Elecciones Parlamentarias en Venezuela: Pereyra Mele. entrevistado por Roberto de La madrid, Director de “Detrás de la Razón” 

Venezuela está libre, apunta el presidente Nicolás Maduro. Está libre de la oposición. Maduro asegura que fue una aplastante victoria y una lección de democracia las elecciones legislativas que vimos este domingo, en donde según Maduro, se votó masivamente por el chavismo. Así y ahora, ya no hay obstáculos para la ideología y política del partido en el poder, porque tiene también la Asamblea Nacional. ¿Qué pasó? ¿Cómo pasó? ¿y en medio de qué pasó? trataremos de preguntar en este capítulo que por el tema, ya es polémico en el mundo. POR ROBERTO DE LA MADRID ©

PREGUNTEMOS

y dejemos que los protagonistas nos orienten y que usted alcance la conclusión. Le recuerdo que han censurado este programa no una sino muchas veces, y por todos lados. Las cuentas de Hispantv en YouTube, se han cerrado en varias ocasiones. Por eso, la cuenta oficial de un servidor fue abierta para que usted nos siga y en caso de que se pierdan las otras, mantengamos siempre por aquí la nueva información. Búsquela y suscríbase, el nombre usted ya lo conoce: «Detrás de la Razón oficial Roberto de la Madrid» aquí le ponemos el link: https://t.co/M8G9UiRlnV 

Por Paul Musgrave para Foreign Affairs

En la década de 1990, rica, perezosa y feliz, los estadounidenses imaginaron un mundo que podría ser como ellos.

Cuando los tanques atacaron y los refugiados huyeron en el último  round de la guerra entre Armenia y Azerbaiyán por Nagorno-Karabaj, las redes sociales se convirtieron en otro campo de batalla, con algunos participantes sorprendentes. Esto incluyó a la sucursal local de McDonald’s, que publicó algunos tuits ardientes  a favor de Azerbaiyán, aunque de breve duración.

Para los norteamericanos que recuerdan el análisis de política exterior, perezosamente, optimista que produjo su país en la década de 1990, fue un momento conmovedor. Una empresa que alguna vez se consideró un desmotivador para la guerra  se había convertido en participante de una. Es otro golpe a la idea de que la globalización económica, por sí sola, puede hacer que la guerra sea menos probable, en contrapartida a lo que sucede con los legados que deja todo declive imperial que producen una nueva ola de conflictos.

Resulta que soy uno de esos norteamericanos. Cuando Bill Clinton todavía era presidente, el presidente Donald Trump era un chiste y las Torres Gemelas estaban en pie, yo era un estudiante de primer año de la universidad que tomaba un curso sobre política exterior estadounidense. Nuestro libro de texto fue “El Lexus y el olivo”, un bestseller de 1999 del columnista del “New York Times”,  Thomas Friedman.

La afirmación de Friedman era simple: los beneficios de la integración económica reducen las opciones políticas abiertas a los gobiernos, lo que hace que la guerra, que interrumpe esa integración, sea tan poco atractiva que la hace,  prácticamente,  impensable. Si eso suena como la teoría de la paz capitalista como la entendieron Montesquieu, Adam Smith y Richard Cobden, es más o menos como fue.

El libro formó parte del exceso de activistas de la globalización simplista que definió el verdadero momento unipolar, ese período entre mediados de la década de 1990 y los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. Ese optimismo reflejó un duro giro de las ansiedades que esas mismas clases habían abrazado en el mundo inestable e inmediatamente posterior a la Guerra Fría. En 1990, John Mearsheimer reflexionó en “The Atlantic” que los norteamericanos pronto se perderían la Guerra Fría cuando el mundo colapsara en la anarquía. El ensayo de 1993 de Samuel Huntington en “Foreign Affairs”, «¿El choque de civilizaciones?», sugirió que el futuro presentaría baños de sangre entre las civilizaciones. Tanto Michael Crichton como Tom Clancy escribieron thrillers en los que los Estados Unidos se vieron amenazados por la humillación de la creciente potencia económica asiática, Japón. Durante un tiempo, se inició una nueva era de competencia entre grandes potencias.

Sin embargo, a mediados de la década de 1990, los norteamericanos se habían relajado. La guerra de la coalición liderada por los Estados Unidos contra el presidente Saddam Hussein fue un ejercicio, sorprendentemente, exitoso. Resultó que los japoneses no querían embarcarse en una guerra de agresión solo porque sus abuelos lo habían hecho (y su economía ya se había hundido de todos modos). La integración europea avanzaba pacíficamente. El ex presidente soviético Mikhail Gorbachev hizo un comercial de Pizza Hut. El problema más urgente para los líderes de opinión de la política exterior estadounidense parecía ser tratar de explicar por qué se había producido este período feliz y por qué nunca podría terminar. No había mucha necesidad de aprender mucho sobre el resto del mundo: la combinación del poder irresistible de los Estados Unidos, tanto duro como blando, significaba que el mundo se volvería más como nosotros de todos modos.

En manos de Friedman, los sofisticados sabores de Cobden y Smith se homogeneizaron en un plato de comida  rápida, al que llamó la «Teoría de los Arcos Dorados para la Prevención de Conflictos».  Su tesis, originalmente expuesta en una columna de 1996, proponía explicar el declive de la guerra como resultado de la expansión del capitalismo global: «No hay dos países que tengan un McDonald’s que hayan librado una guerra entre sí».

Friedman admitió que la correlación pacífica entre McDonald’s y las relaciones pacíficas no era causal. Incluso entrevistó a un ejecutivo de McDonald’s (identificado sin verguenza como «un secretario de estado de facto»), quien le dijo que McDonald’s no abrió en los mercados hasta que ya eran ricos y lo suficientemente desarrollados para sostener una clase media que podía permitirse lujos occidentales como las comidas rápidas.

En otras palabras, la presencia de un restaurante McDonald’s no ejerció propiedades mágicas para reducir conflictos. En cambio, McDonald’s colocó, estratégicamente, sus restaurantes en países que, en primer lugar, era poco probable que fueran a la guerra.

Y esto tiene sentido. McDonald’s tiene un alto nivel para abrir una franquicia porque la confiabilidad de su cadena de suministro es tanto un punto de jactancia como el núcleo de su modelo comercial. Un Big Mac es un Big Mac en todo el mundo, incluso si un cuarto de libra podría no tener el mismo nombre en uno con el sistema métrico. (Los viajeros experimentados también pueden hablar de la limpieza y confiabilidad de los inodoros). En toda África, por ejemplo, incluso hoy, McDonald’s opera en solo cuatro países: Marruecos, Egipto, Sudáfrica y la isla turística de Mauricio. En la década de 1990, cuando África era el centro del conflicto mundial, con la Segunda Guerra del Congo cobrando 5,4 millones de vidas, la ilusión de paz se fue con las hamburguesas y las papas fritas.

La causa real de la observación de Friedman fue de cómo la expansión del capital global estaba haciendo que los nuevos mercados emergentes fueran cada vez más atractivos para las corporaciones multinacionales. La conjetura de Friedman era menos una teoría de los arcos dorados y más una correlación de los arcos dorados. La correlación puede no ser causal, como cualquier politólogo podría haberle dicho a Friedman, pero los eslóganes rápidos son rentables.

Por supuesto, si los académicos no venden tan bien como Friedman, también rara vez se demuestra que están equivocados tan rápidamente o de manera tan decisiva como Friedman. Poco después de que el libro llegara a los estantes de los minoristas, comenzó la campaña de bombardeos de la OTAN dirigida por Estados Unidos contra Serbia.

Belgrado se había jactado de tener un McDonald’s desde 1988. Hasta aquí la teoría de los Arcos Dorados.

Como muchos artefactos culturales de ese período, el libro de Friedman fue olvidado casi por completo después de que los ataques terroristas del 11 de septiembre barrieran el optimismo embriagador de Clinton. (Para ser honesto, lo olvidé poco después de terminar de leerlo, entre otras cosas porque estaba distraído por la otra gran historia de ese semestre: Bush vs. Gore).

Sin embargo, el propio Friedman nunca lo soltó. En una edición revisada y algo molesta de “El Lexus y el olivo”, se quejaba de que los críticos lo habían entendido mal.

La presentación actualizada de Friedman trató de refinar su teoría para preservarla. “Mi primera reacción… fue señalar a la defensiva que la OTAN no es un país, que la guerra de Kosovo ni siquiera fue una guerra real y, en la medida en que fue una guerra real, fue una intervención de la OTAN en una guerra civil, entre serbios y albaneses de Kosovo ”, escribió.

De hecho, hay algo en esta defensa. El conjunto de datos académicos “Correlates of War” registra el conflicto OTAN-Serbia como disputa Nro 4137, que está codificada como 4 (“uso de la fuerza”) en lugar de 5 (“guerra”). Y, como sugiere Friedman, la disputa más amplia, también, podría codificarse como una guerra civil, aunque las guerras civiles internacionalizadas representan una forma distinta y cada vez más común de conflicto militar.

Sin embargo, la verdadera defensa de Friedman se basa en la idea de que McDonald’s era irrelevante para la teoría de los Arcos Dorados. «Kosovo demuestra cuánta presión… los regímenes nacionalistas pueden sufrir cuando los costos de sus aventuras y las guerras de elección se llevan a su pueblo en la era de la globalización», escribió Friedman. La globalización contemporánea «crea una red mucho más fuerte de restricciones en el comportamiento de la política exterior de aquellas naciones que están conectadas al sistema».

Para ser claros, los años siguientes no han sido más amables con su teoría, incluso en su forma posterior a McDonald’s. Desde que Friedman escribió esos pasajes, Wikipedia señala con ironía, que han estallado tres disputas militarizadas adicionales entre países con McDonald’s: la Guerra del Líbano de 2006; la guerra entre Georgia y Rusia de 2008 y la crisis de Crimea de 2014.

Puede que Friedman no haya seguido adelante, pero el resto de nosotros sí. En los años transcurridos desde que escribió la primera versión, obtuve un doctorado en relaciones internacionales. Ahora, doy mi propio curso sobre política exterior norteamericana.

No enseño “El Lexus y el olivo”. Si tuviera que enseñar una versión de la hipótesis de la paz capitalista, probablemente, usaría la escrita por el erudito Erik Gartzke, en la que el desarrollo del mercado disminuye las perspectivas de guerra entre dos países, pero no lo descarta. O está el argumento de Dale Copeland de que las expectativas de ganancias del comercio, no las ganancias en sí mismas, reducen la probabilidad de guerras entre Estados.

Estas sutiles distinciones son importantes. E incluso esas dos versiones de la paz capitalista llevan a conclusiones diferentes. Si la integración comercial y económica entre países realmente sofoca la belicosidad, es poco probable que los Estados Unidos y China vayan a la guerra. Pero si los líderes de esos países deciden desacoplar su economía, las posibilidades de guerra aumentarían en consecuencia.

Por supuesto, les explicaría a mis alumnos, que la guerra, también, podría proceder de otras causas. La integración económica puede no ser la panacea para evitar una guerra interestatal después de todo. John Vasquez escribe: «La guerra entre iguales ha seguido al fracaso de la política de poder para resolver ciertos problemas muy importantes», escribe, ninguno más que los «problemas relacionados con el territorio, especialmente la contigüidad territorial».

En la ex Unión Soviética, las guerras por Chechenia, Georgia, Ucrania y ahora Nagorno-Karabaj han involucrado al territorio como un elemento crucial, una historia mucho más cercana a lo que predecía la teoría de Vásquez que la de Friedman.

