Por Eduardo A Bonugli; Especial para Dossier Geopolitico

Como interesado en este tema desde hace años, y cuando el proceso entra en su ocaso, quiero dar mi punto de vista y dejar claro mis discrepancias al discurso único y simplista de la prensa europea y occidental, sobre el Brexit. Un discurso de desinformación activa, típico del sistema, en el cual solo se insiste en las causas superficiales que llevaron a tan sonado desastre, mientras se omite las verdaderas razones de peso.

Mi postura, por el contrario, es que el Brexit significa el mayor fracaso neoliberal de la historia, siendo su política económica de especulación financiera la causa principal. También afirmo que es la primera gran quiebra capitalista del siglo XXI y es el preludio del ocaso del Bloque Atlantista Anglosajón en el mundo, junto al declive de EEUU como imperio dominante.

El Brexit es una herida vital para la UE, derivada del choque de dos potencias históricamente irreconciliables, que pretendían concentrar para si, y solo para si, la dominación absoluta del resto del continente con políticas neoliberales de rentismo financiero y monopolio productivo, bajo el imperio de la “industria financiera,”  apoyándose en la tóxica red de paraísos fiscales en Europa, que a su vez, arrastran a la quiebra, a los países más pobres del continente.

Alemania con su apisonadora industrial y su supremacismo racista por un lado, e Inglaterra como potencia financiera mundial y su genética imperial por el otro, fueron demasiados gallitos bravos para un corral frágil de cimientos y cada vez más pobre. Finalmente, como dice el refrán: ”A la UE, entre todos la mataron y ella sola se está muriendo…”

A continuación detallo reflexiones sintetizadas de otros aspectos donde la prensa confunde y desinforma a la población:

#El último acuerdo, del 31/12/20, es solo una declaración vacía de contenidos, que apenas deja la puerta abierta a futuras negociaciones, pero sobretodo, que trató de evitar el temible “Brexit a las Bravas”.

#Es falso que la UE se asegurara con este último acuerdo, algún marco legal para las futuras relaciones. Casi todo quedó sin acordar. Mientras tanto, Londres ya negocia por su parte, de forma bilateral con cada país, la mayoría de los asuntos pendientes, haciendo realidad aquello de: Divide y vencerás.

#Lo de la rivalidad financiera con la que tanto compadrean en Europa, entre Londres y Dublín o Frankfurt, es apenas una fantasía imposible de la UE. Inglaterra es un gigante financiero mundial, con demostrada presencia en Oriente, y hermanada en sangre especulativa con Israel y EEUU. 

#Sobre la pesca, hay que recordar que a Londres no le preocupa mucho la actividad pesquera en sí. Le importa más y mucho, el fabuloso negocio de arrendar sus aguas y negociar franquicias sobre los territorios que domina en ultramar, como el caso de Las Malvinas. Negociar todo y con quien sea, es su doctrina secular. Para ya, consiguió que en 5 años caduquen las licencias de los europeos sobre sus aguas y entonces será cuando impongan sus condiciones. Los pescadores del continente saben que apenas les queda un lustro a su actividad que ya es agónica, porque sus permisos irán decayendo un 25% por año. En ultramar (Malvinas), Londres controla (o chantajea) a las potencias pescadoras de Europa, con franquicias de sus derechos (y no derechos) sobre esas aguas y también se asegura, a buen precio, el pescado para su consumo interno. Que estos territorios queden o no, fuera de jurisdicción de este último acuerdo de papel mojado, carece de importancia en el reparto de su dominio sobre las aguas.

#Sobre la caída del comercio entre ambos, la prensa creó una falsa burbuja de terror que ahora se empeña en disolver. Los viejos piratas nunca mueren y en este mundo de sabuesos, los negocios van primero que los patriotismos. Y Occidente tiene siglos de historia en poner trabas y saltarlas, según convenga.

#Lo de las aduanas y sus inconvenientes, es un problema común y no solo para GB, como quiere aparentar la propaganda de la prensa continental. 

#La indemnización Inglesa a la UE por su salida, lleva a Bruselas por la calle de la amargura. Durante la campaña del referéndum en 2016, desde el continente, se lanzó la tesis mediática que serían 250 mil millones de euros el monto, pero Londres nunca acusó recibo. Más tarde esta cifra entró en una alocada montaña rusa según el humor de las negociaciones. 

Luego de conocidos los resultados del referéndum hubo, un consenso mínimo entre Bruselas y Londres de que esa cantidad estaría alrededor de los 65 mil millones. (1)

En mayo del 17, cuando las conversaciones eran borrascosas, Alemania y Francia subieron la apuesta a 100 mil millones. (2)

En mayo del 19, con vientos del Brexit Bravo, la cantidad bajó a 43 mil millones, pero Boris Jonson rechazó tajantemente la cifra. (3)

En el Acuerdo de Retirada del 31/01/20 en su página 35, La UE apenas hace referencia a lo siguiente: *NOTA: El acuerdo no se refiere al importe de la obligación financiera del Reino Unido, sino a la forma de calcularlo*  lo que muestra la divergencia total en este tema. (4)

Y en el último acuerdo, firmado el 28/12/20 ya ni siquiera se habla del asunto.

O sea, el Imperio  repite su secular estrategia de la negociación infinita para no pagar sus deudas, mientras, la UE suda en frío por la quiebra de ese ingreso y por la ofensa diplomática que significaría el no pago. A los ingleses, eso les importa un pimiento.

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#El “Cheque Británico” que recibía Londres de Bruselas desde la época de Margaret Thatcher, se quedó pequeño ante lo que contribuía a la UE. En 2016 (el año del referéndum) aportó a la UE, 19.747 millones de euros y fue el tercer país que más contribuyó por detrás de Alemania y Francia. En teoría, también recibió un reembolso o Cheque Británico para compensar el escaso provecho de las islas a las ayudas comunitarias sobre la agricultura, tras un complejo y vetusto cálculo que rebajaba en parte el aporte de Gran Bretaña.

En todo caso, con su salida, Inglaterra se ahorra ahora gran parte de las contribuciones y deja un enorme agujero negro en los presupuestos europeos. En esto, los ingleses salieron ganando. (5)

#Desde Europa relatan que las intenciones de Inglaterra con el Brexit se motivaban en sus genes imperiales, su racismo o en la ceguera de los ultra nacionalistas. Como si los europeos no tuvieran los mismos genes y siglos de historia similar.

#Pero Bruselas no habla de la soberanía secuestrada por la UE. Algo insoportable tanto para la historia del reino como para cualquier estado miembro. En tal sentido, Alemania y sus satélites, hacen de la soberanía secuestrada, una tortura carcelaria para los países pobres de la UE

#Tampoco reconoce las infernales regulaciones administrativas de la UE para hacer proteccionismo blando y frenar las importaciones externas, rompiendo disimuladamente el mantra de la Libertad de Mercado.

#Nada dicen en Europa sobre la impagable burbuja de la deuda de los países miembros y que pende, día y noche sobre la economía europea. Londres ha querido poner tierra de por medio de esa posible honda expansiva.

En 2017, en los diecinueve países que comparten la moneda única, el endeudamiento alcanzó 12,5 billones de euros y en 2019, 13,06 billones. Aumentó 500 mil millones en dos años y aún sin contar con la pandemia.

La industria financiera ha encontrado una forma de disimular el aumento de la deuda al compararla con el PIB, y cómo este indicador aumenta por su cuenta por sus propias variables, ello permite que la deuda, en apariencia, le acompañe.  Un segundo truco europeo fue incorporar al PIB ingresos como el narcotráfico, prostitución o contrabando, que por ser ilegales y no cotizar, son datos no demostrables. Resulta evidente que la deuda europea es ya impagable. (6)

#Lo de la frontera de Irlanda es, en el fondo, un asunto interno de GB, y en su momento hará lo que le convenga, coherente con su histórico cinismo. Por lo tanto y por ahora, le puede servir como puerto franco para el flujo libre de mercancías. Igual que con Gibraltar. Lanzó la polémica para tensar las negociaciones, para crear confrontación y para distraer. Al final reculó y eso se tomó como una derrota inglesa. Pero desde el principio, era un envite en falso.

#Sobre la emigración, hay una vergonzosa manipulación. Es verdad que Londres quiere aprovechar su condición de isla independiente para aislarse un poco más de las corrientes migratorias, pero la UE con su fosa mortuoria del Mediterráneo no tiene autoridad moral para levantar la voz. Que Alemania u Holanda, por ejemplo, acusen de racista a su vecino, es de risa penosa.

#Concluyo: El Brexit es para mi, el mayor fracaso neoliberal de la historia. 

Finalmente, es de justicia agradecer a DOSSIER GEOPOLÍTICO el haberme permitido durante un lustro, hacer el seguimiento de este trascendental acontecimiento

Madrid, 27/01/21

Eduardo A Bonugli – Colaborador desde España de Dossier Geopolitico

(1) https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-39756490

(2) https://www.dw.com/es/financial-times-calcula-en-casi-el-doble-la-factura-del-brexit/a-38672730

(3)  https://www.abc.es/internacional/abci-johnson-amenaza-no-pagar-43000-millones-euros-indemnizaciones-tras-brexit-duro-201908251752_noticia.html

(4) https://ec.europa.eu/commission/sites/beta-political/files/the_withdrawal_agreement_explained_es.pdf

(5) https://www.europapress.es/internacional/noticia-asi-financia-union-europea-20170923114651.html

(6) https://es.statista.com/estadisticas/598857/deuda-publica-bruta-de-la-union-europea-y-la-zona-euro/#:~:text=En%202019%2C%20la%20deuda%20de,ya%20ocurriera%20en%20a%C3%B1os%20anteriores.

La Unión Europea y los EEUU

Entrevista a nuestro socio estrategico en Italia, Tiberio Graziani, presidente del Instituto Internacional de Análisis Globales Vision & Global Trends

THE INTERNATIONAL AFFAIRS

¿Cuál es la actitud de la Unión Europea ante los acontecimientos en los Estados Unidos, incluida la invasión del Capitolio de los Estados Unidos por los partidarios de Donald Trump?

Con respecto al reciente ataque al Capitolio de Estados Unidos por partidarios de Trump, los líderes europeos han expresado públicamente su asombro y han criticado esta acción. A nivel nacional, los líderes políticos de los principales partidos, incluso los considerados euroescépticos, nacionalistas y / o populistas, han gritado “escándalo”, alegando que el ataque al Capitolio de Estados Unidos fue un ataque a la democracia.

Tal tipo de declaración “ataque al Capitolio = ataque a la democracia” por parte de líderes europeos y políticos de las distintas naciones miembros de la Unión Europea merece al menos dos reflexiones. Una de estas reflexiones tiene un carácter general:

Los líderes europeos son incapaces de concebir un tipo de democracia diferente al modelo demócrata liberal, es decir, al modelo que Estados Unidos ha difundido y exportado desde 1945 a gran parte del planeta y que constituye la superestructura – al mismo tiempo ideológica y operativa – del llamado sistema Occidental liderado por Estados Unidos.

Desde el punto de vista de la cultura política, esta incapacidad somete a las posiciones e intereses exclusivos de Washington, las decisiones de las clases dominantes europeas y de sus políticos sobre la política económica y social interna; y la política exterior. Todo ello se traduce en opciones políticas que, además de no tener en cuenta las variadas identidades e intereses culturales del Viejo Continente, a medio y largo plazo podrían resultar muy negativas para la implementación de la propia integración europea y la evolución de la UE en sentido unitario.

Otra reflexión, más atenta a las circunstancias actuales, se refiere, en cambio, al interés práctico de Bruselas y de las clases dominantes europeas en general para complacer a la nueva administración que a partir del 20 de enero estará dirigida por el demócrata Joe Biden.

¿Cuáles serán las consecuencias de la situación política en EEUU para las relaciones con la UE ?

A largo plazo, no habrá consecuencias destacables, salvo que se produzcan cambios -actualmente no previsibles- en el actual liderazgo de la Unión Europea. La política de Bruselas, por otro lado, podría verse influenciada por el posicionamiento de algunos gobiernos nacionales. En particular, con referencia a Europa central occidental, habrá que prestar mucha atención a Francia, y en cierta medida a Alemania, en lo que respecta a la implementación de las políticas exteriores individuales de estos dos países hacia China, Rusia e Irán. La sintonía manifestada en algunas ocasiones entre París y Berlín en cuanto a sus intereses nacionales hacia China y Rusia podría, de hecho, reflejarse también en algunas decisiones futuras de Bruselas hacia las dos potencias euroasiáticas, además de estratégicas para su evolución. EEUU, obviamente obstaculizaría esas eventualidades.

Castigo a Hungría y premios al aliado polaco


En cuanto a Europa del Este, la situación parece menos clara, por los efectos que podrían tener sobre Bruselas las ambiguas y conflictivas iniciativas de Budapest y Varsovia y sus relaciones con Estados Unidos. La Hungría de Orban, retóricamente crítica de la visión liberal democrática de Bruselas y, hasta cierto punto, más cercana a la “doctrina Trump”, podría sufrir una fuerte “represalia” por parte de la nueva administración estadounidense, también en consideración de algunas “simpatías” entre Budapest y Moscú. En el caso de cualquier “represalia”, no se pueden excluir los procesos que podrían conducir a una especie de “revolución de color” sobre el modelo de lo vivido en Ucrania, con el objetivo de eliminar a Orban.
Polonia, igualmente crítica de Bruselas como Hungría, sigue siendo, sin embargo, el “mejor amigo” de Estados Unidos en Europa: por esta razón no creo que sufra “represalias” por parte de Biden. Por el contrario, la función anti-rusa y pro-ucraniana de Polonia se verá reforzada por el nuevo ocupante de la Casa Blanca.

Obstaculización al gasoducto germano ruso y a la participación en la Ruta de la Seda

¿Cambiarían las relaciones bilaterales entre la UE y los EEUU bajo la presidencia de Joe Biden y, si lo hicieran, cuán profundos serían los cambios?

Estados Unidos, incluso bajo la presidencia democrática de Biden, no cambiará su estrategia ahora secular hacia Europa. En el contexto de la estrategia estadounidense, Europa es considerada una cabeza de puente lanzada sobre la masa euroasiática y sobre el continente africano, en particular a través de Italia: por lo tanto, la administración Biden se mantendrá fiel a esta perspectiva, por otra parte vital para la supervivencia de Estados Unidos como potencia mundial. En vista de esto, debemos esperar que la nueva administración sea aún más asertiva que la anterior republicana hacia Bruselas y sus Estados miembros.

