POR Roberto A. Ferrero

1. Guaraníes  y bandeirantes 

  El 11 de marzo pasado se cumplieron los 380 años de la gran batalla fluvial y terrestre de Mbororé (1), en la actual provincia de Misiones, en la cual un ejército de  indios guaraníes de las Misiones Jesuíticas derrotó a un numeroso contingente invasor, que integraban  600  bandeirantes (2) y 4.000 indios tupíes aliados. Estas  bandas de cazadores de indios provenían de Sao Paulo y estaban organizadas específicamente para  atrapar a los pacíficos guaraníes instruidos y agrupados fraternalmente por la Compañía de Jesús y venderlos a plantadores de la costa y a traficantes de esclavos. Esta victoria misionera y la posterior de 1651 frenaron para siempre las incursiones de los mamelucos -como también se los llamaba- y permitió el desarrollo vigoroso de treinta Misiones en la región, que dejó de ser coto de “caza” para ellos.

   Dicho sea de paso, no fueron los bandeirantes paulistas quienes acabaron con la gran creación de los padres jesuitas, sino el propio gobierno español. El rey Fernando VI  les dio el primer golpe al firmar con Portugal el Tratado de límites de 1753, donde a cambio de la recuperación de Colonia (en el actual Uruguay) entregaba absurdamente todo un gigantesco territorio que abarcaba los actuales estados de Paraná, Santa Catarina y Río Grande do Sul, en donde estaban ubicadas siete misiones con sus florecientes estancias y 30.000 habitantes, equivalente a un tercio de sus dominios y producto de 120 años de trabajo , que debieron abandonar para trasladarse malamente al otro lado del río Uruguay (3). El segundo y definitivo golpe se lo asentó Carlos III, déspota ilustrado, al expulsar a la Compañía de todos sus dominios catorce años más tarde, en 1767. El nuevo monarca temía su poder en España, donde la Orden era casi un estado dentro del estado, que representaba fanáticamente los intereses oscurantistas de la Iglesia y la nobleza feudal;  estaba por lo demás receloso del experimento social en América, donde los jesuitas  insinuaban una modernización alternativa -basada en la fraternidad, el trabajo comunitario y la justicia social- a la modernización capitalista-burguesa que se iría imponiendo en Occidente.

  El hecho es que algunos historiadores y ensayistas han pretendido ver en este célebre combate que expulsó a los crueles paulistas los orígenes del Ejército Argentino, lo que hace necesarias algunas precisiones.

2. El verdadero origen del Ejército Argentino. 

 Según la cronología oficial, nuestras Fuerzas Armadas fueron creadas el 29 de Mayo de 1810 por una resolución de la Primera Junta de gobierno, que presidía Cornelio Saavedra y de la cual era Secretario de Gobierno y Guerra Mariano Moreno De allí que esta fecha se celebre como el “Día del Ejército Argentino”. En realidad, es un bautismo puramente formal, un reconocimiento ex post facto de unos cuerpos armados preexistentes, porque de hecho, el Ejército argentino no surgió de la noche a la mañana ese día, sino que lo hizo algunos años antes, en un proceso social acelerado que arranca en 1806/1807, por las necesidades impuestas por las Invasiones Inglesas. 

  En efecto, ocupada Buenos Aires por el General William Carr Beresford el 27 de Junio de 1806, Santiago de Liniers -modesto Comandante de la Ensenada-  se traslada a la Banda Oriental del Uruguay y allí organiza las tropas con las que habrá de reconquistar la capital rioplatense. Del total de 1.300 hombres de que dispone en Agosto, 528 son tropas de línea del Virreinato, muchos de cuyos integrantes son porteños; 73 franceses del corsario  Mordeille;  300 marineros españoles de los buques que los transportarán hasta las costas bonaerenses; 120 voluntarios catalanes; 150 infantes de Montevideo y 102 de Colonia (4). Mientras tanto, en la campaña bonaerense, Juan Martín de Pueyrredón recorre los campos reclutando gauchos y pequeños propietarios, con los cuales organiza a su costa una fuerza de 1.050 hombres, a los que se suman los grupos que van saliendo de la ciudad y los Blandengues de la frontera con dos cañones, al mando del Coronel Olavarría (5).

