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Por Rafael Poch de Feliu

En el concurso de dementes que empuja hacia una gran guerra y a la definitiva irrelevancia mundial de la Unión Europea, Polonia juega un papel de vanguardia.

Miroslaw Hermaszewski (1941-2022) fue el primer y, hasta la fecha, único astronauta polaco. En 1978 formó parte de la tripulación de la Soyuz 30 y cumplió misión en la estación orbital soviética Saliut-6. Después de eso, alcanzó el generalato y fue condecorado con la medalla de “Héroe de la Unión Soviética”, la más alta distinción de la URSS raramente concedida a extranjeros. Muchos años después del hundimiento del bloque del Este, en julio de 2013, el jubilado astronauta concedió una entrevista al canal de televisión polaco TVN 24 en la que ofreció detalles desconocidos de su biografía. En Polonia se conmemoraba entonces el setenta aniversario de las “masacres de Volinia” es decir la aniquilación de entre 70.000 y 100.000 civiles polacos a manos del brazo armado de la Organización de Nacionalistas Ucranianos (OUN), el llamado Ejército Insurgente Ucraniano (UPA). Hermaszewski nació en un pueblo de Volinia llamado Lípniki y tenía dieciocho meses cuando las unidades del UPA llegaron al pueblo una noche de finales de marzo de 1943.

”Asesinaron a 182 personas de nuestro pueblo, entre ellos dieciocho de nuestra familia inmediata, mi abuelo murió de siete golpes de bayoneta en la cabeza”, explicó. El pequeño Miroslaw se salvó de milagro, porque su madre lo tomó en brazos y huyó con él campo a través. “Los bandidos vieron que una mujer corría con un niño en brazos y empezaron a dispararnos”. Uno de ellos les persiguió y disparó a la madre en la cabeza a corta distancia pero falló, solo fue herida en la sien y en la oreja, cayó inconsciente y el niño huyó. (1)

Al día siguiente de aquella entrevista, el parlamento polaco aprobó una resolución sobre las matanzas de polacos del periodo 1942-1945 en Volinia y Galitzia oriental, territorios que habían pertenecido a la segunda república polaca hasta la disolución del estado polaco de 1939, condenando la masacre de “alrededor de 100.000 ciudadanos polacos, hombres, mujeres, ancianos y niños” a manos de los nacionalistas ucranianos de Ucrania Occidental. La resolución consideraba que, “la dimensión organizada y masiva del crimen de Volinia lo caracteriza como una limpieza étnica con aspectos de genocidio”. Al mismo tiempo, el parlamento expresaba su agradecimiento “a los ucranianos que actualmente ayudan a documentar los crímenes y conmemorar a las víctimas”, pese a que el gobierno ucraniano no autoriza excavaciones en los escenarios de las matanzas.

En septiembre de 2016 el parlamento ucraniano, la Verjóvnaya Rada, rechazó las consideraciones de la cámara polaca con cuatro argumentos: 1- que los polacos también mataron ucranianos, 2- que el número de víctimas polacas no pudo exceder los 30.000, porque en aquellos momentos en Volinia no había tanta población, 3- que “está bien establecido” que los perpetradores fueron agentes de la policía secreta soviética disfrazados de combatientes de la OUN /UPA (pese a que desde junio de 1941 la región estaba ocupada por los alemanes y los soviéticos se habían retirado, derrotados) y que 4- evocar este asunto solo sirve a los intereses rusos. (2)

Saco esto a colación para ilustrar el hecho de la complejidad de las relaciones polaco-ucranianas. Polonia ha acogido ejemplarmente a centenares de miles de ucranianos que han huido de la guerra. Es el segundo país de Europa, después de Rusia, que más refugiados ucranianos ha recibido. Polonia es también el país más antiruso y más proamericano del continente. Solo un 2% de los polacos expresan una opinión favorable a Rusia, según una encuesta del Pew Research Center de primavera del año pasado, que también daba un máximo continental de opiniones favorables a Estados Unidos (91%). Esa opinión echa sus raíces muy lejos, en toda una serie de experiencias históricas mutuamente desastrosas y bien conocidas, tanto con el zarismo como durante el estalinismo, cuando centenares de miles de polacos perecieron o fueron deportados por el régimen soviético, y, más en general, en una divergencia histórica, cultural y religiosa con Rusia muy viva.

Entre 1572 y 1791 la elección de los reyes polacos por los nobles, que a veces implicaba a cuarenta mil o cincuenta mil de ellos, fue norma en Polonia. El rey electo estaba atado por el llamado “pacta conventa”, una suerte de contrato que detallaba las obligaciones del rey hacia la nobleza. Si se compara las relaciones de aquella caótica monarquía republicana, nobiliaria y católica, con las de la autocracia ortodoxa moscovita, en las que el “gosudar” (soberano) se definía por atar bien corto a sus boyardos, y donde la nobleza estaba totalmente supeditada a la corte, el contraste entre las culturas políticas de ambos países no puede ser más agudo y da lugar a verdaderas patologías.

Con Putin los polacos rechazaron la mano tendida de Moscú, por ejemplo reconociendo directamente y asumiendo la responsabilidad por las matanzas estalinistas de Katyn. Cuando en abril de 2010 el avión que conducía a la plana mayor del país a un acto conmemorativo de aquellas matanzas se estrelló cerca de Smolensk por obvias negligencias polacas, la nación prefirió ver en la tragedia un atentado ruso pese al cúmulo de evidencias en contra registradas en la caja negra… La extrema beligerancia del gobierno polaco en el actual conflicto es resultado de todo este complejo de experiencias históricas, diferencias y patologías.

Ningún gobierno europeo se ha mostrado más proclive y entusiasta con que la OTAN intervenga abiertamente en la guerra contra Rusia. Los polacos son siempre los primeros a la hora de apoyar el envío de todo tipo de armas, son los terceros que más ayuda militar han prestado a Ucrania, solo por detrás de Estados Unidos e Inglaterra, gastan proporcionalmente mas que nadie en “defensa” y están reforzando su ejército a marchas forzadas junto a su fronteras con Ucrania y Bielorrusia. Según algunas estimaciones muy difíciles de verificar ya hay miles de soldados polacos en Ucrania luchando de forma extraoficial, es decir formalmente licenciados o en excedencia del ejército polaco. Pero lo que importa aquí es retener que en el actual conflicto Polonia tiene sus propios intereses, sus propios motivos, sus propios proyectos, y marca su propio juego. ¿Qué decir del juego polaco? Pues que históricamente ha sido siempre fiel a aquella observación de Balzac, casado con una polaca nacida en Ucrania, que ya en el siglo XIX advertía que “si hay un precipicio, el polaco se tira por el”.

En época moderna, gran parte de Ucrania Occidental perteneció a Polonia desde 1918 hasta 1939, y en épocas anteriores los polacos dominaron enormes zonas de la actual Ucrania. En el siglo XVI se creó la llamada “República de las dos naciones” formada por el reino de Polonia y el Gran Ducado de Lituania. Duró hasta finales del XVIII y dominó, además de sus dos matrices, los territorios de Bielorrusia, gran parte de las actuales Estonia, Letonia y Ucrania, y zonas de la Rusia meridional. En aquella época la influencia polaca y sus ejércitos llegaron a Moscú, enviaron a Varsovia enjaulado al zar de Rusia, donde fue ejecutado, e incluso impusieron un breve zar en Moscú, en lo que en la historia rusa se conoce como “época turbulenta”. Aquella “gran Polonia” se extendía por casi un millón de kilómetros cuadrados y dejó en Varsovia y Cracovia un recuerdo de grandeza que siempre ha sido muy difícil compaginar con las realidades de una nación obligada a convivir con los tres colosos de su entorno: Prusia, Austria-Hungría y Rusia. Llevarse mal con todos ellos equivalía a una sentencia de muerte, pero eso es, precisamente, lo que hicieron los polacos: tirarse por el precipicio de Balzac y pagar por ello el correspondiente precio.

