Veinte años de Putin

Por Gonzalo Fiore Viani

Vladimir Vladimirovich Putin cumplió el pasado viernes veinte años en el poder. Dos décadas signadas por un estilo de liderazgo fuerte, comparado en muchas ocasiones con un zar o con los viejos jefes de la Unión Soviética. Tras la desintegración de la URSS, hecho que el historiador británico Eric Hobsbawm calificó como “la mayor catástrofe geopolítica del Siglo XX”, el pueblo ruso necesitaba retomar un liderazgo fuerte. En los años noventa gobernó Boris Yeltsin, recordado por las privatizaciones, el caos económico y la poca autoridad. Era fácil observarlo en notable estado de ebriedad mientras que se mostraba excesivamente amigable para con occidente y los Estados Unidos. El ex espía de la temida agencia de inteligencia soviética, la KGB, se erigió como el nuevo líder de la potencia mostrándose diametralmente opuesto a Yeltsin. El mandatario ruso, además, se ha convertido en un personaje político clave, referente para los líderes denominados “populistas” o de extrema derecha en toda Europa. 

En agosto de 1999, Putin se convirtió en Primer Ministro, segundo al mando del presidente Yeltsin. El 31 de diciembre de ese mismo año, de manera completamente sorpresiva, Yeltsin anunciaba su dimisión y a su sucesor, Vladimir Putin. Cuando asumió su índice de aprobación era de apenas el 31%, lo que fue cambiando drásticamente a medida que su mandato se fue desarrollando. Llegando a superar el 80% de popularidad en sus mejores momentos, signados por la prosperidad económica. En 2004, alcanzó el 71,34% de los votos, superando su propia marca en 2018 con un aplastante 76,69%. Tras el caos que fue la Federación Rusa durante los años noventa, el Kremlin logró mostrar fuertes logros económicos durante el mandato de Putin. En los últimos veinte años, el Producto Bruto Interno del país creció un 72%, a su vez, la pobreza disminuyó de manera significativa. Cuando se termine el nuevo mandato, en 2024, Putin habrá cumplido veinticinco años siendo el hombre fuerte de Rusia.  

El liderazgo de Putin fue fundamental a la hora de devolver la potencia de Rusia en el contexto de un mundo multipolar. Luego del final de la Guerra Fría el gigante europeo había perdido influencia en el tablero internacional. Junto al surgimiento como potencia relevante de China a finales de los noventa, la recuperación rusa se dio en el mismo momento que los Estados Unidos comenzaban a ceder el liderazgo absoluto del planeta, tras los atentados del 11 de septiembre de 2001. Es recordada una frase de Putin de aquellos años donde prometía “perseguir a los terroristas para matarlos hasta en el baño”. La participación del Kremlin en los conflictos desatados en Medio Oriente tras el estallido de la Primavera Árabe funcionó como un claro contrapeso de Estados Unidos y la Unión Europea. Bashar Al Assad encontró en Putin a un aliado fundamental que le ha permitido mantenerse en el poder a pesar del cruento conflicto y del aislamiento al que fue sometido por parte de las potencias occidentales.

Las reivindicaciones nacionalistas de Putin, especialmente en casos como el de Crimea en la frontera con Ucrania, lo han convertido en un referente indiscutido para nuevos líderes “populistas” como su amigo Viktor Orban en Hungría, Matteo Salvini en Italia, Rodrigo Duterte en Filipinas o el mismísimo Donald Trump, quien, desmintiendo categóricamente las acusaciones que el gobierno ruso contribuyó a su victoria contra Hillary Clinton, ha negado en todo momento vínculos con el Kremlin. Putin también ha sostenido y revitalizado la relación de Rusia con Cuba, que existe desde los tiempos soviéticos. También ha desplegado sus intereses en el resto de América Latina, especialmente en Venezuela, donde es uno de los mayores sostenes tanto políticos como económicos de Nicolás Maduro junto a China. El país bolivariano tiene que pagar a Rusia doscientos millones de dólares antes de septiembre como parte de una refinanciación por distintos préstamos otorgados por el gobierno ruso. La cifra asciende en total a 3.150 millones de dólares, a pagar en el plazo de diez años con pagos mínimos en los primeros seis.

Quienes critican a Putin, tanto en Rusia como en Occidente, le achacan su fuerte personalismo y su estilo claramente autoritario, reminiscente de la Unión Soviética. A su vez, los defensores de la agenda de género y de las comunidades LGBTIQ+ lo consideran uno de sus máximos enemigos mundiales. En 2013 se aprobó en la Duma, el Parlamento ruso, una ley que prohíbe la “propaganda homosexual” dirigida a menores de edad con duras multas y hasta penas de prisión. En el año 2000, se prohibió la realización de la marcha del orgullo gay. La homosexualidad estuvo prohibida durante la Unión Soviética, siendo legalizada recién por Boris Yeltsin en 1993. Sin embargo esto no reflejó un cambio de opinión de la sociedad rusa sino que respondió a presiones del Consejo de Europa. El fuerte lazo que une a Putin con la Iglesia Ortodoxa Rusa, prohibida durante la URSS, contribuyen a sus posturas conservadoras en lo que concierne a cuestiones de género. 

El liderazgo de Putin tiene paralelismos con personajes fuertes de la larga historia rusa como Catalina la Grande, Iván el Terrible o Joseph Stalin. La gran incógnita será que sucederá tras su salida del poder en 2024 ya que la constitución no le permitiría un nuevo mandato consecutivo. A pesar de las acusaciones en su contra por autoritarismo, o supuestas censuras a la prensa, la popularidad de Vladimir Putin se mantiene inmune. No es de extrañar que su figura sea tan querida por un pueblo que suele adorar a los lideres fuertes.

Gonzalo Fiore Vian

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