Por Luis Domenianni
Razones de salud fueron las invocadas, el 28 de agosto de 2020, por el primer ministro de Japón, Shinzo Abe (66 años), para presentar su renuncia al cargo. Diecisiete días después, fue reemplazado por su jefe de Gabinete, Yoshihide Suga (72 años).
Una dolencia intestinal, arrastrada desde la juventud y empeorada durante el curso de 2020, fue la causa señalada para justificar la resignación del cargo de primer ministro por parte de Shinzo Abe.
Abe fue el primer ministro japonés que más tiempo duró en el cargo. Lo ocupó durante un año entre setiembre del 2006 e igual mes del 2007, y durante casi ocho entre diciembre del 2012 y setiembre del 2020. Superó así a su propio tío-abuelo Eisaku Sato, primer ministro entre 1964 y 1972.
Si bien la enfermedad del ex primer ministro no es puesta en duda, la situación política japonesa daba muestras del deterioro de su imagen y de disensos marcados en el seno de su propio gobierno.
Por un lado, acusaciones no comprobadas de corrupción. Por el otro, un mal manejo de la gestión sobre la pandemia del coronavirus como producto de las idas y vueltas alrededor de la realización, o no, de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020.
La inusual extensión de la administración Abe se debe a varios factores. A saber: una comunicación minuciosa, una acción coordinada con los grupos de presión influyentes tales como los sectores empresariales, las sectas religiosas y los lobies de la derecha nacionalista, tales como la Nippon Kaigi de la que Shinzo Abe es miembro.
Pero la causa principal es, sin duda, la ausencia de una oposición creíble. Una después de la otra, las elecciones resultan ganadas por el partido oficialista, el Partido Liberal Demócrata (PLD), con el único bemol que se trata de elecciones en las que vota menos de la mitad de los capacitados para sufragar.
El ex primer ministro Abe es a su vez el inspirador de las llamadas “Abenomics”, medidas económicas tales como la flexibilización monetaria, las reformas estructurales y un mayor gasto público. El todo, y al amparo de una coyuntura internacional favorable, arrojó como resultado un crecimiento leve pero sostenido del Producto Interno Bruto (PIB).
De su lado, el nacionalismo del primer ministro Abe quedó de manifiesto en la revisión de hecho del artículo 9 de la Constitución de 1947, la Constitución McArthur del nombre del general estadounidense bajo cuyo mandato fue redactada.
Dicho artículo establece la renuncia de Japón a la guerra. Pero, la adquisición de material militar y, sobre todo, la aprobación de una ley que autoriza el desplazamiento fuera del país de tropas japonesas, redujo sensiblemente su alcance.
La ambición del nacionalismo japonés sobre la materia va más allá. Apunta al cambio de esa Constitución “impuesta por los norteamericanos”, según la definición del propio ex primer ministro. Para ello, contaba con el éxito de los Juegos Olímpicos del 2020. Un éxito que le hubiese permitido presentarse para un cuarto mandato en el 2021.
El coronavirus arruinó todo. Las “Abenomics” perdieron eficacia con el parate económico que sobrevino pese a la resistencia del primer ministro en declarar la “urgencia sanitaria”. Y los malos manejos se sucedieron. Desde el caso del paquebote Diamond Princess, con contagios a bordo, hasta permitir el ingreso con fines turísticos de pasajeros chinos.
Resultado: una caída de popularidad que quedó en evidencia con encuestas que, en promedio, arrojaban solo el 36 por ciento de opiniones favorables. En estas condiciones, mejor salir.
Un heredero en problemas
Yoshihide Suga, nació en Ogachi –ahora, Yuzawa-, prefectura de Akita, al norte de la isla de Honshu, la principal y más poblada del país. De familia acomodada, cursó estudios en la Universidad Hosei de Tokio.
Su vida fue la de un “aparatchik” –profesional- político del Partido Liberal Democrático que gobernó con dos únicas interrupciones acotadas los destinos del Japón desde la posguerra mundial en adelante.
Afiliado a la mencionada Nippon Kagial –grupo nacionalista-, Suga creó el equipo para revisar la denominada Declaración de Kono, del año 1993, por la que Japón reconoció el reclutamiento de esclavas “de placer” forzadas entre las mujeres de la Corea ocupada por el Ejército Imperial japonés durante la Segunda Guerra Mundial.
