargo, se puede observar que dentro del trumpismo existen varias corrientes, en parte antagónicas, dentro de un movimiento general. Todos los trumpistas comparten en mayor o menor medida los puntos antes mencionados, pero ponen sus acentos en uno u otro punto, incluso entrando en contradicción con otras corrientes del movimiento.
Una de las líneas divisorias es lo que recientemente se ha denominado “el conflicto entre los tecnócratas de derechas y los tradicionalistas de derechas”: la derecha tecnológica y la derecha tradicional. El líder indiscutible y símbolo de los tecnócratas de derechas es Elon Musk que combina el futurismo tecnológico (tech right), las promesas de un vuelo humano a Marte, el desarrollo de nuevas tecnologías con la promoción de valores conservadores y el apoyo activo al populismo de derechas. Su posición es bien conocida y ahora está siendo evaluada por Occidente.
Incluso antes de la toma de posesión de Trump, Musk comenzó a promover activamente una nueva agenda conservadora de derechas en su red social x.com, contraponiéndose a la agenda de Soros. Este último estaba tejiendo activamente una red liberal de izquierdas a nivel mundial, sobornando a políticos y cambiando regímenes en países hostiles a él, así como en países neutrales e incluso amigos. Ahora Elon Musk ha retomado esta tarea, y probablemente contará con el apoyo de Zuckerberg, el creador de Meta**, que recientemente se alineó con el trumpismo y prometió abolir la censura woke en sus redes Instagram** y Facebook**. Musk y el creador de PayPal Peter Thiel, junto con Zuckerberg, representan a los “tecnócratas de derechas”.
Pero dentro de Estados Unidos existe otra línea trumpista representado principalmente por Steve Bannon, exasesor de seguridad nacional de Trump (durante su primer mandato). Bannon y sus partidarios han sido apodados “tradicionalistas de derecha” (trad right).
El conflicto surgió en torno a la concesión de permisos de residencia a inmigrantes legales, que Musk apoyó y Bannon rechazó tajantemente. Esto último articuló las posiciones del nacionalismo estadounidense, cuyos partidarios son también el apoyo electoral más importante de Trump, exigiendo procedimientos más complicados para obtener la ciudadanía estadounidense y esgrimiendo la tesis “América para los americanos”. Muchos apoyaron a Bannon, quien señaló a Musk que hacía poco que se había unido a los conservadores, mientras que los nacionalistas estadounidenses llevaban décadas luchando. Así es como en el trumpismo vemos las contradicciones entre el globalismo de derechas, el futurismo y la tecnocracia, por un lado, y el nacionalismo de derechas, por otro. Esta polémica ha sido abordada recientemente con ingenio por el cómico estadounidense antiwoke Sam Hyde.
Ha surgido otra línea de confrontación entre los trumpistas proisraelíes y antisraelíes. Es sabido que Trump, el vicepresidente Vance y Pet Hegseth, nominado como secretario de Defensa estadounidense en la nueva administración, se encuentran entre los partidarios incondicionales de Israel. La elección de Trump fue probablemente en parte consecuencia de su postura proisraelí y de su pleno apoyo personal a Netanyahu. El lobby judío es extremadamente fuerte en Estados Unidos.
Pero al mismo tiempo, realists como John Mearsheimer, Jeffrey Sachs o el famoso periodista inconformista y reportero de investigación Alex Jones no aceptan categóricamente esta vertiente del trumpismo, insistiendo en que Estados Unidos debería adoptar una visión más sobria del equilibrio de poder en Oriente Próximo y seguir una política de sus intereses directos, que la mayoría de las veces no coinciden en absoluto con los intereses de Israel. Al mismo tiempo, los partidarios de Trump pueden ocupar posiciones diferentes en estos dos asuntos. Por ejemplo, Alex Jones, que critica a Israel, apoya a Musk, mientras que el oponente de Musk, Steve Bannon, apoya a Israel.
Trumpismo y teoría generacional
Merece la pena decir unas palabras sobre la teoría generacional desarrollada hace algún tiempo por un par de autores, William Strauss y Neil Howe que servirá para explicar en cierta medida el lugar que ocupa el trumpismo en la historia política y social estadounidense.
Según su teoría en Estados Unidos existe un sistema de ciclos grandes (de unos 85 años, la duración convencional de la vida humana) y ciclos pequeños. Cada gran ciclo (saeculum, siglo) consta de cuatro partes o vueltas. Estas cuatro partes pueden considerarse como cuatro estaciones. La primera se llama “Alta” y se corresponde a la primavera. El segundo se llama “Despertar” y corresponde al verano. El tercero se llama “Desenvolvimiento” corresponde al otoño. Y la cuarta se llama “Crisis”, que se corresponde al invierno. Cada ciclo dura aproximadamente 21 años y va acompañado de una determinada generación. Por eso la teoría se denomina “teoría de las generaciones”. Se suele hacer referencia a ella cuando se utilizan expresiones como “la gran generación” (1900-1923), “la generación silenciosa” (1923-1943), “la generación del baby boom” (1943-1963), “la generación X” (1963-1984), “la generación Y” (1984-2004) o “la generación Z o millennials” (2004-2024).
La teoría Strauss-Howe describe los años 40-50 del siglo XX como la primera generación del gran ciclo. Se trata de la primera vuelta del “gran ciclo” que los autores denominan “Alto”. Este periodo se caracteriza por una poderosa movilización de la población, el auge social y el fortalecimiento de las instituciones sociales. Es una época de entusiasmo, optimismo, solidaridad y valores fuertes. Sigue el segundo ciclo: los años 60-70 del siglo XX, el “Despertar”. Es la época donde todo se centra en el mundo interior: la época de los hippies, los psicodélicos y las búsquedas espirituales. Paralelamente, se produce un giro hacia el individualismo (espiritual) y comienza la corrosión de la solidaridad social. Es la época de la música rock y la liberación de las costumbres. Luego llega el ciclo de la descomposición gradual: los años 80-90 del siglo XX, es decir, el “Desenvolvimiento”. Se pasa del individualismo espiritual al individualismo cotidiano y materialista. La sociabilidad se corroe y descompone. Los hippies y el rock clásico son sustituidos por el punk (sin futuro), el techno y la música industrial. De la década de 2000 a la de 2020 se produce el ciclo de la “Crisis”, el actual, marcado por el atentado terrorista de los fundamentalistas islámicos contra el Centro de Comercio Libre de Nueva York: el 11 de septiembre. Le sigue la intensa intervención de EEUU en diferentes partes del mundo, luego la pandemia y la guerra en Ucrania. El tejido social se desintegra por completo. El optimismo se desvanece. La sociedad degenera rápidamente. Es la agonía final del último ciclo donde republicanos incompetentes o demócratas imbéciles llegan al poder: Bush Jr., el narcisista de Obama, el viejo demente de Joe Biden. El individualismo promueve la legalización de la perversión, el wokismo, las políticas de género, el posthumanismo y la ecología profunda.
La elección del 2024 se dio en el contexto de la teoría generacional del cambio de ciclo (saeculum). El trumpismo representa el Nuevo Siglo y el momento del comienzo de un nuevo ciclo, uno “Alto”. Todas las tendencias del siglo anterior, y especialmente de la “Crisis”, se dejan de lado. El liberalismo en forma de wokismo es descartado. El próximo ciclo comienza con nuevas actitudes, principios y reglas. Trump pone fin a la “Crisis” y marca la transición hacia lo “Alto”.
Esta teoría generacional tuvo una recepción bastante favorable por parte de los académicos, pero cuando los liberales se dieron cuenta de que esta teoría estaba socavando su credibilidad ideológica, la atacaron mordazmente, tratando de demostrar que no era científica. Irónicamente, la disputa sobre si es científica o acientífica determinó el resultado de las elecciones de 2024 y la victoria de Trump sobre una parte del Estado Profundo. Es probable que algunas partes del Estado Profundo estén familiarizadas con la “teoría Strauss-Howe” y la consideren seriamente. En caso de ser real esta teoría, entonces no debe sorprendernos el rápido desmantelamiento que esta sufriendo el liberalismo de izquierdas y sus estructuras, no tiene sentido considerar el trumpismo como algo pasajero y temporal, tras lo cual habrá un retorno a todo lo anterior. Lo más probable es que ese retorno no vuelva a producirse, ya que el gran ciclo ha cambiado. Al menos si esta teoría es correcta. Hasta ahora parece bastante convincente.
La geopolítica del trumpismo
Pasemos ahora a otro aspecto del trumpismo: la política exterior, lo cual requiere que estudiemos en detalle el americanocentrismo y al expansionismo estadounidense.
Los ejemplos más claros son los anuncios de Trump sobre la anexión de Canadá como Estado 51, la compra de Groenlandia, el control del Canal de Panamá y el cambio de nombre del Golfo de México por el de Golfo de América. Todos estos son signos claros de un realismo ofensivo en las relaciones internacionales y, además, un retorno a la Doctrina Monroe después de un siglo de dominio de la Doctrina Wilson. La Doctrina Monroe del siglo XIX proclamaba que la prioridad de la política exterior estadounidense era establecer el control sobre el continente norteamericano y, en parte, sobre el sudamericano, con el fin de debilitar o eliminar la influencia de las potencias europeas del Viejo Mundo sobre el Nuevo Mundo. La Doctrina Wilson, esbozada tras la Primera Guerra Mundial, se convirtió en la hoja de ruta de los globalistas estadounidenses al desplazar el centro de atención de EEUU como Estado-nación a una misión planetaria de extender las normas de la democracia liberal a toda la humanidad y mantener sus estructuras a escala mundial. Los mismos Estados Unidos pasaron a un segundo plano frente a esta misión internacional.
Durante la Gran Depresión Estados Unidos se desinteresó por la Doctrina Wilson, pero tras la Segunda Guerra Mundial volvieron a ella. De hecho, ha dominado las últimas décadas. En este caso, por supuesto, no importaba quién fuera el dueño de Canadá, Groenlandia o el Canal de Panamá: todos ellos eran regímenes liberal-democráticos controlados por la élite globalista.
Hoy Trump cambia drásticamente este enfoque: los EE.UU. como Estado vuelve a “importar” y exige que Canadá, Dinamarca y Panamá se sometan ya no al Gobierno Mundial (que Trump está disolviendo), sino a Washington, los EE.UU. y el mismo Trump, como líder carismático del ciclo de lo “Alto”. El mapa de Estados Unidos con cincuenta y un Estados (si se cuenta Puerto Rico), Groenlandia y el Canal de Panamá ilustra vívidamente este giro de la Doctrina Wilson a la Doctrina Monroe.
Desmantelamiento de los regímenes globalistas en Europa
Lo que más ha desconcertado a Occidente es la rapidez con la que los trumpistas, incluso antes de asumir el poder, han comenzado a aplicar su programa a nivel internacional. Por ejemplo, Elon Musk en la red social X comenzó una campaña activa en diciembre del 2024 para eliminar a los líderes indeseables (para los trumpistas) en los Estados Unidos de América. Anteriormente esto lo hacían las estructuras de Soros para favorecer a los globalistas. Musk, sin perder tiempo, comenzó a realizar campañas similares, pero sólo a favor de los antiglobalistas y populistas europeos como “Alternativa para Alemania” y su líder Alice Weidel, Nigel Farage en Gran Bretaña y Marine Le Pen en Francia. También contra el gobierno danés, que no quería renunciar voluntariamente a Groenlandia, y Trudeau en Canadá, que se oponía a que su país se convirtiera en el verdadero 51º Estado de EEUU.
Los globalistas europeos, que son eslabones de la red que estaba antes en el poder, estaban completamente desconcertados y objetaron la interferencia directa de EE.UU. en la política europea, a lo que Musk y los trumpistas señalaron razonablemente que en su momento ninguno de ellos se quejó de Soros y su interferencia. ¡Ahora ha llegado una nueva versión! Si EE.UU. es el señor del mundo, entonces obedezcan, al igual que obedecieron a Obama, Biden y Soros, es decir, al Estado Profundo.
Musk, y muy probablemente Thiel, Zuckerberg y otros magnates de las redes globales, han comenzado a desmantelar el sistema globalista – principalmente en Europa – y a llevar al poder a líderes populistas que comparten las ideas y estrategias de los trumpistas. Quienes encajan en su modelo serían la Hungría de Orbán, la Eslovaquia de Fico y la Italia de Meloni, es decir, aquellos regímenes que ya habían apostado por los valores tradicionales y se oponían a los globalistas con mayor o menor resistencia.
Pero los trumpistas pretenden cambiar el poder por cualquier medio necesario en el resto de los países, haciendo lo mismo que sus predecesores globalistas. Ahora bien, una campaña sin precedentes ha sido lanzada por Musk contra Keir Starmer en Gran Bretaña, donde ha sido expuesto como un apologista e incluso brindado apoyo a “bandas de inmigrantes y violadores paquistaníes en el Reino Unido”. Si un ataque tan duro viene de Washington, entonces los británicos lo toman en serio. Musk está haciendo algo similar contra Macron y los liberales alemanes que intentan frenar el ascenso del populismo de derechas de Alternativa para Alemania.
Europa ya era proamericana, pero ahora Washington cambió de ideología al menos en 90 grados, si es que no lo hizo en 180 grados. Y tal giro resulta insoportable para los gobernantes europeos, que acaban de aprender a seguir los deseos de su amo como obedientes animales amaestrados en un circo. Se les exige que denuncien de inmediato aquello a lo que han servido fielmente (o más bien, cínica y falsamente) y que juren lealtad a la nueva ideología trumpista. Algunos jurarán, otros se resistirán. Pero el proceso se ha puesto en marcha: los trumpistas están demoliendo a los liberales y globalistas en Europa siguiendo las ideas de Huntington. Los trumpistas necesitan un Occidente consolidado como civilización integrada geopolítica e ideológicamente. De hecho, hablan de crear un Imperio estadounidense abiertamente.
El consenso antichino del trumpismo
Otra línea fundamental de los trumpistas en política internacional es la oposición a China. Para ellos, representa una combinación de lo que odian del liberalismo de izquierdas y del globalismo: la ideología de izquierdas y el internacionalismo. La RPC encarna ambas cosas a sus ojos y la asocian con las políticas de los globalistas estadounidenses.
Por supuesto, la China moderna es un fenómeno mucho más complejo, pero el consenso trumpista es que China, como bastión de la civilización no blanca y no occidental, ha utilizado la globalización en su beneficio y no sólo se ha elevado a la categoría de polo independiente, sino que también ha comprado gran parte de la industria, los negocios y las tierras estadounidenses. La deslocalización de la industria al sudeste asiático en busca de mano de obra más barata ha despojado a EEUU de su potencial industrial, de su soberanía y ha hecho al país dependiente del exterior. Además, la ideología particular de China la hace ingobernable a los ojos de Washington. Los trumpistas culpan del milagro chino a los globalistas y China es su principal enemigo. En comparación con China, Rusia parece un problema secundario y, de momento, no interesa. En cambio, China se está convirtiendo en el enemigo número uno. Una vez más, toda la culpa del desorden mundial se atribuye a los globalistas estadounidenses.
La tendencia proisraelí del trumpismo
El segundo tema importante del trumpismo en política exterior es el apoyo a Israel y a la extrema derecha israelí. Ya hemos dicho que no existe consenso entre los propios trumpistas sobre el tema, pues existe una facción anti-israelí, pero en general la mayoría son proisraelíes debido a la teoría protestante del judeocristianismo, que asume la llegada del Masiaj judío como el momento de la conversión de los judíos al cristianismo y su rechazo del islam. La islamofobia de los trumpistas alimenta su solidaridad con Israel (y viceversa), lo que en general influye en su política hace el Oriente Medio.
En este sentido, el polo chií del islam, el más activo en su política antiisraelí, es visto por los trumpistas como el principal mal de todos. De ahí su violento rechazo a Irán, a los chiíes iraquíes y a los houthis yemeníes, así como a los alauíes de Siria. El trumpismo tiene un duro sesgo antichií y, en general, es leal al sionismo de derechas y de extrema derecha.
Trumpismo vs. Latinos
El factor latino es crucial desde el punto de vista de la política interior estadounidense. Aquí también es importante S. Huntington, que hace varias décadas llamó la atención sobre el hecho de que la principal amenaza para la identidad norteamericana y los WASP (White Anglo-Saxon Protestant, protestante anglosajón blanco) eran los flujos de inmigración latinoamericana, que tiene una identidad católica-latina completamente diferente. Hasta cierto punto, sostiene Huntington, los anglosajones fueron capaces de asimilar a otros pueblos por medio del melting pot, pero con los flujos masivos de latinos hacen eso imposible.
De ahí que la fobia hacia la migración en los Estados Unidos sea tan importante, especialmente su aversión a la migración masiva procedente de países latinoamericanos. Fue contra esta ola que Trump comenzó a construir el Gran Muro durante su primer mandato en la presidencia.
Esto también influye en la actitud del trumpismo hacia los países latinoamericanos: los ven como izquierdistas y una fuente de criminalidad. El regreso de la Doctrina Monroe significa que EE.UU. debe controlar a los países latinoamericanos, lo cual conduce directamente al deterioro de las relaciones con México y, en particular, el control total del Canal de Panamá.
El olvido de Rusia y Ucrania
Rusia parece ser un factor sin importancia en la política internacional de los trumpistas. No tienen una ideología rusofoba a priori como los globalistas, pero tampoco sienten mucha simpatía por Rusia. Hay algunos rusófilos entre los trumpistas que creen que Rusia es una parte de la civilización cristiana blanca y que resulta terrible e imprudente empujarla hacia los chinos. Pero son una minoría. Para la mayoría de los trumpistas, Rusia es simplemente irrelevante. Económicamente, no representa una competencia seria (a diferencia de China), no tiene una gran diáspora en los Estados Unidos y el conflicto con Ucrania es algo regional, sin importancia, que los globalistas (enemigos de los trumpistas) son responsables de provocar.
Por supuesto, sería bueno poner fin al conflicto en Ucrania, pero si esto no es posible, los trumpistas dejarán la solución a los regímenes globalistas europeos, que se agotarán y debilitarán en tal confrontación. Y esto solo beneficia a los trumpistas. Ucrania, por otra parte, no es algo importante y significativo y sólo llama la atención de los tumpistas por las para denunciar el aventurismo corrupto de un Obama y Biden. Por supuesto, en el conflicto ruso-ucraniano los trumpistas no son pro-rusos, pero no apoyan a Ucrania, especialmente como sucedió bajo la administración de Biden.
La multipolaridad pasiva del trumpismo
Merece la pena considerar la actitud del trumpismo ante la multipolaridad. La teoría de un mundo multipolar es difícilmente aceptable para ellos. El trumpismo es una nueva versión de la hegemonía estadounidense, pero la unipolaridad tiene aquí un contenido y una naturaleza completamente distintos al globalismo. En el centro del sistema mundial está Estados Unidos y sus valores tradicionales, es decir, el Occidente cristiano blanco, bastante patriarcal, pero que también reconoce la libertad, el individuo y el mercado. A todos los demás se les invita a seguir a Occidente o a quedar fuera de su zona de prosperidad y desarrollo. No existe inclusividad, sino exclusividad. Occidente es un club al que hay que esforzarse para entrar.