Entre la destrucción de la vieja república polaca, en 1795 y el fin de la Primera Guerra Mundial, en 1918, el estado polaco dejó de existir. Fueron 123 años, cinco largas generaciones en los que Polonia solo conoció el dominio extranjero y la opresión política de prusianos, rusos, y austro-húngaros. En esa larga travesía del desierto, los polacos se metieron en un avispero de múltiples hostilidades; en Rusia contra los lituanos, en Austria /Hungría contra los ucranianos de Galitzia oriental y contra los checos, y en la mayoría de las ciudades polacas contra los judíos cuyo sionismo militante levantaba cabeza. Luchar contra todos, sin calcular las propias fuerzas y las del adversario, es una vieja tradición polaca. Una doble hostilidad geopolíticamente suicida, contra alemanes y rusos, dictó su segunda gran extinción como estado en 1939, con el pacto Molotov/Ribbentrop y el enésimo reparto territorial y maltrato del país, ahora entre Alemania y la URSS.

La gran Polonia/Lituania de los siglos XVII y XVIII

¿De donde viene esa predisposición nacional al suicidio? La primera estrofa de su himno nacional, “Jeszcze Polska nie zginela” (“Polonia aún no ha muerto”), la proclama con orgullo. Norman Davies, el principal historiador británico de la nación, cuya obra rezuma simpatía hacía esa actitud polaca, la explica como virtud al observar que “todos los principales países europeos pasaron por la experiencia romántica, pero en Polonia fue particularmente intensa. Se puede pensar que ofreció el elemento principal de su cultura moderna”. (3) Sea como fuere, los polacos están regresando ahora a sus típicos delirios nacionales a propósito de la guerra de Ucrania. En el centro de esos delirios la idea de recrear la gran Polonia del Mariscal Pilsudski.

En los años veinte el caudillo polaco Jósef Pilsudski, rescató la tradición de grandeza imperial de aquella República aristocrática polaca de los siglos XVII y XVIII para formular su proyecto de federación desde el Báltico hasta el Mar Negro bajo liderazgo polaco, el llamado Miedzymorze o Intermarium. Aquel espacio entre los dos mares estaba enfocado a la disolución de Rusia, primero en su encarnación zarista/imperial y luego soviética. En su actual Constitución (1997), Polonia se declara sucesora de “las mejores tradiciones” de aquella primera república, bajo la cual los campesinos ucranianos estuvieron sometidos al doble yugo de los latifundistas polacos y del catolicismo. Desde la disolución de la URSS y la integración de Polonia en la Unión Europea, la idea de una “tercera Europa” liberada de lo que el primer ministro Mateusz Morawiecki describe como “dictadura franco-germana” de la UE, está presente en la mentalidad de la derecha polaca y encaja con los intereses de Washington en el continente.

En un artículo publicado el 26 de marzo por la revista Foreign Policy, Dalibor Rohac, un autor neocón del “American Enterprise Institute” evocaba la conveniencia de un nuevo Intermarium, una unión polaco-ucraniana que contenga a Rusia y desbarate definitivamente al competidor europeo. “Ambos países”, decía, “se enfrentan a amenazas de Rusia, Polonia forma parte de la UE y de la OTAN, así que si formaran un estado federal o confederal común con una misma política exterior y de defensa, Ucrania se integraría inmediatamente en la UE y en la OTAN” “Se formaría así el mayor país de la UE (segundo en población tras Alemania) y su primera potencia militar, ofreciendo un contrapeso más que adecuado al tandem franco-alemán. Para Estados Unidos sería una forma de asegurar el flanco oriental de Europa frente a la agresión rusa a cargo de un país con una comprensión muy clara de la amenaza de Rusia”, decía. El precedente de la reunificación alemana, en la que la RFA engulló a la RDA, “demuestra que tal operación es posible si hay voluntad política”, señalaba el articulista, dejando caer de paso el detalle de que de esa forma, Estados Unidos podría desentenderse del coste de la reconstrucción de Ucrania, lastre que recaería íntegramente en el club del cual Kíev ya sería miembro… La guinda del artículo era la frase con la que concluía y que resume tanto las intenciones de Washington como las ambiciones de Varsovia: “El futuro de Ucrania es demasiado importante como para dejarlo en manos de Bruselas, París y Londres”. (4)

El 5 de abril el diario polaco Rzeczpospolita recogió la idea en un artículo del politólogo Tomasz Grzegorz Grosse de la Universidad de Varsovia, titulado, Reconstruyamos la República de Polonia, esta vez con Ucrania. (5) Se trata de, “construir un sistema de seguridad sólido en Europa central-oriental” que haga posible “una mayor intervención de Estados Unidos en el Pacífico” contra China, escribía el autor. “También los expertos polacos aconsejan la reconstrucción de la histórica República de las dos naciones, profundizando la cooperación entre los países de nuestra región, al principio principalmente polacos y ucranianos”, decía.

El mismo día de la publicación del artículo, el Presidente Zelenski realizaba su primera visita oficial a Polonia, donde fue condecorado con la orden polaca del “Águila blanca” y declaró la “amistad por los siglos” entre Polonia y Ucrania. “Entre los dos países no debe haber fronteras políticas, económicas ni sobre todo históricas”, dijo el Presidente ucraniano en lo que parecía una velada referencia a las matanzas de polacos en Volinia y Galitzia de los años cuarenta. Pocos días después, el primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki visitaba Washington, reclamando el liderazgo de la “tercera Europa” para su país: “Polonia quiere convertirse en la base de la seguridad europea. Nuestros vecinos de Occidente fueron los primeros en cometer el gran error de una estrecha cooperación energética con Rusia, y ahora su posición hacia Ucrania no es la misma de Estados Unidos o de Polonia”, dijo en abierta referencia a las últimas declaraciones de Emmanuel Macron contra el “vasallaje” europeo realizadas a su regreso de la visita oficial a China. “Los aliados de Europa occidental y Estados Unidos no pueden o no quieren armar y entrenar suficientemente a las tropas ucranianas para lograr una victoria espectacular”, decía Tomasz Grzegorz Grosse en el mencionado artículo. “Somos la piedra angular perfecta de las relaciones europeo-estadounidenses”, proclamó Morawiecki en Washington, criticando a “aquellos líderes europeos que quieren un alto el fuego rápido en Ucrania, prácticamente a cualquier precio”.

Polonia se está convirtiendo en un nudo de concentración de tropas junto a Bielorrusia y Ucrania”, dice en Moscú Konstantín Zatulin, vicepresidente del comité para las relaciones con el entorno ex soviético de la Duma de Rusia. Según fuentes de la inteligencia de Estados Unidos citadas por el periodista Seymour Hersh en su último artículo, en Polonia y Rumanía hay dos brigadas aerotransportadas, la 81 y la 101, es decir veinte mil soldados de Estados Unidos, perfectamente preparadas para una intervención militar en Ucrania, sin que se sepa cuál es el plan y el objetivo de la Casa Blanca en esta guerra. (6) La respuesta rusa a esa tendencia ha sido el anuncio de desplegar armas nucleares tácticas en Bielorrusia, bajo estricto control ruso, el mismo estatuto que rige la presencia de esas mismas armas americanas en Turquía, Bélgica, Holanda, Italia y Alemania para torear los artículos 1 y 2 del acuerdo de no proliferación nuclear.

En el concurso de dementes que nos empuja hacia una gran guerra y a la definitiva irrelevancia mundial de la Unión Europea, Polonia ya está jugando un papel de vanguardia.

Notas

(1)Hermaszewski wspomina historie swojej rodziny podczas rzezi wolynskiej / Hermaszewski recuerda la historia de su familia durante la masacre de Volinia, en :ONET Wiadomosci,11 de julio de 2013.

(2) Citado por Nicolai N. Petro, 2023; The Tragedy of Ukraine.

(3) Davies en Hearth of Europe: A short History of Poland, 1984.

(4) It’s Time to Bring Back the Polish-Lithuanian Union (foreignpolicy.com)

(5) Tomasz Grzegorz Grosse: Odbudujmy Rzeczpospolitą. Tym razem z Ukrainą – rp.pl

(6) Seymour Hersh, Trading with the enemy.

Por Ignacio Ramonet* Periodista, semiólogo, ex director de  Le Monde diplomatique, edición española.

Aunque el resultado de las guerras siempre es imprevisible, lo más probable es que el conflicto en Ucrania termine con una victoria militar de Rusia. Dada la ventaja de Moscú en misiles hipersónicos, la OTAN no podrá contratacar. ¿Por qué entonces las potencias occidentales no hicieron más para evitar la guerra? Esta, dice Ignacio Ramonet, sigue siendo la gran pregunta.

