La victoria apabullante de los laboristas en la elección parlamentaria anticipada es una derrota histórica para los conservadores, pero no despeja ninguna de las incertidumbres que acechan al reino
Por Eduardo J. Vior
analista internacional especial para Dossier Geopolitico
El avasallante triunfo electoral del Partido Laborista en la elección anticipada para el Parlamento británico expresa el cansancio generalizado con 14 años de desmanejo y promesas incumplidas por los conservadores. Sin embargo, para conquistar la mayoría, los laboristas formularon intencionalmente un programa impreciso que ahora deberán llenar de contenido. Como la situación del reino no da para medias tintas, cada decisión gubernamental va a implicar optar sobre la alocación de fondos escasos. El síndrome de la frazada corta puede terminar rápidamente el idilio entre la mayoría electoral y el gobierno.
El rey Carlos III recibió esta mañana al líder laborista Keir Starmer, para designarlo primer ministro
El Partido Laborista británico ha obtenido una amplia mayoría en las elecciones británicas de 2024. Su líder, Keir Starmer, ya se reunió esta mañana con el rey Carlos III, quien le encargó la formación inmediata de gobierno. Ahora debe ser ratificado por el Parlamento. Su triunfo se apoyó en la cantidad de votos que obtuvo en el área metropolitana de Londres y en su expansión territorial que le permitió vencer en numerosas circunscripciones del centro y norte del país. También en el sur de Escocia conquistó un gran triunfo a costa de los nacionalistas del SNP que perdieron muchos distritos.
A este triunfo contribuyeron, por un lado, el cansancio de los votantes tras 14 años de gobierno conservador caracterizados por el aumento de la desigualdad, el desgobierno y el desorden político y administrativo y, por el otro, un programa y un liderazgo laboristas intencionalmente vagos que han logrado sugerir un cambio que nadie sabe en qué consiste.
La victoria aplastante de los laboristas pone punto final a cinco años tumultuosos en la política británica. Un periodo en el que se produjeron la pandemia, la guerra de Ucrania y una elevada inflación y en el que hubo nada menos que tres Primeros Ministros conservadores, dos de los cuales dimitieron en medio de grandes escándalos. La más efímera de ellas, Liz Truss, sólo duró 49 días en el cargo, después de que sus recortes fiscales sin financiación provocaran la convulsión de los mercados financieros.
Boris Johnson -que ganó las últimas elecciones de diciembre de 2019 con una saludable mayoría de 80 escaños- fue expulsado después de que se revelara que había incumplido sus propias leyes de bloqueo de Covid al organizar fiestas en las oficinas de Downing Street.
Los votantes británicos no eligieron directamente a un nuevo líder el jueves. Según el sistema parlamentario del Reino Unido, los votantes eligen a sus representantes locales para la Cámara Baja del Parlamento, la Cámara de los Comunes.
El jueves estaban en juego 650 escaños parlamentarios, cada uno de los cuales es ocupado por un diputado (MP) en la Cámara de los Comunes. Para que un partido consiga la mayoría absoluta en los Comunes, debería obtener al menos 326 escaños, más de la mitad de los disponibles. El partido que lo consiga formará el próximo gobierno, y su líder se convertirá en Primer Ministro. Con el resultado obtenido ayer Labour tiene una mayoría cómoda para gobernar.
Gracias a la participación más baja en 20 años (60%), habiendo obtenido apenas 1,7% de votos que en la elección de 2019, el Partido Laborista alcanzó un triunfo arrasador, ganando 214 escaños más de los que tenía. Paralelamente, los conservadores perdieron 251 diputaciones, pero sus votos se dispersaron hacia el nuevo Reform UK, de ultraderecha, los Liberal-Demócratas (que sumaron 63 bancas, llegando a 71), los laboristas y los no votantes. También el Partido Nacional Escocés (SNP, por su nombre en inglés) perdió muchos votos –sobre todo en el sur de Escocia- que fueron a los laboristas.
En el Reino Unido rige el sistema de mayoría relativa (first-past-the-post), según el cual los votantes eligen sólo a un candidato por circunscripción que obtuvo la mayor cantidad de votos, no importa cuántos. Así, puede obtener el mandato alguien que sólo cosechó 25% de los votos, mientras que los demás quedan afuera. Este sistema excluyente de mayoría y minoría concentra la representación en los dos partidos mayoritarios, les da una representación que no se corresponde con la cantidad de votos obtenida y favorece los comportamientos tácticos de los votantes.
Al mismo tiempo, puede suceder que un partido tenga una gran votación, como ha sucedido con el ultraderechista Reform UK, dirigido por el líder del Brexit, Nigel Farage, que obtuvo 14% de los sufragios, pero que por su distribución geográfica no le den muchos parlamentarios. De hecho, Reform UK ha conquistado sólo 4 bancas.
El sistema electoral deforma la relación entre la cantidad de votos obtenida por un partido y la cantidad de mandatos parlamentarios
Starmer fue elegido por los miembros del partido para liderar a los laboristas en 2020, justo después de que el partido sufriera su peor derrota en unas elecciones generales en 85 años. Inmediatamente declaró que su misión era hacer que el partido volviera a ser “elegible”. Para ello, ha congelado metódicamente a los elementos del ala socialista que dirigió el partido bajo el anterior líder Jeremy Corbyn y éste mismo fue excluido hace dos meses. Corbyn se presentó, entonces, como candidato independiente en su histórico distrito de Islington North (Gran Londres) y fue reelecto. Por el contrario, en Rochdale (cerca de Manchester) fracasó George Galloway, otro ex laborista, quien se presentó con su Partido de los Trabajadores. Galloway había conquistado la banca en febrero pasado en una elección intermedia, pero la perdió ahora a manos de su competidor laborista.