Probablemente, Biden tomará acciones aún más decididas que Trump para contrarrestar el proyecto ruso alemán de North Stream u otras iniciativas de asociación similares entre Moscú y Berlín y también entre Moscú y París. También es muy previsible que Biden obstruya cualquier tipo de iniciativa de asociación euro-china, centrada, de diversas maneras, en el proyecto Nueva Ruta de la Seda.

Ante esto, la contradicción entre los intereses reales europeos y estadounidenses sólo puede estallar si Alemania y Francia libran una batalla común en nombre de la refundación de la Unión Europea como actor independiente en el nuevo escenario global, aparentemente ahora policéntrico.Anuncios

Publicado en: https://revueltaglobal.home.blog/2021/01/24/eeuu-biden-puede-ser-mas-decidido-que-trump-obstaculizando-los-intereses-de-europa/

Con mayor diplomacia Biden insistirá en políticas agresivas utilizando desgastadas coberturas ideológicas.

Por Claudio Katz

RESUMEN 

Estados Unidos intenta recuperar su alicaído dominio mundial capturando riquezas, sofocando rebeliones y disuadiendo competidores. Sostiene ese operativo con un gigantesco poder militar y una gravosa economía armamentista. 

Las guerras híbridas han transformado radicalmente el intervencionismo imperial. Multiplicaron el caótico escenario de refugiados y víctimas civiles que genera la demolición de varios estados. 

La ruptura de la cohesión interna es el principal obstáculo al resurgimiento imperial estadounidense. Los fracasos económicos y geopolíticos de Trump confirmaron esas limitaciones. Esa impotencia no disminuyó el rearme con nuevos dispositivos atómicos. Con mayor diplomacia Biden insistirá en políticas agresivas utilizando desgastadas coberturas ideológicas.

El intento estadounidense de recuperar dominio mundial es la principal característica del imperialismo del siglo XXI. Washington pretende retomar esa primacía frente a las adversidades generadas por la globalización y la multipolaridad. Confronta con el surgimiento de un gran rival y con la insubordinación de sus viejos aliados. 

La primera potencia ha perdido autoridad y capacidad de intervención. Busca contrarrestar la diseminación del poder mundial y la sistemática erosión de su liderazgo. En las últimas décadas ensayó varios cursos infructuosos para revertir su declive y continúa tanteando esa resurrección.

Todas sus acciones se cimentan en el uso de la fuerza. Estados Unidos perdió el control de la política internacional que exhibía en el pasado, pero mantiene un gran poder de fuego. Expande un destructivo arsenal para forzar su propia recomposición. Esa conducta confirma la aterradora dinámica del imperialismo como mecanismo de dominación.

En la primera mitad del siglo XX las grandes potencias disputaban el liderazgo mundial por medio de la guerra. En el período subsiguiente, Estados Unidos ejerció esa conducción con intervenciones armadas en la periferia para confrontar con la amenaza socialista. En la actualidad el capitalismo occidental afronta una crisis muy severa con su timonel averiado.

Washington pretende reconquistar supremacía en tres áreas que definen el dominio imperial: el manejo de los recursos naturales, el sometimiento de los pueblos y la neutralización de los rivales. Todos sus operativos apuntan a capturar riquezas, sofocar rebeliones y disuadir competidores.

El control de las materias primas es indispensable para sostener la primacía militar y garantizar los abastecimientos que impactan sobre el curso de la economía. La contención de las sublevaciones populares es esencial para estabilizar el orden capitalista que el Pentágono aseguró durante décadas. Estados Unidos intenta mantener la fuerza que tradicionalmente utilizó para intervenir en América Latina, África, Medio Oriente y el Sur de Asia. Necesita también lidiar con el desafiante chino para doblegar a otros rivales. En esas batallas se dirime el éxito o naufragio de la resurrección imperial estadounidense.

LA CENTRALIDAD BÉLICA 

El imperialismo es sinónimo de poder militar. Todas las potencias han dominado mediante esa carta sabiendo que el capitalismo no podría subsistir sin ejércitos. Es cierto que el sistema recurre también a la manipulación, el engaño y la desinformación, pero no sustituye la amenaza coercitiva por la simple preeminencia ideológica. Combina la violencia con el consentimiento y hace valer un poder implícito (soft power) que se asienta en el poder explícito (hard power). 

Conviene recordar estos fundamentos, frente a las teorías que reemplazan el imperialismo por la hegemonía como concepto ordenador de la geopolítica contemporánea. Ciertamente los poderosos han reforzado su prédica a través de los medios de comunicación. Desenvuelven un sistemático trabajo de desinformación y ocultamiento de la realidad. También perfeccionaron el uso de las instituciones políticas y judiciales del estado para asegurar sus privilegios. Pero en el orden internacional la supremacía de las grandes potencias se dirime por medio de amenazas militares. 

El sistema global opera con un resguardo bélico comandado por Estados Unidos. Desde 1945 la primera potencia emprendió 211 intervenciones en 67 países. Mantiene actualmente 250.000 soldados estacionados en 700 bases distribuidas en 150 naciones (Chacón, 2019). Esa mega-estructura ha guiado la política norteamericana desde el lanzamiento de las bombas atómicas en Nagasaki e Hiroshima y la conformación de la OTAN como brazo auxiliar del Pentágono. 

Las tres principales incursiones de la guerra fría (Corea en 1950-1953, Vietnam en 1955-1975 y Afganistán en 1978-1989) demostraron el mortífero alcance de ese poder. Washington ha edificado un tejido internacional de instalaciones militares sin precedentes en la historia (Mancillas, 2018). 

El control de las materias primas ha sido determinante de muchas operaciones bélicas. Las masacres que padece Medio Oriente para dirimir quién maneja el petróleo ilustran esa centralidad. Esa disputa detonó la sangría de Irak y Libia e influyó en las incursiones de Afganistán y Siria. Las reservas de crudo son también el botín ambicionado por los generales que organizan el acoso de Irán y el cerco de Venezuela. 

ECONOMÍA ARMAMENTISTA 

La política exterior estadounidense está condicionada por la red de contratistas que se enriquecen con la guerra. Lucran con la fabricación de explosivos que deben probarse en algún rincón del planeta. El aparato industrial-militar necesita esas confrontaciones. Se nutre de un gasto que no aumenta sólo en períodos de intenso belicismo, sino también en las fases de distensión. 

Gran parte del cambio tecnológico se procesa en la órbita militar. La informática, la aeronáutica y la actividad espacial son los epicentros de esa experimentación. Los grandes proveedores del Pentágono aprovechan el resguardo del presupuesto estatal, para fabricar artefactos veinte veces más costosos que sus equivalentes civiles. Operan con cuantiosas sumas, en un sector autonomizado de las restricciones competitivas del mercado (Katz, 2003). 

Ese modelo armamentista se desenvuelve al compás de las exportaciones. Las 48 grandes firmas del complejo industrial-militar manejan el 64% de la fabricación bélica mundial. Entre el 2015 y el 2019 el volumen de sus ventas ascendió un 5,5% en comparación al quinquenio anterior y un 20% en relación al período 2005-2009. 

El gasto militar global alcanzó en 2017 su mayor nivel desde el final de la guerra fría (1,74 billones de dólares), con Estados Unidos a la cabeza de todas las transacciones (Ferrari, 2020). La primera potencia concentra la mitad de los desembolsos y patrocina a las cinco primeras empresas de esa actividad. 

El protagonismo tecnológico norteamericano depende de esa primacía internacional en el sector bélico. El desarrollo del capitalismo digital de la última década ha transitado por fabricaciones militares previas y es congruente con el uso de armas dentro del país. Estados Unidos es el principal mercado de las 12.000 millones de balas que se fabrican anualmente. La Asociación Nacional del Rifle brinda sostén material y cultural a la continuada centralidad del Pentágono. 

Pero esa gravitación de la economía armamentista también genera muchas adversidades al sistema productivo. Exige un volumen de financiamiento que el país no puede proveer con recursos propios. El bache es cubierto con un déficit fiscal y un endeudamiento externo que amenazan el señoreaje del dólar. 

Estados Unidos sostuvo su andamiaje militar desde la posguerra con el gran tributo que impuso a sus socios. Esa carga es actualmente resistida por los aliados europeos y ha desencadenado una crisis de financiamiento de la OTAN. Desaparecida la Unión Soviética, el Viejo Continente objeta la utilidad de un dispositivo que Washington utiliza para sus propios intereses. 

La economía militar estadounidense se asienta en un modelo de altos costos y baja competitividad. El gendarme del capitalismo pudo forzar durante mucho tiempo la subordinación de sus desarmados rivales. Pero ya no cuenta con el mismo margen para administrar sus gravosas innovaciones en el área militar. Otros países desenvuelven los mismos cambios tecnológicos con operaciones más baratas y eficientes en la esfera civil. 

El gasto bélico influye en forma muy contradictoria sobre el ciclo de la economía norteamericana. Apuntala el nivel de actividad cuando el estado canaliza impuestos hacia una demanda cautiva. También absorbe capitales excedentes que no encuentran inversiones rentables en otras ramas. Pero en las coyunturas adversas, incrementa el déficit fiscal y captura porciones del gasto público que podrían destinarse a numerosas asignaciones productivas. En esos momentos los réditos que generan las erogaciones militares para la tecnología y las exportaciones, no compensan el deterioro (y nefasto direccionamiento) de los recursos públicos. 

LAS GUERRAS DE NUEVO TIPO 

La actual intervención externa de Estados Unidos recrea los viejos patrones de la acción imperial. La conspiración persiste como el componente central de esas modalidades. La vieja tradición de la CIA en golpes de estado contra los gobiernos progresistas ha reaparecido en numerosos países. 

Washington retoma también las “guerras de aproximación” (proxy war), en las áreas priorizadas para hostilizar a las naciones crucificadas por el Departamento de Estado (China, Rusia, Irán, Corea del Norte, Venezuela) (Petras, 2018). 

Pero el fracaso de Irak marcó un giro en las modalidades de intervención. Esa ocupación desembocó en un gran fracaso por la resistencia afrontada en el país y por la propia inconsistencia del operativo. Ese fiasco indujo la sustitución de las invasiones tradicionales por una nueva variedad de guerras híbridas (VVAA, 2019). 

En esas incursiones las acciones bélicas corrientes son reemplazadas por una amalgama de acciones no convencionales, con mayor peso de fuerzas para-estatales y uso creciente del terror. Este tipo de operaciones ha predominado en los Balcanes, Siria, Yemen y Libia (Korybko, 2020). 

En esos casos la acción imperial asume una connotación policial de hostigamiento, que privilegia el sometimiento a la victoria explícita sobre los adversarios. Esas intervenciones amplían los operativos que la DEA perfeccionó en su pulseada con el narcotráfico. El control del país acosado se torna más relevante (o factible) que su derrota y la agresión con alta tecnología ocupa un lugar preeminente (“guerras de quinta generación”). 

En incontables casos el componente terrorista de esas acciones ha desbordado el curso diseñado por la Casa Blanca, generando una secuencia autónoma de acciones destructivas. Ese descontrol se verificó con los talibanes, inicialmente adiestrados en Afganistán para acosar a un gobierno pro-soviético. Lo mismo ocurrió con los yihadistas, entrenados en Arabia Saudita para erosionar a los gobiernos laicos del mundo árabe. 

A través de guerras híbridas Estados Unidos intenta controlar a sus rivales, sin consumar intervenciones bélicas en regla. Combina el cerco económico y la provocación terrorista, con la promoción de conflictos étnicos, religiosos o nacionales en los países diabolizados. También propicia la canalización derechista del descontento a través de los líderes autoritarios que han usufructuado de las “revoluciones de colores”. Esos operativos han permitido incorporar a varios países del Este Europeo al cerco de la OTAN contra Rusia. 

Las guerras híbridas incluyen campañas mediáticas más penetrantes que la vieja batería de posguerra contra el comunismo. Con nuevos enemigos (terrorismo, islamistas, narcotráfico), amenazas (estados fallidos) y peligros (expansionismo chino), Washington despliega sus campañas, mediante una extendida red de fundaciones y ONGs. También utiliza la guerra de la información en las redes sociales. 

Las agresiones imperiales incluyen una novedosa variedad de recursos. Basta observar lo sucedido en Sudamérica con la operación implementada por varios jueces y medios de comunicaciones contra los líderes progresistas (lawfare), para mensurar el alcance de esas conspiraciones. Pero esos atropellos suscitan inéditas conmociones en incontables planos. 

ESCENARIOS CAÓTICOS 

Durante la primera mitad del siglo XX imperaron las conflagraciones a escala industrial, con masas de uniformados exterminados por la maquinaria bélica. En esas guerras totales con muertes anónimas se impuso el indiscriminado entierro de los “soldados desconocidos” (Traverso, 2019). 

En las últimas décadas ha prevalecido otra modalidad de acciones con decreciente compromiso de tropas en los campos de batalla. Estados Unidos perfeccionó ese curso, mediante los bombardeos aéreos que destruyen aldeas sin la presencia directa de los marines. Ese tipo de intervención se afianzó con la generalización de drones y satélites. 

Con esas modalidades el imperialismo del siglo XXI destruye o balcaniza a los países que obstaculizan el resurgimiento de la dominación norteamericana. El aumento del número de miembros en las Naciones Unidas es un indicador de esa remodelación. 

La población desarmada ha sido la principal afectada por incursiones que disolvieron la vieja distinción entre combatientes y civiles. Solamente el 5% de las víctimas de la Primera Guerra Mundial eran ciudadanos no alistados. Esta cifra se elevó al 66% en la Segunda Guerra y promedia el 80-90% en los conflictos actuales (Hobsbawm, 2007: cap 1). 

Las operaciones que sostiene el Pentágono han barrido definitivamente con todas las normas de las Convenciones de La Haya (1899 y 1907), que distinguían a los uniformados de los civiles. La misma disolución se verifica en los conflictos externos e internos de numerosos estados. La frontera entre la paz y la guerra se ha diluido, potenciando el indescriptible sufrimiento de los refugiados. El organismo que computa el número de esos desamparados registró en 2019 un total de 79,5 millones de personas desplazadas de sus hogares (Unhcr-Acnur, 2020). 

Esa monumental cifra de traslados forzosos ilustra el grado de violencia imperante. Aunque los conflictos no alcancen la generalizada escala del pasado, sus consecuencias sobre los civiles son proporcionalmente mayores. 

La agresión imperial quebranta en forma sistemática las fronteras entre los países. Impone una remodelación geográfica que contrasta con las rígidas barreras limítrofes de la guerra fría. Esas líneas definían estrictos campos de confrontación y contenían a las poblaciones en sus localidades de origen.