El 28 de agosto de 2020, tras la dimisión del jefe del gobierno, Shinzo Abe, Yoshihide Suga fue electo por los representantes al parlamento nacional y los prefectos de las regiones como nuevo primer ministro del Japón.
Desde lo interno, el mandato del flamante primer ministro debe enfrentar la cuestión sanitaria relativa a la pandemia del COVID-19 y al estancamiento económico, no en todo pero en buena medida impulsado por las restricciones vinculadas con el coronavirus.
Desde el lado exterior, Japón enfrenta dos amenazas, China y Corea del Norte, y una reivindicación, el citado caso de las mujeres esclavas “de placer” de Corea del Sur.
Desde lo ideológico, un revisionismo de las consecuencias de la derrota de 1945 y la modificación del artículo constitucional referido a la renuncia a la guerra.
No le va del todo bien al primer ministro Suga en estos sus primeros casi cinco meses de gobierno. El 13 de enero de 2020, el gran Tokio y otras siete prefecturas que reúnen en total más del 60 por ciento de la población del país fueron objeto de la declaración de estado de urgencia.
El problema, además del crecimiento de los contagios, es la escasa predisposición de la disciplinada población japonesa a acatar las directivas gubernamentales. Al punto tal que el primer ministro decidió presentar un proyecto de ley para perseguir penalmente a quienes no acatan las directivas en materia de salud.
Los observadores explican la súbita y paradójica resistencia a los errores de implementación de la política gubernamental sobre la materia. Las reacciones tardías, a veces contradictorias, parecen ser suficientes razones para disuadir a los japoneses de aceptar las consignas gubernamentales, en particular, aquella que limita los desplazamientos internos.
Pruebas al canto, los sondeos de opinión. Según la cadena de televisión pública NHK, el 79 por ciento de los entrevistados estima que el gobierno reaccionó demasiado tarde frente a la pandemia y que lo hizo así por priorizar la economía.
De su lado, una encuesta llevada a cabo por la agencia noticiosa Kyodo News indica que un 45 por ciento de los entrevistados es partidario de un retraso de los Juegos Olímpicos –pasaron del 2020 al 2021- y que otro 35 por ciento prefiere la anulación lisa y llana de su realización.
Agregada a la “rebelión” del coronavirus, la resistencia a los Juegos Olímpicos, tema sobre el que el gobierno hace centro de su propio prestigio, puede acarrear consecuencias políticas para el primer ministro Suga, en particular dentro del propio partido de gobierno.
Probablemente, la exigencia de claridad al gobierno se vea representada de forma elocuente frente a la campaña “Go to Travel” de promoción y estímulo del turismo interno, financiada por el propio gobierno. Y es que las asociaciones de médicos japoneses culpan a dicha campaña por la duplicación de los contagios durante la “tercera ola”.
Deflación y democracia estática
El Japón de la década de 1980 vivió una bola de nieve especulativa que dejó secuelas imborrables en la población. Secuelas que no quedaron limitadas a las generaciones jóvenes de aquel entonces, sino que se trasladaron a quienes hoy forman parte de la juventud del país.
Nadie imagina actualmente, como ocurrió en aquel entonces, un socorro del estado frente a una debacle como aquella. Resultado: la juventud actual privilegia el ahorro por sobre el consumo.
Así, las ventas anuales de vehículos –comenzado el nuevo milenio- descendieron en promedio un 20 por ciento. De su lado, los viajes al exterior cayeron, en la franja de los 20 a 30 años, en un 30 por ciento.
No es difícil imaginar, en un contexto semejante, una carrera casi desenfrenada por ofrecer productos y servicios a menor precio. La reacción, a su vez, consiste en comprar menos para que los precios continúen en descenso.
Las “Abenomics”, con tasa de interés negativa incluida, fueron un incentivo para el consumo, pero el muy débil o nulo incremento salarial pusieron freno a la intención consumista.
Y el dato demográfico. Ante la incertidumbre, los jóvenes no forman pareja y mucho menos familia. El resultado es un envejecimiento de la población que suele no consumir demasiado y, por el contrario, ejerce una fuerte influencia sobre el gasto público.