El 24 de febrero de 2022, fecha del inicio de la guerra en Ucrania, marca la entrada del mundo en una nueva edad geopolítica. Nos hallamos ante una situación totalmente nueva en Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Aunque ha habido en este continente, desde 1945, muchos acontecimientos importantes, como la caída del Muro de Berlín, la implosión de la Unión Soviética y las guerras en la ex Yugoslavia, nunca habíamos asistido a un evento histórico de semejante envergadura, que cambia la realidad planetaria y el orden mundial.

La situación era evitable. El presidente Vladimir Putin llevaba semanas, sino meses, instando a una negociación con las potencias occidentales. La crisis se venía intensificando en los últimos meses. Hubo intervenciones públicas frecuentes de Putin, en conferencias de prensa, encuentros con mandatarios extranjeros y discursos televisados, reiterando las demandas de Rusia, que en realidad eran muy sencillas. La seguridad de un Estado solo se garantiza si la seguridad de otros Estados, en particular aquellos que están ubicados en sus fronteras, es igualmente respetada. Por eso Putin reclamó con insistencia, a Washington, Londres, Bruselas y París, que se le garantizara a Moscú que Ucrania no se integraría a la OTAN. La demanda no era una excentricidad: el pedido consistía en que Kiev tuviera un estatus equivalente al que tienen otros países europeos -Irlanda, Suecia, Finlandia, Suiza, Austria, Bosnia y Serbia- que no forman parte de la OTAN. No se trataba por lo tanto de evitar la “occidentalización” de Ucrania sino de prevenir su incorporación a una alianza militar formada, como se sabe, en 1949, con el objetivo de enfrentar a la ex-Unión Soviética y, desde 1991, a la propia Rusia.

Esto implicaba que Estados Unidos y sus aliados militares europeos no instalasen en el territorio de Ucrania, país fronterizo con Rusia, armas nucleares, misiles u otro tipo de armamento agresivo que pudiera poner en peligro la seguridad del país. La OTAN -una alianza militar cuya existencia no se justifica desde la desaparición, en 1989, del Pacto de Varsovia- argumentaba que esto era necesario para garantizar la seguridad de algunos de sus Estados miembros, como Estonia, Letonia, Lituania o Polonia. Pero eso, obviamente, amenazaba la seguridad de Rusia. Recuérdese que Washington, en octubre de 1962, amenazó con desencadenar una guerra nuclear si los soviéticos no retiraban de Cuba sus misiles -instalados a 100 millas de las costas de Estados Unidos-, cuya función, en principio, era sólo garantizar la defensa y la seguridad de la isla. Y Moscú tuvo que inclinarse y retirar sus cohetes. Con estos mismos argumentos, Putin reclamó a los jefes de Estado y primeros ministros europeos una mesa de diálogo que contemplara sus reclamos. Simplemente, se trataba de firmar un documento en el que la OTAN se comprometiera a no extenderse a Ucrania –e, insisto, no instalar en territorio ucraniano- sistemas de armas que pudieran amenazar la seguridad de Rusia.

La otra demanda rusa, también muy atendible, era que, como fue establecido en 2014 y 2015 en los Acuerdos de Minsk, las poblaciones rusohablantes de las dos “repúblicas populares”, Donetsk y Lugansk, en la región ucraniana del Donbass, fueran protegidas y no quedasen a la merced de constantes ataques de odio, como viene ocurriendo desde hacía casi ocho años. Esta demanda tampoco fue escuchada. En los Acuerdos de Minsk, firmados por Rusia y Ucrania con participación de dos países europeos, Alemania y Francia, y que ahora varios analistas de la prensa occidental le reprochan a Putin haber dinamitado, estaba estipulado que se les concedería, en el marco de una nueva Constitución de Ucrania, una amplia autonomía a las dos repúblicas autoproclamadas que acaban de ser reconocidas por Moscú como “Estados soberanos”. Esta autonomía nunca fue concedida, y las poblaciones rusohablantes de estas regiones siguieron soportando el acoso de los militares ucranianos y los grupos paramilitares extremistas que causaron unos catorce mil muertos…

Por todas estas razones, existía un ánimo de justificada exasperación en el seno de las autoridades rusas, que los líderes de la OTAN no lograron o no quisieron entender. ¿Por qué la OTAN no tuvo en cuenta estos repetidos reclamos? Misterio… Muchos observadores consideraban que la negociación era una opción viable: escuchar los argumentos de Moscú, sentarse en torno a una mesa, responder a las inquietudes rusas y firmar un protocolo de acuerdo. Incluso se habló, en las 24 horas que precedieron los primeros bombardeos rusos del 24 de febrero, de un posible encuentro de última hora entre Vladimir Putin y el presidente de Estados Unidos, Joe Biden. Pero las cosas se precipitaron e ingresamos en este detestable escenario de guerra y de peligrosas tensiones internacionales.

Desde el punto de vista de la armadura legal, el discurso de Putin en la madrugada del día en que las fuerzas rusas iniciaron la guerra en Ucrania trató de apoyarse en el derecho internacional para justificar su «operación militar especial». Cuando anunció la intervención Putin sostuvo que, “basándose en la Carta de Naciones Unidas”, y teniendo en cuenta la demanda de ayuda que le formularon los “gobiernos” de las “repúblicas de Donetsk y Lugansk”, y el “genocidio” que se estaba produciendo contra la población rusohablante de estos territorios, había ordenado la operación… Pero eso es apenas un atuendo jurídico, un andamiaje legal para disculpar el ataque a Ucrania. Por supuesto, se trata claramente de una intervención militar de gran envergadura, con columnas acorazadas que penetraron en Ucrania por al menos tres puntos: el Norte, cerca de Kiev; el Este, por el Donbass; y el Sur, cerca de Crimea. Se puede hablar de invasión. Aunque Putin sostiene que no habrá una ocupación permanente de Ucrania… Lo más probable es que Moscú, si gana esta guerra, trate de instalar en Kiev un gobierno que no sea hostil a sus intereses y que le garantice que Ucrania no ingresará en la OTAN, además de reconocer la soberanía de las “repúblicas” del Donbass en la totalidad de su extensión territorial (cuando empezó el ataque ruso, Kiev controlaba todavía una parte importante de esos territorios).

Si no se produce una escalada internacional, lo más probable es que el vencedor militar de esta guerra sea Rusia. Por supuesto, hay que ser muy prudente, porque se sabe cómo empiezan las guerras pero nunca cómo terminan… Aunque entre Rusia y Ucrania la diferencia de poderío militar es tal que el probable ganador, en un primer tiempo por lo menos, será sin duda Moscú. Pero desde el punto de vista económico el panorama es menos claro. La batería de brutales sanciones que Estados Unidos, la Unión Europea y otras potencias le están imponiendo a Moscú son aniquiladoras, inéditas y pueden dificultar, por decenios, el desarrollo económico de Rusia, cuya situación en este aspecto es ya particularmente delicada. Una victoria militar en esta guerra, si es rápida y contundente, le podría dar a Rusia, a sus fuerzas armadas y a sus armamentos, un gran prestigio. Moscú podría consolidarse, en varios teatros de conflictos mundiales, en particular en Medio Oriente y en África saheliana, como un aliado indispensable para algunos gobiernos autoritarios locales y en el principal proveedor de instructores militares y, sobre todo, en el principal vendedor de armas.

¿Por qué la OTAN no tuvo en cuenta estos repetidos reclamos? Misterio…

Todo esto hace más difícil entender por qué Estados Unidos no hizo más para evitar este conflicto. Ese es un punto central. ¿Qué gana Washington con este conflicto? Para Biden, esta guerra puede resultar una distracción mediática respecto de sus objetivos estratégicos. Su situación no es fácil: lleva un año de gobierno mediocre en política interna, no consigue que el Congreso apoye sus proyectos, no logra una mejora palpable de las condiciones de vida después de la pandemia de Covid-19, ni una corrección de las desigualdades… Y en política exterior sigue manteniendo algunas de las peores decisiones de Donald Trump, y ha dado una serie de pasos en falso, como la precipitada y calamitosa retirada de Kabul. Puede que esto lo haya llevado a buscar no comprometerse con una estrategia más decidida para evitar una guerra en Ucania que se veía venir… El resultado es que probablemente Estados Unidos -y las demás potencias de la OTAN- terminen perdiendo a Ucrania, que se alejaría de su esfera de influencia.

