Con su “Global Britain”, lanza programas de defensa de Norte a Sur que no puede financiar.

Por Eduardo Vior analista internacional miembro de Dossier Geopolitico

Antes de fin de 2024 se realizarán en Gran Bretaña elecciones generales en las que, después de 14 años, muy probablemente el Laborismo volverá al gobierno. La última encuesta de YouGov da al actual partido opositor 468 diputados contra 98 que retendría el Partido Conservador. Dado el reciente giro del Partido Laborista hacia el centro, empero, el cambio de gobierno no implica necesariamente que vaya a haber fuertes modificaciones en todas las políticas públicas, como por ejemplo en la política exterior y de defensa. Los dos partidos coinciden en mantener el rol del Reino Unido como una de las grandes potencias mundiales. Para ello deben financiar el despliegue mundial de su Marina de Guerra, que abarca hasta la Argentina, y reforzar el potencial de su intervención militar en Europa Oriental, aunque la debilidad de su economía y el rechazo de su población les juegue en contra.

Aunque no lo propició abiertamente, el Partido Conservador aceptó la decisión del referéndum de 2016 sobre el Brexit y llevó adelante las negociaciones con la Unión Europea hasta la salida definitiva en 2020. En ese momento, el entonces primer ministro Boris Johnson se comprometió a negociar un tratado con el bloque europeo que después postergó indefinidamente. Los vínculos entre ambas partes quedaron en el limbo. Por el contrario, los laboristas quieren una relación mucho más estrecha con la UE, particularmente con Francia y Alemania, y muy especialmente en materia de defensa. 

La política exterior de un eventual gobierno laborista se caracterizaría por su fuerte acentuación ideológica. Para Labour, la contradicción principal de la política mundial se da entre democracias y dictaduras. Entre las últimas, su líder, Keir Starmer, cuenta a Rusia, Azerbaiyán (por su ataque a Armenia), Irán, China y Corea del Norte. Consecuentemente, aboga por la inmediata incorporación de Ucrania a la OTAN, lo que habilitaría –lo dice explícitamente– la imposición de una zona de exclusión aérea para impedir a la aviación rusa bombardear Ucrania y el envío de tropas para defender a Kiev. Al mismo tiempo, el líder laborista insiste en denunciar la complicidad de los conservadores con oligarcas rusos y el financiamiento del Brexit con fondos de Moscú.

No obstante el fragor de la campaña electoral que ya se anuncia, la mayoría de los británicos no ve ninguna diferencia en el apoyo de ambos partidos a la política israelí hacia la Franja de Gaza así como en la política de defensa en general. Los dos coinciden en equilibrar la relación con China, en el desarrollo de la economía mundial, la alianza transatlántica y el apoyo continuado a Ucrania. También se asemejan en su falta de alternativas para el caso de que las elecciones parlamentarias europeas de este junio conduzcan a la formación de un fuerte bloque antieuropeista, o de que en noviembre próximo Donald Trump recupere la presidencia de Estados Unidos.

Por cierto, existen algunas diferencias entre las visiones de política exterior de los partidos. La más notable es la “seguroeconomía” de la eventual canciller laborista Rachel Reeves, que centra la política exterior en la protección de las cadenas de suministro y desalienta la deslocalización de industrias críticas. La formalización de la cooperación en materia de seguridad con la UE y una mayor atención a la lucha contra las finanzas ilícitas son otras notas peculiares de la política exterior laborista. 

Los dos partidos intentan, con todo, equilibrar la necesidad de mantener relaciones con China, cuyas acciones en materia de cambio climático, pobreza mundial y tecnologías emergentes, como la inteligencia artificial, serán importantes para el Reino Unido, con el cuestionamiento que hacen de  su historial en derechos humanos. Sobre todo, ambos quieren proteger los activos, las infraestructuras y las cadenas de suministro británicas de una excesiva dependencia de China.