Por lo tanto, a los trumpistas no les importan en absoluto las demás civilizaciones. Si insisten en su propio camino, que lo hagan. Es peor para ellos. Pero si quieren unirse a Occidente, tendrán que pasar una serie de exámenes. Y seguirán siendo sociedades de segunda clase. Es decir, no se trata de una multipolaridad activa y afirmativa, sino pasiva y permisiva: dicen que no podéis ser Occidente, sed vosotros mismos. Los trumpistas no van a construir un mundo multipolar, pero no tienen nada en contra. Surgirá de todos modos por un principio residual. No todo el mundo puede ser Occidente y el resto puede esforzarse por alcanzar este objetivo o aceptar seguir siendo ellos mismos.
Multipolaridad intraamericana
El elemento más importante de la ideología del trumpismo es que se concentra en los problemas internos de Estados Unidos. Las tesis de MAGA y America First lo enfatizan. Por eso los trumpistas se enfrentan al fenómeno de la multipolaridad no tanto en política exterior como en política interior. Sí, buscan establecer la hegemonía estadounidense sobre nuevas bases ideológicas, pero la política interior sigue siendo su prioridad. El trumpismo se enfrente principalmente con el mismo Estados Unidos y no le interesa la multipolaridad o las civilizaciones independientes.
La teoría del mundo multipolar considera que existen siete grandes civilizaciones: occidental, ruso-euroasiática, china, india, islámica, africana y latinoamericana. Todas ellas forman una estructura heptarquial, en la que algunos polos ya están consolidados en Estados-Civilizaciones, mientras que otros se encuentran en un estado virtual. Este (con el añadido de la civilización japonesa-budista) es exactamente el escenario que describió Huntington. En política exterior, el trumpismo no se preocupa demasiado por la heptarquía. A diferencia de los globalistas, los trumpistas no tienen interés en sabotear la multipolaridad y atacar a los BRICS, pero tampoco están claramente interesados en promover la multipolaridad. Por lo tanto, la heptarquía se deja de lado frente a la política interna, siendo esta última una prioridad. Estamos hablando de diásporas masivas y a veces muy significativas en Estados Unidos. Desde que se han abolido las normas del wokismo y la inclusividad, vuelve a ser posible hablar libremente de razas, etnias e identidades religiosas en EEUU.
El gran problema, como hemos visto, es la diáspora latina que amenaza la propia identidad WASP de Estados Unidos, la cual está erosionando rápidamente. De ahí la demonización de todo lo que se asocia con los latinos: la mafia étnica, el flujo de inmigrantes a través del muro, la distribución de drogas por parte de los cárteles latinoamericanos, el comercio de bienes vivos, etcétera. La imagen que los estadounidenses tienen de América Latina es negativa y destructiva. Por lo tanto, el polo latinoamericano es visto de forma oscura, lo que ya empieza a reflejarse en el deterioro de las relaciones con México. La Doctrina Monroe, que Trump ha hecho resurgir, presupone el dominio incondicional de EEUU en el Nuevo Mundo, lo que contradice claramente la formación de un polo independiente en América Latina. Aquí los trumpistas se radicalizarán más o menos.
El segundo factor interno es la creciente sinofobia. China es el principal competidor económico y financiero de EEUU, y la presencia de un poderoso factor chino en la economía norteamericana no hace sino exacerbar el tema. Este polo de la heptarquía tanto dentro como fuera de EEUU es considerado como hostil.
El mundo islámico ha sido tradicionalmente un adversario para los conservadores estadounidenses de derechas. El apoyo incondicional a Israel, por extremas que sean sus acciones, también está determinado en parte por la islamofobia. Las comunidades musulmanas están ampliamente representadas en los EEUU y en Occidente en su conjunto y los trumpistas son su enemigo.
El factor indio es completamente distinto. En la actualidad hay una enorme diáspora hindú en los Estados Unidos y en algunos sectores, sobre todo en Silicon Valley, predominan los hindúes. Los colaboradores más cercanos de Trump, como Vivek Ramaswamy y Kash Patel, son hindúes. El Vicepresidente Vance tiene una esposa hindú. Y Tulsi Gabbard, de etnia maorí de Hawai, ha adoptado el hinduismo como religión. Y aunque un segmento nacionalista de los trumpistas – en particular Steve Bannon y Ann Coulter – ha empezado recientemente a pronunciarse en contra de la creciente influencia de los hindúes en Estados Unidos y en el círculo íntimo de Trump, la actitud general de los trumpistas hacia la India como polo dentro y fuera de Estados Unidos es positiva. Además, no ocultan su aspiración de convertir a la India en el principal proveedor de mano de obra industrial barata en lugar de China. En otras palabras, la actitud hacia la civilización hindú es más bien positiva.
El problema de África como tal no preocupa mucho a los trumpistas, pero este polo se conceptualiza principalmente a través del problema de los afroamericanos dentro de Estados Unidos. Su consolidación racial en oposición a los blancos, promovida por los globalistas, es vista como una amenaza. Por lo tanto, es probable que aquí prevalezca el factor de una mayor asimilación del segmento afroamericano y la oposición a su aislamiento. Esto también afectará a la regularización de la emigración de los africanos en Estados Unidos.
Otro miembro de la heptarquía es Rusia. Pero, a diferencia de las demás civilizaciones, la presencia de rusos en EEUU es extremadamente limitada. No representan ninguna masa étnica y la mayoría de las veces están plenamente integrados en los sistemas socioculturales de EEUU, fusionándose con la población blanca junto con representantes de otras naciones europeas. Por eso Rusia como polo no es tomada en cuenta por los trumpistas. La URSS fue en su momento el principal oponente geopolítico de EEUU y de Occidente en su conjunto. A veces esta imagen se proyecta sobre la Rusia moderna, pero esta imagen hostil fue tan activamente explotada por los globalistas en la etapa anterior que ha agotado completamente su contenido negativo. Para los trumpistas Rusia es más bien indiferente y no hostil. Aunque hay corrientes tanto rusófobos como rusófilos (menos numerosas) dentro del trumpismo.
Así pues, las actitudes de los trumpistas hacia la multipolaridad vendrán determinadas en gran medida por los procesos intraestadounidenses.
Así pues, el trumpismo es una ideología. Tiene dimensiones tanto político-filosóficas como geopolíticas. Poco a poco, se expresará de forma más nítida y clara, pero ya es fácil identificar sus principales características.
Notas:
* El movimiento está reconocido como extremista y prohibido en el territorio de Rusia.
** La actividad de Meta (redes sociales Facebook e Instagram) está prohibida en Rusia por extremista.
Donald Trump se ha convertido en el máximo exponente de una nueva etapa en las relaciones internacionales. Podríamos calificarla como de «neoliberalismo soberanista». Este modelo combina el proteccionismo económico y las aspiraciones de un Estado fuerte que pretende expandirse. En ese proceso, el choque con otras potencias constituye una necesidad casi vital.
El modelo que inaugura Trump es la reacción directa al globalismo predominante en las últimas décadas. En este contexto, América Latina se transformará, como ya lo es, al igual que África, en un campo de disputa entre Estados Unidos y potencias como China o Rusia, países que buscan moldear la región según sus intereses estratégicos, aunque con métodos diametralmente opuestos a los norteamericanos.
En sus discursos, Trump enarbola la doctrina del «destino manifiesto», un concepto que se consolidó en el imaginario colectivo estadounidense en el siglo XIX y que justifica las aspiraciones expansionistas de este país. La idea nació y se expandió en los círculos protestantes blancos del denominado Segundo Gran Despertar entre 1795 y 1835. Fue el presidente William McKinley, muy admirado por Trump, quien defendió en aquel momento la política de aranceles y el expansionismo imperial. Siguiendo la estela del presidente decimonónico, Trump promete convertir a Estados Unidos en «la envidia de todos los países» mediante políticas que combinen el aislamiento estratégico y el intervencionismo selectivo. Desde el control del Canal de Panamá hasta la exploración de Marte, el “presidente” ha declarado su intención de proyectar la hegemonía estadounidense hacia horizontes «nuevos y bellos».
El ascenso del nuevo inquilino de la Casa Blanca marca no solo el declive del globalismo, sino que también arrastra a las instituciones que lo sostenían, como el FMI, el Banco Mundial, la OCDE o la propia ONU. Estos pilares del orden global de la posguerra se verán relegados o reformados bajo la presión de esta nueva doctrina. Figuras políticas como Giorgia Meloni en Italia, Viktor Orbán en Hungría y Jair Bolsonaro en Brasil encarnan o han encarnado variaciones locales de este modelo, lo que evidencia su alcance global.
El expresidente Biden, en su momento, mantuvo una política que reflejaba el globalismo tradicional representado por los demócratas. Aunque nominalmente la administración Trump represente otra cosa, no se producirá una ruptura absoluta entre un período y otro, sino que habrá una continuidad entre este viejo globalismo y el nuevo «neoliberalismo nacionalista». Trump propone un modelo económico que insiste en los procesos de acumulación por desposesión de forma acelerada. América Latina jugará un papel crucial debido a su proximidad geográfica y la riqueza de recursos naturales que alberga. Sin embargo, este cambio no está exento de contradicciones. Las élites dominantes, nacidas al calor de la globalización, han pugnado entre ellas y amenazan con fracturas internas ante la presión de este nuevo paradigma. Los «centros ideológicos y políticos» tradicionales se desdibujan, siendo sustituidos en la gobernanza mundial por reuniones y encuentros en los que los nuevos actores (la nueva oligarquía tecno-comunicacional nucleada alrededor de Trump) colisionan. No veremos, como se teoriza, la aparición de un “gobierno mundial” que gire en torno a la denominada clase capitalista transnacional (aunque el proceso de concentración de capitales, tal y como advertía Lenin, se acelere). Las contradicciones entre los diferentes grupos de poder lo impiden. Por otro lado, aún son necesarios los Estados y las normativas que construyen y que permiten a las grandes compañías maximizar sus beneficios.
Trump no escogerá el poder “blando” del que habla Emmanuel Todd, sino que optará por un enfoque más agresivo que combine políticas proteccionistas y acciones de fuerza para consolidar su hegemonía. Entramos en un espacio donde la violencia y la coacción serán, nuevamente, el pan nuestro de cada día.
Estados Unidos buscará sustituir las importaciones necesarias para su industria por materias primas provenientes del subcontinente latinoamericano, consolidando cadenas de valor regionales que respalden la economía de la metópoli. Sin embargo, esta estrategia afronta limitaciones. China se ha posicionado fuertemente, invirtiendo cientos de miles de millones para acceder a materias primas mediante la creación de infraestructuras portuarias y de telecomunicaciones de todo tipo, utilizando ampliamente créditos blandos. Vemos cómo personajes como Bolsonaro en su momento o Milei ahora, a pesar de su feroz anticomunismo, negocian con el gigante chino. Estados Unidos intentará contrarrestarlo recurriendo al intervencionismo militarizado y autoritario para mejorar su posición global. Esta nueva “ruta de la seda norteamericana” tendrá un enfoque coercitivo, en contraste con la aproximación económica de China. En un contexto de desglobalización y regionalización de las cadenas de valor, América Latina será el epicentro de esta disputa estratégica. Las presiones de Estados Unidos se incrementarán, utilizando pretextos como la «guerra contra las drogas» y otras narrativas que justificarán la presencia militar y el control territorial en la región.
Vamos a presenciar un desarrollo importante de las cadenas regionales de valor. Estas son redes de producción y comercio que se desarrollan dentro de una región específica. Por ejemplo, en América Latina, un país podría extraer materias primas, otro procesarlas y un tercero ensamblar los productos terminados. Estados Unidos pretende reinterpretar esta doctrina, centrándose en el proceso extractivo en el país vasallo, pero trasladando la producción, que incrementa el valor agregado, a los propios Estados Unidos. El nuevo comandante militar del Comando Sur, en su discurso de toma de posesión, lo señalaba: «Siempre estaremos allí para las naciones con ideas afines, que compartan nuestros valores, nuestra democracia, nuestro Estado de derecho y los derechos humanos».
Trump llama a la reindustrialización del país, mientras China opta por desarrollar las cadenas internacionales de valor que se extienden más allá de las fronteras regionales. Aunque todo esto puede ser solo un sueño, Norteamérica enfrenta retos inmensos, y no es menor la baja calidad educativa de su población, provocada por los sucesivos procesos de privatización que ha sufrido el sistema educativo. Accidentes como el del puerto de Baltimore enfrentan enormes dificultades para ser subsanados, mientras los incendios en Los Ángeles señalan las enormes flaquezas de las infraestructuras del país. Mientras tanto, el desarrollo tecnológico en China asombra por su tamaño y eficacia. China seguirá siendo la “fábrica del mundo”. En 2024, los grandes almacenes Walmart importaban de China por valor de 49.000 millones de dólares, el 11,2% de las importaciones norteamericanas desde ese país, que sumaron en ese período la friolera de 448.000 millones de dólares. Desde el más humilde clavo hasta la maquinaria más sofisticada comienzan a tener el marchamo de “made in China”. Trump pretende paliar la situación a golpe de aranceles, pero: ¿cómo suplir esas importaciones cuando se ha perdido, a lo largo de varias décadas, un tejido industrial que ha emigrado hacia China o India? Cuando se imponen tasas, los productos se encarecen. Al final, el perjudicado por efecto de la inflación es el propio consumidor norteamericano, puesto que hoy por hoy Norteamérica no tiene alternativa a las importaciones chinas.
Aunque Trump reniegue de la realidad, estamos inmersos en un proceso de transición energética global que demanda enormes cantidades de recursos estratégicos como litio, cobalto y níquel, muchos de los cuales se encuentran en América Latina. Entre 2025 y 2050, se cree que la demanda de estos materiales se multiplicará por diez. En este escenario, países como Bolivia, Argentina y Chile serán clave, no solo por su abundancia en recursos naturales, sino también por su capacidad para negociar con ambas potencias. Mientras China desarrollará infraestructuras viales y portuarias para facilitar el acceso a estos recursos, Estados Unidos intensificará su presencia militar en la región, justificando estas acciones con el pretexto de combatir amenazas como el narcotráfico o el terrorismo. La creación de bases militares en puntos clave, como las Islas Galápagos en Ecuador, es uno de los ejemplos más visibles de este enfoque. Esto exacerbará las desigualdades en la región y generará tensiones sociales y políticas.
El senador Marco Rubio es una figura clave en la administración de Trump y será un arquitecto importante de la política exterior hacia América Latina. De origen cubano y con una postura marcadamente hostil hacia la izquierda latinoamericana, Rubio ha promovido sanciones económicas y respaldará intervenciones políticas contra gobiernos progresistas en la región. Aún se recuerda cómo participó supervisando la operación en el golpe de Estado en Bolivia en 2019. Rubio también actúa como un enlace directo entre los intereses empresariales estadounidenses y las élites locales en América Latina, favoreciendo políticas que beneficien a Washington. Este enfoque garantiza, como hemos señalado, una continuidad entre el viejo globalismo de los demócratas y el «neoliberalismo nacionalista» promovido ahora por Trump.
La falsa nube de debate que quiere generar Trump es el narcotráfico. Existen dos modelos principales para abordar el problema. Por un lado, está el enfoque que busca atacar las causas estructurales, adoptado por países como México y Colombia. Este modelo se centra en combatir la pobreza, reducir la desigualdad y crear oportunidades económicas para las comunidades más vulnerables. Al tratar las raíces del problema, se busca limitar el atractivo que tienen para los más pobres las actividades ilícitas. Ejemplos de esto incluyen programas de desarrollo comunitario, estrategias de reducción de cultivos mediante incentivos legales y un enfoque más humanitario hacia las comunidades afectadas por el narcotráfico. El segundo modelo es el liderado por Estados Unidos, que históricamente ha implementado un enfoque represivo, basado en la militarización y en el desarrollo de un entramado carcelario que es el mayor del mundo en relación con la población. Este modelo represivo persigue, en paralelo, la militarización de territorios estratégicos para Estados Unidos, estableciendo bases militares en regiones y países clave bajo el pretexto de combatir el narcotráfico.
Estos dos enfoques reflejan visiones contradictorias sobre cómo abordar un problema complejo. Mientras que México y Colombia apuestan por soluciones integrales y de largo plazo, el modelo estadounidense prioriza la respuesta inmediata y la demostración de fuerza, ignorando intencionadamente las causas profundas del problema. La «guerra contra las drogas» será reutilizada como una herramienta política para justificar la intervención en países clave. Evidentemente, estas bases militares que se proyectan no solo servirán, en realidad no se utilizarán para eso, en operaciones antidrogas, sino como puntos de influencia estratégica que refuercen la presencia militar estadounidense frente a la creciente expansión china en la región. El debate iniciado por el general Alvin Holsey a cargo de la IV Flota sobre el puerto de Chancay en Perú, financiado y construido por China, es un ejemplo. Evidentemente, según el nuevo general a cargo del Comando Sur de Estados Unidos, ese puerto ha sido construido para que la marina de guerra china tenga un punto de desembarco cerca de las costas norteamericanas. Refiriéndose a eso, dijo: «Nuestros adversarios han establecido una fuerte presencia, poniendo en peligro la seguridad y la estabilidad en todo el continente americano».
Ante estas presiones externas, la izquierda latinoamericana enfrenta múltiples retos. América Latina necesita construir un modelo de integración regional que priorice la sostenibilidad y la justicia social, acompañado de reformas tributarias progresivas. Uno de los grandes problemas de las fuerzas progresistas es que no se puede mantener una política social sostenida en el tiempo confiando únicamente en el incremento del precio de las materias primas, sin abordar el problema de la redistribución y el desarrollo de un sistema impositivo. Por otro lado, sigue sin resolverse el traspaso de los poderes entre un “líder carismático” y un líder “corriente”. También aquí, la integración latinoamericana en los BRICS puede servir de contrapeso a las imposiciones norteamericanas. Será un proceso complejo. Pudimos ver en la reunión de los BRICS en Kazán cómo Brasil (Lula), por imposición de Estados Unidos, vetaba la integración de Venezuela. Brasil se ha comportado como un país subimperialista y dependiente de Washington; lo vimos ahora y también en la época de Chávez, cuando el propio Lula se opuso a la creación del Banco de Desarrollo Latinoamericano.
https://dossiergeopolitico.com/wp-content/uploads/2025/02/TRUMP-VIEJ-TOPO.png635850Dossierhttps://dossiergeopolitico.com/wp-content/uploads/2018/05/Dossier_Logo-2.pngDossier2025-02-05 18:21:352025-02-05 18:22:28Trump: América Latina y el declive del globalismo
El fin de este año confirma que las tendencias en la política mundial de cuestionamiento del orden existente de un mundo unipolar que se manifiestan desde el inicio del siglo XXI, se han acentuado y continúan su marcha inexorable hacia un mundo multipolar. Un mundo marcado por la disputa capitalista mundial por recursos energéticos, alimenticios y áreas de influencia. Esto está generando numerosas guerras y provocando una gran inestabilidad económica, política y social. Solo cuando la apropiación y redistribución de los recursos energéticos mundiales y zonas de influencia de los países más ricos estén más o menos establecidas por la fuerza económica, política y militar en última instancia, entonces será posible una época de una cierta estabilidad y paz relativas. Estabilidad y paz que no serán naturalmente eternas, porque el ciclo de las crisis capitalistas, sus luchas económicas y sus guerras se repetirá inexorablemente hasta el fin de este tipo de sociedad.
