Por SERTORIO EL MANIFIESTO MADRID
La pasta, en rublos, tíos; que es con lo que Gayropa va a tener que abonar el gas.
Nada resulta más inquietante que el silencio. Cuando esperamos noticias, respuestas y señales, pero nada recibimos, se nos crea una cierta ansiedad. Y sí una distancia enorme nos hace vivir completamente alejados del lugar donde se producen los hechos que nos preocupan, la melancolía se apodera de nosotros ante la incapacidad de conocer qué es lo que de verdad pasa. Bueno, pues algo parecido sucedía con el silencio que el ejército ruso guardó durante tantos días, después de haber irrumpido en Ucrania para liberar el Donbás. Más aún cuando la prensa occidental —libre, sería, independiente— nos relataba su pandemonio de incompetencias y fracasos. Que si cuarenta mil bajas, que sí soldados muertos de hambre y frío, que si columnas enteras de tanques aniquiladas por los drones ucranianos, que sí manifestaciones gigantescas en Moscú contra Putin, que si los oligarcas estaban a punto de acabar con el tirano de Kremlin… Cualquiera que lea nuestra seria, solvente y culta prensa habrá podido examinar este tipo de noticias. ¡Al fin lo habíamos atrapado! El déspota moscovita se estaba enredando en las lianas de una selva llena de trampas, de arenas movedizas, de antropófagos paleolíticos dispuestos a jibarizar al inepto autócrata ruso. Quiso conquistar Ucrania en un par de días y se encontraba atascado, a menos de doscientos kilómetros de sus bases: Borrell, el gran estratega, el discreto y sutil diplomático de los Mig 29 polacos, lo dictaminó. Y cuando un estadista de tal categoría pontifica ex cathedra nada queda por discutir.
Y mientras, en Rusia, silencio. Partes rutinarios de un frente que no se mueve. Peor aún, contraataques feroces de los ucranianos, cuyos francotiradores se bastan ellos solos para aniquilar a los ciento ochenta mil rusos que han sido tan imprudentes de asaltar la Ucrania de Zelenski. El régimen de Biden sanciona a Moscú y los Estados vasallos, incluida la aguerrida España de la Generalísima Margarita Robles, amenazan con implacables ataques de género al brutal agresor de la inocente y cándida Kíev. Pero la venganza estaba próxima: en Makárov y en Irpin, en dos bolsas que dejan tamañita a la de Stalingrado, los rusos sufren un cerco y a Zelenski le surge un problema: ¿dónde vamos a guardar a tanto prisionero? El lector del ABC, de El País, de El Mundo o del New York Times ya tiene las claves de la situación geopolítica después de los sesudos análisis de los columnistas y de los tertulianos: es absolutamente cierto que a Rusia le están propinando una somanta, una golpiza, una bastonada. Agitado como un pelele goyesco, el oso ruso danza al son del tamboril de Zelenski, el arlequín del Dniéper.
La gente de Moscú tampoco me cuenta nada. Horror. Ese silencio sólo puede suponer una cosa: la humillación de la derrota. Miles de presos rusos caminando en largas filas por los barrizales de Ucrania, centenares de tanques carbonizados en las cunetas, el Donbás condenado a ser esclavo de Zelinski, los jerarcas del régimen de Biden celebrando el Día de la Victoria mientras desfilan por Broadway varias brigadas de transexuales bajo una lluvia de confetti… Mi querida Rusia, mi amada Rusia, mordiendo el polvo mientras en las universidades occidentales cancelan a Dostoievski, a Solzhenitsin, a Gógol (que era ucraniano, pero da igual). Moscú sometido a un régimen de ocupación neoliberal y los bailarines del Bolshói humillando su arte ante las hordas de reguetoneros que Europa manda para occidentalizarlos. La prensa seria, independiente y libre, objetiva, canta peanes de victoria y yo soy el único que duda ante las sonrisas displicentes de los enteraos, sobre todo de los que saben de economía, esa confusa algarabía de los números. Los peritos de la ciencia lúgubre no dejan lugar a dudas: el rublo se hundirá, la economía rusa colapsará en cuestión de semanas, la gente saldrá a la calle porque no llegan los suministros y los productos de primera necesidad escasearán: no habrá leche, ni papel higiénico, ni hamburguesas de McDonald’s. ¿Qué país puede sobrevivir a semejante catástrofe? Fijémonos en España.
