Prólogo a la obra: «Un siglo de intervención de EEUU en Bolivia (1900-2000) x Nestor Kohan

Dedico este breve prólogo-introducción a la memoria del sociólogo estadounidense Wright Mills, quien a pesar de tener miedo de que el FBI lo asesine (dormía con una pistola en su mesa de luz), no dejó de denunciar al imperialismo norteamericano ni de defender a la revolución cubana, a Fidel y al Che.

Prólogo a la obra: «Un siglo de intervención de EEUU en Bolivia (1900-2000)», Coordinada por Juan Ramón Quintana Taborga, perseguido político por el golpe de Estado boliviano de 2019


Cuando yo tiendo mi vista sobre la América la encuentro rodeada de la

fuerza marítima de Europa, quiero decir, circuida de fortalezas fluctuantes

de extranjeros y por consecuencia de enemigos. Después hallo

que está a la cabeza de su gran continente una poderosísima

nación muy rica, muy belicosa y capaz de todo”

Simón Bolívar, 1822

Eres los Estados Unidos,

eres el futuro invasor

de la América ingenua que tiene sangre indígena,

que aún reza a Jesucristo y aún habla en español”

Rubén Darío, 1904

Las “entrañas del monstruo” en terapia intensiva

Desde el modernismo de José Martí, Rubén Darío, Vasconcelos, José Enrique Rodó y Deodoro Roca hasta la diplomacia de Raúl Roa, pasando por el indianismo comunista de José Carlos Mariátegui, el periodismo combativo de Gregorio Selser, la historiografía social de Luis Vitale o la teoría marxista de la dependencia de Ruy Mauro Marini, Theotonio Dos Santos y Vania Bambirra, el antiimperialismo recorre como un hilo rojo lo más original y creativo del pensamiento, la investigación y la escritura radical de Nuestra América.

¿Por qué las principales producciones culturales de este “oscuro rincón del mundo” (Bush dixit) han elegido durante largas décadas la denuncia de la política internacional de los Estados Unidos? ¿Será acaso una obsesión patológica la que contagió a tantas plumas, máquinas de escribir, computadoras y cerebros al punto de llevarlas a girar, siempre, en torno al mismo problema o existirá acaso un complejo de inferioridad étnico-racial apenas encubierto? Ni lo uno ni lo otro.

A primera vista, desde la guerra cubana-española-norteamericana (1898, primera guerra imperialista, según Lenin) y la “creación” artificial de Panamá (1903, territorio robado a Colombia para construir y usufructuar el Canal interoceánico) hasta nuestros días, la geopolítica de toda América Latina ha estado marcada a fuego, década tras década, año tras año, mes a mes, día a día, por el perfume seco y mugriento del dólar yanqui y el fantasma omnipresente de los aparatos de inteligencia estadounidenses, sus cañoneras, sus marines, sus aviones, sus flotas, sus radares y bases político-militares.

Pero esa telaraña imperial y la vocación geoestratégica de expansión permanente, injerencia económico-diplomática, dominación político-militar y control ideológico y cultural que las han acompañado en nuestras desventuras y padecimientos como supuesto “patio trasero”, no comienzan con la primera guerra imperialista de 1898. Vienen de mucho más atrás.

La “doctrina” política de un matón de barrio

Desde la proclamación de la Doctrina Monroe, sintetizada en 1823 en la indignante y patética frase «América para los americanos» —enfrentada ya desde aquella época por Simón Bolívar y sus intentos frustrados de unir Nuestra América en el Congreso Anfictiónico de 1826—, puede identificarse una política global de Estado, que no depende del presidente de turno ni de la administración coyuntural que habite la Casa Blanca. La Doctrina Monroe fue elaborada por John Quincy Adams (1767-1848), aunque popularmente es atribuida al presidente James Monroe (1758-1835).

Dicha doctrina geopolítica, violatoria de cualquier orden jurídico internacional “civilizado” que no esté supeditado a la guerra permanente y al estado de excepción, ha pretendido ser legitimada (en términos estrictamente apologéticos, pre-ilustrados, teocráticos e irracionales) por una retórica arcaica y fundamentalista. La misma tiene un origen etnocéntrico y teológico, completamente ajeno al pensamiento liberal siempre invocado por la Casa Blanca, cuyas fuentes son protestantes y puritanas. Ya en 1630, en tiempos de las migraciones de colonos británicos al territorio que hoy constituye Estados Unidos, el sacerdote puritano John Cotton afirmó: “Ninguna nación tiene el derecho de expulsar a otra, si no es por un designio especial del cielo como el que tuvieron los israelitas, a menos que los nativos obraran injustamente con ella. En este caso tendrán derecho a librar, legalmente, una guerra con ellos y a someterlos”.

La fuente que permitiría conquistar, someter, asesinar, anexar y colonizar a propios y ajenos, no viene de ninguna estatua de la libertad, sino de… ¡la Biblia! Sí, un texto religioso, interpretado a gusto y piacere por los ideólogos de la potencia gendarme que luego acusa a todo el resto del planeta de… “fundamentalistas”, por la sencilla razón de no aceptar someterse a su prepotencia económica, política o militar.

Fundamentalismo teocrático y “misión sagrada”

ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país,

y por mi deber —puesto que lo entiendo y tengo ánimos con

que realizarlo— de impedir a tiempo con la independencia

de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos

y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”

José Martí, 1895

La expresión que sintetizó históricamente esa supuesta “misión” divina de cruzada religiosa que daría luz verde para invasiones, bombardeos, anexiones de otros países y demás hazañas estadounidenses se resumió en dos palabras: “Destino Manifiesto”. Esta expresión, teocrática-fundamentalista y al mismo tiempo geoestratégica, fue retomada por el periodista John L. O’Sullivan, quien en su artículo “Anexión” sostenía: “El cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia, para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino” (publicado en el número de julio-agosto de 1845 en la revista Democratic Review de la ciudad de New York).