La posición de Washington resulta tanto más sorprendente cuanto que su gran rival estratégico, en este siglo XXI, no es Rusia, sino China. Por eso este conflicto está envuelto, en cierto modo, en un aire pasado de moda, un resabio de la Guerra Fría (1948-1989). Quizá uno de los objetivos de Washington sea de alejar a Rusia de China implicando a Moscú en un conflicto en Europa, intentando de este modo que China no pueda apoyarse en Rusia, mientras Estados Unidos y sus aliados de la ASEAN y de AUKUS aprovechan para acosar a Pekín en el Mar del Sur de China. Por eso quizá, en este conflicto de Ucrania, China se ha mostrado prudente: no ha reconocido ni apoyado la soberanía de las dos “repúblicas populares del Donbass”. No desea ofrecer un pretexto para que, a su vez, otras potencias reconozcan la independencia de Taiwán. Aunque, al mismo tiempo, podría ocurrir que, a pesar de las enormes diferencias, China se inspire en la decisión rusa de invadir Ucrania para invadir Taiwán… O Estados Unidos podría aprovechar la guerra en Ucrania para argumentar que China se dispone a invadir Taiwán y desencadenar un conflicto preventivo con China. Son hipótesis, porque lo único cierto es que la Historia se ha vuelto a poner en marcha, y la dinámica geopolítica mundial se está moviendo.

La posición de la Unión Europea ha sido débil. Emmanuel Macron, que actualmente es su presidente pro tempore, no consiguió nada con sus gestiones de último momento. En vísperas de la guerra, la idea sobre la que se movilizaron tanto los líderes políticos como los medios occidentales fue decirle a Putin que no hiciera nada, que no diera un paso más, cuando lo razonable hubiera sido analizar sus demandas y sentarse a negociar. En un primer tiempo, el gobierno europeo que actuó de manera más inteligente fue el de Alemania, con su nuevo canciller social-demócrata, Olaf Scholz, a la cabeza. Desde el comienzo, Scholz se mostró favorable a que se estudiasen las demandas de Putin. Pero, en cuanto comenzó la guerra, la postura de Berlín cambió radicalmente. Y la reciente decisión de Scholtz, adoptada por unanimidad en el Bundestag, de rearmar Alemania dedicándole al presupuesto militar una partida excepcional de más de cien mil millones de euros y, a partir de ahora, casi el 3% del PIB, constituye una revolución militar. El rearme de Alemania, primera potencia económica de Europa, trae pésimos recuerdos históricos. Constituye una prueba más, espectacular y aterradora, de que estamos entrando en una nueva era.

Por eso la pregunta sigue siendo por qué Estados Unidos y las potencias occidentales no aceptaron dialogar con Putin y responder a sus reclamos, sobre todo sabiendo que no podían intervenir en caso de conflicto militar. Esto es muy importante. Recuérdese que, en su mensaje de anuncio del inicio de la guerra, Vladimir Putin envió una advertencia clara a las grandes potencias de la OTAN, en particular a las tres que cuentan con armamento nuclear, Estados Unidos, Reino Unido y Francia, recordándoles que Rusia «tiene ciertas ventajas en la línea de las armas de última generación» y que, si atacasen a Rusia, eso «tendría consecuencias devastadoras para un potencial agresor».

¿De qué «ventajas en la línea de las armas de última generación» se trata? Moscú ha logrado, en los últimos años, al igual por otra parte que China, una ventaja tecnológica decisiva sobre Estados Unidos en materia de misiles hipersónicos. Esto hace que, en caso de un ataque occidental contra Moscú, la respuesta rusa pudiera ser, efectivamente, devastadora. Los misiles hipersónicos van a una velocidad cinco o seis veces superior a la velocidad del sonido, o sea a Mach 5 o Mach 6, a diferencia de un misil convencional, cuya velocidad es de Mach 1. Y pueden transportar tanto bombas tradicionales como nucleares… Estados Unidos ha acumulado un importante retraso en este campo, a tal punto que recientemente Washington obligó a varias empresas fabricantes de misiles (Lockheed Martin, Raytheon, Northrop Grumman) a trabajar de manera conjunta, y destinó un colosal presupuesto para recuperar su retraso estratégico con respecto a Rusia, que se calcula en dos a tres años. Pero de momento no lo ha conseguido. Los misiles hipersónicos rusos, calculando la trayectoria, pueden interceptar los misiles convencionales y destruirlos antes de que alcancen su objetivo, lo que le permite a Rusia crear un escudo invulnerable para protegerse. En cambio, los escudos antimisiles convencionales de la OTAN no tienen esta capacidad contra los hipersónicos… Esto explica por qué Putin decidió ordenar la intervención militar sobre Ucrania con la seguridad de que una escalada por parte de la OTAN era muy improbable.

* Periodista, semiólogo, ex director de  Le Monde diplomatique, edición española.

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

FUENTE https://www.eldiplo.org/notas-web/una-nueva-edad-geopolitica/?utm_source=Le+Monde+diplomatique&utm_campaign=383dca6c61-EMAIL_CAMPAIGN_2022_12_01_06_01_COPY_01&utm_medium=email&utm_term=0_-e1114dfe68-%5BLIST_EMAIL_ID%5D&mc_cid=383dca6c61&mc_eid=c31afdb811 

Dossier Geopolitico publica la amplia entrevista al politólogo ruso, TIMOFEY V. BORDAČЁV, máximo exponente del Club Valdai, sobre las perspectivas potenciales de Moscú en las relaciones con otras potencias regionales y extrarregionales. Efectuada al medio Italiano: Dissipatio.it

El futuro de Rusia en la comunidad internacional es muy incierto. Actualmente, no existe una alianza efectiva con China y no parece que la situación esté destinada a cambiar, mientras que Suecia y Finlandia pretenden ingresar en la OTAN (aunque por el momento, sobre todo en el caso de Suecia, el proceso de adhesión se ha ralentizado). por los desacuerdos con Turquía). Helsinki, entre otras cosas, ha comenzado a construir un muro en la frontera con la Federación Rusa. En definitiva, la crisis con Occidente será muy larga. América del Sur, India, Turquía y el mundo musulmán en general permanecen: Moscú podrá crear un nuevo orden mundial multipolaro al menos para fortalecer y estabilizar sus relaciones geopolíticas con estos países? Para despejarnos, le pedimos una evaluación a Timofej V. Bordačёv , politólogo ruso y destacado exponente del Valdai Club, un think tank considerado muy cercano a las posiciones del Kremlin.

– ¿ Es el aislamiento del que tanto se habla estos días lo que le espera a Moscú en el futuro?

El término “aislamiento” no es aplicable en este caso. Al ser un país muy grande, Rusia puede proporcionar de forma independiente su propio sustento. Además, Rusia disfruta actualmente de excelentes relaciones comerciales y económicas con otros países. A diferencia de los países europeos, que son demasiado pequeños para ser completamente autosuficientes, al ser un país muy heterogéneo, Rusia no necesita ninguna alianza . Dispone de grandes recursos, un sector de defensa eficiente, un amplio mercado interior, una agricultura muy desarrollada, etc. La población no es tan grande como uno quisiera, pero la situación no es trágica. Por lo tanto, para seguir desempeñando un papel importante para Rusia, basta con comerciar con otros países.

Las cuestiones cruciales sobre el futuro de Rusia son de carácter interno : el tipo de intervención del Estado en la economía de mercado y en el libre mercado, la multietnicidad de sus regiones y las relaciones socioeconómicas entre sus ciudadanos. Por otro lado, estos problemas son comunes a muchos otros países y no están relacionados con la actual agresión de Occidente contra Rusia. En Europa, el problema de la multietnicidad ya no es actual: de hecho, hace mucho tiempo que todas las minorías han sido reprimidas y privadas de derechos políticos y de la posibilidad de utilizar sus propias lenguas.

-Rusia y Asia Central. Estoy de acuerdo con lo que dices, que es que será muy difícil que cualquier potencia ocupe el lugar de Rusia en esta arena geopolítica. Por lo tanto, me gustaría preguntarle si el conflicto ucraniano afecta el papel geopolítico de Rusia en esta región considerando, entre otras cosas, la reciente crisis con Armenia en la OTSC.

