Por Lorenzo Carrasco y Geraldo Luís Lino -Autorizan su publicacion para Dossier Geopolitico

MSIa Informa, 20 de agosto de 2021.- Las imágenes de helicópteros que despegaban de la embajada de Estados Unidos y el caos imperante en el aeropuerto de la capital afgana, Kabul, el fin de semana del 14 y 15 de agosto, con centenares de personas desesperada aplastadas, pisoteadas y moribundas que intentaban abordar alguno de los últimos aviones que dejaban el país, no pueden dejar de evocar otra fuga precipitada,-diferente pero al fin una fuga- la de Saigón de 1975, ante el avance inexorable del ejército norvietnamita sobre la capital del entonces Vietnam del Sur.

En una demostración de la persistencia y del profundo efecto negativo de aquella fuga en la psique estadounidense, el secretario de Estado estadounidense, Anthony Blinken, protestó en una entrevista a la red CNN que “Eso no es Saigón. Fuimos a Afganistán hace 20 años con una misión, y esa misión era lidiar con las personas que nos atacaron el 11 de septiembre. Y tuvimos éxito en esa misión” (El Estado de São. Paulo, 16/08/2021).

Para calificar la desastrosa ocupación militar de Afganistán por Estados Unidos y sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y su retirada despavorida ante el Talibán, éxito es una palabra un tanto cuanto cuestionable. A menos que se refiera a las colosales ganancias del “complejo de seguridad nacional” estadounidense, que se apropió de gran parte de los dos billones de dólares gastados oficialmente en la “misión” afgana. Y sin mencionar que el país ha vuelto a ser el mayor productor mundial de opio (cultivo que anteriormente había sido casi erradicado por el Talibán), con la “protección” de las tropas extranjeras.

Uno de los primeros en evadirse fuel el ahora expresidente Ashaf Ghani, quien huyó con algunos asesores y, según información local, con una enorme cantidad de dinero. Ghani es un tecnócrata del Banco Mundial poseedor de un doctorado de la Universidad de Columbia (EEUUAA) e, irónicamente, autor de un libro titulado Concertando estados fallidos.

Por otro lado, si la fuga de Saigón resaltó el límite de la capacidad militar ante la de un oponente determinado y con un claro objetivo de liberación nacional, además de la fuerte oposición interna a la guerra de Vietnam, la de Kabul, compartida con los últimos aliados de Estados Unidos en Afganistán, el Reino Unido y Alemania, simboliza algo más profundo: el fracaso del orden hegemónico que Estados Unidos se empeñó en poner en práctica en el periodo de la postguerra Fría con el uso de la OTAN como su gendarmería.

En Afganistán, nada menos que 30 países, entre ellos varios que no forman parte de la Alianza atlántica -Georgia, Australia, Nueva Zelanda, Finlandia, Jordania y Corea del Sur- se unieron a la lista de los casi 3.600 militares muertos de las fuerzas invasoras de Afganistán en las casi dos décadas de la ocupación (en la que no se incluyen los mercenarios, cuyo número de bajas es incierto).

Con una honestidad poco común entre los gobernantes occidentales, el presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier, admitió: “Las imágenes de desesperación del aeropuerto de Kabul son vergonzosas para el Occidente político. En estos días, estamos viviendo una tragedia humana, de la cual compartimos responsabilidad… (Esto es) un punto político de no retorno que nos sacudirá y cambiará el mundo” (RT, 17/08/2021).

Por ironía, la salida de las tropas soviéticas de Afganistán, en 1988, luego de 10 años de otro conflicto fracasado, también fue una precursora de la disolución de la Unión Soviética, ocurrida tres años después, ocasionada por la inestabilidad intrínseca de una estructura política, económica y cultural insostenible -que, además, guarda no pocas similitudes con la estructura hegemónica encabezada por Estados Unidos-. En un comentario hecho en el ámbito del Foro Económico Internacional de San Petersburgo, el 5 de junio, el presidente ruso, Vladimir Putin, hizo un casi profético comentario al respecto:

“Yo les diré, como ciudadano de la antigua Unión Soviética ¿Cuál es el problema de los imperios? Se creen tan poderosos que se pueden dar el lujo de cometer pequeños errores y omisiones. Que pueden comprar a algunos, amedrentar a otros, hacer acuerdos con terceros, dar regalos a otros, amenazar con navíos de guerra. Piensan que eso resolverá sus problemas. Pero la cantidad de problemas está creciendo. Llega el momento en el que ya no consiguen lidiar con ellos. Estados Unidos está, a paso seguro, a paso firme, siguiendo claramente el camino de la Unión Soviética” (Sputnik Brasil, 05/06/2021).