La globalización puede haber aumentado los costos de estas guerras, pero obviamente no las han evitado. Sin duda, Armenia no tiene McDonald’s, un problema lo suficientemente grave como para haberse planteado en el parlamento de Ereván a principios de este año. Las entusiastas de la franquicia de Azerbaiyán también fueron rechazadas por el Ministerio del Interior.

Independientemente, la lógica de Friedman sugiere que el conflicto no debería haber comenzado o no debería haber sido tan sangriento una vez que lo hizo. Tanto Armenia como Azerbaiyán obtienen una puntuación alta (y casi idéntica) en el índice de globalización ETH de Zurich KOF. El ritmo de las muertes sugiere que el conflicto podría calificarse como una supuesta guerra real según el criterio tradicional de 1.000 muertes relacionadas con la batalla. (De hecho, algunos informes dicen que el número de muertos superó rápidamente ese nivel).

Y si el conflicto ha quitado el apoyo final de la teoría de los Arcos Dorados, finalmente también ha derrocado toda la confianza que quedaba en la creencia de la década de 1990 en el eterno resplandor del orden norteamericano. 

El resurgimiento del conflicto de Nagorno-Karabaj proporciona otra razón más para preocuparse de que el mundo esté entrando en una nueva fase de conflictos más violentos, incluidas guerras importantes y la globalización no los evitará más que el floreciente comercio antes de que el asesinato del archiduque Fernando impidiera la Primera Guerra Mundial.

Después de todo, siguen surgiendo guerras que desafían la evaluación optimista de que la guerra es una reliquia del pasado. Las formas específicas en que surgen estos conflictos, además, apuntan a la posibilidad de que puedan estallar nuevas guerras que hagan que incluso los conflictos sangrientos como los de Siria y Yemen parezcan relativamente menores.

Impulsadas por procesos de disfunción imperial y colapso interno, las guerras de hoy tienen causas que son enormemente difíciles de curar.

Los conflictos en la ex Unión Soviética, desde Chechenia en la década de 1990 hasta Nagorno-Karabaj en la actualidad, representan un conjunto de guerras en la sucesión postsoviética. Rusia ha intentado mantener su papel central contra rivales reales y percibidos en toda esa vasta región, incluido el Islam transnacional, la Unión Europea, los Estados Unidos, China y ahora, posiblemente, Turquía.

En el Medio Oriente, las potencias regionales revisionistas como Arabia Saudita e Irán compiten por el poder, mientras los Estados Unidos continúan proclamando en voz alta que no está dispuesto a continuar desempeñando su papel estabilizador imperial (incluso si Washington nunca parece encontrar la salida).

Y China, que alguna vez prefirió mantener tranquilas sus disputas fronterizas, parece cada vez más dispuesta a hacer ruido de sables desde el estrecho de Taiwán hasta los Himalaya.

Cualquier conflicto dado puede tener un conjunto particular de causas. Pero una cosa que Friedman hizo bien, fue buscar cambios en el amplio sistema internacional en lugar de enfocarse solo en esas particularidades. Y en este caso, los factores comunes son la incertidumbre sobre las intenciones de los Estados Unidos y el papel de los nuevos retadores globales.

Gran parte de esa incertidumbre proviene de cómo la administración Trump y sus disfunciones internas más profundas han obstaculizado la política exterior de los Estados Unidos. Irónicamente, a pesar de que los agoreros de la era inmediatamente posterior a la Guerra Fría y que habían predicho que el liderazgo estadounidense colapsaría debido a un desafío externo, el golpe más grave vino desde adentro. Si el catalizador no hubiera sido Trump, entonces es probable que algún otro emprendedor político hubiera aprovechado las oportunidades que brinda el polarizado sistema político estadounidense para lograr resultados similares.

Si la teoría de los Arcos Dorados fuera correcta, el ascenso de otros países no debería haber planteado un desafío al orden de los Estados Unidos. Friedman asumió que todos los países estarían obligados por la globalización a elegir entre el mismo número limitado de opciones. En esto, no estaba solo. Muchos observadores, desde políticos hasta académicos de relaciones internacionales, hicieron la misma apuesta. Y, como él, también asumieron que los Estados Unidos harían lo que fuera necesario para mantener una posición de hegemonía benevolente que defiende el sistema internacional. Pero resulta que los países están dispuestos a pagar un precio económico para perseguir otros valores.

Ya no podemos dar por sentada la idea de que los Estados Unidos, o cualquier otro país, estará obligado a ser un actor responsable. Es hora de empezar a pensar en cómo será la próxima era de la política mundial.

Mientras enseño a mis alumnos, me persigue la idea de que mi evaluación de lo que necesitan saber resultará tan anticuada y limitada como terminó siendo la elección de Friedman por parte de mi profesor como libro de texto. Como mínimo, puedo tratar de evitar errores tan catastróficos y arrogantes como la perezosa confianza en el poder estadounidense que definió mi juventud.

Eso significa renunciar a historias simples y enseñar debates reales entre teorías complejas. Significa tomarse en serio las culturas y los intereses de otros países, en lugar de asumir que todos solo quieren ser estadounidenses. Sobre todo, significa estar abierto acerca de cómo la única manera de hacer un mundo mejor es trabajar duro por él.

Paul Musgrave es profesor asistente de ciencias políticas en la Universidad de Massachusetts Amherst.

Traducción: Carlos Pissolito

Original: https://foreignpolicy.com/2020/11/26/mcdonalds-peace-nagornokarabakh-friedman/

Publicado en Espacio Estrategico: https://espacioestrategico.blogspot.com/2020/12/el-hermoso-y-tonto-sueno-de-la-teoria.html

15 años promoviendo semanalmente la Geopolitica

Análisis Radial Semanal de Geopolitica de Carlos Pereyra Mele para el Programa: el Club de la Pluma, que conduce el Periodista Norberto Ganci por la Radio Web al Mundo. 

TEMAS:

Política Internacional de la semana y proyección geopolitica

2020 año que cambió Todo.

Han pasado 30 días después no se sabe a ciencia cierta quién es el Presidente electo, El trumpismo no ha sido derrotado, La Crisis del Hegemón es mas que claro, tampoco hubo la “Ola Azul” del candidato Democrato, saco 74 millones de votos y Biden saco 80 millones, Hay una profunda Crisis interna social y el supuesto partido vencedor  Demócrata es una especie de cooperativa lo que hará complicado tener a las propia tropas ordenadas. En Política Internacional va a seguir en el mismo sentido de enfrentar a china que llevó adelante Trump…

Un crimen internacional usando armamento con tecnología robótica manejada satelitalmente nos referimos al asesinato del cientifico: físico nuclear iraní Mohsen Fakhrizadeh el pasado 27 de noviembre, este crimen procupa a la comunidad internacion que puede causar un conflicto global segun sea las repesalias, las evidencias se direccionan hacia Israel y su socio protector USA…

Nuevas tendencias y alianzas mundiales se acrecientan…

La buena Noticia para la región es la importancia de la primera reunión después de un año entre el Presidente de argentina Alberto Fernández y el del Brasil jair Bolsonaro

Otra reunión internacional de Alberto Fernandez con Joe Biden, que también es de importancia no solo para Argentina sino para la región.

La otra Noticia son las elecciones de Legisladores en la República de Venezuela -Con un dato la oposicion reconoce que recibe subsidios del Gobierno Norteamericano-

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DATOS DEL ACUERDO EN LA ZONA DE ASIA ENTRE ANTIGUOS ENEMIGOS

Análisis de la RCEP: Asia en el centro de la escena 3 diciembre, 2020

Desde Guangzhou, el consultor y ex diplomático Mario Quinteros escribe para DangDai sobre la Asociación Económica Integral Regional (RCEP, por su sigla en inglés), que acaba de lanzarse la semana pasada y cubre, con centro en Asia, casi un tercio de la economía global. Por Martio Quinteros (*)

Qué es el RCEP

El domingo 15 de noviembre de 2020, después de ocho largos años de negociaciones, 15 naciones de Asia lograron firmar el que –hasta el momento- es el más grande acuerdo de libre comercio en el mundo: el RCEP (Regional Comprehensive Economic Parnership) – Asociación Regional Económica y Comprehensiva.

El acuerdo aglutina a los diez miembros del grupo ASEAN (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático – Brunei, Cambodia, Indonesia, Laos, Malasia, Myanmar, Filipinas, Singapur, Tailandia y Vietnam), junto con Australia, China, Nueva Zelandia, Japón y Corea del Sur; en este acuerdo participan naciones que representan en su conjunto alrededor de un tercio de la población (2.200 millones de personas) y del PBI (26.2 billones de dólares) del mundo, conduciéndolas hacia menores tarifas, simplificación de las regulaciones de comercio y una promesa de mayor crecimiento económico.

Es así que el RCEP se une al CPTPP (Comprehensive and Progressive Agreement for Trans-Pacific Partnership – Acuerdo Comprehensivo y Progresivo para la Asociación Transpacífica – un bloque de once países ubicados en ambas costas del Océano Pacifico, establecido en 2018, cuyos participantes son Australia, Brunei, Canadá, Chile, Japón, Malasia, México, Nueva Zelandia, Perú, Singapur y Vietnam) representando los dos grupos más importantes de la región del mundo con mayor crecimiento. El RCEP tendría que efectivizarse dentro de los próximos dos años, una vez que los países participantes (un mínimo de seis ASEAN y de tres no-ASEAN firmantes) ratifiquen el documento.

No deja de llamar la atención que Estados Unidos esté ausente de estos dos grupos: nunca participo en las negociaciones del RCEP y, a principios de 2017, se retiró del Trans Pacific Parnership (TPP – acuerdo que precedió al CPTPP), poco después de la asunción al poder de Donald Trump en Washington.

Principales características del RCEP

– El acuerdo pone en evidencia y refleja el hecho de que el centro de gravedad de la economía mundial se ha desplazado en los últimos cincuenta años del Atlántico Norte el Este de Asia;

– El acuerdo disminuirá hasta el 92 % de las tarifas afectando el comercio intrarregional en un marco de 20 años, también establece reglas comunes para el comercio electrónico, el comercio internacional y la propiedad intelectual. Alrededor del 65 % de los sectores de servicios estarán abiertos para los participantes;

– El comercio intra-asiático es ya más importante que los intercambios de Asia con América del Norte y Europa sumados. El RCEP simplemente acentuara esta tendencia, al reforzar y consolidar los vínculos comerciales y de inversiones entre sus miembros;

– El RCEP es un ejemplo de una integración económica pragmática en la que se construyeron consensos entre los signatarios solo hasta el punto en que estos fueron factibles y fundando el acuerdo en la red pre-existente de tratados de libre comercio entre los miembros de ASEAN y el resto de los participantes;

– Las realidades geográficas y económicas del mundo, más la disputa comercial y las amenazas económicas de Washington han impulsado a China a reducir su dependencia del mercado de Estados Unidos y a diversificar sus opciones comerciales, impulsando así la concreción del tratado;

– El pacto reúne, por primera vez en un acuerdo de libre comercio, a Japón, China y Corea del Sur;

– El RCEP representa un claro avance en el mundo de las ideas de multilateralismo y libre comercio;

– Se han incluido clausulas especiales para arreglos transitorios y transferencias de tecnologías que beneficien a los participantes menos desarrollados (Cambodia, Laos, Myanmar);

– Se ha agradecido especialmente la valiosa contribución de India en la conformación del acuerdo y se espera que pueda incorporarse como miembro en los próximos años a pesar de haberse retirado de las negociaciones en 2019;

– No se han incorporado al RCEP normas sobre trabajo y medio ambiente (a diferencia del CPTPP) y las provisiones con respecto a los servicios e inversiones son menos detalladas que en el CPTPP;

– Por último, pero no menos importante, cabe destacar que el RCEP es un signo muy claro de que Asia ha logrado un lugar pre-eminente en la economía mundial. Una posición que está basada en estabilidad económica, importantes inversiones en educación y salud, instituciones robustas y un sector privado dinámico y con ideas claras que promueve la innovación y el comercio internacional.

