Gonzalo Fiore Viani

El concepto de Golpe de Estado, expresión sacada del francés coup d’etat, es básicamente la toma del poder por un grupo que viola las leyes o interrumpe la vigencia de las autoridades constituidas de acuerdo a la constitución de determinado país. A diferencia de una revolución o una contra revolución, sus intenciones no necesariamente son las de transformar las estructuras sociales sino la de la mera toma del poder para ejecutar determinado programa o para deponer a un gobernante. Con el transcurso del tiempo la manera de ejecutar y de entender los Golpes de Estado fueron cambiando. Lo que en América Latina se considera como el clásico golpe es aquel donde las Fuerzas Armadas toman el poder por la fuerza desalojando a las autoridades democráticas. Sin embargo, en los últimos años ha sido posible hablar de golpes blandos –por ejemplo, a través de la figura del impeachment- golpes parlamentarios, o incluso auto golpes. En 2016 Dilma Roussef sufrió un golpe blando por parte de la oposición que la destituyó mediante los votos del Congreso. Un caso conocido de autogolpe reciente en América Latina es el llevado adelante por Alberto Fujimori en 1992 donde, con el respaldo de las Fuerzas Armadas disolvió el Congreso de Perú para obtener el poder total.  

Es interesante leer, sin ningún tipo de prejuicios ideológicos ni morales «Técnica del golpe de Estado» del italiano Curzio Malaparte. Militante abiertamente fascista, el italiano, nacido en la Toscana a finales del Siglo XIX, bautizado como Kurt Erich Suckert, fue un escritor, periodista, diplomático y dramaturgo que tomó su nombre de un juego de palabras con “de mal lugar” y el apellido de Napoleón Bonaparte. Abiertamente fascista, participó de la Marcha sobre Roma en 1922, apoyando el golpe de Estado de Benito Mussolini. En dicha obra, leída de manera ávida, entre otros personajes ilustres de todo signo político, por Ernesto Guevara, Malaparte traza una línea histórica desde el primer coup d’etat moderno, realizado por Napoleón el 9 de noviembre de 1799, conocido en la historia como el “Golpe de Estado del 18 de Brumario”, ya que esa la fecha según el calendario republicano francés. Allí, el líder militar acabó con el Directorio, última forma de gobierno de la Revolución francesa. Para comenzar con el Consulado, con Bonaparte como cabeza. A partir de entonces se inaugura, incluso la expresión, para referirse a todas las tomas de poder por la fuerza.

Curzio Malaparte escribe en Técnica del golpe de Estado sobre numerosos golpes a lo largo de la historia al momento de la publicación del libro, en 1931. Pone como ejemplo algunas tomas del poder exitosas –la citada marcha sobre Roma – mientras que se refiere a otras que fracasaron –el Pustch de Münich donde Hitler intentó tomar el poder sin lograrlo, en 1921, o el León Trotsky contra Iósif Stalin en la Unión Soviética, en 1927-. Otro caso paradigmático de intento de golpe fracasado, posterior en varias décadas a la publicación del libro, es el sucedido en la Unión Soviética contra Gorbachov en 1991. Allí un grupo de oficiales partidarios de la línea dura comunista intentaron tomar el poder para evitar la desintegración de la URSS, pero fue desactivado a tiempo por falta de apoyo popular y por la rápida reacción de los reformistas. En la obra, el italiano aborda como concentrar las fuerzas en atacar los puntos más sensibles del adversario, en un Estado moderno estas son: los servicios públicos, las fuerzas de seguridad –incluyendo las policiales y las Fuerzas Armadas- y los medios de comunicación. En un golpe de Estado exitoso, los golpistas esperan, crean y conspiran para luego aprovechar el «clima de confusión irresponsable», como escribió el filósofo francés Alain de Benoist, para luego ejecutar sus planes. 

Hoy el establishment utiliza distintas tácticas para terminar con gobiernos que le son incómodos. Se prepara el “clima de confusión” a través de la prensa afín, del lawfare o la guerra judicial, y de distintas medidas de desgaste. El mercado es un factor importante a la hora de la desestabilización. Pero también son utilizados las movilizaciones populares, los sindicatos, y hasta sectores políticos tradicionales que no comulgan con el gobierno que se intenta derrocar. Sin embargo, el poder tradicional de las Fuerzas Armadas como ente regente del poder en la política de muchos países latinoamericanos nunca terminó de desaparecer del todo. Siempre que se produjeron golpes de Estado en algún país de América Latina, vino acompañado por coletazos importantes en otros. Los fenómenos nunca se producen de manera individual, y mucho menos aún, en un mundo tan interconectado como el de hoy. Lo cierto es que, más allá de que, a estas alturas, este tipo de situaciones deberían pertenecer a los libros de historia, todavía siguen sucediendo, y sus consecuencias son imprevisibles.

Gonzalo Fiore Viani Abogado, Periodista, Maestrando en RRII Miembro de Dossier Geopolitico


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