El Indo-Pacífico

En un principio, los laboristas se mostraron reticentes al plan del actual gobierno para un mayor despliegue diplomático y militar en el Indo-Pacífico, pero más recientemente el eventual ministro de Defensa laborista, John Healey, se ha comprometido a aprovechar la inclinación hacia la región y a hacer que funcione el pacto AUKUS con Australia y Estados Unidos. 

La reorientación del Reino Unido hacia el Indo-Pacífico ha aumentado la importancia de Gran Bretaña en la región. A medida que se aleja la espumosa retórica post-Brexit de la Global Britain (Gran Bretaña Global), Londres está buscando cómo desarrollar más sólidamente su reinserción en la vasta región entre el Océano Índico y el Pacífico. No altera su Concepto Operativo Integrado (IOC, por su nombre en inglés) de 2021, que daba un enorme relieve al softpower, pero desplaza el peso de los factores hacia el poder duro.

Para ello, el instrumento principal es la expansión y desarrollo tecnológico de la Royal Navy. En medio de la escalada de tensiones en Asia Occidental, el Reino Unido reforzó su presencia naval en la región del Golfo y el secretario de Defensa del gobierno de Rishi Sunak, Grant Shapps, subrayó la importancia de hacerlo.

Al mismo tiempo, una fuerza operativa de ocho países dirigida por el Reino Unido inició a fines de 2023 patrullas desde el Canal de la Mancha hasta el Mar Báltico. El objetivo de esta iniciativa es proteger de posibles amenazas los cables submarinos vitales para Europa. Con una media diaria de 50 grandes buques mercantes atravesando el estrecho de Bab-el-Mandeb y el doble de ellos pasando por el estrecho de Ormuz, la protección de estos activos submarinos críticos es asimismo primordial. El bloqueo del movimiento yemenita Ansar Alá al pasaje por el estrecho de Bab el Mandeb de buques hacia Israel, así como el corte del cable de Internet submarino en ese mismo lugar, muestran la vulnerabilidad de las líneas de suministro occidentales.

El rearme naval británico

En su discurso ante la Conferencia sobre Poder Naval (Sea Power Conference), celebrada en Londres el 17 de mayo de 2023, el jefe de la Marina Real Británica, Ben Key, resumía así el programa de construcción naval en marcha: “Hace poco más de un año hablé en Rosyth, donde se están construyendo nuestras fragatas de tipo 31, y lancé un llamamiento a la industria para que no se limitara a ser contratista, sino que se asociara a nuestro viaje en el desarrollo de la flota del futuro. Han respondido y en la actualidad tenemos encargados o en construcción 16 buques y 6 submarinos y eso sólo representa los principales programas de capital. Las inversiones en la Royal Navy –continuó–, incluso en los últimos 12 meses, han sido significativas: tres nuevos buques de Apoyo Sólido a la Flota, otros cinco Tipo 26 han sido encargados. El SSN-AUKUS está en fase de diseño. El HMS Anson se ha unido a la Flota. Muy pronto entrarán en servicio el RFA Proteus y el RFA Stirling Castle”. Este programa se continuó hasta la actualidad.

A largo plazo, la Royal Navy podría modernizar su persistente presencia en la región con patrulleras de altura de la clase River, para convertirlas en fragatas de Tipo 31, más aptas para el combate. Estos nuevos despliegues complementan la presencia regional del Reino Unido, que ya incluye destacamentos permanentes en Brunei y Singapur. Una red ampliada de agregados de defensa está siendo asimismo coordinada en el Sudeste Asiático y Oceanía y se espera que un próximo acuerdo con Mauricio permita al Reino Unido y a Estados Unidos seguir utilizando la base militar de Diego García.

Cualquier papel del Reino Unido en una crisis o conflicto real en el Indo-Pacífico tendría que calibrarse teniendo en cuenta la situación de seguridad europea. Un apoyo en Europa o la provisión de seguridad marítima que libere fuerzas estadounidenses podría ser tan valioso como cualquier contribución militar directa en el Indo-Pacífico. Aun así, la presencia cada vez más visible del Reino Unido en el Índico y el Pacífico, coordinada hasta cierto punto con Francia y otros países europeos, debería tener un efecto disuasorio para cualquier adversario.