China y el RCEP

Ya, alrededor de 70% del comercio total de China es con Asia y Europa, situación que hace natural que Beijing apoyara y promoviera el concepto del RECP desde el inicio mismo de las negociaciones y que –dada su pre-eminencia económica en la región- China haya asumido un rol importante en la conformación de los detalles del acuerdo.

Sin embargo, es muy importante señalar que el RCEP es principalmente el resultado de una iniciativa del grupo ASEAN, así expresado desde el mismo inicio de las negociaciones, y de los esfuerzos de ASEAN para apuntalar la dinámica de la economía y el comercio de la región. Es más, la arquitectura del acuerdo ha sido principalmente estructurada sobre los acuerdos de libre comercio pre-existentes entre ASEAN y el resto de los participantes, habiendo esta sido principalmente definida por ASEAN con las contribuciones de los demás socios.

El retiro de India de las negociaciones del RCEP en 2019, después de haber sido uno de los participantes desde los comienzos, se debe principalmente a las políticas tradicionalmente proteccionistas heredadas desde los primeros años de la independencia (1947) y expresadas en la actualidad en las preocupaciones sobre el impacto domestico de importaciones de productos agrícolas y lácteos a precios competitivos de Australia y Nueva Zelandia así como de artículos manufacturados de China; en cualquier caso, los 15 signatarios acordaron expresar taxativamente que las puertas permanecen abiertas para que India se incorpore al tratado en el momento en que así lo decida.

China ya ha establecido una red de acuerdos de libre comercio con 17 países y bloques regionales y está negociando con otros 15, así como manteniendo conversaciones con Japón y Corea del Sur desde 2012 sobre un tratado de libre comercio trilateral (con escasos avances, hasta el presente) y un acuerdo de inversiones con la Unión Europea. De todos modos, el RCEP será el primer acuerdo de libre comercio multilateral en el que China ha formado parte.

Todos estos esfuerzos por parte de Beijing para alcanzar acuerdos que liberalicen el comercio exterior tienen por objetivo consolidar el desarrollo económico y la influencia internacional de China. Ciertamente, la llegada de Trump a la presidencia de los Estados Unidos y su despliegue de políticas proteccionistas y medidas anti-china, dio un gran impulso adicional a las actividades de Beijing para diversificar sus socios comerciales y promover el libre comercio. 

Que es lo que el RCEP ofrece a América Latina

– Algunas lecciones.

Quizás, la más importante contribución que pueda aportar el RCEP a América Latina sean las lecciones que se puedan obtener de este acuerdo en términos de una iniciativa de liberalización de comercio. En este sentido, sería interesante remontarse un poco en la historia y preguntarse: porque es que los países asiáticos fueron capaces de desarrollarse y profundizar su integración económica mientras que América Latina ha mostrado un grado de crecimiento decepcionante en las últimas décadas?

Un factor importante a considerar en esta cuestión es el modelo de desarrollo que cada región decidió elegir hace ya varias décadas: en los años 1950, América Latina implemento -con variado éxito- el modelo de sustitución de importaciones como política de industrialización, mientras que Asia –comenzando en la década de 1970- opto por esquemas de crecimiento liderado por las exportaciones.

Adicionalmente, en la década de 1980, Asia del Este desarrollo una estrategia de aprovechamiento de las sinergias basadas en las inversiones transfronterizas en el cual –principalmente Japón, pero también países de la EU y otras economías avanzadas- transferían tecnologías y capital a sus vecinos menos desarrollados, muy frecuentemente a través de joint ventures en las cuales el inversor extranjero mantenía participaciones minoritarias.

Fue así que los ‘Tigres Asiáticos’ –Corea del Sur, Taiwan, Malasia, Indonesia y, hasta un cierto punto, Vietnam y Filipinas- se desarrollaron en el marco de una división internacional del trabajo en el sector industrial en la cual los países más ricos transferían aquellas actividades que requerían menores costos de mano de obra a socios y sucursales establecidos en economías menos avanzadas en el sur y sud-este de Asia. Un ciclo de industrialización, orientado hacia el mercado internacional, en el cual las industrias mano de obra intensivas eran progresivamente reubicadas en países de menor desarrollo, aportando así crecimiento económico y mejoras en los niveles de vida de la población.

La idea directriz atrás de este modelo era alcanzar un grado sistémico de competitividad global, creando así ventajas claras para los países en desarrollo en mercados internacionales. Este proceso se inició con las industrias textiles y de confecciones, seguido por el sector automotriz y algunas industrias químicas y, más tarde, por las actividades de la electrónica y del área digital. El factor clave aquí fue lograr niveles de competitividad global y no meramente local – como fue el caso del desarrollo basado en la sustitución de importaciones aplicado en América Latina.

Al mismo tiempo, América Latina aplicó –con varios grados de persistencia y calidad de gobernanza- mecanismos de desarrollo e integración regional orientados hacia los mercados domésticos y con una participación poco activa del sector privado.

Los resultados finales de estas dos diferentes estrategias de desarrollo están hoy dolorosamente a la vista de todos (se puede ver al respecto el trabajo de Michael Mortimer Flying geese vs. sitting ducks, CEPAL, Santiago de Chile,1993).

Oportunidades de negocios

Mercados integrados de tamaño continental –piénsese en la EU- crean innumerables oportunidades de negocios, tanto para los actores externos como internos a la región, en términos de tamaño del mercado, simplificación de regulaciones de comercio, normas comunes, mejoras en la conectividad física, homogenización en los sistemas jurídicos, economías de escala y accesibilidad financiera, entre otros. En este sentido, el RCEP será con el tiempo no muy diferente a otros grandes mercados integrados, ofreciendo nuevas e interesantes oportunidades de negocios para las empresas de América Latina.

Es bueno recordar que América Latina ya está suministrando a los países miembros del RCEP, principalmente, productos agropecuarios y otras materias primas (minerales, fibras textiles, madera, productos de pesca, etc.), aunque solo incipientemente productos más elaborados y listos para el consumidor o industrias intermediarias.

Para comenzar, habría que señalar que las normas comunes de calidad que introducirá el RCEP crearan un mercado más amplio para alimentos procesados (incluyendo bebidas), que llegaran a todos los estados miembros con las mismas reglas sanitarias y de empaque.

Adicionalmente, la demanda de los países signatarios de RCEP –especialmente en cuanto a alimentos- crecerá considerablemente a medida que sus economías crezcan y los ingresos de sus habitantes gradualmente se incrementen.

De todos modos, las mayores oportunidades (y los más grandes desafíos) para las empresas de América Latina ciertamente se producirán introduciendo más productos procesados y –fundamentalmente- desarrollando sus propias marcas antes que confiar en importadores y distribuidores locales para conducir la comercialización como se hace usualmente hoy en día.

Ciertamente, desarrollar marcas y posicionar productos dentro de cadenas de valor en sitios más cercanos al consumidor es un exigente –y bastante costoso- emprendimiento y por tanto no fácilmente alcanzable para muchas empresas de América Latina. De todos modos, es una tarea que asegura mejores retornos y más estabilidad a las operaciones que la venta de productos a granel o de una forma indiferenciada.

Esta aproximación a la comercialización puede ser facilitada por medio de un trabajo conjunto con socios locales –bajo un esquema de joint venture o asociación- a fin aliviar los requerimientos de financiación así como las dificultades de idioma y de desconexión con el medio local.

En cualquier caso, a fin de aprovechar plenamente las oportunidades que el RCEP ofrece a las empresas de América Latina, será necesario que estas tomen una actitud decididamente pro-activa en cuanto a la comercialización de sus productos, incrementen la presencia permanente en los países miembros del acuerdo y se conviertan en actores activos en dichos mercados.

(*) El autor dirige Yi Consulting en Guangzhou, donde también fue, como en otros destinos, varios de Asia, diplomático de carrera de la Cancillería argentina. www.yiconsultingchina.comhttps://dangdai.com.ar/2020/12/03/analisis-de-la-rcep-asia-en-el-centro-de-la-escena/

En el marco de la recesión geopolítica[1] actual del orden mundial (Bremmer) tanto las administraciones de Obama como la de Trump buscaron abordar los mismos imperativos y dilemas estratégicos de la relación hacia China, sin embargo destacándose distintos enfoques tácticos, en base a la diversidad ideológica entre las dos gestiones presidenciales.

(Gran) Estrategia y Cultura Estratégica

La Gran estrategia estadounidense busca combinar el interés estadounidense por un orden global geoeconómico “abierto” de la hegemonía liberal junto con una estrategia de mantenimiento de la supremacía geopolítica.

La cultura estratégica y el declive de la hegemonía estadounidense se han tratado en los trabajos de los académicos neorrealistas como Posen[2], Stephen Walt[3]y John Mearsheimer[3], Robert Kaplan[4]. Estos autores coinciden en que la Gran Estrategia de Estados Unidos desde el final de la Guerra Fría, con su “ala” de estrategia de Hegemonía Liberal, ha fracasado, porque ha sido esencialmente demasiado ambiciosa ya que buscaba difundir y, a veces, hacer cumplir los valores liberales en todo el mundo a expensas de su poder nacional. Pero la visión compartida de estos académicos omite un aspecto muy relevante como sostiene Christopher Layne [5]:

Se debe menos por su política excesivamente ambiciosa y más por la apertura del orden mundial y a la competencia del libre mercado propia de hiper-globalización lo que a largo plazo harán que “la gran estrategia hegemónica (liberal) haga que Estados Unidos este menos seguro” provocando complejos dilemas geopolíticos.

El dilema chino: Capitalismo de Estado y Empresas de Participación Estatal

Esto es lo que ha sucedido, por ejemplo, con el ascenso de China, cuya apertura fue defendida en su momento por los decisores estadounidenses como parte de la construcción de un orden global liberal.

El ascenso de China ha hecho que la síntesis entre intereses en pugna (nacionales vs globalistas) sea un trabajo cada vez más desafiante, porque China representa tanto un socio como un rival para Washington.

En particular, los decisores políticos en Washington, DC sienten que el poder estadounidense se ve socavado por el capitalismo de Estado chino y, más concretamente, las empresas de propiedad estatal (SOE-EPE) de Beijing, ya que se convierten en instrumentos de supremacía económica y geopolítica en sectores estratégicos como la alta tecnología.

De hecho, el ascenso de China como actor internacional de primer nivel ha puesto de relieve la tensión entre las dos almas de la gran estrategia estadounidense: el globalismo y la supremacía geopolitíca nacional.

En el pasado, el éxito económico de estados competidores como Alemania y Japón no podía traducirse en aspiraciones geopolíticas dado que estos aceptaron un desarme posterior a la Segunda Guerra Mundial que finalizo sus aspiraciones geopolíticas.