La victoria rusa en Ucrania contra la OTAN el próximo año, marcará el inicio de un nuevo ciclo en la geopolítica mundial. Un ciclo de alto riesgo para la Humanidad. La realidad actual continúa mostrando claramente que los dueños de la riqueza mundial no tienen problemas en iniciar guerras con su secuela de muerte de millones y la desintegración completa de países. Tal son los ejemplos de Ucrania, Palestina y Siria hoy, descuartizadas en pedazos donde los ganadores en el campo de batalla toman parte de sus territorios como botín de guerra. Los desplazados de sus países forzados a huir suman millones. Tampoco la clase oligárquica mundial tiene cualquier problema en apoyar grupos terroristas para derribar gobiernos y propiciar atentados terroristas. El grupo terrorista que ha tomado el poder en Siria por ejemplo, Hayat Tahrir al-Sham (HTS), ha sido declarado como terrorista por la ONU, Inglaterra, EEUU, Israel y Turquía. Igual que su jefe, Abu Mohammed al-Jolani cuya cabeza tiene un precio de 100 millones de dólares ofrecidos por EEUU. HTS tiene su origen en el grupo Estado Islámico (2011) y luego como fracción que se separó de Al-Qaeda. Ese es su origen. Grupo al que la prensa occidental se apresura a darle hoy el beneficio de la duda de que estaría cambiando su postura radical por una progresista[i] o incluso humanista[ii]. El conocido lavado de imagen para justificar lo injustificable. Irónicamente los países que lo apoyan hoy tienen una nutrida legislación anti-terrorista!.
La constante principal de fondo de todo el período que se abre, inestable y peligroso, que durará largas décadas del siglo XXI, será la continuación de la acumulación de la riqueza en pocas manos, un fenómeno económico inherente al Capitalismo. Sus consecuencias solo pueden significar un mayor poder de decisión de esta elite oligárquica en la política y economía mundiales. Elite conocida hoy como globalista, entre otras cosas partidaria de un gobierno mundial de unas pocas corporaciones transnacionales.
La derrota militar y política de la OTAN en Ucrania le parece inaceptable al gigante americano. Una parte importante de sus clases dirigentes piensan que continua siendo la mayor potencia mundial. Lo que determina en gran medida la lucha de EEUU en todos los planos contra sus rivales económicos y militares, China y Rusia por mantener dicho poder. Lucha que se da en el mundo entero y que ha llevado a algunos a afirmar que ya estamos en la Tercera Guerra Mundial. Esta será la segunda constante del período.
En Ucrania, EEUU vía la OTAN luchará todavía duramente – a pesar de su derrota inminente- provocando a Rusia como último recurso, recurriendo a crecientes atentados terroristas como los vemos hoy. Busca con esto una respuesta descontrolada de esta para así obtener la justificación de una guerra ahora formal contra la OTAN. Lo que nos llevaría al borde mismo del abismo nuclear. No sabemos si esta opción suicida se mantendrá durante el próximo gobierno norteamericano. La política exterior de EEUU la decide el “Estado profundo”, sus grandes corporaciones y las empresas del complejo militar-industrial e ideológicamente sus centros de pensamiento como la Corporacion Rand y otros. Los gobiernos responden a esos intereses. Sin embargo algunos piensan que el gobierno de Trump puede hacer cambiar esto. Por ejemplo decidiendo enfocarse más en los serios problemas económicos y sociales internos. Trump hará, en su estilo claro, lo que las grandes corporaciones manden. No olvidemos que el complejo militar-industrial vende permanentemente armas, municiones y equipos de todo tipo para 850 o más bases americanas en el mundo! ¿Alguien cree que están dispuestos a perder eso por las supuestas veleidades pacifistas de un Presidente? Los emperadores romanos, brillantes o estúpidos no determinaban lo grueso de la política imperial y su accionar. Tampoco los gobernantes de EEUU.
De allí que esperamos continuidad en su política externa. EEUU seguirá incentivando “primaveras árabes” en Eurasia[iii], como por ejemplo en Georgia, Moldavia o su región autónoma Transnitsria entre otros, para mantener la influencia que tiene en algunos países y agregando otros para el hostigamiento de Rusia y China, sus enemigos declarados. El reciente golpe de Estado patrocinado por EEUU en Bangladesh es parte de ese objetivo. La caída de Siria pretende entre otros objetivos desestabilizar Rusia y China en sus fronteras. Todas operaciones de guerra no militar tendientes a debilitar y acosar al enemigo estratégico. Además de apropiarse totalmente de su petróleo o al menos de su comercio. Tal como en Libia o Irak.
Con Trump EEUU continuará y profundizará las sanciones comerciales no solo contra sus enemigos principales. El imprevisible millonario ha dicho que aplicará sanciones a los países BRICS con un aumento de 100% en las tarifas aduaneras si no utilizan el dólar en sus transacciones internacionales. Amenaza que ha hecho extensiva a cualquier otro país que no obedezca sus dictados. Estas declaraciones no pasan de ser hoy bravuconadas de alguien que no siendo todavía jefe de Estado se permite decir cualquier cosa. El problema de esto es que EEUU ya no tiene la fuerza para imponer su voluntad en todo el mundo. Aunque todavía lo consigue con muchos países. Como en Chile por ejemplo, ideológicamente dominado por el modelo neoliberal inventado en EEUU y uno de sus alumnos más aventajados.
Todavía respecto de Ucrania digamos que algunos analistas sugieren que esta quedaría dividida en tres grandes sectores una vez terminada la guerra (ver diagrama). Rusia se quedaría con todo el Donbas conquistado en el Oeste ( donde están los territorios más ricos de Ucrania) más Odessa en el sureste. Hungría y Polonia se apoderarían de sendas regiones en el Oeste. El centro sería lo que quede de Ucrania, cuyo estatuto tendrá que ser aquel de no pertenencia a la OTAN, uno de los objetivos esenciales de Rusia para cualquier negociación de paz.
Ucrania después de las negociaciones según F. Moragón. Visto en en canal: Derribando los Mitos de la Política de E. Bistoletti.
En el Medio Oriente la cosa se ve todavía peor para el período que se inicia. La caída en Siria del régimen de Basher al-Asad el pasado 8 de diciembre, donde existía un estado de guerra civil desde 2011, ha sido propiciada entre otros grupos por el HTS, también conocido como Entidad de Liberación del Levante. Grupo terrorista que ha contado con el apoyo militar y logístico de EEUU, Israel y Turquía, además del Reino Unido. Han participado además otros grupos que controlan distintas partes del territorio sirio y que luchan entre sí. De allí que la situación promete un estado de guerra civil que durará mucho tiempo. Pero no solo habrá guerra civil en Siria sino que probablemente se hará extensiva en todo el Medio Oriente involucrando a Irán. Israel, el actual actor predominante en la región se enfrenta a Irán pero también a Turquía que ha participado activamente en el derrocamiento de al-Asad con la milicia que apoya: el Ejército Nacional Sirio. Israel y Turquía han desplegado en estos primeros días sus ejércitos en territorio sirio con fines de anexión. Israel por ejemplo ya se ha apropiado de lo que le restaba a Siria de los Altos del Golan y ha tomado el monte Hermon, justo encima de Damasco. Utiliza su fuerza aérea para bombardear zonas declaradas como enemigas. Pero no justamente a los grupos terroristas que ha armado desde 2011 tal como había denunciado la periodista Serena Shim, asesinada en 2014[iv]. No sabemos si Israel hará primero la guerra a Turquía o a Irán, enemigo ancestral del sionismo, lo que servirá la geoestrategia de EEUU por el control que tiene sobre el petróleo sirio, y los numerosos oleoductos y gasoductos existentes y que hacen de Siria una zona de tráfico de hidrocarburos desde Asia y las monarquías árabes hacia Occidente. EEUU controlaba en 2019 el 70% de los recursos energéticos del país vía grupos guerrilleros que apoyaba. El 30% restante lo controlaba el gobierno[v]. La caída de Siria también sirve a las monarquías del Golfo Pérsico como Arabia Saudita, que ve debilitada a Irán al perder su influencia en Siria. Turquía tiene también ambiciones económicas alrededor del petróleo como país de transporte de este desde los países del Golfo. Ocupa hoy la zona donde viven turcos otomanos de Siria. Siendo ahora Siria una tierra peligrosa de nadie, será más segura Turquía para el transporte de hidrocarburos a Europa. De allí que para el actual gobierno turco apoyar un movimiento declarado terrorista por ellos mismos no representa un problema. El fin siempre justifica los medios. Sobre todo en Política.
Otra de las consecuencias de la caída de Siria es que ahora podrá concretizarse la construcción del gasoducto Catar-Arabia Saudita-Jordania-Siria-Turquía, diseñado para atravesar Siria y ofrecer a Europa una alternativa al gas ruso. Este proyecto compite con aquel para traer petróleo desde Irán pasando por Irak y justamente Siria (denominado Oleoducto de la Amistad). Dos proyectos en competición aparte de los oleoductos ya existentes en Siria. Ya desde 2009, ante la oposición de al-Asad al gasoducto desde Qatar, la inteligencia de EEUU había decidido que era preciso una intervención en Siria para derribar su gobernante. La UE – muy interesada en estos proyectos – cooperaba políticamente acusando al-Asad de crímenes de guerra y desarrollo de armas químicas. Desde entonces comenzó la guerra civil. He aquí la razón profunda para esta intervención utilizando grupos terroristas con el apoyo de los varios países interesados en el negocio. Una estrategia donde se evita enviar tropas propias para la consecución de un objetivo. Siga usted los caminos del petróleo y gas y comprenderá gran parte de las guerras en el mundo de hoy.
La existencia de varios grupos terroristas en presencia, entre ellos Al-Qaeda e ISIS y también una parte del ejército sirio cuyos miembros están a ser asesinados, así como los curdos apoyados por EEUU promete un volcán para el país y su destrucción asegurada. Siria como Ucrania, probablemente será dividida en pedazos conforme la fuerza que tengan las potencias en disputa. Rusia tiene bases militares allí. Le interesaba una Siria amiga como protección de su área de influencia. No sabemos a esta altura que va a acontecer con ellas. Lo concreto es que el país reina el caos total y la vendetta contra los miembros del ejército sirio está en pleno desarrollo. La prensa occidental siempre dirigida por los mismos poderosos dueños de todo calla estos crímenes y ve con velada simpatía aunque con aparente neutralidad los terroristas en el poder. Se imaginan los lectores si esto hubiese sido hecho por una guerrilla de izquierda?
El retroceso de la Unión Europea
Otra característica del nuevo período que se abre es el papel secundario en el mundo que ahora jugará la Unión Europea (UE) y Europa en general. Por imposición de EEUU a través de la OTAN se había propuesto propiciar una derrota estratégica a Rusia, comenzando por destruir su economía aplicando sanciones de todo tipo. Como es bien sabido hoy, toda esta política resultó exactamente en su contrario. A pesar de la propaganda occidental, Rusia es hoy un país más fuerte en todos los aspectos. Los países europeos en cambio, y en gran parte a causa de su política con Alemania y Francia a la cabeza, están sumidos en una grave crisis económica y política. Ya tenían antes problemas económicos serios donde los parámetros de crecimiento económico eran mínimos durante largos años previos a la guerra de Ucrania. Solo que la guerra y las sanciones económicas contra Rusia (más de mil sanciones diversas) han tenido como resultado profundizar y acelerar el declinar de estos países. Siendo Europa una región sin recursos energéticos, con la excepción del petróleo de Noruega, dependía de Rusia y su gas barato durante largos decenios. Con el acto terrorista de la voladura de los gasoductos bajo el mar que llevaban el gas desde Rusia a Alemania (hecho nunca reconocido como tal en Occidente), ha significado un problema insoluble para la industria europea. Europa ya no es hoy una referencia principal como potencia económica. Potencia militar como UE no lo ha sido nunca, ocupada militarmente en varios de sus países por EEUU desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Algo de lo que paradójicamente Occidente acusaba a Rusia en los tiempos de la URSS a propósito de la realidad del Pacto de Varsovia y el dominio absoluto de Rusia en los países que lo conformaban. Predominio de EEUU sobre Europa que hoy el destemplado Presidente electo Trump se encarga de recordar groseramente. Deben seguir comprándonos gas y armas o de lo contrario aplicaremos sanciones económicas de todo tipo contra vuestros productos. Y tienen que mantener la OTAN. Si quieren protección, deben pagar por ello.
Es difícil pensar hoy en la posible autonomía estratégica de Europa como dice un ex-embajador español[vi]. Para que ello ocurra Europa debería terminar con su política de sumisión a EEUU y terminar con la OTAN. Difícil. Salvo, que Trump decida el mismo terminar con la alianza atlántica a contrapelo de los intereses del complejo-militar de su país. Algo muy poco probable. Europa además tendrá que necesariamente re-establecer las relaciones con Rusia que tan buenos resultados dieron durante largas décadas. Igualmente deberá reformar de raíz la Unión Europea como institución burocratizada, cuyas políticas económicas ineficientes y una legislación paralizante impiden la competitividad y la innovación, tal como lo ha denunciado el demoledor informe de Mario Draghi, el ex-jefe del Banco Central Europeo. Veremos como se resuelve dicha pugna.
Desconfianza en líderes políticos
Una tercera constante que se mantendrá en el nuevo período es la creciente desconfianza y desaprobación de la población mundial en sus dirigentes políticos. Hay una profunda crisis de los valores que supuestamente representaba el régimen democrático. No es solo en Chile que en general la mal llamada clase política favorece no a sus electores sino a las empresas que financian sus campañas. Es un fenómeno mundial del Capitalismo “democrático”. La población europea por ejemplo, que rechaza mayoritariamente sus gobiernos haciéndolos caer uno a uno estos días, observa como estos continúan dirigiendo a Europa en una guerra contra Rusia que esa mayoría no quiere. De igual manera, el actual gobierno de EEUU, viola sistemáticamente la voluntad popular haciendo lo contrario del programa del ganador de las elecciones, contrario a la guerra. Son todos ejemplos de que los gobiernos del capitalismo no gobiernan en el interés de sus pueblos sino de sus elites. Y en el caso europeo, de elites extranjeras.
El accionar de los gobiernos de la democracia, dado el aumento de la concentración de la riqueza en pocas manos, verá acentuarse la influencia de la clase dominante en la elaboración de políticas públicas. La descarada intervención judicial en Rumanía para desconocer el triunfo legítimo en las elecciones presidenciales de ese país, obtenido por el candidato Calin Georgescu opuesto a la guerra de Ucrania, con la disculpa que hubo una grosera y masiva intervención rusa, la campaña neo-macartista en toda Europa para silenciar en redes sociales y otros medios cualquiera voz disidente con la posición belicista y suicida de los actuales dirigentes europeos, o la actitud del Presidente francés de desconocer el veredicto de las urnas dos veces consecutivas colocando primeros ministros que no representan ninguna de las fuerzas vencedoras en las elecciones, son otros ejemplos de un sistema cada vez más autoritario donde la opinión y decisión de las grandes mayorías que los han elegido simplemente no cuenta.
Reactivación de la doctrina Monroe
En cuanto a América Latina, veremos un reforzamiento de la doctrina Monroe por parte del Tío Sam. Esa de “América para los americanos”. Esta será la cuarta constante del período. Esto, por la pérdida relativa de influencia de EEUU en la región en las últimas décadas, como consecuencia de las crecientes relaciones económicas y diplomáticas de los países latinoamericanos con China. Además de la incorporación del gigante Brasil y otros países a los BRICS, visto por EEUU como su enemigo. Para varios de ellos como se sabe, China es su principal socio comercial, entre ellos Chile. EEUU podrá exigir a nuestros países escoger entre “nosotros” o “ellos”. Esto, porque en un contexto de pérdida de su influencia en el mundo, EEUU no puede permitirse también perder su hegemonía en nuestra América. Las provocaciones de Trump tratando a Canadá como un estado más de la Unión, gritando que va a recuperar el Canal de Panamá o amenazando a México con altas tarifas a sus productos exportados a EEUU, donde la velada amenaza ha sido la de nombrar a un ex-oficial de la CIA como embajador, no dejan lugar a dudas de cual será política que se nos aplicará. Ni hablar además que Cuba y Venezuela no tendrán tregua alguna en su bloqueo y sanciones.
Reforzar el papel de patrón en A. Latina es hoy un imperativo para EEUU. Las recientes actividades y acciones político-militares del Comando Sur en varios países de la región, aquella división del Ejército de EEUU para el control sobre nuestra América, donde tiene más de 75 bases militares así lo confirman[vii]. Actividad creciente particularmente desde hace dos años que no debe dejar dudas sobre una política amenazante en la región. Como referimos arriba, a EEUU le preocupa sobremanera el que su rival chino haya penetrado en la economía y finanzas de nuestro sub-continente. La construcción del gigantesco puerto de Chancay en Perú es una de sus últimas obras. Será interesante ver como se posicionan Brasil, México, Argentina y Colombia en el período que se abre. ¿Serán capaces de llegar a desarrollar alianzas político-económicas para mejor defender sus intereses y posición en el mundo? No olvidemos que teniendo en juego los intereses nacionales, los países pequeños tienden a luchar juntos para mantener su independencia y soberanía frente a los grandes, independientemente de los gobiernos que tengan en cualquier momento. O al menos eso debería ser en teoría su actitud como enseña la geopolítica. López Obrador, su sucesora Sheinbaum, Lula y Petro entienden esto perfectamente. En Chile, dada la conocida posición ideológica pro-EEUU de la clase empresarial nada de eso podrá acontecer. Los gobiernos de turno responden a esos poderes.
El poderío chino
La realidad del período que comienza está marcada también obviamente por el predominio indiscutible de China en el comercio mundial así como en varios campos tecnológicos incluida la investigación en tecnología espacial y nanotecnología, además de estrechar su relacionamiento político y diplomático con numerosos países. Un gran desafío al poder de EEUU. Los asiáticos ocupan el primer lugar en el registro de nuevas patentes en tecnología por ejemplo, algo de la mayor importancia para la necesaria innovación. China es la cabeza de los BRICS como alianza de muchos países en la lucha por la defensa de sus intereses. Los BRICS superan hoy al G7 en el PIB PPA[viii] . También en la superficie que controlan y la cantidad de población mundial que representan. China, además, cuya política es pensada siempre para el muy largo plazo, pretende destronar el dólar como moneda preferida en los intercambios internacionales. Eso es lo que defiende con fuerza en los BRICS. Veremos en este período el continuo lento pero seguro avance de este proceso en esa dirección. Un objetivo irrenunciable y el que se verá acelerado al tener en cuenta que EEUU aumente las tarifas de aranceles y otras sanciones. Cuando esto se concretice a través de la moneda BRICS, producirá ciertamente el golpe más duro contra el imperio americano tal como lo conocemos. Habrá un antes y después en la Historia Mundial de los últimos dos siglos cuando esto acontezca.
