POR JOSÉ CANDELA OCHOTORENA

Desde los tiempos del neolítico, superado el nivel tribal, las comunidades humanas más extensas que se van creando no surgen de la autoorganización. En los tiempos modernos la forma de gobierno ha sido el Imperio militar y comercial, sustentado en una cultura superadora, aunque heredera, de las formas teocráticas. El final del Imperio español no alumbró el de Holanda, ni el de Francia, principales rivales de la monarquía española, si no el de Gran Bretaña, el pirata de los mares, y el final de la hegemonía británica, no abrió el camino a Alemania o la URSS, la heredó Estados Unidos. Ningún fin de ciclo global ha sido pacífico, hasta hoy. Si comparamos el inicio de la novela “Los hijos de la medianoche”, que narra el final de la dominación británica en la India, con el capítulo de la serie “The Crown” dedicado al mismo día observamos una considerable diferencia, en la serie televisiva casi desaparece la violencia de más de veinte millones de personas desplazadas, y obligadas a cambiar de país, con que comienza el relato de Salman Rushdie. Más allá del cotilleo implícito en el éxito de la serie sobre la familia imperial británica, se encuentra la cultura global del Imperio Americano, que ha extendido nuestro foco de atención al conjunto del planeta, a través de una ilustración televisiva edulcorada. La televisión, tal y cómo nos la ofrecen desde la visión dominante, banaliza las tragedias; como las matanzas de civiles palestinos a manos del equipadísimo ejército israelita, donde las imágenes destacan al soldado con su equipo frente a los edificios en ruinas, y difuminan a las víctimas. Solo así comprendemos que los gobiernos de varios países europeos se sumen a la retirada de las subvenciones a la UNRWA, lo que les convierte en cómplices del genocidio, mientras que la protesta en las calles de Europa no desborda los límites.

EEUU supo aprovechar las circunstancias de los judíos en 1948, y ahora los necesita aún más cuando inicia la decadencia

Sin embargo, la geopolítica indica que Gaza señala las secuencias de la caída del Imperio Americano, primero fue militar, en Afganistán, ahora se hunden los mensajes willsonianos, de anticolonialismo y derechos humanos, porque, evidentemente, tras lo que estamos viendo, la bandera USA no podrá enarbolarse en la zona sin peligro de incendio. Desgraciadamente, varias decenas de miles de palestinos no podrán estudiar ese capítulo de la historia del presente. Los que sobrevivan, se asombrarán de que el único firme apoyo que tuvieron vino de una nación, Sudáfrica, a 7.000 kilómetros de distancia, aunque unida a ellos por el sufrimiento del “apartheid”, más la de un país musulmán de obediencia chiita que, en su propio territorio, persigue a sus mujeres, las cuales luchan por la igualdad y la autonomía personal. Circunstancias que nos deben hacer reflexionar sobre la tremenda complejidad de la geopolítica global en los tiempos de la cuarta revolución industrial y el desafío climático. 

Sobre el país agresor, del cual se prohíbe hablar en occidente, el sionismo agrupa a personas que, junto con los gitanos, han sufrido la peor persecución y genocidio del siglo XX en Europa, y que son ahora los guardianes del Imperio en los territorios árabe y de los persas, que albergan las mayores reservas en petróleo y gas que alimentan la civilización del capitalismo industrial. Los soldados israelitas han sumido de tal forma su función en los engranajes del Imperio, que proyectan sus rencores matando a los campesinos que habitaban las tierras de Palestina, donde fueron desterrados cómo judíos en 1945. Destierro sentenciado por los países de Europa donde habían vivido durante siglos, que no quisieron aceptarlos. 

En su trabajo de custodios Israel juega con ventaja, porque solo ellos tienen acceso a las armas desarrolladas por el capitalismo en el siglo XXI. El escenario de conflicto es un espacio geográfico y cultural, donde las identidades aún transitan desde la religión y el tribalismo hacia la construcción nacional. Un territorio inflamable, donde el poder militar es la única razón. EE. UU. supo aprovechar las circunstancias de los judíos en 1948, y ahora los necesita aún más cuando inicia la decadencia. La evidencia del colonialismo que no cesa niega el humanismo de los relatos de su modo de vida, y su liberalismo ya no engaña a nadie. Sudáfrica y la ONU en pleno lo han puesto en evidencia, exigiendo el fin de las matanzas en Gaza; una muestra evidente del dominio sin derecho que allí se ejerce. Pues solo apoyan a Washington los países que, bajo su protectorado, aspiran a seguir monopolizando las riquezas del planeta [i].