Sin embargo, la estrategia geopolítica revisionista de su mejor amigo y ahora peor enemigo, China es un desafío supremo en comparación con otros rivales. China ahora cuenta con una renovada capacidad militar en el pacifico, absorbe grandes cantidades de deuda externa estadounidense, y con una clase media en crecimiento y un enorme mercado interno, hacen que sea difícil:

“mantener al mundo lo suficientemente abierto para los negocios globales y norteamericanos, sin prevenir que surgimiento de ningún otro desafiante”  Harvey [6]

Si bien la política exterior estadounidense muestra que existe una continuidad con respecto a sus objetivos estratégicos, cada administración perseguirá esos objetivos de modo táctico. Limitaciones estructurales sintetizadas en la conceptualización de Ian Bremmer de recesión geopolitíca, que plantea la difusión del poder global y declive del orden trans-atlántico liberal norteamericano a largo plazo.

El respaldo empírico de estos argumentos puede observarse al comparar los enfoques de política económica exterior de Obama y Trump hacia China.

Por un lado, Obama buscó encontrar un equilibrio favorable entre los intereses geopolíticos y geoeconómicos apoyándose en un enfoque multilateral y globalista. Esto se puede ver en sus esfuerzos por promover la Asociación Transpacífica (TPP) con el fin de contrastar las empresas estatales chinas en las áreas de alta tecnología e Internet y, más en general, socavar el capitalismo de estado de China intentando imponer mayor apertura económica.

Por otro lado, Trump, coherentemente con sus puntos de vista más nacionalistas, se ha dirigido hacia China llevando una política bilateral y confrontativa en búsqueda de la supremacía geopolitíca. Esto ha llevado a su administración a aumentar los aranceles sobre decenas de miles de millones de exportaciones chinas para y tomar represalias contra la competencia de las empresas estatales chinas en áreas sensibles.

Conclusiones

La estrategia estadounidense de Hegemonía Liberal ha contribuido al surgimiento de rivales económicos y geopolíticos sistémicos, como China recientemente. Se argumentó que el ascenso de China como actor internacional relevante ha hecho de este ejercicio de síntesis entre nacionalismo (primacía del interés nacional) y globalismo (un orden geoeconómico abierto) una tarea extremadamente desafiante para Estados Unidos porque China se ha convertido tanto en socio como en enemigo. En particular, la hegemonía de los Estados Unidos se ve desafiada por el entrelazamiento estratégico de China entre el poder político y las industrias clave (empresas de propiedad estatal).

Por lo tanto, los tomadores de decisiones políticas estadounidenses, desde Obama hasta Trump, entendieron que el capitalismo de estado chino es su principal fuente de poder, y por tanto una amenaza. Bajo este esquema analítico, se demostraron las diferencias entre las administraciones de Obama y Trump en su enfoque de la política económica exterior hacia China. Aunque adoptaron tácticas radicalmente diferentes, tanto Obama como Trump persiguieron objetivos estratégicos similares. Obama, sin embargo, puso más énfasis en el multilateralismo, mientras que Trump prefirió un enfoque bilateral y más confrontativo.

Referencias y bibliografía

[1] Bremmer, Ian. (2018) “geopolitical recession has arrived and the US-led world order is ending”.

https://www.cnbc.com/2018/10/10/china-emerging-markets-are-rising-us-led-order-ending-ian-bremmer.html

[2] Posen, B. R. and Ross, L. A. (1996) Competing Visions for U.S. Grand Strategy, International Security, Vol. 21, No. 3, pp. 5-53.

[3] Walt, S. M. (2018) The Hell of Good Intentions: America’s Foreign Policy Elite and the Decline of U.S. Primacy, New York: Farrar, Straus and Giroux. Pág 54.

[4] Kaplan, R.D. (2019) America Must Prepare for the Coming Chinese Empire: https://nationalinterest.org/feature/america-must-prepare-coming-chinese-empire-63102

[5]Layne, C. (2007)The Peace of Illusions: American Grand Strategy from 1940 to the Present, Ithaca and London: Cornell University Press. Pág 7.

[6]Harvey, D. (2003) The New Imperialism, US: Oxford University Press. Pág 84.

Juan Martin Gonzalez Cabañas es cientista político, Analista de Dossier Geopolítico,  de  analista de Vision & Global Trends integra el staff de la Universidad Nacional del Nordeste, Argentina. investigador asociado de Lab GRIMA 

LabGRIMA-UFPEL 154 Alberto Rosa Street,  Room 325 – ZIP Code 96010-770 Post Box 91 – Pelotas – RS ZIP Code 96010-761 – Brazil

Anis H. Bajrektarević

En varios artículos en diarios, y en conferencias en universidades hablé de la necesidad de volver a rescatar la tercera vía en las vísperas del mayor desacople estratégico global (entre China y EEUU), mucha gente me preguntó si mis declaraciones no eran exageradas.

Pero a medida que el orden mundial actual se debilita, las mega-confrontaciones parecerán cada vez más probables: las relaciones chino-americanas son cada vez más conflictivas, con mayores fricciones cada vez sobre comercio, tecnología avanzada, el derecho internacional, la influencia estratégica global. El desacoplamiento estratégico entre el mayor fabricante de productos estadounidenses, China, y su mayor consumidor, el mismo Estados, parece inevitable.

Actualmente, ambas partes como afirma el presidente del Consejo de Relaciones Exteriores de Estados Unidos -CFR-, Richard Haass – «… están desarrollando escenarios para una posible guerra…”. La retórica de los dos países se ha vuelto tan hostil que su velocidad y severidad no tiene precedentes al período posterior de la Segunda Guerra Mundial,

Por supuesto, muchos rechazarían el argumento anterior como una exageración y alarmismo de este autor. Por ello, expongamos algunos hechos:

·         El comercio extendido no es una forma de disuasión para evitar los enfrentamientos:

Los ejemplos comienzan desde la antigüedad, en las guerras del Peloponeso hasta en la modernidad, los casos más conocidos: el del Reino Unido y Alemania en los albores de la Primera Guerra Mundial, el de Japón y Estados Unidos en 1941 con la Segunda Guerra.

·         La ausencia de disuasión por paridad nuclear (en Asia)

Asia alberga, por mucho, el mayor número de potencias nucleares: 2 “legítimas”, 3 declaradas, 1 no declarada y al menos 2 estados con sistemas de suministro creíbles y tecnología como para tener «llave en mano» la capacidad nuclear. Ninguna de ellas (en cantidad y calidad de sus equipos) está en paridad en relación a las demás. Lo que hace que una doctrina de “ataque primario” sea tentadora.

La erosión del orden mundial

El actual orden mundial actual  sufrirá un deterioro debido a una combinación de estos motivos:

·         El Orden mundial actual se degradará por la declinación de una potencia que se encuentra con otra en ascenso (tal combinación pone nerviosos a ambos). El retador esperará su momento para “dar el golpe” mientras que el declinante intentará atacar cuanto antes, antes que el factor tiempo haga que pierda más poder y sea vulnerable a una pérdida mayor.

La China moderna es retratada en la imaginación geopolítica como la Alemania imperial de antaño, un oscuro poder iliberal que se aprovecha del sistema liberal global en su búsqueda desenfrenada por la dominación mundial. Este curso de la colisión se avivará independientemente del hecho de que no hay reclamos territoriales superpuestos, o incluso fronteras comunes entre China y EEUU, y a pesar de una interconectividad sin precedentes y una prosperidad mutua. La confrontación no es solo geoeconómica, sino también ideológica: un mundo liberal vs un mundo autoritario.

·         Así como también el debilitamiento del apoyo político por los principales garantes del orden liberal global existente de las posguerras, sucede debido al retroceso de sus economías y / o demografías.

Trump, Johnston, Bolsonaro, Modi, Kaczyński, Orbán no son causas, sino síntomas del debilitamiento del sistema político-económico de tipo occidental.

Aunque el nuevo presidente de Estados Unidos está declarado, sería una tontería esperar un cambio sustancial de su política hacia China. La nueva administración verá a China de la misma manera: no como un rival económico-comercial, sino como un enemigo geopolítico.

¿Otra declaración alarmante del autor?

La presidencia de Biden será una de las más débiles de los últimos 100 años. De hecho fue una victoria pírrica: Trump obtuvo algunos millones de votos más ahora que en 2016; El Senado está controlado por republicanos; El electorado de Trump está profundamente convencido de que la victoria les ha sido robada y sus inclinaciones se radicalizarán aún más; además muchos sectores en la sociedad estadounidense creen que China los perjudica económicamente.

Una presidencia Biden estará marcada por esta amarga convivencia. La administración estará limitada a hacer grandes cambios en la reformulación de políticas.

Tengamos en cuenta también que en los últimos casi 150 años, la presidencia de Trump fue el único período de cuatro años en el que los estadounidenses no iniciaron una sola guerra. Muchos creen ahora que es un buen momento para compensar.  Ergo, un cambio en la Casa Blanca – paradójicamente – no ralentizará el desacople estratégico en curso con China y el realineamiento global obligatorio, sino al contrario; sólo acelerará su velocidad y severidad.

Solo un éxito medible en la ” es-Chinización” de Occidente liderada por Estados Unidos determinará hasta dónde (y por cuánto tiempo) seguirá la desglobalización en curso, y si su segunda fase será una retroceso de la misma y una re-globalización (y por ellos re-americanización) del mundo.

Una vez más, un realineamiento forzado afectará a muchas regiones como América Latina y el Sudeste Asiático, desde los puntos de encuentro de bienes, culturas e ideas hasta las líneas político-militares. Este doloroso reajuste puede durar décadas. Optar por cualquiera de las partes no solo afectará la economía y seguridad, sino que también determinará los modelos sociales

En el caso del Indo-Pacifico las iniciativas como la ampliación del QUAD (Australia-EEUU-India-Japón) no pueden ser respuestas viables ¿Por qué recurrir a una táctica imperial?  ¿Por qué no asumir  una orientación estratégica más autónoma y prudente?

Todo esto invita a repensar lo mejor de la tradición del Movimiento de Países No Alineados (MNOAL) que salvó al mundo de las irresponsabilidades y fricciones pasadas de los dos bloques opuestos en la Guerra Fría que se enfrentaron en todo el mundo durante décadas. 

Las naciones de Medio Oriente, África, Asia, América Latina, hogar de históricas cumbres Sur-Sur, campeones del multilateralismo, no deberían agotar su pensamiento y acción exterior al respecto, no deberían subordinarse a ser meras Líneas Maginot de facto, deben liderar una Tercera Vía renovada.

Entre el enfrentamiento y el Bandwagoning (el ser arrastrados por una potencia mayo) es el momento de un verdadero multilateralismo y la convivencia pacífica, ambos postulados centrales del MNOAL, que brindo seguridad, voz y un sentido de búsqueda planetaria para la autorrealización de la humanidad.

Anis H. Bajrektarević: es profesor de política y derecho internacional, investigador y directivo de varios centros de investigación, así como autor de varios libros

Anis H. Bajrektarević

Este 2020 la política internacional nos habrá dejado cambios en el liderazgo de la primera potencia mundial, Estados Unidos, y su principal aliado en Asia, Japón. Abe Shinzō dimitió el pasado verano como primer ministro japonés después de convertirse en la persona que más tiempo ha ocupado el cargo en la historia del país. ¿Cómo lo ha conseguido y qué cambios ha propiciado en la sociedad japonesa?