Cuatro meses más tarde, el mismo O’Sullivan insiste con esa fuente teocrática, según la cual los Estados Unidos son la nación “elegida por Dios” para cometer las tropelías que se les antoje a sus gobernantes. Haciendo referencia a una disputa entre Estados Unidos y Gran Bretaña por el territorio de Oregon, este apologista del Imperio volvió a escribir: “Y esta demanda está basada en el derecho de nuestro destino manifiesto a poseer todo el continente que nos ha dado la Providencia para desarrollar nuestro gran cometido de libertad y autogobierno” (texto publicado el 27 de diciembre de 1845 en el periódico New York Morning News).

No es casual que a partir de esa pretendida y teológica “misión providencial” de expansión y ese teocrático “Destino Manifiesto”, Estados Unidos anexó los territorios de Texas (1845), California (1848) y desplegó su invasión de México (1846-1847), quitándole más de un tercio de su territorio.

Semejante hermenéutica teológico-política, de factura claramente teocrática (pues serían nada menos que “Dios y la Providencia” quienes supuestamente habrían optado por los Estados Unidos como pretendido “pueblo elegido”), puesta a disposición de la conquista militar y el robo descarado de recursos naturales ajenos, el sometimiento de otros países, sus riquezas y dominios extra territoriales (más allá de las fronteras norteamericanas) y la guerra permanente contra otras culturas y civilizaciones supuestamente “inferiores” en su color de piel y en sus costumbres, no quedó recluida de ninguna manera en un primitivismo lejano, difuso y remoto del siglo XIX (previo, digamos, a la guerra de secesión, en la cual pierden los esclavistas del sur).

Recordemos que la descripción realizada por el presidente Abraham Lincoln sobre los Estados Unidos como “la última y mejor esperanza sobre la faz de la Tierra” está altamente contaminada de este espíritu cruzado, teocrático y supremacista. También Lincoln —aunque Karl Marx y la Asociación Internacional de los Trabajadores [AIT] lo apoyaran en la abolición de la esclavitud— era un puritano y estructuraba sus discursos como una especie de “salmos” que giraban en torno a preceptos bíblicos. ¿Elegiría ese tono sólo por sus efectos de convencimiento retórico de la audiencia o la teología protestante y puritana seguía latiendo debajo del republicanismo? A pesar de la apologética académica, la vulgata periodística y cinematográfica habitual, en la ideología oficial de los círculos gobernantes del Estado-nación norteamericano, liberalismo y republicanismo han sido y siguen siendo muy difíciles de distinguirse y separarse de la fundamentación teológica de “la misión de los Estados Unidos otorgada por La Providencia y por Dios” para gobernar el planeta y de la ideología de la pretendida White supremacy [supremacía blanca].

Como bien ha documentado con exhaustividad el filósofo e historiador de las ideas Doménico Losurdo en su obra El lenguaje del imperio. Léxico de la ideología americana, el fundamentalismo teocrático atraviesa de cabo a rabo la ideología y los discursos oficiales de diferentes presidentes estadounidenses. Desde Theodore Roosevelt (a inicios del siglo XX) y Woodrow Wilson (interviniendo en la primera guerra mundial) hasta Ronald Reagan, Bush (padre e hijo) y otros mandatarios más cercanos a nuestros días. Extendería demasiado esta introducción citar in extenso cada uno de los discursos y las repetidas invocaciones a Dios y la Providencia con que la Casa Blanca ha iniciado bombardeos, invasiones, guerras y genocidios durante todo el siglo XX y lo que va del XXI. Remitimos a la lectura y la paciente reconstrucción de Losurdo.

Cualquier persona que se aparte, entonces, aunque sea media hora de la CNN o de las cadenas de noticias oficialistas de Norteamérica, si se pone a meditar apenas cinco minutos, fácilmente puede advertir que la dicotomía [“Estados Unidos = Occidente = Razón” versus “Sur Global = fundamentalismo = teocracia”] es históricamente falsa y manipuladora. En el corazón más íntimo de la geopolítica occidental, euro-norte-americana, anida profundamente el fundamentalismo y las legitimaciones teológico-bíblicas de bombardeos, guerras, bloqueos, sanciones económicas, establecimientos de bases militares en otros países, asesinatos selectivos, espionaje permanente de otros pueblos y gobiernos y apropiación imperialista de recursos naturales ajenos.

A partir de este tipo de ideología teológica, supremacista y etnocéntrica, legitimadora de una pretendida soberanía extraterritorial por sobre todo el continente, el Estado norteamericano se fue expandiendo sin cesar, asumiendo el rol de gendarme internacional, “hermano mayor” y cuando lo consideró necesario, “matarife-carnicero” de las sociedades, pueblos y comunidades nuestro-americanas. La doctrina político-militar de la “Seguridad Nacional” (DSN), de neto corte fascistoide e impulsora de la tortura, los campos de concentración, las desapariciones forzadas, las fosas comunes y los golpes de estado en tiempos del Plan Cóndor, no responde únicamente a una ideología de corte militar. Hunde sus raíces en un fundamentalismo teocrático y racista que no tiene absolutamente nada que envidiarle a la secta más loca y disparatada de otras religiones y continentes del mundo (esas que estamos acostumbrados a ver en las películas de Hollywood y ahora en Netflix como “los terroristas malos, feos, mal vestidos y barbudos”).

La acumulación originaria reciclada por dentro y fuera

Ese modo capitalista de ir expandiendo por la fuerza sus relaciones sociales, el Estado-nación conocido hoy como Estados Unidos lo llevó a cabo hacia “afuera” (su lado más visible y observable, el que habitualmente denuncia otro intelectual estadounidense: Noam Chomsky), pero además lo hizo hacia “adentro” de su propia sociedad. Como bien ha demostrado el escritor, también estadounidense, Howard Zinn en su obra La otra historia de los Estados Unidos, la construcción de un poderoso Imperio implicó matanzas genocidas de pueblos originarios (propios), racismo y apartheid interno contra las negritudes, invasión y robo de enorme territorios fronterizos (principalmente pertenecientes a México), represión sistemática de sus propios movimientos sociales y cooptación de sindicatos, asesinatos selectivos de líderes disidentes (Malcom X, Martin Luther King, los principales dirigentes de las Panteras Negras, etc.), vigilancia permanente de sus propios ciudadanos (donde el famoso escándalo de espionaje “Watergate” fue una chiquilinada al lado de lo que hoy denuncian Edward Snowden o Julian Assenge).