Estados Unidos es una potencia capaz de destruir el mundo, pero la destrucción global también los incluiría a ellos, por lo que están en declive

Para el momento presente, ni la ONU tiene competencias para obligar a EE UU e Israel, ni los países que compiten con EE UU por el gobierno global, China y Rusia, o la democracia iliberal y racista de la India, que hoy se alza cómo rival asiático de ambos, tienen el capital cultural y económico para sustituirlo. Sin gran convencimiento, apoyan la propuesta del alto representante europeo, Josep Borrell, y el presidente de España, Pedro Sánchez, quienes, junto al presidente de Bélgica reclaman una conferencia para que palestinos e israelitas acuerden una solución de dos estados. Pero, Israel no quiere, y los EE UU no están dispuestos a quitar a Israel la razón de la fuerza. Desaparecida casi totalmente la superioridad cultural que sustentaba la hegemonía americana hasta 2004, la única razón que la sostiene es la fuerza: Estados Unidos es una potencia capaz de destruir el mundo, pero la destrucción global también los incluiría a ellos, por lo que están en declive. Como los países de la Unión Europea son protectorados estadounidenses, la gran potencia se presenta ante los europeos como un mal menor, frente a otros aspirantes. Pero los males menores nunca han entusiasmado a nadie. 

El futuro de la Izquierda europea es inseparable del de Europa 

Durante años, Europa se ha imaginado ser el escaparate deseado de los países del Mundo. La dependencia respecto a EE UU evidenciada por la crisis de Ucrania ha dañado gravemente esa visión, y la guerra en Gaza, una vez más Oriente Medio, ha demostrado que Europa desaparece cuando se la necesita. Frente a un panorama tan desolador, nuestro continente deriva hacia su ombligo identitario, representado por el populismo neofascista y el nacionalismo económico [ii]. Con unas elites tecnológicas muy liberales en las costumbres y lo económico, y una visión de lo social que remite a la jungla, el proyecto confederal está próximo a implosionar, llevándose por delante las luces del humanismo y la razón. 

Europa desaparece cuando se la necesita. Frente a un panorama tan desolador, nuestro continente deriva hacia su ombligo identitario, representado por el populismo neofascista y el nacionalismo económico

En solo dos generaciones, el capitalismo ha destruido en Europa las bases organizativas de su alternativa, el movimiento obrero y las redes democráticas que su praxis impulsó, y lo ha conseguido utilizando su arma principal que es el nacionalismo. Falto de organización, el movimiento socialista ha sucumbido a sus errores, sin sacar enseñanzas de las experiencias. Durante el siglo XX confundió la visión del futuro a construir, los escenarios de sociedad necesarios a la acción, con una premonición bíblica, olvidando que nada existe hasta que lo construimos con los materiales que tenemos. En la política real, las teorías sirven para guiar la reflexión, pero nada sustituye al empirismo del “ensayo y error”. Cómo decía la máxima fundacional del movimiento socialista: Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo [iii]. Gramsci llamaba a esta forma de pensar la “filosofía de la praxis”, entender lo escrito hasta hoy como una guía de análisis, que cada generación utiliza para escribir su historia y proyectarla hacia el futuro. Esa proyección es lo que define el carácter trasformador del socialismo.

El miedo a la trasformación social es lo que llevó a los liberales a aceptar las ideas socialdemócratas del bienestar en 1945. En 1978, ante la evidencia de la experiencia del socialismo realmente existente, la URSS era un trampantojo en ruinas para una dictadura senil, Margaret Thatcher y su homólogo americano, Ronald Reagan decidieron quitarse la careta social y apoyar un liberalismo radical, el neoliberalismo. Lentamente, los liberales han desmantelado las bases institucionales del movimiento obrero occidental, el Estado del Bienestar que permite a las personas que viven de un salario participar en lo público, sin agobios por la subsistencia. 

La izquierda europea se replegó en la defensa del pasado, y el futuro se diluyó en culturas diversas, feminismo, ecologismo, globalismo altermundista, sindicalismo corporativo y sindicalismo sociopolítico, antirracismo y otros más minoritarios, pero no irrelevantes; cada una de ellas con sus referentes políticos en cada país y, en algunos casos, articulados a nivel europeo. Paradójicamente, el arco iris cultural ha mantenido vivos los valores solidarios y del bienestar, aunque no ha podido construir alternativas viables a la inteligencia artificial y la robótica, que amenazan por desmantelarlo del todo, dejando vacía la democracia que los convirtió en instituciones estatales.

En solo dos generaciones, el capitalismo ha destruido en Europa las bases organizativas de su alternativa, el movimiento obrero y las redes democráticas que su praxis impulsó

Imaginar el futuro en el presente

Para recuperar el movimiento socialista, necesitamos reivindicar su historia, los valores del trabajo que la alimentaron, y la capacidad de éstos para adaptarse a la vida. Nacidos de la práctica laboral en cada época y de la herencia revolucionaria, Libertad, Igualdad y Fraternidad, los valores del trabajo se crean en la colaboración cotidiana entre personas, son la identidad de las profesiones y grupos de actividad, habilidades para definir problemas y construir soluciones, con las cuales se construyeron visiones del futuro que sustentaban redes de cooperación e hicieron posible la actividad sindical, las organizaciones sin ánimo de lucro, las cooperativas y el intercambio de conocimientos y experiencias. Son competencias colaborativas que permiten que personas poco instruidas utilicen la deliberación democrática para definir el bien común, y organizarse para alcanzarlo. La cultura cooperativa nace hoy de las experiencias del trabajo participativo, el cual nos señala una metodología de organización democrática, donde son las personas las que definen los problemas a resolver, y su jerarquía, en colaboración con trabajadores expertos en soluciones técnicas a los problemas. 

