Por Gustavo Barbarán Salta Argentina

Generosos lectores de columnas de opinión advirtieron la conveniencia de algunas precisiones sobre aspectos abordados en mis dos últimas -«Salta y las regiones ante el modelo liberal-libertario» (25/01/24) y «Es hora de planificar una demografía salteña» (17/02/24) -; y quizás en otras precedentes, variaciones sobre la misma temática: geopolítica y geoestrategia con óptica salteña, si se me permite. Me considero dentro de una larga lista de quienes reivindicamos la geopolítica como reaseguro para un extenso país bicontinental… si la terminamos de diseñar.

Aceptadas de plano las atinadas sugerencias, en verdad hay conceptos -y contextos- que no debiera dar por sobrentendidos, ya que la reflexión geopolítica sigue ajena a los debates políticos y radares de las dirigencias.

Con afán aclaratorio y sentido de recopilación integradora de distintos tópicos, procuraré reseñar las bases conceptuales de un pensamiento construido durante años de esfuerzo intelectual (caótico, por tramos), en la línea frondiciana de pensar como hombres de acción y actuar como hombres de pensamiento.

Estado y territorialidad

Empecemos reiterando lo básico: la geopolítica -define Jorge Atencio- concibe al Estado como un fenómeno espacial, un organismo geográfico, que interpreta la realidad en función de los elementos que son su objeto (política, población, espacios físicos, recursos). «No hay Estado sin territorialidad», agregaba Alberto Methol Ferré, pues el Estado se «politiza» desde que un grupo humano lo ocupó legítimamente, ejerciendo su soberanía. Dicho sea de paso, esta concepción resulta absolutamente incompatible con lo anarco – capitalismo libertario, su antítesis.

La geografía también es referencia de la geoestrategia, que incide en un diseño político. Para quien escribe, la geopolítica debe ser única y nacional. Los cuatro «imperativos geopolíticos» propuestos por Javier Jordán justifican la escala nacional: 1- alcanzar y mantener un nivel adecuado de poder relativo, 2- mantener la unidad territorial, 3- proteger las fronteras y 4- asegurar las conexiones externas.

Por su parte, la geoestrategia es susceptible de abordaje subnacional, centrada en un contexto témporo-espacial determinado (por ejemplo, Salta en su relación con el NOA, Norte Grande y Zicosur).

La crisis del eurocentrismo

Desde que surgió el Estado moderno con la Paz de Westfalia hace más de tres siglos, no hay una geopolítica «mundial», variando sí la forma e intensidad en que históricamente los países consolidaron sus respectivas potencialidades. Se ha dicho con acierto que hay tantas geopolíticas como sistemas estatales en conflicto; y eso hoy está a la vista.

En el proceso de elaboración de un proyecto geopolítico perdurable, cada Estado encara un estudio concienzudo de la historia y geografía mundiales para encuadrar el suyo. Esa visualización amplia requiere análisis detallados de la geografía nacional, su historia y contexto regional (Suramérica, por caso). Es, pues, un proceso de construcción política inacabable, que se mantendrá en el tiempo con coherencia y perseverancia.

Relaciónense los basamentos precedentes descriptos con nuestro mundo en fase multipolar, afirmada cada día. Las grandes potencias se comportaron siempre como si solo ellas pudieran «ejercer» la geopolítica. Eso instalan diariamente los grandes mass media y centros académicos occidentales, apostando a una bipolaridad sino-norteamericana que arrastre a los aliados históricos donde quiera se sitúen.

Si los conflictos de Ucrania y Gaza no se resuelven, quizás ocurra por la lógica westfaliana con que todavía se abordan. En efecto, aquel esquema surgido en 1648 impuso un orden eurocéntrico basado en el equilibrio de poderes entre grandes potencias, el cual, pese a colapsar en 1914, mantuvo su esencia en el diseño de Naciones Unidas, cuyo esquema de seguridad colectiva claramente fracasó.

Geopolítica y poder

A su vez, el escenario de continentalización constituye un proceso histórico con hitos como el triunfo del norte industrialista en la cruenta guerra civil norteamericana. Figuras como F. List y A. Hamilton (promotores de la industrialización de las economías nacionales), A. de Tocqueville, F. Ratzel (y su «ley de los espacios crecientes»), entre tantos, lo vaticinaron. Methol lo explicó con solvencia.

Entre 1750 y 1850, Europa incorporó el capitalismo en la historia universal, a partir de las sucesivas revoluciones industriales. Sólo un selecto grupo de países logró industrializarse plenamente y aprovechar el proceso de acumulación de capital, transformándose en superpotencias mundiales. Los países que no subieron a ese tren, como Argentina, tendrán que redoblar esfuerzos e imaginación en tiempos de la cuarta revolución industrial, impulsada por una etapa globalizadora enancada en la inteligencia artificial.

Todos los países manifiestan alguna visión geopolítica, producto de la acumulación de poder obtenida con el tiempo, partiendo del común denominador territorio, población, gobierno; cuanto más grandes y sostenibles esos elementos, más poder se exhibe y ejerce (aunque no siempre y en todos los casos).

Los pocos que superaron el «umbral industrial» compiten en el control de los asuntos internacionales, sostenidos por una geopolítica eficaz para sus intereses, atentos a los cambios en la estructura de poder mundial a medida en que ocurren (a mi criterio, tres veces en el siglo XX: el colapso del orden eurocéntrico en 1918, ascenso de Deng Xiaoping al poder en 1978, la implosión de la URSS a fines de 1991).

Difícil que una potencia de segundo o tercer orden tercie en asuntos mundiales sin construir poder nacional, o sea acumulación sostenida de los recursos tangibles e intangibles de que dispone todo país. Para consolidar y resguardar intereses permanentes, tal constructo requiere su previa identificación y definición de prioridades, lo cual requiere consenso social amplio y planificación estratégica.

No se trata solo de acumular recursos: de qué valen las costas marinas, ríos, bosques, praderas, minerales, sin un plan de desarrollo acorde a su calidad y cantidad, orientado hacia una precisa visión geopolítica nacional.

Para sostener ese poder nacional es muy necesario ordenar las variables macroeconómicas; pero más importante aún movilizar un aparato productivo que empareje desequilibrios internos, garantice institucionalidad, salud, educación, seguridad interna y despliegue defensa disuasoria.

Argentina y el Norte Grande

En la Argentina subyace, a mi criterio, una presunta geopolítica respaldada en su vasta geografía y recursos naturales, más insinuada que concretada en políticas de estado. Bicontinental y marítima, con destino de polo suramericano, Salta y la Región del Norte Grande deben jugar un papel de conexión y vertebración continental. «Apenas» nos falta acomodar la política y economía nacionales en dirección de esa meta. De nuevo, un proyecto anarco – libertario está en su antípoda.

Respetuosamente exhorto a las dirigencias políticas y sociales salteñas a involucrarse, si no lo hicieron ya, con la geografía económica moderna. Precisamente, el Premio Nobel Paul Krugman analizó los patrones de la «nueva geografía económica», en diferentes escalas territoriales, se trate de regiones, áreas metropolitanas o grandes ciudades, y cómo inciden en el desarrollo regional la demografía y las redes de transporte y comunicaciones. Con esta mención se entenderá mejor la significancia del corredor bioceánico, el litio, el nodo logístico Güemes y sus incidencias en el destino salteño y del Norte Grande.

Fuente: El Tribuno https://www.eltribuno.com/salta/opiniones/2024-3-1-0-0-0-estrategia-y-geopolitica-lo-que-seguimos-ignorando

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