Por Andrés Ortega Hoy Dia Cordoba
No es la visión habitual, pero el mundo podría verse como tres esferas que compiten entre sí: una en torno a EEUU (que incluye Europa y otros); otra en torno a China; y una esfera de lo digital, por cuyo dominio y control hay una gran pelea en su propio interior –grandes empresas contra el poder político, inclusive en China–, y exterior en la gran competencia entre las dos grandes superpotencias o civilizaciones. Es decir, serían dos esferas o mundos físicos, muy de átomos y de geografía (incluido el espacio), y una virtual. Es una visión que se va extendiendo y que defiende, por ejemplo, el Centro para el Estudio de la Vida Digital (CSDL), que dirige el tecnólogo Mark Stahlman.
En términos de civilizaciones, hablaríamos de Occidente, de Oriente y de la esfera digital que es una extensión de nosotros mismos, aunque cada vez llega más allá. El matemático y filósofo español Javier Echeverría habló hace un tiempo del “tercer entorno”, que guarda relación con esta idea. No somos, dice Stahlman, “ciudadanos del mundo” sino habitantes de esferas potencialmente en conflicto y las tres con alcance global. Esto es algo absolutamente novedoso en la historia de la humanidad, porque las diferentes civilizaciones tendrán que enfrentarse no solo entre sí, sino también a una esfera, la digital, que ha penetrado las demás.
No son esferas cerradas, son y serán interdependientes en términos económicos y financieros, como se está viendo con la crisis del gigante inmobiliario chino Evergrande y con la del gas, con repercusiones globales. La competencia entre las dos esferas físicas sigue una lógica en parte equivocadamente militar, como vemos con la colaboración AUKUS para dotar a Australia de submarinos de propulsión nuclear y, en materia de ciberseguridad, de Inteligencia Artificial y de comunicación cuántica, que refuerza la cooperación entre los tres aliados anglosajones. Aunque lo abiertamente militar no tiene por qué ser lo principal, como ha quedado de relieve en la reciente reunión del Quad entre EEUU, Japón, Australia y la India.
La tercera esfera, la digital, más que líquida es gaseosa. En su seno está naciendo un llamado Metaverso en el que casi todos nos vamos a ver implicados y que puede llegar a ocupar casi todo lo humano. Metaverso (“meta-universo”) es un término que se ha impuesto desde Silicon Valley. Lleva tiempo entre nosotros pues lo acuñó en 1992 Neal Stephenson en su novela de ciencia ficción “Snow Crash”. Se refiere a una confluencia o convergencia de la realidad física, la realidad virtual y la realidad aumentada, todo sazonado por la inteligencia artificial. La realidad virtual es la que se crea únicamente en el mundo digital, como el videojuego Fortnite, de alcance global. La aumentada consiste en añadir elementos digitales a la realidad física, aunque esta se vea en pantalla, por ejemplo, en el juego, también global, de Pokémon, o a través de lentes especiales 3D.
Matthew Ball, inversor en capital de riesgo, identificó en 2020 algunas características del Metaverso. Tiene que abarcar los mundos físico y virtual, contener una economía en toda regla y ofrecer una “interoperabilidad sin precedentes”: los usuarios tienen que ser capaces de llevar sus avatares y bienes de un lugar en el Metaverso a otro, sin importar quién dirija esa parte en particular. De hecho, muchas grandes empresas –y no sólo las big techs de EEUU, también la Sony japonesa, por ejemplo–, están invirtiendo de forma notable en la construcción de este Metaverso. Por algo será.
Un jefe de la big tech como Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook que quería convertir al mundo en una gran comunidad bajo su red social, ve ahora en el Metaverso una realidad alternativa universal, un “Santo Grial de las interacciones sociales”, que cree será una realidad para 2025. Se describen así futuros posibles de una Internet 2.0, una convergencia de realidad física, aumentada y virtual en un espacio en línea compartido. Según Zuckerberg, ninguna empresa dirigirá el Metaverso, sino que será operado por muchos en una forma descentralizada. ¿Lo permitirán los que dirijan las otras dos esferas?
El Metaverso estará plagado de tecno-personas, por usar la terminología de Echeverría, de tecno-empresas, de tecno-Estados e incluso de tecno-terrorismos de nuevo cuño. La cuestión no es solo si el Metaverso es controlable, sino si es gobernable, o vamos a una esfera digital que todo lo penetra, pero en el que ningún poder político acaba dominando y en la que las empresas y una multiplicidad de actores se revuelven contra el intento de cortarles las alas. China lo está intentando con una serie de medidas, para controlar desde el poder político al naciente Metaverso, al que no escapará. Pero ni siquiera el régimen chino, con sus controles, tiene garantizado que no se verá superado por un Metaverso anárquico e ingobernable por poderes públicos, o, de forma más amplia, por una esfera digital anárquica.
Ambas esferas físicas, geográficas y culturales, Oriente y Occidente, avanzan hacia un enfrentamiento, una guerra de nuevo tipo muy diferente de la clásica y de la llamada Guerra Fría entre Occidente y la Unión Soviética. En todo caso, sin un profundo conocimiento del impacto de la tercera esfera en las otras dos, de la tecnología digital en las civilizaciones, y sin un conocimiento recíproco entre estas civilizaciones no seremos capaces de navegar el futuro, advierte Stahlman. A este respecto Oriente conoce Occidente mucho más que al revés. Y el Metaverso nos conocerá a todos.
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