por William Lind
He advertido, durante décadas, que el arma futura de destrucción masiva, no es el arma nuclear, sino una plaga genéticamente modificada. El mundo, ahora, está al borde de su primera experiencia con esa nueva arma.
Aún no se sabe si el coronavirus que ahora corre desde China por todo el mundo fue creado con intención o por accidente. El gobierno chino afirma lo último; pero ese gobierno es bien conocido por ocultar hechos que considera inconvenientes. Mi información, que puede no ser precisa, es que escapó de un laboratorio chino de guerra biológica en Wuhan que intentaba cruzarlo con el VIH para crear un SIDA que se propagaría como la gripe. Ahora sabemos cómo tratar el SIDA, pero los medicamentos son muy caros. Si el objetivo fuera infligir una catástrofe económica en otro país, esa arma biológica sería suficiente. Hasta ahora, no parece que la versión que salió –su escape sería el descuido típico chino– tenga la cruza; solo el transportista escapó del laboratorio. Si eso es cierto, todos podemos estar agradecidos.
Pero, de cualquier manera, la pandemia de coronavirus apunta a lo que seguramente vendrá. En ingeniería genética, hemos creado un monstruo que muy bien puede devorar a toda la raza humana. Cuando el hombre busca jugar a ser Dios, los resultados tienden a ser infelices. Se generarán nuevas plagas tanto intencionalmente como involuntariamente. A diferencia de las armas nucleares, las enfermedades genéticamente modificadas no requieren grandes instalaciones que cuestan miles de millones. Se basan en el conocimiento y el conocimiento ya está muy extendido. Eso los convierte en armas de destrucción masiva ideales para las fuerzas no estatales de cuarta generación. Las armas de destrucción masiva en manos de los Estados, generalmente, se están estabilizando. En manos de entidades no estatales, lo contrario sería lo cierto.
Haríamos bien en recordar que el mundo medieval que, al contrario, de lo que se enseña a los niños en la escuela, tuvo mucho éxito, fue derribado por la peste, la Peste Negra. Cuando pierde un tercio, la mitad o incluso dos tercios de su población, en solo seis semanas, todo se desmorona.
¿Entonces qué hacemos al respecto? Tenemos que enfrentar el hecho de que, ante nuevas plagas, el globalismo es un suicidio. Lo único que funciona es la cuarentena. En la Edad Media, algunas ciudades italianas se salvaron de la plaga por una política de inmovilización: cualquier casa donde aparecía la plaga era tapiada, con la gente adentro.
El equivalente para nosotros, ahora, es cerrar todos los viajes internacionales. Nadie puede ingresar a los Estados Unidos sin pasar por un período de cuarentena. La sabiduría actual es que una cuarentena de dos semanas es suficiente. Eso puede cambiar. Con futuras plagas genéticamente modificadas, la cuarentena puede tener que ser más larga. En la novela Victoria de Thomas Hobbes, la entrada a Europa requiere una cuarentena de tres meses en la isla Heligoland. Por supuesto, cualquier persona que intente ingresar ilegalmente al país y evitar así la cuarentena debe ser asesinado a tiros.
En casos futuros, también, puede ser necesario prohibir todos los bienes importados. No debería ser demasiado difícil crear plagas que se transmiten por cosas: por importaciones de alimentos, por automóviles o partes de automóviles, por cualquier cosa que un estadounidense pueda terminar manejando. Las toxinas estarían diseñadas, al menos inicialmente, para atravesar la piel. Con la ingeniería genética, casi no hay límite en las características horribles que se pueden dar a una enfermedad. Modernidad, conoce a tu Frankenstein.
Estados Unidos tiene la suerte de tener, en Donald Trump, un presidente que probablemente actuará y cerrará nuestras fronteras si eso resulta necesario en el caso del coronavirus (si aún no lo es). ¿Alguien puede imaginar a alguno de los demócratas haciendo eso? Mostraban imágenes interminables de ilegales llorando, denunciando como despiadado a cualquiera que les negara la entrada. La debilidad de los demócratas podría ayudarnos a todos. Los republicanos del Establishment no serían mejores ya que Wall Street aulló que sus ganancias dependen del globalismo, de las fronteras abiertas para las personas y para los bienes. Si los Estados Unidos, nuevamente, hiciera todo lo necesario en las fábricas estadounidenses, los estadounidenses comunes se beneficiarían. Pero los republicanos de Establishment no se preocupan por ellos; Trump lo hace.
Este es el futuro, amigos; no «un mundo», sino muchos fosos y puentes levadizos. El globalismo es la grieta en nuestra armadura, o tal vez, es como entrar en un torneo medieval sin una cota de maya o sin una armadura. Nos armaremos o escucharemos el grito en nuestras calles, «Saca a tus muertos».
Traducción: Conel. Carlos Pissolito, Director del Blog Espacio Estratégico y Miembro de Dossier geopolitico
FUENTE: https://www.traditionalright.com/the-view-from-olympus-a-chink-in-our-armor/#disqus_thread
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