Por Nicholas Shaxson Es el autor de Treasure Islands: Tax Havens and the Men Who Stole the World y The Finance Curse: How Global Finance Is Making Us All Poorer. para NYT
En 1969, dos años después de que las Islas Caimán, un territorio británico, aprobaron su primera ley para permitir fideicomisos secretos de baja fiscalidad, un informe oficial del gobierno abordó una nota siniestra. Advertía que una oleada de propuestas deslumbrantes de desarrolladoras privadas estaba llenando las islas. Las Islas Caimán se estaban convirtiendo rápidamente en un Estado capturado por finanzas turbias.
Esos fueron los inicios punzantes de un sistema moderno que evidenciaron los Papeles de Pandora, una enorme filtración de datos que coordinó el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación. Los documentos expusieron un revoltijo de acuerdos financieros cuestionables y secretos que involucran a más de 330 políticos y funcionarios públicos de más de 90 países y territorios, y a más de 130 multimillonarios de Rusia, Estados Unidos y otras partes del mundo. Quedó expuesta una serie desconcertante de artimañas y acumulación de riqueza, en muchos casos de las mismas personas que deberían castigarlas.
Las revelaciones, publicadas el 3 de octubre, tienen un alcance mundial. No obstante, si hay un país en el corazón del sistema, es el Reino Unido. Junto con los territorios de ultramar que controla parcialmente, el Reino Unido es fundamental en el encubrimiento de efectivo y activos a nivel mundial. Como dijo un miembro del partido gobernante, el Partido Conservador, es “la capital mundial del lavado de dinero”. Y la City de Londres, su centro financiero chapado en oro, está en el núcleo del sistema.
Para el Reino Unido, cuyo sector financiero desmesurado exacerba problemas económicos generalizados, eso es bastante malo. Para el mundo, a merced de un sistema económico amañado en favor de los ricos, es todavía peor.
El ecosistema de baja fiscalidad es, a propósito, endiabladamente complicado. Muchos instrumentos intrincados y opacos —entre ellos fideicomisos extraterritoriales, lagunas fiscales y empresas fantasma—, además del secreto bancario y regulaciones financieras negligentes, envuelven los activos de los ricos en una neblina legal turbia. Un elemento crucial son los paraísos fiscales, como las Islas Cook, las Islas Vírgenes Británicas y Jersey (una de las islas del canal de la Mancha), que pueden operar como guaridas de contrabandistas. Los ricos y los nefandos esconden su dinero ahí para protegerlo, pero también para escapar de las reglas, las leyes y los impuestos que no les gustan.
La riqueza que guardan los paraísos fiscales es asombrosa: los estimados van de 6 billones de dólares a 36 billones de dólares. Y algunos paraísos fiscales están más cerca de casa de lo que uno se podría imaginar. Desde hace tiempo, Estados Unidos, con sus sospechosas empresas fantasma de Delaware y fideicomisos de Dakota del Sur, ha sido una parte importante del sistema secreto. Un grupo de países europeos, entre ellos Luxemburgo, Irlanda y Suiza, ofrecen otro menú de rutas de escape. Claro está, Asia tiene a Hong Kong y Singapur.
Pero la red británica sin duda es la más grande. El Índice de Secreto Financiero de Tax Justice Network, una clasificación de los paraísos fiscales, muestra que el Reino Unido y su “telaraña” de satélites extraterritoriales están en primer lugar. Más de dos terceras partes de las 956 empresas que los papeles de Pandora vinculan con funcionarios públicos fueron establecidas en las Islas Vírgenes Británicas.
La City de Londres es crucial para el proceso. Por medio de cotizaciones en mercados bursátiles internacionales, compra y venta de divisas, emisión de bonos y más, la City maneja actividades financieras perfectamente respetables de todo el mundo. Sin embargo, también es el centro neurálgico del sistema extraterritorial más oscuro del planeta que oculta y protege la riqueza robada del mundo.
La City, otrora corazón latiente de las finanzas del Imperio británico, se ha reconstruido como un conducto vital para todos los tipos de capital internacional. El momento clave llegó cuando, en plena descolonización, el Banco de Inglaterra dejó que el país fuera el anfitrión del nuevo mercado del eurodólar. Este fue un espacio extraterritorial casi sin regulaciones y muy rentable, separado de la economía británica, donde los bancos extranjeros, la mayoría estadounidenses, podían hacer cosas que no se les permitía hacer en casa.
En los años setenta, este mercado de rápido crecimiento comenzó a unirse con los paraísos fiscales del Reino Unido y otros más hasta formar una red perfectamente integrada a nivel mundial. Desde entonces, los paraísos fiscales británicos han actuado como vehículos recolectores de diversas actividades financieras de todo el mundo, legales o no, que a menudo le encargan el trabajo contable, bancario y jurídico a empresas en la City.
En conjunto, han causado un daño incalculable. La recaudación impositiva que se ha perdido es impactante: las corporaciones usan los paraísos fiscales para dejar de pagar un estimado de 245.000 millones a 600.000 millones de dólares al año (un nuevo acuerdo global para que haya un impuesto corporativo mínimo del 15 por ciento detendrá esas pérdidas). Los individuos también guardan extraterritorialmente vastas cantidades de dinero.
No obstante, los impuestos tan solo son parte de la historia. El juego mundial del engaño que han jugado durante décadas los ricos y sus funcionarios en la City ha erosionado el Estado de derecho y ha acabado con la confianza de la ciudadanía en el sistema.
Después de la crisis financiera mundial de 2008, la cual expuso los excesos extravagantes del sistema financiero, hubo algunos esfuerzos para realizar reformas. El “vacío legal de Londres”, como lo llamó Gary Gensler, el presidente de una agencia regulatoria de Estados Unidos, fue controlado. Sin embargo, ahora que el recuerdo de la crisis se está desvaneciendo y el brexit comienza a sentirse, el gobierno quiere revivir las artes oscuras de la City. “Un Nuevo Capítulo para los Servicios Financieros”, un documento guía fundamental que publicó el gobierno en julio, señaló con claridad un regreso a épocas más permisivas. “Competitividad” y “competitivo”, palabras clave para bajos impuestos, regulación débil y cumplimiento laxo, aparecen más de quince veces.
La deferencia del Reino Unido hacia el dinero sospechoso es contraproducente. Su centro financiero demasiado “competitivo” es una maldición con innumerables consecuencias: desigualdad regional, una economía desequilibrada, productividad menguante, inversión estancada, inflación de los precios de los activos y corrupción política. Después de años de austeridad y en medio de una escasez de alimentos y combustible, el Reino Unido no puede darse el lujo de tener una City sobredimensionada.
Pero el que más sufre es el mundo. Para los empresarios sospechosos y los líderes políticos con muchos años en el poder, el ecosistema extraterritorial brinda impunidad, ocultamiento de capitales y protección de las riquezas. El sistema, irresponsable y a menudo no rastreable, garantiza que la prosperidad siga siendo un privilegio de muy pocos. Para poner un alto a la desigualdad y la injusticia, que expuso de forma tan cruda la pandemia, debemos enfrentar a los paraísos fiscales y a los intereses depositados en Londres que los protegen.
Nicholas Shaxson (@nickshaxson) es redactor de Tax Justice Network y cofundador de Balanced Economy Project, una organización antimonopolios. Es el autor de Treasure Islands: Tax Havens and the Men Who Stole the World y The Finance Curse: How Global Finance Is Making Us All Poorer.
Publicado en el New York Times el 18/10/2021
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