Quien ríe el último ríe mejor
Cuando toda Europa esperaba el acabose inminente, suenan truenos en la estepa. Ízium, la invulnerable, cae en manos rusas y el frente se desploma; los moskalis avanzan diez kilómetros hacia el sur. En el Kremlin, Putin exige que se le pague el gas en rublos y la cotización de su divisa sube un 8%. La India y China no sancionan a Rusia, igual que Brasil y Sudáfrica, e inician el desguace del imperio del dólar. En Kíev, la de la gran bolsa de Irpin y el ataque a Makárov, siguen sin desfilar los cabizbajos cautivos rusos. Pero, sobre todo, Mariupol, la inexpugnable plaza fuerte del batallón de Azov, se libera en breves horas. Su perímetro se rompe y, mientras escribo este artículo, apenas resisten unos pocos focos en la acería de Azovstal. ¿Pero no iba a llevar muchos días y miles de muertos rusos la toma de esta ciudad? Veo en Rossiya 1 cómo llega un tren de refugiados de Mariupol a Tula, la ciudad de los samovares, de los acordeones y del sabroso tulskii priánik: cuentan y no paran sobre todo lo que hizo el ejército ucraniano para usarlos como escudos humanos y para impedir que abandonaran la plaza. Sólo 68.000 de 400.000 pudieron huir. Recordemos una cosa: Mariupol ha sido liberada, se sublevó contra los golpistas del Maidán en 2014 y el 80% de su población es prorrusa. Está claro que la suerte de esos civiles no interesaba nada a los azovitas, unánimemente temidos y odiados en la ciudad.
Esta tarde, poco antes de ponerme a redactar estas líneas, el Minoboroni (abreviatura del Ministerio de Defensa ruso) da una rueda de prensa. El rostro duro y serio del general Igor Konashenkov habla sin aspavientos teatrales. Es un soldado, no un histrión, como el arlequín del Dniéper. Durante un mes ha sido la voz de Rusia, firme, ruda, con el laconismo militar de su estilo. Nada que ver con las lacrimógenas, moralistas y emocionales pataletas y llantinas del cómico Zelenski, el bufón de Soros, un perfecto premio nóbel al estilo de Obama o Darío Fo. Konashenkov es como Lavrov y como Putin: no jokes. Su especialidad no es empatizar. Tras una breve introducción, muestra el expediente con las órdenes de despliegue agresivo dadas por Zelenski en enero —que debía terminarse a finales de febrero, para avanzar sobre del Donbás a partir del uno de marzo— y deja el paso al coronel general Rúdskoi. Empiezan a llover los datos, no la propaganda: Rusia ha tenido durante la intervención en Ucrania 1.351 muertos y 3.825 heridos (¿no eran 40.000?) y ha destruido 1.587 tanques ucranianos de 2.416 (el 65%), 112 aviones de 152 (el 73%), 75 helicópteros de 149 (el 50%) y 35 drones de 36 (el 97%). ¿Pero no rebosaba Ucrania de tanques? ¿Pero no estaba Rusia de rodillas? Fortificación a fortificación, el frente del Donbás se desploma paulatinamente y se anuncian dos cosas que ya sospechábamos desde hacía largo tiempo: la flota ucraniana ya no existe y la operatividad de la fuerza aérea de Kiev es nula, no vuela ni una cometa por el cielo de Ucrania si no lleva los colores de Rusia. De ahí los grititos de vicetiple de Zelenski pidiendo una zona de exclusión aérea que nadie en Gayropa tiene los redaños de imponer, porque Putin no es Gadafi. ¿Y los barcos? Se acuerda el lector de aquellas maniobras en el mar Negro de la OTAN y de
¿Se acuerdan de aquel «Blas de Lezo» que mandó la Gran Almiranta Robles para asustar a Rusia? ¿Qué se hizo de él?
Aquel Blas de Lezo que mandó la Gran Almiranta Robles para asustar a Rusia. ¿Qué se hizo? ¿O fueron por aquellos ríos que van a dar a la mar? Ni un sólo barco atlantista ha osado asomar la proa por las aguas de Odessa, y el mar de Azov vuelve a ser un lago ruso. Más vale barcos sin honra…
La prensa europea, seria, independiente, objetiva, exulta: Rusia limita sus objetivos. ¿De veras se cree alguien que un tipo tan cauto y prudente como Vladímir Putin se iba a lanzar a la conquista de Ucrania con ciento ochenta mil soldados? La operación siempre tuvo límites, sobre todo porque Rusia hace tiempo que ya tiene casi todo lo que quiere, sólo le falta tomar la parte ocupada del óblast de Donetsk. Putin ha conseguido varios triunfos: la hegemonía del dólar y el orden neocolonial de Bretton Woods se ven en peligro; el bloque eurasiático es ya una consolidada realidad geopolítica; sus índices de popularidad llegan al 70%… Y Ucrania tendrá que resignarse a ser neutral, así como a reconocer que Crimea y el Donbás no son suyas. El régimen de Biden también se puede dar por satisfecho: sacrificará el peón ucraniano, pero se queda con todo el tablero europeo, pues las madames de Bruselas han decidido convertir a sus ex–naciones en concubinas de Washington, que además pagan gustosas el racket a su old pimp, al Hugh Heffner de la Casa Blanca. Eso sí, la pasta, en rublos; que es con lo que Gayropa va a abonar el gas.
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