Si Howard Zinn saca de la oscuridad esta otra historia “olvidada” por la historia oficial yanqui, mucho más gris, menos “gloriosa” y digna que la que estamos acostumbrados a escuchar, ver y leer; el mencionado pensador italiano Doménico Losurdo ha demostrado con fuentes originales que los fundadores y primeros juristas de los Estados Unidos no eran tan “liberales” como los han pintado desde las películas más groseras de Hollywood hasta intelectuales de enorme prestigio académico como Hannah Arendt (heredera inconfesada de Alexis de Tocqueville, entusiasta admirador de USA en el siglo XIX) o el gran escritor de best sellers Toni Negri (quien en su libro Imperio supera incluso la apologética de Hannah Arendt hacia el orden jurídico estadounidense). Según Losurdo, los primeros constitucionalistas que se independizan del imperio británico en 1776 no sólo eran partidarios de la esclavitud y el tráfico de personas negras de origen africano —que permiten alegremente en la constitución original de Estados Unidos— sino que además, por si ello no alcanzara, ¡ellos mismos eran propietarios esclavistas! No eran sólo teóricos, también eran esclavistas prácticos. No casualmente en los estados del Sur norteamericano el apartheid sobrevivió hasta bien extendido el siglo XX. Esa es la historia prosaica, mundana y terrenal que ninguna apologética puede tapar, como no se puede tapar el sol con los dedos de una mano, aunque esa mano sea blanca, gordita, anglosajona y protestante.

Junto a esa traumática, bochornosa y “olvidada” historia interna —borrada y suprimida, pero exhaustivamente estudiada y cuestionada por una cantidad enorme de estadounidenses como Howard Fast, Waldo Frank, Wright Mills, Angela Davis, Paul Sweezy, Paul Baran, Harry Magdoff, Leo Huberman, James Petras, Mary Alice Waters, Eldridge Cleaver, Mumia Abu-Jamal, Ellen Meiksins Wood, Fredric Jameson, entre muchísima otra gente— se encuentra la otra cara de la moneda, la presentación del modelo yanqui “hacia afuera”. Una construcción absolutamente manipuladora repetida hasta el hartazgo en sin fin de películas, sean comedias, policiales, de acción o infantiles, que inundan cada hogar a lo largo y a lo ancho de todo el planeta (pues los audiovisuales de Hollywood, según el crítico cultural estadounidense Fredric Jameson, son consumidos por el 90% de la población mundial). Si se borra lo que pasó antes, se puede manipular hacia adelante. Quien maneja el pasado, maneja el futuro.

Haciendo caso omiso o directamente ocultando la historia real de la gran potencia del Norte —en cada poro manchada de sangre y barro, desde la cabeza hasta los pies, racista, xenófoba, etnocéntrica, fundamentalista, genocida e imperialista—, se ha construido una especie de “utopía” mercantil, consumista y mediocre, donde Miami y La Florida se convierten de forma imaginaria en la Meca de la felicidad al alcance inmediato de la mano. Allí donde se puede alcanzar la gloria eterna de convertirse en “ciudadano estadounidense” sin siquiera aprender el idioma inglés, transformándose de repente en un winner, quitando de este modo el sueño a migrantes empobrecidos y superexplotados de origen latino y piel oscura de todo el continente.

La «Tierra Prometida» al alcance del Shopping center

Ese modelo apologético se popularizó, principalmente durante la guerra fría, con el nombre de “american way of life”. Hoy en día, en el siglo XXI, continúa difundiéndose, aunque paulatinamente «La Meca» se fue desplazando geográfica y socialmente desde la cosmopolita New York hacia la más degradada, culturalmente lastimosa pero más accesible Miami. La instalación de esa supuesta “tierra prometida”, artificialmente inducida en las ensoñaciones de todo un subcontinente por ese poderosísimo ministerio de guerra psicológica llamado “Hollywood”, fue precedida por incontables invasiones de marines y un manejo virreinal de las EMBAJADAS (todo el mundo sabe cuales son, no hace falta especificar el país de origen). No fue ajeno a ese proceso la injerencia descarada de sus aparatos de inteligencia fuera de su propio territorio nacional, financiando aquí y allá, grupos generadores de opinión e incontables medios de incomunicación afines hacia el norte revuelto y bestial que nos domina a los que se suman, por si todo ello no alcanzara, las inefables “agencias”. Desde las que funcionan abiertamente (CIA, NSA, FBI, etc.) hasta las encargadas de operaciones encubiertas, denunciadas y bautizadas como “tapaderas” por el crítico cultural uruguayo Ángel Rama.

Las caricias (envenenadas y millonarias) del poder

En ese rol específico, más “amable” y seductor, en apariencia no comprometido directamente con los feos, sucios y malos killers de la CIA, habría que ubicar las viejas fundaciones cuestionadas por Ángel Rama desde Uruguay, por Roberto Fernández Retamar desde Cuba, por Daniel Hopen (sociólogo desaparecido en 1976) desde Argentina y hasta por Julio Cortázar desde París. Por ejemplo, la Ford Foundation [creada en 1936 por el gran admirador de Hitler Henry Ford, autor del libro El judío Internacional], institución arquetípica mundialmente conocida por esta angustiante simbiosis de saberes académicos e inteligencia político-militar. Sin olvidarnos tampoco de la Rockefeller Foundation [impulsada desde 1913] ni de la Guggenheim Foundation [fundada en 1937].