  Evidentemente, ni la milicia de Liniers ni menos aún la de Pueyrredón constituyen ejércitos en el sentido cabal de la acepción, sino conglomerados inestables y circunstanciales de soldados profesionales y una mayoría eminente de voluntarios entusiastas y valerosos, criollos en su mayoría y con un mínimo de instrucción militar. Pero ellos constituyen la simiente marcial que fructificará en los próximos meses. Así, apenas reconquistada Buenos Aires y depuesto el Virrey Sobre Monte, el jefe triunfador -reconocido ya como Suprema Autoridad Militar de la ciudad- publicó el 9 de Septiembre de 1806  “la orden convocando a los soldados de la patria para que concurrieran a la Fortaleza  en días señalados según su cuerpo y provincia ‘a fin de arreglar los batallones y compañías nombrando a los comandantes y sus segundos, los capitanes y sus tenientes, á voluntad de los mismos cuerpos’. La orden prevenía, además, que ningún hombre en estado de tomar las armas dejase de asistir sin justa causa a la citada reunión ‘so pena de ser tenido por sospechoso y notado de incivismo(6). Se establecen así, de manera ordenada las siguientes fuerzas: el enseguida célebre Regimiento de Patricios de Buenos Aires, fuerte de 1.395 soldados, comandado por Saavedra;  el de Arribeños (por los de las provincias mediterráneas o “de arriba”, ya que la capital estaba más abajo); un batallón de pardos y morenos; los Granaderos de Terrada; la caballería de cuatro escuadrones de Húsares, uno de Migueletes y otro de Carabineros, en los que predominaban los criollos; los quinteros de los arrabales del Comandante Ballester y el Regimiento de Artilleros de la Unión (7).

 De manera que -como escribe el historiador liberal Ricardo Levene- “se formó al calor de un sentimiento nuevo, la milicia ciudadana, el primer plantel del ejército criollo(8). Coincide con él, desde el revisionismo socialista, Jorge Abelardo Ramos, quien afirmó que “el pueblo criollo en armas se improvisa en Ejército para combatir la invasión británica. Así nace el Ejército Argentino”. Y agrega: “La milicia se hará Ejército y el nativo se hará argentino al nacer ambos para la historia en lucha contra Inglaterra” (9).

 Será más argentino cuando, después de derrotado el alzamiento anti-linierista del comerciante español  Martín de Álzaga el 1° de Enero de 1809, este incipiente Ejército sea purgado de sus elementos españoles (los regimientos de Catalanes, Andaluces, Vizcaínos, etc.) (10)

  Se había dado otro paso en la argentinización de las Fuerzas Armadas nacientes. Uno más se daría cuando el nuevo Virrey Baltazar Hidalgo de Cisneros  -reemplazante de Liniers-  acentúe la profesionalización de las milicias: disuelva varios batallones, dejando “solamente en servicio permanente los batallones de Infantería N°1(Patricios), N° 2 (Patricios), N° 3 (Arribeños). N° 4  (Montañeses), N°5 (Andaluces), Granaderos de Fernando VII, Castas, Artillería Volante y un escuadrón de caballería con el nombre de Húsares del Rey” (11), según Roberto Marfany. La organización de todos estos cuerpos era estrictamente militar y en un mismo pie de  igualdad con el ejército de línea. Agrega Marfany que por decreto del 11 de Septiembre de aquel citado año 1809,  se establecía que “los batallones se uniformarán en cuanto al manejo de intereses al método que señala la Ordenanza, y lo mismo en sus servicios y disciplina militar, como cuerpos reglados”. Señala igualmente que “Los jefes, oficiales, suboficiales y soldados, cobraban sueldo, hacían servicio diario y práctica de cuartel y dormían en él excepto los casados, y además gozaban de fuero militar”… Los únicos cuerpos sin obligación de prestar servicio activo, salvo en caso de guerra, y que pueden recibir la denominación de milicia ciudadana, son los que reclutaban a los horteras o dependientes de comercio” (12).

  “Entonces -concluye Schiuma apoyándose en estas características- en los prolegómenos de 1810 ya tenemos configurado un Ejército que podemos llamar profesional o cuasi-profesional” (13), donde la fuerza predominante por su número y su patriotismo eran los Patricios, al mando del Coronel Cornelio Saavedra e integrado por más de mil trescientos efectivos, de actuación decisiva en los Sucesos del 25 de Mayo. Este Ejército, como es poco conocido, tenía un espíritu democrático, ya que los soldados elegían sus oficiales y éstos a sus comandantes, designaciones que luego eran oficializadas por el gobierno. Menos conocido es que junto a ésta práctica democrática se albergaba el carácter aristocrático del cuadro de oficiales, al cual no podían ingresar pardos ni mulatos (14).  