A la vista, un estado de situación que, en principio, requiere cambios. De los comportamientos sociales y de las decisiones políticas. La asunción del primer ministro Suga no parece, de momento, tener en cuenta dichas necesidades.
Japón es hoy una democracia, sin dudas respetuosa de la ley, pero inmóvil, con un partido dominante –PLD, Partido Liberal Demócrata- que gobierna desde 1955 con el solo paréntesis de un corto período entre 1992 y 1993 y otro, un poco más largo, entre 2009 y 2012.
La reacción social es la apatía. Por un lado, la población que envejece suele girar hacia el conservadurismo. Por el otro, la desconfianza juvenil hacia la política queda de manifiesto, no solo en la falta de compromiso, sino en la abstención electoral.
Aun así, la sociedad japonesa demuestra virtudes que desaparecen en otras latitudes. En primer término, no existe espacio para el populismo. En segundo lugar, la criminalidad es baja y la violencia en las calles inexistente. No es poca cosa.
Por último, se trata de un país con cohesión étnica. De los algo más de 125 millones de personas que pueblan Japón, casi 121 millones son de etnia japonesa. Solo en las muy sureñas islas Ryukyu (Okinawa), los japoneses étnicos ceden su primacía ante el 1,2 millones de ryukyuan quienes privilegian la etnia por sobre la nacionalidad japonesa.
El resto de los habitantes, salvo algunas muy pequeñas minorías como los Ainu del extremo norte japonés, son extranjeros. En particular: coreanos, chinos y filipinos, seguidos por brasileños y peruanos.
La mirada geopolítica
Ideología, por un lado, incertidumbre, por el otro, desembocan en la formulación de una política de defensa activa. O mejor dicho, dejar atrás la política militar estrictamente defensiva para pasar a una estrategia activa.
Tanto el primer ministro Abe como su sucesor Suga topan contra la reticencia popular sobre la materia. Una reticencia que se debilitó en la medida que acciones propias y ajenas demostraban cierta ingenuidad en la materia.
Al respecto, conviene mencionar las presiones del ex presidente, Donald Trump, para que Japón gaste más en defensa y se haga cargo del tema a fin de liberar las responsabilidades de Estados Unidos en su defensa, adquiridas como producto de la Constitución de 1947 que prohíbe al Imperio del Sol Naciente llevar a cabo acciones de guerra.
Con el nuevo presidente Joe Biden es factible que los Estados Unidos renueven sus compromisos defensivos, aunque la semilla de la desconfianza está plantada.
Semilla de la desconfianza a la que abonan la voracidad china, el belicismo norcoreano y, en mucho menor medida, la irresuelta cuestión de la soberanía sobre las islas Kuriles del sur que detenta Rusia desde la ocupación del archipiélago por el Ejército Rojo en 1945.
Las anunciadas intenciones chinas de dominación del orden mundial motivaron la formación del Quad, integrado por Japón, Australia, Estados Unidos e India, como embrión de una alianza militar estratégica con el objetivo de cercar y detener el avance chino.
Las relaciones entre Japón y China reconocen antecedentes de difícil asimilación. La ocupación de gran parte de China por el Ejército Imperial japonés, la brutalidad, la violación sistemática de los derechos humanos y la explotación por parte de los ocupantes resultan difíciles de olvidar aun cuando ya transcurrieron 75 años del fin de aquella ocupación.
A la fecha la situación es la opuesta. No se trata de una ocupación militar china sobre Japón, ni mucho menos. Pero sí de contener la agresividad del gobierno comunista chino que se manifiesta en la región del Mar de la China y que, puntualmente, para Japón incluye la soberanía sobre las islas Senkaku, ubicadas inmediatamente al norte de Taiwan.
Las islas, deshabitadas, fueron ocupadas por los Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial y traspasadas a Japón en 1972. Forman parte del acuerdo de defensa estadounidense-japonés, de allí su importancia estratégica.
La modernización acelerada de las Fuerzas Armadas chinas genera temores y reclamos por parte de las Fuerzas de Autodefensa (FAD), nombre oficial de las Fuerzas Armadas japonesas.