Los estallidos bélicos actuales potencian los efectos de la creciente presión emigratoria hacia los centros del hemisferio norte. La huida de la guerra confluye con la masiva escapatoria de la devastación económica que padecen varios países de la periferia. 

El imperialismo estadounidense es el principal causante de las tragedias bélicas contemporáneas. Provee armas, auspicia tensiones raciales, religiosas o étnicas y promueve prácticas terroristas que destruyen a los países afectados (Armanian, 2017). 

Lo ocurrido en el mundo árabe ilustra esa secuencia. Bajo las órdenes de sucesivos presidentes, Estados Unidos implementó la demolición de Afganistán (Reagan-Carter), Irak (Bush) y Siria (Obama). Esas masacres implicaron: 220.000 muertos en el primer país, 650.000 en el segundo y 250.000 en el tercero. La disgregación social y el resentimiento político generado por esas matanzas desencadenaron, a su vez, atentados suicidas en los países centrales. El terror desembocó en enceguecidas respuestas de más terror. 

Las atrocidades imperiales han socavado los propios objetivos de esas incursiones. Para desplazar a Gadafi el imperialismo pulverizó la integridad territorial de Libia y deshizo el sistema de tapones construido en el Norte de África para contener la emigración hacia Europa. El país se convirtió en un centro de explotación de migrantes, gestionado por las mafias que Occidente financió para apoderarse de Libia. Frente a semejante desmadre, los viejos colonialistas ya no diseñan nuevas fronteras formales. Sólo improvisan mecanismos de contención de los refugiados (Buxton; Akkerman, 2018). 

El Pentágono ha desplegado, además, unas 50 bases ocultas en África, mientras las compañías petroleras occidentales controlan a los tiros sus yacimientos de Nigeria, Sudán y Níger (Armanian, 2018). Ese apetito por los recursos naturales es el trasfondo de las tragedias en el continente negro. La acción imperial ha incentivado los enfrentamientos étnicos ancestrales para incrementar su manejo de esos recursos. 

LA FRACTURA INTERNA 

El principal obstáculo que afronta la recomposición imperial estadounidense es la ruptura de la cohesión interna del país. Ese cimiento sostuvo durante décadas la intervención de la primera potencia en el resto del mundo. Pero el gigante del Norte ha registrado un cambio radical como consecuencia del retroceso económico, la grieta política, las tensiones raciales y la nueva conformación étnico-poblacional. La uniformidad cultural que nutría el “sueño americano” se ha diluido y Estados Unidos afronta una fractura sin precedentes. 

Las divisiones han erosionado el sustento de la injerencia norteamericana en el exterior. Las operaciones militares no cuentan con el aval del pasado y han quedado afectadas por el fin de la conscripción. Washington ya no embarca en sus incursiones a un ejército de reclutas, ni justifica esas acciones con mensajes de ciega fidelidad a la bandera. Para consumar operativos quirúrgicos opta por un armamento más acotado y de mayor precisión. Prioriza el impacto mediático y la contención de bajas en sus propias filas.

La privatización de la guerra sintetiza esas tendencias. Se ha generalizado el uso de mercenarios y contratistas que negocian el precio de cada masacre. Esta modalidad de belicismo sin compromiso de la población, explica la pérdida de interés general por las acciones imperiales. Las guerras sin reclutas exigen mayores gastos, pero atenúan las resistencias internas. Impiden incluso percibir los fracasos en territorios lejanos (Irak, Afganistán) como adversidades propias. 

Pero la contrapartida de ese divorcio es la creciente dificultad imperial para incursionar en proyectos más ambiciosos. Resulta muy difícil recuperar el liderazgo mundial, sin la adhesión de segmentos significativos de la población. 

El imperialismo de posguerra se asentaba en una autoridad oficial que se ha disipado. El fin del alistamiento masivo introdujo un nuevo derecho democrático, que paradójicamente deteriora la capacidad del estado norteamericano para recuperar su decaído poder imperial (Hobsbawm, 2007: cap 5). 

La privatización de la guerra acentúa, a su vez, los traumáticos efectos del divorcio entre los gendarmes y la población. El trauma de los retornados de Irak o Afganistán ilustra ese efecto. El uso de mercenarios también expande la militarización interna y la incontrolable explosión de violencia que suscita la libre portación de armas. 

Esta secuencia de corrosiones asume un alcance mayor con la canalización derechista del descontento social. Esa captación política despuntó con el TEA Party y se afianzó con el Trumpismo. 

La xenofobia, el chauvinismo y el supremacismo blanco se han extendido con discursos racistas que culpabilizan a las minorías, los migrantes y los extranjeros del declive estadounidense. Pero esa furia nacionalista sólo ahonda la fractura interna, sin recrear la base social extendida que utilizaba el imperialismo estadounidense para incursionar en el exterior. 

LOS FALLIDOS DE TRUMP 

Los últimos cuatro años aportaron un categórico retrato del fracasado intento estadounidense de recuperar dominio imperial. Trump privilegió la recomposición de la economía y pretendió utilizar la superioridad militar del país para apuntalar el relanzamiento productivo. 

Con ese soporte encaró durísimas negociaciones externas, a fin de extender al plano comercial las ventajas monetarias que mantiene el dólar. Propició acuerdos bilaterales y cuestionó el libre-comercio para aprovechar la primacía financiera de Wall Street y la Reserva Federal. 

Trump intentó preservar la supremacía tecnológica mediante crecientes exigencias de cobro de la propiedad intelectual. Con ese control de la financiarización y del capitalismo digital esperaba forjar un nuevo equilibrio entre los sectores globalistas y americanistas de la clase dominante. Apostó a combinar la protección local con los negocios mundiales.

El multimillonario priorizó la contención de China. Encaró una brutal pulseada para reducir el déficit comercial, a fin de repetir el sometimiento que impuso Reagan a Japón en los años 80. Buscó además afianzar las ventajas sobre Europa, aprovechando la existencia de un aparato estatal unificado, frente a competidores transatlánticos que no logran extender su unificación monetaria al plano fiscal y bancario. Bajo la apariencia de un improvisado desorden, el ocupante de la Casa Blanca concibió un ambicioso plan de recuperación estadounidense (Katz, 2020). 

Pero su estrategia dependía del aval de los aliados (Australia, Arabia Saudita, Israel), la subordinación de los socios (Europa, Japón) y la complacencia de un adversario (Rusia) para forzar la capitulación de otro (China). El magnate no consiguió esos alineamientos y el relanzamiento norteamericano falló desde el principio. 

La confrontación con China fue su principal fracaso. Las amenazas no amedrentaron al dragón asiático, que aceptó mayores compras y menores exportaciones, sin convalidar la apertura financiera y el freno de las inversiones tecnológicas. China no acomodó su política monetaria a los reclamos de un deudor, que ha colocado el grueso de sus títulos en los bancos asiáticos. 

Tampoco los socios de Estados Unidos resignaron los negocios con el gran cliente asiático. Europa no se sumó a la confrontación con China e Inglaterra continuó jugando su propia partida en el mundo. El gigante oriental incrementó para colmo su intercambio comercial con todos los países del hemisferio americano (Merino, 2020). 

Trump sólo logró inducir un alivio de coyuntura, sin revertir ningún desequilibrio significativo de la economía. Esa carencia de resultados salió a flote en la crisis que precipitó la pandemia y en su propia eyección de la Casa Blanca. 

Las mismas adversidades se verificaron en la órbita geopolítica. El magnate intentó neutralizar la pesada herencia de fracasos militares. Propició un manejo cauto de las aventuras bélicas frente al fiasco de Irak, el pozo de Somalia y los despistes de Siria. 

Para desandar las infructuosas campañas de Bush forzó retiradas de tropas en los escenarios más expuestos. Transfirió operaciones a sus socios sauditas e israelíes y redujo el protagonismo previo. Sostuvo la anexión de Cisjordania y las masacres de los yemenitas, pero no comprometió al Pentágono con otra intervención. Prescindió de los marines de la crisis libia, sustrajo efectivos de Siria y abandonó a los aliados kurdos. En esa zona avaló la gravitación de Turquía y consintió la preeminencia de Rusia. 

Trump volvió a experimentar la misma impotencia de sus antecesores en el control de la proliferación nuclear. Esa incapacidad para restringir la tenencia de bombas atómicas a un selecto club de potencias ilustra las limitaciones norteamericanas. Estados Unidos no puede dictar el rumbo del planeta, si una pequeña franja de países comparte el poder de chantaje que otorgan las cargas nucleares. 

Las fracasadas tratativas con Corea del Norte confirmaron esas flaquezas de Washington. Kim perfeccionó la estructura de misiles y rechazó la oferta de desarme a cambio de provisiones de energía o alimentos. Sabe que únicamente el poderío nuclear impide la repetición en su país de lo ocurrido en Irak, Libia o Yugoslavia.

Ese resguardo atómico es la carta contra un imperio que impuso la división de la península coreana y rechaza cualquier tratativa de reunificación. Estados Unidos veta constantemente los avances en la propuesta ruso-china de frenar la militarización de ambos lados (Gandásegui, 2017). Pero al cabo de varias amenazas Trump archivó su pose de fanfarrón y aceptó la simple continuidad de las conversaciones. 

Una barrera muy semejante encontró en Irán. También ahí la prioridad imperialista ha sido el freno del desarrollo nuclear para garantizar el monopolio atómico regional de Israel. Trump rompió el acuerdo de desarme suscripto por Obama y viabilizado a través de una verificación internacional. 

El magnate redobló las provocaciones con embargos y atentados. El asesinato del general Soleimani fue el punto culminante de esa agresión. Implicó un descarado acto de terrorismo hacia el jefe del ejército de un país, que no perpetró ninguna agresión contra Estados Unidos. Pero ese tipo de crímenes -seguido por la eliminación de varios científicos de alto rango- no ha logrado detener la paulatina incorporación de Irán al club de los países protegidos con la coraza atómica. 

Esa misma diseminación del poder nuclear impide a Washington imponer su arbitraje en otros conflictos regionales. Las tensiones entre Pakistán e India oponen, por ejemplo, a dos ejércitos con ese tipo de armamento y consiguiente capacidad para autonomizarse del tutelaje imperial 

Trump falló también en sus agresiones contra Venezuela. Propició todos los complots imaginables para recuperar el control de la principal reserva petrolera del hemisferio y no pudo doblegar al chavismo. Sus amenazas chocaron con la imposibilidad de repetir las viejas intervenciones militares en América Latina. 

LA NUEVA ESTRATEGIA DE REARME 

Trump no se limitó a retacear la presencia militar en el exterior con la expectativa de relanzar la economía. Incrementó en forma drástica el presupuesto militar para descartar cualquier sugerencia de efectivo repliegue imperial. Esas erogaciones saltaron de 580.000 millones de dólares (2016) a 713.000 millones (2020). Garantizó ganancias récord a los fabricantes de misiles y ensayó una mega-bomba de inédito alcance en Afganistán. 

El magnate relanzó la guerra de las galaxias y rompió los tratados de desarme nuclear. También avaló al giro hacia la “Competencia entre los Principales Poderes” (GPC), en reemplazo de la “Guerra Global contra el Terrorismo” (GWOT). Ese cambio tiende a sustituir la identificación, rastreo y destrucción de fuerzas adversas en remotas áreas de Asia, África o Medio Oriente por un rearme preparatorio de conflictos más convencionales. Con ese viraje propició cerrar el capítulo-Bush de incursiones en áreas alejadas, para retomar la confrontación tradicional con los enemigos del Pentágono (Klare 2020). 

Con esa óptica el magnate complementó las presiones comerciales sobre China con un gran despliegue de la flota del Pacífico. Exigió la desmilitarización de los arrecifes del Mar del Sur para quebrantar el escudo defensivo de su rival. Reforzó drásticamente el desplazamiento de tropas iniciado por Obama desde Medio Oriente hacia el continente asiático. 

La presión sobre China escaló con la ampliación de la marina y la adquisición de un asombroso número de buques y submarinos. La fuerza aérea fue modernizada en sintonía con todas las innovaciones de la inteligencia artificial y el adiestramiento en ciberguerras. 

Para hostilizar a China, Trump reforzó el bloque forjado con India, Japón, Australia y Corea del Sur (Quad). Ese alineamiento militar presupone que los eventuales choques con Beijing se librarán en el Océano Pacífico e Índico. Un connotado asesor del Departamento de Estado localiza en esa región el desenlace de la confrontación sino-estadounidense (Mearsheimer, 2020). 

La estrategia frente a Rusia fue más cautelosa y amoldada al intento inicial de atraer a Putin a un acuerdo contra Xi Jin Ping. Del fracaso de ese operativo emergieron las iniciativas de reequipamiento de los ejércitos terrestres en el continente europeo. La Casa Blanca continuó su trabajo de cooptación militar de los países fronterizos con Rusia y extendió la red de misiles de la OTAN desde las Repúblicas Bálticas y Polonia hasta Rumania. 

Con esa nueva estrategia el despliegue de armas nucleares retomó su vieja centralidad. Trump aprobó el desarrollo de municiones atómicas basadas en ojivas de alcance acotado y misiles balísticos de lanzamiento marítimo. Las primeras series de estas bombas ya fueron fabricadas y entregadas al alto mando. 

Para desenvolver esos fulminantes artefactos Trump rompió los tratados de racionalización nuclear concertados en 1987. Puso fin al mecanismo de compatibilizar con Rusia la destrucción del armamento obsoleto. Apadrinó, además, la primera prueba de un misil de mediano alcance desde el final de la guerra fría. 

La nueva estrategia bélica explica la brutal exigencia de mayor financiación europea de la OTAN. Con actitudes de matón, el magnate recordó que Occidente debe solventar los auxilios prestados por Estados Unidos. Esa demanda generó la mayor tensión transatlántica desde la posguerra. 

Trump buscó arrastrar a sus aliados a conflictos con China y Rusia, que socavan los negocios del Viejo Continente. En esa región existe una seria resistencia a la militarización que propicia Estados Unidos. Pero el capitalismo europeo no ha podido emanciparse de la tutela bélica norteamericana y por eso acompañó las incursiones de Irak y Ucrania. Rechaza la demanda de mayor gasto en la OTAN, pero sin romper la subordinación a Washington. 

El alter imperialismo europeo concibe su propio sistema de defensa en estrecha conexión con el Pentágono y por esa razón no logra consumar la unificación de su propio ejército. Existe un divorcio entre la supremacía militar de Francia y el poder económico de Alemania que impide materializar esa iniciativa (Serfati, 2018). 