En sus relaciones comerciales con el mundo, China actúa en lo esencial como cualquier otra potencia económica. Compra en general materias primas, recursos naturales y alimentos a los países subdesarrollados y les vende productos terminados con valor agregado. Las cifras del comercio chileno con el gigante asiático son un buen ejemplo de esto. Afianza sus lazos comerciales invirtiendo sobre todo en infraestructura y participando activamente en el financiamiento de proyectos a través de sus bancos de inversión privados y públicos. De acuerdo con un informe del Banco Mundial y otros, China ha realizado en los últimos 20 años préstamos a 22 países latinoamericanos por más de $USD 240.000.000. Préstamos difíciles a veces de pagar dado unos términos negativos del intercambio. Se exporta mucho menos que lo que se importa desde China creando balanzas de pago deficitarias[ix].
El secreto de este indiscutible éxito económico de China han sido los bajos precios. Pero habrá un momento en que los salarios de los trabajadores chinos tendrán que subir así como las regulaciones medioambientales que aumentan los costos de producción. La música entonces será diferente.
Por otra parte, China hace parte hoy de ese orden mundial que critica. Una gran contradicción a resolver. De hecho, es miembro del Consejo de Seguridad de la ONU así como miembro del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial. Estas últimas las entidades por antonomasia del Capitalismo mundial, hoy en manos de EEUU. Pero también es la cabeza de los BRICS, opuesto a estos o al menos en sus políticas. En algún punto de su desarrollo tendrá que resolver si se decide a luchar por tomar ese poder del Capitalismo en el mundo y continuarlo, o de romper este modelo y construir el Socialismo. Hasta ahora ellos dicen que la suya es una sociedad socialista con particularidades chinas. Tienen razón algunos analistas que dicen que China es más bien una sociedad capitalista con características chinas. La Historia mostrará finalmente hacia donde quieren llegar. Algo que nadie puede predecir hoy.
En cuanto a Poder militar, la realidad mundial a partir de ahora está marcada por el poderío militar incontestable de Rusia. La derrota de la OTAN, que ha ensayado lo mejor de su armamento militar en Ucrania así lo demuestra. Esto es absolutamente verdad referido a la guerra convencional.
Las armas de la guerra hoy son completamente distintas a las cualquiera otra guerra de la Historia. Primacía de misiles de todo tipo y drones aéreos y marítimos, satélites espías y de comunicación, así como la fundamental componente de guerra electrónica e informática lo han cambiado todo. Y en esta nueva y moderna guerra los rusos han tomado la delantera en cuanto desarrollo tecnológico. Y esta supremacía tiene y tendrá consecuencias en los equilibrios y luchas de Poder futuras.
La constatación del fracaso del capitalismo neoliberal
Una última constante de la situación mundial, a la vista de lo arriba expuesto, es la constatación del fracaso del capitalismo. Al menos el capitalismo neoliberal occidental en todos los campos de la acción humana. Un sistema y modelo que hace agua por todos lados. Un mercado que ya no es libre, porque el proteccionismo actual se impone y el objetivo monopolista de las empresas está siempre presente; una responsabilidad financiera olvidada por los más ricos que permite crisis económicas unas detrás de las otras; una ilegitimidad creciente de sus gobiernos; proletarización de largos segmentos de la población antes de clase media; una destrucción medioambiental galopante; un control creciente de las conciencias utilizando una máquina universal de propaganda ideológica que inunda todos los espacios del pensamiento; represión del Estado contra cualquier disidencia de la narrativa oficial, el que se da medios policiales cada vez más costosos e intrusivos sobre la vida privada; privatización de toda tarea humana que permita obtener lucros; un individualismo creciente que niega la esencia social del ser humano; unos dirigentes políticos que velan por su interés personal y no por aquel de sus votantes, cayendo frecuentemente en la corrupción, lo que aumenta la desconfianza y rabia de los electores; un sistema de dominación en fin injusto e inhumano, donde de manera creciente los DDHH no son respetados por los Estados.
Son estos entre muchos, otros indicadores de una derrota estructural del modelo de sociedad que nos han vendido las últimas décadas como el único posible y el que se pretende insistentemente de llevarlo a todos los confines de la Tierra. Un modelo que no caerá por si solo. Tendrán que ser los propios trabajadores los encargados de construir sociedades más prósperas, dignas, justas y pacíficas. Y cuanto antes, mejor. Porque mientras tanto, la pobreza, la inestabilidad, la inseguridad, la desconfianza, la injusticia y la guerra continuarán imperando en el diario vivir. Un panorama desolador para el futuro de nuestra descendencia.
Patricio Serendero
[i] Ver por ejemplo el artículo de la BBC “El nuevo líder de Siria rompió realmente con su pasado radical islámico?”,
BBC News, 20/12/2024 donde se afirma que dicho grupo está siendo genuino en su deseo de cambio(sic).
[iii] Eurasia: Europa + Asia, la región geopolítica propuesta con este nombre en 1904 por A. Mackinder y que EEUU se encargará siempre de mantener dividida conforme su estrategia secular. Según Mackinder, quien gobernaría Eurasia gobernaría el mundo. De allí la dominación de EEUU sobre Europa utilizando la OTAN.
[iv] Decimos asesinada porque existen serias sospechas que los responsables de su muerte en un accidente de automóvil fueron los servicios de inteligencia turcos que ella misma había denunciado en TV dos días antes por estar en la lista de blancos a abatir.
[v] “La geopolitica de los gasoductos lo es todo en el conflicto sirio”, Misión Verdad, Portal digital CubaSi, 10/12/2024
[vi] Comentarios del ex-embajador I. Gracia Valdecasas entrevistado en el canal de Rubén Gisbert en https://www.youtube.com/watch?v=SLEFjyWFaEk
[vii] “La amenaza militar de EEUU en Latinoamérica”, en portal digital Rebelión visto el 23 de Diciembre de 2024
[viii] El PIB PPA (Producto Interno Bruto por Paridad del Poder Adquisitivo) es la medición que permite medir el producto interno bruto de un país, eliminando las diferencias de precios existentes entre cada país.
[ix] Ver el interesante artículo “La dificil disyuntiva que tienen los países latinoamericanos en su relación con China”, M. Hernández, Rebelión, 3/12/2024
https://dossiergeopolitico.com/wp-content/uploads/2025/01/TRUMP-GENTE.jpg6201140Dossierhttps://dossiergeopolitico.com/wp-content/uploads/2018/05/Dossier_Logo-2.pngDossier2025-01-21 20:26:252025-01-21 20:27:59Proyecciones geopolíticas 2025: Guerras e inestabilidad marcan el nuevo ciclo mundial
El mundo en 2025: diez temas que marcarán la agenda internacional
Texto finalizado el 15 de diciembre de 2024. Esta Nota Internacional es el resultado de la reflexión colectiva del equipo de investigación de CIDOB. Coordinada y editada por Carme Colomina, en el proceso de redacción ha contado con aportaciones de Inés Arco, Anna Ayuso, Jordi Bacaria, Pol Bargués, Javier Borràs, Víctor Burguete, Anna Busquets, Daniel Castilla, Carmen Claudín, Patrizia Cogo, Francesc Fàbregues, Oriol Farrés, Marta Galceran, Blanca Garcés, Patrícia Garcia-Duran, Víctor García, Seán Golden, Rafael Grasa, Josep M. Lloveras, Bet Mañé, Ricardo Martinez, Esther Masclans, Oscar Mateos, Pol Morillas, Francesco Pasetti, Roberto Ortiz de Zárate, Héctor Sánchez, Eduard Soler i Lecha, Laia Tarragona i Alexandra Vidal.
2025 arranca con más preguntas que respuestas. El mundo ya ha votado y ahora toca ver qué políticas nos esperan; qué impacto tendrán las nuevas agendas ganadoras; ¿hasta dónde llegará la imprevisibilidad de Trump 2.0? ¿Estamos ante un Trump factor de cambio o ante aspavientos y fuegos de artificio político?
En 2025 se hablará de tregua, pero no de paz. La ofensiva diplomática ganará terreno en Ucrania, mientras la caída del régimen sirio de Bashar al-Assad abre una transición política incierta. Estos movimientos pondrán a prueba un sistema internacional incapaz de resolver las causas estructurales de los conflictos.
El mundo se debate entre la gesticulación de los nuevos liderazgos, los escenarios cambiantes que están redibujando conflictos enquistados, y una rivalidad chino-estadounidense que puede derivar en una guerra comercial y tecnológica. El miedo, como dinámica que impregna políticas, tanto en el campo migratorio como en las relaciones internacionales, gana terreno en 2025.
2025 será un año de resaca poselectoral. El mundo ya ha votado, y lo ha hecho, en muchos casos, desde el enojo, el malestar o el miedo. Más de 1.600 millones de personas pasaron por las urnas en 2024 y, en general, lo hicieron para castigar a los partidos en el poder. La lista de gobernantes derrotados es larga: demócratas estadounidenses, conservadores británicos, el macronismo en Francia, o la izquierda portuguesa. Incluso aquellos que han resistido han salido debilitados, como atestiguan el descalabro electoral del Gobierno de Ishiba Shigeru en Japón, o las coaliciones necesarias en la India de Narendra Modi y la Sudáfrica de Cyril Ramaphosa.
El ciclón electoral de 2024 ha dejado la democracia un poco más magullada, porque los países que experimentan descensos netos en el desempeño democrático superan con creces a los que logran avanzar. Según el informe The Global State of Democracy 2024, cuatro de cada nueve estados están en peor situación democrática que antes y aproximadamente solo uno de cada cuatro ha mejorado en su calidad.
2025 es el año del regreso de Donald Trump a la Casa Blanca y de una nueva andadura institucional en la Unión Europea (UE) cimentada en unos apoyos parlamentarios históricamente débiles. La volatilidad democrática de Occidente colisiona con la hiperactividad geopolítica del Sur Global y la virulencia de los focos de conflicto bélico. Por eso, 2025 arranca con muchas más preguntas que respuestas. Con los resultados electorales en la mano, ahora toca ver qué políticas nos esperan; qué impacto tendrán las nuevas agendas ganadoras; ¿hasta dónde llegará la imprevisibilidad de Trump 2.0? Y, sobre todo, ¿estamos ante un Trump factor de cambio o ante aspavientos y fuegos de artificio político?
Aunque Estados Unidos sea hoy una potencia en repliegue y el poder se haya dispersado hacia nuevos actores –públicos y privados– que desafían desde hace tiempo la hegemonía de Washington, el retorno de Donald Trump a la presidencia obliga al mundo a reubicarse. Los equilibrios geopolíticos globales y los diferentes conflictos abiertos –especialmente en Ucrania y Oriente Medio–, así como la lucha contra el cambio climático o los niveles de imprevisibilidad de un orden internacional en proceso de mutación estarán pendientes del nuevo inquilino de la Casa Blanca. La caída del régimen sirio de Bashar al-Assad abre una transición política incierta, que refuerza la idea de que 2025 será un año necesitado de procesos diplomáticos que acompañen los reequilibrios geopolíticos que se avecinan.
Estamos también en un mundo todavía lastrado por el impacto de la COVID-19. Cinco años después de la pandemia del coronavirus, muchos países aún están luchando contra la deuda pública que asumieron para combatir el daño económico y social de aquella crisis sanitaria global. La pandemia nos dejó un mundo más endeudado, más digitalizado e individualista, donde han ido ganando terreno las respuestas discordantes entre los grandes poderes globales; donde los objetivos climáticos, económicos y geopolíticos son cada vez más divergentes. En este mundo no chocan únicamente las políticas, sino también los discursos. Las viejas fracturas sociales y culturales se han intensificado: desde las guerras culturales a la lucha por el control de la información y de las burbujas algorítmicamente construidas en las redes sociales. Las elecciones en Estados Unidos, Pakistán, India, Rumanía, Moldova o Georgia dieron buena cuenta del poder desestabilizador de los relatos alternativos.
Por todo ello, la resaca electoral estadounidense no será de las que se combaten con descanso y consomé. El propio Trump se encargará de magnificar las gesticulaciones políticas con las que volverá al despacho oval a partir del próximo 20 de enero. Pero, más allá del ruido retórico, cuesta discernir qué respuestas se articularán: hasta qué punto nos adentramos en un año que reforzará todavía más los diques de contención y repliegue que han ido bunquerizando las sociedades y fragmentando la hiperconectividad global; o, por el contrario, veremos emerger una aún tímida voluntad de pensar políticas alternativas que den respuestas a las verdaderas causas del malestar e intenten recomponer consensos cada vez más frágiles.
1- EGOPOLÍTICA E INDIVIDUALISMO
2025 es el año de la gesticulación y los personalismos. No solo veremos la emergencia de nuevos liderazgos, sino también de nuevos actores políticos. La irrupción del magnate Elon Musk en la campaña y el nuevo Gobierno de Donald Trump personifica este cambio en el ejercicio del poder. El hombre más rico del mundo, con el megáfono más potente de la sociedad digitalizada, entra en la Casa Blanca para ejercer de mano derecha del presidente. Musk es un poder global, detentor de una agenda política y unos intereses privados, que muchos gobiernos democráticos no saben cómo gestionar. En esta reconfiguración del poder, tanto público como privado, la industria de las criptomonedas representó casi la mitad de todo el dinero pagado por grandes corporaciones a los comités de acción política (PAC, por sus siglas en inglés) en 2024, según un informe de la ONG progresista Public Citizen.
La pasada legislatura –de 2020 a 2024– se caracterizó por el llamado «negacionismo electoral»: el resultado de una de cada cinco elecciones fue cuestionado por alguno de los candidatos o partidos perdedores. En 2025 este negacionismo ha llegado al despacho oval. El mito del triunfador narcisista ha salido reforzado por las urnas. Es la victoria del ego por encima del carisma. Algunos la llaman la «egopolítica».
Cada vez más, abundan las voces que desafían el statu quo de unas democracias en crisis. La antipolítica se consolida ante unos partidos tradicionales cada vez más alejados de sus votantes históricos. El propio Trump se considera el líder de un «movimiento» (Make America Great Again o MAGA) que trasciende la realidad del Partido Republicano. Estas nuevas figuras antisistema han ido ganando espacios, aliados y referentes. Desde el fenómeno comunicacional e iliberal del presidente argentino, Javier Milei –que en octubre tendrá su primera gran reválida con la celebración de elecciones parlamentarias–, a Calin Georgescu, el candidato ultraderechista a la presidencia de Rumanía que se hizo un hueco contra todo pronóstico, sin el apoyo de un partido detrás, y gracias a una campaña antisistema dirigida a los jóvenes a través de TikTok. Es el último ejemplo que nos ha dejado un 2024 que ha visto también la irrupción en el Parlamento Europeo del español Alvise Pérez y su Se Acabó la Fiesta, con más de 800.000 votos, o del youtuber chipriota, Fidias Panayiotou, cuyos logros hasta el momento incluyen haber pasado una semana en un ataúd y conseguido abrazar a un centenar de celebridades, incluido Elon Musk.
Todo ello incide también sobre una Europa con liderazgos débiles y parlamentos fragmentados; con la locomotora francoalemana de la integración europea más frágil que nunca. Precisamente el hiperpresidencialismo de Emmanuel Macron, quién también abrazó la idea del movimiento En Marcha para desmantelar el sistema de partidos tradicionales de la V República, tendrá que navegar este 2025 convertido en un pato cojo, sin la posibilidad de volver a convocar elecciones legislativas hasta junio. Alemania, por su parte, pasará por las urnas en febrero con su modelo económico gripado, un malestar social rampante, y con dudas sobre las garantías de claridad y fortaleza política que puedan arrojar unas elecciones que tienen a los ultras de Alternativa por Alemania (AfD) como segunda fuerza en intención de voto en los sondeos.
En 2025 arreciará también el drama político de Filipinas entre los dos clanes políticos más poderosos del país, por la tóxica relación entre el presidente Ferdinand «Bongbong» Marcos y la vicepresidenta Sara Duterte, con amenazas de muerte y acusaciones de corrupción incluidas. El retorno a la política del expresidente Rodrigo Duterte, apodado «el Trump de Asia», que en noviembre registró su candidatura para la alcaldía de Davao, y la celebración de las elecciones de mitad de mandato en mayo incrementarán el nivel de tensión y división interna que vive el archipiélago. En cambio, 2024 cierra con señales de resistencia desde Corea del Sur. El presidente Yoon Suk-yeol, considerado también un outsider que triunfó en las llamadas elecciones de los incelde 2022, se encontró frente a una movilización popular y de los principales sindicatos del país tras declarar la ley marcial como respuesta al bloqueo institucional. El Parlamento coreano ha votado a favor de iniciar un proceso de impeachment para destituir a Yoon Suk-yeol y, si tira adelante, el país celebrará elecciones antes de primavera.
El año arranca, asimismo, con un individualismo reforzado. Estamos ante un mundo más emocional y menos institucional. Si el miedo o la rabia se han convertido en el estímulo movilizador que determina el voto, esta creciente sensación de desesperanza es preocupantemente alta entre los jóvenes. En las elecciones europeas de 2024, se produjo un descenso de la participación electoral entre los menores de 25 años. Solo el 36% de los votantes de este grupo de edad acudió a las urnas, lo que supone una disminución del 6% respecto de la participación en las elecciones de 2019. Entre los jóvenes que no votaron, un 28% adujo, como razón principal, la falta de interés en la política (porcentaje superior al 20% de la población adulta en general); un 14% mencionó la desconfianza en la política, y el 10% sintió que su voto no cambiaría nada. Además, según el Global Solidarity Report, la generación Z se siente menos ciudadana del mundo que las generaciones anteriores, lo que revierte una tendencia observada durante varias décadas. Esto es así tanto en los países ricos como en los más pobres. El propio informe señala también la percepción de fracaso de las instituciones internacionales a la hora de generar impactos positivos tangibles (como la reducción de las emisiones de carbono o las muertes relacionadas con los conflictos). Por todo ello, el desencanto se mezcla con una crisis profunda de solidaridad. Las personas de los países más ricos «tienen significativamente menos probabilidades de respaldar las declaraciones de solidaridad que las de los países menos ricos», y este desapego es especialmente evidente cuando se trata de apoyar la opción de si los organismos internacionales deberían tener el derecho de hacer cumplir las posibles soluciones.
2- TREGUAS SIN PAZ
La convulsión geopolítica global cierra el año con el colapso inesperado del régimen sirio de Bashar al-Assad. Pero, también, con el encuentro a tres bandas entre Donald Trump, Volodimir Zelenski y Emmanuel Macron en París, en el marco de la reapertura de Notre Dame. Los compases diplomáticos y la aceleración bélica colisionan en las agendas políticas internacionales. Y Rusia, convertida en el hilo conductor que hilvana los últimos acontecimientos en Siria y Ucrania, se encarga de mandar el recordatorio de que cualquier movimiento diplomático deberá pasar también por Moscú. En este contexto, en 2025 se hablará de alto el fuego, pero no de paz.
Los anuncios electorales de un Trump decidido a acabar con la guerra en Ucrania «en 24 horas» llevaron, de entrada, a una intensificación bélica sobre el terreno con varias acciones: la aparición en escena de soldados norcoreanos de apoyo a las tropas rusas; la autorización a Ucrania para utilizar misiles ATACMS estadounidenses para atacar territorio ruso; y el cierre temporal de algunas embajadas occidentales en Kíev por motivos de seguridad. Las especulaciones sobre una posible negociación han aumentado el riesgo de una escalada táctica para reforzar posiciones antes de empezar a hablar de treguas y concesiones.