El pasado 28 de agosto Abe Shinzō presentó su dimisión como primer ministro de Japón aduciendo problemas de salud, después de convertirse en la persona que ha ocupado el cargo durante más tiempo en la historia del país, superando el récord anterior de su tío abuelo Satō Eisaku entre 1964 y 1972. ¿Cuáles son los factores que lo han llevado a alcanzar este hito y cuáles las transformaciones que ha experimentado la sociedad japonesa como consecuencia de su liderazgo?

Para entender de dónde surge el fenómeno Abe, hace falta antes trazar la trayectoria histórica del Japón de posguerra hasta la llegada al poder de este político en 2012. Lo que hace de Japón una gran potencia mundial es la fortaleza de su economía, pero ésta es en buena medida producto del puzzle geoestratégico de la Guerra Fría, que convirtió al país en la pieza clave para la protección de los intereses del bloque capitalista en Extremo Oriente.

Los primeros grandes beneficios económicos ganados por Japón gracias al contexto de la Guerra Fría los generó la Guerra de Corea (1950-1953): el país dobló su producción industrial al proporcionar todo tipo de material al ejército estadounidense, teniendo así el conflicto bélico un efecto de estímulo similar al que tuvo el Plan Marshall en Europa occidental. La segunda gran ola de beneficios para la economía japonesa se produjo cuando a principios de la década de 1960 Kennedy abrió como nunca antes el mercado estadounidense a los productos japoneses a cambio de alejar a Japón del restablecimiento de las relaciones diplomáticas con la China maoísta. Y por lo que respecta a la tercera gran ola de beneficios generados por la Guerra Fría, se produjo a partir de 1965 con la Guerra de Vietnam, durante la cual casi el 20% del comercio japonés estuvo relacionado con la contienda bélica.

En la década de 1970 Japón, a diferencia de otros países industrializados, adoptó medidas keynesianas para salir de la crisis de Bretton Woods (Nixon había abandonado en 1971 la convertibilidad del dólar en oro perjudicando las exportaciones de economías como la japonesa), y acabó sustituyendo a Estados Unidos como fábrica del mundo. Pero a mediados de la década de 1980, con la balanza comercial estadounidense ya muy perjudicada y desvanecido el peligro que implicaba un acercamiento de Japón a China después de las reformas procapitalistas de Deng Xiaoping, Estados Unidos obligó a los japoneses a hacer un esfuerzo coordinado para abaratar el dólar. Japón compensó entonces las consecuencias negativas para sus exportaciones relajando mucho el crédito, cosa que generó la burbuja de activos más grande de la historia.

Los precios de los activos empezaron a caer en 1991, y los daños colaterales fueron comparables a los de la crisis financiera de Estados Unidos del 2008 (si bien se produjeron de forma más gradual). Muchas empresas japonesas pasaron a invertir en el extranjero, en busca de economías en crecimiento como la china, y en poco más de veinte años el número de japoneses empleados en el sector industrial se redujo un tercio. En un primer momento se intentó compensar el paro generado por la crisis financiera con inversión en obra pública, pero esta vía se abandonó relativamente rápido debido al aumento desmesurado del déficit presupuestario (actualmente Japón es el país desarrollado más endeudado del mundo, si bien la mayoría de su deuda es interna).

La inestabilidad económica se tradujo rápidamente en inestabilidad política. La fuerza política que gobernaba Japón ininterrumpidamente desde 1955, el Partido Liberal Democrático (PLD), basaba su poder en redes clientelares en el “Japón del interior” nutridas por gasto en obras públicas y subsidios, que era posible mientras el país mantenía un imparable crecimiento económico. La antigua cantera de líderes del PLD surgida de esas redes tenía fuertes conexiones con la política regional y la burocracia, pero desde 1993 los primeros ministros son hijos o nietos de antiguos políticos, y su influencia no proviene tanto de las bases o de su capacidad para harmonizar intereses con la burocracia y las comunidades como de las conexiones familiares. En parte por este motivo, desde 1993 hasta la llegada al poder de Abe en 2012 se llegaron a suceder trece primeros ministros; especialmente inestable fue el período de 2006 a 2012, con una media de un primer ministro por año.

¿Qué sucede, pues, para que Abe rompa esta dinámica de inestabilidad a partir de 2012? Hay tres factores fundamentales que lo explican: el primero tiene que ver con una sensación general de falta de alternativa política, el segundo con una buena campaña propagandística centrada en la reforma económica del país, y el tercero con la mejora efectiva de la macroeconomía.

Por lo que respecta al primer factor, cabe decir que la sensación de falta de alternativa política es fruto de una realidad objetiva y al mismo tiempo es fomentada por el establishment. En 2008 el contagio financiero del colapso de Lehman Brothers fue limitado en Japón (los bancos japoneses estaban bastante saneados después del crac de 1991), pero la producción industrial quedó tocada por la recesión en Estados Unidos y Europa, destino de muchas exportaciones japonesas. Muchos trabajadores perdieron su trabajo, y se hizo habitual la presencia de campamentos de parados en los parques de las grandes ciudades de Japón. Fue en ese contexto que en 2009 un partido de centroizquierda como el Partido Democrático de Japón (PDJ) desbancó en las elecciones generales al PLD, que había gobernado casi ininterrumpidamente desde 1955.

Aunque el contenido de izquierdas de las políticas económicas del PDJ tendría que ir entre comillas, este partido sí que pretendía llevar a cabo un proceso de democratización del sistema político japonés proponiéndose reducir el poder desmesurado que ostenta la oligarquía burocrática desde principios del siglo pasado, así como revisar moderadamente la política de bases militares estadounidenses en territorio japonés y mejorar las relaciones con China. Esto fue suficiente para asustar al establishment, que desplegó una batería de trabas burocráticas en la ejecución de reformas y consiguió el apoyo de los Estados Unidos de Obama para orquestar una campaña mediática de desprestigio del PDJ.

El PDJ, sin suficiente músculo político para aguantar las presiones, acabó dando marcha atrás en sus promesas en política exterior y de seguridad nacional, y también implementó un impuesto al consumo que la burocracia hacía años que exigía para reducir el déficit público y que era enormemente impopular entre la población. A partir de entonces el partido perdió toda la credibilidad entre los votantes de izquierdas, y el establishment se conjuró para que un susto electoral como el de 2009 no volviese a producirse.

Bajo estas circunstancias, en 2012 Abe sube al poder ganando unas de las elecciones con más abstención de la historia (de hecho, las gana con menos votos para el PLD que los obtenidos en 2009 cuando el partido perdió el poder, y los altos niveles de abstención se han mantenido constantes hasta día de hoy) y se encuentra una burocracia dispuesta a ofrecer todas las facilidades para que el sistema político se mantenga estable.

Cuando Abe sube al poder aprovecha estas circunstancias y las potencia colocando sin demasiadas resistencias a sus hombres de confianza al frente de instituciones estatales, así como a través de medidas de cariz autoritario para evitar el resurgimiento de la oposición. En 2013 consigue la aprobación de una ley que otorga al gobierno poder para etiquetar cualquier información como “clasificada” y perseguir judicialmente a cualquier persona que indague en los hechos. Al mismo tiempo, coloca a numerosos cargos de extrema derecha en la televisión pública y purga a periodistas críticos con el gobierno. Otras tácticas contra la libertad de información incluyen amenazas de cierre a medios de comunicación o presiones a empresas para retirar la publicidad de la prensa crítica.

Por otro lado, a Estados Unidos (tanto con Obama como con Trump) le ha interesado dar apoyo a Abe porque no cuestiona la política de bases militares estadounidenses en territorio japonés y porque ha sido el político más decidido a cambiar la Constitución para permitir la plena remilitarización de su país, cosa que sintoniza con el deseo del Pentágono de convertir a Japón en una máquina de guerra para contrarrestar el poder de China en la región. No obstante, aunque el mejor aliado internacional de Trump ha sido Abe y éste ha conseguido aprobar una legislación que reinterpreta las cláusulas constitucionales antimilitaristas, la fuerte oposición (también de sectores dentro del PLD) ha acabado impidiendo por ahora la reforma de la Constitución.

Por lo que respecta al segundo factor que permite a Abe romper la dinámica de inestabilidad institucional, consiste en la exitosa campaña de propaganda del famoso paquete de reformas económicas conocido como Abenomics. En este punto resulta interesante destacar cierto paralelismo con el denominado “plan de duplicación de ingresos” que protagonizó la legislatura de Ikeda Hayato entre 1960 y 1964. En el año 1960 se había producido la movilización de masas más grande de la historia del país contra el tratado de seguridad entre Japón y Estados Unidos, que había obligado a dimitir al primer ministro de entonces, Kishi Nobusuke (abuelo de Abe y fundador del PLD en 1955 con la ayuda de la CIA, y que había formado parte del gobierno fascista durante la guerra). Después de las amplias movilizaciones de 1960 el establishment quedó muy preocupado por la plausible posibilidad de que la izquierda acabase gobernando Japón, y para evitarlo lanzó una campaña que dirigía toda la atención pública hacia el crecimiento del PIB y dejaba en segundo plano debates de carácter más ideológico. La legislatura de Ikeda, como ahora la de Abe, terminó con unos Juegos Olímpicos en Tokio que escenificaban el orgullo de un Japón triunfante.

Abe no abandona en 2012 las cuestiones ideológicas, pero aprende del error que le hizo fracasar durante su primer y breve mandato entre 2006 y 2007: no priorizar las cuestiones económicas. Así pues, lanza las tres “flechas” del Abenomics: reforma estructural de la economía (fundamentalmente humo propagandístico), estímulo fiscal (pese a aumentar el gasto público, este estímulo se ha visto anulado por el posterior aumento del impuesto al consumo ideado para reducir un déficit público cada vez mayor en la sociedad más envejecida del mundo) y, la más importante y efectiva, política monetaria laxa para imprimir billetes y devaluar la moneda.

La política monetaria laxa ha sido uno de los motivos clave que explican el tercer factor de estabilidad conseguido por Abe: la mejora macroeconómica. La devaluación del yen ha facilitado el aumento de las exportaciones japonesas, aunque se ha de tener en cuenta que, más allá de la intencionalidad de la medida, estas exportaciones han aumentado también gracias a que la legislatura de Abe ha coincidido con un largo tramo de crecimiento económico global. Este crecimiento global, además, ha hecho aumentar considerablemente la visita de turistas, provenientes sobre todo de las nuevas clases medias asiáticas.

El aumento de las exportaciones y del turismo han hecho crecer exponencialmente los beneficios empresariales, y el paro ha bajado considerablemente (si bien el empleo generado ha sido a menudo precario). Pero a falta de una oposición de izquierdas capaz de forzar un estímulo fiscal, los ingresos de la población se han mantenido estancados y por tanto también la demanda interna. El crecimiento del PIB ha sido constante (el segundo tramo de crecimiento más largo desde 1945) pero moderado (supera ligeramente el 1%), y en los últimos meses de mandato de Abe la economía empezó a mostrar signos de debilitamiento (ya desde antes de la pandemia). Sin embargo, estos resultados combinados con la desafección política imperante y las distracciones a la opinión pública brindadas por los Juegos Olímpicos y por las constantes muestras de hostilidad de los vecinos asiáticos, han sido suficientes para garantizar la estabilidad del gobierno de Abe pese a no tratarse de un personaje especialmente popular entre los japoneses.

