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La academia deberá reconocer al justicialismo como lo que es, una categoría del pensamiento político moderno, poseedor de una filosofía, una teoría política y un cuerpo doctrinario que debe y merece ser estudiado, como se hace ya en algunas universidades europeas y estadounidenses.

Peron: A lo largo de su trayectoria política, habló y escribió incansablemente

Por Claudia Peiró

En cada etapa, explicó todo: sus motivaciones, su método, sus objetivos.

¿Cómo se entiende que en las universidades argentinas no se lea a Perón? Para admirarlo o para criticarlo; para imitarlo o para denostarlo. Para entender. Pero no, no se lo lee, ni siquiera para conocerlo.

Entre las muchas críticas que el escritor y periodista Rodolfo Walsh les hizo a los jefes montoneros una iba dirigida a lo que consideraba una falencia de su pensamiento, «un déficit de historicidad». Cuestionaba que se privilegiara el estudio de «las lecciones de la historia en que la clase obrera toma el poder» y que se desdeñara «aquellas otras en que el poder es tomado por la aristocracia, por la burguesía». Y que se privilegiaran las lecciones y experiencias de otros países. «La toma del poder en la Argentina debería ser, sin embargo, nuestro principal tema de estudio».

Pues bien, Perón facilitó las cosas porque permanentemente explicó lo que hacía.

A modo de ejemplo, en el video que acompaña esta nota, puede verse cómo, desde Madrid, en el año 1971, Perón explicaba, frente a las cámaras de Fernando Solanas y Octavio Getino, cuál había sido su estrategia para llegar al poder en el período que va de 1943 a 1945, su programa de gobierno y cómo lo fue desarrollando en los años siguientes. El film documental que resultó de esa charla se llama «La Revolución Justicialista».

El extracto publicado aquí se limita al primer tramo: su participación en el movimiento militar del 43 que, vale recordar, vino a poner fin a una etapa de fraude cínicamente llamado «patriótico»; su apuesta a construir poder desde el entonces Consejo del Trabajo, sus diferencias posteriores con los otros miembros del gobierno -que se resistían a llamar a elecciones-, su arresto en la isla Martín García y el 17 de octubre.

Hace algunos años, le preguntaron a Joseph Page, un biógrafo nada tierno con el líder justicialista, si Hugo Chávez era un nuevo Perón. La respuesta fue un rotundo no. «Perón era un profesor, un hombre erudito». 

Hay que decir que esta no lectura de Perón no afecta sólo a los no peronistas.Sucede incluso al interior del movimiento, en el que muchos hacen patente con frecuencia su desconocimiento de las tradiciones y categorías de pensamiento justicialistas.

Carlos Funes, autor de Perón y la guerra sucia, un libro ineludible sobre el breve tercer gobierno del general, del que fue testigo, sostiene que uno de los motivos del desencuentro de los cuadros juveniles con Perón fue su escasa formación «justicialista». 

Y agrega: «El prejuicio academicista y la censura antiperonista habían privado a toda una generación de estudiantes universitarios, políticos y militares, de un acceso sistemático a la doctrina justicialista (…) Los exponentes de una y otra corriente [liberales y marxistas] coincidían en descalificar al justicialismo ‘como materia no digna de estudio'».

La doctrina de la Tercera posición, por ejemplo, fue con frecuencia menospreciada como un invento reformista por los mismos que décadas más tarde se extasiaron con la Tercera Vía de Tony Blair…

Sin embargo, Perón facilitó la tarea para cualquiera que quiera detenerse a estudiar su pensamiento y acción. Durante todo su primer Gobierno, daba cursos de formación de cuadros. La compilación de esas clases se publicó con el título Conducción Política, un manual imperdible para cualquiera que desee dedicarse incursionar en esa actividad.

Del Congreso de Filosofía que convocó en Mendoza en 1949 surgió La Comunidad organizada, síntesis de un pensamiento filosófico equidistante tanto del marxismo como del liberalismo.