Si bien, en 2025, la ofensiva diplomática ganará terreno, está por ver cuál es el plan, quién se sentará a la mesa, y que disposición real de llegar a un acuerdo tendrán las partes. Ucrania se debate entre la fatiga de la guerra y la necesidad de unos apoyos militares y garantías de seguridad que la administración Trump puede dejar en suspenso. Aunque, ante el escenario de la imprevisibilidad trumpista, tampoco hay que excluir las eventuales consecuencias que podría tener para Vladimir Putin el hecho de no aceptar una negociación propuesta por la nueva administración estadounidense. Trump está decidido a dejar huella desde el minuto uno de su presidencia, y eso también podría significar, en un momento de enfado, mantener la apuesta militar por reforzar al ejército ucraniano.
Se trata, también, de una batalla esencial para Europa, que deberá luchar para no verse excluida de una negociación sobre el futuro inmediato de un Estado llamado a ser miembro de la UE y en el cual se decide, en estos momentos, la seguridad del continente. Una Unión que contará a partir de enero con el polaco Donald Tusk al frente de la presidencia rotatoria de los veintisiete, y con la exprimera ministra de Estonia, Kaja Kallas, estrenándose como jefa de la diplomacia europea y que, ahora, siente el vértigo de un Trump tomando la delantera de una paz apresurada mientras los estados miembros han sido incapaces de consensuar una estrategia sobre los distintos escenarios que pueden abrirse en el futuro inmediato.
En cualquier caso, Oriente Medio ha demostrado ya la fragilidad y el crédito limitado de esta estrategia de cese de hostilidades sin capacidad ni consensos suficientes para buscar soluciones duraderas. La tregua acordada en la guerra que Israel libra contra Hezbolá en Líbano tiene más de descanso bélico que de primer paso hacia la resolución del conflicto. Los bombardeos y ataques aéreos posteriores al alto el fuego indican la fragilidad, cuando no vacuidad, de un plan en el que las partes no creen. Entretanto, la guerra en Gaza, donde ya se cuentan más de 44.000 muertos, ha entrado en su segundo año de devastación, convertida en el telón de fondo de esta lucha por la recomposición de la influencia regional, pero con un Donald Trump decidido a impulsar un acuerdo de alto el fuego y liberación de rehenes incluso antes de tomar posesión del cargo el 20 de enero.
2025 arranca con un cambio de objetivos en la región, pero sin pacificación. Mientras el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, dejaba claro que su prioridad ahora era centrarse en Irán, la escalada regional aceleraba inesperadamente el final del régimen de Bashar al-Assad. Con una Rusia desgastada en Ucrania, con Irán en plena debilidad económica y estratégica, y Hezbolá diezmada por los ataques de Israel, el presidente sirio se quedó sin los apoyos exteriores que habían sostenido una dictadura carcomida. La guerra civil enquistada desde las revueltas árabes de 2011 entra en un nuevo escenario, que cambia también el equilibrio de poderes en Oriente Medio. Entramos en unos meses de recomposición geopolítica profunda porque Siria lleva años convertida en un campo de batalla indirecto para las relaciones de Estados Unidos con Rusia, Irán y Arabia Saudí.
Nos encontramos, por tanto, ante unos escenarios completamente abiertos, donde cualquier propuesta de negociación que se plantee tendrá más de movimiento estratégico que de paso previo para abordar las causas fundamentales de los conflictos. Y, sin embargo, estos movimientos diplomáticos –que responden, sobre todo, a iniciativas individuales y personalistas– pondrán a prueba, una vez más, un sistema internacional lastrado por la ineficacia a la hora de lograr amplios consensos globales o de servir como plataformas para resolver disputas.
3-PROTECCIONISMO Y AUSTERIDAD
El retorno de Donald Trump a la presidencia intensifica este desafío al orden global. Si en su primer mandato ya decidió retirar a Estados Unidos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y del Acuerdo climático de París, ahora le precede el anuncio de una guerra comercial en ciernes. La fragmentación geoeconómica ya existente –en 2023 se impusieron cerca de 3.000 medidas de restricción del comercio, casi el triple que en 2019, según el FMI– tendrá que lidiar ahora con una aceleración de la espiral proteccionista si la nueva administración estadounidense cumple su promesa de elevar los aranceles hasta el 60% sobre los productos chinos; hasta un 25% para Canadá y México si no toman medidas drásticas contra el fentanilo o la llegada de migrantes a la frontera estadounidense; y entre el 10% a 20% para el resto de su aliados. En 2025 la Organización Mundial del Comercio (OMC) cumple 30 años desde su creación y lo hace con una amenaza de guerra comercial en el horizonte que refleja el estado de crisis institucional que bloquea al árbitro del comercio internacional.
Por todo ello, los países buscan fortalecer sus posiciones a través de una pluralidad de alianzas. El mundo es cada vez más plurilateral.India expande sus acuerdos de libre comercio con el Reino Unido y en América Latina. La UE, por su parte, afrontará finalmente, en 2025, una difícil carrera de obstáculos para ratificar el largamente negociado acuerdo con Mercosur. Además, el trumpismo refuerza esta transaccionalidad: alimenta la posibilidad de alianzas más imprevisibles y la necesidad de adaptación. Entre los que ya han empezado a recalcular objetivos y aliados se encuentra la UE. Es de esperar que los países europeos realicen más compras de gas natural licuado y artículos de defensa a Estados Unidos para apaciguar a Trump. A pesar de que la presión estadounidense y el perfil de la nueva Comisión Europea parece anticipar una posición más dura de Bruselas respecto a China en el ámbito económico, tampoco es descartable que veamos nuevas tensiones entre socios comunitarios respecto al grado de flexibilidad de su estrategia de reducción de riesgos (de-risking). Una retirada estadounidense de los compromisos globales de lucha contra el cambio climático, por ejemplo, avivaría la necesidad de alianzas entre Bruselas y Beijing en este terreno. Asimismo, está por ver si la emergencia de unos países europeos más acomodaticios con esta dependencia geopolítica de China puede abrir una nueva línea de fractura entre los estados miembros.
Ante tanta incertidumbre, vuelven también las recetas de disciplina fiscal. Brasil, con un Lula da Silva cada vez más delicado de salud, cierra el año anunciando recortes en el gasto público por valor de casi 12.000 millones de dólares; el argentino Javier Milei se enorgullece de liderar «la política de austeridad más dura del mundo»; y el nuevo secretario de Hacienda y Crédito Público mexicano, Rogelio Ramírez de la O, ha prometido una reducción del déficit fiscal en 2025 a partir de aplicar austeridad en la administración pública y recortar el gasto de Petróleos Mexicanos (Pemex). En el Reino Unido, el primer ministro, el laborista Keir Starmer, ha abrazado la «dura realidad fiscal» presupuestaria y prevé recaudar alrededor de 40.000 millones de libras aumentando impuestos y recortando gastos para abordar el déficit fiscal.
También la UE se prepara para afrontar el proteccionismo estadounidense desde la consciencia de su propia debilidad, con el eje francoalemán averiado y su modelo económico cuestionado. París y Berlín se encuentran en un momento de introspección, y los cantos de sirena de la austeridad vuelven a recorrer algunas capitales comunitarias. En Francia, la división parlamentaria dificulta el acuerdo para evitar una eventual crisis de deuda, mientras que en Alemania será el próximo Gobierno, aquel que salga elegido de las elecciones anticipadas del 23 de febrero, quién deba abordar el estancamiento y la falta de competitividad de su economía.
Aunque en 2025 la inflación pierde protagonismo, todavía están por ver los efectos de lo que Trump llama «Maganomics». En Estados Unidos, la implantación de aranceles y la potencial merma de la fuerza laboral como consecuencia de «deportaciones masivas», unido a las rebajas de impuestos, podrían incrementar la inflación en el país y limitar la capacidad de la Reserva Federal de seguir bajando los tipos de interés. Si bien el control republicano de ambas cámaras legislativas y su mayoría en el Tribunal Supremo puede facilitar la adopción de estas medidas, llevar a cabo las deportaciones se antoja mucho más difícil a tenor de los desafíos legales y logísticos que comporta.
Por otro lado, a pesar de los ahorros generados por una posible reducción de la administración pública y los ingresos procedentes de los aranceles, la organización independiente Committee for a Responsible Federal Budget estima que las medidas de Trump podrían incrementar el déficit de manera significativa y situar la deuda en una senda que supere el 140% del PIB en 10 años, desde el 99% actual. Esto significa que los inversores serán más exigentes a la hora de comprar deuda estadounidense ante el riesgo de una crisis fiscal. También será clave observar si tienen éxito los intentos de socavar las agencias regulatorias independientes o la independencia del banco central.
La previsión del FMI de crecimiento global para 2025 es del 3,2%, una tasa muy similar a la estimada para 2024, pero inferior a la dinámica prepandémica. Sin embargo, esta cifra enmascara diferencias significativas por regiones, donde la fortaleza de Estados Unidos y algunas economías asiáticas emergentes contrastaría con la debilidad de Europa y China, así como el acelerado cambio que se está produciendo a nivel global del consumo de bienes al consumo de servicios. En Asia, la atención estará centrada en la renqueante economía China, lastrada por su sector inmobiliario, y cómo su liderazgo responderá ante las nuevas restricciones comerciales, de inversión y tecnológicas de Estados Unidos. De momento, las principales economías asiáticas cierran 2024 a contracorriente de las medidas de austeridad previstas en Europa y América. Tanto China como Japón han anunciado paquetes de estímulo económico, mientras que, en Seúl, la voluntad de recortar el presupuesto para 2025 por parte de la oposición ha llevado al caos político doméstico.
En este contexto, es de esperar un incremento de la inseguridad económica y una aceleración de la fragmentación de la economía global, donde ya es observable el mayor acercamiento entre países afines. Algunos estados clave en la reglobalización, como Vietnam o México, que hasta ahora habían actuado como intermediarios atrayendo importaciones e inversión chinas y aumentando sus exportaciones a Estados Unidos, verán comprometido su modelo ante la presión de la nueva administración estadounidense. Por otra parte, la bajada de los tipos de interés a nivel global permitirá a algunos países de bajos ingresos volver a acceder a los mercados financieros, si bien alrededor de un 15% de ellos se encuentran en situación crítica por sobreendeudamiento y otro 40% corre un gran riesgo de seguir el mismo camino.
4- DESMANTELAMIENTO INSTITUCIONAL GLOBAL
Se acelera el desacomplejamiento de este mundo sin normas. La erosión de los compromisos y de los marcos de seguridad internacionales, así como el aumento de la impunidad, se han convertido en una constante en este ejercicio anual de CIDOB. Incluso, en 2025 la crisis de la cooperación multilateral puede llegar a su punto más álgido si el personalismo toma la delantera y daña, todavía más, los espacios consensuados de resolución de conflictos, esto es, desde Naciones Unidas, a la Corte Penal Internacional (CPI) o la OMC. Estamos en un mundo ya de por sí menos cooperativo y más defensivo, pero ahora el debate sobre la financiación de esta arquitectura institucional post-1945 puede contribuir a redoblar la debilidad estructural del multilateralismo.Estados Unidos tiene actualmente una deuda con Naciones Unidas de 995 millones de dólares del presupuesto ordinario y otros 862 millones para operaciones de mantenimiento de la paz; el retorno de Trump podría comportar una pérdida aún mayor de financiamiento para la organización, lo que impediría su funcionamiento óptimo.
Está por ver si, a pesar de la rivalidad geopolítica, hay áreas dónde el acuerdo entre potencias es aún posible. Seguimos en un mundo marcado por la desigualdad, acrecentada por las cicatrices de la pandemia. Así, desde 2020, la distancia entre los países más y menos desarrollados aumenta de manera estable. En 2023, el 51% de los países con un índice de desarrollo humano (IDH) más bajo no habían recuperado el nivel previo a la COVID-19, versus el 100% de aquellos con un IDH elevado. En este contexto, será crucial observar los resultados de la IV Conferencia Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo, que tendrá lugar en Sevilla en 2025.
Además, 2024 cerró con el intento de Brasil de buscar un acuerdo, en el marco del G-20, para gravar a las fortunas más grandes del mundo con un impuesto anual del 2% sobre el patrimonio neto total de los superricos, aquellos con un capital superior a los 1.000 millones de dólares. Pero la propuesta de Lula da Silva, de momento, ha quedado en un debate. Y, aunque Estados Unidos es, de lejos, el país de entre las naciones más industrializadas, donde una proporción mucho mayor de la riqueza y los ingresos nacionales va a parar al 1% más rico, la llegada de la entente Donald Trump y Elon Musk al poder en Washington dificultará, todavía más, las posibilidades de aprobar tal impuesto.
Asimismo, en octubre de 2024, Israel aprobó leyes que prohíben el funcionamiento de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Medio (UNRWA) en el país y reducen sus actividades en Gaza y los territorios ocupados de Cisjordania, al limitar el contacto entre actores gubernamentales israelíes y la agencia. Esta legislación entrará en vigor a finales de enero de 2025, lo que agravará la catástrofe humanitaria en Gaza. Si bien la mayor parte de países que suspendieron temporalmente su financiación a la UNRWA han vuelto a cumplir con sus contribuciones, Estados Unidos le retiró 230 millones de dólares. La movilización de la comunidad internacional para garantizar la supervivencia de la UNRWA, una vez entre en vigor la ley israelí, será clave para mostrar la resiliencia de la acción humanitaria o si, por el contrario, se agrava el desmoronamiento de otro de los pilares de Naciones Unidas.
Igualmente, el desmantelamiento de las instituciones y las normas democráticas ha afectado a los espacios de protesta de la sociedad civil, ya sea en el propio Estados Unidos, en Georgia o en Azerbaiyán. Por su parte, la violencia política azotó México, donde se estima que hasta 30 candidatos fueron asesinados antes de las elecciones presidenciales de 2024, y se impuso la prohibición de manifestarse en Mozambique. 2024 siguió siendo un año tumultuoso a gran escala, marcado por la violencia en múltiples regiones: desde la lucha persistente contra Al Shabaab en África Oriental y la escalada bélica regional en Oriente Medio, a los más de 60.000 muertos que arroja ya la guerra en Sudán. Los niveles de conflictividad global se han duplicado desde 2020, con un aumento del 22% tan solo en el último año.
El espacio para la paz disminuye: en 2025, la UE finalizará diferentes misiones de capacitación o construcción de paz en Malí, la República Centroafricana o Kosovo, mientras que el número de misiones de mantenimiento de la paz de Naciones Unidas también se reducirá en África. Asimismo, de no prorrogarse, el 31 de agosto terminará el mandato extendido de la Fuerza Interina de las Naciones Unidas para Líbano (UNIFIL), integrada por unos 10.000 cascos azules de 50 países distintos desplegados en el sur del país y que fueron objeto de ataques israelíes durante la incursión contra Hezbolá. Todos estos movimientos reflejan tanto los cambios más amplios que se están produciendo en el sistema de seguridad internacional como la crisis de legitimidad que sufren las operaciones de mantenimiento de la paz de Naciones Unidas. Aun así, en mayo de 2025, se celebrará el VIII Foro Interministerial para el futuro de estas operaciones y la revisión quinquenal de la arquitectura internacional para la construcción de paz, en un momento en que la organización trata de recuperar parte de su relevancia en países presos por la violencia como Haití o Myanmar.
Así, mientras crece la violencia política, la justicia internacional se debilita. Basta observar la división que las órdenes de arresto dictadas por la CPI contra el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, y su exministro de defensa, Yoav Gallant, han provocado en la comunidad internacional, incluso entre los países europeos que reconocen el alto tribunal. Francia se negó a cumplir con la decisión, debido a la supuesta inmunidad de las partes no firmantes del Estatuto de Roma, mientras que Italia la trató de «inviable». Una respuesta que contrasta con la firmeza de los países europeos frente a las órdenes de arresto emitidas para Vladímir Putin o el líder de la junta militar en Myanmar, Min Aung Hlaing. Con Trump en la Casa Blanca, esta situación no mejorará. Si bien la oposición de Estados Unidos a la CPI ha sido tradicionalmente bipartidista, la política de línea dura de la primera administración Trump hacia la Corte fue mucho más allá de la denuncia retórica, traduciéndose en sanciones contra el propio tribunal y sus funcionarios, que la administración Biden levantó posteriormente.
¿Qué países sabrán navegar mejor en este desmantelamiento gradual del orden global? En 2025 seguiremos con un Sur Global geopolíticamente muy movilizado, y en pleno refuerzo de una institucionalización alternativa, que se amplía y gana voz y presencia global, aunque sin un consenso sobre un nuevo orden reformado o revisionista. En este marco, Brasil se prepara para presidir otros dos foros internacionales estratégicos en 2025: el BRICS+ y la COP 30. En cuanto a África, el continente se ha convertido en un laboratorio de un mundo multialineado, con el aterrizaje de actores como India, los países del Golfo o Turquía, que ahora compiten con y complementan a potencias tradicionales, como Rusia y China. A finales de 2024, Chad y Senegal reclamaron el final de la cooperación militar con Francia, incluyendo el cierre de bases militares, en una búsqueda de afirmar su soberanía. Sudáfrica, por su parte, acogerá el G-20, siendo la primera vez que un actor africano celebra esta cumbre en su territorio, tras la inclusión de la Unión Africana (UA) al grupo. Con ello se cerrará el ciclo de cuatro años en los que esta cumbre se ha celebrado en países del Sur Global. Y, en Asia, se empiezan a intuir algunos procesos de pacificación: desde la reducción de tensiones en la frontera entre China e India, con la retirada de tropas en los Himalayas, al retorno de las cumbres trilaterales entre Corea del Sur, Japón y China, tras cinco años de pausa. La región se repliega en sí misma ante la incertidumbre que plantea el 2025.
5- CHOQUE TECNOLÓGICO Y PRESIÓN (DES)REGULADORA
En 2025, la competición tecnológica entre Estados Unidos y China se acelerará aún más. Las últimas semanas de la presidencia de Joe Biden han contribuido a reforzar el escenario de choque entre Beijing y Washington, lo que marcará el nuevo ciclo político. El 2 de diciembre de 2024, la implementación de una tercera ronda de control de exportaciones hacia China, con la colaboración de aliados estadounidenses como Japón o Corea del Sur, redujo, todavía más, la posibilidad de adquirir diferentes tipos de equipamiento y software para la fabricación de semiconductores. China, por su parte, respondió con un veto a la exportación de galio, germanio y antimonio, componentes clave para la producción de semiconductores, y con un mayor control sobre el grafito, imprescindible para las baterías de litio.
Más allá de esta confrontación bipolar, en 2025 veremos como el proteccionismo tecnológico irá ganando adeptos. Países del Sur Global han empezado a introducir aranceles contra la industria tecnológica china, aunque con otros objetivos. Mientras países como México y Turquía instrumentalizan los aranceles para tratar de forzar nuevas inversiones chinas en su territorio –especialmente en el ámbito de los vehículos eléctricos–, otros, como Sudáfrica, lo hacen para proteger a sus productores locales. Canadá también anunció un arancel del 100% a las importaciones de automóviles eléctricos chinos, siguiendo el ejemplo de la UE y Estados Unidos, a pesar de no tener ningún fabricante de vehículos eléctricos propio al que proteger.