Ferran de Vargas

Politólogo y doctor en Traducción y Estudios Interculturales. Investigador asociado del grupo de investigación GREGAL (Circulación Cultural Japón-Corea-Cataluña/España). Autor del libro «Izquierda y revolución. Una historia política del Japón de posguerra (1945-1972)» (Edicions Bellaterra).

fuente SIN PERMISO

https://www.sinpermiso.info/textos/el-japon-de-abe-shinzo

Análisis Radial Semanal de Geopolitica de Carlos Pereyra Mele para el Programa: el Club de la Pluma, que conduce el Periodista Norberto Ganci por la Radio Web al Mundo. 

TEMAS:

Sigue profundizandose el conflicto entre Atlantistas (EEUU y socios) y Continentalistas (China y sus socios) conflicto que conduce a un mundo Bipolar nuevamente

AUDIO:

Política Internacional de la semana y proyección geopolitica

2020 año bisagra: analizamos el último encuentro organizado por Dossier Geopolitico en el marco del: 1er. Congreso latinoamerica de Crisis Mundial y Geopolitica, donde dictamos tres Conferencias magistrales bajo el Título: 2020 el año que cambió todo, con la participación del mexicano Adolfo Laborde, el ruso Alexandr Duguin y Carlos Pereyra Mele por Argentina.

https://dossiergeopolitico.com/2020/11/23/video-conferencia-2020-el-ano-que-cambio-todo/

Profundos cambios han llegado para quedarse, los signos de debilidad y de crisis de EEUU son profundos y no tomamos conciencia de los mismos y tampoco de sus consecuencias…

En plena época de de tiempos instantáneos, con infraestructuras y logísticas modernas, han pasado 26 días sin saber quien es el nuevo Presidente de los EEUU..

El candidato autoproclamado presidente demócrata: Joe Biden, nómina a los cargos de su gabinete a la mayoría de ex funcionarios de la administración Obama -queriendo volver a un pasado, que con seguridad no volverán-. Pero el “Mundo es Otro”, además su pasado los condena… Volverán los presidentes de USA, con su “propia” guerra en su cuatrienio ?…

Será el momento de que Latinoamérica llegue a su destino continentalista o será mas ajustada por la administración norteamericana entrante?..

Una reunión de un G20 olvidable!!!

Una reunión “secreta” entre: Mohammad bin Salmán y Benjamín «Bibi»​Netanyahu…

 El dato: la Asociación Económica Integral Regional (RCEP) se convertirá en el acuerdo comercial más importante del mundo en términos de producto interno bruto.

Mohammad bin Salmán y Benjamín «Bibi»​Netanyahu


[Con gran satisfacción para el equipo de Dossier geopolitico -DG-, publicamos la entrevista: “Fin de Ciclo para el Neoliberalismo en Perú”, realizada por Leonardo Frieiro de la Revista Espartaco, al colega y amigo Prof. Dr. Anthony Medina Rivas Plata -con quien tuve el Honor en enero de este 2020, en el Castillo del Real Felipe del Callao, Perú. Que fuéramos condecorados por el Instituto de Historia del Ejercito del Peru-. La descripción y el análisis profundo de la crisis política, social y económica del Neoliberalismo que ha estallado en Perú por parte de Medina Rivas Plata, es de lectura obligatoria para entender el génesis y el derrotero de la misma hasta llegar a estos momentos agónicos de un modelo, que ya no puede ocultarse ni en Perú ni en todo nuestro subcontinente suramericano. Carlos Pereyra Mele director de -DG-]

“Fin de Ciclo para el Neoliberalismo en Perú”

América Latina está en movimiento. Hace poco más de un año, la cuna del neoliberalismo hispano era tomada por asalto por una marea de gente que desafió el peso de su propia historia. En Colombia, la organización espontánea de un movimiento nacional huelguístico cruzó el cerco de las élites en un país donde ser de izquierdas está penado con la muerte. En Ecuador, el peso de una traición se tradujo en ira popular y obligó a su presidente a escapar de la capital del país. En una sucesión de acontecimientos, la región andina del continente dejó de ser una salvaguarda del statu quo.

Perú, sin embargo, se mantenía como una incógnita. En un país desangrado por el extractivismo, las crisis de las instituciones políticas no conformaron un movimiento de oposición al régimen político, económico y social.  Las cifras de crecimiento económico -celebradas por las derechas del planeta- fueron solamente disfrutadas por un pequeño grupo de empresas de origen canadiense y chino, pero mantenían en la más llana miseria a las mayorías.

De tanto jugar con fuego, la clase política peruana terminó por quemarse. El 9 de noviembre, el Congreso del Perú destituyó a Martín Vizcarra, presidente del país gracias a la renuncia de Pedro Kuczynski. Su reemplazo, Manuel Merino, duró menos de 5 días en el poder. Su breve interinato fue barrido por la efervescencia de la gente en las calles. Hoy, con Francisco Sagasti como nuevo presidente del Perú, quien intentará gobernar hasta las elecciones de abril de 2021. Perú está en una encrucijada: entre la estabilización del régimen de las élites y la posibilidad, aún en gestación, de un nuevo horizonte.

Hablamos con Anthony Medina Rivas Plata, investigador del Instituto de Estudios Políticos Andinos y profesor de la Universidad Católica de Santa María (UCSM), sobre la crisis peruana, el movimiento de la sociedad en las calles y las posibilidades de la izquierda en la lucha de un nuevo Perú, en el año de su bicentenario.

LF | Desde las elecciones de 2016, Perú vive una severa crisis institucional. La conformación de un gobierno dividido entre el poder ejecutivo de Pedro Pablo Kuczynski (PPK) y el Congreso controlado por el fujimorismo (Fuerza Popular) generó una puja entre poderes. Esa crisis escaló con los escándalos de corrupción que llevaron a la renuncia de PPK y, luego con el cierre del Congreso durante el gobierno de Martín Vizcarra. Entonces, se dio paso a una crisis de representación que tuvo como resultado la reconfiguración del precario sistema de partidos peruano. Cuando Vizcarra apenas empezaba a lograr cierta estabilidad, estalló una crisis sanitaria colosal debido a la pandemia del COVID-19. Hoy tanto la vacancia contra Vizcarra como la renuncia de Merino y la explosión de las calles parecen haber desatado una crisis general del régimen. ¿Cómo podemos explicar estas múltiples crisis que se viven en Perú?

AR | Primero, a diferencia de los países que ingresaron en la «ola bolivariana» de la década de los 2000, en el Perú no se concretó un momento constituyente. En Venezuela, Hugo Chávez logró cerrar la crisis producto del desgaste de cuarenta años del “Pacto de Punto Fijo” entre adecos y copeyanos; Rafael Correa cerró el ciclo de inestabilidad política que se abrió con la caída de Abdalá Bucaram en 1997; mientras que en Bolivia Evo Morales logró cerrar la crisis política iniciada por las “Guerras del Agua” del gobierno de Gonzalo Sánchez de Losada.

En Perú, en cambio, con la caída de Alberto Fujimori la transición política fue dirigida por un consenso general logrado entre las élites políticas y élites económicas, con una presencia importante de los partidos históricos que aún llevaban sobre sí el peso de haber sido derrotados por el fujimorismo en 1990, a excepción del partido de Alejando Toledo (Perú Posible), que lideró la llamada “Marcha de los Cuatro Suyos” que condujo al fin del régimen en el año 2000. Se convino entonces de que no era necesario cambiar la Constitución de 1993, ya que esta en buena parte había sido garantía del proceso de apertura comercial y crecimiento macroeconómico del país desde inicios de los 90. Entonces, ahí tenemos un punto de partida que diferencia al Perú de buena parte de los países sudamericanos que pasaron por experiencias similares.

Por otro lado, los partidos políticos que llevaron adelante la transición se encontraban igual de comprometidos en un esquema particular de relaciones entre Estado y Empresa. En la forma estructural en que la corrupción se enraizó en el sistema político peruano se puede ver algo de eso. Usualmente cuando vemos el caso de Odebrecht pareciera que fuese una cuestión muy particular relacionada a Toledo, García o Humala, pero no es así. En realidad, Odebrecht llegó al Perú en 1979, durante el gobierno del Gral. Francisco Morales Bermúdez; lo que significa que todos los presidentes del Perú desde ese momento han, como mínimo, generado algún tipo de acuerdo (o como mínimo, un ‘entendimiento’) que puede extrapolarse a otros grupos de interés menos conocidos, lo cual refleja la extrema debilidad del Estado Peruano frente a presiones de este tipo. Ese acuerdo general de la clase política con los sectores empresariales generó un tipo particular de «pacto político» que también dirigió las pretensiones de los diferentes gobiernos. Alan García durante su segundo gobierno buscó por todos los medios encarcelar a Alejandro Toledo; así como posteriormente Ollanta Humala lo intentaría con el mismo García, y luego PPK con Humala; pero dado que todos ellos estaban incapacitados para denunciar algo sustantivo sin destruirse mutualmente, al final todo quedaba en nada. Así funcionaba el esquema de captura del Estado de Odebrecht, no sólo en Perú, sino en muchos otros países de América Latina.

Además de esto, el «pacto político» de la transición peruana también tenía otra arista: no producir ningún tipo de disrupción que pudiera generar un escenario del tipo «que se vayan todos», que tenga la más mínima chance de poner en cuestión al modelo económico neoliberal-corporativista instituido por la Constitución de 1993. Es ese pacto el que justamente se quiebra como producto de la vacancia de Vizcarra. Su destitución, impulsada por congresistas igual o más insertos en el esquema generalizado de corrupción que él, desató un escenario de revuelta popular. Vizcarra es vacado del poder bajo una figura legal endeble en términos constitucionales: una «incapacidad moral permanente» que originalmente hace más referencia a contar con las condiciones mentales o psicológicas para ejercer el poder y no por cuestiones éticas. Al final, las razones para la vacancia de Vizcarra fueron bastante flojas si consideramos que, de un lado, éstas se remiten a actos de corrupción que supuestamente habrían ocurrido durante su período como Gobernador de la Región Moquegua (2011-2014); mientras que del otro lado el Tribunal Constitucional recientemente se abstuvo de clarificar la figura de “incapacidad moral permanente” con el argumento de “no provocar mayores tensiones políticas en el país”. Guardando las notorias distancias políticas e ideológicas, este parece ser un caso más similar al impeachment contra Dilma Rousseff en Brasil.

Como digo, con la vacancia de Vizcarra se termina de romper el pacto político y se abre la Caja de Pandora, principalmente porque nadie parecía tener el aval para formar un gobierno de transición sin afrontar una fuerte oposición en las calles. En ese sentido, el breve interinato de Merino fue la peor respuesta posible del sistema. Se notó su improvisación desde el principio, demoró tres días para conformar gobierno y luego sus propios aliados se retiraron a los dos días, dejándolo sin gabinete de ministros. Ni siquiera pudo consolidar un gabinete operativo y la movilización popular ya lo había expulsado del poder.

La revuelta popular contra Merino, aunque efectiva, tenía varias banderas, algunas de ellas bastante contradictorias entre sí: había quienes pedían la restitución de Vizcarra, otros pedían «que se vayan todos» (sin explicar lo que pueda significar eso), y otros por la apertura de un proceso constituyente. Esto es también un síntoma de la situación política en el Perú. Desde la caída del fujimorismo, la protesta popular se ha vuelto amorfa. En la última década, han emergido algunas protestas populares importantes, pero por lo general son reactivas, con agendas muy localistas y casi siempre sin objetivos políticos de fondo (Marcha contra la Reparija, Ley Pulpin, Ley Bartra, etc.). Esta vez, Merino logró funcionar como catalizador de múltiples demandas, y ese carácter catalítico fue lo que hizo que las protestas tuvieran éxito.