Trump no pudo someter a Europa, pero sus interlocutores de Bruselas, Paris y Berlín continuaron careciendo de una brújula propia. Esa indefinición acrecentó la capacidad exhibida por Rusia para contener la recomposición imperial estadounidense. Putin reforzó el dique defensivo que estableció con Xi Jinping y salió airoso de las pulseadas geopolíticas en Siria, Crimea y Nagorno-Karabaj. Es muy visible el abismo imperante entre estos resultados y la disgregación que prevalecía en la era de Yeltsin. 

Como China no disputa con la misma frontalidad geopolítica sus logros son menos visibles, pero exhibe resultados económicos impresionantes en su puja con Estados Unidos. El mandato del millonario retrató la incapacidad norteamericana para recuperar la primacía imperial. 

EL ASALTO AL CAPITOLIO 

Trump se despidió con una aventura que retrata la magnitud de la crisis política estadounidense. La invasión al Congreso no fue un acto improvisado. Los grupos ultraderechistas difundieron previamente el plan, financiaron viajes, reservaron hoteles y transportaron armas. Al interior del recinto siguieron las rutas de acceso a los despachos señaladas por los diputados cómplices. 

La policía creó una zona liberada y aseguró durante horas la presencia de los asaltantes. Si un grupo de afroamericanos hubiera intentado una acción semejante habría sido acribillado al instante. Las manifestaciones pacíficas en ese mismo lugar concluyeron en los últimos años con centenares de heridos y detenidos. 

Trump participó directamente en la asonada. Instigó a los manifestantes, mantuvo comunicaciones con sus líderes y les prometió apoyó. El objetivo de la acción era presionar a los congresistas republicanos que cuestionaban la impugnación de la elección. Ese apriete incluía amenazas para forzarlos a seguir la instrucción presidencial. Con la provocación en el Capitolio el magnate intentó sostener su absurda denuncia de fraude. Consiguió mantener la lealtad de un centenar de legisladores y demorar el desalojo, pero al final abandonó la partida y condenó a los ocupantes. 

La incursión fue tan surrealista como los especímenes que la perpetraron. El grupo de alucinados que se retrató en los sillones del Congreso parecía extraído de una tira fantástica de la televisión. Pero el bizarro acto que consumaron no borra la huella fascista del operativo. 

Todos los delirantes que intervinieron en la toma integran algún grupo de las milicias supremacistas. Actúan en sectas fanáticas (QAnon Shaman) o se referencian en la congresista que ganó su mandato con el símbolo de la ametralladora (Marjorie Taylor Greene). Los gendarmes que abrieron las puertas del Congreso participan en esas formaciones ultraderechistas. 

Los grupos paramilitares cuentan con 50.000 miembros bien pertrechados. Se especializan en atacar manifestaciones juveniles o democráticas y hace pocos meses realizaron un ensayo del asalto frente a la legislatura de Michigan. Una cuarta parte de esas milicias está integrada por soldados o policías y esa afiliación quedó confirmada en la lista de detenidos por el ataque al Capitolio. 

La elevada presencia militar en los pelotones fascistas forzó dos pronunciamientos del alto mando, rechazando el involucramiento de las fuerzas armadas en las aventuras del trumpismo. Diez ex secretarios de Defensa firmaron esa advertencia y el FBI organizó la ceremonia de nombramiento de Biden con un inédito operativo para desmantelar eventuales atentados. Al cabo de muchos años de libre circulación y prédica, los grupos fascistas se han transformado en la principal amenaza terrorista. Los supremacistas (y no los herederos de Bin Laden) son señalados como el gran peligro en ciernes. A diferencia de lo ocurrido con las Torres Gemelas esta vez el enemigo es interno. 

Esos grupos se sostienen en una base social racista que actualizó los emblemas neo-confederados. Retoman las periódicas oleadas de reacción contra las conquistas democráticas. En el pasado ajusticiaban a esclavos liberados o atentaban contra los derechos civiles. Ahora rechazan la integración racial, el multiculturalismo y la acción afirmativa. 

Los afroamericanos persisten como el principal blanco de un resentimiento que se extiende a los inmigrantes. Por esa razón la impugnación del resultado electoral anti-Trump fue tan intensa en los estados con votantes negros y latinos. Los extremistas evangélicos añaden su cruzada contra el aborto y el feminismo a la campaña ultra-conservadora. 

El asalto al Capitolio no fue la antítesis de la realidad estadounidense que imagina Biden. Expresa el agonizante estado del sistema político y complementa todas las anomalías que salieron a flote durante los comicios. La irrupción de fascistas armados en el Congreso no es ajena al sistema electoral antidemocrático que digita la plutocracia gobernante. 

Las tentativas de golpe eran el único ingrediente que faltaba en ese infame dispositivo. Las hordas de Trump llenaron ese vacío, sepultando todas las burlas hacia los regímenes políticos de América Latina. Esta vez el típico episodio de una República Bananera se localizó en Washington. Los bandoleros no asaltaron el Parlamento de Honduras, Bolivia o El Salvador. El operativo que exporta el Departamento de Estado y organiza la embajada yanqui fue implementado en casa. 

Las consecuencias políticas de ese episodio son inconmensurables. Afectan directamente la capacidad de intervención imperial. La OEA tendrá que reinventar sus guiones para condenar “las violaciones a las instituciones democráticas”, en los países que simplemente imitan lo ocurrido en Washington. También deberá explicar por qué razón la cúpula de los Republicanos y Demócratas toleraron esa incursión, sin ninguna represalia contundente contra sus responsables. 

Los efectos más perdurables aún son nebulosos, pero las comparaciones que se establecieron con la captura de Roma por los bárbaros o con las marchas de Mussolini ilustran la gravedad de lo ocurrido. Varios historiadores estiman que el país afronta el mayor enfrentamiento interno desde la guerra civil del siglo XIX. 

En lo inmediato se perfilan dos escenarios contrapuestos de declive o resurgimiento de Trump. Los exponentes de la primera previsión destacan que la aventura golpista acentuó un deterioro ya soportado por el magnate, como consecuencia de la pandemia y la derrota electoral (PSL, 2021; Naím, 2021). Zafó de la destitución (25ª Enmienda), pero no de un impeachment que podría inhabilitarlo a futuro. Se despidió con la deserción de funcionarios, rechazos de congresistas republicanos y un vergonzoso auto-indulto de sus cómplices. La ceremonia militarizada del traspaso disuadió las marchas previstas de apoyo a su gestión. 

Trump fue abandonado por sectores de las finanzas y la industria que solventaron su campaña y el poder tecnológico lo repudió cortando sus cuentas en Twitter y Facebook. El establishment teme los incontrolables efectos de las jugadas del ex presidente. Si la decadencia de Trump se corrobora, el asalto al Capitolio será recordado como el “Tejerazo” de España en 1981 (intento final y fallido del franquismo para conservar el poder). 

Pero una biblioteca opuesta de analistas estima que lo ocurrido no modificará la sólida inserción política del trumpismo (Vandepitte, 2021; Farber, 2021; Post, 2020). El millonario cuenta con una base social que reunió al 47 % de los votantes y sometió al partido republicano a su liderazgo. Muchos legisladores han repetido su fábula del fraude electoral, con el alocado agregado que fue perpetrado por un fantasmal grupo izquierdista (Antifas). 

Esta visión postula que el trumpismo se ha consolidado dentro de la estructura estatal (gendarmes, jueces, funcionarios) y podría construir una tercera formación para desafiar el bipartidismo, si no logra domesticar el hervidero republicano. La inhabilitación de Trump sería contrarrestada por el protagonismo de sus hijos o algún otro sucesor. Y la animadversión de los financistas sería compensada con otros contribuyentes. 

Pero las dos opciones de caída o persistencia del trumpismo no dependen sólo del comportamiento de las elites y los realineamientos de los Republicanos. Aún está pendiente la reacción en el polo opuesto de jóvenes, precarizados, afroamericanos, feministas y latinos, que antes del período electoral ocuparon las calles con enormes manifestaciones. Si esas voces retoman su presencia -con la demanda de democratizar el sistema electoral- el futuro del magnate se dirimirá en otro escenario. 

CONTINUIDADES E INTERROGANTES 

La salida de Trump reducirá el tono de la retórica imperial, pero no la intensidad de las agresiones estadounidenses. Con mayor uso de la diplomacia y la hipocresía, Biden comparte las políticas de estado de su antecesor. 

Los dos partidos del establishment se han alternado en el manejo de las estructuras que sostienen la preeminencia militar de la primera potencia. Las evidencias de este belicismo compartido son incontables. Los Demócratas no sólo iniciaron las grandes guerras de Corea y Vietnam. Tanto Clinton como Obama autorizaron más incursiones externas que Trump y en el 2002 el propio Biden apoyó la invasión a Irak, supervisó la intervención en Libia y avaló el golpe en Honduras (Luzzani, 2020). 

El dispositivo imperial norteamericano se asienta en un sistema político antidemocrático, que garantiza el periódico reparto de los cargos públicos entre las dos formaciones tradicionales. En la última elección fue particularmente visible cómo operan esos mecanismos de manipulación. En Estados Unidos no funciona el principio elemental de una persona-un voto. Tampoco existe un padrón federal o una autoridad electoral única. Hay que inscribirse y el ganador de cada estado se queda con todos los electores. 

La plutocracia que maneja ese sistema asegura su continuidad con los descomunales gastos de campaña que proveen las grandes empresas (10.800 millones de dólares en el 2020). Los 50 estadounidenses más ricos -que poseen una riqueza equivalente a la mitad de los habitantes del país- tienen garantizado su control del régimen. Con ese basamento se definen las estrategias imperiales que utiliza la primera potencia para dictar lecciones de democracia al resto del mundo. 

Biden se apresta a retomar la política externa tradicional manchada por los exabruptos de su antecesor. Intentará en esa esfera el mismo retorno a la “normalidad” que promete en el ámbito interior. Los medios de comunicación acompañan ese maquillaje. 

El nuevo morador de la Casa Blanca apuntala el neoliberalismo con algunas pinceladas de progresismo en la agenda de las minorías, el feminismo y el cambio climático. Esa misma mixtura instrumentará en la arena exterior, rodeando los lineamientos básicos del imperio con mayores ornamentos de retórica amigable. Esa línea ha sido sugerida por los tradicionales asesores del Departamento de Estado (Nye, 2020). Biden implementará esa combinación aprovechando su larga experiencia de medio siglo en los intersticios de Washington. 

Ya colocó el mismo equipo de funcionarios de Obama en los puestos claves de la política exterior. Pero no podrá repetir simplemente el globalismo multilateral de esa gestión. Con los Tratados de Libre-comercio Transpacíficos (TTP) y Transatlánticos (TTIO), Obama propiciaba una red de alianzas asiáticas para rodear a China y un tejido de acuerdos con Europa para aislar a Rusia. Ninguno de esos convenios pudo concretarse, antes de su brutal entierro por el bilateralismo mercantilista de Trump. Es muy improbable que Biden pueda retomar el curso precedente, como pilar económico de su estrategia imperial.

Para comandar los mega-tratados comerciales con Europa y Asia se requiere una economía de alta eficiencia que Estados Unidos ya no maneja. No alcanza con el dólar, la alta tecnología y el Pentágono. Ni siquiera en el propio hemisferio americano la primera potencia logró consumar una estrategia librecambista. Sólo consolidó el T-MEC con México, sin reinstalar ninguna variante del ALCA en el resto de la región. 

Por otra parte, la crisis de la globalización persiste y la prédica de Trump para confrontar con los adversarios comerciales ha calado en el electorado. Existe una fuerte corriente de opinión hostil al globalismo tradicional de las elites costeras. A ese malestar se añade el Gran Confinamiento generado por la pandemia y la inédita paralización del transporte y el comercio internacional. La confluencia de obstáculos para retomar el multilateralismo es muy significativa. 

Biden deberá concebir un nuevo pilar para su programa externo con otro equilibrio entre americanistas y globalistas. De la misma forma que Trump se distanció del intervencionismo de Bush, Biden deberá ensayar algún cóctel más alejado del formato Demócrata tradicional.

Sus primeros pasos apuntarán a recomponer relaciones tradicionales con los aliados de la OTAN. Intentará cicatrizar las heridas dejadas por su antecesor, retomando proyectos para lidiar con el cambio climático (Acuerdo de Paris). Buscará “descarbonizar” el sector eléctrico con incentivos a las energías renovables e impulsos al auto eléctrico. Pero esas iniciativas no resuelven el gran dilema de la estrategia frente a China. 

En este terreno sobran los indicios de continuidad. Biden intensificará la presión para gestar una OTAN del Pacífico-Índico (Dohert, 2020). Australia ya decidió participar en ejercicios navales con Japón y transformarse en el gran portaviones regional del Pentágono. A su vez, Taiwán ha sido provisto de un novedoso armamento aéreo y la India brinda señales de aprobación al acoso en el Mar de China (Donnet, 2020). 

El nuevo presidente tratará de incorporar a Europa a esta campaña. Se apresta a suturar las heridas dejadas por Trump, aprovechando el novedoso clima de adversidad con China que despunta entre las elites del Viejo Continente. La Unión Europea designó al gigante oriental como un “competidor estratégico” y los gobiernos de Alemania, Francia e Inglaterra negocian el veto a Huawei en sus redes 5G. Macron acaba nombrar incluso un representante galo en el cuarteto belicista que formó el Pentágono en Asia (Quad). 

Pero nadie sabe aún cómo se financiará la OTAN y la lista de temas en conflicto con el Viejo Continente es muy extendida. Incluye la postura estadounidense frente al Brexit y una definición frente al proyecto trumpista de tratado de libre comercio anglo-americano. También sigue pendiente la postura del Departamento de Estado frente al gasoducto que conectará a Alemania con Rusia. 

Biden adscribe al fanatismo pro-israelí de su antecesor, pero Europa propicia un contrapeso más equilibrado con el mundo árabe. Deberá resolver si mantiene la presión bélica sobre Irán, o si por el contrario restablece el tratado nuclear que propician las empresas de Alemania y Francia. 

Estas definiciones incidirán en la estrategia bélica de Biden. Tendrá que optar entre el retaceo de tropas que caracterizó a Trump o el intervencionismo que propiciaban Obama-Clinton. Apuntalar las guerras híbridas o el rearme para grandes conflagraciones involucra otra definición de peso. Pero en cualquiera de esas variantes, se dispone a insistir en el proyecto imperial de recuperación estadounidense. 