En este escenario, para Xi Jinping, 2025 será un año para reevaluar la estrategia que ha permitido a China conseguir el liderazgo en cinco de las 13 áreas de tecnologías emergentes, según Bloomberg: drones, paneles solares, baterías de litio, refinamiento de grafeno y la alta velocidad ferroviaria. No obstante, una década después del inicio del plan Made in China 2025 –su hoja de ruta hacia la autosuficiencia–, el desarrollo y la innovación del sector de los semiconductores en China se ha visto ralentizado, debido a su incapacidad de acceder tanto a chips más avanzados como a la maquinaria para producirlos o a softwares más punteros.
Con el retorno de Trump al poder, ¿puede escalar la guerra por los semiconductores? En campaña, el presidente electo acusó a Taiwán de «robar el negocio de los chips» a Estados Unidos. Sin embargo, en 2025, la Taiwan Semiconductor Manufacturing Company Limited (SMC) empezará la producción a gran escala de circuitos integrados en su fábrica del país norteamericano. La inversión en Arizona del principal fabricante de chips de Taiwán fue anunciada por la primera administración Trump, así que no es difícil imaginar otra futura ronda de inversiones por parte de la nueva administración republicana para reforzar la seguridad de la cadena de suministro.
Además, la influencia de Elon Musk en la Casa Blanca también promete una mayor simbiosis entre Silicon Valley y el Pentágono. La competición tecnológica y el aumento de los conflictos en el mundo han despertado de nuevo el apetito de las Big Tech por los contratos públicos en el ámbito de la defensa, por lo que, con el retorno de Trump, sus líderes esperan recoger los beneficios de sus inversiones en la campaña presidencial. Apenas dos días después de las elecciones de noviembre de 2024, Amazon y dos compañías punteras en IA, como son Anthropic y Palantir, firmaron una colaboración para desarrollar y proveer a los servicios de inteligencia y de defensa estadounidenses con nuevas aplicaciones y modelos de IA. Así, es posible que el consenso alcanzado en abril de 2024 entre Biden y Xi Jinping de «desarrollar la IA en el sector militar de forma prudente y responsable» quede obsoleto bajo la nueva administración Trump.
Pero la hipertecnificación va más allá del ámbito militar, ya que cada vez atraviesa más sectores de la administración en más países distintos. La entrada en vigor del Pacto sobre Migración y Asilo en Europa, por ejemplo, irá acompañado de la introducción de nuevas medidas de vigilancia tecnológica: desde el despliegue de drones y de sistemas de IA en frontera, en estados como Grecia, a la modificación del sistema EURODAC –la base de datos de la UE que registra a los demandantes de asilo– para recopilar datos biométricos de personas migrantes. Ello consolidará un modelo de vigilancia y discriminación hacia este colectivo.
También está por ver el impacto de las nuevas mayorías políticas en Estados Unidos y la UE en materia de gobernanza tecnológica. Tras un intenso período de creación de regulación y de acción judicial en los tribunales contra el poder monopolístico de las grandes tecnológicas, en 2025 asistiremos a una desaceleración –que no reducción– de la implementación de nuevas medidas contra las Big Tech. Las nuevas prioridades políticas en la Unión, además, pondrán el acento tecnológico en la seguridad por encima de la competencia, y veremos emerger un debate interno sobre la regulación existente, ya sea por si esta puede implementarse de forma efectiva o si ha sido demasiado ambiciosa. Un giro que contrasta con la tendencia reguladora, especialmente en el uso de la IA, que se despliega en el resto del mundo, desde Corea del Sur a América Latina.
Finalmente, Naciones Unidas proclamó el 2025 como el Año Internacional de la Ciencia y Tecnología Cuántica (IYQ, por sus siglas en inglés). La computación cuántica es una rama de la informática que permitirá desarrollar ordenadores más potentes que podrán manejar algoritmos más complejos, lo que ayudará a dar un salto de gigante en la investigación científica, la sanidad, la ciencia del clima, el sector energético o las finanzas. Microsoft y la empresa tecnológica Atom Computing han anunciado que empezarán a comercializar en 2025 su primer ordenador cuántico. Y, a su vez, Google ha presentado también Willow, un chip cuántico que resuelve en cinco minutos una tarea que un superordenador tardaría cuatrillones de años en completar. Esta nueva generación de superordenadores aprovecha el conocimiento de la mecánica cuántica –la parte de la física que estudia las partículas atómicas y subatómicas– para superar las limitaciones de la informática clásica, permitiendo realizar multitud de operaciones simultáneas.
6- ¿UNA «TERCERA ERA NUCLEAR»?
Mientras la complejidad algorítmica se acelera, los debates sobre la seguridad nuclear nos retrotraen al pasado: desde un nuevo auge en la nuclearización, al recurso constate de la amenaza nuclear como intimidación. Con una arquitectura de seguridad global cada vez más débil, la carrera armamentística internacional avanza acelerada y sin guardarraíles. Según el Stockholm International Peace Institute (SIPRI), tanto la cantidad como el tipo de armas nucleares en desarrollo se ha incrementado durante el último año, a medida que la disuasión nuclear vuelve a ganar terreno en la estrategia de los nueve estados que almacenan o han detonado armas nucleares. Por todo ello, los riesgos de un accidente o de un error de cálculo seguirán muy presentes en 2025, tanto en Ucrania como en Irán.
Precisamente, coincidiendo con los 1.000 días de la invasión rusa de Ucrania y la escalada bélica sobre el terreno, Vladimir Putin impulsó cambios en la doctrina nuclear rusa, reduciendo el umbral para el uso de armas nucleares. El texto actualizado dice que un ataque de un Estado no nuclear contra Rusia, si es respaldado por una potencia nuclear, será tratado como un ataque conjunto contra Rusia. Para reforzar su mensaje, el Kremlin amenazó con usar el misil supersónico ruso Oreshnik sobre Ucrania, un proyectil que puede llevar seis cabezas nucleares y viajar a 10 veces la velocidad del sonido. En este contexto, el despliegue de soldados norcoreanos para apoyar a Rusia en el frente ucraniano, a finales de 2024, supone también la implicación de otra potencia nuclear en el conflicto, y abre nuevas incógnitas sobre qué recibirá Pyongyang a cambio. Al respecto, el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, señalaba el aumento del apoyo ruso al desarrollo de capacidades armamentísticas y nucleares del régimen de Kim Jong-un. Como resultado, la amenaza de una potencial desestabilización del equilibrio en la península coreana y la vuelta al poder de Trump han reavivado, todavía más, el debate nuclear en Seúl y Tokio, que ya había ido ganando fuerza desde el inicio de la invasión rusa de Ucrania.
También se pueden producir cambios en la política nuclear de Estados Unidos. El Proyecto 2025, el manual ultraconservador que pretende guiar a la administración Trump, aboga por la reanudación de las pruebas nucleares en el desierto de Nevada aun cuando detonar una bomba nuclear subterránea violaría el Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares (CTBT, por sus siglas en inglés), que Estados Unidos firmó en 1996. Bajo la primera administración Trump, la industria de las armas nucleares ya experimentó un auge. Esta vez, sin embargo, los expertos consideran que, de llevarse a cabo el programa, ello significaría la acumulación más dramática de armas nucleares desde el inicio de la administración Reagan, hace unas cuatro décadas.
En paralelo, los dos estados nucleares europeos –Francia y el Reino Unido– también se encuentran en un proceso de modernización del sector. El Gobierno británico está inmerso desde 2021 en una ampliación de su arsenal de cabezas nucleares y, como miembro del acuerdo trilateral del AUKUS junto a Estados Unidos y Australia, formará en 2025 a centenares de oficiales australianos en la gestión de reactores nucleares para preparar a Canberra en su futura adquisición de submarinos propulsados con energía nuclear. También Francia está desarrollando su propio diseño de submarino «de última generación».
Además, 2025 será un año decisivo para el programa nuclear de Irán. Se aproxima la fecha límite para que las potencias mundiales pongan en marcha el mecanismo de reactivación de todas las sanciones que se levantaron en el acuerdo que ponía freno a la expansión nuclear iraní, el llamado Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA, por sus siglas en inglés). De momento, Teherán ya ha advertido que, si vuelven las sanciones, Irán se retirará del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP). La amenaza alimenta todavía más los factores de riesgo de la escalada bélica en Oriente Medio y la posibilidad de que Israel se plantee atacar instalaciones nucleares iraníes.
Asimismo, se ha reactivado el debate nuclear en Europa, que sigue los pasos de una tendencia global. Se espera que la producción de energía nuclear rompa récords mundiales en 2025, a medida que más países invierten en reactores para impulsar el cambio hacia una economía global que busca superar el carbón y diversificar las fuentes energéticas. La UE, que se encuentra en un momento crítico para intentar satisfacer la demanda energética a la vez que impulsa el crecimiento económico, también vive un nuevo ímpetu del debate nuclear. Aproximadamente una cuarta parte de la energía de la Unión es nuclear, y más de la mitad se produce en Francia. En total, hay más de 150 reactores en funcionamiento en territorio comunitario. El pasado mes de abril, 11 países de la UE (Bélgica, Bulgaria, Croacia, Chequia, Finlandia, Francia, Hungría, Italia, Países Bajos, Polonia y Suecia) firmaron una declaración que instaba a los reguladores a «liberar plenamente» el potencial de la energía nuclear y a «habilitar condiciones de financiación» para apoyar la ampliación de la vida útil de los reactores nucleares existentes. Italia se plantea renunciar a ser el único miembro del G-7 sin plantas de energía nuclear y levantar la prohibición que pesa sobre el despliegue de «nuevas tecnologías de reactores nucleares». Un posible retorno de los cristianodemócratas de la CDU a la cancillería alemana, tras las elecciones del próximo mes de febrero, podría reabrir el debate sobre la decisión tomada por Angela Merkel en 2023 de cerrar el último reactor nuclear que operaba en el país.
Finalmente, Taiwán, pese al fuerte rechazo nuclear tras la catástrofe de Fukushima en su vecindario, también se encuentra en plena reflexión sobre la energía nuclear, en un año donde se cerrará la última central todavía en funcionamiento. En efecto, la necesidad de hacer frente a la demanda creciente de producción de semiconductores debido al auge de la IA, que apuntábamos en el punto anterior, ha tensionado enormemente el consumo energético del país. El Gobierno taiwanés no es el único que se encuentra en esta tesitura. Microsoft está ayudando a reactivar la planta nuclear Three Mile Island, en Pensilvania, que cerró en 2019, mientras Google (propiedad de Alphabet) y Amazon están invirtiendo en tecnología nuclear de próxima generación.
7- URGENCIAS CLIMÁTICAS SIN LIDERAZGO COLECTIVO
2024 habrá sido el año más cálido del que se tenga registro. También habrá sido el primero en el que la temperatura media haya superado en más de 1,5°C los niveles preindustriales, lo que marca una nueva escalada de la crisis climática y el fracaso de los intentos por mantener la temperatura global por debajo de ese umbral. Solo hasta junio de 2024, los fenómenos climáticos extremos ya habían causado daños económicos por valor de más de 41.000 millones de dólares y afectado a millones de personas en todo el mundo. Y, sin embargo, la lucha global por la mitigación está cada vez más falta de liderazgo político. Lo demuestran los debates y los resultados de la COP29 celebrada en Bakú el pasado mes de noviembre, donde todos los esfuerzos políticos se dedicaron a una sola batalla: la financiación. Aun así, el compromiso de los países ricos de aportar 300.000 millones de dólares al año para 2035 se considera insuficiente para cubrir las necesidades de los países más pobres y garantizar justicia climática. El coste de la mitigación y la adaptación para los países en desarrollo se estima alrededor de entre 5 y 6,8 billones de dólares hasta 2030. Además, el pesimismo bebe de los hechos: si bien los países desarrollados adoptaron, en 2009, el compromiso de dedicar 100.000 millones de dólares al año para financiar el clima, no se llegó a cumplir con este objetivo hasta el año 2022.
En Bakú, un Norte Global bajo la estela de la victoria de Donald Trump y la influencia de una agenda política que ha relegado el clima a un segundo plano frente a la inflación o los precios de la energía decidió no pelear la batalla de la mitigación. Si en la COP28 de Dubái se dijo por primera vez que el mundo debía iniciar una transición para dejar atrás los combustibles fósiles, en la COP29 esto ni siquiera se mencionó. 2025 será un año para medir compromisos, tanto financieros como de acción. Los países firmantes del Acuerdo de París (2015) deberán presentar los planes de acción nacionales para demostrar que están cumpliendo con los compromisos de mitigación acordados. Esta nueva ronda de contribuciones nacionales tiene su fecha de entrega prevista para febrero, pero es probable que muchos países no lleguen a tiempo y que su nivel de ambición no esté a la altura de lo que la ciencia y la emergencia climática reclaman.
Además, Estados Unidos –segundo emisor mundial de gases de efecto invernadero después de China– podrían asestar un nuevo golpe a la lucha global contra el cambio climático si Donald Trump decide volver a retirar a su país del Acuerdo de París, como ya hizo en su primer mandato. Más complicado lo tendría, sin embargo, para salir de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), el tratado que sustenta dicho acuerdo y las conversaciones multilaterales sobre el clima. Sin embargo, esta no es la única incertidumbre de la «transición verde» estadounidense. La elección por parte de Trump de Chris Wright, un ejecutivo petrolero de Liberty Energy y negacionista de la crisis climática, para dirigir el Departamento de Energía puede volver a priorizar los combustibles fósiles frente a los objetivos de energía verde.
También la nueva Comisión Europea deberá decidir qué papel quiere jugar en este «invierno geopolítico» que frena los esfuerzos para reducir las emisiones que calientan el planeta. Las nuevas mayorías políticas dificultarán a la UE actuar como un actor unitario en cuestiones climáticas, como se ha puesto de manifiesto recientemente en el Parlamento Europeo con la polémica decisión de aplazar y suavizar la ley europea contra la deforestación. Así, en 2025 veremos como crece la tensión en el seno de la UE para reducir la regulación y los estándares medioambientales.
Mientras el progreso global en la lucha por la mitigación se ralentiza y el liderazgo de Estados Unidos queda vacío, China expande su ambición y su influencia. En 2025 hay esperanzas puestas en la transición energética china y en su nuevo papel de contribuyente financiero voluntario al acuerdo sellado en Bakú. Según los expertos, el consumo de carbón y las emisiones de CO2 de China podrían alcanzar su pico en 2025 – cinco años antes de su objetivo. Los avances climáticos que alcance China tendrán no solo un impacto evidente para el planeta, sino también para los intereses económicos y energéticos del gigante asiático. Parte de la transición económica de China después de la pandemia ha ido dirigida a incentivar el desarrollo y la implementación de energías renovables, convirtiéndose en el sector que más contribuyó al crecimiento económico del país en 2023. Pero, a su vez, también tiene implicaciones geopolíticas: cuánto más crece su consumo energético de renovables, más disminuye la dependencia a la importación de hidrocarburos de terceros países, incluida a Rusia. Según el viceprimer ministro Ding Xuexiang, China ha dedicado 24.500 millones de dólares para la financiación climática global desde 2016. Con una mayor presión por parte de Bruselas para que China aumente sus contribuciones, es posible que veamos al país asiático tratando de mejorar su imagen mediante un mayor activismo climático este 2025.
No obstante, los grandes protagonistas en renovables son los países del Sur Global. Según un estudio publicado por el think tank RMI, la adopción de estas tecnologías por parte de países del Sur va a un ritmo y una escala mucho mayor que en los del Norte. La Agencia Internacional de Energía (AIE) estima que las nuevas instalaciones de energía solar y eólica de estos países han crecido un 60% en 2024, con Brasil, Marruecos y Vietnam a la cabeza, registrando una mayor tasa de adopción de estas energías que parte de Europa y Estados Unidos.
La celebración en 2025 de la COP30 en Brasil, uno de los países más ambiciosos en sus compromisos climáticos, alimenta aún más las expectativas y las esperanzas de un nuevo ímpetu global en la lucha contra el cambio climático, que tenga en cuenta las necesidades y reclamos del Sur Global. Si bien se espera que el discurso de la adaptación, una demanda histórica de estos países, empiece a ganar terreno en la agenda internacional y local, el cambio de narrativa podría esconder nuevos retos: por un lado, la necesidad de pensar en un mundo más allá del incremento de 1,5ºC de temperatura; y, por otro, el riesgo de aumentar las desigualdades entre comunidades y países con más capacidad de adaptación, ya que la pobreza está directamente relacionada con la resiliencia de un país a los riesgos climáticos y su capacidad para recuperarse de ellos. Esto coloca a los países en desarrollo en una situación de riesgo considerable, y la brecha de adaptación es cada vez más amplia.
8- GÉNERO: FIN DE LOS CONSENSOS
En 2025 se agrava la polarización entorno a los consensos de género. Mientras las agendas conservadoras ganan terreno político, los acuerdos internacionales que, desde las últimas décadas, han permitido avanzar en la igualdad de género, vuelven a discutirse. Por un lado, 2025 será un año de celebración de dos hitos internacionales para los derechos de las mujeres: el 30.º aniversario de la Declaración y la Plataforma de Acción de Beijing, adoptada tras la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer (1995), y el 25.º aniversario de la Resolución 1325 (2000) del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas sobre Mujeres, Paz y Seguridad (MPS). La conmemoración de ambos acuerdos, adoptados en un momento marcado por el optimismo y los éxitos de movimientos feministas transnacionales, invitarán a reflexionar sobre los consensos perdidos, los retos existentes y la falta de voluntad política para llegar a su total adopción e implementación. Por el otro lado, destaca el Foro Generación Igualdad, iniciado en 2021 para la celebración de los 20 años de la Resolución 1325, con el objetivo de alcanzar avances consolidados en los derechos de las mujeres y niñas en cinco años, tendrá que dar cuentas de sus compromisos no alcanzados. Según la asociación Population Matters, uno de cada tres países no ha realizado ningún avance en materia de género desde 2015, y la situación de las mujeres ha empeorado en 18 países, especialmente en Afganistán y Venezuela.
La dificultad de encontrar nuevos consensos, liderazgos y voluntad política se hace patente en el intento de adoptar nuevos planes internacionales para proteger los derechos de mujeres y niñas. Según los datos de WILPF, el 30% de los Planes de Acción Nacional (PAN) para la implementación doméstica de la Agenda MPS expiraron hace más de dos años, y las estrategias nacionales de 32 países u organizaciones regionales finalizarán entre 2024 y 2025, lo que abrirá una incógnita sobre su actualización y renovación en un contexto internacional marcado por la conflictividad, el auge de la extrema derecha y la polarización entorno al género. En 2025, también finalizarán dos acuerdos para promover la igualdad de género que deberán ser renegociados: la Estrategia de Igualdad de Género del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y el Plan de Acción en materia de Género III (GAP III, por sus siglas en inglés) de la UE. En este último caso, se hace difícil vislumbrar una Comisión tan comprometida con la igualdad de género como fue el primer mandato de Ursula Von der Leyen, durante el cual se adoptó la Directiva para la Violencia contra las Mujeres o se completó la adhesión de la UE al Convenio de Estambul. Sin embargo, en los primeros pasos de su segundo mandato, se empiezan a entrever las dificultades para seguir por la misma senda. Si bien en su presentación de las líneas políticas para la nueva Comisión, Von der Leyen declaró su compromiso con la igualdad de género y el colectivo LGBTIQ, el equipo de comisarios propuestos por los gobiernos de la Unión ya ha desafiado su voluntad de liderar una Comisión paritaria. De los 27 miembros del ejecutivo de Bruselas, solo 11 son mujeres –incluyendo a la propia presidenta y a la Alta Representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, la estonia Kaja Kallas. Además, la figura de la Comisaria para la Gestión de Crisis y para la Igualdad –competencia que fue introducida por primera vez en 2019–, como su cargo indica, ahora también se encargará de la gestión y prevención de crisis, diluyéndose, así, el énfasis en el ámbito de la paridad de género. Asimismo, con un Parlamento Europeo más derechizado y con un mayor número de gobiernos comunitarios liderados por formaciones de extrema derecha y antifeministas, difícilmente se podrá avanzar en medidas progresistas.