Después de la caída de Merino, el Congreso trató de alargar la elección de la nueva Mesa Directiva de la que saldría el nuevo Presidente interino, pero finalmente logró colocar a una persona que no tiene investigaciones abiertas, lo cual, aunque parezca sorprendente, ya es algo bastante difícil de encontrar en la política peruana. Haciendo una lista, sólo nueve de los 130 congresistas se encontraban sin procesos penales abiertos; por lo que naturalmente el nuevo Presidente interino tenía que salir de ese grupo.

El nuevo Presidente, Francisco Sagasti, es Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Pennsylvania, ex Jefe de Planeamiento del Banco Mundial y en general es un investigador social con un mayor registro como académico que como político. En general, Sagasti representa un ala ‘modernizadora’ dentro del sector neoliberal, lo que lo acerca bastante a lo que quiso representar PPK en su momento. Dado que Sagasti fue designado para completar el mandato popular electo para el período 2016-2021, no se esperan grandes cambios ni reformas y lo mejor que podemos esperar de su gobierno es que culmine el proceso electoral de 2021 sin mayores sobresaltos. Si Sagasti se sale de este guión y elige seguir el consejo de los ideólogos del ‘destrabe’, la ‘tramitología’ y la ‘flexibilización’ neoliberal, que se prepare para nuevas marchas porque la gente no se lo va a permitir, y el Congreso no va a desaprovechar la menor oportunidad para cosechar a río revuelto.

LF | Desde 2018, varios observadores de la situación en Perú esperan un estallido social similar a lo que ha ocurrido en Chile y -con diferente intensidad- también en Ecuador y Colombia. Si analizamos la historia reciente del Perú con un poco de rigurosidad, podemos ver que sí han existido amplios procesos de movilización popular, pero que suelen caer ante lo que en un análisis anterior describiste como «olvido progresivo», ¿Cómo definirías ese proceso? ¿Por qué pensás que ha sido tan recurrente en las últimas décadas?

AR | Una vez Rafael Correa dijo que «si creían que la prensa ecuatoriana era mala, era porque no habían visto a los medios del Perú», y ciertamente la prensa peruana es muy mala. Creo que hay en el Perú un dispositivo muy poderoso de desinformación, donde el principal objetivo ya no es informal mal, sino directamente dejar de informar. En Perú -y creo que en varios lugares del continente- el entretenimiento (realities, programas ‘de farándula’, y notas policiales intrascendentes) se ha fusionado con la actividad periodística, dando lugar a un amarillismo que no se ha visto ni en los peores días del Fujimorismo. La prensa peruana está gobernada por grandes corporaciones anónimas sin ningún tipo de accountability por parte del público. En las noticias internacionales, apenas aparecen algunas historias sobre Venezuela y Nicolás Maduro, y no mucho más que eso, como una especie de recordatorio constante sobre lo peligroso que puede resultar intentar hacer siquiera el menor cambio al modelo económico o la Constitución. En parte, creo que eso tiene una fuerte incidencia dentro del imaginario de la gente.

Segundo, hay un fenómeno más profundo que llamo la «feudalización del poder», que se expresa en la falta de un punto común de referencia frente al que la gente pueda hacer responsable cuando ocurren cosas malas en el país. En el Perú de hoy, el poder no está en el gobierno. El gobierno de Alberto Fujimori fue el último gobierno en nuestra historia que concentró el poder político y el poder económico bajo una estructura jerárquica y eficiente en donde la crisis económica podía explicarse como producto del agotamiento de un tipo de relacionamiento político en donde el bróker común a todos era el Gobierno. Desde los 2000 hasta esta parte, el poder económico se ha venido autonomizado del poder político de tal manera que los negocios de las grandes corporaciones pueden operar dentro del marco de los actuales Tratados de Libre Comercio firmados por el Estado durante la década pasada, lo cual sumado a la ‘autonomía’ del Banco Central y a una Política Económica dictada aisladamente por el Ministerio de Economía y Finanzas, termina haciendo irrelevante al inquilino que circunstancialmente ocupe Palacio de Gobierno. Políticamente, vivimos en el Perú lo que Tariq Alí ha llamado «el extremo centro», es decir, un conjunto de ideas fuerza y sentidos comunes de obligatorio cumplimiento que deben respetarse por todos aquellos quienes en algún momento quieran ejercer el gobierno en un país; haciendo indiferentes las identidades políticas tradicionales de izquierda o de derecha.

Por esto, creo que en el Perú estamos entrando en un momento constituyente. Los partidos que hicieron la Constitución de 1993 o ya no existen o ya no tienen la importancia política que tuvieron en ese momento. Y se torna cada vez más notorio que el país necesita de un nuevo pacto entre Estado, Economía y la Sociedad. Ese nuevo pacto debería estar orientado a deshacer el consenso de ‘extremo centro’ que consciente o inconscientemente se ha venido creando en los últimos veinte años, siendo reto actual el de politizar el modelo económico para poner las cifras macroeconómicas al servicio de la gente. Sin embargo, ese proceso de construcción de sentido colectivo es un desafío muy complejo. En Perú todavía se impone una narrativa antipolítica. La principal tarea del movimiento social debe ser el de (re)politizar a la sociedad, para que ésta tome noción de que nuestros problemas radican en el tipo de relaciones existentes entre el aparato del Estado, el gobierno de la economía y la lógica de la sociedad; y que, usualmente, esas relaciones se pueden reconfigurar mediante un proceso constituyente. Si no se alcanza una confluencia política capaz de dinamizar ese proceso, entonces es posible que las protestas continúen el ciclo de movilización y desmovilización que caracterizaron a las propuestas populares desde la caída del fujimorismo, abriendo una ventana para la recomposición del régimen en los mismos términos que hasta ahora.

LF | Hablemos sobre la situación de las izquierdas. Álvaro Campana Ocampo (líder de Nuevo Perú) habló de que en Perú se vive una «megacrisis», pero de la misma manera fue muy duro con la experiencia del Frente Amplio, que terminó por dividirse y no logró enfrentar a las derechas en un momento de crisis institucional. ¿Es posible pensar en una articulación de izquierdas lo suficientemente unificada para dar pelea a las diferentes variables de las derechas -desde el neoliberalismo a ultranza hasta el autoritarismo fujimorista- en las elecciones de 2021?

AR | En la izquierda peruana sigue imponiéndose una lógica en la que se ponderan mucho más las diferencias que los puntos de acuerdo. Por dar un ejemplo algo esquemático: la izquierda más ligada a las tradiciones clásicas critica a las nuevas izquierdas por no oponerse frontalmente al modelo económico de la Constitución del 93; mientras que las nuevas izquierdas critican a éstos por no ser lo suficientemente ‘post-modernos’. Debido a que en el camino olvidan la serie importante de puntos en los que coinciden, la sociedad peruana no termina de sintonizar dentro de los debates que hoy mueven a la izquierda. Paralelo a ambos sectores, se encuentran los «liberales progresistas» (también llamados ‘caviares’) que, si bien no son de izquierda, promueven importantes demandas institucionales y anticorrupción desde la sociedad civil; pero al mismo tiempo, y debido a ciertas inevitables lealtades de clase, no proponen ninguna reforma importante en materia económica. Dado que este sector se siente mucho más cómodo operando desde los márgenes del Estado y la Política (principalmente la academia, los medios de comunicación o la consultoría), veo bastante difícil que ellos se interesen en liderar algún tipo de proceso de «unificación» para la construcción de un proyecto popular de izquierda. Si a todo esto le sumas los avances que se han venido dando desde la derecha antiliberal (evangélicos, libertarianos, teóricos de la conspiración y ultraconservadores de todo pelaje); el campo popular está más dividido y lleno de contradicciones que nunca.

LF | Desde afuera del Perú, vemos a Verónika Mendoza como la persona capaz de llevar adelante un «momento populista», es decir, agrupar a los sectores progresistas que se oponen al statu quo. ¿Crees que esto es correcto? ¿Cuáles pensás que son sus perspectivas para 2021?

AR | Verónika es sin dudas una de las figuras principales de la izquierda en Perú, pero yo no me atrevería todavía a dar nombres sobre qué figura en particular podría llegar a capitalizar desde la izquierda la crisis de régimen que estamos viviendo. Por ejemplo, Verónika estuvo en Cusco hace unos días, y fue abucheada, entre acusaciones de oportunismo. Este tipo de eventos muestran el grado de despolitización de la sociedad peruana, algo que debemos tener siempre presente cuando hablamos de la política en el Perú. El rechazo social de la política -principalmente dirigido contra toda la representación política- golpea también a los liderazgos de la izquierda que emergieron en los últimos años. Es por eso que no creo ni que Verónika ni que ninguna otra figura individual pueda por sí sola encabezar el descontento popular. Mucho dependerá de que las diferentes izquierdas entiendan que estamos en un momento excepcional, y que si no se logra construir una alternativa viable serán otros sectores quienes tomen la iniciativa y recompongan la legitimidad del régimen; incluso mediante un proceso constituyente ‘formal’ que preserve intacto el statu quo.

LF | De igual manera, a diferencia de otros países andinos, parece no haber un vínculo de contacto directo entre los pueblos indígenas y la izquierda, pese a haber protagonizado procesos muy poderosos de movilización, como por ejemplo la crisis de Bagua en el 2009. Pero, pasado el tiempo, ni la izquierda se ha acercado a los movimientos indígenas ni los movimientos indígenas parecen haber logrado organizarse políticamente más allá de sus comunidades. ¿Podría esta crisis transformar esa relación entre los pueblos indígenas y las izquierdas?

AR | El problema es que en Perú no hay un movimiento indígena con la potencia que puede existir en Ecuador y en Bolivia, donde son un factor de veto permanente para los presidentes. En Perú no hay nada ni siquiera similar a la CONAIE ecuatoriana; y esto se debe principalmente a que Perú es un país hiperurbanizado e hipertrofiado: menos del 20% de toda la población peruana vive en el campo, generando una capacidad de agencia política muy limitada. Asimismo, la diferencia demográfica entre Lima y las regiones es muy grande, ya que solo en Lima Metropolitana se concentra la misma población que en todo el territorio de Bolivia, alrededor de 12 millones de personas, en un país de 30 millones de habitantes. La hiperconcentración en Lima es categórica, mientras que la mayor parte del país, principalmente la selva, está despoblada. El efecto político de esa estructura demográfica es claro: quién controla Lima, controla el Perú. El movimiento indígena fue efectivo en algunos episodios de la lucha contra el extractivismo, pero su movilización política más allá de eso no ha generado respuestas sostenidas en los últimos años. Dentro del movimiento indígena tampoco hay liderazgos claros, por lo cual se dificulta que se generen los interlocutores que pudieran llegar a las vincular las demandas indígenas con las de la izquierda. A diferencia de lo que ocurre en Ecuador, aquí las organizaciones indígenas no se suelen proclamar políticamente a favor o en contra de uno u otro candidato a las elecciones presidenciales.

LF | El 28 de julio próximo será el bicentenario de la independencia del Perú. ¿Cómo esperas que el país se enfrente al simbolismo de esta fecha?