A todas ellas, de enorme celebridad internacional, millonario presupuesto y dudosa reputación, en las últimas décadas se han agregado las inocentes y virginales ONGs. Supuestamente “no estatales” y “no gubernamentales” (¡aunque muchas de ellas han sido creadas y son financiadas directamente por el Congreso de los Estados Unidos!). Suelen presentarse y venderse como filantrópicas, etéreas y pertenecientes a una incontaminada y pre-ideológica “sociedad civil” mundial. A pesar de ese marketing trillado, las más estrechamente comprometidas con el imperio del dólar y la bandera de las barras y las estrellas son, como ha sido denunciado numerosas veces, la USAID [Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional – United States Agency for International Development, fundada en 1961] y la NED [Fundación Nacional para la Democracia – National Endowment for Democracy, creada en 1983], el CIPE (Centro Internacional para la Empresa Privada) y el FTUI (Instituto de Sindicatos Libres), entre muchas otras.

Todo ese viscoso y resbaladizo andamiaje, a mitad de camino entre la Academia, el espionaje y las operaciones encubiertas de los servicios de inteligencia, ofrecen un abanico millonario de becas destinadas a cooptar, neutralizar y disuadir cualquier tipo de pensamiento disidente, antiimperialista o aunque sea modestamente crítico. Las principales y más conocidas becas, probablemente, son la Fulbright y la Guggenheim (descontando las becas Ford, por supuesto).

Haga una pausa de apenas cinco minutos en su vida laboral y en la lectura de estas líneas. Busque usted en la web quienes han recibido ese abultado dinerillo y siga la pista… Es un ejercicio que deja un sabor amargo y agrio en la boca, pero resulta muy sencillo. Seguramente se chocará con apellidos de fama y firmas de prestigio, habitualmente considerados como “progres” e incluso “de izquierda”, pero que repentinamente asumen posiciones políticas “extravagantes”, suscribiendo pronunciamientos “inesperados” y solicitadas derechosas… invariablemente adversarias y enemigas acérrimas de cualquier proceso popular que en el continente intente independizarse o simplemente tomar un poco de distancia y aire fresco frente al asfixiante collar de perro de los Estados Unidos. Es que existe un viejo dicho popular: quien paga….¡manda! O, si se prefiere, como se solía repetir durante la revolución mexicana… ¿quién puede resistir “un cañonazo” de varias decenas de miles de dólares? Ninguna de esas becas y esos financiamientos, supuestamente “desinteresados”, “filantrópicos” y “altruistas” son gratis. Ninguna “pasantía académica” en el centro del Imperio es inocente. Quizás resulte doloroso reconocerlo, pero…. hay que pagar un precio.

En las guerras de cuarta generación, asimétricas, se combinan todas estas dimensiones. La dominación de las grandes empresas capitalistas y las potencias imperialistas sobre las sociedades a conquistar, desmembrar, desintegrar y expoliar, abarca todo un espectro completo. Desde la amenaza de ataque militar con tropas extranjeras al “cuartelazo” tradicional con personal local, pasando por el lawfare (utilización de los tribunales y la judicialización amañada como arma contrainsurgente de persecución política), desde el uso de tropas “no convencionales” (paralelas a las policías y Fuerzas Armadas oficiales) y grupos de choque callejeros (armados, entrenados y protegidos por las EMBAJADAS y sus aparatos de inteligencia) al empleo de técnicas de “golpe blando”, con campañas sistemáticas de desprestigio de los liderazgos populares a través de multimedios de comunicación, el uso de fakenews (noticias falsas repetidas una y cien veces, que pueden llegar a desmentirse cuando ya han alcanzado su cometido); coronado todo este repertorio por la intervención pública, a favor del golpe, de algunas voces distinguidas, exquisitas y cooptadas de la intelectualidad, previamente abonadas y ablandadas con “pasantías académicas” en las metrópolis del Imperio y suculentas becas de agencias y ONGs. Paradójicamente, el imperialismo, que tanto detesta y repudia al marxismo de Lenin… para combatir las rebeldías populares terminó usando la fórmula leninista “manejar todas las formas de lucha”. Sólo que Lenin se refería a la combinación de la lucha social y nacional en la lucha de clases revolucionaria; mientras que lo que acabamos de describir hace referencia a los nuevos métodos de la contrainsurgencia y la contrarrevolución pro-imperialista. Dos polos antagónicos.

El «affaire Quintana» y el golpe de Estado en Bolivia

Todo que lo mencionamos anteriormente resulta válido para el conjunto de Nuestra América. Bolivia es parte de ella. Y, aunque nos lastime, precisamente ha sido en Bolivia donde se produjo el último zarpazo del imperialismo norteamericano en nuestro continente (mientras sigue haciendo tropelías, asesinatos selectivos, amenazas de sanciones e invasiones en otras latitudes, pero por decisión metodológica, nos concentraremos en Bolivia).

De haber sido el segundo país más pobre del continente (después de Haití) y probablemente el más saqueado en toda su historia, como nos recordara Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina, en los últimos 13 años Bolivia pasó a las portadas de los periódicos y las pantallas de los noticieros por razones inversas.

En primer lugar, a contramano del racismo envalentonado que hoy prolifera y se expande como un virus maligno por el mundo, incluyendo los países que se consideran “civilizados” (donde el “revisionismo” y el “negacionismo” pro-nazi desafía las conciencias supuestamente democráticas, liberales y hasta “progres”), en Bolivia gobernó durante más de una década un presidente de origen indígena y piel oscura.

En segundo lugar, este presidente irreverente, logró que la vieja república boliviana, no sólo capitalista y dependiente sino también ancestralmente racista, fuera transformada jurídicamente en el Estado Plurinacional de Bolivia, dando estatuto y reconocimiento constitucional a una realidad ya inocultable, en la cual conviven más de tres decenas de pueblos-naciones y coexisten de manera “abigarrada” (como le gustaba escribir a René Zavaleta Mercado, utilizando una poco conocida expresión de Lenin) varios tipos de relaciones sociales.

