El emirato de Qatar ejerce una enorme influencia sobre las guerras, la política, la economía y el deporte mundial, pero el nuevo reparto de poder en Asia Occidental amenaza su posición.
Por Eduardo Vior Analista Internacional que autoriza su publicacion en Dossier Geopolitico
La pausa humanitaria entre Israel y Hamas, que, de prolongarse, podría conducir a un cese de hostilidades duradero, está confirmando a Qatar como uno de los principales mediadores de Asia Occidental, Central y el norte de África. En los últimos dos años el país ha mediado con éxito en la mayoría de los conflictos regionales, mientras sigue financiando a algunas organizaciones islámicas armadas. Ese ambiguo rol regional se sostuvo hasta ahora gracias a un complejo entramado político y financiero con ramificaciones en Europa, América del Norte, Asia Oriental y América del Sur, incluido nuestro país, y la capacidad de la monarquía catarí para sembrar la cizaña y/o mediar entre facciones contrapuestas en los países vecinos. Sin embargo, la reconfiguración de las alianzas entre países de Asia Occidental y de ellos con potencias externas a la región está amenazando el rol excepcional del emirato.
El 22 de noviembre pasado el gobierno de Israel llegó a un acuerdo con Hamas para cesar las hostilidades durante cuatro días e intercambiar prisioneros israelíes de la segunda por palestinos recluidos en cárceles israelíes. Paso a paso el cese de hostilidades se fue prolongando y al día de hoy ya lleva seis días. Si el alto el fuego se sostiene algunos días más, hará difícil que las partes retomen los combates.
La actual iniciativa de Doha es la continuación de una reciente serie de esfuerzos cataríes de mediación. Todavía en septiembre pasado el emirato medió entre Estados Unidos e Irán, para lograr la liberación de ciudadanos estadounidenses retenidos en la República Islámica y el descongelamiento de activos iraníes por parte de Washington. A fines de septiembre pasado Doha también sustituyó a Francia como principal mediador para resolver la crisis política de Líbano y alcanzar un consenso entre las facciones para elegir presidente. Además, Qatar facilitó las negociaciones entre EE.UU. y los talibanes que culminaron en el Acuerdo de Doha de 2020 y la retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán en 2021. En agosto de este año, en tanto, por primera vez en dos años ambos países mantuvieron conversaciones, también en la capital catarí.
El éxito de Qatar como mediador puede explicarse por varios factores. En primer lugar, Doha mantiene contactos con la mayoría de los actores regionales no estatales, incluyendo insurgencias como los talibanes, los Hermanos Musulmanes y Hamas. En segundo lugar, el emirato respalda sus esfuerzos de mediación con apoyo financiero para la reconstrucción posconflicto. Otro factor importante ha sido su capacidad para mantener a la vez buenas relaciones con distintos y hasta encontrados centros de poder, como Rusia, Estados Unidos, China, Turquía, India, Irán e incluso Israel. El emirato ha compensado las contradicciones que estas relaciones producen con su ayuda a las distintas facciones palestinas, aunque favoreciendo a Gaza frente a Cisjordania. Simultáneamente, aunque con muchos vaivenes, Qatar e Israel han ido construyendo un vínculo bastante sólido que Doha utiliza, para influir en Estados Unidos a través de su comunidad judía.
Al mismo tiempo los cataríes han alcanzado un trato cuidadoso con la República Islámica de Irán. Qatar es una península que se adentra en el Golfo Pérsico, con enormes reservas submarinas de gas natural (las terceras del mundo detrás de Rusia e Irán) que comparte con la nación persa a la que, por lo tanto, no puede molestar o irritar.
Por último, hay que considerar que Estados Unidos tiene en el emirato la base aérea de Al Udeid, su mayor centro militar en toda Asia Occidental. Entre otros, en esa base están desplegados varios bombarderos estratégicos para ataque nuclear.
Qatar es una monarquía absoluta que desde mediados del siglo XIX ha sido gobernada por la familia al Thani. Antes del descubrimiento de petróleo en su territorio, el país era famoso por la recolección de perlas y por su comercio marítimo. Fue protectorado británico hasta que ganó su independencia en 1971 y ese siglo de dominación colonial continúa todavía hoy condicionando las relaciones económicas, la visión del mundo y las estrategias de la monarquía catarí. En 1995 el jeque Hamad al Thani se convirtió en emir después de deponer en un golpe de Estado pacífico a su padre, Jalifa bin Hamad al Thani. Desde 2013, en tanto, el emir catarí es su hijo Tamim bin Hamad al Thani, que accedió al cargo tras la abdicación de su padre.
Gracias al gas Qatar es el país con mayor renta per cápita del planeta y tiene el segundo índice de desarrollo humano más alto del mundo árabe, sólo por detrás de los Emiratos Árabes Unidos. El Estado catarí maneja la riqueza obtenida mediante las regalías a través del Fondo Soberano (Qatar Investment Authority, QIA). Además de sus inversiones en populares clubes deportivos de todo el mundo, cabe destacar que Qatar albergó la Copa Mundial de la FIFA 2022 en cuya preparación gastó 220.000 millones de dólares.
El fondo invierte predominantemente en mercados internacionales (Estados Unidos, Europa y Asia-Pacífico), con inversiones que van desde el PSG parisino hasta el Banco Credit Suisse y la automotriz Volkswagen, y dentro de Qatar fuera del sector energético. Además, en 2020 se transformó en el principal accionista de la automotriz alemana Volkswagen, después de haber entrado también en el capital de Porsche. En el terreno financiero invirtió en el Credit Suisse y en Barclays. En la industria del entretenimiento, por su parte, compró en Estados Unidos la firma Miramax Films. A partir de 2020 el fondo anunció que ya no invertiría más recursos en combustibles tradicionales y que apostaría a proyectos de energía renovable. Quien lo maneja es Tamim bin Hamad Al-Thani, un miembro de la familia con extensos contactos en el deporte internacional, especialmente en el fútbol.