En este contexto, el retorno de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos augura otro duro revés para la igualdad de género, especialmente en el ámbito de los derechos para la salud sexual y reproductiva. La llegada al poder de candidatos republicanos siempre va acompañada de la recuperación de la llamada «política de Ciudad de México» (también conocida como Global Gag Rule), que impone serias restricciones internacionales a los derechos de salud sexual y reproductiva. Se trata de una política que prohíbe a las ONG del sector de la salud ofrecer servicios de aborto legal y seguro e, incluso, hacer activismo para la reforma de leyes contra la interrupción voluntaria del embarazo en sus propios países si reciben financiación estadounidense –aunque lo hagan con sus propios fondos. Pero esta restricción no sólo se queda en el ámbito de la ayuda al desarrollo. Entre otras medidas que recoge, de nuevo, el Project 2025, se incluye la eliminación de lenguaje para la igualdad de género, la orientación sexual y la identidad de género, o la protección de derechos de salud sexual y reproductiva en futuras resoluciones de Naciones Unidas, pero también en la política y las regulaciones domésticas de Estados Unidos.
En 2017, países como Suecia y Canadá –entonces los únicos países que habían adoptado una política exterior feminista– corrieron a suplir el vacío dejado por el cambio de prioridades estadounidenses, con la articulación de proyectos internacionales como el SheDecides, que buscaba canalizar el apoyo político internacional para garantizar la «autonomía corporal» de mujeres en todo el mundo. Sin embargo, desde 2022, con Suecia abandonando la bandera del feminismo en política exterior, y otros países como Canadá, Francia o Alemania, concentrados en sus próximas elecciones y en la inestabilidad política doméstica a la que deberán enfrentarse en 2025, resulta difícil imaginar liderazgos y financiamiento alternativos. Europa vive su propia involución.
Pero los retrocesos en los consensos políticos al más alto nivel no se quedan ahí. Tras las elecciones estadounidenses, el acoso y la misoginia han ido copando las redes sociales con comentarios como «Tu cuerpo, mi decisión» (your body, my choice), con un incremento de hasta el 4.600% de este mensaje en Twitter/X. La violencia cibernética contra las mujeres está al alza: según un estudio de 2023, alrededor de un 98% de las deep fakesson pornográficas y afectan a mujeres. Dichos escándalos se han multiplicado con la IA, abriéndose un debate sobre la regulación y posible criminalización de estos casos.
9- DEPORTACIÓN DE MIGRANTES Y DERECHOS
2024 cierra con el retorno de miles de refugiados sirios hacia su país. Después de 14 años de guerra civil, la caída del régimen de Bashar al-Assad ha generado esperanzas en un país con la mayor crisis de desplazamiento forzado del mundo, según Naciones Unidas, con más 7,2 millones de desplazados internos –más de dos tercios de la población del país– y 6,2 millones de refugiados, principalmente alojados en los países vecinos de Egipto, Irak, Jordania, Líbano y Turquía. Sin embargo, a pesar de la incertidumbre del momento político y de que los combates siguen abiertos sobre el terreno, algunos países de la UE (Alemania, Italia, Suecia, Dinamarca, Finlandia o Bélgica) se han apresurado a suspender las solicitudes de asilo de miles de refugiados sirios, y otros, como Grecia o Austria, han tomado medidas para su expulsión. El Gobierno austríaco incluso ha puesto en marcha un programa de deportación que está reevaluando la situación de unos 40.000 sirios a los que se les había concedido el estatus de refugiado en el país en los últimos cinco años. Todos estos movimientos agravan, aún más, el debate entre socios europeos acerca del concepto de «tercer país seguro» que tanto han criticado las organizaciones sociales.
2025 será un año de deportaciones. Lo será a nivel discursivo y operativo. La inmigración ha sido la piedra angular de la carrera política de Donald Trump y, en su segunda campaña presidencial, prometió ejecutar la mayor deportación de la historia. ¿Cómo se llevará a término? Está por ver si asistiremos a deportaciones escenificadas, o cuál puede ser el impacto real en el mercado laboral estadounidense de una política que, según múltiples estudios, no es un juego de suma cero en favor de los trabajadores autóctonos: porque los inmigrantes no regularizados trabajan en ocupaciones diferentes a los nacidos en Estados Unidos, porque crean demanda de bienes y servicios, y porque contribuyen a la salud fiscal del país a largo plazo. Asimismo, hay dudas sobre la sostenibilidad económica de este tipo de políticas, sobre todo ante la perspectiva del crecimiento de flujos y el aumento dramático en el número de deportaciones que ya ha habido en Estados Unidos desde la pandemia (de unas 300.000 personas al año). No obstante, la victoria de Trump disparó en la bolsa el valor de empresas que se dedican a deportar migrantes, al monitoreo o la vigilancia de la frontera, así como a la gestión de centros de reclusión. La industria de la deportación va al alza.
Además, la deportación ya no es únicamente un instrumento del Norte Global. Irán se plantea deportaciones masivas de afganos; el sistema de deportación turco se ha reforzado con cientos de millones de euros provenientes de la UE; y también Túnez está llevando a cabo «expulsiones colectivas» ilegales de inmigrantes con fondos de la Unión. Por su parte, Egipto aplica, desde hace meses, detenciones masivas y devoluciones forzadas de refugiados sudaneses.
A nivel europeo, en 2025 los estados miembros de la UE tienen que presentar sus planes nacionales de implementación del nuevo Pacto sobre Migración y Asilo. Su entrada en vigor está prevista para 2026, pero España ha pedido que las nuevas herramientas en materia de control de fronterizo y de reparto de personas migrantes puedan empezar a usarse ya el próximo verano. Sin embargo, el pacto nace ya impugnado por algunos estados miembros, que piden reemplazarlo por un modelo que permita el traslado de los migrantes a centros de internamiento situados en países extracomunitarios considerados seguros. En este sentido, la decisión de Italia, el pasado agosto, de abrir dos centros de este tipo en Albania, aunque acabó en un sonoro fracaso judicial para el Gobierno de Giorgia Meloni, fue un claro adelanto de la creciente tensión existente entre política y estado de derecho. En este contexto, además, en 2025 los jueces pueden empezar a notar con mayor intensidad la falta de herramientas para la protección de los derechos de asilo y refugio, en un contexto global que lleva años finiquitando la protección internacional. La guerra en Gaza –que en su primer año ha llevado al desplazamiento forzoso del 85% de su población– ilustra el fracaso estrepitoso del derecho internacional, tanto en el ámbito humanitario como en el del asilo.
El miedo, como dinámica que impregna políticas, tanto en el campo migratorio como en las relaciones internacionales, ganará terreno en 2025. Por eso, la escenificación de la deportación se ha convertido en un instrumento simbólico de disuasión. La criminalización del migrante –que se siente señalado– y el discurso de la carga social que explotan determinados gobiernos con una agenda de recorte público, marcan la pauta en un sistema internacional cada vez más obsesionado por la protección de las fronteras y menos interesado (y equipado) en garantizar una migración segura y regular.
10- MILITARIZACIÓN DE LA INSEGURIDAD
En este mundo de instituciones débiles, se multiplican los resquicios por los que se cuela y expande el crimen organizado. Las redes que articulan y coordinan la delincuencia constituyen negocios multimillonarios, transnacionales, con jerarquías y alianzas estratégicas. Mientras el orden global se fragmenta, la geopolítica de las mafias evoluciona con nuevos actores y un cambio de metodología: en lugar de competir, los grupos del crimen organizado están cooperando cada vez más, compartiendo elementos de las cadenas de suministro globales para el tráfico de drogas y personas, los delitos ambientales, la falsificación de medicamentos o la minería ilegal –que en algunos países, como Perú o Colombia, generan igual o más dinero que el narcotráfico–. Redes globales que van de China a Estados Unidos y de Colombia a Australia, a través de «narcosubmarinos», explican la diversificación de negocios y escenarios; pero también su capacidad de penetrar estructuras de poder y erosionar el estado de derecho, porque se dan en un contexto de incremento de la corrupción de los estados y de sus sistemas judiciales y de seguridad.
En Ecuador, por ejemplo, uno de los puntos calientes del tráfico de drogas a escala mundial, el Gobierno ha declarado la guerra a 22 organizaciones criminales y habla de «conflicto armado interno». Puerto Príncipe, la capital de Haití, es hoy una ciudad tomada por la violencia de grupos criminales enfrentados por disputas territoriales, que han llevado a las distintas bandas armadas a tomar el control de vecindarios, de comisarías de policía, y hasta bloquear temporalmente el aeropuerto. La última escalada de violencia ha dejado un saldo de casi 4.000 muertes y más de 700.000 desplazados dentro del país, de acuerdo con datos de la Oficina de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Por su parte, la crisis geopolítica del fentanilo, que tiene su epicentro en México, como productor consolidado de esta droga sintética desde la pandemia de la COVID-19, se ha convertido en un problema bilateral de primer orden con Estados Unidos y Canadá, y en una amenaza para América Central.
También en Europa. Ciudades portuarias como Marsella, Roterdam o Amberes son puntos de llegada e incautación de droga. La delincuencia organizada es el mayor reto al que se enfrenta actualmente el Gobierno sueco, con 195 tiroteos y 72 atentados con bombas, que se han cobrado 30 vidas solo en este último año. Con la globalización, esta nueva realidad hiperconectada ha llegado, incluso, a las islas del Pacífico, que ahora ocupan un lugar más destacado en el tablero estratégico internacional por la proliferación de compromisos comerciales, diplomáticos y de seguridad. Ello ha transformado también el panorama criminal de la región, con la presencia de las tríadas y los sindicatos asiáticos, los cárteles de América Central y del Sur, y bandas de moteros ilegalizadas en Australia y Nueva Zelanda.
Según el Índice Global de crimen organizado, por lo menos el 83% de la población mundial vive en países con niveles elevados de criminalidad, cuando en 2021 era el 79%. Si el crimen organizado es uno de los ganadores de este nuevo orden fragmentado, con el aumento de la violencia se han impuesto también las políticas de securitización. En América Latina, por ejemplo, la apuesta clara por la militarización de la seguridad, –buscando soluciones nacionales (de contención de la violencia) a lo que es un desafío transnacional– ha favorecido respuestas de «mano dura».
El mundo se rearma. Con el aumento de la conflictividad, como las guerras en Ucrania y Oriente Medio, también crecen los ingresos por ventas de armas y servicios militares. Según el SIPRI, 2025 será el año con más gasto militar desde hace mucho tiempo. En este escenario, la presión sobre los países miembros de la OTAN para aumentar su gasto en defensa vivirá un nuevo momento de tensión con el retorno de Donald Trump a la Casa Blanca, pero también por la propia imprevisibilidad del contexto internacional. En los próximos meses, la Alianza Atlántica deberá gestionar distintas fracturas internas: por un lado, por la demanda para aumentar el gasto en Defensa al 3,5% del PIB; i, por otro, por las diferencias entre aliados en cuanto a las estrategias utilizadas contra Rusia. Países como Polonia o los del Báltico reclaman una postura más agresiva contra Moscú, mientras que otros miembros, como Hungría o Turquía, buscan mantener un enfoque más neutral. Esto podría complicar la formulación de una estrategia unificada frente a las amenazas de Rusia y a los futuros escenarios geopolíticos en Ucrania. Además, Trump desafió en campaña el compromiso de defensa mutua que garantiza el artículo v del Tratado de la OTAN. Si la nueva administración estadounidense adopta una postura más aislacionista, los aliados europeos podrían cuestionar la fiabilidad de Estados Unidos como pilar de su seguridad. También crece en la UE la preocupación por el riesgo percibido sobre ciertos componentes esenciales o sobre las infraestructuras de cableado submarino, que son críticos para la conectividad y la economía global, especialmente después de distintos episodios de supuestos sabotajes como los registrados en el mar Báltico estos últimos meses.
Finalmente, la creciente militarización de la periferia marítima de China también está generando nuevos temores securitarios en el continente asiático. Beijing promueve, cada vez con más vehemencia, una visión chinocéntrica en el Indopacífico. Ello hace temer que, para este 2025, se produzca un aumento de la agresividad en la estrategia china de convertir Asia Oriental en su esfera de influencia exclusiva.
En este contexto, la aceleración geopolítica multiplica los interrogantes tanto para los analistas como para los propios actores de las relaciones internacionales. El mundo se debate entre la gesticulación de los nuevos liderazgos, los escenarios cambiantes que están redibujando conflictos enquistados, y una rivalidad chino-estadounidense que puede derivar en una guerra comercial y tecnológica a corto plazo. Ante este horizonte, los esfuerzos de multialineamiento que muchos países del mundo intentan desplegar, con la seguridad como núcleo central, se vuelven cada vez más complejos a medida que arrecia la confrontación entre las grandes potencias globales.
Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no representan necesariamente el punto de vista de Dossier Geopolitico
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Tropezar no es malo, encariñarse con la piedra sí (Alberto Sardiñas)
En un mundo definido por tensiones comerciales y el ascenso de China como potencia económica, las corporaciones estadounidenses y las instituciones gubernamentales han entrado en una lucha interna sobre el futuro de la política comercial de Estados Unidos. La presidencia de Donald Trump introdujo políticas arancelarias agresivas que buscaban reducir la dependencia de China y fomentar la autosuficiencia económica del país. Sin embargo, estas medidas pueden colisionar con los intereses del llamado «Estado profundo» estadounidense, un entramado de actores clave en defensa, diplomacia y economía que tradicionalmente ha priorizado la integración global y la estabilidad comercial que le ha redituado grandes beneficios.
Esta disputa interna revela fracturas profundas en la estrategia de política exterior de Estados Unidos. Poco pueden pesar las decisiones de un presidente, las políticas son más bien moldeadas por intereses corporativos y burocráticos. Mientras algunas compañías respaldan las políticas de Trump, otros las rechazan abiertamente debido a su impacto en los mercados internacionales y en la competitividad estadounidense.
Desde su llegada al poder, Donald Trump impulsó una agenda económica nacionalista basada en el eslogan «América primero». Las políticas arancelarias hacia China fueron el pilar de esta estrategia, con el objetivo de repatriar empleos e industrias a Estados Unidos, especialmente en regiones desindustrializadas. Reducir el déficit comercial con China, al desincentivar las importaciones mediante tarifas y presionar a Beijing para obtener concesiones en temas tecnológicos y comerciales.
Aunque estas medidas generaron beneficios a corto plazo para sectores industriales tradicionales, como la manufactura y el acero, también tuvieron consecuencias adversas. Por ejemplo, los costos de productos importados aumentaron significativamente, afectando a los consumidores estadounidenses, mientras que empresas tecnológicas como Apple, Tesla e Intel, altamente dependientes de cadenas de suministro en China, se encontraron atrapadas entre cumplir con las políticas de Washington o mantener su acceso al mercado chino.
La nueva presidencia de Trump augura nuevos corto circuitos, pero esta vez, es más claro que parte del poder real de Estados Unidos están en disputa. Según Karthik Sankaran, investigador del Quincy Institute for Responsible Statecraft, clasifica las corporaciones estadounidenses según sus estrategias frente al mercado chino y las políticas de Washington. Estas categorías reflejan las tensiones entre intereses económicos y políticos, y recientemente han sido actualizadas para capturar la complejidad de la situación actual. Las nuevas categorías incluyen:
1. Expansionistas pragmáticos: Corporaciones que buscan maximizar beneficios manteniendo fuertes relaciones comerciales con China. Ejemplos destacados son Tesla y Qualcomm. Tesla, por ejemplo, obtiene el 25% de sus ingresos (12.000 millones de dólares anuales) del mercado chino y depende de componentes críticos como baterías.
2. Aislacionistas estratégicos: Empresas alineadas con la narrativa de «América Primero», que buscan reducir la dependencia de importaciones chinas y repatriar su producción a Estados Unidos. Fabricantes de acero y automotrices como Ford lideran este grupo, apoyados por subsidios estatales.
3. Diversificadores cautos: Compañías tecnológicas como Intel, que obtienen un porcentaje significativo de ingresos de China (26% en el caso de Intel, equivalente a 21.000 millones de dólares), pero buscan reducir riesgos diversificando sus cadenas de suministro hacia otros mercados como el sudeste asiático.
4. Mediadores financieros: Actores como Wall Street y cadenas minoristas como Walmart, que priorizan la estabilidad económica. Estas corporaciones presionan para evitar interrupciones comerciales que puedan perjudicar tanto a la economía global como a los consumidores estadounidenses.
La siguiente tabla resume la dependencia de sectores clave estadounidenses del comercio con China y su impacto en las disputas internas:
El «Estado profundo» estadounidense, compuesto por actores clave en el Departamento de Defensa, el Departamento de Comercio, Wall Street y otras instituciones, ha desempeñado un papel crucial en oponerse a las políticas económicas de Trump y es posible que hagan nuevamente. Aunque este término suele asociarse con teorías conspirativas, en este contexto se refiere al conjunto de intereses corporativos y burocráticos que influyen en las decisiones de política exterior y económica de Estados Unidos.
Por ejemplo, Tesla y Qualcomm han capitalizado su relación con China para expandir sus ingresos, por otro lado, empresas como Lockheed Martin, con menos del 1% de sus ingresos provenientes de este país, abogan por restricciones más severas para contener el ascenso tecnológico de Beijing. Sin embargo, empresa del complejo bélico como Boeing sus ingresosprovenientes deChina representan aproximadamente el 12% de sus ingresos estimados en U$S 8 mil millones anuales. La dependencia de insumos de Boeing también juega un papel determinante, obtiene piezas y componentes de proveedores chinos, y tiene acuerdos de fabricación conjunta en el país. Estas tensiones reflejan cómo la política exterior estadounidense sirve como herramienta para beneficiar a ciertos sectores corporativos en detrimento de otros.
Wall Street y las grandes corporaciones, donde hay actores como Walmart, Apple y BlackRock han presionado intensamente para suavizar las políticas arancelarias de Trump. Estas empresas argumentan que las tarifas interrumpen las cadenas de suministro globales, aumentan los costos de producción y reducen su competitividad internacional. Por ejemplo, Apple obtiene el 19% de sus ingresos de China y depende en más del 90% de insumos chinos, lo que la hace especialmente vulnerable a cualquier interrupción comercial.