Personalmente, me gustaría que China asumiera más responsabilidad en Asia Central., aunque sus inversiones en esta región, si se comparan con inversiones en otros continentes como África, son muy pequeñas. En 2022, aumentó el comercio entre Rusia y los países de Asia Central. Naturalmente, estos tienen miedo de volverse demasiado dependientes de Moscú y, por lo tanto, también intentan tener excelentes relaciones con otros países, equilibrando así la influencia de Rusia, China, India y Europa. Para EE. UU., Asia Central es una pesadilla geopolítico-estratégica. A diferencia de otros territorios en esta zona es imposible enviar armas. Así que es mucho más difícil intervenir destruyendo estados y fomentando el radicalismo, lo que Estados Unidos hace en todo el mundo. El transporte de armas solo sería posible a través del Mar Caspio, pero esto es muy difícil y costoso.

En lo que a Kazajstán se refiere, hay que considerar que es un país muy complejo: el gobierno y la clase política en general son muy inestables, la brecha entre los ingresos y el nivel de pobreza (según los valores de estas regiones ) son muy altos. Por todas estas razones, creo que no es muy conveniente que Rusia intervenga como en enero del año pasado. Por otra parte, es muy probable que todavía se vea obligada a hacerlo; a diferencia de Occidente, Rusia no abandona a sus aliados en tiempos difíciles.

Sería beneficioso para Rusia si China mostrara más solidaridad con los países de Asia Central. Sin embargo, estas regiones no son de mucho interés para Beijing dado que: su población es bastante pequeña, se habla de un total de 77 millones de personas (basta considerar que solo Vietnam tiene una población de 99 millones de personas), su mercado interno no es muy desarrollados y por tanto poco rentables para China, Pekín también teme a los musulmanes dadas las graves dificultades para gestionar a los uigures y, por último, todos estos países se caracterizan por una fuerte sinofobia (especialmente Kirguizistán y Kazajstán).

Aunque el acuerdo entre la EEU ( Unión Económica Euroasiática ) y la República Popular China para el desarrollo industrial de estas regiones se firmó en 2018, hasta ahora no ha pasado nada significativo y es muy poco probable que la situación cambie en el futuro. Rusia por sí sola no puede apoyar y garantizar el desarrollo económico de Asia Central. Alrededor de 3 millones de inmigrantes económicos de estas regiones residen permanentemente en Rusia. Según datos de 2022, esto corresponde al 82% de toda la migración económica. Como ejemplo podemos considerar el caso de Kirguistán : el 40% del presupuesto de este país, es decir, la capacidad de pago de sus ciudadanos, está de hecho garantizada por Rusia: esto no puede continuar indefinidamente.

Turquía tiene serios problemas económicos y por lo tanto no puede desempeñar un papel económico y geopolítico significativo en esta región .

-Actualmente hay mucha discusión en Occidente sobre la posibilidad de una tercera guerra chechena. Incluso frente a la contribución chechena al conflicto ucraniano, creo que es muy poco probable que esto suceda en el corto o mediano plazo. ¿Está de acuerdo con esta afirmación?

A Occidente le encanta fantasear. Los chechenos saben bien por lo que pasaron durante las dos guerras de Chechenia. Quienes actualmente ocupan cargos gubernamentales participaron en estos trágicos hechos y los recuerdan bien. Por lo tanto creo que no hay riesgo . En otoño participé en una conferencia muy interesante dedicada al diálogo interreligioso: estoy cada vez más convencido del hecho de que es muy importante para la seguridad de Rusia cultivar el diálogo interreligioso interno .

-¿Existe el riesgo de una guerra con Kazajstán, por ejemplo, en 20-25 años? Tras los hechos del pasado enero, el gobierno kazajo ha cambiado radicalmente su directiva política, haciendo todo lo posible para mostrarse independiente de Rusia. A esto se suma el nacionalismo de las nuevas generaciones y los territorios del este y norte de Kazajstán que podrían configurarse como pretextos territoriales para el conflicto.

Me gustaría subrayar una vez más que un conflicto en Kazajstán es imposible por la razón anterior: la geografía de este país hace que sea imposible suministrar armas y organizar la guerra contra Rusia. En primer lugar, Kazajstán está muy lejos, en segundo lugar, la geografía de este país es demasiado diversa y, en tercer lugar, no es un país muy grande. La verdadera amenaza para la seguridad y la estabilidad de Rusia son las divisiones internas.

-Usted dice que los temas más importantes y urgentes para el futuro de Rusia son de carácter interno y más precisamente socioeconómico. Entonces, ¿qué debería hacer Rusia para resolver estos problemas?

La situación es muy compleja y no es fácil juzgar cuando otras personas son responsables de elecciones tan importantes. Los problemas más urgentes se refieren a la economía de mercado, la atención de la salud y el sistema educativo.

La brecha de ingresos típica de una economía de mercado es demasiado alta. En Rusia tienes los mismos valores que en USA (y esto es malo).

La sanidad pública en Rusia funciona mal y por cierto este problema es común a todos los países desarrollados. En Europa este sector funciona bien solo en Alemania y Suiza. Es muy interesante notar que el número de víctimas del coronavirus en Rusia es el mismo que en los EE. UU., a pesar de que el sistema estadounidense es muy diferente y carece de bienestar.

El sistema educativo necesita una revisión profunda. Después del colapso de la URSS, Rusia comenzó a modificar su sistema de acuerdo con los estándares occidentales. Esto no ha llevado a una síntesis armoniosa entre los diferentes componentes del sistema educativo ruso, sino a la confusión de diferentes modelos y la consiguiente crisis del sistema escolar.

Me gustaría subrayar una vez más que hoy todas las preguntas sobre el futuro de Rusia no deben dirigirse a politólogos o analistas geopolíticos, sino a economistas. El futuro de Rusia depende enteramente de las relaciones socioeconómicas internas . La directiva de política exterior para los próximos 10-15 años es extremadamente clara. En el siglo XVII por Ucrania Rusia luchó 30 años. En ese momento, Rusia y la Commonwealth polaco-lituana lucharon por algunos territorios fronterizos (los de Smolensk y Seversky) que se habían convertido en parte de la estructura estatal rusa en el siglo XVI y los territorios del Gran Ducado de Lituania y Ucrania que pertenecían a Polonia.

-Si los temas más importantes son internos, ¿cómo afecta el conflicto a la dinámica que acabas de esbozar?

A pesar de las fuertes sanciones occidentales, la guerra no ha tenido mucho impacto en la economía rusa hasta el momento. El sistema interno ruso logra hacer frente a estas adversidades dada su especificidad: a diferencia del Imperio Ruso, la Federación Rusa tiene un fuerte estado de bienestar (sistema de pensiones, ayudas estatales para los menos favorecidos, etc.) y a diferencia de la Unión Soviética ejerce ninguna presión ideológica sobre las libertades individuales. En la Rusia contemporánea las libertades individualesestán muy cultivadas. Preciso enseguida que no me refiero a las libertades político-democráticas del individuo, sino a las personales. Para el «hombre ruso» las libertades personales son lo más importante: tener la posibilidad de irse de vacaciones o elegir una profesión sin pedir permiso a nadie. Precisamente por eso, el gobierno ha decidido no cerrar las fronteras (ni siquiera durante la movilización) y, a pesar de las medidas tomadas por los países «hostiles», no ha dejado de expedir visados. Esto es razonable. Al preservarse las libertades individuales, desaparece uno de los pretextos más importantes por los que el poder político puede llegar a odiar al “hombre ruso”. Esta especificidad antropológica consiste en otra matriz que caracteriza fuertemente el futuro del país: los valores tradicionales. Rusia es un país tradicionalmente ortodoxo y, por tanto, la difusión de movimientos como el de género es imposible.

La comparación con la Unión Soviética nos permite considerar otro problema de la Rusia contemporánea: el desarrollo del sector tecnológico civil y, más precisamente, de la aviación civil. A diferencia de la Unión Soviética, la Rusia de hoy tiene serios problemas para construir aviones civiles. Es absolutamente imprescindible aumentar este sector. 