La distribución del voto por circunscripciones muestra algunos patrones tradicionales: por ejemplo, los conservadores predominan en el sur y en el este del país, ls laboristas, en tanto, en la región londinense y en los desindustrializados oeste y norte. Sin embargo, los conservadores han perdido el centro a manos de los laboristas e importantes circunscripciones del sur fueron al Reform UK o a los Liberal Demócratas. La amplia distribución geográfica del voto laborista es uno de los secretos de su triunfo.
Tanto el giro del partido hacia el centro como su orientación proisraelí le han costado algunos votos en determinadas circunscripciones. Tanto en el área londinense como en el noroeste se hizo sentir la repulsa de los dos millones de musulmanes contra la política anti palestina de Starmer. Si bien ninguna de estas manifestaciones regionales hizo peligrar el triunfo laborista, dan una señal sobre lo que puede acontecer, si el nuevo gobierno no resuelve rápidamente los acuciantes problemas sociales del país.
Además de los acuciantes problemas internos (reforma del sistema de salud, saneamiento de la infraestructura y los transportes, del sistema escolar, de las finanzas comunales, de la asistencia social y mejoramiento de la seguridad pública), que insumirán los escasos recursos disponibles, el nuevo gobierno se enfrenta con una sobrecargada agenda de política exterior.
El cambio de gobierno no supondrá un giro de 180 grados sobre el Brexit, ya que el nuevo primer ministro ha descartado volver al mercado único y la unión aduanera con la UE o reintroducir la libre circulación de personas.
Más difícil será la toma de decisiones sobre la política hacia Europa Oriental. Los conservadores embarcaron a Gran Bretaña en la tradicional política de cerco a Rusia heredada del Imperio. Para ello construyeron alianzas estratégicas privilegiadas con los países escandinavos, los bálticos, Polonia y Rumania. Impulsaron cuanto pudieron la guerra en Ucrania con armas, personal y apoyo político y financiero. Lograron arrastrar detrás suyo a los aliados occidentales, pero el emprendimiento es un fracaso y se avecina una derrota estruendosa. Starmer deberá, entonces, hallar un modus vivendi con Rusia sin abandonar a sus aliados orientales. Difícil, pero no imposible.
Londres se comprometió ciegamente con Israel y en la desestabilización del Cáucaso y Asia Central, pero el tejido de alianzas urdido por Rusia, China e Irán lo dejó casi sin interlocutores e involucrados en la defensa de un Netanyahu sin salida. Después de que el candidato Starmer se negó a pedir un alto el fuego en Gaza, le será difícil salirse de esa madeja, pero deberá evaluar riesgos: los dos millones de musulmanes que habitan el reino apoyan a Palestina y en circunscripciones del Gran Londres y en el norte del país los candidatos independientes de esa confesión sacaron muchos votos a los laboristas.
Fue fácil en 2021 desplazar a Francia del negocio con Australia para la construcción de tres submarinos nucleares, en realidad un arreglo norteamericano en el que los británicos sólo ponen los motores de Rolls Royce, y firmar el acuerdo AUKUS con Canberra y Washington, pero es muy difícil cumplir con la parte que toca a los isleños, cuando la flota de submarinos nucleares está obsoleta, faltan buques y tripulaciones y no hay fondos para remplazarlos. Si el nuevo gobierno atiende a la demanda de los votantes por mejorar la salud, la educación, la asistencia social y la infraestructura, no le quedarán medios para invertir en defensa y deberá resignar posiciones en el Atlántico Sur y el Antártico.
Cambiando primer ministro los conservadores se fueron adaptando a los sucesivos gobiernos norteamericanos, pero es menos probable que un gobierno laborista pueda amoldarse a un futuro presidente Trump.
Los laboristas han hecho campaña criticando mucho a los conservadores y prometiendo poco. Sin embargo, el líder laborista ya recibió este viernes del rey el encargo de formar gobierno y el Parlamento lo elegirá seguramente a principios de la semana. No gozará de los famosos 100 días de tolerancia. Ya no basta con consignas huecas.
La cuestión general que, según los expertos de los principales ámbitos políticos, están eludiendo tanto los conservadores como los laboristas es la más importante de todas: el dinero. Desde hace 45 años las exenciones impositivas y los subsidios a las empresas han agravado la desigualdad y las privatizaciones de servicios públicos e infraestructura han desmejorado las condiciones de vida de las poblaciones trabajadoras y de clase media. Sólo Londres crece gracias a los servicios financieros concentrados en el área metropolitana, pero el resto del país ha retrocedido a los niveles de hace noventa años.
Los laboristas asumen sin programa ni conducción clara el gobierno de un reino fallido que aún no ha reencontrado su lugar en el mundo. Que algo salga bien en Broken Britain (Gran Bretaña rota) sería casi un milagro.
Por el desborde del río Severn en Worcester, en el oeste del país, como resultado de la falta de obras hidráulicas, las aguas inundaron la ciudad. Aquí se ve un cisne bogando plácidamente al lado de un cesto de residuos.