AR | Perú, como buena parte de América Latina, sigue siendo un país dependiente de las materias primas, bajo el régimen de las empresas de capital extranjero que controlan la estructura productiva del país. Creo que la llamada «Generación del Bicentenario» ha sido la mayor novedad de las últimas semanas, en donde se vio como parte del campo popular y clasemediero urbano logró romper con la inercia neoliberal que criminalizaba la protesta social como elemento de estabilización del régimen. En estos días aprendimos que la calle no solo puede sacar presidentes, sino también ponerlos. Que Francisco Sagasti sea Presidente del Perú hoy, refleja una juventud y una calle capaz de vetar alternativas distintas que hubieran provenido, por ejemplo, de entre los congresistas que promovieron la vacancia. Es un cambio pequeño, pero importante, en comparación con la ‘normalidad’ neoliberal de los últimos veinte años. Lo que sigue ahora es lograr canalizar esas energías hacia un movimiento coherente, que, vistas las posibilidades para una Asamblea Constituyente, ofrezcan un camino claro hacia el Perú que queremos.

Publicado en la Página web:

https://espartacorevista.com/2020/11/fin-de-ciclo-para-el-neoliberalismo-en-peru/?fbclid=IwAR1VmYZ11mu5scMq8jdVp-ysIF2IFwdnlwNvo7oHmbE3XZYLI_8o8slQFD8

[ NR: Este es el primer gran paso hacia la integración efectiva de la Gran Eurasia. Dossier Geopolitico Noviembre 2020]

Por Asia Times Pepe Escobar Lunes 16 de noviembre 2020

El mayor pacto de libre comercio del mundo no se trata de excluir las ambiciones geopolíticas de Estados Unidos o China, sino de la evolución natural de la integración asiática.

Ho Chi Minh, en su morada eterna, lo saboreará con una sonrisa celestial. Vietnam fue el anfitrión virtual cuando las 10 naciones de la ASEAN, además de China, Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda, firmaron la Asociación Económica Integral Regional, o RCEP, el último día de la Cumbre 37° de la ASEAN.

RCEP, que lleva ocho años en desarrollo, une al 30% de la economía mundial y a 2.200 millones de personas. Es el primer hito auspicioso de los furiosos años veinte, que comenzó con el asesinato por parte de Estados Unidos del general Qasem Soleimani de Irán seguido de una pandemia global y ahora indicios ominosos de un gran reinicio dudoso.

RCEP sella Asia Oriental como el principal centro indiscutible de la geoeconomía. De hecho, el siglo asiático ya estaba en camino en la década de 1990. Entre los asiáticos y los expatriados occidentales que lo identificaron, publiqué mi libro 21st: The Asian Century en 1997.

RCEP puede obligar a Occidente a hacer algunos deberes y comprender que la historia principal aquí no es que RCEP «excluya a los EE. UU.» O que esté «diseñado por China». RCEP es un acuerdo para todo el este de Asia, iniciado por la ASEAN y debatido desde 2012 entre iguales, incluido Japón, que a todos los efectos prácticos se posiciona como parte del Norte global industrializado. Es el primer acuerdo comercial que une a las potencias asiáticas China, Japón y Corea del Sur.

A estas alturas está claro, por fin en vastas zonas del este de Asia, que los 20 capítulos de RCEP reducirán los aranceles en todos los ámbitos; simplificar las aduanas, con al menos el 65% de los sectores de servicios completamente abiertos, con mayores límites de participación extranjera; solidificar las cadenas de suministro al privilegiar las reglas de origen comunes; y codificar nuevas regulaciones de comercio electrónico.

En lo que respecta al meollo de la cuestión, las empresas ahorrarán y podrán exportar a cualquier lugar dentro del espectro de 15 países sin molestarse con requisitos adicionales separados de cada país. De eso se trata un mercado integrado.

Cuando RCEP se encuentra con BRI

El mismo CD rayado se reproducirá sin parar sobre cómo RCEP facilita las «ambiciones geopolíticas» de China. Ese no es el punto. El punto es que RCEP evolucionó como un compañero natural del papel de China como principal socio comercial de prácticamente todos los actores de Asia oriental.

Lo que nos lleva al ángulo geopolítico y geoeconómico clave: RCEP es un compañero natural de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI), que como estrategia comercial / de desarrollo sostenible abarca no solo el este de Asia, sino que profundiza en el centro y oeste de Asia.

El análisis del Global Times  es correcto: Occidente no ha dejado de distorsionar el BRI, sin reconocer cómo «la iniciativa que han estado calumniando es realmente tan popular en la gran mayoría de los países a lo largo de la ruta del BRI».

RCEP reorientará BRI, cuya etapa de “implementación”, según el cronograma oficial, comienza solo en 2021. El financiamiento de bajo costo y los préstamos especiales en divisas ofrecidos por el Banco de Desarrollo de China se volverán mucho más selectivos.

Habrá mucho énfasis en la Ruta de la Seda de la Salud, especialmente en el sudeste asiático. Los proyectos estratégicos serán la prioridad: giran en torno al desarrollo de una red de corredores económicos, zonas logísticas, centros financieros, redes 5G, puertos marítimos clave y, especialmente a corto y medio plazo, alta tecnología relacionada con la salud pública.

Las discusiones que llevaron al borrador final de la RCEP se enfocaron en un mecanismo de integración que fácilmente puede eludir a la OMC en caso de que Washington persista en sabotearla, como fue el caso durante la administración Trump.

El próximo paso podría ser la constitución de un bloque económico incluso más fuerte que la UE, lo que no es una posibilidad descabellada cuando tenemos a China, Japón, Corea del Sur y los 10 de la ASEAN trabajando juntos. Geopolíticamente, el principal incentivo, más allá de una serie de compromisos financieros imperativos, sería solidificar algo como Make Trade, Not War.

RCEP marca el fracaso irremediable del TPP de la era Obama, que fue el brazo de la “OTAN en el comercio” del “pivote hacia Asia” soñado en el Departamento de Estado. Trump aplastó el TPP en 2017. El TPP no se trataba de un «contrapeso» a la primacía comercial de China en Asia: se trataba de un libre para todos que abarca las 600 empresas multinacionales que participaron en su borrador. Japón y Malasia, especialmente, lo vieron desde el principio.

La RCEP también marca inevitablemente el fracaso irremediable de la falacia del desacoplamiento, así como todos los intentos de abrir una brecha entre China y sus socios comerciales de Asia oriental. Todos estos jugadores asiáticos ahora privilegiarán el comercio entre ellos. El comercio con naciones no asiáticas será una ocurrencia tardía. Y todas las economías de la Asean darán plena prioridad a China.

Aun así, las multinacionales estadounidenses no estarán aisladas, ya que podrán beneficiarse de RCEP a través de sus subsidiarias dentro de los 15 países miembros.

¿Qué pasa con la Gran Eurasia?

Y luego está el proverbial lío indio. El giro oficial de Nueva Delhi es que RCEP “afectaría los medios de vida” de los indios vulnerables. Ese es el código para una invasión adicional de productos chinos baratos y eficientes.

India fue parte de las negociaciones de la RCEP desde el principio. Salirse, con un condicional de «podemos unirnos más tarde», es una vez más un caso espectacular de apuñalarse por la espalda. El hecho es que los fanáticos del «hindutva» detrás del modismo apostaron por el caballo equivocado: la asociación Quad fomentada por Estados Unidos con la estrategia Indo-Pacífico, que se anuncia como una contención de China y, por lo tanto, excluye lazos comerciales más estrechos.

Ningún «Make in India» compensará el error geoeconómico y diplomático, lo que implica fundamentalmente que India se distancie de la Asean 10. RCEP solidifica a China, no a India, como el motor indiscutible del crecimiento de Asia oriental en medio del reposicionamiento de la oferta cadenas post-Covid.

Un seguimiento geoeconómico muy interesante es lo que hará Rusia. Por el momento, la prioridad de Moscú pasa por una lucha de Sísifo: gestionar la turbulenta relación con Alemania, el mayor socio importador de Rusia.

Pero luego está la asociación estratégica Rusia-China, que debería mejorarse económicamente. El concepto de Moscú de Gran Eurasia implica una participación más profunda tanto en el Este como en el Oeste, incluida la expansión de la Unión Económica de Eurasia (EAEU), que, por ejemplo, tiene acuerdos de libre comercio con naciones de la ASEAN como Vietnam.

La Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) no es un mecanismo geoeconómico. Pero es intrigante ver lo que dijo el presidente Xi Jinping en su discurso de apertura en el Consejo de Jefes de Estado de la OCS la semana pasada.

Esta es la cita clave de Xi: “Debemos apoyar firmemente a los países relevantes para que avancen sin problemas las principales agendas políticas nacionales de acuerdo con la ley; mantener la seguridad política y la estabilidad social, y oponerse resueltamente a las fuerzas externas que interfieren en los asuntos internos de los estados miembros bajo cualquier pretexto”.

Aparentemente, esto no tiene nada que ver con RCEP. Pero hay bastantes intersecciones. Sin interferencia de «fuerzas externas». Beijing teniendo en cuenta las necesidades de la vacuna Covid-19 de los miembros de la OCS, y esto podría extenderse a la RCEP. La OCS, así como la RCEP, como plataforma multilateral para que los Estados miembros medien en las disputas.

Todo lo anterior apunta a la interseccionalidad de BRI, EAEU, SCO, RCEP, BRICS + y AIIB, lo que se traduce en una integración más cercana de Asia – y Eurasia – geoeconómica y geopolíticamente. Mientras los perros de la distopía ladran, la caravana asiática y euroasiática sigue avanzando.

Informe imprescindible para entender el saqueo financiero de la venas abiertas de latinoamerica

Por Guillermo Oglietti, Sergio Martín Páez y Mariana Dondo

En nuestro primer informe de la investigación que CELAG está realizando sobre la banca en 10 países de América Latina1 nos concentramos en la rentabilidad del sistema bancario y destacamos la disociación entre la elevada rentabilidad bancaria durante 2019 y los magros resultados de las economías de la región. En este segundo informe seguimos apuntando a la rentabilidad, pero diferenciando entre los diferentes orígenes, tipos y orientaciones de las instituciones financieras.

Principales hallazgos

Banca, un sistema de extracción: banca doméstica y externa

  • En 2019, el sistema financiero de la región generó unos 100 mil millones de dólares de beneficios, cifra equivalente al tamaño del PIB de Ecuador o al de Paraguay y Uruguay sumados (tabla 1).
  • Brasil genera 2/3 (65,6%) de la masa de beneficios2bancarios extraídos en los 10 países seleccionados. Contrasta su aporte mucho mayor a la masa de beneficios bancarios que su contribución al PIB de la región, de un 41% (gráfico 1).
  • Lejos de esta masa de beneficios brasileña le sigue México, con el 11,3% del total de beneficios, Argentina con el 6,5%, Chile con el 4,8%, Colombia con el 4,5% y Perú con el 4,2%.
  • De todos modos, cabe notar que un 85% de la rentabilidad de la banca en Brasil es generada por banca doméstica. Este es un aspecto relevante, ya que esta masa de beneficios no se traduce necesariamente en una mayor salida de divisas en concepto de remesas de utilidades, como es el caso de los países que tienen una mayor penetración de la banca externa.
  • En México, por el contrario, unos 2/3 de la rentabilidad bancaria es generada por bancos extranjeros, por lo tanto, contribuye en mayor medida a la salida de divisas vía remesas. Argentina le sigue en orden de magnitud, con casi un 46% de beneficios generados por entidades extranjeras.
  • Ecuador y Colombia son otros dos países donde un 80% o más de la masa de beneficios es aportada por la banca doméstica. En el resto de países, la banca extranjera genera entre el 35% y 43% del total de beneficios.

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