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Autor del Articulo: Sacha Cepparulo; Nacido en 1996 en Magenta, en la provincia de Milán. Tras licenciarse en Filosofía se trasladó a San Petersburgo, donde aún reside, para estudiar Filosofía y Literatura Rusa. Se ocupa de los asuntos del Kremlin para los distintos periódicos en los que colabora.

Publicado en Dissipatio.it el 22/2/2023

Link del Articulo en Italiano: https://www.dissipatio.it/intervista-bordac%d1%91v/?mc_cid=6cceab8f0e&mc_eid=32edf24106

Por Michael Roberts para Sin Permiso

Esta semana, la reunión anual de la élite rica global en el Foro Económico Mundial (WEF) ha vuelto a tener lugar después del interregno del COVID. Los principales líderes políticos y empresariales han volado a Davos en sus aviones privados para discutir el cambio climático y el calentamiento global, así como la inminente recesión económica mundial, la crisis del coste de vida y la guerra de Ucrania.

Su estado de ánimo es aparentemente lúgubre. Dos tercios de los principales economistas encuestados por el WEF creen que es probable que haya una recesión global en 2023, y casi uno de cada cinco dice que es extremadamente probable que ocurra. Los líderes empresariales también están ansiosos: el 73 % de los directores generales de todo el mundo creen que el crecimiento económico mundial disminuirá en los próximos 12 meses. Es la perspectiva más pesimista desde la primera encuesta del WEF hace 12 años.

Justo antes del inicio del Foro en la nieve de la exclusiva estación de esquí de Davos, Suiza, el WEF publicó su Informe de Riesgo Global. Su lectura resulta impactante sobre el estado del capitalismo global en la década de 2020.

El informe dice que: «la próxima década se caracterizará por crisis ambientales y sociales, impulsadas por las tendencias geopolíticas y económicas subyacentes». La crisis del coste de vida se clasifica como el riesgo global más grave en los próximos dos años, alcanzando su punto máximo a corto plazo. La pérdida de biodiversidad y el colapso de los ecosistemas se consideran uno de los riesgos globales por su rápido deterioro en la próxima década y los seis riesgos ambientales están entre los diez principales riesgos en los próximos diez años.

El informe continúa: «La inflación continua impulsada por la oferta y podría conducir a la estagflación, cuyas consecuencias socioeconómicas podrían ser graves, dada una interacción sin precedentes con niveles históricamente altos de deuda pública. La fragmentación económica mundial, las tensiones geopolíticas y una reestructuración más difícil podrían contribuir a la angustia generalizada de la deuda en los próximos 10 años». Señala que «la tecnología exacerbará las desigualdades; mientras que los esfuerzos de mitigación y adaptación climática están diseñados como un sistema de compensación peligroso, a medida que la naturaleza se derrumba. Y «las crisis de alimentos, combustibles y costes exacerban la vulnerabilidad social mientras que la disminución de las inversiones en desarrollo humano erosiona la resiliencia futura».Aparentemente, el riesgo de una «policrisis» se ha acelerado.

¿Qué planean hacer los organizadores del WEF y sus participantes sobre esta «policrisis»? De entrada, el WEF parte de la suposición de que el capitalismo debe sobrevivir, pero la mejor manera de lograrlo es «reformando» el capitalismo para que sea «inclusivo para todos». A Klaus Schwab, cofundador del WEF, le gusta llamarlo «capitalismo de todas las partes interesadas».

Schwab explica: «En términos generales, tenemos tres modelos para elegir. El primero es el «capitalismo de accionistas» («shareholders capitalism»), adoptado por la mayoría de las corporaciones occidentales, que sostiene que el objetivo principal de una corporación debería ser maximizar sus ganancias. El segundo modelo es el «capitalismo de estado» («state capitalism»), que confía al gobierno la dirección de la economía, y es muy popular en muchos mercados emergentes, sobre todo en China. Pero, en comparación con estas dos opciones, la tercera es la más recomendable. El «capitalismo de todas las partes interesadas» («stakeholder capitalism»), un modelo que propuse por primera vez hace medio siglo, posiciona a las corporaciones privadas como fideicomisarios de la sociedad y es claramente la mejor respuesta a los desafíos sociales y ambientales de hoy en día».

Las grandes corporaciones deberían ser los «fidecomisarios de la sociedad» y la principal fuerza para resolver «los desafíos sociales y ambientales de hoy». Pero para ello tenemos que reemplazar el «capitalismo de accionistas» en el que «el enfoque único está en las ganancias, de manera que el capitalismo se desconecta cada vez más de la economía real». Según Schwab, «esta forma de capitalismo ya no es sostenible». Por el contrario, las grandes corporaciones, junto con los gobiernos y las organizaciones multilaterales, pueden desarrollar el «capitalismo de todas las partes interesadas», que, según Schwab, puede «acercándo el mundo al logro de los objetivos compartidos».

Cada año, Oxfam publica su informe anual sobre la desigualdad para que coincida con la reunión del WEF, con el fin de exponer la hipocresía del «capitalismo de todas las partes interesadas». El informe de este año se centra en el aumento de la desigualdad de riqueza e ingresos desde la pandemia. «En los últimos dos años, el 1 por ciento súper rico del mundo ha ganado casi el doble de riqueza que el 99 por ciento restante sumado», dice Oxfam.

Si bien hay casi 8 mil millones de personas en el mundo, poco más de 3.000 eran multimillonarias en noviembre de 2022. Este pequeño grupo de personas amasa casi 11,80 billones de dólares, lo que equivale a alrededor del 11,8 % del PIB mundial. Mientras tanto, al menos 1.700 millones de trabajadores viven en países donde la inflación está superando el crecimiento de sus salarios, a pesar de que las fortunas multimillonarias aumentan en 2.700 millones de dólares (2.500 millones de euros) al día.

El informe anual de riqueza global de Credit Suisse es el análisis más completo de la riqueza personal global y su distribución. El informe de 2022 reveló que a finales de 2021, la riqueza global total había alcanzado los 643,6 billones de dólares, o más de 4,5 veces la producción anual mundial. La riqueza global aumentó un 9,8 % en 2021, muy por encima del promedio anual del 6,6 % registrado desde principios de siglo. Si se excluye el movimiento de las divisas, la riqueza global agregada creció un 12,7%, la tasa anual más rápida jamás registrada.

Este aumento se debe a dos factores: un fuerte aumento de los precios de las propiedades inmobiliarias y un auge del mercado de valores alimentado por el crédito. Así que casi todo este aumento de riqueza fue para los más ricos del mundo. De hecho, en 2020, el 1 % de todos los adultos (56 millones) del mundo poseían el 45,8% de toda la riqueza personal del mundo; mientras que 2,9 millones solo poseían el 1,3 %. En 2021, esa desigualdad empeoró. ¡En 2021, el 1% superior poseía el 47,8% de toda la riqueza personal, mientras que  2.800 millones de personas adultas poseían solo el 1,1 %! Y el 13 % superior posee el 86 % de toda la riqueza.

El informe de Oxfam señala que por cada dólar recaudado en impuestos, solo cuatro centavos provienen de impuestos sobre la riqueza. La falta de tributación de la riqueza es más pronunciada en los países de ingresos bajos y medios, donde la desigualdad es mayor. Dos tercios de los países no tienen ninguna forma de impuesto sobre la herencia de patrimonio y activos que pasan a los descendientes directos. La mitad de los multimillonarios del mundo viven ahora en países sin tal impuesto, lo que significa que 5 billones de dólares se transmitirán libres de impuestos a la próxima generación, una suma mayor que el PIB de África.

Las tasas máximas de impuestos sobre la renta se han vuelto más bajas y menos progresivas, con la tasa impositiva promedio sobre los más ricos cayendo del 58 % en 1980 al 42 % actual en los países de la OCDE. En 100 países, la tasa media es aún más baja, el 31 %. Las tasas de impuestos sobre las ganancias de capital, en la mayoría de los países la fuente de ingresos más importante para el 1% superior, son solo del 18 % en promedio en más de 100 países. Solo tres países gravan más los ingresos del capital que los ingresos del trabajo.

Muchos de los hombres más ricos del planeta hoy en día se salen con la suya pagando casi o ningún impuesto. Por ejemplo, se ha demostrado que uno de los hombres más ricos de la historia, Elon Musk, paga una «tasa impositiva real» del 3,2 %, mientras que otro de los multimillonarios más ricos, Jeff Bezos, paga menos del 1 %.