Las decisiones recientes de compra de destructores equipados con sistemas antimisiles Aegis y de misiles anti navíos hipersónicos de largo alcance, resultan útiles para la táctica de escudo defensivo, no para el reclamo de equipamiento militar ofensivo.
Con todo, la relación con China es contradictoria. Si por un lado, en materia de defensa, Japón integra y promueve el Quad, por el otro, firma el acuerdo de libre comercio con China, la Asociación Económica Integral Regional, RCEP por sus siglas en inglés.
Cierto es que el tratado RCEP incluye a Australia, Corea del Sur y Nueva Zelandia, además de los 10 países de la ASEAN –Asociación de Naciones del Sudeste Asiático- que conforman Birmania, Brunei, Camboya, Filipinas, Indonesia, Laos, Malasia, Singapur, Tailandia y Vietnam.
A su vez, el RCEP se agrega al Acuerdo Transpacífico de Cooperación (TPP) que integran varios de los países mencionados más cuatro americanos: Canadá, Chile, México y Perú. Estados Unidos, incluido originalmente, se retiró por disposición del ex presidente Trump en enero del 2017.
El todo suma para China pero, aparentemente, suma más para Japón. Sobre todo porque las inversiones japonesas en la región son mayores que las chinas y porque Japón aparece rodeado de países que no mantienen buenas relaciones con China.
En cuanto a Corea, la situación es harto difícil. Los del Norte resultan una amenaza militar de consideración a partir de su desarrollo de misiles capaces de alcanzar Tokio y todas las ciudades japonesas con carga de ojivas nucleares.
Además, no está resuelto el contencioso por los secuestros de diecisiete ciudadanos japoneses por parte de la dictadura norcoreana entre 1977 y 1983. De esos diecisiete solo cinco regresaron a Japón para una corta visita y no fueron reenviados a Corea del Norte como preveía el acuerdo respectivo.
Y por último queda Corea del Sur con una controversia sobre las llamadas “mujeres de placer”, verdaderas esclavas sexuales coreanas para satisfacción del Ejército Imperial que ocupó la península desde principios del siglo XX hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Recientemente, una sentencia de un tribunal surcoreano obliga al gobierno japonés a indemnizar con 75.000 euros a cada una de doce de aquellas mujeres –algunas fallecidas durante el proceso- surcoreanas obligadas a prostituirse durante la ocupación.
Japón se niega a reconocer la validez de la demanda y arguye que la cuestión quedó resuelta tras un acuerdo bilateral “ad hoc” en 2015. Pero, para el tribunal, un acuerdo entre países no implica la pérdida del derecho individual al reclamo de compensaciones.
Pasaron tres cuartos de siglo desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial pero las consecuencias del militarismo japonés lejos están de haber quedado superadas.
Más aún mientras los políticos –primeros ministros incluidos- continúen sus homenajes ante el santuario sintoísta –religión nativa japonesa- de Yasukuni donde es venerada la memoria y son albergados los espíritus de los 2.466.532 soldados japoneses y coloniales –coreanos y taiwaneses- caídos en conflictos bélicos, según un listado oficial.
Ocurre que entre esos casi 2,5 millones de fallecidos figuran catorce criminales de guerra “Clase A” declarados como tales por el Tribunal Internacional para el Lejano Oriente, varios de ellos ejecutados en la horca. El principal: el general Hideki Tojo, el belicista primer ministro de Japón entre los años 1941 y 1944.
Nota Japón:
Territorio: 377.975 km2, puesto 61 sobre 247 países y territorios dependientes.
Población: 125.684.000 habitantes, puesto 11.
Densidad: 333 habitantes por km2, puesto 41.
Producto Bruto Interno: 5 billones 749.550 millones de dólares, puesto 4 (a paridad de poder adquisitivo, PPA). Fuente: Fondo Monetario Internacional.
Producto Bruto Interno per cápita (PPA): 44.426 dólares anuales, puesto 27.
Índice de Desarrollo Humano: 0,919, puesto 19. Fuente Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.
Luis Domenianni
Publicada en Visión Federal Seccion Internacionales https://www.visionfederal.com/2021/01/23/japon-entre-la-apatia-del-envejecimiento-y-las-urgencias-de-la-geopolitica/
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