¿Fracturar y disputar la hegemonía de la burguesía mestiza y blanca? ¡Gravísimo! ¡Intolerable! Un escándalo de dimensiones gigantescas. Y eso no es nada.

En tercer lugar, Bolivia revirtió las estadísticas habituales y se convirtió en uno de los países con menor inflación de la región (a pesar de la crisis mundial del 2008) y con mayor disminución de la brecha entre ricos y pobres. ¡Otro pecado inconcebible! En medio de esos “milagros”, como los suele percibir la prensa convencional y pro imperial o las instituciones tradicionales como la CEPAL, el gobierno de Evo Morales se dio el lujo de expulsar al embajador del gendarme mundial, cerrar las oficinas de USAID, de la DEA, recuperar territorio boliviano anteriormente gestionado por militares norteamericanos y estrechar vínculos con Cuba y Venezuela, el supuesto “Eje del Mal” en América Latina según la retórica fundamentalista y teocrática a la que nos acostumbró el Departamento de Estado. Incluso se animó a defender al pueblo palestino, cuestionando la política colonialista del Estado de Israel (no del pueblo judío, atención, sino del Estado de Israel que no son ni por asomo sinónimos). Se sumó a UNASUR, a la CELAC y a todas las iniciativas integracionistas de alcance bolivariano y continental.

Si hacia “afuera” adoptó esa posición antiimperialista, hacia el interior de su propia sociedad las transformaciones también fueron en una dirección progresista. Aun sin haber iniciado la transición al socialismo —pues las principales bases de las empresas privadas y de la economía capitalista no fueron expropiadas—, el gobierno del MAS, apelando a las proclamas indianistas y al discurso de una “revolución democrática y cultural” inició un proceso paulatino de nacionalización de hidrocarburos, mientras modernizó la sociedad de modo incluyente, realizando toda una serie de reformas sociales profundas (urbanas y rurales), anticoloniales, impensables para la burguesía blanca y mestiza que tradicionalmente gobernó Bolivia como una estancia colonial.

No obstante conservar su propiedad, esa burguesía se sintió “atacada” como en una guerra pues constituye una clase dominante fanáticamente racista, supremacista y al mismo tiempo absolutamente dependiente, fuertemente controlada por el gran capital yanqui (o en su defecto, sometida al poder de los empresarios de Brasil, sus vecinos más próximos en el oriente boliviano). Culturalmente impregnada de fascismo, sea por adhesión ideológica, sea por la presencia indisimulada de toda una comunidad inmigratoria de origen croata en las tierras bajas de Bolivia donde se refugiaron criminales nazis que venían huyendo tras su derrota en la segunda guerra mundial. No es aleatorio que el feroz “carnicero de Lyon”, Klaus Barbie, viejo asesino de las SS hitlerianas, haya formado parte de la dirección de los servicios de inteligencia bolivianos durante largo tiempo en varias dictaduras. ¡Un nazi alemán dirigiendo la inteligencia en un país con mayoría indígena! Casi surrealista.

Esa polarización social y los conflictos intrínsecos que la constituyen desde hace larguísimo tiempo, multidimensionales, que han atravesado desde la colonia la historia de la sociedad boliviana, son imposibles de ser ocultados acusando infantilmente a Evo Morales de “sedición” y “terrorismo” o a Juan Ramón Quintana de organizar “sublevaciones subversivas”.

A la hora de repensar y reflexionar sobre el golpe de Estado de fines de 2019, conviene recordar que no siempre llegar al gobierno implica haber tomado el poder, como nos reconoció con todas las letras el propio presidente Evo Morales cuando lo entrevistamos en La Paz en febrero de 2008. [Puede consultarse la entrevista en:

https://www.lahaine.org/mundo.php/entrevista_con_evo_morales_hemos_llegado].

No obstante la hegemonía lograda por el gobierno mayoritariamente indígena de Evo Morales durante largos años (cuyas iniciativas políticas lograron articular una estrecha alianza entre los movimientos sociales indígenas, el sindicalismo campesino cocalero y la combativa clase obrera minera —debilitada tras el decreto neoliberal y privatizador Nº 21.060 del 29/8/1985—); la EMBAJADA siguió operando como suele hacer en su “patio trasero”. Imperturbable. Como si nada sucediera. Idéntico que cuando reclutó a Klaus Barbie. Igual que cuando ordenó el asesinato del Che Guevara.

Recuerdo perfectamente a Peredo, uno de los compañeros —hoy lamentablemente fallecido— que dirigía los servicios de inteligencia de Evo Morales en tiempos golpistas de la llamada “Medialuna” (2008-2009), cuando nos relataba con lujos de detalles técnicos (que sinceramente nunca pude terminar de comprender a fondo) cómo desde LA EMBAJADA se escuchaban todas, pero absolutamente todas las conversaciones telefónicas de Bolivia. No sólo las de las autoridades indígenas o la de los movimientos y organizaciones de izquierda, sino… ¡todas!

En esos años Edward Snowden aún no había desertado de la CIA y la NSA (reveló los planes y programas informáticos de vigilancia global recién en junio de 2013) y por lo tanto las explicaciones de Peredo me parecían casi futuristas o de ciencia ficción. Él nos indicaba el número exacto de segundos que había que hablar, e inmediatamente cortar la llamada, para no ser detectado por los programas de vigilancia de LA EMBAJADA. No dejaba de asombrarme. El big brother, totalitario y despótico, que tanto asustaba a George Orwell no lo desarrolló el comunismo sino el imperialismo norteamericano.

Pero no me olvido más cómo este antiguo combatiente boliviano en el GAP que protegía a Salvador Allende en Chile frente a Pinochet, nos explicó en detalle el modo absolutamente injerencista y desfachatado —dirigiendo en forma directa las intentonas golpistas contra Evo Morales, ya desde esa época, como poco tiempo antes lo había hecho contra Hugo Chávez en Venezuela— con el cual las representaciones “diplomáticas” de Estados Unidos controlaban y ejercían su vigilancia y su control sobre el conjunto de la sociedad boliviana y sobre todos los países de Nuestra América.