3. Las milicias guaraníticas como fuerza auxiliar de España

  En manera alguna se puede considerar a las milicias que vencieron en la  Batalla de Mbororé como el nacimiento de nuestro Ejército. En primer lugar, porque no podía existir una institución armada de una nación (hablamos convencionalmente, porque no hay más nación que Latinoamérica) aún inexistente. No existía la Argentina en 1641, si siquiera en proyecto, ni existían los argentinos. No existía el Virreinato del Río de la Plata, en cuyo seno se gestaría la joven Argentina de 1810 que se perfila ya en 1806/7; recién después de este último año -en 1808- Vicente López y Planes escribe su “Triunfo Argentino” para celebrar la expulsión de los ingleses. Y en segundo lugar porque el Ejército Argentino nace luchando contra un país extranjero,  cual era Gran Bretaña y no contra otros sudamericanos. Porque no olvidemos que los bandeirantes o mamelucos, por más repudiable que fueran sus acciones de esclavizar guaraníes para venderlos,  no eran extranjeros en este suelo: eran también mestizos de portugueses e indios tupíes. Estos últimos integraban en gran número las bandeiras agresoras, que sumaban unos muy pocos aventureros portugueses y aún menos holandeses. De hecho, aunque veamos a los buenos alineados de un lado y a los malos del otro, se trataba  -en Mboraré y otras muchas batallas- de encuentros de guerra civil regional, no contra un extranjero, que es lo que caracteriza a un Ejército nacional como el nuestro en su nacimiento (antes de volverse contra sus propios compatriotas con Mitre…). No eran las tropas que enfrentaron a los paulistas un Ejército “argentino” ni remotamente, sino un Ejército propiamente misionero-guaraní bajo el mando de ex militares españoles que servían en las Misiones, y que en adelante defenderían las fronteras septentrionales en representación de las autoridades hispánicas. Eran, en suma tropas auxiliares del Imperio Español. Por ello, el Virrey del Perú las reconoció como “guarnición de frontera para que se organizasen en forma permanente, se adiestraran en el uso de las armas y quedaran liberados de otras obligaciones extrañas a la vida misionera: que el Gobernador de dichas Provincias no ocupe a los indios en trajines, servicios ni conveniencias suyas”, había ordenado desde Lima (15).

Entonces: ni 1810, ni -menos-1641, sino 1806/1807.

                                                              Córdoba, 19  de Marzo de 2021.

                                          N  O  T  A  S

1) Periódico “El Diario de Misiones” PRIMERA EDICION, Posadas 11 de marzo de 2021.: “Hoy se cumplen 380 años del Combate de Mbororé”

2) El bandeirante se llamaba así por ser miembro de una bandeira, es decir de un grupo de hombres  -especialmente paulistas-  que realizaban sus marchas al interior misionero con sus banderas desplegadas. Los bandeirantes “se desinteresaban de la ocupación de los sitios atacados, y sólo consistía en un vigoroso ir y venir cuyo objetivo no era la tierra, sino el indígena… La persecución de los indígenas no dejó como saldo ninguna conquista territorial” (Nelson Werneck Sodré: “Evolución social y económica del Brasil”,  EUDEBA, Buenos Aires 1965, págs. 33/34).

3) Ramón Tissera: “De la Civilización a la barbarie. La destrucción de las misiones guaraníes”, A. Peña Lillo Editor, Buenos Aires 1969, págs. 72 a 80.

4) Paul Groussac: “Santiago de Liniers”, Ediciones Estrada, Buenos Aires 1965, pág. 77

5) Alberto Cajal: “Nuestro Bautismo de Sangre. 1806-1807”,  Tucumán 1961, págs. 29/30

6) Paul Groussac: op. cit., pág. 114

7) Paul Groussac: op. cit., pág. 115.Con razón dirá López y Planes en su larga poesía heroica “El Triunfo Argentino”: “Allí está el labrador, allí el letrado/  el artesano, el comerciante, el niño/  el moreno y el pardo: aquestos solo/ ese Ejército forman tan lucido”

8) Ricardo Levene: “Lecciones de Historia Argentina” Tomo I, J. Lajouane & Cía. Editores, Buenos Aires 1925, pág. 391.

9) Jorge Abelardo Ramos: “Historia política del Ejército Argentino”,  A. Peña Lillo Editor, Buenos Aires 1959, pág. 59.

10) Carlos Alberto Schiuma: “El Ejército Argentino en la Revolución de Mayo”, Editorial Huemul SA, Buenos Aires 1976, pág. 63.

11) Roberto Marfany: “El Pronunciamiento de Mayo”, Ediciones Theoría, Buenos Aires 1958, pág. 70

12) Roberto Marfany: op. cit., pág. 70.

13) Carlos Alberto Schiuma: op. cit., pág. 53. 

14) Ya con la Primera Junta en el gobierno patrio, o sea después del 25 de Mayo, los Jefes del Regimiento de Patricios resistieron enérgicamente una resolución del gobierno de Saavedra que ordenaba incorporarse a dicho Regimiento un batallón del Cuerpo de Castas con sus oficiales, entre los cuales se contaban el Capitán Marcelino Romero y el Teniente Raymundo Rosas. Al primero se lo impugnaba por ser “pardo” y “casado con una parda llamada Tomasa Tomson”,  mientras que al segundo, sospechado de mulato, se le exigía “una exacta y rigurosa constancia de limpieza de sangre”. La Primera Junta hizo lugar de inmediato a la impugnación de su oficialidad blanca. (Roberto Marfany: op. cit., pág. 73). Como en la antigua Atenas, donde la democracia griega estaba reservada a los propietarios de esclavos y prohibida a estos últimos, en Buenos Aires la democracia militar estaba reservada a los vástagos de la aristocracia blanca mercantil, profesional y estanciera y prohibida a mulatos y mestizos. 

15) Ramón Tissera: op. cit., pág. 38. Este historiador da como Virrey del Perú autor de esa resolución a Juan de Cáceres y Ulloa, pero éste  -aunque poderoso y vitalicio ayudante del jefe virreinal- nunca fue Virrey, sino Secretario de Gobernación en el período 1653-1666. En tal carácter debe haber suscripto la resolución

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