Apenas empezó su exilio, aprovechó el tiempo para escribir varios libros sobre su gobierno, el golpe del 55 y su deseo de evitar un derramamiento de sangre. Del poder al exilio, La fuerza es el derecho de las bestias, etcétera. Hasta escribió sobre su relación con Evita, tanto en lo personal como en el rol político que ella desempeñó. Es decir, hasta explicó la militancia y la participación política de las mujeres.

Su larga y profusa correspondencia con sus delegados, en especial con John William Cooke, son una fuente inagotable de definiciones políticas y enseñanzas sobre la naturaleza de los hombres, las relaciones y los vínculos de poder. 

Finalmente, y abreviando, a su regreso, su plan de gobierno resumido en un documento titulado Modelo Argentino para el Proyecto Nacional es de una actualidad sorprendente, a 45 años de su redacción.

La vocación por enseñar, por transmitir su conocimiento de la política -aunque hay que decir que también creía que la política era un arte y que al que no nacía con ese don le sería muy difícil el oficio- fue una constante en Perón.

En un tramo de Conducción Política, se diferencia en esto de los anteriores caudillos que dominaban la política argentina y que preferían mantener distancia, tener el menor contacto posible con la gente. «Porque el caudillo no era un adoctrinador, ni un maestro, ni un conductor. Prefirió, pues, sustraerse del contacto con la masa. Y decía:: ‘No hay que meterse mucho. Se gasta uno…'», escribe Perón.

No hay que avivar giles… dicho en buen criollo. Es el pensamiento de muchos políticos incluso en la actualidad.

«La diferencia que existe entre el caudillo y el conductor es natural -.explicaba en cambio Perón-. El primero hace cosas circunstanciales y el segundo realiza cosas permanentes. El caudillo explota la desorganización y el conductor aprovecha la organización. El caudillo no educa, más bien pervierte; el conductor educa, enseña y forma.»

Perón nunca se cansó de hacerlo. De formar y de dar participación. Hoy se usa el horrible verbo empoderar, pero a eso alude el famoso «bastón de mariscal en la mochila» de cada peronista.

Las explicaciones permanentes que daba sobre lo que había hecho apuntaban a la emulación: quien se lo proponga puede actuar en política. Por eso el movimiento que creó tiene la impronta de la iniciativa, de la acción, de la realización. Mejor que decir es hacer. El justicialista que llega a una posición de poder, de responsabilidad, difícilmente no actúe o pase sin dejar huella. Podrá equivocarse, pero no será por no hacer nada.

Hay que decir que, pese a la escasa formación «justicialista» que señala Funes, en los 70 hubo una «peronización» de las clases medias. En la actualidad, no puede decirse lo mismo. La transversalidad predicada hace unos años, se tradujo en un entrismo de esos sectores con agenda y todo. 

También cabe señalar que, en el último tiempo, está resurgiendo, tímidamente, un interés por el estudio del peronismo en las universidades. Y así lo demuestran algunos libros recientes como la compilación de trabajos sobre Dirigentes de la segunda línea peronista, dirigida por Raanan Rein y Claudio Panella, o los estudios sobre la correspondencia de Perón con otros políticos argentinos publicados con el título El exilio de Perón. Los papeles del archivo Hoover, con la coordinación de José Carlos Chiaramonte y Herbert Klein.

Justamente Klein, que es estadounidense, decía en una entrevista con Infobae: «Estoy bastante sorprendido de que no haya un instituto peronista que guarde el archivo de la historia de Perón y del peronismo; sería fundamental. Porque tenemos pedacitos, es decir, una pequeña parte de la enorme correspondencia y actividad de Perón». 

Esto es consecuencia de lo anterior: de la subestimación que lleva a no leer, se pasa a no preservar.

A 45 años de la desaparición física de Juan Domingo Perón, tres veces presidente constitucional de los argentinos, ya va siendo hora de que su trayectoria pueda ser estudiada sin ser objeto de disputas.

Esperemos que la tendencia incipiente que se dibuja en algunos ámbitos universitarios se sostenga y de los claustros se extienda al terreno de la acción política.

Parafraseando a Funes, podemos decir que la censura antiperonista ya no existe, falta vencer por completo el prejuicio academicista.

Fuente articulo INFOBAE