ATASCOS EN LA IDEOLOGÍA 

Es probable que Biden retome el estandarte de los derechos humanos como justificación de la política imperial. Esa cobertura ha sido tradicionalmente utilizada para enmascarar los operativos de intervención. Trump abandonó esos mensajes y simplemente optó por disparatadas afirmaciones sin ninguna pretensión de credibilidad. 

La presión sobre China que concibe Biden seguramente incluirá alguna alusión a la falta de democracia. En ese caso difundirá condenas de los mismos atropellos que se realizan en los países asociados con la primera potencia. Lo que se silencia de Arabia Saudita, Colombia o Israel ocuparía la primera plana de cuestionamientos a Beijing. 

Biden reemplazaría las burdas acusaciones de competencia desleal o fabricación del coronavirus por críticas a la ausencia de libertad de expresión y reunión. Quizás señale también la responsabilidad china en el deterioro del medio ambiente, para atraer al subordinado cómplice europeo. 

Pero no será sencillo colocar a China en la lista de países afectados por una tiranía. El imperialismo de los derechos humanos ha sido habitualmente instrumentado para tutelar pequeñas (o medianas) naciones. En esos casos se realza la inoperancia de un “estado fallido” y la consiguiente necesidad del socorro humanitario. Con esa cobertura se arremetió en Somalia, Haití, Serbia, Irak, Afganistán o Libia. 

Los invasores nunca explican la selectividad de ese padrinazgo. Excluyen a incontables países sujetos a las mismas anomalías. Además descalifican a la población “rescatada” presentándola como una multitud incapaz de gestionar su propio destino. 

La contención de masacres derivadas de enfrentamientos étnicos, religiosos o tribales ha sido otro pretexto de la intervención. Se lo utilizó en África y en los Balcanes, alegando la necesidad de contener matanzas entre poblaciones enemistadas. También en esos casos se ha supuesto que sólo una fuerza armada foránea puede pacificar a los pueblos enfrentados. 

Pero ese padrinazgo imperial contrasta con la frecuente incapacidad para arbitrar los propios conflictos internos. Nadie sugiere una mediación externa para resolver esas tensiones. La esencia del imperialismo justamente radica en el auto-asignado derecho a intervenir en otro país, para administrar los problemas que en casa se gestionan sin ninguna injerencia foránea. 

Lo mismo ocurre con el enjuiciamiento de los culpables. Los acusados de los países periféricos quedan sujetos a normas del derecho internacional, que no se aplican a sus pares del Primer Mundo. Milosevic puede enfrentar un tribunal, pero Kissinger está invariablemente exento de ese infortunio. 

Con esa conducta Estados Unidos actualiza el acervo de hipocresía heredada de Gran Bretaña. En el siglo XIX la flota inglesa hostigaba el tráfico internacional de esclavos con argumentos libertarios, que encubrían su propósito de controlar la totalidad del transporte marítimo. Washington recurre a un estandarte parecido y olvida los monumentales desastres que generan las potencias auto-concebidas como salvadoras de la humanidad. Esas intervenciones suelen empeorar los escenarios que prometían enmendar. 

Si Biden intenta retomar ese vetusto guión liberal incrementará la pérdida de credibilidad que afecta actualmente a Estados Unidos. El discurso oficial de los derechos humanos está desgastado. Fue la gran bandera de la Segunda Guerra y perdió consistencia durante el macartismo. Reapareció con la implosión de la URSS, pero volvió a quedar descascarada con las tropelías de Bush y las complicidades de Obama.

Lo mismo ocurre con el estandarte de la democracia, que en la variante imperial estadounidense siempre combinó el universalismo con la excepcionalidad. Con el primer pilar se justificó el rol misionero providencial de la primera potencia y con el segundo el periódico repliegue aislacionista. 

La mitología que cultiva Washington mixtura un llamado al protagonismo planetario (“el mundo está destinado a seguirnos”) con mensajes de protección del propio territorio (“no involucrar al país en causas ajenas”). De esa mixtura emergió la autoimagen de Estados Unidos como una fuerza militar activa, pero sujeta a operaciones solicitadas, remuneradas o mendigadas por el resto del mundo (Anderson, 2016). 

Las facetas intervencionistas y aislacionistas siempre tuvieron basamentos divergentes en las mistificaciones de las elites de las costas y los prejuicios del interior norteamericano. Ambas corrientes se complementaron, fusionaron y volvieron a fracturarse. Ese contrapunto fue actualizado por los globalistas contra los americanistas y ahora por Biden contra Trump. 

Pero las dos vertientes se sostienen en la misma obsesión inmemorial por la seguridad, en un país curiosamente privilegiado por la protección geográfica. El temor a la agresión externa alcanzó picos de paranoia durante la tensión con la URSS y resurgió con oleadas de pánico irracional durante la reciente “guerra contra el terrorismo”. 

La ideología imperial estadounidense afronta las mismas dificultades que la concepción americanista del mundo. Ambas enaltecen los valores del capitalismo, ponderan el individualismo, idealizan la competencia, glorifican el beneficio, mistifican el riesgo, alaban el enriquecimiento y justifican la desigualdad. 

Estos fundamentos consolidaron la hegemonía estadounidense de posguerra y lograron cierta sobrevida adicional bajo el neoliberalismo. Pero ya no se sostienen en la primacía económica de Norteamérica y han quedado transformados por su reconversión en ideales de otras clases capitalistas del mundo. Los mitos estadounidenses no tienen la preeminencia del pasado (Boron, 2019). 

En la segunda mitad del siglo XX el imperialismo estadounidense complementó la coerción, con una ideología que conquistó preeminencia en el lenguaje y la cultura. Esa influencia persiste pero con modalidades más automatizadas de la matriz estadounidense y los intentos de recomposición imperial deben lidiar con ese dato. La crisis de largo plazo -que analizaremos en nuestro próximo texto- determina irresolubles tensiones en múltiples planos. 

25-1-2021 

REFERENCIAS

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-Armanian, Nazanín (2018). El barco Aquarius y cinco muestras de la militarización, http://www.redeco.com.ar/internacional/europa/24272.

-Boron, Atilio (2019). La irreversible (pero laboriosa) construcción de un orden multipolar 23 sept.  https://kaosenlared.net/

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-Dohert, Alex (2020) La guerra fría con China no desaparecerá si Joe Biden, 13-oct  https://www.resumenlatinoamericano.org

-Donnet, Pierre Antoine (2020). Con la Quad, EEUU trata de reunir una alianza contra China, 23-10 https://rebelion.org

-Farber, Samuel (2021). Las causas del trumpismo y por qué perdurará, 10/01/ 

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-Ferrari, Sergio (2020). Más balas que seres humanos. Un Far West denominado Tierra 25/11,  https://rebelion.org/un-far-west-denominado-tierra

-Gandásegui Marco A (2017). Corea del Norte: Paz, desmilitarización y unificación 14 sept  https://www.alainet.org/es/articulo/188060

-Hobsbawm, Eric, (2007). Guerra y paz en el siglo XXI, Editorial Crítica, Barcelona. 

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-Serfati, Claude (2018). Las teorías marxistas del imperialismo 04/06/  https://vientosur.info/spip.php?article13866

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-Unhcr-Acnur (2020).  https://www.acnur.org/datos-basicos.html

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Por: Claudio Katz

Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz 

Publicado en:  https://www.alainet.org/es/articulo/210662

15 años promoviendo semanalmente la Geopolitica, en este Programa

Análisis Radial Semanal de Geopolitica de Carlos Pereyra Mele para el Programa: el Club de la Pluma, que conduce el Periodista Norberto Ganci por la Radio Web al Mundo. 

TEMAS:

Sigue profundizandose el conflicto entre Atlantistas (EEUU y socios) y Continentalistas (China y sus socios) conflicto que conduce a un mundo Bipolar nuevamente

AUDIO:

PRESENTACIÓN DEL AUDIO

Carlos Pereyra Mele, nos trae hoy en su columna radial y semanal del Club de La Pluma, la realidad fiel y cruda del EEUU de hoy, cuando se inicia un nuevo curso político.

Analiza en el audio, cómo el inminente y complicado cambio de gobierno en Washington, NO MODIFICARÁ EN NADA EL PROCESO DE DECADENCIA DE UN IMPERIO.

También describe cómo la Prensa acosa para impedir que Trump sea futuro candidato, y que no acceda a cualquier cargo público.

Ironiza con altura intelectual, que NO SERÁ VERDAD aquel dicho popular de que MUERTO EL PERRO, SE ACABÓ LA RABIA.

Define a los sublevados como unos “Sans-culottes, Cabezas Rubias, Anglosajones” que han tomado su particular Bastilla, por ser los olvidados del Sueño Americano desde la época de Reagan.

Pero que, como en la Revolución Francesa, sólo habrá al final una mayor profundización del poder de los grandes grupos empresariales, económicos, financieros norteamericanos.

También avisa que a este interior profundo y mal pagado de EEUU, le insistirán con la exigencia de abandonar sus posiciones de xenofobia, homofobia, machismo, racismo, etc, ahora que para  la DERECHA NO ANTI LIBERAL, la solución a todos los problemas, está en resolver esos asuntos sociales.

Desnuda Carlos Pereyra Mele,  la verdad sobre que estos grupos no son antisistemas. Solo atacan a las minorías y nunca al gran capital. 

Tampoco denuncian la timba financiera de los bancos, ni el abandono de los apoyos a las políticas  productivas.

Y desnuda de que sus protestas han dejado impune al sistema financiero que es el que de verdad les ha asfixiado a ellos y a las administraciones.

Vuelve a demostrar la certeza geopolítica, sostenida desde hace 20 años por Dossier Geopolítico, sobre que continuará sin cambios el enfrentamiento del bloque Atlantista Anglosajón contra el bloque Euroasiático y que seguirá la desenfrenada carrera por el poder entre las tres grandes potencias capitalistas del mundo, EEUU, China y Rusia.

También apunta sobre un tema crucial de la geopolítica, cuando hace hincapié en el EXTRAÑO SILENCIO de Baiden sobre las últimas sanciones internacionales de Trump, que podrían ser todo un “trabajo sucio” a favor de la nueva administración. Y da un repaso concienzudo a esas sanciones

Habla y demuestra al detalle como la estructura del Occidente está cada vez más debilitada por los cambios en la UE y los acuerdos en Asia, con China a la cabeza.

Y con total claridad, plantea una meridiana ecuación geopolítica que demuestra que EEUU ha perdido el Poder Blando y ya solo le queda el Poder Duro. Un análisis profundo y certero que, de por sí solo, justifica escuchar el audio.

Avanza sobre lo que nos espera para los próximos 10 años en la lucha por “LOS ESCALONES DEL PODER MUNDIAL” y termina dando una mirada profunda, crítica, preocupante y esperanzadora sobre América Latina.

Por Eduardo Bonugli Madrid Colaborador de Dossier Geopolitico

Por Pepe Escobar Asia Times 2021

Hace un año los Furiosos Años Veinte( Raging Twenties)  comenzaron con un asesinato.

El asesinato del mayor general Qassem Soleimani, comandante de la Fuerza Quds del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (IRGC), junto con Abu Mahdi al-Muhandis, el comandante adjunto de la milicia iraquí Hashd al-Sha’abi, mediante el lanzamiento de misiles Hellfire guiados por láser. de dos aviones no tripulados MQ-9 Reaper, fue un acto de guerra.

No solo el ataque con aviones no tripulados en el aeropuerto de Bagdad, ordenado directamente por el presidente Trump, fue unilateral, no provocado e ilegal: fue diseñado como una fuerte provocación, para detonar una reacción iraní que luego sería contrarrestada por la «autodefensa» estadounidense, empaquetada como «disuasión». Llámalo una forma perversa de doble hacia abajo, falsa bandera invertida.  

El Mighty Wurlitzer imperial lo interpretó como un «asesinato selectivo», una operación preventiva que aplastaba la supuesta planificación de Soleimani de «ataques inminentes» contra diplomáticos y tropas estadounidenses.

Falso. Sin evidencia alguna. Y luego, el primer ministro iraquí Adil Abdul-Mahdi, frente a su parlamento, ofreció el contexto definitivo: Soleimani estaba en misión diplomática, en un vuelo regular entre Damasco y Bagdad, involucrado en complejas negociaciones entre Teherán y Riad, con los iraquíes. Primer Ministro como mediador, a petición del presidente Trump.

De modo que la máquina imperial, en completa burla del derecho internacional, asesinó a un enviado diplomático de facto.  

Las tres facciones principales que presionaron por el asesinato de Soleimani fueron los neoconservadores estadounidenses, sumamente ignorantes de la historia, la cultura y la política del suroeste de Asia, y los grupos de presión israelí y saudí, que creen ardientemente que sus intereses avanzan cada vez que Irán es atacado. Trump no podría ver el panorama general y sus terribles ramificaciones: solo lo que dicta su principal donante israelí Sheldon Adelson, y lo que Jared «de Arabia» Kushner le susurró al oído, controlado a distancia por su amigo cercano Muhammad bin Salman (MbS).

La armadura del «prestigio» estadounidense

La mesurada respuesta iraní al asesinato de Soleimani fue cuidadosamente calibrada para no detonar la “disuasión” imperial vengativa: ataques con misiles de precisión contra la base aérea de Ain al-Assad en Irak, controlada por Estados Unidos. El Pentágono recibió una advertencia anticipada.

Como era de esperar, el período previo al primer aniversario del asesinato de Soleimani tuvo que degenerar en indicios de que Estados Unidos e Irán una vez más al borde de la guerra.  

Por lo tanto, es esclarecedor examinar lo que el comandante de la División Aeroespacial del IRGC, el general Brigadier Amir-Ali Hajizadeh , dijo a la red Al Manar de Líbano: “Estados Unidos y el régimen sionista [Israel] no han traído seguridad a ningún lugar y si algo sucede aquí (en la región) y estalla una guerra, no haremos distinción entre las bases estadounidenses y los países que las albergan «. 

Hajizadeh, ampliando los ataques con misiles de precisión hace un año, agregó: “Estábamos preparados para la respuesta de los estadounidenses y todo nuestro poder de misiles estaba completamente en alerta. Si hubieran dado una respuesta, habríamos atacado todas sus bases desde Jordania hasta Irak y el Golfo Pérsico e incluso sus buques de guerra en el Océano Índico «.

Los ataques con misiles de precisión en Ain al-Assad, hace un año, representaron una potencia de rango medio, debilitada por las sanciones y enfrentando una enorme crisis económica / financiera, respondiendo a un ataque apuntando a activos imperiales que forman parte del Imperio de Bases. . Fue una primicia mundial, algo inaudito desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Fue claramente interpretado en vastas franjas del Sur Global como una perforación fatal de la armadura hegemónica de décadas del «prestigio» estadounidense.     

