Por Andrew Korybko
El pasado mes de mayo el Primer Ministro polaco, Mateusz Morawiecki, en el Foro Económico Mundial de Davos, exigió que Alemania cerrara unilateralmente el Nord Stream I antes de finales de año. Antes, había propuesto añadir el cierre del gasoducto al paquete de sanciones del Golden Billion (*) justo después del inicio de la última fase (provocada por Estados Unidos) del conflicto en Ucrania hace 6 meses. Ahora conocemos el desastre que ha supuesto el corte de las exportaciones rusas para la estabilidad europea, algo que era de esperar, pero que debería hacer que los observadores se pregunten: ¿por qué quería Polonia que ocurriera?
Desde el principio, esta potencia que aspira a la hegemonía sobre Europa Central y Oriental ha impulsado las políticas antirrusas más radicales posibles, y sus dirigentes han llegado a jactarse de haber establecido el estándar mundial de la rusofobia.
El “nacionalismo negativo” explica en parte la constitución del nacionalismo polaco en los últimos años, que ve a los polacos obsesionados con una supuesta diferenciación de los rusos, en lugar de abrazar un “nacionalismo positivo” que remite al orgullo y no recurre a la comparación con los demás.
La otra razón es mucho más estratégica, y tiene que ver con el deseo de sabotear los intentos de los principales países europeos de maximizar su autonomía estratégica.
En particular, Polonia teme que una Alemania fuerte imponga su visión hegemónica del continente a todos los demás países, empezando por su vecino oriental.
Así, los dirigentes polacos han decidido seguir una política doble: presentarse como la principal fuerza antirrusa en Europa, para convertirse en el principal socio de la hegemonía unipolar en declive del continente, y al mismo tiempo intentar llevar a Alemania al suicidio económico.
El primero de estos dos ejes se ha perseguido desplegando una furia rusófila, y el segundo se ha impulsado instando constantemente a Berlín a cerrar el gasoducto Nord Stream I, bajo el falso pretexto de la “solidaridad con las democracias”, una retórica manipuladora que el embajador polaco en la India acaba de mencionar al intentar presionar a Delhi para que condene y sancione a Moscú. Aunque el cierre del gasoducto prometía perjudicar los propios intereses de Polonia, Varsovia apostó por la idea de que su pueblo no protestaría más que eso, adoctrinado como está con el “nacionalismo negativo”.
Polonia considera que sus intereses estratégicos más amplios, destinados a socavar el ascenso de Alemania en la escena mundial, son mucho más importantes que sus intereses a corto plazo, perjudicados por el corte de gas ruso al continente. Polonia ha planeado desde el principio equivocarse con Alemania y promulgar políticas contraproducentes que debilitarían irremediablemente su autonomía estratégica frente a Estados Unidos, y permitirían así a Washington restablecer su menguante hegemonía unipolar sobre Berlín y el bloque dibujado e influenciado por el poder alemán.
El propósito subyacente de estas acciones es conseguir que Estados Unidos favorezca a Polonia en detrimento de Alemania como su principal vasallo en Europa, como recompensa por obedecer perfectamente las demandas antirrusas de Washington, y conseguir que Berlín debilite irreversiblemente su autonomía estratégica, permitiendo a Estados Unidos reafirmar su control hegemónico sobre todo el continente. Es poco probable que Alemania pueda volver a competir con Estados Unidos.
Este resultado se habría conseguido incluso antes si Alemania se hubiera sumado al descabellado plan polaco de sancionar el Nord Stream I hace seis meses, cuando Morawiecki pidió a Alemania que anunciara que cortaría unilateralmente las importaciones de gas a través del gasoducto para finales de año. A través de estos objetivos de desestabilización, Polonia esperaba conseguir que Alemania se debilitara a sí misma y a la Unión Europea, y poder responsabilizarse de ello, para reafirmar la hegemonía estadounidense en el continente, y evitar para siempre cualquier acercamiento a Rusia.
Por muy lejano que pareciera este segundo escenario, hasta hace poco todavía era teóricamente posible que una Alemania estratégicamente autónoma reparara sus relaciones con Rusia después de algún tiempo, siempre y cuando los fundamentos económicos del dirigente de facto del bloque europeo se mantuvieran relativamente estables, y pudiera así mantener cierta independencia de la hegemonía estadounidense en declive. Fue precisamente por esta razón por la que Polonia quería que Alemania cortara Nord Stream I: para que el objetivo de su guerra híbrida saboteara sus propios intereses nacionales objetivos.
Independientemente de lo que uno pueda pensar del corte del Nord Stream I y de si es o no realmente el resultado de problemas técnicos, este acontecimiento está arruinando a Alemania y consignándola a la condición de vasallo de Estados Unidos, en plena consonancia con el gran diseño estratégico que Polonia ha estado persiguiendo durante los últimos seis meses, como se ha explicado anteriormente. Las dificultades socioeconómicas sin precedentes que la crisis energética amplificada promete infligir a millones de personas en la Unión Europea hacen que este último acontecimiento sea extremadamente impopular, lo que probablemente provoque algunas miradas muy oscuras en dirección a los pensadores estratégicos polacos.
Aunque Polonia no es responsable en última instancia de lograr el resultado que lleva esperando tanto tiempo -al fin y al cabo, son los problemas técnicos los que justifican el cierre del gasoducto y no la propia voluntad de Alemania-, Varsovia no quiere que se la asocie con las inmensas dificultades que este desarrollo ha infligido a los pueblos de Europa. Quería que Berlín asumiera la culpa, lo que habría llevado al colapso final de la influencia de su objetivo, pero ahora los responsables de la percepción en los principales medios de comunicación pueden culpar tranquilamente a Moscú, mientras intentan que todo el mundo olvide que ese era el objetivo de Varsovia todo el tiempo.
Polonia no quiere ser recordada por la energía que sus dirigentes gastaron para lograr precisamente la situación actual, porque cientos de millones de personas están sufriendo como resultado: por eso es tan importante ahora que los activistas den prioridad a asegurar que todo el mundo conozca la realidad de este hecho “políticamente inconveniente”. Los europeos tienen derecho a saber que todo esto es el resultado de una guerra híbrida polaco-estonia contra Alemania, en pos de los amplios objetivos estratégicos explicados anteriormente, aunque el punto álgido de la crisis se deba a la invocación de problemas técnicos y no a que Berlín haya caído en la trampa de cerrar el grifo por sí mismo.
Andrew Korybko https://oneworld.press/?module=articles&action=view&id=3213
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