Una vez tenidos en cuenta los compromisos con Ucrania, los arsenales de municiones y las contingencias por exceso de gasto en la disuasión nuclear, el presupuesto de defensa del Reino Unido debería aumentar un 1,8% en términos reales durante este ejercicio, manteniendo el gasto por encima del 2% del producto interior bruto. 

Al exponer la visión laborista de una Britain Reconnected (Gran Bretaña reconectada), el probable futuro ministro de Asuntos Exteriores, David Lammy, abogó por aliarse con Australia y otros países para enfrentar el “giro autoritario” del líder chino Xi Jinping. Sin embargo, los laboristas parecen más escépticos que los conservadores sobre la inseparabilidad de la seguridad europea y la indopacífica. En Britain Reconnected, Lammy aceptó el AUKUS, pero advirtió que los compromisos del Reino Unido con el Indo-Pacífico “no pueden ir en detrimento de nuestros compromisos de seguridad en Europa”.

Parte del escepticismo laborista probablemente refleje preocupaciones más amplias sobre la sobrecarga de Estados Unidos y las prioridades de un posible segundo gobierno de Trump. La “gran estrategia” del Reino Unido se cimenta sobre la alianza con EE.UU. que, a su vez, se complementa con los Cinco Ojos (Five Eyes), la coalición de inteligencia y seguridad de EE.UU. con el Reino Unido, Australia, Nueva Zelanda y Canadá, con AUKUS y con Quad (EE.UU., India, Gran Bretaña y Asutralia). El concepto de defensa colectiva se ha transformado así en un elemento central de la estrategia mundial británica. La posibilidad de responder unilateralmente a un adversario parece estar fuera de discusión. 

Malvinas y otras áreas de patrullaje

A estos teatros principales de operaciones se añaden los patrullajes de rutina en el Atlántico Sur. Ello incluye obviamente las Islas Malvinas, visitadas recientemente por David Cameron, el expremier conservador y hoy secretario de Estado para Asuntos Exteriores en el gobierno de Sunak, y otras islas argentinas como Georgias del Sur, toda una zona donde Londres ha ampliado unilteralmente una zona de exclusión pesquera y avanza en un puerto a favor de los kelpers y de la defensa británica. La cancillería argentina llamó la atención de la embajadora Kirsty Hayes en Buenos Aires por estas acciones, pero para Gran Bretaña todo es cordialidad por parte del nuevo gobierno argentino, cuyo presidente Javier Milei mantuvo un encuentro con Cameron en Davos hace dos meses, acompañado por su canciller Diana Mondino.

Los patrullajes también incluyen al Océano Antártico (yuxtapuesto con las áreas reclamadas por Argentina y Chile), el Atlántico Norte, el Océano Índico y el Pacífico Sur. 

El área de despliegue de la Marina Real Británica es inmensa y supera completamente las posibilidades reales de su fuerza naval, que ésta intenta compensar con su programa de construcciones. Sin embargo, éste debería continuarse durante décadas, para satisfacer las ambiciones de poder del reino.

Sin el apoyo de Estados Unidos, Gran Bretaña no puede sostener duraderamente su presencia mundial. Si Donald Trump vuelve al gobierno y concentra las menguadas fuerzas de su país en la confrontación con China, Gran Bretaña se va a ver desprovista de apoyo en el teatro europeo, el Atlántico Sur y el Antártico. Si, además, una importante minoría antieuropeista en el Parlamento Europeo obstruye los planes de defensa de los partidos hoy dominantes, Gran Bretaña estará obligada a emprender un esfuerzo adicional para enfrentar a Rusia.

La alta coincidencia de ambos partidos británicos en política exterior y de defensa implica asumir costos que la economía británica no puede solventar y su sociedad no está dispuesta a acompañar. Si, como parece, los laboristas acceden al gobierno antes de fin de año, tendrán que calibrar muy bien entre mantener su base electoral o continuar las aventuras de sus predecesores.

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