De modo que a Teherán no le impresionaron exactamente dos B-52 con capacidad nuclear que volaban recientemente sobre el Golfo Pérsico; o la Marina de los Estados Unidos anunciando la llegada del USS Georgia, de propulsión nuclear y con misiles cargados, al Golfo Pérsico la semana pasada.

Estos despliegues se realizaron como respuesta a una afirmación sin pruebas de que Teherán estaba detrás de un ataque de 21 cohetes contra la embajada estadounidense en expansión en la Zona Verde de Bagdad.

Los cohetes de calibre 107mm (sin detonar), por cierto, marcados en inglés, no en farsi, pueden ser comprados fácilmente en algún zoco subterráneo de Bagdad por prácticamente cualquier persona, como he visto por mí mismo en Irak desde mediados de la década de 2000. 

Eso ciertamente no califica como un casus belli, o «autodefensa» fusionada con «disuasión». La justificación de Centcom en realidad suena como un boceto de Monty Python: un ataque «… casi con certeza realizado por un grupo de milicias rebeldes respaldado por Irán». Tenga en cuenta que «casi con certeza» es un código para «no tenemos idea de quién lo hizo». 

Cómo luchar contra la verdadera guerra contra el terrorismo

 El ministro de Relaciones Exteriores iraní, Javad Zarif, se tomó la molestia para advertir a Trump que lo estaban engañando para un falso casus belli, y el retroceso sería inevitable. Ese es un caso en el que la diplomacia iraní está perfectamente alineada con el IRGC: después de todo, toda la estrategia posterior a Soleimani proviene directamente del ayatolá Khamenei. 

Y eso lleva a Hajizadeh del IRGC a establecer una vez más la línea roja iraní en términos de la defensa de la República Islámica: «No negociaremos sobre el poder de los misiles con nadie», adelantándose a cualquier movimiento para incorporar la reducción de misiles en un posible regreso de Washington a el JCPOA. Hajizadeh también ha enfatizado que Teherán ha restringido el alcance de sus misiles a 2.000 km.

Mi amigo Elijah Magnier, posiblemente el principal corresponsal de guerra en el suroeste de Asia en las últimas cuatro décadas, ha detallado claramente la importancia de Soleimani.

Todos, no solo a lo largo del Eje de la Resistencia (Teherán, Bagdad, Damasco, Hezbolá), sino también en vastas franjas del Sur Global, están firmemente conscientes de cómo Soleimani lideró la lucha contra ISIS / Daesh en Irak de 2014 a 2015, y cómo jugó un papel decisivo. en retomar Tikrit en 2015.  

Zeinab Soleimani, la impresionante hija del General, ha perfilado al hombre y los sentimientos que inspiró. Y el secretario general de Hezbollah, Sayed Nasrallah, en una entrevista extraordinaria , destacó la «gran humildad» de Soleimani, incluso «con la gente común, la gente sencilla».

Nasrallah cuenta una historia que es esencial para ubicar el modus operandi de Soleimani en la guerra real, no ficticia, contra el terrorismo, y merece ser citada en su totalidad: 

“En ese momento, Hajj Qassem viajó desde el aeropuerto de Bagdad al aeropuerto de Damasco, de donde vino (directamente) a Beirut, en los suburbios del sur. Llegó a mí a medianoche. Recuerdo muy bien lo que me dijo: «Al amanecer debiste haberme proporcionado 120 comandantes de operaciones (de Hezbollah)». Le respondí «Pero el Hayy, es medianoche, ¿cómo puedo proporcionarles 120 comandantes?» Me dijo que no había otra solución si queríamos luchar (eficazmente) contra ISIS, defender al pueblo iraquí, nuestros lugares sagrados [5 de los 12 imanes del Shiísmo Doce tienen sus mausoleos en Irak], nuestros Hawzas [ Seminarios islámicos], y todo lo que existía en Irak. No había elección. “No necesito luchadores. Necesito comandantes operativos [para supervisar las Unidades de Movilización Popular Iraquí, PMU]. «Es por eso que en mi discurso el asesinato de Soleimani, dije que durante los 22 años aproximadamente de nuestra relación con Hajj Qassem Soleimani, nunca nos pidió nada. Nunca nos pidió nada, ni siquiera Irán. Sí, solo nos preguntó una vez, y fue para Irak, cuando nos pidió estos (120) comandantes de operaciones. Así que se quedó conmigo y comenzamos a contactar a nuestros hermanos (Hezbollah) uno por uno. Pudimos traer a casi 60 comandantes operativos, incluidos algunos hermanos que estaban en las líneas del frente en Siria, y a quienes enviamos al aeropuerto de Damasco [para esperar a Soleimani], y otros que estaban en el Líbano, y de los que nos despertamos. durmieron y los trajeron [inmediatamente] de su casa, ya que el Hayy dijo que quería llevarlos con él en el avión que lo llevaría de regreso a Damasco después de la oración del amanecer. Y de hecho, después de rezar juntos la oración del amanecer,volaron a Damasco con él, y Hajj Qassem viajó de Damasco a Bagdad con 50 a 60 comandantes libaneses de Hezbollah, con quienes fue al frente en Irak. Dijo que no necesitaba combatientes, porque gracias a Dios había muchos voluntarios en Irak. Pero necesitaba comandantes [curtidos en la batalla] para dirigir a estos combatientes, entrenarlos, transmitirles experiencia y pericia, etc. Y no se fue hasta que tomó mi promesa de que en dos o tres días le habría enviado a los restantes 60 comandantes «.entrenarlos, transmitirles experiencia y conocimientos, etc. 

Orientalismo, de nuevo

Un ex comandante de Soleimani que conocí en Irán en 2018 nos había prometido a mí y a mi colega Sebastiano Caputo que intentaría concertar una entrevista con el General de División, que nunca habló con medios extranjeros. No teníamos motivos para dudar de nuestro interlocutor, así que hasta el último minuto de Bagdad estuvimos en esta lista de espera selectiva.

En cuanto a Abu Mahdi al-Muhandis, asesinado al lado de Soleimani en el ataque con drones de Bagdad, formé parte de un pequeño grupo que pasó una tarde con él en una casa segura dentro, no fuera, de la Zona Verde de Bagdad en noviembre de 2017. Mi informe completo está aquí .  

El profesor Mohammad Marandi de la Universidad de Teherán, reflexionando sobre el asesinato, me dijo, “lo más importante es que la visión occidental de la situación es muy orientalista. Asumen que Irán no tiene estructuras reales y que todo depende de los individuos. En Occidente, un asesinato no destruye una administración, empresa u organización. El ayatolá Jomeini falleció y dijeron que la revolución había terminado. Pero el proceso constitucional produjo un nuevo líder en cuestión de horas. El resto es historia.»

Esto puede ayudar mucho a explicar la geopolítica de Soleimani. Puede que haya sido una superestrella revolucionaria (muchos en todo el Sur Global lo ven como el Che Guevara del suroeste de Asia), pero sobre todo fue un engranaje bastante articulado de una máquina muy articulada. 

El presidente adjunto del Parlamento iraní, Hossein Amirabdollahian, dijo a la cadena iraní Shabake Khabar que Soleimani, dos años antes del asesinato, ya había previsto una inevitable «normalización» entre Israel y las monarquías del Golfo Pérsico.

Al mismo tiempo, también era muy consciente de la posición de la Liga Árabe en 2002, compartida, entre otros, por Irak, Siria y Líbano: una «normalización» ni siquiera puede comenzar a discutirse sin un estado palestino independiente y viable en las fronteras e 1967, y con Jerusalén Este como capital.

Ahora todos saben que este sueño está muerto, si no completamente enterrado. Lo que queda es el trabajo habitual y triste: el asesinato estadounidense de Soleimani, el asesinato israelí del destacado científico iraní Mohsen Fakhrizadeh, la guerra israelí implacable y de relativamente baja intensidad contra Irán totalmente apoyada por el Beltway, la ocupación ilegal de Washington de partes del noreste de Siria para hacerse con un poco de petróleo, el impulso perpetuo por un cambio de régimen en Damasco, la demonización incesante de Hezbollah.

Más allá del fuego del infierno

Teherán ha dejado muy claro que un retorno a al menos una medida de respeto mutuo entre Estados Unidos e Irán implica que Washington se reincorpore al JCPOA sin condiciones previas, y el fin de las sanciones ilegales y unilaterales de la administración Trump. Estos parámetros no son negociables. 

Nasrallah, por su parte, en un discurso en Beirut el domingo, destacó,

«Uno de los principales resultados del asesinato del general Soleimani y al-Muhandis son los llamamientos a la expulsión de las fuerzas estadounidenses de la región. Tales llamamientos no se habían hecho antes del asesinato. El martirio de los líderes de la resistencia colocó tropas estadounidenses en camino de salir de Irak «.

Esto puede ser una ilusión, porque el complejo militar-industrial-seguridad nunca abandonará voluntariamente un centro clave del Imperio de las Bases. 

Más importante es el hecho de que el entorno posterior a Soleimani trasciende a Soleimani. 

El Eje de la Resistencia, Teherán-Bagdad-Damasco-Hezbolá, en lugar de colapsar, seguirá reforzándose.

Internamente, y aún bajo sanciones de “máxima presión”, Irán y Rusia cooperarán para producir vacunas Covid-19, y el Instituto Pasteur de Irán coproducirá una vacuna con una empresa cubana.

Irán se solidifica cada vez más como el nodo clave de las Nuevas Rutas de la Seda en el suroeste de Asia: la asociación estratégica Irán-China es constantemente revitalizada por los Primeros Ministros Zarif y Wang Yi, y eso incluye a Beijing sobrealimentando su inversión geoeconómica en South Pars, el más grande campo de gas en el planeta.

Irán, Rusia y China participarán en la reconstrucción de Siria, que también incluirá, eventualmente, una rama de la Nueva Ruta de la Seda: el ferrocarril Irán-Irak-Siria-Mediterráneo Oriental.

Todo eso es un proceso continuo e interconectado que ningún Hellfire puede quemar.

La democracia cristiana alemana (CDU) vota al sucesor de Angela Merkel este 15 y 16 de enero. Tras cuatro mandatos al frente de la mayor economía de Europa, la “canciller de hierro” deja su cargo en diciembre. De cara a las elecciones generales de septiembre, en las internas partidarias destacan tres candidatos que oscilan entre la continuidad y el cambio, además de una potencial sorpresa de Baviera.

En 2021, Alemania tendrá el desafío de continuar la lucha contra el COVID-19, como el resto de Europa y el mundo. Pero un desafío aún mayor será conjugar el frente de salud pública con el de la política electoral.

Además de los 16 estados (Länder) que celebrarán elecciones este año, las miradas se concentran en torno a la interna partidaria de la democracia cristiana alemana (CDU), donde se dirimirá quién será el sucesor de la canciller Angela Merkel (66) de cara a las elecciones generales de septiembre.

Merkel (2005-2021) concluirá entonces su cuarto mandato como la mandataria más longeva de la Alemania contemporánea junto con Helmut Kohl (1982-1998), su padrino político. A finales de 2018, Merkel tomó la decisión de renunciar como jefa de la CDU y habilitar “la apertura de un nuevo capítulo” dentro de su plataforma -y del país-.

LA ERA MERKEL

En su largo recorrido, Mutti (“mamá”, su apodo entre los alemanes) cementó un liderazgo propio tanto en Alemania como en Europa. Fue escogida por la revista TIME como la personalidad del año en el 2015 y lidera el ranking femenino de Forbes desde 2005.

Merkel llegó a la cancillería luego de una ajustada victoria en la peor elección en la historia de su partido, mientras la Unión Europea (UE) implementaba su expansión hacia el Este con la incorporación de diez nuevos miembros. Era la primera vez que una mujer llegaba al cargo de canciller, la más joven al momento de asumir, con la particularidad adicional de provenir de la ex Alemania del Este.

Con el cambio de década, la crisis de la eurozona ponía a prueba a la locomotora económico-financiera de la UE y a la propia Merkel en su rol de administradora política de las negociaciones con los países más alicaídos. La posterior crisis migratoria desde 2014 colocó a Merkel como la máxima representante de quienes confiaban en una política de puertas abiertas (Alemania albergaba 1,8 millones de refugiados en 2020).

En los últimos años, Merkel también intervino decisivamente en el proceso del Brexit (2016-2021), el Plan de Recuperación para Europa (2020) y la pandemia del COVID-19. Con un contexto geopolítico inestable y la radicalización de la política doméstica,  Merkel entrega a su sucesor la tarea de asegurar la continuidad en el poder y mantener el perfil destacado de Alemania en las relaciones internacionales.

Mientras que en circunstancias normales un canciller en su último año de mandato suele apagarse, Merkel hace sentir su plena presencia tanto en lo local como lo global. Para los alemanes, dadas las circunstancias excepcionales, las próximas elecciones generales en el otoño boreal se sienten muy lejos.

LOS POSIBLES SUCESORES

En 2018, luego de unas elecciones para su cuarto mandato (2017) donde su partido perdió la mayoría propia en el parlamento, Merkel anunció que dejaba de estar a la cabeza de la CDU. En aquel momento, escogió a Annegret Kramp Karrenbauer (58), exgobernadora y actual ministra de Defensa, como sucesora.

A pesar de su triunfo en las internas, A.K.K. rápidamente dio una serie de pasos en falso en el ámbito político y anunció que renunciaría a su puesto en un nuevo congreso del partido. Las internas debían tener lugar en 2020 pero se aplazaron al 15 y 16 de enero de 2021 por la pandemia.  

En este marco, hay tres grandes candidatos para ser los sucesores, todos ellos hombres. Dos de ellos (Merz y Roettgen) fueron relegados políticamente por la propia Merkel años atrás, mientras que Laschet es más afín a la agenda de la canciller saliente. A ellos se les suma la figura de Markus Söder, gobernador de Baviera y jefe de la Unión Social Cristiana de Baviera (CSU), aliada de la democracia cristiana de Merkel.

Friedrich Merz (65) es el más conservador de los tres y representa a aquellos dentro del partido que acusan a Merkel de haber empujado a la CDU demasiado hacia la izquierda del espectro político. Polémico por sus comentarios restrictivos acerca de la inmigración (Leitkultur), se retiró de la política legislativa poco después de su intento fallido de reformar el sistema fiscal en 2004.

