Por Jorge Castro – 29/05/2021 Clarín
El dato fundamental de la economía global en los últimos cinco años ha sido el vuelco de los grandes países del mundo – en primer lugar, EE.UU. y China – hacia prácticas de autosuficiencia y de afirmación de la seguridad nacional para garantizar su capacidad innovadora, su estabilidad interna, y sobre todo lo esencial, el mantenimiento de su autonomía política/estratégica, que hace a la esencia de su identidad como pueblos y naciones.
Al mismo tiempo, esta tendencia se ha convertido en un instrumento para afirmar su status global, como partícipes crecientemente relevantes del juego del mundo; y esto sucede en un sistema cada vez más integrado que responde a un imperativo tecnológico profundamente determinista, liderado por una digitalización cada vez más vertiginosa que adquiere características de instantaneidad.
En definitiva, la búsqueda de la autosuficiencia tiende a convertirse en la regla y en el imperativo de la época, pero no tiene nada que ver con la autarquía y el aislamiento, transformadas en meras rémoras del pasado.
Lo que sucede es un cambio de las condiciones mundiales, sobre todo en la relación crucial entre China y EE.UU.; y lo esencial de esta modificación ha ocurrido en los últimos 10 años en la República Popular.
En términos estructurales, esto sucedió a partir de 2008/2009, cuando se produjo la crisis financiera internacional con eje en Wall Street (Lehman Brothers). En ese momento el eje del proceso de acumulación pasó del Atlántico al Pacífico, de EE.UU a China/Asia; y al mismo tiempo, la República Popular comenzó a crecer exclusivamente sobre la base de su demanda doméstica/consumo individual (93% del total en 2020), con una desaparición acelerada del alza sistemática de las exportaciones y del aumento incesante de la tasa de inversión (47% del PBI en 2009), como había ocurrido invariablemente desde 1978, cuando Deng Xiaoping abrió el país al capitalismo en su fase de globalización, guiada por la estrella polar de la inversión directa de las grandes empresas transnacionales.
Entonces, en 2012, surgió en China un factor cualitativo, absolutamente esencial en términos políticos, que fue la aparición de una nueva conducción del Partido y el Estado, identificada con Xi Jinping y la Quinta Generación de líderes.
La tarea histórica de Xi Jinping y la Quinta Generación se identifica con dos objetivos. El primero terminar con la corrupción estructural de la República Popular, surgida del hecho de haber sido el Partido Comunista el que actuó como el instrumento de apertura al capitalismo de la sociedad civil, lo que produjo una mezcla prácticamente absoluta de los intereses públicos y privados.
Lo que Xi Jinping advirtió fue que la corrupción era el mayor desafío para el poder político del Partido Comunista, incluso amenazando su subsistencia. La razón es que el poder del PCCh en China surge exclusivamente de su legitimidad política; y si esta se debilita o desaparece, el sistema arriesga colapsar. Esto es el punto central para la comprensión del fenómeno chino en el siglo XXI: todo gira alrededor de su legitimidad, tanto nacional como social.
Lo segundo que advirtió Xi Jinping fue que en 2008/2009 una época histórica había terminado para la economía china. Entre 1978 y 2008, China creció 9,9% anual acumulativo, en tanto que el ingreso per cápita de su población se duplicó cada 8 años. Fue el periodo más largo a la tasa más alta en la historia del capitalismo desde la Primera Revolución Industrial (1780/1840).
Pero – y esto es lo esencial – más de 60% de la tecnología que utilizó la República Popular en esta hazaña histórica fue norteamericana (Banco Mundial); y esto ocurrió en un fenomenal ejercicio de adaptación, copia, o compra de dimensiones globales, en aplicación del principio que crece más rápido el que llega último.
Por eso para Xi Jinping fue absolutamente prioritario el desarrollo endógeno de una tecnología avanzada, capaz de competir con EE.UU. en el dominio del conocimiento propio de la Cuarta Revolución Industrial: Inteligencia artificial (AI), Internet de las Cosas (IoT), y robotización, sobre la premisa de que esto era el núcleo del poder en el mundo del siglo XXI.
Lo asombroso es que en cinco años China logró disputar la primacía con EE.UU. en esta cuestión vital (2012/2017). En solo un lustro, se acercó al primer lugar en el mundo, en desafío a la potencia más avanzada de la historia del capitalismo.
El que advirtió lo que esto significaba fue Donald Trump (“Estrategia de Seguridad Nacional”/2017); y a partir de entonces la competencia tecnológica con China se transformó para EE.UU. en la puja por el poder mundial; y por lo tanto, la cuestión absolutamente primordial en términos geopolíticos.
Esta es la situación actual: la economía global está absolutamente integrada a través de una digitalización que ha adquirido un ritmo casi instantáneo; y el poder en el mundo depende del dominio de las tecnologías de avanzada de la Cuarta Revolución Industrial.
Esta es la geopolítica del siglo XXI, fundada en el conocimiento, lo intangible y la instantaneidad. Este es el poder en el mundo en la época que nos toca vivir.
Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de Dossier Geopolitico.
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