MSIa Informa, 18 de junio de 2021.-En su primer viaje internacional el presidente Joe Biden transmitió a los socios minoritarios de EUA en el G7 y en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) el mensaje de que Washington no tiene la intención de abandonar el poderío hegemónico global, y para eso cuenta con su apoyo irrestricto en el enfrentamiento contra Rusia y China.
Esa voluntad fue tenuemente disfrazada como un choque entre las “democracias”, dirigidas por la nación “excepcional” y las “autocracias” rusa y china; en el fondo el propósito final no es otro que fracturar la alianza de hecho sino-rusa empeñada en abogar por un nuevo orden internacional cooperativo, sustentado en la integración físico-económica eurasiática, esta sí la mayor amenaza al poder del eje Washington-Nueva York- Londres-Bruselas.
Para no dejar dudas, en la cumbre de la OTAN en Bruselas, el 14 de junio, Biden recalcó la “obligación sagrada” de EUA con la Alianza atlántica.
De las tres entidades ante las cuales Biden subrayó el liderazgo estadounidense -el G7, la OTAN y la Unión Europea (UE)- antes de reunirse con el presidente de Rusia Vladimir Putin, en Ginebra, el día 16, el G7 es el más anacrónico.
Cuando fue establecido, a mediados de la década de los 1970s, las potencias industrializadas representaban 70% del Producto Interno Bruto (PIB), proporción que cayó para no más del 30% actuales. No por casualidad, la creación del G20, después de la gran crisis de 2008, indicó un fórum más adecuado para deliberar los grandes problemas mundiales, reuniendo a naciones que representan cerca de un 60% de la población y 80% del PIB del planeta.
En el comunicado conjunto de la cumbre realizada en Carbis Bay, Inglaterra, afloró la dificultad del grupo para actuar como algo más una caja de resonancia de un programa dictado desde Washington: una extensa declaración de buenas intenciones con 25 páginas, denominada “Agenda para la Acción Global para Reconstruir Mejor” (siglas en inglés B3W).
Entre los compromisos establecidos, algunos números impresionan: el ofrecimiento de mil millones de dosis de vacunas contra el Covid-19 para los países pobres, que aseguren la vacunación de la población mundial hasta fines de 2022; disponer de 100 mil millones de dólares de fuentes públicas y privadas por año, hasta el 2025, para ayudar a los países pobres a reducir sus emisiones de carbono; y, principalmente, una iniciativa para ayudar a los países en desarrollo a disponer de 40 billones de dólares en infraestructura, cantidad que necesitarán hasta el 2035.
Este último asunto, que no consta de la declaración oficial, fue anunciado por la Casa Blanca, muestra la intención de contraponerse a la Iniciativa Cinturón y Ruta de la Seda, el colosal plan de infraestructura con el cual China promueve la integración física de Eurasia y sus ramificaciones hacia África y el Gran Medio Oriente, al que se han adherido 140 países de todos los continentes, hasta Italia, miembro del G7.
Sin embargo, el plan fue recibido con cautela y escepticismo, ya que el mismo se apoya en la atracción de capitales privados, sectores cuyo margen de maniobra es estrecho debido a la montaña de deudas corporativas, una espada de Damocles para las finanzas globales. Y otro problema es la intención de vincular los flujos financieros internacionales a criterios definidos por un programa reflejado en la declaración del G7 -protección ambiental, derechos humanos entre comillas, ideología de género, y otros aspectos afines, de cuyo cumplimiento se encarga la vasta red de agencias privadas, ONG, y otras entidades, que de hecho forman parte de un “ejército irregular” para proteger el poder de una oligarquía bien representada en el grupo.
En cuanto a la generosidad ante la emergencia sanitaria global, la esplendidez es tardía e insuficiente para inyectar nueva energía en un mecanismo agotado como lo es el G7.
Esencialmente, el G7 es una reliquia de un mundo en su mayoría impregnado de los programas de Washington, totalmente desfasado con relación a los desafíos de un planeta que se encamina a un sistema multipolar en el contexto de una genuina cooperación entre estados nacionales soberanos, en lugar de una permanente colisión impuesta por un centro hegemónico.
Es evidente que el continente iberoamericano tiene un lugar en la nueva época con toda la capacidad para elaborar iniciativas diplomáticas rumbo a la integración físico-económicas de sus potencialidades.
Lorenzo Carrasco Periodista del Movimiento de Solidaridad Iberoamericana (MSIa) es una asociación no-partidista, fundado en 1992 en Tlaxcala, México y Anápolis, Brasil, con la propuesta de contribuir a la reestructuración de la actividad política, entendida ésta como la forma más elevada del ejercicio del Bien Común.
Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de Dossier Geopolitico.
Publicado en el sitio MSla autorizado su publicación por el autor Lorenzo Carrasco
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