Por lo tanto, que Estados Unidos está detrás, en medio y por delante del golpe de Estado de Bolivia de fines de 2019 no me asombra en lo más mínimo. Sólo la ingenuidad, la ignorancia (lo único perdonable y comprensible) o una conciencia directamente comprada por los dólares mugrientos del Norte puede intentar sostener que en Bolivia no hubo un golpe de Estado contra el gobierno de Evo Morales y que además, si lo hubo, no estuvo dirigido por Estados Unidos.

Una obra monumental

Un Siglo de Intervención de EEUU en Bolivia constituye una serie inédita que documenta cronológicamente, en seis gruesos tomos (de los cuales aquí se sintetizan y extraen principalmente sus respectivas introducciones, para volver manejable el volumen, quien quiera consultar la obra completa puede acudir al siguiente link: https://www.lahaine.org/mundo.php/libros-un-siglo-de-intervencion), la dinámica histórica de las relaciones bilaterales asimétricas entre Bolivia y EEUU, así como las estrategias de intervención, injerencia y dominio sistemático de los distintos gobiernos de los EEUU —principalmente a través de sus EMBAJADAS, instituciones financieras, agencias de cooperación y seguridad, fundaciones y organismos no gubernamentales— sobre Bolivia a lo largo del siglo XX. Se trata de una serie que reconstruye cronológicamente, día a día, gran parte de los episodios más importantes que configuran la relación bilateral entre EEUU y Bolivia a lo largo de un siglo, esto es, entre enero del año 1900 hasta diciembre del año 2000.

Según explica Quintana Taborga, el propio coordinador de esta magna investigación colectiva, la obra está inspirada en la perspectiva teórica latinoamericanista y antiimperialista del periodista e historiador argentino Gregorio Selser. La estructura narrativa de la colección presenta en cada volumen una síntesis analítica que describe las principales características de la política exterior estadounidense del período y cómo fue aplicada en América Latina, especialmente en Bolivia, y para cada año de la cronología un contexto regional que detalla la orientación general del intervencionismo estadounidense y presenta un resumen de los hechos más destacados a nivel internacional, latinoamericano y de la presencia de EEUU en Bolivia. De esta manera quien se acerque a la lectura y/o consulta tendrá como telón de fondo el conocimiento del proyecto imperial global, las políticas y estrategias regionales y su proyección a escala nacional.

Siguiendo con la descripción de la composición de las entradas cronológicas, aclara Quintana, éstas han sido debidamente fechadas y codificadas mediante una nomenclatura propia creada ex profeso para la serie que trata de señalar, de la forma más exhaustiva y específica posible, a partir de 12 áreas temáticas generales y de 99 códigos específicos para las distintas áreas, el tipo de intervención al que corresponde cada uno de los hechos históricos. En síntesis, la tipología de las casi cien formas concretas que ha adoptado el intervencionismo de EEUU en el plano político, diplomático, militar, económico, social (y hasta cultural, ideológico, mediático y religioso) constituye una suerte de “catálogo” sintético pero detallado de la huella que la política exterior estadounidense —basada en la dominación y el expolio de los recursos naturales de los más débiles, junto con la Doctrina Monroe y el Destino Manifiesto— ha dejado en la historia contemporánea. Seguramente, después del golpe de Estado de fines de 2019 en Bolivia, habría que agregar a futuro nuevas modalidades de intervención… en esta exhaustiva clasificación.

Para la elaboración de la cronología, el equipo de investigación coordinado por Quintana ha trabajado fundamentalmente con cinco fuentes generales de información: a) 25 periódicos, (14 de La Paz, 6 de Santa Cruz y 5 de Cochabamba); b) comunicaciones oficiales de carácter diplomático del gobierno de EEUU (documentos desclasificados); c) bibliografía en general (libros y artículos académicos, primordialmente); d) instrumentos normativos y legales del Estado boliviano (leyes, decretos supremos, convenios, acuerdos y notas reversales, entre otros); y e) otros documentos complementarios provenientes de internet (notas periodísticas y artículos de opinión, básicamente).

Si bien el cimiento primordial de Un siglo de intervención de EEUU en Bolivia es su carácter hemerográfico, su coordinador subraya que resulta particularmente destacable el aporte —como segunda fuente de consulta— de documentación desclasificada del gobierno de EEUU ubicada, principalmente, en las páginas web de la Oficina del Historiador (dependiente de la Subsecretaría para Diplomacia Pública y Asuntos Públicos del Departamento de Estado) y en el Centro de Colecciones Digitales de la Universidad de Wisconsin.

La publicación de esta serie constituye, sin lugar a dudas, la primera ocasión que en Bolivia se revisan y traducen, de forma sistemática, un importante número de documentos —más de 400 entre memorándums, telegramas, aerogramas, radiogramas, notas editoriales y de inteligencia, cartas, resúmenes semanales, mensajes encubiertos, entre otros— sujeto a distintas categorías de reserva y que han ido siendo paulatinamente desclasificados por el gobierno de EEUU.

En relación a la historia boliviana, estas comunicaciones diplomáticas oficiales tienen un importante valor histórico ya que son extraordinariamente reveladoras del modus operandi del intervencionismo estadounidense en Bolivia pues muestran el nivel de conocimiento y acceso a información sobre la situación política nacional; los análisis y cálculos internos que se realizaban sobre posibles escenarios políticos; el respaldo (incluso económico) a distintas candidaturas y políticos favorables a lineamientos norteamericanos; la defensa, por todos los medios, de los intereses económicos de las grandes compañías y casas bancarias; y, en general, el despliegue de diversas estrategias (incluidas las acciones encubiertas) para desmembrar a la izquierda y a las organizaciones sindicales, obreras, indígenas y campesinas.