La respuesta política de Oxfam es gravar a los ricos. Oxfam pide un impuesto de hasta el 5 % sobre los multimillonarios y biillonarios del mundo que podría recaudar 1,7 billones de dólares al año, «suficiente para sacar a 2 mil millones de personas de la pobreza y financiar un plan global para poner fin al hambre». «El objetivo final debería ser ir más allá y abolir por completo a los billonarios, como parte de una distribución más justa y racional de la riqueza mundial».

La pregunta que surge, naturalmente, es hasta que punto es realista esperar que los gobiernos que apoyan el «capitalismo de todas las partes interesadas» introduzcan impuestos más altos sobre la riqueza y los ingresos, y que además acaben con los billonarios a través de impuestos. Eso solo será posible con una lucha masiva para lograr gobiernos de trabajadores que trabajen coordinadamente a nivel mundial. En cuyo caso, ¿por qué esforzarse tanto en gravar a los ricos, en lugar de tratar de poner fin al capitalismo por completo?

Es la misma historia con el cambio climático. La COP 27 la COP 15 fueron «cop-outs» en todos los sentidos a la hora de cumplir incluso el objetivo de la COP de París de limitar las temperaturas medias globales a 1,5 °C por encima de los niveles preindustriales. El año pasado fue el quinto más cálido registrado, con una temperatura media global casi 1,2 °C por encima de los niveles preindustriales, según el programa de observación de la Tierra de la UE.

El año estuvo marcado por 12 meses de extremos climáticos, con Europa registrando su verano más caluroso a pesar de la presencia por tercer año consecutivo del fenómeno de La Niña que tiene un efecto refrescante, según el Servicio de Cambio Climático Copernicus en su resumen anual del clima de la tierra. Al mismo tiempo, las emisiones de gases de efecto invernadero de EEUU aumentaron de nuevo en 2022, situando al país aún más por detrás de sus objetivos en virtud del acuerdo climático de París, a pesar de haber aprobado una amplia legislación sobre energías limpias el año pasado.

Las emisiones mundiales de dióxido de carbono de combustibles fósiles y el cemento aumentaron un 1,0 % en 2022, alcanzando un nuevo récord de 36.600 millones de toneladas de CO2 (GtCO2). Las emisiones «son aproximadamente constantes desde 2015» debido a una modesta disminución de emisiones por el uso de la tierra que equilibra los modestos aumentos del CO2 fósil. Pero recuerde, estos niveles de emisión estables no son suficientes para evitar que el mundo siga calentándose más allá de los límites oficiales. Se necesita al menos una reducción del 50 % en las emisiones para finales de esta década y cero emisiones para finales de siglo.

En cambio, las emisiones de EEUU aumentaron un 1,3 por ciento el año pasado, según estimaciones preliminares de la consultora ambiental Rhodium Group, liderada por fuertes aumentos en los edificios, la industria y el transporte del país. «Con el ligero aumento de las emisiones en 2022, Estados Unidos sigue quedandose atrás en sus esfuerzos por cumplir con su objetivo establecido en el Acuerdo de París de reducir las emisiones de GEI del 50 al 52 por ciento por debajo de los niveles de 2005 para 2030″, escriben los autores. El año pasado, las emisiones de EEUU estaban solo un 15,5 por ciento por debajo de los niveles de 2005.

Pero no se preocupe, el portavoz de EEUU para el clima, John Kerry, estuvo en Davos esta semana para quejarse del lento progreso. Y el ex gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, organizador entre los bancos internacionales de un fondo de financiación climática, también estuvo allí para quejarse del lento progreso. Estoy seguro de que eso conducirá a la acción.

Y luego está la situación de la propia economía mundial. Justo antes de Davos, la jefa del FMIKristalina Georgieva, advirtió que un tercio de la economía mundial se vería afectada por la recesión este año. El FMI estima que el crecimiento del PIB real mundial será de solo del 2,7 % en 2023. Eso no es oficialmente una recesión en 2023, «pero se sentirá como una». Y el FMI volverá a bajar sus previsiones a finales de este mes.«Los riesgos para las perspectivas siguen siendo inusualmente grandes y a la baja».

El pronóstico del FMI es el más optimista. La OCDE estima que el crecimiento global se ralentizará hasta el 2,2 % el próximo año. «La economía global se enfrenta a desafíos significativos. El crecimiento ha perdido impulso, la alta inflación se ha extendido para países y productos, y está demostrando ser persistente. Los riesgos están sesgados al lado negativo». Y la UNCTAD, en su último informe de Comercio y Desarrollo, también proyecta que el crecimiento económico mundial caerá al 2,2 % en 2023. «La desaceleración global dejaría el PIB real todavía por debajo de su tendencia prepandémica, costando al mundo más de 17 billones de dólares, cerca del 20 % de los ingresos del mundo».

El último informe Perspectivas Económicas Globales del Banco Mundial es aún más pesimista. El Banco Mundial estima que el crecimiento global se ralentizará a su tercer ritmo más débil en casi tres décadas, eclipsado solo por las recesiones globales de 2009 y 2020. Será una desaceleración aguda y duradera, con un crecimiento global que disminuirá al 1,7 % en 2023, con un deterioro de base amplia: en prácticamente todas las regiones del mundo, el crecimiento de los ingresos per cápita será más lento de lo que fue durante la década anterior a la del COVID-19. Y esa fue la década que yo llamo la Larga Depresión. A finales de 2024, los niveles de PIB en las economías en desarrollo estarán alrededor del 6 % por debajo del nivel previsto en vísperas de la pandemia.

Además están las crecientes tensiones geopolíticas, no solo el conflicto entre Rusia y Ucrania, sino la creciente «fragmentación» de la economía mundial. La hegemonía estadounidense, construida en torno a la «globalización» y la Gran Moderación de la década de 1980 hasta la década de 2000, ha terminado.

Georgieva está particularmente preocupada. En su mensaje antes de Davos, se queja: «nos enfrentamos al espectro de una nueva Guerra Fría que podría ver el mundo fragmentarse en bloques económicos rivales». Los logros de la globalización podrían ser «desvertebrados». Pero es otro mito que la «globalización» benefició a la mayoría. Georgieva dice que «desde el final de la Guerra Fría, el tamaño de la economía mundial se triplicó aproximadamente, y casi 1.500 millones de personas fueron rescatadas de la pobreza extrema». Pero la mejora en la producción mundial y los niveles de vida que se han logrado se han limitado principalmente a China y Asia Oriental. El crecimiento económico mundial se ha ralentizado desde la década de 1990 y la pobreza no se ha reducido para unos 4.000 millones de habitantes del planeta, mientras que la desigualdad ha aumentado (como se señaló anteriormente).

Georgieva quiere revertir el aumento de las nuevas restricciones comerciales, que es «una peligrosa pendiente resbaladiza hacia la fragmentación geoeconómica desbocada».Ella considera que el coste a largo plazo de la fragmentación comercial por sí sola podría oscilar entre el 0,2 por ciento de la producción mundial en un escenario de «fragmentación limitada» hasta casi el 7 por ciento en un «escenario grave», aproximadamente equivalente a la producción anual combinada de Alemania y Japón. Si se añade el desacoplamiento tecnológico a la mezcla, algunos países podrían ver pérdidas de hasta el 12 por ciento del PIB. La globalización aumentó las desigualdades y no redujo la pobreza; es probable que la fragmentación intensifique esos resultados.

¿Cuál es la respuesta de Georgieva a todo esto? En primer lugar, fortalecer el sistema de comercio internacional. En segundo lugar, ayuda a los países vulnerables a lidiar con la deuda. En tercer lugar, intensificar la acción climática. Resume: «Las discusiones en Davos serán una señal esperanzadora de que podemos avanzar en la dirección correcta y fomentar una integración económica que traiga paz y prosperidad para todos». Algo de esperanza. Davos quiere «reformar» el capitalismo, pero en su lugar va a ir a peor.