El emirato tiene una población de más de dos millones de personas, de las que sólo el 10% son ciudadanos cataríes. La mayor parte de sus habitantes son extranjeros, mayormente del sur y sureste de Asia, que trabajan y viven allí sin derechos. A su vez, la población de origen catarí se compone de treinta tribus. Sin embargo, desde el siglo XIX el grupo predominante es la gobernante gran familia al Thani, con unos 20.000 miembros, compuesta a su vez de cuatro diferentes ramas.
Precisamente porque al Thani es la tribu catarí más fuerte, las principales amenazas a la gobernabilidad provienen de la misma familia. Desde la independencia del país todas las luchas por el poder se han producido en el seno de la familia. También en el ámbito empresarial los al-Thani siguen estando muy por encima del resto. En 36 de las 44 empresas cataríes que cotizan en Bolsa hay al menos un miembro de la familia Al-Thani en el consejo de administración.
Para mantener su independencia en la conflictiva Asia Occidental, Qatar ha apoyado durante años a la Hermandad Musulmana y con ella al terrorismo islamista. La Hermandad Musulmana es una sociedad secreta de naturaleza política organizada por los servicios de inteligencia británicos siguiendo el esquema de la Gran Logia Unida de Inglaterra. En 1951 estos servicios crearon una organización clandestina a partir de la antigua sociedad del mismo nombre. La utilizaron sucesivamente para asesinar a personalidades que se les resistían y a partir de 1979 como mercenarios contra los soviéticos en Afganistán. A principios de los años 1990 los incorporaron a la OTAN y en los años 2010 trataron de llevarlos al poder en Túnez, Libia, Egipto, Siria e Irak. En esa época los Hermanos Musulmanes y la Orden Sufí de los Naqchbandis se convirtieron, con financiamiento de las monarquías del Golfo, en uno de los mayores ejércitos del mundo. Todos los dirigentes yihadistas, incluidos los del Estado Islámico, pertenecieron a este grupo militar.
Mientras tanto, la CIA estadounidense recuperó la Hermandad Musulmana, al extremo que esa secta llegó a estar representada en el Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos durante el segundo gobierno de Obama (2013-17). Los miembros de la Hermandad Musulmana no son bienvenidos en casi ningún país árabe, sólo en Qatar y en Turquía (que no es árabe). La sociedad secreta está prohibida en la mayoría de los Estados árabes, principalmente en Arabia Saudita, donde trató de derrocar al rey en 2013, y en los Emiratos Árabes Unidos. En Siria la Hermandad Musulmana intentó derrocar al gobierno en 1982 y entre 2011 y 2016 participó con apoyo de la OTAN e Israel en la ofensiva contra el Estado sirio. En Túnez la Hermandad Musulmana está a punto de ser prohibida, después de haber gobernado ese país durante un decenio.
Tras la intervención rusa a favor del gobierno sirio de Baschar al Assad y la derrota del Estado Islámico en ese país y en Irak en 2015/16, la mayoría de las monarquías del Golfo cambió de bando, pero no así Qatar. En junio de 2017, entonces, Arabia Saudita, Baréin, Egipto y los Emiratos Árabes Unidos, entre otros estados musulmanes, cortaron las relaciones diplomáticas con el emirato y le impusieron un bloqueo acusándolo de apoyar y financiar el terrorismo, así como de intervenir en los asuntos internos de sus vecinos. Como consecuencia del intento de Donald Trump de alcanzar los llamados Acuerdos de Abraham entre Israel y sus vecinos, empero, en enero de 2021, bajo mediación de Kuwait y los Estados Unidos, Qatar y Arabia Saudita acordaron poner fin al bloqueo, reabriendo sus fronteras e iniciando un proceso de reconciliación. No obstante, Qatar sigue financiando a Hamas y al Afganistán gobernado por los talibanes, así como cobijando a la Hermandad Musulmana.
La familia al Thani tiene un inmenso poder dado por su riqueza, sus inversiones europeas y norteamericanas, su vieja y estrecha alianza con la corona británica y con Estados Unidos, su financiamiento de la mayoría de las organizaciones terroristas de Asia Occidental y Central y, como derivación directa de este involucramiento, su papel preponderante en el tráfico internacional de armas (por ejemplo, de Ucrania a Gaza).
Ese inmenso poder le ha permitido en los últimos dos años aparecer como gestor de la paz en varios escenarios regionales, actualmente entre Israel y Hamas. Sin embargo, precisamente en esa habilidad de la dinastía para sembrar la cizaña y medrar de la división y fragmentación de sus vecinos reside su debilidad actual: tras el acuerdo de cooperación entre China y Arabia Saudita, el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre ese reino e Irán, la armónica cooperación entre Riad y Moscú en el marco de la OPEP+ y la próxima incorporación de Irán, Arabia Saudita y los Emiratos a BRICS10 (sin Argentina), pierde relevancia el rol insidioso que la diplomacia británica adjudicó hace tiempo al emirato. Apoyando la ofensiva de Hamas, el Emir de Qatar volvió a ponerse el traje de mediador, pero ya no basta: o la familia al Thani se adapta a la cambiante constelación en su región o el ajuste de cuentas será inevitable. A nadie cuerdo se le ocurriría hoy hacer negocios con estos intrigantes caídos en desgracia.
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