El choque entre las políticas de Trump y el «Estado profundo» no solo es práctico, sino también ideológico. Mientras Trump impulsó un aislacionismo económico basado en la autosuficiencia, el «Estado profundo» históricamente ha creado y favorecido la globalización como herramienta para fortalecer la posición económica y militar de Estados Unidos e incrementar sus beneficios. Esta discrepancia quedó evidente en las divisiones dentro de las mismas instituciones gubernamentales y corporaciones, que se han alineado en bandos opuestos.
La disputa entre Trump y el «Estado profundo» refleja tensiones fundamentales en la estrategia de política exterior de Estados Unidos. Por un lado, las políticas arancelarias de Trump buscaron proteger la economía nacional y reducir la dependencia de China. Por otro lado, los actores del «Estado profundo» y muchas corporaciones se oponen a estas medidas, priorizando sus ganancias a la integración comercial.
En última instancia, esta lucha interna no solo define el presente de la política económica estadounidense, sino que también determinará su capacidad para competir en un mundo globalizado. Si bien no hay soluciones simples, la habilidad de Estados Unidos para equilibrar la seguridad económica nacional con la integración global será clave para su posición como potencia económica en el siglo XXI.
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https://dossiergeopolitico.com/wp-content/uploads/2025/01/grandes-empresas-eeuu1-e1735387558454.jpg392600Dossierhttps://dossiergeopolitico.com/wp-content/uploads/2018/05/Dossier_Logo-2.pngDossier2025-01-10 19:27:072025-01-10 19:28:37La nueva geopolítica corporativa. La guerra del Estado profundo
En la crisis que experimentan los órdenes democráticos, el ciudadano común carece cada vez más de arraigo en un sistema compartido de símbolos: es imposible para las instituciones y los líderes construir repertorios de imágenes fuertes que actúen como pegamento social. Es urgente que la política vaya acompañada de la construcción de mitos compartidos para contrarrestar su pérdida de credibilidad.
n el mundo contemporáneo, la dimensión política está experimentando un estado de decadencia y está cada vez más sumergida en los dispositivos técnicos del Capital en su cuarta fase de revolución industrial, que ve el surgimiento de la industria de alta tecnología y el amanecer del capitalismo de vigilancia que nos describe Shoshana Zuboff. La democracia representativa parece reducida a una parálisis debido al creciente descontento de votantes alejados del palacio del poder que se han convertido en una elite sin anclaje popular , y como resultado del poder excesivo de los espíritus animales capitalistas y de las corporaciones transnacionales que erosionan los derechos de los ciudadanos. Estados y conducen fatalmente de la polis a la apolis, a la desterritorialización con efectos nocivos de desarraigo de la soberanía nacional. La escena política está dominada por la personalización, por el individualismo generalizado, por el indiferentismo ético, por el humor posmoderno en un completo vacío general, como subrayó el sociólogo francés G. Lipovetsky.
Al mismo tiempo, la globalización se acerca a su fin después del período dorado de hegemonía indiscutida de los Estados , con el surgimiento de archipiélagos desglobalizados con muchos dominios compitiendo entre sí y con marcos de valores de referencia divergentes. La guerra ruso-ucraniana en este sentido representó la ruptura con el autoengaño propagado por los defensores de la unipolaridad estadounidense sobre el fin de la historia y el triunfo del estilo de vida estadounidense con la afirmación del modelo democrático liberal, el colapso del fe parareligiosa proeuropea y de AntiEuropa entendida como una prótesis geopolítica americana incapaz de encontrar su propio camino.
Y de la misma manera está el surgimiento de lo que años atrás se había calificado de «talasopolítica» dado por la aceleración de las comunicaciones, la desaparición de la localización geográfica para la geopolítica y la disolución de las ideologías gracias al triunfo de la tecnología a escala planetaria. lo que impone nuevas estructuras y nuevas lógicas en la escena política internacional.
Para escapar de las garras de la crisis general (tanto dentro de nuestro perímetro nacional como proyectada hacia las fronteras de Europa del Este, donde se están recogiendo los frutos de las políticas americanas de provocación de la federación rusa, como recuerda Benjamin Abelow) tal vez sea necesario volver a una base simbólica común, a una mitología fundacional capaz de hacernos resistir el impacto. No es casualidad que precisamente en vísperas de un terremoto político para el establishment tradicionalmente atrincherado en edificios romanos como la victoria de los partidos populistas verdes y amarillos, se publicara un ágil ensayo que pretendía actualizar el valor fuente de la mitopoeya: el anhelo La búsqueda de fundamentos espirituales se topó con el impulso del cambio y el derrocamiento de grupos políticos débiles.
Después de todo, el mito siempre ha representado el punto más alto de una peculiar visión imaginativa que en sus interminables producciones constituye el receptáculo de las imágenes depositadas en la psique colectiva de la humanidad , no la oscuridad oscurantista opuesta a una aséptica Aüfklarung . La mitología siempre ha interrogado al hombre sobre su lugar en el ser de las cosas, da sentido a su camino existencial y resemantiza la realidad exterior en la línea de una geografía religiosa que permite al creyente sentirse reconfortado y dotarse de certezas a partir de estos relatos ejemplares. . Y el mito, si bien permite una ruptura con el tiempo cotidiano al documentar la irrupción de lo sagrado garantizando la experimentación de una plenitud absoluta, siempre ha entrelazado su camino con el de la política , por ser pegamento social y por el efecto benéfico que produce. un nuevo encantamiento del mundo transitable de la explotación política.
Es bien conocida la distinción entre un mito tecnificado, degradado en su sentido más auténticamente antropogénico, hecha por Kerènyi, que luego encuentra su radicalización en las páginas de su alumno italiano Furio Jesi con la teoría de la «máquina mitológica»: aquí se trata de de comprender que descartando por completo la naturaleza mítica de lo humano o soñando con domesticarlo de forma inofensiva se corre el riesgo de un suicidio espiritual de manera reduccionista . Jesi tiene toda la razón cuando desmitifica ferozmente los mitologemas basados en la violencia y la discriminación, pero surge la sospecha de que su deconstrucción del primordialismo de los mitólogos, la crítica de que tomen literalmente los materiales mitológicos que se combinan y desordenan sin un significado preciso, ignora la dimensión arquetípica de la especie, la necesidad de un orden simbólico al que recurrir para contener el peso del sinsentido , de la insignificancia. El hambre de mito, si es cierto que en la era de los extremos descrita por Hobsbawm ha producido inmensos desastres con su explotación en clave política totalitaria, puede así encontrar nuevas trayectorias para canalizar la beneficiosa capacidad específicamente humana de revivir estas imágenes enterradas en el inconsciente de la especie, con mejores propósitos.
Por otra parte, como ya enseñaba el análisis sociológico a finales del siglo XIX, el hombre no puede ser descrito como totalmente dueño de sí mismo y cuando pasa a formar parte de grandes grupos no sigue ninguna racionalidad gélida, convirtiéndose en presa de poderes hipnóticos irracionalistas inducidos por por líderes carismáticos que esperan subyugar su voluntad. En el siglo XX asistimos al debate sobre los mitos en el que participaron estudiosos de diferentes orígenes ideológicos como TW Adorno, M. Horkheimer, H. Blumenberg, O. Marquard, K. Hübner: la manzana de la discordia estaba representada por la funcionalidad del mito y desde los aspectos míticos de la misma racionalidad instrumental instaurada en Occidente. Incluso en ese caso, lo que estaba en juego era la imposibilidad de dicotomizar de manera abstracta entre el espíritu de geometría típico de las matemáticas y el razonamiento lógico-deductivo y el espíritu de refinamiento de las referencias simbólicas a esa galaxia de imágenes arquetípicas que informan la vida cotidiana.
Si históricamente los regímenes de los campos de concentración han recurrido al patrimonio simbólico de la humanidad para fortalecer su control sobre las mentes de los individuos, para distorsionar mejor su espíritu crítico y debilitar su reactividad ante los dictados de los autócratas de la época, es precisamente para aprovechar el Ola mítica y reactivar los proyectos de ingeniería social y mitopoética permitiría liberar al individuo del atomismo liberal al que lo condena el sistema actual . Si tanto el nazifascismo como el comunismo (con los diversos ejemplos del culto a la personalidad del Soviet Supremo que llevaron a Barthes a hablar de la mitología del estalinismo) en sus diferencias irreductibles insistieron en la construcción de un imaginario compacto, entonces si la política espera una El acercamiento con su propio votante de referencia debe dar el paso obligado de capturar su vena mitopoética. Al dar cuerpo al anhelo de significados fuertes en las profundidades del inconsciente colectivo, la política podría transformarse en una «gran política» neonietzscheana dedicada a la construcción de estilizaciones de seres humanos dignas de las tareas históricas de hoy. Sólo así será posible salir del impasse histórico al que nos ha condenado la fe en los mitos del progreso y en la razón instrumental moderna, como un pálido reflejo de la luz resplandeciente que emana de nuestro simbolismo interior, en el origen de la necrosis nihilista que amenaza la estabilidad social e institucional del sistema democrático.
En este sentido, se hace inteligible una lectura exegética de los impulsos telúricos que animan la actividad política, de los tropismos invisibles que llevan a una figura líder a sintonizar con las necesidades populares hasta el punto de expresarlas , convirtiéndose en los vectores de comunicación, las correas de transmisión y el Sismógrafos de estados de ánimo de las multitudes. Lo que los movimientos populistas han entendido, además, a diferencia de los partidos sistémicos más enclaustrados y de mentalidad más estrecha respecto de sus posiciones de clase, consiste en la base extraracional de su electorado: no querían tranquilizar, sino erigirse como Caballos de Troya de una fractura político-política del movimiento social radical, dando origen a mitologías y representaciones parareligiosas en las que actuaban como heroicos defensores del demos atacado por las fuerzas titánicas de los poderes económicos, etc.
Actualizar estas energías demoníacas (E. Laclau, por ejemplo, propuso desde la izquierda un uso del populismo similar al hecho por los publicistas de derecha en nuestro país) transformándolas en beneficio de una propuesta política seria es la ardua tarea de nuestros tiempos, de lo contrario aumentará la brecha entre la sala de control y el electorado.
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A dos semanas de la entronización de Donald Trump como presidente de Estados Unidos me voy a aventurar a hacer algunas apreciaciones acerca de las perspectivas del nuevo gobierno, en primer lugar sobre su política exterior sobre todo después de sus arrogantes declaraciones confrontacionales con México, Panamá, Venezuela y Dinamarca (por Groenlandia).
Al respecto se puede concluir que la impertinencia es un rasgo de personalidad del nuevo mandatario estadounidense que mezcla con una mirada empresarial agresiva como forma de lograr sus objetivos. Antes de asumir su primer gobierno, tras haber ganado las elecciones en 2016 y cuando procedía a designar a los miembros de la administración, su mejor amigo Steven Witkoff le recomendó que no incorporara a John Bolton al gabinete. Le contestó que era una recomendación tardía porque ya lo había hecho.
Ahora, Trump opina que al construir su primer gobierno debió aceptar muchas imposiciones porque él no era político, no tenía experiencia, no controlaba al partido republicano, ni a sus senadores y representantes, tampoco a los medios ni a las redes sociales.
Esa situación ha cambiado ahora. Ocho años después, Trump aprecia que a pesar de que Bolton le hizo gran daño a su primera administración, también lo había ayudado porque siendo tan odiado por todos, hacía el trabajo sucio, tras lo cual él llegaba a dialogar ya sobre una situación en la que se había creado un espacio para negociar y hasta para ceder, con lo cual, muchas veces pudo capitalizar “el arreglo” de las controversias. Era el viejo juego del “policía malo y el policía bueno” aplicado a la política.
Este relato refleja en gran medida la forma como Trump se propone actuar en política exterior. En el fondo, su principal objetivo es detener a China y a ello va a volcar la mayor parte de sus energías.
Por ejemplo,…
…las presiones sobre Panamá no persiguen el objetivo de apoderarse del Canal sino sacar a China de ese país. Ahora, ya puso el tema sobre la mesa de negociaciones y cuando le pida al gobierno panameño que tome medidas contra China, va a aparecer como si estuviera cediendo respecto de su objetivo de apoderarse del Canal. Es decir, va a “ceder” en ese objetivo a cambio de que Panamá expulse a China de su territorio.
…De la misma manera ocurre con Groenlandia, al final terminará controlando el territorio sin necesidad de apoderarse de él, lo cual también será considerado como una cesión de su parte.
Si se consideran todos los nombramientos de personajes leales al margen del establishment hechos por Trump (ver mi artículo anterior “¿Que hará Marco Rubio?”), quisiera reiterar que la pregunta más importante sigue siendo cuál será el rol del departamento de Estado en la ejecución de la política exterior de Estados Unidos.
La respuesta es que se dedicará a ejercer presión para restarle espacio a China en el mundo y en especial en América Latina y el Caribe donde Rubio tiene firmes relaciones con gobiernos, partidos y dirigentes de la derecha y la extrema derecha algunos de los cuales son también considerados como amigos por China. De manera que este también será un escenario en disputa, toda vez que -quisiera insistir- China será el objetivo número 1 de la política exterior de Estados Unidos y no precisamente para cooperar, al contrario será para entorpecer los vínculos bilaterales e impedir que -aunque China no se lo haya propuesto- le dispute a Washington la hegemonía global.
Si esto es así, valdría la pena preguntarse porque Trump nombró a Rubio en la secretaría de Estado, sabiendo que no confía en él porque es un “halcón” leal a los neoconservadores. Y la respuesta es que a pesar de que el próximo presidente -a diferencia de su primer gobierno- controla hoy al partido republicano, todavía existen algunos senadores que mantienen autonomía y que podrían enfrentarlo como se ha visto en el hecho de que muy probablemente Trump tenga que desistir del nombramiento de Pete Hegseth como secretario de defensa por la resistencia que tiene entre senadores de su propio partido. Trump los necesita, sobre todo para garantizar el nombramiento de algunas figuras de su gabinete particularmente Tulsi Gabbard proveniente del partido demócrata y a quien sus antiguos colegas no desean en el cargo por conocer muchos secretos internos.
Por otro lado, es un hecho cierto que Trump retomará la “guerra comercial” contra China estableciendo nuevas tarifas comerciales y elevando otras a fin de que Beijing se vea obligada a devaluar su moneda, encareciendo sus exportaciones y afectando su comercio. Las economías latinoamericanas altamente importadoras de China se verán afectadas por esta medida.
De igual forma, como instrumento de análisis, no debe obviarse que Trump tiene una personalidad caracterizada por decisiones intempestivas y generación de incertidumbre como instrumentos de coerción. Esto conduce a que gobiernos y cancillerías se vean limitadas en su capacidad de prever acontecimientos. Trump no actúa a partir de una ideología definida. Solo lo mueve el afán de conseguir ganancias para Estados Unidos, en particular para las corporaciones y los ricos.
El establishment es su enemigo porque éste ha apostado por la economía especulativa y de servicios y Trump pretende volver a una situación en la que Estados Unidos sustente su economía en la producción. Esto explica algunos de los nombramientos de Trump dirigidos a enfrentar al establishment, en particular Tulsi Gabbard como directora de inteligencia nacional y Hash Patel como director del FBI.
Trump pretende prolongar en el futuro su control del Estado a través del vicepresidente J.D. Vance que es su “delfín”. Solo que Vance si tiene una ideología definida alejada de los cánones tradicionales. La emergencia de Trump en política y la búsqueda de la extensión de su influencia en el tiempo, es expresión de las grandes contradicciones que sufre el sistema político estadounidense que se está alejando de la dicotomía demócrata-republicana o izquierda-derecha tradicional.
En ambos partidos se vive una crisis de identidad. Entre los demócratas hay una corriente neoconservadora atlantista que se enfrenta al viejo partido que propició el estado de bienestar, que no desea la guerra y que cree en la necesidad de incrementar la inversión social, todo lo cual manifiesta una discusión no resuelta. Sin embargo, sacaron a Bernie Sanders del camino de mala manera y de forma ilegal, dejando claro que la derecha de ese partido (que en Estados Unidos es considerado “de izquierda”) es la que manda.
Por su parte, el partido republicano, vieja organización conservadora y reaccionaria, se debate también entre la corriente tradicionalista y el trumpismo anti-establishment que propone una nueva forma de hacer política. En primera instancia, Trump se plantea intervenir el partido republicano para que la nueva generación Vance lo controle a fin de “hacer a América grande de nuevo”. Si ello no es posible, es probable que Trump apunte a crear una organización política propia atrayendo sectores de ambas partes del bipartidismo tradicional del país.
Vance tiene un consistente hilo de pensamiento sustentado en la supremacía blanca y la lucha contra el establishment al que considera retrógrado e inmovilizador. En esa medida, se asume como promotor de una clase dominante vinculada a estos principios y a una férrea defensa de la religión tradicional. Curiosamente, tiene una gran identificación con la clase obrera estadounidense, pero -por supuesto- no en términos marxistas sino dentro de la concepción capitalista de viejo cuño. Rechaza las grandes corporaciones y los monopolios, a quienes considera responsables de estar destruyendo el capitalismo, toda vez que su práctica conduce a dar al traste con la base de la economía capitalista que es la competencia. Todo esto genera un mar de contradicciones que dificultan la comprensión de lo que está ocurriendo
Lo cierto es que esta compleja situación se evidenció en los resultados de los comicios, la extrema derecha como un todo cubrió el espectro electoral al estar presente tanto en el bando demócrata como en el republicano. Por eso, más allá que Trump haya representado al partido republicano, lo cierto es que está naciendo una tercera fuerza. Tal vez las expresiones más nítidas sean el nombramiento de Gabbard, una demócrata de formación y convicción, y de Robert Kennedy Jr. un demócrata de pura cepa y alcurnia como secretario de Salud y Servicios Humanos. En esta dimensión, también se debe comprender el apoyo de los negros y los latinos a Trump quien es abiertamente racista y supremacista. Ha quedado claro que los discursos tradicionales son parte del pasado.
Lo único que importa ahora es la economía y la solución de los problemas económicos de las mayorías. Ya no cabe la tradicional distinción propia de la sociedad estadounidense entre los que tienen formación universitaria y los que no. Precisamente, la segregación a partir de criterios como éste son los que han arrojado en manos de Trump a importantes sectores excluidos de la sociedad.
…En resumen, Trump va a orientar su gobierno básicamente a solucionar problemas de la política interna. En cuanto al exterior, el centro de la inquietud estará puesto en China. Tratará de resolver el problema de Ucrania porque no está dispuesto a seguir desangrando la economía estadounidense. La confrontación con China tiene un componente de largo plazo y sistémico y uno de corto plazo y coyuntural…
…Este último es el que fundamenta su apoyo a Taiwán, pero por las mismas razones anteriores, no es una línea roja para Trump. Lo seguirá apoyando porque necesita las fábricas de chips de la isla. Cuando logre la autosuficiencia en esa materia, Taiwán dejará de ser un asunto álgido para Estados Unidos. Trump no está dispuesto a seguir sosteniendo un asunto que le significa una gran erogación de recursos y que tuvo su origen en la guerra fría. No es a través de Taiwán que Trump estructurará la confrontación estratégica con China.
Hay que reiterarlo, Trump tiene como método lanzar temas que no están en agenda para medir las respuestas que se originan en el enunciado. Así, cuando el asunto se pone en boga, ya está preparada y avanzada la implementación de medidas a tomar. Sus temas principales de política exterior serán China, migración y energía y en torno a ellos se estructurará su accionar.
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