Tuvo una meteórica carrera en el sector privado (en Bosch, Ernst&Young y BlackRock, entre otros) pero volvió a la carrera partidaria frente al anuncio de nuevas internas. Dentro de su discurso que reivindica los valores occidentales y la ética cristiana (a pesar de estar a favor del matrimonio homosexual), es marcadamente europeísta y pro-OTAN.

Sus partidarios afirman que podría reabsorber a los votantes que han abandonado la CDU por la plataforma de extrema derecha Alternativa Para Alemania (AfD). Del otro lado, sus detractores afirman que bajo su liderazgo sería más difícil comprometerse con posibles nuevos socios de coalición, como los Verdes, que se proyectan como el segundo partido en las encuestas para las generales de septiembre.

Con todo, la victoria de Merz anunciaría un corrimiento hacia la derecha para la principal fuerza política de la mayor economía de Europa. A pesar de sus apoyos dentro de los establishments económicos norteamericano y europeo, los resquemores que Merz mantiene con los altos cargos de su propio partido podrían resultarle contraproducentes.

Armin Laschet (59) encarna la continuidad dentro de la CDU y cuenta con el visto bueno de Angela Merkel. Periodista, a lo largo de su carrera política pasó por distintos ministerios estatales y fue parlamentario y eurodiputado.

Gobierna desde 2017 el estado de Renania del Norte-Westfalia, el más poblado y que concentra el 22% del PBI alemán. La primera ola de coronavirus golpeó su territorio con especial dureza. 

Laschet se ha mostrado más abierto a acuerdos con la socialdemocracia (SD), los liberales (FDP) y los Verdes. La ciudadanía alemana lo conoce por sus visitas a los campamentos de refugiados sirios en Jordania en 2015.

Visitó al presidente francés Emmanuel Macron tres veces solo en 2020.

Norbert Röttgen (55) fue Ministro Federal de Medio Ambiente, Conservación de la Naturaleza y Seguridad Nuclear bajo el anterior gobierno de Merkel, pero se vio relegado de la política partidaria en 2012. Fue el primero en anunciar su candidatura a la sucesión luego de la renuncia de Kramp Karrenbauer.

Desde entonces, se ha centrado principalmente en la política exterior y sigue siendo una figura fundamental en el comité de relaciones exteriores del Bundestag. En los últimos tiempos adquirió mayor presencia pública por llevar la voz cantante del ala de la CDU que busca una actitud más dura de Alemania (y la UE) para con la Rusia de Vladimir Putin. De hecho, Röttgen criticó a Merkel por su tibieza frente al caso de envenenamiento del opositor ruso Alexei Navalny.

Si bien su apoyo dentro del partido no parece ser lo suficientemente fuerte, sus excelentes vínculos con los Verdes (por su experiencia política y por haber formado parte de la mesa de enlace entre la CDU y los ecologistas Pizza Connection hace 20 años) lo ubican en un lugar muy atractivo a la hora de la formación de una coalición. Además cuenta con muy buena intención de voto entre los ciudadanos alemanes de tercera edad.

Finalmente, el potencial cisne negro es el actual gobernador de Baviera, Markus Söder. El jefe del partido hermano bávaro de la CDU, CSU, está en la cima de las encuestas individuales, en gran parte gracias a cómo está lidiando con la emergencia del coronavirus.

A pesar de no participar de la interna de enero, en la historia de Alemania los líderes de la CSU se convirtieron dos veces en candidatos de la boleta conjunta CDU/CSU para la Cancillería Federal. Si bien Söder cuenta con un poder territorial propio, necesitaría del alcance federal de la CDU para gobernar.

Publicado el 13/01/2021.fuente https://www.embajadaabierta.org/post/el-sucesor-de-merkel

Por JOAQUÍN AGUIRRE – enero de 2021

De qué se trata la ambiciosa iniciativa “la nueva ruta de la seda”, con proyectos económicos en casi 100 países. Para tener una idea de la ambición de China como potencia mundial, basta echar un pequeño vistazo a su monumental proyecto conocido como “Iniciativa de la Franja y la Ruta u Obor (One Belt, One Road)” o, para utilizar un nombre más familiar, “la nueva ruta de la seda”.

Hay quienes le llaman “el plan Marshall del siglo 21”. Se trata de numerosos proyectos repartidos en los cinco continentes, que abarcan casi 100 países y que incluyen lazos financieros y comerciales, inversiones en infraestructura y vínculos políticos, sociales, educativos y culturales. Se estima que el costo podría llegar a un billón de dólares.

La histórica ruta de la seda fue una red de rutas comerciales organizadas en torno al negocio de la seda china iniciada en el siglo I a. C., que se extendía por casi toda Asia y llegaba a algunos países de Europa y de África. La nueva ruta, presentada por el actual presidente, Xi Jinping, en 2013, abarca una vía terrestre de comercio entre China y Europa, a la que luego se sumó una ruta marítima que une China con el sur de Asia y con África. Hay conversaciones y memorandos de entendimiento firmados con decenas de países, incluidos varios en América latina.

La iniciativa ha ido creciendo, tanto geográfica como económicamente, en la misma proporción que el liderazgo y la influencia del gigante asiático. Casi no hay gobiernos que al hablar de sus vínculos con China no mencionen la nueva ruta de la seda.

En tiempos de la batalla comercial con Estados Unidos, la región latinoamericana asoma como un destino estratégico para China, cuya presencia es cada vez mayor.

Por razones estrictamente políticas, el primer país latinoamericano en entablar relaciones con China fue Cuba, hace 60 años. Sin embargo, hace por lo menos 50 años que el gigante asiático mantiene vínculos diplomáticos con distintos gobiernos. Y los sostiene más allá de las inclinaciones ideológicas.

Desde comienzos de este siglo, los intercambios entre las naciones latinoamericanas y China se intensificaron notablemente. Son muy pocos los países de Sudamérica que no han estrechado lazos con China. Chile y Perú firmaron acuerdos de libre comercio. Colombia va por el mismo camino. Brasil, Argentina y Venezuela, entre otros, son “socios estratégicos”, según la jerarquía que establecen los asiáticos. Bolivia, Chile, Ecuador, Perú, Uruguay y Venezuela buscan ser parte de la nueva ruta de la seda.

La renovación del tren Belgrano Cargas en Argentina, el puerto de Paranaguá en Brasil, la central hidroeléctrica de Coca Codo Sinclair en Ecuador y el proyecto del Metro de Bogotá en Colombia se cuentan entre las iniciativas de interconexión que se implementaron entre estos países y China.

Con la inauguración, un año atrás, del Instituto Confucio en la Universidad Nacional y del Centro de Estudios La Franja y la Ruta del Instituto de Ciencias de la Administración (Icda) de la Universidad Católica, Córdoba busca afianzar sus lazos con China. Junto con el Gobierno de la provincia, ambas casas de estudio crearon, en septiembre pasado, el Consejo de Vinculación Estratégica con la República Popular China, que tiene como objetivo afianzar la cooperación con el gigante asiático en materia de cultura, educación, información, investigación y capacitación.

“La inversión directa de China en la región tuvo un crecimiento exponencial a partir de 2008, cuando fue la crisis financiera global. No obstante, todavía está por debajo de la (inversión) de Estados Unidos y de la Unión Europea. La incorporación a la nueva ruta de la seda de los países latinoamericanos va a cambiar el panorama”, apunta Gonzalo Fiore Viani, miembro del Centro de Estudios La Franja y la Ruta de la UCC y Miembro de Dossier Geopolitico.

Más allá de las posturas de su presidente, Jair Bolsonaro –trumpista de paladar negro–, el principal socio comercial de la región con China es Brasil, que en 2019 alcanzó intercambios por 115 mil millones, un 30 por ciento de su comercio global. En tanto, Argentina tuvo intercambios por 14 mil millones (el 12 por ciento de su comercio con el mundo).

Para poner los números en contexto, vale apuntar que ese año el comercio global de Latinoamérica con China llegó a 310 mil millones de dólares. Los principales productos que la región exporta al gigante asiático son cobre, petróleo y soja, que representan el 70 por ciento del total exportado a ese destino.

El principal socio comercial de la región es Brasil. El gigante sudamericano tuvo intercambios con China por 115 mil millones de dólares en 2019, una cifra que representa el 30 por ciento de todo su comercio. En tanto, para Argentina, sus intercambios con China en 2019 fueron por 14 mil millones (el 12 por ciento de su total). Cobre, petróleo y soja son los principales productos que los asiáticos les compran a los países de la región. Además del aspecto comercial, China está presente mediante inversiones en infraestructura y en el sector energético.

Los lazos de América latina con el que para muchos será en pocos años el país más poderoso del mundo no pueden leerse solamente en clave económica. El soft power, la influencia y la presencia de China también pueden mirarse a través de un prisma estratégico teniendo en cuenta la injerencia que siempre tuvo Estados Unidos en la región.

La experta y miembro del Consejo Académico del Centro de Estudios La Franja y la Ruta, Florencia Rubiolo, afirma que, si bien China tiene “un rol protagónico” en el aspecto comercial de todos los países de la región (con excepción de México), América latina no es una prioridad.

“Si uno lo piensa, América latina es la región más alejada de China en el globo, entonces en términos geopolíticos tiene menos relevancia que el que pueden tener el sudeste o el sur de Asia o Pakistán, pensando en el vínculo con el Indo Pacífico, Australia, la misma Rusia o Europa occidental”, afirma.

“Es posible que veamos un crecimiento en las inversiones chinas, vinculado a los intereses de los países latinoamericanos de diversificar sus fuentes de financiamiento e inversiones, que también están ligadas a condiciones menos estrictas, en términos laborales, ambientales, financieros y políticos que las que vienen relacionadas a países europeos o a Estados Unidos. Pero, insisto, la región tiene un rol secundario en la política de inversiones de China en el mundo”, agrega.

La guerra comercial por los aranceles que propuso Donald Trump ha sido uno de los últimos capítulos en la competencia entre dos superpotencias. Los especialistas tienen miradas diferentes en cuanto a si América latina puede o no ser un escenario de disputa entre EE.UU. y China. “Estados Unidos no quiere perder su influencia. (Joe) Biden lo dijo cuando ganó las elecciones. Pienso que China ve la región como una oportunidad para superar a Estados Unidos. En países de Centroamérica como Panamá, China ya es el principal socio comercial, cuando hace tres años ese lugar era ocupado por Estados Unidos”, sostiene Fiore Viani.

Según Rubiolo, la “competencia tiene más que ver con una percepción de Washington, que traslada su competencia a todos los escenarios, antes que con una intención de China de superar a Estados Unidos”.

El director del posgrado “La nueva ruta de la seda: negocios y proyectos estratégicos con China”, de la UCC, Mariano Mosquera, que vivió tres años en China, advierte del rol del Estado en la dinámica comercial con el país asiático. “Su función es coordinar una estrategia de cooperación, entonces distribuye factores, funciones y recursos, según lo que considera mejor para sus empresas y según qué sectores son mejores a la hora de los intercambios”, dice.

Su visión respecto del poder chino es positiva, pues observa grandes oportunidades para Argentina en áreas como innovación y starts up. “El de China es el ecosistema emprendedor más grande del mundo, que en la próxima década va a superar a Silicon Valley”, augura.

Crecimiento. La economía de China creció un 1,9% durante el año de la pandemia (la de EE.UU. se hundió 4,3%) y así se transformó en el único gigante que esquivó la recesión en 2020. Estiman que crecerá a un ritmo de 5,7% por año hasta 2025.

Acuerdo UE-China: ultiman detalles

Después de siete años de negociaciones, la Unión Europea y China cerraron a fines de diciembre un acuerdo que implica fuertes inversiones asiáticas en el bloque comunitario. El ambicioso pacto les abriría el enorme mercado chino a las empresas de la UE, pese a las preocupaciones sobre los derechos laborales y humanos violados por el régimen comunista.

El gran aliado de Argentina y las oportunidades de Córdoba

Los lazos entre Argentina y China parecen cada vez más estrechos. Y no sólo por los intercambios comerciales, que en los últimos meses sumaron material sanitario y podrían llegar a incluir millones de dosis contra el coronavirus. En agosto del año pasado, se renovó el swap por 18.500 millones de dólares, una cifra que equivale al 45% de las reservas del Banco Central Argentino (BCRA).

Además, Argentina ingresó como miembro no regional al Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, creado por Beijing en 2016, con lo que se abrió una nueva alternativa de financiación. Según expertos, se trata de un “pilar financiero” para el ingreso del país a la iniciativa china de la nueva ruta de la seda.

“La recuperación económica de Argentina podría comenzar a través del comercio con China debido al restablecimiento de la actividad industrial en el gigante asiático y a su continua demanda de los productos que exporta Argentina, fundamentalmente carne y soja”, sostuvo Jorge Malena, director del programa ejecutivo sobre China contemporánea de la Universidad Católica Argentina.

Para ponerlo en números: el total del comercio de Argentina con China en 2019 fue de 14 mil millones de dólares, lo que implica un 12% del comercio total argentino con el mundo. Brasil, por ejemplo, en ese mismo período tuvo intercambios con China por 115 mil millones (el 30% de todo su comercio con el mundo).

Porotos de soja (50%) y carne (34%) representan el 84 por ciento de lo que Argentina le vendió a China en 2019.

En tanto, Córdoba le exporta al gigante asiático alrededor de mil millones de dólares (casi un 80% es soja). Según informa el profesor de Economía Política Internacional de la Universidad Siglo 21, Federico Trebucq, casi no se registran exportaciones de pymes.

“Si bien la relación comercial de Argentina con China está definida por cuestiones estructurales, principalmente por la convergencia de nuestras ventajas comparativas con las demandas chinas, se trata de un mercado que puede tener oportunidades para pymes a través de descubrir nichos específicos, aunque para eso se requiere un conocimiento profundo de la estructura de demanda y ahí los esfuerzos de la política en todos los niveles son claves. No hablo sólo de la promoción de exportaciones locales, sino de los vínculos políticos, intercambios y la coordinación del Gobierno”, advirtió Trebucq.

Fuentes: https://www.lavoz.com.ar/mundo/china-estrategica-presencia-de-un-gigante-en-latinoamerica 

Por Timofei Bordachev 04.01.2021

El regreso de la política internacional en una forma bastante tradicional ha ido inevitablemente acompañado de una disminución de la importancia y la eficacia de las instituciones internacionales. Los eventos de 2020 y las tendencias detrás de ellos incluso nos han obligado a abordar la cuestión de si tales instituciones deberían existir como son, escribe el director del programa del Valdai Club, Timofei Bordachev.