En medio de aquel ambiente de triunfalismo de finales de los años ochenta, cuando el presidente George H.W. Bush (1989-1993) proclamó el “Nuevo orden mundial”, el politólogo Francis Fukuyama presentó la falaz tesis del “fin de la Historia”, sobre la supuesta supremacía de la “democracia liberal” occidental elevadala forma final de organización política y económica de la humanidad. Concepto hegeliano que el establishment estadounidense, imbuido en su fundamentalismo “excepcionalista”, en las décadas siguientes, se empeñaría en extender para justificar buena parte de sus intervenciones en países recalcitrantes.

La promoción de la “democracia” al lado de la “guerra al terrorismo” -iniciada precisamente en Afganistán- y de la “responsabilidad de proteger” poblaciones supuestamente amenazadas por sus líderes nacionales, en la antigua Yugoeslavia, Irak, Libia, Siria, Yemen y Somalia, además de numerosas intervenciones encubiertas en países y regiones en campos de influencia de Rusia y de China, es el caso de Ucrania, Georgia, Bielorrusia, Hong Kong y demás. La mayoría con resultados desastrosos para las respectivas poblaciones.

Sin embargo, a pesar de las expectativas de Fukuyama et alii, la marcha de la Historia no detuvo su avance, y el agotamiento de la capacidad estadounidense de imponer sus designios manu militari, que ya se vislumbraba en el ataque a Irak y Siria y que fue explícito en Afganistán, es uno de los marcos del cambio de época en curso, resaltado por la aparición del eje euroasiático encabezado por la dupla China-Rusia, con un nuevo centro de gravedad geoeconómico y geopolítico mundial.

No cabe duda de que el aparato de espionaje y otros sectores del “complejo de seguridad nacional” con pleno conocimiento de que la retirada de Afganistán significaría el regreso inmediato del Talibán, tuvieron a su disposición meses para planear la retirada ordenada de sus fuerzas e, inclusive, de gran parte del equipamiento militar, además de prepararse para la inevitable ola de fugitivos. Pero, a pesar de ello, prefirieron aferrarse en público a la mentira de que el corrupto e impopular gobierno de Ghani tendría condiciones para mantenerse, incluso con una imaginaria coalición con el Talibán. No se puede descartar la posibilidad de que, ante lo inevitable de su salida, Estados Unidos haya decidido dejar una bomba de relojería de inestabilidad en el corazón de Asia Central. Pero la celeridad de la fuga de Kabul sólo agravó la humillación de la retirada, prácticamente, con los pantalones en la mano, dice el vulgo.

Ahora bien, China y Rusia están articuladas para impedir que Afganistán se convierta en un foco de inestabilidad en una región crucial para la integración físico-económica euroasiática. Una señal de los nuevos tiempos fue que el secretario de Estados Blinken haya conversado por teléfono con sus colegas rusos, Serguéi Lavrov, y chino, Wang Yi, el lunes 16 de agosto, luego de que Moscú y Pequín hubieran manifestado su intención no sólo de mantener a sus diplomáticos en Kabul, sino también entablar conversaciones constructivas con el Talibán; China reconociendo el nuevo gobierno.

La intención evidente es ofrecer condiciones para el desarrollo al régimen Talibán, entrelazando su destino a la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) de la que Afganistán ya es miembro observador y que acaba de elevar a Irán, otro vecino de Afganistán, a la calidad de miembro permanente. Es simbólico que la entidad, cuyos motores propulsores son China y Rusia, venga a encarnar en la región el principio cooperativo y no hegemónico de un nuevo ordenamiento internacional.

Para Estados Unidos sería deseable que las lecciones de la fuga de Kabul convenciesen a sus élites dirigentes que sus aspiraciones hegemónicas son insostenibles y que las cambiasen por un plan constructivo convergente con el orden cooperativo que emerge en Eurasia, el cual no podrá consolidarse todavía plenamente sin el equilibrio económico mundial apoyado en la reindustrialización y en el desarrollo de la región euroatlántica, con la participación efectiva de Estados Unidos y de sus aliados. Sólo el tiempo, sin embargo, dirá si tales grupos de poder, viciados por imponer sus intereses con misiles, bombas, balas y montañas de dólares, aceptarán normas de conducta más cercanas a las aspiraciones civilizatorias de toda la humanidad. O, en otras palabras, con el “reinicio” de la Historia.

FUENTE: https://msiainforma.org/es/espanol-la-fuga-de-kabul-y-el-reinicio-de-la-historia/

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