Todas las revoluciones igualitarias del siglo XX han reivindicado formas de democracia que trasciendan la meramente representativa, y penetra en las empresas [iv]. Con la cogestión y la autogestión, los trabajadores ponen al día una filosofía sobre la conclusión del bien común, que define la democracia laboral. Los grupos de ejecución del trabajo debaten, en círculos, para especificar los problemas, e informan las guías para los tecnólogos que proponen soluciones, y no al revés. Trasladada a la política, significa que la participación ciudadana cataloga los problemas y su jerarquía, construyendo programas para la acción política de sus representantes y su staff técnico, que así son sometidos al control democrático. Esta filosofía es más necesaria ahora, cuando los avances en la Inteligencia Artificial amenazan la libre formación del criterio democrático en las personas y naciones. Esas tecnologías, la Informática e Inteligencia Artificial, puestas del revés, suponen un arma muy poderosa para construir y facilitar el uso ciudadano de las redes para la participación y el control democrático [v].

Competencias colaborativas que permiten que personas poco instruidas utilicen la deliberación democrática para definir el bien común, y organizarse para alcanzarlo

Nos encontramos, por lo tanto, ante la necesidad de dar una nueva dimensión a la democracia: la democracia participativa que debe guiar el esfuerzo social hacia la satisfacción del bien común, y ante una nueva visión de ese bien común, basada en la deliberación ciudadana, cómo ejercicio permanente del Contrato Social. Porque, en general, las constituciones modernas son marcos para atender las prioridades de los ciudadanos, pero, las instituciones que trasladan los problemas de los ciudadanos a la acción política se encuentran gripadas por los prejuicios al interpretarlas. En todas las constituciones europeas, la propiedad está sometida al bien común, pero las instituciones priman la definición del bien común que realizan los tecnólogos y juristas. Por lo tanto, la tarea es democratizar las instituciones. Especialmente las económicas, públicas y empresas, donde se obtienen y distribuyen los recursos necesarios para el funcionamiento del conjunto del sistema. Sin perder de vista que el tamaño de los sistemas nacionales viables debe ser bastante mayor que cualquier estado europeo.

Hoy, ya sabemos que los liberales no son un freno al crecimiento de la ultraderecha en Europa, y que se están coaligando con ella para mantenerse en los gobiernos [vi]. Por lo tanto, el futuro de la Unión está en la izquierda, siempre y cuando sea capaz de construir una visión autónoma, participativa y democrática del futuro, y una estrategia gradualista para llegar a ella. Desde la izquierda, Europa adquirirá condiciones para ganárse el liderazgo frente a los aspirantes a construir nuevos imperios, abanderando la cooperación para resolver los problemas de nuestra época, sin imponer las formas [vii], pues el futuro global tendrá que ser cogobernado entre todos, o no llegará. 


[i] La lista de países que acompañan a EE UU en el apoyo a la violencia de Israel muestra a todas las potencias salidas del Imperio Británico, más las que perdieron sus imperios en el siglo XX, y a ellas se unen Alemania y otros, culpables de la expulsión de judíos a Israel en 1945. 
[ii] Conforme se deteriore la Unión, veremos más episodios de campesinos boicoteando productos de países vecinos, tanto de Ucrania en
Hungría, cómo de España en Francia.
[iii] Carlos Marx, Tesis sobre Feuerbach, nº 11, 1845.
[iv] Soviets en Hungría, Consejos en Turín y Baviera, 1919; autogestión en Yugoeslavia, 1946; los trabajadores de Checoeslovaquia en 1968 crearon Consejos de Empresa cuando el Partido Comunista anunció las reformas democratizadoras, Solidarsnoç, en Polonia, 1978, etc.
[v] Ver D. Acemoglu y S. Johnson (2021) Poder y progreso
[vi] Como hicieron los liberales alemanes que abrieron el camino a Hitler en 1933
[vii] Si comprendemos que la democracia es la forma civilizada de la lucha de clase, entenderemos que no se puede imponer, solo ayudar a cada pueblo alcanzar la forma de su Contrato social.

FUENTE NUEVA TRIBUNA.ES https://www.nuevatribuna.es/articulo/global/analisis-geopolitico-declive-potencias-peligroso-guerra/20240203131326222917.html

0 comentarios

Dejar un comentario

¿Quieres unirte a la conversación?
Siéntete libre de contribuir!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *