Por Andrés F. Berazategui* un colaborador y amigo de Dossier Geopolitico que autoriza la publicacion de este trabajo

La geopolítica parece estar en boca de todos, aun cuando hasta hace no mucho tiempo era repudiada por identificársela con el nacionalsocialismo. Se la presentaba como una seudociencia que buscaba encubrir objetivos de dominio, o bien de ser una mera ideología que pretendía legitimar conquistas territoriales. Hoy las cosas han cambiado y la geopolítica encuentra predicadores, voceros y analistas por todas partes, a tal punto que podemos afirmar que estamos ante una situación abusiva, ya que muchas veces se etiqueta como “geopolítico” a eventos que no se vinculan en absoluto con el objeto de estudio que tiene la disciplina. Las variables y teorías de esta ciencia muchas veces son ignoradas y parece que cualquier acontecimiento internacional, por el mero hecho de serlo, ya es geopolítica; y generalizar de este modo es incorrecto. Pero entonces, ¿qué es? Estas líneas van dirigidas a ajustar conceptos.

De la geografía humana a la geopolítica

Sostenemos que la geopolítica tiene un antecedente fundamental en el siglo XIX, cuando algunos geógrafos estudiaron los condicionamientos que el entorno espacial1 ejercía sobre la vida humana. Eruditos como Humboldt, Ritter y Ratzel, en Alemania; o Vidal de la Blache, Camille Vallaux y Élisée Reclus, en Francia, investigaron factores como el clima, el suelo, el tiempo, incluso el paisaje2, y cómo estos influían en el hombre; así nació la geografía humana como una rama particular de la geografía general. Sin embargo, esto no alcanza para identificar el objeto de estudio de la geopolítica. Para esta ciencia hay que contar con un actor específico de la vida social, el Estado, entendido este como la organización territorializada que tiene una colectividad para ordenar sus relaciones sociales. Si bien el Estado no es el único actor que puede tener intereses territoriales, para la geopolítica es el fundamental, ya que como ciencia nace con el objeto de lograr fines políticos que se vinculan con la geografía.

Llegados a este punto, podemos dar una ajustada definición: geopolítica es la ciencia que estudia la influencia de los condicionantes espaciales en la vida y los objetivos de los Estados. Es una ciencia ya que tiene su propio objeto de estudio y se vale de métodos, variables y conocimientos verificables para abordarlo. En su evolución, como en toda ciencia, han nacido teorías, escuelas, paradigmas y autores clásicos.

Ahora bien, si lo que estudia es cómo el entorno espacial influye en los objetivos nacionales, debemos explicar la utilidad que tiene el territorio para un Estado. Principalmente, se han señalado cuatro funciones: a) protección; b) fuente de recursos; c) movilidad de personas y d) intercambio de bienes e ideas. Con relación al primer punto, es lógico que el ser humano busque un ámbito para protegerse de otros hombres, de las inclemencias del tiempo o de los animales salvajes. Más compleja resulta la búsqueda de seguridad en el caso de colectividades organizadas; así, las ciudades se han fundado en zonas elevadas o protegidas por algún accidente geográfico, y para asentar poblaciones se han evitado los pantanos y suelos difíciles. En el caso de las capitales, fue algo natural que se ubicaran lejos de las costas para evitar eventuales ataques –las capitales suelen ser los centros de gravedad políticos de un Estado–, pero también para sustraerlas de las lógicas económicas que suelen imperar en los puertos.

La provisión de recursos deviene de la necesidad de contar con alimentos y para el acceso a elementos que son útiles en términos económicos o técnicos, tales como los metales, la madera, los hidrocarburos, etc. Conforme se fue complejizando la vida colectiva, la cuestión de los recursos se hizo clave en la competencia posicional de diversos actores internacionales, ya que no solo los Estados usufructúan los beneficios que generan los recursos, sino también las empresas en su búsqueda de ganancias. La empresa puede ser otro actor con intereses geopolíticos, como pueden serlo las organizaciones terroristas, las entidades estatales subnacionales, los movimientos separatistas, etc. Donde haya objetivos relacionados con el espacio y la búsqueda de poder (político, económico o el que sea), hay necesariamente geopolítica.

La movilidad en el espacio sirve para el transporte y las comunicaciones. Las personas necesitan de vías eficaces que vinculen puntos en el menor tiempo posible, así como que esas vías sean seguras, lo que relaciona esta función con el primer punto. El comercio ha prosperado gracias a recursos que pudieron explotarse de modo estable, se transportaron de manera segura y, ya manufacturados, se distribuyeron a lo largo de todo el planeta. Un sistema como el capitalismo no habría podido florecer sin estos presupuestos, más allá de las reticencias que los hombres de negocios muestran hacia la geopolítica. ¿O acaso hay que recordar que el Imperio británico logró su hegemonía creando un orden internacional basado en el mar libre? La movilidad también se relaciona con el último punto, el intercambio de bienes e ideas. Las novedades, los bienes de consumo y las ideas políticas se valen de vías territoriales para movilizarse, y así los puertos, al ser punto de llegada del exterior, han sido históricamente más permeables a culturas extrañas, como las ciudades mediterráneas más conservadoras. Como podemos ver, el espacio es un medio para la influencia de factores materiales, como también de aspectos simbólicos y culturales.

Ya estamos en condiciones de hacer una importante aclaración: geopolítica no es lo mismo que geografía política. La primera sirve para alcanzar objetivos políticos, por lo que tiene entonces una tarea prescriptiva y dinámica. Esto ocurre porque en la tarea de alcanzar los objetivos hay que prescribir soluciones en el marco de la acción política, donde los escenarios son cambiantes y las alianzas, las amenazas y los mismos objetivos políticos pueden variar. Por su parte, la geografía política tiene una tarea descriptiva y estática, ya que se ocupa de los datos mensurables del territorio de un Estado, como de describir sus aspectos climáticos: mide el tamaño de un país y la extensión de sus límites, describe los tipos de suelo y los vientos que actúan en su territorio, etc. La geopolítica entra en la órbita de la ciencia política y, más precisamente, de las relaciones internacionales; por su parte, la geografía política se adscribe a la geografía3. La confusión se extendió por los autores que demonizaron a la geopolítica como “ideología nazi” y prefirieron hablar de geografía política, cometiendo un abuso semántico que forzaba el significado de otra disciplina.

De la geopolítica a las relaciones internacionales

Como hemos visto, hay una relación entre geopolítica y relaciones internacionales, aunque podemos afirmar que la geopolítica como disciplina es anterior. Los primeros investigadores de lo que con el tiempo se llamó relaciones internacionales, tomaron conocimientos de la geopolítica y los integraron a elementos de la historia, el derecho internacional o la sociología para explicar la política internacional. Con particular énfasis luego de la segunda guerra mundial, y producto del enfrentamiento entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, los académicos volvieron a retomar conceptos de la geopolítica clásica tales como área de influencia, zona de fricción, área pivot, contención, frontera natural y un largo etcétera. En las relaciones internacionales, los autores del denominado “realismo” fueron quienes primero se preocuparon por integrar las variables territoriales.

Ahora bien, si hablamos de política internacional4, la importancia de la geopolítica estará condicionada por aquello que se entienda como lo político. Una cosa es estar en el mundo creyendo que el principal actor de la realidad social es el hombre como ser-átomo que compite con otros por beneficios individuales, y otra muy distinta entender que ciertas unidades políticas son las que tienen posibilidad de condicionar la historia y que tales unidades actúan motivadas por el poder, entendido este como el medio que otorga libertad de acción en la búsqueda de objetivos. La primera visión, propia del liberalismo, tendrá a la geopolítica como algo secundario o incluso nocivo, ya que esta ciencia sirve para incrementar el poder del Estado, cosa que al liberal le parece pernicioso, en vista de que prefiere maximizar libertades individuales. En cambio, para un gobierno la geopolítica es (o debería ser) una ciencia útil para alcanzar los objetivos nacionales, y así lo entendieron los autores de la escuela realista, quienes incluyeron al territorio dentro de los denominados “atributos del poder nacional”. Veamos algo sobre esto.

Un Estado tiene atributos –cualidades materiales e inmateriales propias de una unidad política– que permiten evaluar de manera aproximada su potencial. Algunos de estos atributos son más o menos mensurables, como por ejemplo el volumen de las fuerzas armadas, la cantidad de población, la extensión del territorio o el tamaño de la economía; otros, como la calidad de la dirigencia política, el nivel de los profesionales, la voluntad nacional o el desarrollo de la ciencia, son más difíciles de medir. Se podrían nombrar más atributos, pero estos son básicamente los clásicos. Todos en conjunto nos dan un panorama sobre cuál es el “quantum” de poder que posee un Estado y, si este tiene mucho poder, mejor debería ser su desempeño en la política internacional. Cada uno de estos atributos es abordado por diversas disciplinas y, entre ellas, la geopolítica tiene su propia tarea, que es la de ocuparse de potenciar el espacio nacional con objeto de maximizar las funciones que el atributo territorio tiene para un Estado. En otras palabras, y retomando lo dicho más arriba sobre las funciones del espacio: la geopolítica se ocupa principalmente de cómo se debe aprovechar la geografía para aumentar la seguridad, asegurar la provisión de recursos y agilizar la movilidad que opera a través de las vías de comunicación.

Una nación con un territorio potenciado y seguro puede convertirse en un actor significante y con capacidad para participar de modo activo en el sistema internacional. Sin poder nacional no hay libertad de acción, y en este caso la defensa de la soberanía se vuelve meramente declamativa. Por las funciones que tiene el espacio para un Estado, se concluye que los problemas geopolíticos están relacionados directamente con los objetivos estratégicos nacionales e íntimamente ligados tanto con el perfil productivo de un país, como de sus políticas de defensa nacional. Es por eso que la geopolítica debe integrar conocimientos multidisciplinarios, valiéndose de la geografía, por supuesto, pero también de la economía y la sociología, entre otras ciencias auxiliares.

Algunas reflexiones sobre nuestro país

Argentina tiene muchos desafíos en materia territorial, ya que posee el octavo territorio en tamaño del mundo, pero con un espacio nacional des-integrado; tiene su región patagónica vacía, posesiones en el Atlántico sur arrebatadas y el objetivo de proyectarse a la Antártida. En este punto es lícito preguntarnos dos cosas: ¿la dirigencia política de nuestro país posee formación en geopolítica? Por otra parte, ¿los partidos han elaborado algún acuerdo sobre cuáles son los objetivos geopolíticos de la nación? Creemos que hay un serio déficit en ambas cuestiones, en particular con relación a la segunda pregunta.

Según nuestra opinión, no es que no se identifiquen objetivos o que falten estrategias. Creemos que el problema radica en que Argentina sí tiene objetivos y estrategias, pero que son consecuencia de transferencias ideológicas que le asignan a la Argentina un rol periférico en cuanto a su perfil productivo y débil en relación a los atributos del poder nacional. Nuestros políticos han adoptado libretos elaborados por otros y actúan como si lo mejor fuera tener poco poder y pocas exigencias, ya que esto nos trasformaría en un país “serio y previsible”, sin reclamos incómodos para los actores más significativos del sistema internacional. Para los decisores políticos nativos todo se reduce a “insertarnos inteligentemente en el proceso de la globalización”, discurso que promueve una política exterior “de consensos” que busca sistemáticamente evitar todo conflicto con otros actores, muchas veces a costa de la defensa de nuestros propios intereses; pero esta actitud no erradica la naturaleza agonal de la praxis política. Este rol de “buen alumno” que hemos adoptado se ha venido consolidando con particular énfasis luego de la guerra de Malvinas, y por eso creemos que la cuestión del Atlántico sur excede a la geopolítica: la causa Malvinas debe constituirse en símbolo de nuestra revigorización nacional.

Por otra parte, hay que superar esa colonización mental que legitima nuestra dependencia a través de una “pedagogía de la debilidad” que nos hace creer que tener poco poder y no contrariar a los poderosos es virtuoso, como que también es virtuoso practicar siempre y en toda circunstancia el pacifismo, la solidaridad “global” y el humanitarismo. Veamos algunas consecuencias prácticas de esta mentalidad: no tenemos una política activa en materia de defensa, porque Gran Bretaña tiene peso en los mercados financieros a los que nuestros dirigentes suelen acudir para mendigar dinero; no consolidamos la unidad geopolítica de América del sur, porque esta sería el “patio trasero” de los Estados Unidos; no producimos alimentos para una sana alimentación, porque les corta el negocio a las transnacionales que nos envenenan con sus transgénicos y fertilizantes… y así podríamos seguir.

Para revertir esta situación habrá que cambiar de lógica: hay que entender que no vivimos en un mundo de corderos, sino en uno donde los actores con más poder se comportan como lobos, ya que pretenden mantener su posición hegemónica. Esto siempre fue así, pero por nuestra particular ubicación geográfica alejada de los tradicionales focos de conflicto, el mito de la Argentina “isla de paz” caló hondo en el imaginario colectivo de nuestros compatriotas. Ahora bien, ese mito ya no puede sostenerse y es un grave error fingir que existe, más aún en escenarios progresivamente integrados y complejos. Hay que construir poder nacional, potenciar el territorio y modernizar la economía dando prioridad al conocimiento y a las tecnologías de vanguardia; hay que proteger nuestros recursos naturales modelando un proyecto de país que fomente el cuidado del ambiente, y donde los espacios de convivencia permitan una sana vitalidad psicofísica. Pero sobre todo, habrá que hacerse cargo de los potenciales conflictos que necesariamente se derivarán de este cambio de rumbo, para lo cual la sabiduría política deberá planificar estrategias que permitan abordarlos. Si realmente queremos consolidar una nación independiente, tales son los desafíos y riesgos que debemos asumir.

*Andrés Berazategui, miembro de Nomos, es Licenciado en Relaciones Internacionales por la Universidad Argentina John F. Kennedy, y maestrando en Estrategia y Geopolítica en la Escuela Superior de Guerra del Ejército (ESGE).

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