Lo que ahora tenemos, gracias a todo el trabajo coordinado por el sociólogo Juan Ramón Quintana Taborga, es una imponente y voluminosa documentación histórica que prueba, con fuentes demoledoras y abrumadoras, la responsabilidad histórica del imperialismo norteamericano en los sufrimientos del pueblo boliviano.

¿Quién es Juan Ramón Quintana Taborga?

Este autor prolífico, que además de esta obra inmensa (ahora sintetizada) ha publicado una cantidad enorme de libros e investigaciones, es sociólogo y politólogo. Tiene varias maestrías, ha investigado en CLACSO y ha coordinado, entre muchos otros trabajos, aquellos seis inmensos volúmenes que en total reúnen 2215 páginas. Una obra de consulta descomunal, con aspiraciones enciclopédicas, bajo el título Un siglo de intervención de EEUU en Bolivia (1900-2000). Un trabajo de investigación histórica fundamental para comprender cómo se ejerció en concreto la Doctrina Monroe y el supuesto “Destino Manifiesto” de Norteamérica en las condiciones delimitadas y específicas de Bolivia.

Pero además de describir todos estos atributos bibliográficos (tarea que suelen realizar los prologuistas), detengámonos brevemente en las razones por las cuales este autor —a diferencia de cualquier otro sociólogo o politólogo que haya pasado por CLACSO— se ha convertido en una de las presas a ser “cazado” [sic] como si fuera un animal, por el gobierno de facto que tomó por asalto las instituciones bolivianas a fines de 2019 (el término “cazado” fue empleado, sin rubor y hasta con orgullo, por el ministro del interior de los golpistas protegidos por Washington).

A nuestro criterio, Quintana Taborga se ha convertido en “un peligro” para los golpistas y el gobierno de facto que actualmente [23 de enero de 2020] usurpa de modo ilegal, de forma ilegítima e inconstitucionalmente el gobierno boliviano, principalmente por lo siguiente:

  • Fue el embajador del Estado Plurinacional de Bolivia en… Cuba, nave madre, según el Departamento de Estado, la CIA, la NSA, el Pentágono, su Comando Sur y la Casa Blanca, de todos los males y rebeldías del continente.
  • Fue Ministro de la presidencia (y “mano derecha” según la expresión coloquial) en dos ocasiones del derrocado presidente Evo Morales.
  • De joven, fue militar y llegó a estudiar, como militar, en escuelas norteamericanas, pero renunció a su carrera (con el grado de mayor), realizando severas críticas al rol dependiente de las Fuerzas Armadas; al servicio militar obligatorio, tal como ha sido implementado en Bolivia (escribiendo un libro al respecto: Soldados y ciudadanos. Un estudio crítico sobre el servicio militar obligatorio en Bolivia [1998]), así como también problematizando el rol de la policía (publicando otras dos investigaciones: Policía en Bolivia: Historia no oficial 1826-1982 [2012] y Policía y democracia en Bolivia: Una agenda institucional pendiente ([2013], publicación de la que fue coordinador).

Este sociólogo y politólogo, si se hubiera limitado simplemente a publicar papers y coordinar investigaciones neutrales, hoy no tendría ningún problema. Sería tolerado y, quizás, invitado a disertar como una rara avis. Pero eligió un camino análogo al de Hugo Chávez, antiimperialista, irreverente y desobediente ante el gran amo del Norte. Por eso quieren acallarlo. Para mantener unas Fuerzas Armadas bolivianas subordinadas 100% al Comando Sur norteamericano y a la estrategia contrainsurgente de la extrema derecha continental y regional. No es por azar que los golpistas le cambiaron el nombre a la Escuela de las Fuerzas Armadas Bolivianas, celebrando (nuevamente) el asesinato del Che Guevara como en los peores tiempos de Hugo Bánzer y otras dictaduras.

Cuando conocimos y tuvimos la oportunidad de conversar personalmente con Juan Ramón Quintana pocos días antes del golpe de Estado de fines de 2019, pudimos advertir claramente cuál era su orientación y su forma de trabajar.

Nos regaló un libro colectivo de varios investigadores e investigadoras cubanas y bolivianas, que él coordinó: América Latina en el proyecto de dominación de Estados Unidos. Pautas y perspectivas en el Siglo XXI. Completaba cronológicamente lo que había dejando vacante la obra en seis volúmenes, que sólo llegaba hasta el año 2000. El final de su artículo, dentro de ese libro, resulta por demás explícito en cuanto a las coordenadas ideológico-teórico-políticas de quien estamos hablando. Afirma Quintana Taborga: “Comprender a los Estados Unidos y su patrón de dominación no es un ejercicio sencillo. Además de la constante actualización informativa, es imprescindible el auxilio teórico, para lo cual la concepción materialista de la historia, la teoría marxista-leninista del impeialismo, los aportes gramscianos sobre la dominación y la hegemonía, los desarrollos recientes del pensamiento crítico contemporáneo, son referentes fructíferos” (Quintana Taborga, J.R. [2019]: 46).

Cuando estuvimos en su país, escasos días antes del golpe de Estado, Quintana se proponía presentar la edición boliviana del libro En la selva (Los estudios desconocidos del Che Guevara. A propósito de sus «Cuadernos de lectura de Bolivia»), publicada por la Biblioteca Laboral del Ministerio de Trabajo y presentada en la Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia. No pudo. Pero nos juntamos y cuando tuvimos una reunión de tres, junto con un compañero organizador e impulsor de las Escuelas Sindicales Antiimperialistas, Quintana nos replicó: “Pero esas escuelas tienen que transformarse en Cátedras Che Guevara para la clase obrera, para las comunidades y para toda Bolivia”. No sé quien salió más contento de esa reunión, si mi amigo y compañero o quien escribe este prólogo. Esa misma noche, mi compañero le comunicó a todo su equipo de trabajo: “¡Ahora sí vamos por las Cátedras Che Guevara para toda Bolivia!”. Y luego vino el golpe de Estado.