Hace treinta años en París, los países de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa firmaron un documento llamado Carta de París para una Nueva Europa. Esta declaración a gran escala no solo puso fin formal a la Guerra Fría, sino que también se convirtió en uno de los documentos centrales del nuevo orden mundial. Este orden se basaba en los principios y valores que se habían formado después de 1945 dentro de la comunidad de democracias liberales liderada por Estados Unidos y sus aliados más cercanos, y basada en la absoluta superioridad militar y política de América entre los países de Occidente. El fin de la Guerra Fría hizo global esta superioridad y durante casi tres décadas determinó la imagen de la política exterior y la interacción entre los estados del mundo.

La presencia de un líder mundial permitió hablar del surgimiento del fenómeno de la política mundial, un sistema especial de relaciones en el que no solo se incluían los Estados, sino también los actores no estatales. Y lo más importante, un sistema que tiene, debido a la capacidad de un poder para actuar como juez y distribuidor de los beneficios de la globalización, los signos de las relaciones sociales inherentes a la estructura interna de la sociedad. En el marco de este orden, hubo instituciones que fueron controladas por los vencedores de la Guerra Fría y por las reglas que fueron redactadas por ellos. La política internacional, como un sistema en el que los Estados siguen siendo los únicos participantes centrales, y en el que el equilibrio de poder y moralidad está regulado solo por su buena voluntad, cayó temporalmente en las sombras, solo para regresar en 2020.

Ahora el sistema internacional está en un estado de gran tensión causada por las consecuencias de la extensa redistribución de la mayor parte de poder entre las principales potencias desde la primera mitad de la 20 ª siglo. El colapso de los imperios europeos durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918) llevó al hecho de que Rusia y Estados Unidos pasaron a primer plano, aunque no de inmediato, y China se unió a ellos un poco más tarde. Ahora los dos primeros poderes todavía son capaces de ejercer una influencia decisiva en el estado de cosas en el mundo, pero se están debilitando y ahorrando fuerzas gradualmente.

El poder chino, a su vez, ha entrado en una etapa de expansión. El colosal crecimiento de sus oportunidades económicas no solo ha llevado a un conflicto con Estados Unidos, que ha visto disminuir tales oportunidades, sino que también ha llevado al colapso de todas las instituciones, reglas y normas que surgieron después de la Segunda Guerra Mundial. Estos pilares institucionales de paz relativa entre poderes se basaron en el equilibrio de poder que surgió durante la Guerra Fría e inmediatamente después de su final, y no pueden adaptarse a la nueva distribución de capacidades de poder sin su propia reestructuración a gran escala.

En Europa, los cambios en el equilibrio de fuerzas han llevado a un aumento significativo de las capacidades de Alemania, que ha aprovechado al máximo los beneficios que su economía había recibido de la zona euro y que su política exterior ha recibido del cambio de Casi todos los factores cruciales que afectan a la jerarquía estatal en el contexto de las instituciones y los mecanismos legales de la Unión Europea. La salida de Gran Bretaña de la UE fue una reacción al crecimiento del poder alemán, pero, a juzgar por sus resultados, finalmente destruyó el equilibrio interno de poder en la integración europea.

A principios de 2020, solo se necesitó un detonante para que estos cambios se volvieran irreversibles. La pandemia del coronavirus COVID-19, que también comenzó en China, reinició todo el orden internacional. No es sorprendente que la mayoría de los estados hayan respondido a esta pandemia cerrando fronteras y confiando en sus propias fuerzas. En casi todos los casos, la reacción de los gobiernos nacionales ha resultado ser la más arcaica posible: la concentración de recursos en el cumplimiento de las obligaciones con sus ciudadanos y el fortalecimiento del control estatal. Se detuvo el tráfico internacional y la movilidad internacional se ha vuelto, con algunas excepciones, bastante difícil. El primer ejemplo de cuarentena total y cierre absoluto al mundo exterior lo dio China,que tradicionalmente es reprochado por su falta de democracia por los gobiernos y los medios de comunicación de los países occidentales.

“A finales de otoño, la prohibición de la circulación de ciudadanos o la cuarentena estricta en los casos en que se permitía la circulación seguía siendo quizás la única consecuencia significativa de la pandemia para la vida internacional.”

Prácticamente no observamos otros efectos: el fortalecimiento de la cooperación transfronteriza o la estrecha coordinación de acciones, con la excepción de la Unión Europea y, curiosamente, la Unión Económica Euroasiática, donde se lleva a cabo una coordinación intergubernamental bastante eficaz. A largo plazo, la política de cierre de fronteras conducirá a la reducción de muchos mecanismos informales de globalización y al crecimiento del nacionalismo y la xenofobia en la mayoría de los países del mundo.

El regreso de la política internacional en una forma bastante tradicional va inevitablemente acompañado de una disminución de la importancia y la eficacia de las instituciones internacionales. Los acontecimientos de 2020 y las tendencias detrás de ellos incluso nos han obligado a abordar la cuestión de si tales instituciones deberían existir como son. Estas instituciones fueron creadas no solo como reflejo del equilibrio de poder de mediados del siglo pasado, sino también como una forma de resolver los problemas inherentes a este período histórico. En 2020, el principal destructor de las instituciones internacionales fue el conflicto sistémico entre China y Estados Unidos. Beijing busca alinear su influencia en las instituciones con las nuevas oportunidades,y Estados Unidos, para conservar la capacidad de determinar sus políticas o destruirlas en los casos en que no puedan servir a los intereses nacionalistas de Washington. Incluso si la nueva administración demócrata en los Estados Unidos recupera el apoyo formal para ciertas instituciones internacionales, su destino se vuelve cada vez más incierto.

Es obvio que el sistema de la ONU se encuentra en una grave crisis. En 2020, nos despedimos de las esperanzas de que el Consejo de Seguridad pueda desempeñar el papel de generador eficaz de los intereses comunes de las principales potencias militares. Por tanto, la discusión sobre la composición de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad y el derecho de veto es cada vez más urgente. Ocurre en un momento en el que el más importante y único limitador de la actividad arbitraria por parte de las grandes potencias adquiere un significado simbólico, al igual que la capacidad de bloquear cualquier decisión de la ONU si no responde a intereses nacionales.

Otra institución básica de un orden mundial pasado, la Organización Mundial del Comercio, está paralizada por la crisis de su sistema de arbitraje. Como resultado, todo el sistema para resolver disputas comerciales en la OMC ha perdido su significado, e incluso si los países violan las reglas del comercio internacional, ninguna de las disputas entre ellos se puede resolver. Observamos que una amplia variedad de Estados recurren cada vez más a otros mecanismos para la solución bilateral de disputas comerciales y el fin de las guerras comerciales, que se han convertido en una práctica internacional común en 2020.

Ya hemos mencionado anteriormente que la integración europea, a pesar de su éxito como institución de cooperación regional, se enfrenta ahora a una crisis. La razón de esta crisis es también el fuerte fortalecimiento de su mayor participante (Alemania), mientras que el segundo más importante (Francia) se ha debilitado. La política quisquillosa e inconsistente de París con respecto a la mayoría de los asuntos nacionales e internacionales comenzó a dar sus frutos. En la mayoría de los casos, Francia debe ahora seguir la línea de la política alemana, y es muy alarmante que cuando Berlín obtenga un nuevo canciller, esta política corra el riesgo de volverse menos sabia y sofisticada. Las decisiones que se tomaron para superar la crisis asociada al impacto de la pandemia en las economías nacionales han aumentado significativamente la influencia de los estados en las instituciones paneuropeas. En las últimas semanas de 2020,Una nueva crisis dentro de la UE fue desencadenada por el comportamiento de Hungría y Polonia – se negaron a aprobar una nueva perspectiva presupuestaria de la UE, que incluye fondos para la recuperación de la pandemia – en respuesta a las reclamaciones de Bruselas y Berlín sobre los procesos políticos internos en ambos países. Lo más probable es que el presupuesto “cuelgue” indefinidamente, e incluso después de que el problema se resuelva de una forma u otra, la Unión Europea ya ha entrado en una nueva crisis, ahora en el nivel de las relaciones interestatales. La próxima prueba será la salida de Angela Merkel del cargo de Canciller Federal de Alemania. Durante los años del gobierno de Merkel, este país ha adquirido una cantidad desproporcionada de influencia en el desarrollo de toda Europa, y cuando un político con menos experiencia, propenso al compromiso, se convierte en el líder,deberíamos esperar una crisis de integración en toda regla y el fortalecimiento de las tendencias centrífugas. Es por eso que ahora es importante que Berlín adopte el presupuesto, entonces retendrá las palancas económicas de la gobernanza de la Unión Europea a través de sus «representantes» en Austria y los Países Bajos.

Hacia finales de 2020, el 22 de noviembre, finalizó la existencia de uno de los instrumentos más importantes para construir la confianza mutua tras el fin de la Guerra Fría en Europa, el Tratado de Cielos Abiertos. Estados Unidos completó los procedimientos necesarios para un retiro unilateral de este acuerdo. El evento se volvió profundamente simbólico a pesar de que la reacción oficial rusa fue, en última instancia, muy tranquila. El sistema del Tratado de Cielos Abiertos se creó no solo como una forma de aumentar la transparencia mutua de los preparativos militares, sino como una confirmación de que los países de la OSCE ni siquiera van a hacer tales preparativos entre sí en el futuro. La retirada de Estados Unidos del sistema del Tratado de Cielos Abiertos significa un retorno completo de la Guerra Fría en Europa.

En las condiciones de completa crisis de las instituciones internacionales, las asociaciones más importantes para Rusia – la Organización de Cooperación de Shanghai y el grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica) – entraron en una etapa difícil. La adhesión de India y Pakistán a la OCS limitó significativamente la eficacia de esta organización en el sentido institucional tradicional. Al mismo tiempo, todavía existe la posibilidad de que la OCS desempeñe el papel de una plataforma de negociación macrorregional para un gran grupo de países euroasiáticos, donde no se encuentra la solución de problemas, sino la oportunidad de discutirlos constantemente en una mesa redonda. será considerado un logro.

Las perspectivas para los BRICS parecen ser mucho más interesantes. A lo largo de los años, este grupo ha cooperado en más y más áreas y con respecto a una variedad de temas. La diplomacia nacional se esforzó al mismo tiempo por dar a los BRICS el carácter de una institución internacional tradicional – para aumentar el número de esferas de interacción práctica – y para implementar sus agendas puramente nacionales. Los BRICS, a diferencia de otras instituciones del Orden Mundial Liberal, no están en crisis. Además, la imposibilidad de que surjan reclamos de un país por el liderazgo exclusivo en esta organización ha brindado la oportunidad de que los BRICS se conviertan en el prototipo de la institución de gobernanza internacional de una nueva era, en la que el poder y la hegemonía de valores de un poder o un grupo reducido de estados dominados por un poder será imposible.

En este contexto en ruinas del orden internacional posterior a la Guerra Fría, las prioridades más importantes de la política exterior de Rusia estaban relacionadas con la estabilización de las relaciones amistosas con China, la restauración del orden en su periferia inmediata, el control de las manifestaciones negativas de la lucha de Estados Unidos por mantener la influencia global y finalmente, acostumbrarse a un nuevo formato de relaciones con su socio económico más importante, la vecina Europa. Y si las relaciones con Estados Unidos y China son de fundamental importancia para la supervivencia de Rusia desde una perspectiva estratégica, entonces Europa y sus vecinos en el espacio de la ex URSS son su máxima prioridad táctica.

Traducción automática

Publicado en el Sitio Oficial del Club Valdai

https://valdaiclub.com/a/highlights/new-international-order/

Mientras se coagula la sangre política y real tras el asalto al Capitolio, se rinde homenaje a los patriotas o sus contrarios los Demócratas y Republicanos; mientras se cocina el impeachment contra el presidente, mientras se ajusta la bolsa de Wall Street… Mike Pompeo y su patrón, Donald Trump realizan una serie de jugadas estratégicas que algunos definen como odio personal pero otros lo analizan como jaques a futuro, tanto para apuntalar su poder, porque finalmente Trump se podrá ir, pero la marca Trump, no, como para seguir dejando piedras en el camino, desde su política exterior al concierto internacional. Se viven momentos muy tensos y por eso es necesario ver el problema desde los diversos actores y factores que se presentan en el análisis, desde un fantasma noticioso que parece ser Washington, que a veces se oculta y otras asusta. ¿Cuál es la agenda Trump 2024? ¿Cuál es su intensión en la lista de terroristas que tiene el departamento de Estado? ¿Cuáles son las causas y consecuencias? Estamos a unos días del 20 de enero, día de la asunción en la capital estadounidense, y por eso mismo, hay que preguntar. -PREGUNTEMOS y dejemos que los protagonistas Carlos Santa Maria y Carlos Pereyra Mele; nos orienten y que usted alcance la conclusión. Le recuerdo que han censurado este programa no una sino muchas veces, y por todos lados. Las cuentas de Hispantv en YouTube, se han cerrado en varias ocasiones. Por eso, la cuenta oficial de un servidor fue abierta para que usted nos siga y en caso de que se pierdan las otras, mantengamos siempre por aquí la nueva información. «Detrás de la Razón oficial Roberto de la Madrid»

Mi columna de Política Internacional, para el programa “Con Sentido Común” que conduce el Periodista Alfredo Guruceta, en Canal “C” de Córdoba que se transmite por Cablevisión.

En mi segmento -minuto ‘27 al ‘38 del presente video-, explicamos a la audiencia los dramáticos e inconducentes acontecimientos ocurridos el pasado 6 de Enero con la supuesta toma del capitolio de USA, por parte de grupos supremacistas blancos incitados por el todavía hoy Presidente Donald Trump. Pero por mas impactante que sea esa chirinada ocurrida en el corazón del Imperio estadounidense, son mas una muestra de debilidad que de fortaleza y de disgregación política social que de el surgir de una nueva relación o estructura política en ese espacio geopolitico que denominamos a partir de ahora, utilizando el concepto de nuestro amigo el Dr. Miguel Barrios: “EEUU el Imperio Fallido”; atención que no hablamos del Estado Norteamericano.

En este programa, analizamos los movimientos autodenominados patriotas o soberanistas, el tema de la pérdida relativa del poder que tienen desde la fundación de USA: los WASP y el incremento de las minorías latinas afroamericanas y asiáticas que están causando un gran resquemor en el sector blanco, etc. 

Que llevó a horrorizados periodistas observando las imágenes del capitolio del 6 de enero decir: Que es esto, Bielorusia!!!. No, es USA, bienvenidos señores al Fin del Principio del Imperio fallido.-