Michael Roberts 

habitual colaborador de Sin Permiso, es un economista marxista británico, que ha trabajado 30 años en la City londinense como analista económico y publica el blog The Next Recession.Fuente:

En torno a la guerra de Ucrania se ha forjado un pensamiento único en Occidente, España incluida, falto de crítica, salvo contra Putin

Por Andres Ortega

— Cal, voluntario contra el ISIS en Siria y contra los invasores rusos en Ucrania: “En ambos conflictos veo quién sufre y quién se defiende”

Es sabido que la primera víctima cuando llega una guerra es la verdad. Y estamos ante una guerra, tras la que laten choques de enormes intereses geopolíticos. No se trata de defender lo que está haciendo ese autócrata, asesino y homófobo indefendible que es Putin. Pero en Occidente —España incluida— se ha instalado un pensamiento único respecto a esta guerra (no así en muchas partes del Sur Global). Las críticas que escapan a este pensamiento único las hay —incluido en elDiario.es— pero son escasas. Y, aunque parezca contradictorio, no digamos ya las manifestaciones populares contra Putin, que brillan por su ausencia en la parte occidental de Europa, aunque sí las hay, algunas, en la Europa del Este.

Cuando la invasión de Irak en 2003, las calles de Madrid, Barcelona, París, Berlín, Londres y otras ciudades se llenaron de protestas contra lo que era, también, una acción totalmente ilegal, basada sobre engaños, y estúpida. Pero empieza a haber manifestaciones, también en Alemania, que unen a derechas e izquierdas contra la guerra en sí y sus consecuencias.

Al principio, antes y cuando empezó el 24 de febrero la invasión rusa, hubo cierto interés por debatir cómo se había llegado a esto, si realmente EEUU y sus aliados habían engañado a Gorbachov con la promesa, que luego incumplió Clinton, de que no habría ampliación de la OTAN más allá de Alemania del Este tras la unificación. Y cierro análisis de lo que había pasado en la revolución del Maidán en Kiev en 2013 y 2014, con EEUU muy activos, antes de la ocupación y anexión por Rusia de Crimea, y su avance en el Este del país. Pero ante la brutalidad de la acción militar rusa, el interés analítico ha ido decayendo, a favor del relato. El relato no es la verdad. Y desde Bruselas (OTAN y UE) que ha redescubierto su dependencia estratégica en EEUU (de ahí en parte el pensamiento único) se insiste en ganar el relato, no la verdad. Algo propio de nuestra época de hipercomunicación, pero de falta de información, cuando no de desinformación. Esta es una guerra con escasa información pública y fidedigna.

EEUU y el Reino Unido llevan armando y entrenando a las fuerzas ucranianas desde 2014. Ahora son todos los países de la OTAN, y algunos más, los que están ayudando —con la razón moral en su apoyo— militarmente a las tropas ucranianas, en lo que se ha convertido en una guerra entre Rusia y Ucrania, sí, pero también más allá, de forma indirecta o interpuesta, entre Occidente y Rusia. Eso sí, controlada o limitada (no se entregan a los ucranianos armas capaces de penetrar significativamente en territorio ruso, pero ¿hasta cuándo?). Esta ayuda recibe un amplio apoyo popular en los países europeos, España incluida. También, ¿hasta cuándo? Sobre todo, dado el impacto económico de la guerra y de las sanciones. 

Este pensamiento único predominante lleva a casos de histeria informativa. Como cuando un misil recientemente cayó en el pueblo de Przewodu en la frontera de Polonia con Ucrania, y disparó una alerta porque, si se trataba de un cohete ruso, involucraba a territorio de la OTAN, lo que hubiera supuesto una peligrosísima escalada en el conflicto. Menos mal que la Administración Biden y el propio presidente de EEUU, que tienen la mejor información sobre esta guerra a través de varios sistemas, pidió calma y acabó concluyendo que se había tratado de un misil antiaéreo ucraniano extraviado. 

Estas actitudes tienen mucho que ver también con el hecho de que, al menos en Europa Occidental, ya son varias las generaciones que no habían vivido una guerra en su suelo o cercanía, como si se hubieran olvidado las terribles guerras yugoslavas que empezaron en 1991 y duraron casi una década.

Este pensamiento único se ha reflejado, por ejemplo, en la calificación por el Parlamento Europeo de Rusia como “Estado promotor del terrorismo”. En el olvido han quedado los bombardeos alemanes a Londres, los de los aliados a Dresden y otras ciudades, o a Belgrado y la embajada china en 1999. Tenemos que volver a pensar la guerra, en estos tiempos nuestros supuestamente tan digitales y livianos.

Una de las pocas voces progresistas, que no extremistas, y críticas en EEUU, la de Jeffrey Sachs, director del Centro de Desarrollo Sostenible de la Universidad de Columbia, decía recientemente: “La Unión Soviética terminó, y a algunos líderes estadounidenses se les metió en la cabeza que ahora existía lo que llamaban el mundo unipolar, que Estados Unidos era la única superpotencia, y que podíamos dirigir el espectáculo. Los resultados han sido desastrosos. Llevamos ya tres décadas de militarización de la política exterior estadounidense. Una nueva base de datos que mantiene Tufts acaba de mostrar que ha habido más de 100 intervenciones militares por parte de Estados Unidos desde 1991. Es realmente increíble.” Para Sachs, ha faltado, ha fallado, la diplomacia, a la que habrá que volver, a la que, de hecho, se está volviendo, discretamente ya. Pues como bien vio ese gran pensador de la guerra que fue Clausewitz, la política, el intercambio político sigue durante la fase militar.

El presidente Zelenski ha demostrado valentía. Ante la invasión, EEUU ofreció sacarlo de Kiev, a lo que se negó. Pero, a pesar del relato, cada vez se habla más de una negociación, que puede tardar pues ante ella cada parte quiere estar fuerte sobre el terreno militar. En una negociación Ucrania y Rusia, habrán de ceder ambas, habrán de aceptar un coste. De momento, Zelenski, que no carece de irresponsabilidad, se muestra inflexible, rechaza toda idea de negociación (también Moscú) exigiendo lo máximo: la integridad territorial para Ucrania, Crimea incluida, la entrada en la UE (ya se le ha abierto la puerta), el eventual ingreso en la OTAN, a lo que al principio había renunciado en aras de una cierta neutralidad garantizada por las otras potencias, y reparaciones pagadas con el dinero que se ha congelado a Moscú en los bancos centrales occidentales (algo que muchos países del Sur Global han visto con temor por si un día les toca a ellos). 

No es solo Zelenski, sino que la perspectiva de una negociación va a dividir a los europeos. Ya se divisan dos Europa, la Vieja y la Nueva, como ante la guerra de Irak, aunque no exactamente igual que entonces. Tiene mucho que ver con la historia y la proximidad a Rusia, además de con los diferentes intereses geopolíticos.

Ello cuando algunos de los republicanos de EEUU se plantean recortar la ayuda a Ucrania. Su partido controlará a partir de enero la Cámara de Representantes.

Pese a lo que se diga ahora será una negociación entre Washington y Moscú, aunque formalmente lo sea con Kiev. Cuando llegue ese momento de una negociación para una paz, aunque no sea para una solución definitiva, la línea de pensamiento único se quebrará. Y es necesario que lo haga para preparar un futuro mejor que el que se anticipa.

FUENTE elDiario https://www.eldiario.es/opinion/zona-critica/pensamiento-unico-ucrania_129_9751364.html

El 1 de Julio del 2022 fui convocado por el Periodista Alfredo Guruceta para hacer un análisis de la situación Internacional para su programa “Con Sentido Común”; para el Canal “C” de Córdoba, que se transmite por la señal de Cablevisión.

También estuvieron enfocando otros temas los panelistas Agustin Pizzichini, Prof Cristian Garcia del Alamo.

Mi opinión, se encuentra a partir del minuto 41 y 33 segundos, en la cual expusimos que la situación actual no debe confundirse con una Crisis Grave Internacional, sino que estamos ante la presencia de algo mucho mayor: “un cambio sistémico” que no es lo mismo, y que el mismo se ve reflejado en los cambios de poder hegemónicos mundiales y la transferencia de ese Poder al llamado “Sur Global” en detrimento del dominio que ejercía hasta ahora unilateralmente occidente  con distintos hegemones durante mas de 2 siglos pero siempre occidentales. Vivimos tiempos de cambios profundos y se avizora un nuevo tiempo -si lo sabemos administrar y conducir correctamente- para América del Sur

Lic, Carlos Pereyra Mele

Director de Dossier Geopolitico