Recordemos que anteriormente Quintana, quien trabajaba en coordinación con la Vicepresidencia del Estado Plurinacional dirigida por Álvaro García Linera, también coordinaba la Escuela de Gestión Pública Plurinacional (EGPP) y mantenía fuentes vínculos con las Cátedras José Martí del Centro de Estudios Martiano de La Habana (Cuba). Esa es la historia real.

Posmodernismo y contrainsurgencia

Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia

para plagar la América de miserias a nombre de la libertad”.

Simón Bolívar, 1829

¿Se entiende entonces el aparentemente “inexplicable”, sorpresivo y extravagante dedo acusador contra Quintana Taborga por parte de personalidades posmodernas, con inserción académica y tribuna universitaria (por supuesto, también en la Academia de Estados Unidos), quienes lo atacaron a voz en cuello señalándolo con nombre y apellido los mismos días mientras se estaba desarrollando el golpe de Estado en Bolivia?

Lo hicieron con dos argumentos.

Primero trataron de desprestigiarlo acusándolo de querer organizar entre los pueblos originarios una defensa del proceso de cambio que vaya más allá de las instituciones “de seguridad” convencionales… Para descalificar esos intentos, las voces posmodernas arremetieron contra las “nostalgias izquierdosas” [sic] en Bolivia. Género bajo el cual incluyen a Juan Ramón Quintana y también al sociólogo Hugo Móldiz. ¡Justo los dos perseguidos a posteriori de esta acusación por la extrema derecha golpista! Qué casualidad.

En segunda instancia, las estrellas posmodernas caracterizaron ese proyecto como algo propio de “machos patriarcales” [sic].

Si no diera para la risa y la broma, por lo banal y superfluo de ambas acusaciones… ¡mientras se desarrollaba un golpe de Estado que dejó varios muertos en el camino!…, sería realmente indignante y lastimoso corroborar cómo las voces de la farándula posmoderna boliviana, y también de otros lugares, usaron-manosearon-manipularon la crítica a la opresión de las mujeres (bandera de la cual la comunista alemana Clara Zetkin fue pionera al proponer el 8 de marzo como día internacional de lucha), haciendo una utilización absolutamente política de una reivindicación justa para desprestigiar, enlodar y finalmente señalar a Quintana ante las bandas fascistas y las fuerzas represivas del golpe de Estado. El dedo acusador se levanta justo cuando vienen los fachos con toda la furia y toda la violencia. Otra casualidad.

Insistimos. Sólo hace falta buscar cinco minutos en la web y… ¿con qué nos encontramos? Con que la principal vocera posmoderna boliviana, autobautizada como “poscolonial” (fotocopia subdesarrollada de Gayatri Chakravorty Spivak, académica que vive hace medio siglo en Estados Unidos impugnando a Marx con notable ignorancia, por ejemplo del Cuaderno Kovalevsky), quien encabezó la acusación mediática contra Juan Ramón Quintana había sido… becaria de la Guggenheim Foundation. ¡Una nueva casualidad!

¿Y con qué otra sorpresa nos topamos? Con que el principal autonomista uruguayo que aplaudió y festejó el golpe de Estado contra el gobierno constitucional de Evo Morales, intentando legitimarlo ante la comunidad académica y el mundo “progresista” llamándolo “insurrección popular” [sic], publicaba sus libros sobre las Autonomías y emancipaciones “gracias al auspicio de la… Ford Foundation” [sic]. ¡Pero caramba! ¡Nuevamente otra casualidad! ¡Qué cantidad enorme de “casualidades” que rodean un golpe de Estado orquestado, financiado y dirigido por LA EMBAJADA! Sí, la de la Doctrina Monroe y el Destino Manifiesto.

Que toda esa gama inquisitorial que pretendió satanizar, denostar y desprestigiar al autor de esta obra (desde los fascistas recalcitrantes hasta las voces posmodernas, seudo “progres”, becadas por el Imperio norteamericano) se hagan cargo de sus responsabilidades políticas.

La triste historia de la cooptación de la intelectualidad latinoamericana por parte de estas filantrópicas y millonarias instituciones norteamericanas es muy larga como para desarrollarla en este prólogo. Lo hemos intentado hacer en algún libro (retomando la posta y reconstruyendo las denuncias de Daniel Hopen, sociólogo y militante desaparecido en 1976 en Argentina, junto con su compañera Moni Carreira) y también en varios artículos (algunos publicados en la revista Casa de las Américas). Pero el proceso está bastante estudiado. No sólo para América latina sino también para Europa Occidental (recordemos tan sólo el formidable trabajo de la investigadora Frances Stonors Sounders: La CIA y la guerra fría cultural).

No era entonces por “macho” [sic] que los represores y sus servicios de inteligencia prometieron “cazarlo” a Juan Ramón Quintana Taborga como un animal en medio del bosque. Tampoco era por eso que lo siguen persiguiendo, negándole el asilo político o la salida diplomática de su país bajo gobierno de facto. Lo que le molesta a LA EMBAJADA norteamericana y a sus múltiples portavoces (desde los fascistas indisimulados hasta quienes asumen retóricas “progres” para avalar un golpe de Estado indefendible), es que Quintana pertenece a una de las tendencias políticas más radicales del proceso boliviano.

Radical en el terreno de la teoría (esta magna obra lo demuestra) y radical también en la práctica, al no quedarse únicamente en los slogans y consignas de moda. Por eso lo persiguieron con saña. Por eso al momento de redactar este prólogo, Quintaba permanece aún recluido en la embajada de México (amenazada de ser tomada por asalto policial-militar, violando toda la jurisprudencia internacional), sin poder salir de su país con los normales salvoconductos diplomáticos cuando se produce un golpe de Estado.

Que sirva entonces este prólogo no sólo para presentar una obra imprescindible sobre el imperialismo de ayer y de hoy, sino también y fundamentalmente para defender a un perseguido político.

23 de enero de 2020

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FUENTE: https://kaosenlared.net/la-geopolitica-en-el-pensamiento-critico-latinoamericano/

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